73. La chica nueva
73. La chica nueva.
—Gracias señor Mitchell por la oportunidad. Realmente necesito este trabajo.
—No me lo agradezcas. No es como si fuera un lugar con futuro, muchacha. Somos un club de desnudistas. Pero tratamos a las chicas con cuidado. Así que, si sientes que alguno de los clientes sobrepasa los límites, sólo tienes que buscar a los encargados de la seguridad o a mí —resopló, sabiendo que la ausencia de Mikola era otro inconveniente desconcertante—. Y no me digas señor. Dime Mitchell o Mitch, Rose.
—Muy bien, Mitch.
—Y... —dudó, mostrando cierto resquemor—, trata de evitar a los dueños.
—¿Por qué?
—Solo hazme caso, mi flor inglesa.
Rose sonrió con gracia ante el apodo recibido, evidentemente, por su acento.
—Lo haré. ¡Ah! Y muchas gracias por permitirme mantener mi rostro oculto.
—Me gusta. Tal vez las demás puedan imitarte. Sé que algunas lo verán conveniente porque quieren dejar este lugar cuando terminen sus estudios. Tenemos una futura abogada que piensa desplumar a hombres infieles —explicó con orgullo, riendo y moviendo su gran barriga.
—Es por eso que lo prefiero así —murmuró con evidente pesar—. No puedo ser reconocida.
Rose bajó brevemente los ojos, suspirando con pesadez. Los gruesos dedos de Mitchell elevaron su cabeza desde el mentón, animándola con una sonrisa.
—Debo decir que eres escandalosamente hermosa, Rose. Sé que tendrás mucho éxito. Y si te sientes cómoda, podríamos hacerte un espacio cuando vuelva Eco. Es la bailarina que estás cubriendo.
—Entiendo. Sería genial.
—Ahora, debemos pensar un nombre para ti.
—Si no te importa, pensé en Calisto.
—Calisto —acarició su barbilla perfectamente afeitada—. Me gusta. Una ninfa cazadora.
—Sí, lo es —respondió recuperando su sonrisa.
Una que se curvó más de un lado, con cierta osadía.
—Acompáñame. Te presentaré a las chicas y te dejaré con Egeria, mi muchacha más experimentada. Por cierto, todas aquí usan sus nombres de ninfa. Acompaña el anonimato. Si llegas a quedarte, posiblemente te compartan sus verdaderos nombres.
Comprendió con un pequeño movimiento de cabeza.
Le señaló la puerta desde la cual se oían risas y charlas detrás de la madera.
Al abrir, todas voltearon hacia Mitch, sonriendo con alegría.
Enseguida pasaron a inspeccionar a la desconocida, sorprendidas por su aparición con la cara cubierta por una máscara blanca con piedras brillantes que seguían su silueta hasta alcanzar los pómulos. Aun así, la belleza deslumbrante era evidente. Su cuerpo era atlético, elegante y sensual. De largas piernas esbeltas cubiertas por un pantalón oscuro ajustado con botas hasta las rodillas, y vientre firme y delineado, visible por el top que llegaba a su ombligo, y con el largo abrigo abierto. Sus pechos se perfilaban generosos, sin la exageración de la mayoría de las trabajadoras del club.
Su cabello era rubio dorado, completamente liso, llegando hasta la mitad de su espalda. Sus grandes ojos —enmarcados por extensas pestañas—, eran de un negro profundo, como la obsidiana.
—Mis ninfas preciosas. Quiero presentarles a Calisto, nuestra flor inglesa.
—Hola a todas —saludó Calisto con suave y melódica voz—. Es un gusto conocerlas.
Todas levantaron sus manos y sonrisas en un saludo cálido que entusiasmó a la rubia.
—Estará cubriendo a Eco en el escenario y en las mesas. Y si lo desea, podrá aceptar clientes para los reservados. —Se notó el alivio en el ambiente para la mayoría de ellas—. ¿Egeria, linda, podrías explicarle un poco cómo funciona todo? —Apoyó una gruesa y cuidada mano sobre el hombro de Calisto—. Espero que te sientas bien aquí.
Mitchell partió del camerino con su paso bamboleante.
Egeria se disculpó con apremio y dejando desconcertadas a todas, salió, avisando que regresaría enseguida.
—Eres deslumbrante chica —habló la joven de rasgos latinos y un arete en una aleta de la nariz, en tanto dejaba una revista con un famoso matrimonio en la portada sobre el tocador donde estaba—. Soy Electra.
De a una se fueron presentando todas con sus nombres profesionales.
Una pequeña sombra se movió entre las prendas colgadas del perchero móvil, apareciendo entre ellas la figura de un niño de rizos cobrizos que asombró a la novata.
—Hijo, ven aquí.
La que evidentemente era la madre —la más menuda de las muchachas y que se había presentado como Daphne—, cargó en sus delgados brazos al pequeño, que se refugió en el hueco entre el hombro y el cuello, colgando sus bracitos de ella.
—Calisto, te presento a Noah.
Niño y joven se miraron, inspeccionándose con intensidad, hasta que una amplia y reluciente sonrisa emergió de los carnosos labios, consiguiendo una igual por parte del infante, que le regaló un par de hoyuelos que encontró encantadores.
—Es nuestro chiquitínmimado —comentó feliz Electra, haciendo cosquillas en el estómago del risueño Noah.
—Nuestro Miguel Ángel —murmuró con mirada enamorada la madre, provocando un mar de ojos olear hacia ella, extrañadas por el desconocido apodo.
Electra regresó a Calisto, mirando el artilugio facial.
—¿Por qué llevas máscara?
—Espero no les importe. Es que me gustaría ser bailarina y temo que en el futuro, algún cliente pueda señalarme y hacer de esto todo un drama.
—Creo que te tomaré la idea.
Se puso de pie para meter sus manos en uno de los baúles de accesorios, en la búsqueda de dichos artefactos.
—Querida, ya has chupado tantos penes que tu boca sería reconocida por medio Nueva York.
—Maldita... —se contuvo al recordar la presencia de Noah.
—Mitch te llamó flor inglesa. ¿Cómo es que terminaste en América? —preguntó Daphne.
Suspiró, a punto de dar su historia.
—Vine a América con el idiota de mi exnovio. Me había prometido el mundo, y al final, se fue con otra que le ofreció lo mismo a él.
—El mundo, y un nuevo par de pierna donde meterse —añadió Egle.
—Todos son iguales —se sumó Néfele.
—No todos —respondió Daphne, encendiendo sus mejillas al recibir nuevamente todas las miradas en ella.
Algunas de las ninfas rieron entre dientes.
Noah, todavía en brazos de su madre, estiró su bracito para acariciar la mejilla cubierta por la delicada máscara.
—Quero —interrumpió Noah, inclinándose con ambos brazos hacia la misteriosa ninfa.
—Oh, vaya, le gustaste —rio Daphne dejando que su hijo se abalanzara sobre un nuevo par de brazos, que temblaron al recibirlo, impactada por el tierno cuerpecito contra ella.
Las manitos de Noah se posicionaron sobre los suaves montes dorados y no tardó en recostar su cabeza allí, haciéndose espacio debajo de su mentón.
—Vaya, alguien se enamoró de otro gran par de senos —rio Electra, que dejó sobre la mesa algunos antifaces encontrados—. Son su debilidad.
—Lo siento Calisto —se disculpó Daphne con una sonrisa avergonzada—. Creo que vive con la decepción de tener una madre sin senos.
—No te disculpes. Yo... —lo apretó contra ella, empezando a mecerlo inconscientemente, haciéndolo bostezar—. ¿Lo estoy sujetando bien?
—Te sale natural.
Rose sonrió, trémula.
—Ese muchacho sí que sabe dónde acomodarse —otorgó Egle—. Tienes un buen par de tetas, linda, nada extravagantes. ¿Son tuyas?
—Si pagó por ellas, o se las regalaron, son suyas —rio Néfele.
Las demás la siguieron.
—Pero pregunto si son naturales o de cirugía.
—Yo les digo.
Electra posó una mano en uno de los senos sin perturbar a Noah, en un gesto simple y familiar que descolocó Calisto.
—Nada artificial. Compruébenlo —invitó a las demás.
Más manos confirmaron empíricamente lo afirmado por Electra, —exceptuando a la tímida Daphne—, hasta que Rose no pudo contener una risa ante la sorprendente situación.
—¿Siempre hacen esto?
Todas rieron, regresando a sus preparativos.
—A la única que no le hicimos el chequeo fue a la mamá de este pequeñín— acotó Electra.
Daphne protestó, lanzándole una peluca, pero esta la ignoró, concentrada en besar a Noah, antes de robárselo a la rubia, que sintió el vacío al desprenderse del chiquillo.
—Acá la mayoría de nosotras tiene implantes, así que, felicitaciones. Tu genética es envidiable. Tus padres deben de haberte hecho con mucho entusiasmo.
La aludida ladeó la cabeza sin comprender, pero sabiendo que no podía refutar nada.
***
Carly se apuró por el pasillo para detener al gerente.
—Mitch... ¿estás loco? —Él parpadeó sin comprender—. ¿Crees que es adecuado contratar a alguien más sabiendo que Adam anda dando vueltas por aquí?
—Ella me suplicó. Sabes que no resisto una muchacha en apuros. Me recordó a nuestra Gigi. Además, su hermano mayor me prometió que no dejaría que metiera las manos aquí. —Sacudió la cabeza, meciendo sus mofletes—. Creí que estarías satisfecha de tener ayuda. Eco no está respondiendo y estamos con muchos clientes nuevos. Y ricos. La necesitamos —susurró.
Carly bajó las armas.
—Lo sé. Entiendo que hemos pasado por una gran crisis y que has tenido que hacer... —<<Un pacto con el Diablo>>, quiso decir, pero se contuvo—, sociedad con los Verbeke. Pero Mitch, sabes que todo esto está mal desde que llegaron.
—Por favor, linda, no me añadas más angustia. No he dormido desde hace dos meses. Temo que haya cometido un error, pero ya no puedo salir de esto.
La ninfa se mordió la lengua. Lo último que necesitaba el grueso y sensible hombre eran más reproches. O conocer lo que algunos de esos ricos —si no todos—, buscaban secretamente en Las Ninfas al ser atraídos por Adam.
—Lo siento, Mitch. Te apoyaré en lo que sea.
—Gracias bella. Y ahora, por favor, ayuda a mi flor inglesa a acomodarse.
Asintió, sonriendo conciliadoramente.
—Cuenta conmigo. ¿La chica baila?
—Uf —sacudió su mano, abanicándose, y rodó sus ojos en un gesto exagerado que la hizo reír—. Ayer, cuando vino, realizó una demostración y es gloriosa. Esa chica tiene magia. Y una sensualidad que prenderá fuego al caño. Hasta a mí me encendió.
Carly alzó las cejas, preguntando sin hablar.
—Soy homosexual, no ciego.
No pudo contener una carcajada ante la espontánea respuesta de su amigo.
—Mi clase de chica. ¿Querrá hacer algo con Electra y conmigo? Se nota que es preciosa, a pesar de no verle los rasgos.
—Soy testigo de que lo es. Vino sin antifaz, obviamente. Créeme cuando te digo que es la más magnífica creación tallada por las manos de dioses de exquisito gusto. Y aunque creo que si la mostrara obtendría más dinero, comprendo su temor a marcar su futuro si se la asocia con algo como esto. Tú podrías hacer lo mismo.
—Creo que ya es tarde para mí. Pero tienes razón en que tendrá éxito. Solo con verla pondrá a todos en estado de lujuria, chorreando por ella. Y no hablo de la boca. Y si encima baila como dices, los billetes nos lloverán.
—Qué grosera —protestó Mitch ocultando una risita tras su rechoncha mano decorada con sortijas—. Pero tienes razón. Sólo no la corrompas como hiciste con Georgia. Se nota que es una jovencita dulce que necesita esto. Sé que vas a adorarla.
Hizo una mueca compasiva.
—Espero que ser dulce no le pese aquí.
Recibió de Mitchell una mano reconfortante sobre su hombro, al que devolvió apoyando la suya, dando suaves palmadas.
Sonrió y con un guiño, se despidió, dispuesta a cumplir con la bienvenida a Calisto.
***
Al abrir la puerta del despacho del líder francés, se topó con tres pares de ojos. Le sonrió al par oscuro de la pelirroja —rememorando la manera en la que la encontró la noche anterior—, quien le devolvió el gesto con un provocador escaneo que se centró en su pelvis antes de regresar a su cara.
—Otra vez tarde, Adrien.
—Lo siento señor. Terminaba de preparar la habitación de hotel —guiñó un ojo a la mujer.
—Bien —rumió, pasando su atención al agente, sentado en el otro extremo del mismo sofá donde Adam se acomodó—. Ahora ya estamos los que necesitamos estar.
—Señor, ¿Pierre no debería estar aquí también?
—Lo mandé a controlar los talleres, tras la droga que recibimos ayer. Le tomará toda la noche.
El más joven se contrajo de hombros, importándole poco los motivos de Belmont para, una vez más, excluir a su hijo.
Durand regresó al hombre corrupto, que sostenía en su mano un vaso con un líquido ambarino.
—Ahora que ya sabes lo que Charles nos dijo a Adrien y a mí el miércoles —comentó, haciendo alusión a la conversación previa con los agentes—, habla de una vez. ¿Qué es eso que sospechas? ¿Qué descubriste?
Este bebió el contenido de un trago, en un gesto agresivo. Todo en él parecía tenso después de haber escuchado del jefe su encuentro con Charles Grant.
—Con lo que averigüé y lo que acabas de decirme, estoy seguro de que no fue un robo lo del lunes. Estamos jodidos con el puto de Webb. Ese entrometido estuvo averiguando en los archivos sobre Las Ninfas, Grant y... —apuntó a Adam—, los hermanos Verbeke.
La sala se silenció de una manera pesada y amenazante.
—¿Y cómo mierda se enteró de nosotros si dices que su abogado no le dejó hablar? —exclamó el joven francés, levantándose de su lugar.
Pero de inmediato le llegó la respuesta al cruzar miradas con Belmont.
—Grant —respondieron al unísono comprendiendo la conclusión del agente.
—Esa bola de manteca nos mintió —espetó Adam.
—Lo peor es lo que esto representa. —Todos anclaron sus miradas en el agente que volvía a hablar, esperando por su explicación—. Si Webb no supo por boca de Grant sobre Las Ninfas, eso sólo significa...
—Que el hombre y la mujer son sus aliados. Los que han estado interviniendo tantas organizaciones de tráfico de blanca.
—Creí que sólo era un hombre —acotó confundido el rubio.
—No es del todo cierto —acotó Hannah—. En algunos rescates, los delincuentes confesaron sobre una muchacha, o tal vez diferentes, que eran usadas de carnada por el compañero misterioso de Webb. No les hicimos caso porque parecían delirar.
—¿Y si es la misma? Con distintos disfraces. —Sus ojos grises fueron de uno a otro agente—. ¿Pudieron verla con las cámaras del hotel?
El agente gruñó y su compañera negó.
—Recuperamos las grabaciones, pero todas están borrosas. Falla del sistema. O algún tipo de inhibidor —empezó a teorizar el hombre, pero calló cuando Belmont habló, molesto.
—Eso no me interesa. Solo quiero al informante de Webb.
—¿Por qué? —Adam estaba intrigado por la insistencia de Durand—. El puto agente es el real peligro para nosotros.
—Tú no me preguntas, pendejo. Tú acatas órdenes.
El joven se enderezó, sintiendo la humillante bala en su pecho. Masculló algo inentendible y se dejó caer nuevamente enfurruñado en su rincón en el amplio sofá, cruzando sus brazos.
—Lo que quiero saber es cómo supieron que Grant se relacionaba con nosotros.
—¿Creen que estaban detrás de la chica muerta?
—¿Qué chica muerta? —cuestionó el líder.
Fue Adam el que tomó la palabra.
—Merde! —maldijo por lo bajo—. Una de las putitas que el gordo Grant nos compró apareció muerta en las noticias.
—Ese imbécil. Lo único que ha hecho es jodernos.
—Sea como sea, tenemos que evitar que Webb pueda acceder a más información. El lunes tiene pensado entrevistar una vez más a tu cliente. —Belmont asintió, conociendo ese dato—. Y si esta vez tiene algo para unirlo con los Verbeke o el club, puede llegar a ceder y declarar que tú estás involucrado. —Se puso de pie, llegando al escritorio, donde plantó sus palmas con fuerza—. Fue un jodido error haberlo traído aquí.
—Ese ya no será un problema. Si el gordo de mierda me mintió en la cara, es razón suficiente para deshacernos de él. —Eso lo dijo apuntando a Hannah, que asintió, extrañando al sujeto de la placa—. No tendrá oportunidad de volver a hablar con Webb, o de declarar contra mí.
—Estás demasiado tranquilo mientras Webb está metiendo las narices en nuestro negocio.
—Mi negocio —aclaró con acidez—. ¿Hasta dónde habrá llegado? ¿Qué saben? —miró a ambos agentes, esperando una respuesta que no llegó. Golpeó la madera con frustración—. Carajo. ¿El puto boy scout conoce personalmente Las Ninfas?
—Yo no lo he visto —titubeó el menor de todos, no muy convencido—. Y Jean Pierre no mencionó nada. Sé que algo hubiera dicho, con las ganas que tiene de meterle plomo entre ceja y ceja...
—¡Averígualo!
—No hay cámaras dentro del establecimiento.
—Joder —gruñó el hombre del FBI—. En la calle tampoco. Por eso elegimos este sitio. Por su discreción.
—No quiero arriesgarme. Adrien, empieza a mover a las muñecas. Deberemos encontrar otro lugar. Ese club ya no nos sirve.
—Me llevará tiempo hacerlo sin llamar la atención con el club abierto.
—No lo tienes.
—Señor —intentó una vez más—. Mañana y el domingo tengo ventas programadas.
Belmont rezongó por lo bajo antes de clavar sus plateados iris colmados de furia en el agente.
—Dime... ¿ese puto agente, podría hacer un arresto sin que tú lo sepas?
—No. Bueno —dudó, corrigiéndose—. A nuestro equipo nos ha ocultado lo que hacía hasta que estábamos respondiendo un llamado, pero el jefe Estrada es el que debe autorizar todo y mientras investigué a Webb estos días, confirmé que no hay nada en espera.
—Lo que significa, que no tiene un arresto para Las Ninfas —concluyó Hannah—. Si sabe o sospecha algo, todavía no inició una investigación formal.
El maduro francés asintió conforme, pasando su mano por su barbilla, volviendo a apuntar al más joven.
—Si quieres demostrarme que puedes dirigir mi negocio aquí, arréglalo. Acaba esos tratos. Asegúrate que los clientes sean los de siempre. Nadie nuevo. Y presta atención a la aparición de Webb. Luego haz el traslado de las muñecas. Si después de eso, nuestro boy scout quiere ser un héroe, quedará en ridículo al no hallar nada.
—¿Por qué no le decimos a Pierre que acabe con el agente de una vez?
—Primero, terminen de descubrir quién es ese cómplice. Luego, le ordenaré a mi bastardo acabar con él.
***
—Buenas noches, bienvenido a Las Ninfas —saludó con tono celestial y acento inglés la ninfa de cabellera artificial roja, que caía hasta casi rozar su espalda baja, encontrándose con un par de zafiros que relucieron bajo la visera que los cubrían.
Su intensidad ardió en su piel cuando la acarició con ellos, recorriendo con extrema lentitud cada palmo de su entidad casi desnuda, hasta atraparla al regresar a sus ojos negros. Los delatores pezones emergieron con descaro contra la delgada tela del vestido mitológico, despertando una media sonrisa de engreído triunfo en el hombre.
La pobre muchacha tragó duro para recuperar las palabras perdidas.
—¿Qué le puedo ofrecer? —vaciló.
—Bourbon.
Iba a marcharse para ordenar el trago, cuando la fuerte mano la atrapó de la muñeca, estallando hasta la última neurona de su cerebro ante el áspero contacto.
—Y a ti. De preferencia, las dos cosas juntas.
La sonrisa se amplió en el masculino rostro y la ninfa cayó hechizada bajo la voz enronquecida que la hizo vibrar.
Sintió la humedad rebalsar en su entrepierna al verse a sí misma desnuda, con su piel empapada del licor ambarino, siendo lamida por el atractivo hombre, antes de ceder a ser tomada de la manera que se le antojara.
—Todo es posible, señor... por el precio correcto —soltó con inocente seducción que alcanzó su diana en la pelvis del sujeto—. Debo bailar primero, pero después puede solicitar una habitación.
—Ya lo hice.
Calisto carraspeó, abochornada.
—Puede acercarse a la pasarela para apreciar más de cerca el número.
—Me gusta la idea. Más me va a gustar ver que te muevas para mí.
Se alejó con esfuerzo, percibiendo en su espalda —y más abajo—, el calor de esas oscuras esferas de azul profundo.
Después de dejarle la bebida —cediendo a que una de esas fuertes manos ascendiera por su pierna hasta su firme y respingón culo, dejando un rastro de anhelo en ella—, se marchó con las rodillas temblorosas, decidida a volver loco al sujeto con su próximo baile.
—Esta noche —comenzó la chillona voz de Mitchell desde el micrófono, moviéndose con ligereza sobre el escenario a pesar de sus kilos envueltos en la toga griega—, tendremos una presentación especial. Nuestra nueva ninfa, Calisto, nos deleitará con sus habilidades, sensualidad y belleza divinas. Sean generosos y obtendrán de la hermosa criatura una sonrisa... y tal vez algo más —añadió con picardía, recibiendo gritos de excitación desde las penumbras del lugar al ya tener identificada a la joven de la que se hablaba y que no habían podido dejar de admirar mientras había estado repartiendo tragos.
Solo un par de ojos se helaron ante la reacción del público.
Aguardaba recostada sobre el caño, cubriendo su tonificado cuerpo con dos piezas de tela que se perdían en el color de su piel, regalando la idea de su desnudez completa. Sus dos brazos estaban alargados hacia arriba de la cabeza desprovista de la peluca, aferrada al objeto a su espalda, buscando en las siluetas al que la había hecho desear las llamas del infierno. Sus pupilas lo encontraron antes de que las notas llegaran a ella.
Sonrió, haciendo desaparecer a todas las sombras, para enfocarse en él.
Sólo en él.
Al único para el que bailaría.
Cada giro, cada postura y movimiento serían para el imponente hombre. Que pusiera toda su atención en ella. Sus impulsos más primitivos en su cuerpo.
La sensual música dio ritmo al par de piernas y brazos de piel dorada, que hipnotizaron a la audiencia desde el momento en que los focos la hicieron brillar. El caño que se erguía vertical en la pasarela que atravesaba la mitad del club quedó alumbrado para seguir a la bailarina.
El antifaz en sus facciones relució con las piedras que la decoraban, añadiendo intriga y morbosidad a su personaje.
De un impulso, elevó su grácil anatomía sobre su fijo compañero, iniciando una rutina de piruetas, inversiones y vueltas alrededor del caño.
Calisto dominaba el frío metal, que comenzaba a quemar por la fricción de sus firmes músculos al ejecutar eróticos pasos que emulaban feroces acrobacias con el frenesí de la pasión más encendida de la lujuria humana.
Abría y cerraba las piernas, arqueaba su columna, ondeaba su cuerpo, destacando las redondas nalgas y haciendo sacudir su generoso seno, provocando de esa manera rugidos e imágenes perversas en las mentes de cada cliente.
Bajó desde las alturas hasta llegar al suelo, donde se abrió de piernas, una a cada lado. Llevó sus palmas sobre la superficie de su alargada pista de baile y levantó la cadera, volviendo a juntar las piernas.
Manos ansiosas esperaban para acariciar la tierna carne que se presentaba frente a ellos, atraídos por el demonio que prometía el placer del pecado carnal, y encendiendo las miradas lascivas a medida que se arrastraba entre ellos como un felino.
Rápidamente, dedos de todos los tamaños y colores fueron depositando billetes en sus minúsculas prendas cuando la distancia disminuyó, pero los ignoraba. Sólo miraba fijamente al que avasallaba su visión, sentado en el extremo final de la pasarela.
El individuo que tenía una de sus manos en su mentón, con el rostro escondido bajo la gorra. Sólo se veía su sutil mueca, pareciendo disfrutar del espectáculo.
La última nota dejó su eco, dando final con una pose que la colocó al borde del extremo del pasillo, boca arriba, exhibiendo su pecho agitado, con una pierna flexionada y la otra extendida, con ambos brazos colgando por fuera, junto a su cabeza, cayendo demasiado cerca de la entrepierna del afortunado hombre de magnética aura.
El club estalló en aplausos y aullidos.
La naciente estrella de Las Ninfas, se volteó, manteniéndose recostada, con sus ojos anclados en su espectador más valioso, al que le dedicó una sonrisa sugestiva que lo hizo perder los estribos.
De un movimiento brusco que le arrancó risas coquetas, la raptó del foco de los demás, y la sentó sobre su regazo, sin prestar atención a la bailarina que tomaba el relevo sobre el escenario.
—Vámonos de aquí —susurró con gravedad el rubio, sacudiendo las hormonas de la joven.
—Sí, señor. Sígame.
Tomó a su primer cliente, encontrando su delgada mano perdida en aquella poderosa al entrelazar sus dedos, y aunque él se dejaba arrastrar, sabía que la tenía subyugada.
Lo guio por las escaleras hacia la sala privada que le había señalado Egeria en su recorrido inicial, buscando la número tres que se le había asignado, sintiendo cómo se posaba en su trasero la gran mano libre, quemando su dermis.
N/A:
¿Pueden sentir cómo los caminos se van a cruzar pronto?
¿Qué me dicen de Rose? ¿Será una tercera en discordia? ¿Una posible víctima?
Les comparto el tema que imaginé bailando a Calisto en el caño (aunque no soy fanática de BS y me gusta la versión de Joan Jett, el video me parece mucho mejor el de Britney). Tuve que considerar que fuera un tema que se escuchase por el 2009.
https://youtu.be/ITuOddPeYoc
Nos leeremos pronto, en el siguiente capítulo, que será crucial para lo que se viene.
No se olviden de votar y comentar.
Gracias por leer, Mis Demonios!
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