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70. Dr. T

70. Dr. T.

Steve y él iban a encontrarse en su restaurante italiano favorito. No quisieron hacerlo en Sharpe Media, debido a toda la atención adquirida sobre el agente por parte de los periodistas en ocasión de la persecución dos días atrás.

Y ese lugar reservado los resguardaría.

Junto a una comida deliciosa y cálida.

Con lo que no contó, era con que Steve llamara tanto la atención al ingresar al establecimiento. Aun con gafas oscuras y el largo abrigo cuyas solapas levantadas cubrían parte de sus rasgos, su impecable estampa al andar irradiaba majestuosidad, desentonando con el recatado ambiente que emulaba una trattoria del sur de Italia.

El recién llegado no tardó en localizar al otro cuerpo que imponía presencia en el lugar, sobresaliendo como un gigante en guardería.

Con su habitual elegancia y seguridad, se acomodó frente a su amigo, desprendiéndose del tapado, la bufanda y los lentes, confiado en las palabras de Chris de ser un espacio protegido.

—Hola Chris. Gracias por encontrarte conmigo.

—Gracias a ti por aceptar ayudarme en Las Ninfas. Aunque todavía me intriga qué te motivó el cambio para que me citaras. ¿Y cómo lo tomó Aurora?

—De hecho, ella fue la que insistió.

Eso colocó una cara de sorpresa en el agente, que alzó ambas cejas sobre su frente.

—¿Ella está de acuerdo con que vayas como cliente a un club nudista? ¿Acaso tiene que ver con lo del lunes? ¿Pudieron averiguar algo más?

Steve iba a responder cuando la mesera se acercó con una gran y juvenil sonrisa de labios carnosos en su semblante.

—Hola Chris. ¿Cómo estás?

—Hola Bianca. Bien. Gracias. ¿Tu abuelo?

—Como siempre, regañando a todos en la cocina.

Su respuesta los puso a los dos a reír de manera familiar, intrigando a Steve, que seguía la secuencia con ojos sagaces.

La joven de piel mediterránea inclinó levemente la cabeza hacia el acompañante de Chris, al que le echó un rápido vistazo antes de regresar sus ojos de marrón oscuro a los celestes que la hacían suspirar.

—¿Van a almorzar?

—Así es. Queremos dos platos del día, con el mejor vino de la casa y una jarra de agua, por favor.

—Para ti, siempre es el mejor.

—Y hazme el favor de ir trayéndonos un buen surtido de brusquetas. Le he dicho a mi amigo que este es el mejor ristorante italiano de la ciudad. Quiero que me dé la razón.

Le guiñó un ojo, marcando el sonrojo en las mejillas de la muchacha, que con una sonrisita nerviosa, se fue a pasos veloces a la cocina.

—Vaya, la tienes completamente colada por ti.

—¿De qué hablas? —frunció el ceño—. Debes de estar loco, porque imaginas cosas.

—¿En serio? Acabo de sentir por primera vez lo que es que pasen de uno. Apenas me miró, en cambio, tú le guiñas el ojo y la pones a hiperventilar.

—¿A Bianca? —preguntó incrédulo—. Por favor, es demasiado joven. Sólo tiene veinte años.

—¿En serio me saldrás con la excusa de que tienen diez años de diferencia? Vamos, que no parece una chiquilla. Y por si no lo recuerdas, es la misma diferencia entre Aurora y yo —se burló, con media sonrisa apenas marcada en sus labios.

No respondió nada. No creía que hubiera alguien como Aurora. Y Bianca, era diametralmente opuesta a la dorada señora Sharpe.

—No te distraigas Steve.

—Lo siento Chris, pero es que esto es divertido. ¿Qué hay con Carly?

Sus músculos se tensionaron.

—¿Carly? ¿Qué pasa con ella?

—Que lo interesante aquí —inició, cruzándose de brazos al reclinarse hacia atrás—, es que no la mencionaste cuando te pregunté por Bianca. Por cierto, la vimos en Columbia. Estudia abogacía allí.

—Lo sé. Te dije que quería ser abogada.

—Es muy atractiva.

—También soy consciente de ello —rezongó, rodando los ojos—. ¿Podemos hablar de lo que nos trajo aquí? —El rubio asintió, manteniendo cierto gesto de sorna en su rostro—. Bien. Dime de qué se trata todo esto.

—Tenías razón en suponer que Charles Grant está involucrado con la venta de jovencitas. Y la misma se realiza en Las Ninfas. Nos confesó que la pequeña asesinada fue una de sus compras —explicó con evidente repulsión—. Eso dejó algo conmocionada a mi niña. Y antes que digas algo, ella está bien. Está aprendiendo a compaginar su vida y hacer lo que hacemos.

—Me tranquiliza eso. Pero no puedo evitar sentirme burlado por Carly.

Escuchar lo que decía Steve era un duro golpe para Chris, confirmando sus sospechas anteriores de que la desnudista sabía más de lo que le decía. Sus gestos, sus ojos esquivos. Todo se lo había gritado en la cara.

Steve lo notó.

—Chris, no sabemos bajo qué circunstancias ocurre esto. Tu amiga puede no estar al tanto de los detalles.

—Lo está. Al menos, en parte —soltó con voz oscurecida—. Algo no me cerraba. A la víctima la vio allí, no de camino a su casa —aseguró.

—Entonces tiene miedo.

—Eso no lo dudo. Pero pudo confiar en mí. Joder, ¡me pidió ayuda! Ella fue la que me buscó. —Pasó su gran mano por su nuca, ladeando a un lado y otro la cabeza, haciendo tronar las cervicales—. Los datos que me dio, deben de haber sido de clientes que habrían comprado otras chicas allí.

Steve entendió su razonamiento.

—Puede ser. Entonces debes ver el valor que tuvo. Puso su vida en peligro para ayudarlas, si lo que supones es cierto.

Bianca regresó con el agua, la botella de vino y las brusquetas, pero percibiendo el ambiente pesado en la mesa, no dudó en abandonar cualquier intento por robarle un poco de atención al joven castaño y se marchó enseguida.

Chris se sirvió agua, y a Steve el vino en las copas sobre la mesa.

—¿Qué más averiguaron? —cuestionó, en un tono desanimado.

Su cabeza seguía buscando todos los cabos sueltos, para entender el motivo por el que no le dijera a verdad.

—Son dos hermanos belgas. Verbeke. Pero no pudimos conseguir nada más. Cuando quisimos descubrir cómo se hacía la venta, fuimos interrumpidos.

—Sí... —lo contempló con reproche—. Vaya que llamaron la atención. Debía ser algo simple. Una sutil recomendación de que se alejara del club. De Eco.

—Se nos fue de las manos. Cosas que pasan. —Se encogió de hombros—. ¿Qué dijo Grant? ¿Lo interrogaste?

—Sí. Mencionó que fue un robo. Una prostituta lo maniató, lo amordazó y luego lo desplumó por completo.

—No es cierto, pero es una buena historia. Es listo. No me mencionó.

—No. No lo hizo. Creo que es lo mejor. Phil Harrison no le cree del todo. Pero fingió aceptar esa declaración.

—Sigues creyendo que tiene algo que ver con Durand.

—No lo sé.

—¿Crees que Durand esté metido en esto?

—No puedo descartar nada. Estando en prisión le sería difícil controlar lo suyo. Ha perdido mucho y también sería lógico pensar que otras organizaciones están aprovechando su caída.

—Estos belgas serían uno de ellos. —Chris afirmó. Steve cruzó sus dedos, apoyando sus antebrazos en la mesa—. Dime... ¿Qué quieres que haga en ese lugar?

—Estuve yendo varias veces y me resultó imposible descubrir mucho más que las salas privadas. Aunque no teníamos esta información. No creí que estuvieran vendiendo muchachas bajo mis narices.

—Eso es lo que debemos averiguar. Por lo pronto, creo que no deberías seguir visitándolo. A pesar de lo entretenido que pudo haber sido investigar esas habitaciones —se mofó—. Me alegro de que el dinero que te di se empleara tan bien.

—Idiota. Pero tienes razón en eso. Necesito que me entregues pruebas, algo que me permita entrar con la agencia, sin que antes alguien se entere de lo que estamos haciendo. Aun si Harrison no tiene nada que ver, ya no puedo confiar en nadie más que en Yang. Joder —exhaló, apesadumbrado, recostándose contra el respaldo y echando su cabeza hacia atrás, cerrando brevemente los ojos—. Esto parece no tener fin, Steve. —Regresó a los zafiros que lo contemplaban serio—. Atrapamos tres bandas y aparecen tres más.

—Lo lamento, amigo. Suena a un trabajo duro. Pero piensa que si alguien como tú no lo hiciera, las cosas serían más desalentadoras para todas aquellas chicas que has estado salvando estos últimos meses. Eres su héroe.

—Ustedes lo son.

—Tú sabes lo que soy realmente. O al menos, lo que era. Es por Aurora que hago lo que hago. Que dejé mi pasado atrás.

—Nos ha cambiado la vida —soltó con emoción contenida.

—Lo hizo. Y ahora le cambiamos la suya a una montaña de víctimas. Los tres Chris. Eres una parte importante de nosotros. Y el centro que pronto abriremos es producto de tu inspiración a mi niña.

Chris sonrió con orgullo hacia el hombre que durante años fue su objetivo a derrotar.

Recordó a su hermana Emily suspirando por el hombre que tenía enfrente y que ni en mil años hubiera imaginado compartir almuerzo.

Si supiera cuán estrecha y particular era su relación, seguramente gritaría y brincaría como una energúmena.

—Chris, me estás mirando de manera extraña. ¿Otra vez estás con tus inclinaciones románticas hacia mí?

—Jodido imbécil —rio—. Sólo pensaba en mi hermana y su enamoramiento por ti. Si supiera que somos amigos, se moriría.

—¿Qué? —Elevó una ceja, con una sonrisa ladeada llena de incredulidad, dejando la copa de la que acababa de beber en la mesa.

—Vio una foto tuya y, debo decirte, que ganaste otra admiradora —bebió un trago de agua—. Te advierto que si llegaras a conocerla, deberás tener cuidado con ella, porque no dudo que sería capaz de saltarte encima.

La sonora risa que soltó el siempre módico Steve Sharpe lo sorprendió.

—Lo siento, estoy tomado —alzó la mano con la evidencia.

La sonrisa de ambos se cerró.

Tratando de borrar la incomodidad caída, Chris optó por bromear.

—A ella no le importaría compartirte. Hasta hacer un trío. Ah no, espera, esa sería Lara. —La ceja arqueada de Steve provocó una nueva carcajada en Chris—. Tú y Aurora son los permitidos que tendrían ella y su novia.

Eso logró disminuir la tensión.

Steve lo miró de reojo.

—¿Has estado en un trío alguna vez? —tanteó, rememorando su bizarro sueño—. ¿O una orgía?

El horror dibujado en cada facción de la cara de Chris lo divirtió.

—¿Estás loco? ¡Claro que no! —Sus ojos celestes se abrieron más de lo que ya estaban por el estupor—. ¿Y tú?

—Claro —soltó con naturalidad, metiéndose en la boca una de las tentadoras brusquetas. Cuando tragó, disfrutando de la ansiosa curiosidad de su amigo, continuó—. He hecho muchas cosas censurables para un recatado hombre como tú. Ni te imaginas.

Fijó sus témpanos en los cielos de Chris, preguntándose si en caso de compartir a Aurora, podría hacerlo con su amigo.

Tal vez.

Pero no estaba interesado en comprobarlo.

No se imaginaba otras manos y labios que no fueran los suyos sobre su mujer. La quería para él. Sólo él.

La llegada de la abundante comida, que emanaba un delicioso aroma, los puso a salivar como lobos hambrientos antes de zambullirse de lleno en su tarea alimenticia.

—Tengo un favor más que solicitarte.

—Chris, lo de Las Ninfas ya no es un favor. Es lo que hacemos.

Webb sintió una cálida punzada en el pecho.

—Creo que va siendo hora de que conozcan a mi compañera.

***

Cuando ese miércoles, Adam se le apareció para trasladarlo de manera angustiosamente convincente a una gran propiedad, nunca imaginó a quién encontraría allí.

Él había dado por sentado que el joven belga era la cabeza de la venta de muchachitas en Las Ninfas, por lo que se había descolocado al descubrir que el hombre detrás de ello era el mismísimo Belmont Durand.

A quien conocía demasiado bien y había renegado cuando el francés había sido encarcelado.

—¿Durand? —intentó infructuosamente mostrarse seguro, pero terminó vacilando, conociendo la real naturaleza de Belmont y sus dominios—. Creí que estabas... recluido.

—Como podrás apreciar, no he perdido el apoyo de mis socios. La prisión... —miró el abrecartas de plata que hacía girar entre sus manos, sosteniéndolo de la empuñadura de un lado, y la punta siendo presionada con las yemas de los dedos de la otra—, fue solo una pausa, pero mis negocios, mi poder, no menguaron. Sigo aquí.

—Eso... —carraspeó. Una gota de sudor caía por su frente—. Es bueno.

—Dejémonos de charlas banales. Entenderás por qué estás aquí, ¿verdad? Fue todo un espectáculo el que armaron tus hombres el lunes. Y esa atención no me gusta.

—Belmont... no fue mi culpa. Además, nadie tiene por qué pensar que estuvo relacionado contigo. O con Las Ninfas.

La mano en alto del elegante hombre lo calló.

—Solo quiero saber qué fue lo que ocurrió. Y qué tanto hablaste.

—¡No dije nada! ¡Fue un robo! ¡Eso es todo!

—Eso es lo que mi gente sostiene que declaraste para el FBI. Que una hermosa joven te asaltó para robarte. —Los ojos grises con brillos turquesas se posaron en la espigada figura de Adam, que sonreía de manera sádica desde el sofá donde se había acomodado. El rubio comprendió y se puso de pie para detenerse junto al obeso individuo—. Pero no me convence. Verás... —se recostó sobre el respaldo, atravesando los ojos de Grant—. Me preocupa que haya algo más en todo esto. Algo que pueda poner en peligro mis negocios.

Con la velocidad de una cobra, Adam estrelló la cabeza de la asustada presa contra el escritorio. Su otra mano tomó prisionera la muñeca redonda parcialmente vendada y entablillada, y la colocó acompañando el lado en el que la flácida mejilla apoyaba la madera, teniendo la palma en un primer plano frente a él.

Durand, imperturbable, se lanzó en un certero ataque, atravesando con el arma en medio del dorso de la mano.

El bramido desesperado fue para Adam un excitante premio, mientras que Belmont simplemente se mantuvo inmutable, recuperando su posición en el asiento, dejando el abrecartas clavado en su lugar.

—Dime qué ocurrió.

—¡Me robaron!

—¿Te robaron? ¿Quiénes? —el timbre era bajo, amenazante.

Grant se sintió acorralado. Y aunque el pánico corría como un río de montaña en sus venas, sabía que revelar demasiado era una condena a muerte. Una que podía venir de cualquiera de las dos bandas.

—Un... un hombre la asistió. Él fue el que me robó. Ella sólo fue la fachada.

Belmont le ordenó a Adam con un movimiento de la cabeza que lo liberara.

Algo decepcionado por el breve juego, soltó la presión y quitó el abrecartas, quedándoselo él. Lamió la sangre ante la atónita mirada del asustado ricachón, que apenas podía controlar su respiración, y que de un movimiento, tomó su mano doblemente herida para abrazársela contra el enorme pecho usando la otra, con su propio dedo inmovilizado, sin importarle la hemorragia que manchaba su carísimo traje.

—Mírame, querido —ordenó con fingida afabilidad—. ¿Cómo supo esta chica de ti?

—No... no lo sé. ¡Lo juro! Dijo que Adam la envió. Por eso confié en ella. ¡Hasta sabía que disfruto de la rudeza en el sexo!

Los franceses intercambiaron expresiones ceñudas antes de regresar a Grant.

—¿Cómo era? —intervino el joven.

Parpadeó un par de veces, tomando de su memoria el recuerdo.

—Hermosa. Atlética. Elegante. De piernas largas, buenas tetas y vientre firme. Tenía cabello negro.

—¿Y el hombre? —fue el turno de preguntar de Belmont, con la tensión en cada músculo de su cuerpo.

—No lo vi. Estaba muy cubierto. Pero era alto. Muy alto y entrenado. Manejaba un arma. —Pasó sus ojos asustados de uno a otro, notando que se comunicaban sin hablar—. ¿Por qué? Sólo querían robarme. No soy al único al que le han hecho un asalto así. Me lo confirmó el FBI.

Belmont esbozó una sonrisa tranquilizadora y se puso de pie, rodeando la imponente mesa de madera y guio a su invitado a imitarlo, el cual no dejaba de apretar su mano sangrienta.

Charles Grant, una vez más, no entendía nada.

—Mi estimado amigo. Lamento las infortunadas circunstancias en las que nos hemos reencontrado. —El aludido ladeó una media sonrisa insegura ante el cambio de actitud—. Perdón por... el pequeño inconveniente de la mano y todo eso.

Iban caminando hacia la salida, seguidos por Adam en silencio.

—Compensaré tu malestar. Uno de mis hombres se hará cargo de tu reciente herida con nuestro doctor particular, y Adam... —se giró hacia él, que se irguió a la espera—, se encargará de hacerte olvidar ese desagradableencuentro con nuestra mejor chica. No te preocupes. Nos aseguraremos de que la identifiques con una palabra clave. Te volará la cabeza de tanto placer que te otorgará. Y será completamente gratis.

El miedo corrió lejos cuando la lujuria ante la imagen de una promesa semejante se hizo en su mente.

Belmont Durand llamó a uno de sus soldados y lo dejó llevarse a Grant.

Cuando la puerta se cerró después de despedirlo, el rubio habló desde atrás.

—¿Le cree lo del robo, jefe?

—Es un cobarde. Atravesé su mano y si incluso con ello mantuvo su historia es porque debe de ser cierta. —Volteó enfrentando al muchacho—. O es un suicida si piensa que puede verme la cara de imbécil. Aunque no me quedaré tranquilo hasta que nos aseguremos de que no sea un elemento de riesgo.

—¿De dónde sacaremos la puta para compensar? No tenemos burdeles aquí. Las chicas de Las Ninfas estás descartadas. Tenemos varias muñecas sin vender todavía, pero son inexpertas.

—No te preocupes por ello. Por ahora.

Con una nueva orden a su mayordomo, exigió que limpiaran su estudio y cambiaran la alfombra estropeada.

***

Sus ávidos ojos no se agotaban de absorber todo lo que veía. Sus oídos estaban igual de encantados con las palabras que brotaban de la gruesa voz del profesor Eastman, que se desplazaba de un lado a otro como un griego en la antigua Atenas, atrapando a cada estudiante con la pasión que transmitía en su oratoria, entre trazos de colores en una gran pizarra blanca.

Para la mayoría, era un mundo caótico lo que se dibujaba en su superficie, esforzándose al máximo por comprender ese cosmos que constituía los seres vivos.

Pero Aurora se había sentido en casa.

Con la melancolía de un pequeño japonés entusiasmado ante su mayor creación.

Un genio que en era objeto de estudio en esa misma clase.

—Por ejemplo —continuaba el profesor—, las teorías del doctor Tasukete son pioneras en la combinación de genes de diferentes especies forzando mutaciones planeadas.

—¡Cómo Spiderman!

Aurora llevó su atención al que había hecho reír a los compañeros, uniendo sus delineadas cejas y ladeando su cabeza frente a una nueva referencia que sonaba desconocida para ella, aunque suponía su origen.

—Eso sería llegar muy lejos —rio entre dientes el hombre—. Comprendamos que los mamíferos compartimos mínimo el diez por ciento del genoma humano, lo que significa que tenemos un ancestro en común. Y con algunas especies, como los chimpancés, ratones o cerdos, superamos el noventa por ciento de similitudes genéticas. Sin embargo, introducir un gen de una especie en otras tendría un inconveniente.

—La cadena de proteínas actuaría en defensa del individuo —respondió Aurora—. Se debería anular de manera de conseguir el acoplamiento armónico de los genes.

—Exacto. —Celebró el científico, buscando el punto de donde había nacido la melódica voz hasta toparse con un par de ojos que lo impactaron. Se espabiló enseguida para continuar sin poder quitarse de encima el fuego de aquellos luceros—. Sin embargo en algunos de sus últimos artículos escribió tener resuelto ese impedimento.

—La ecuación del umbral proteico de mutación del Dr. T, digo —se apuró en corregir—. Del doctor Tasukete.

David Eastman fijó sus orbes verdes en la muchacha que había usado el apodo que pocos conocían del gran investigador, asombrado a su vez por estar al tanto de su ecuación.

A la impresión de una criatura hechizante, se le sumó la curiosidad del origen de su información.

—Sorprendente —susurró —. Está en lo correcto, señorita...

—Aurora —respondió tímidamente, con una hermosa sonrisa desestabilizadora.

El rostro del científico reconoció su nombre y parpadeó varias veces para recomponerse.

—¿Woods?

Fue el turno de Aurora de batir sus pestañas con incredulidad. No sabía si el hecho de que la identificara era algo bueno.

—Sí, profesor.

—¿Entonces hoy se podría modificar a una persona para que tuviera características de otro animal? —preguntó interesada una compañera, desviando la atención sobre Aurora.

—Es sólo una teoría —sonrió de medio lado Eastman—. El doctor Tasukete buscaba contrarrestar enfermedades genéticas, no tanto como crear superhéroes. Además, fue altamente rechazado por la comunidad científica.

Aurora suspiró.

Qué equivocado que estaba el doctor David Eastman.

El mundo entero.

El timbre que cerraba la hora rompió la clase.

—Muy bien, intentos de científicos, lárguense a hacer algo productivo —bromeó el docente—. No se olviden de llevarse su primer examen. Fue terrible para mis ojos. Espero que mejoren a lo largo del semestre.

La masa de estudiantes rezongó —y algunos rieron—, ante el reproche, mientras se enfilaban hacia el escritorio de Eastman, quien no dejaba de seguir a la escurridiza rubia que lo tenía intrigado.

Aurora se escabulló entre otros cuerpos, esperando poder colar su mano para llevarse la hoja con su primer resultado.

Cuando lo capturó, se emocionó.

Tenía una nota perfecta que algunos espiaron de reojo, murmurando con asombro.

La criatura de Masao no dudaba de haber respondido correctamente cuestiones sencillas para ella. Aun así, se sintió como un enorme logro.

Siguió avanzando hacia la salida cuando el llamado del profesor la detuvo.

—Señorita Woods.

Esta se dio vuelta, mordiendo su labio inferior con preocupación.

—Acérquese.

No tenía realmente en claro por qué la retenía.

Cuando la tuvo a escasos centímetros de él, su aroma a flores y el detalle de la abrumadora belleza que no podía ocultarse detrás de las amplias gafas lo terminaron por sacudir.

Tosió nervioso antes de volver a hablar.

—Es la primera vez en mis años como docente que alguien obtiene una puntuación perfecta.

—¿Gracias? —titubeó.

La dulzura con la que se pronunció lo hizo sonreír con calidez.

—No me agradezca, señorita Woods. Ha sido algo refrescante.

—Es muy amable. Yo... —la presión de sus dientes sobre su suave carne capturó los ojos de su interlocutor que inclinó su cabeza, esperando a que continuase—. Solo quiero decir que leí sus libros.

—¿Mis libros? —Elevó sus cejas con incredulidad—. ¿Y los entendió?

—Por supuesto —respondió con cierto tono de molestia que divirtió al catedrático. De inmediato, la joven cambió a la admiración—. Son muy atrapantes. Me recuerdan a los del Dr. T... Tasukete.

—¿Puedo preguntarle algo, señorita Woods? —Ella asintió, posando sus piedras ambarinas con tanta profundidad que Eastman creyó flaquear—. ¿Cómo sabe que a Masao le decían Dr. T? Sólo los más cercanos lo llamaban así.

—Yo... —titubeó—. ¿Cómo lo sabe usted? —Esquivó en respuesta, haciéndolo reír bajito.

—Yo pregunté primero. —Aurora mantuvo fijos sus intensos ojos en él. Suspiró, vencido—. Asistí a unos seminarios que impartió e iba a aceptar una beca para trabajar con él en los Laboratorios Quirón. Me había recomendado una vieja amiga. Discípula del doctor. —La joven se tensionó y la angustia se paseó por su pecho al imaginar quién podría haber sido esa amiga al ver cómo se apagaba el semblante del hombre—. Cuando falleció, no le vi sentido a trabajar allí, así que hice otro recorrido. Ahora le toca a usted.

La breve tristeza en David dio paso al gozo cuando notó el sonrojo en los altos pómulos de Aurora.

—¿Le puedo confesar algo? —Fue el turno del David de afirmar—. Masao fue mi... tutor. Por un breve tiempo, hasta que... falleció.

—Vaya. Entiendo. Pero debió ser una niña.

<<Una muy brillante>>, pensó él.

Aurora sonrió nostálgica.

—Lo era.

***

Al subirse al coche donde Steve la esperaba, mostró con entusiasmo su prueba a los dos hombres en el interior, los cuales festejaron con orgullo.

—Por supuesto que ibas a salir así.

—Gracias cariño —lo besó, acomodándose cuando Andrew arrancó hacia Sharpe Media—. ¿Lo viste a Chris?

—Sí, almorzamos juntos...

—¿Qué? ¿No pudieron hacerlo conmigo después de clases?

—Teníamos hambre —respondió burlándose de la enfurruñada muchacha—. Debo decir que la comida de ese lugar fue sublime.

—No me estás simpatizando para nada en este momento.

—Tranquila mi amor. Le prometí a Chris que otro día iríamos los tres. Pero no dejaremos que pague él. Hoy fue un dolor en el culo por su testarudez.

—Vaya, otro cabeza dura en mi vida.

—Atrevida.

Aurora rio con sus alegres campanillas, haciendo sonreír a su esposo.

Giró hacia Steve, mudando su rostro a uno serio y encendiendo el oro de sus iris.

—Dime de qué hablaron.

El rubio bajó su tenue sonrisa y le detalló cada palabra.

***

Estando al tanto de la conversación entre Chris y Steve, la pareja aprovechaba el recorrido del elevador para terminar de detallar algunos puntos del plan de la jornada y el inicio de sus próximas batallas, con Andrew manteniéndose en silencio en su rincón invisible.

Cuando el piso en el que Aurora bajaría quedó del otro lado de las puertas metálicas, se despidieron con un profundo beso.

—Te espero en el despacho cariño. De ahí, nos iremos preparados para hoy.

Ya no había alegría en su aura cuando la vio alejarse por uno de los pasillos. Solo firme resolución.


La siguiente parada fue el último piso del imponente edificio. Steve y Andrew avanzaron por el reluciente suelo reduciendo su velocidad a medida que se acercaban al escritorio de Beatrice. Lo que tenía a ambos hombres desconcertados, era la alta figura sentada a espaldas de ellos, riendo con familiaridad junto a la madura mujer, que tenía sus mejillas encendidas.

—¿Papá?

Richard se volteó sin levantarse, manteniéndose con las piernas cruzadas y los brazos relajados sobre los reposabrazos.

—¡Steve! Hijo. Esperaba encontrarlos aquí. ¿Y Aurora?

—Tomando clases de baile —respondió todavía perplejo.

—Esa chica tiene demasiada energía.

—Así es. Su curiosidad es inagotable y siempre quiere aprender algo nuevo —meneó su cabeza, apoyando sus manos en el respaldo de la silla adicional desocupada—. ¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué no me dijiste que vendrías?

—Si te avisaba, mi siguiente sorpresa carecería de impacto —se regocijó ante la mirada ceñuda de su hijo.

—¿Y cuál sería esa sorpresa?

—Estaba pensando retomar algunas actividades en la empresa.

—¿Qué dices?

—Me gustaría venir una vez por semana. Necesito sentirme útil. No te importa Steve, ¿verdad?

—¿Importarme? —Le regaló una sonrisa ladeada—. Por mí, puedes retomar todas las funciones como dueño de Sharpe Media.

—No pretendo eso, hijo. Has hecho un gran trabajo estos años. Y aunque sé que no era tu vocación, no concibo a nadie mejor que tú. A no ser que no lo desees.

—Se hará como quieras papá. Por lo pronto, no puedo estar más feliz de que estés aquí.

—Qué bueno eso. Pensaba que podía pasar por su hogar. No he conocido el penthouse donde mis hijos están haciendo su vida en la ciudad.

Steve retuvo cualquier mueca de contrariedad. Sus planes para esa noche acababan de cambiar. Miró de manera contundente a Andrew, que se había mantenido a unos pasos y este supo de inmediato que debería tomar el lugar de su jefe.

Asintiendo, su mano derecha confirmó la comprensión de la tarea impuesta y se marchó en silencio.

Steve regresó la atención a su padre y a Beatrice, que mantenía el color rojo en su cara.

—Suena grandioso papá. Cenarás con nosotros.

El hombre mayor sonrió feliz.

—Beatrice, ¿te nos unes?

—Yo... no... —los ojos claros de Richard la hechizaron y no pudo encontrar un motivo por el cual decirle que no—. Acepto, señor Sharpe.

—Richard, ya te he dicho que me llames Richard.


N/A:

Tuve que inventar un poco en cuestión de Tasukete y su trabajo en genética. En realidad, el umbral de proteínas se relaciona con el nivel adecuado para consumir. Por eso añadí lo de "mutación".

La interacción entre Eastman y Aurora, solo es medio anecdótico (por ahora), y el personaje del docente tendrá poca relevancia (nuevamente, por ahora. Tengo planeado algo para más adelante en la saga).

Y el señor Grant... ¿se meterá en problemas por no haber contado la verdad?

Ya veremos...

Obviamente, Chris no está al tanto de que Durand anda sueltito... alguien lo tiene bien guardado al chisme.

No se olviden de comenar y regalar una brillante estrellita!

Gracias por leer, Demonios!

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