68. Una cita peligrosa (Parte II)
68. Una cita peligrosa (Parte II).
Los empleados armados en la puerta trataban de agudizar el oído para obtener un poco de morboso placer, pero poco era lo que percibieron, salvo el grito femenino unos minutos atrás. Por momentos parecían oírse movimientos en la cama, pero no mucho más.
El teléfono móvil de uno de ellos los sobresaltó y rieron por ello.
Lo tomó y abrió la comunicación.
—Sí señor. Llegó su prostituta. —El rostro relajado se transformó en uno confundido—. ¿Eco? ¿Habla de la rubia de la otra vez? No señor. Vino otra en su nombre. Dijo que le ganó el lugar. Una de cabello negro. Mierda —masculló y cortó, sacando su arma e iniciando una nueva llamada.
—¿Qué? —Lo imitó su compañero sin comprender pero con las alarmas encendidas—. ¿Qué es lo que pasa?
***
—Ahora nos dirá cómo hacen la transacción. Y todo detalle importante.
La puerta principal fue aporreada, alertando a Steve y Aurora.
—Señor, ¿se encuentra bien? —gritaron del otro lado.
—Carajo —siseó Steve. Colocó el extremo de la pistola entremedio de las cejas del tembloroso sujeto—. Nos iremos de aquí y se olvidará de lo que conversamos. Dirá que sus dedos sufrieron los excesos del sexo rudo y todos felices.
—Es lo más conveniente. No querrá que se sepa lo que nos dijo. A estos belgas de seguro no les causaría gracia.
—Tampoco deseará que volvamos a terminar lo que empezamos.
Las gotas de sudor caían profusamente desde su frente, combinándose con las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Más golpes insistían en la madera.
—¡Señor Grant! Responda. O entraremos.
—Será mejor que salgamos ahora —convino Steve.
—Regresapor el balcón. Yo saldré por la puerta —planteó, regresando la mordaza a la boca que intentó protestar.
Steve dudó, sin embargo reconocía que era lo mejor o los gorilas terminarían ingresando antes de que estuvieran lejos, descubriendo su visita antes de tiempo.
—Bien. Tú primera y mantenlos alejados, que no entren. Yo me aseguraré de que nuestro amigo se comporte. Ya sabes dónde encontrarnos.
El que cargaba la llave electrónica estaba a punto de sacarla de su lugar, cuando la puerta se abrió y la sonrisa coqueta los saludó, ignorando las dos armas que sostenían a cada lado.
Ambos guardaespaldas quedaron idiotizados cuando su atención fue captada por completo al verla enseñando descaradamente el brasier que elevaba los generosos senos, sobresaliendo por el escote del vestido.
—¡Qué impacientes! —regañó, cerrando la puerta antes de que reaccionaran—. Casi nos arruinan el final, pero por fortuna, la corrida fue más intensa que sus gritos.
Los empujó con firmeza, abriéndose paso.
—Por cierto, —miró por encima de su hombro, aleteando sus larga pestañas—. El señor Grant exigió que no lo molestaran por una hora. Necesita recuperar fuerzas. Lo dejé... exhausto.
Permitiendo que se deleitaran con su trasero bamboleante, se dirigió hacia el elevador.
Pero una de aquellas voces la detuvo.
—No te muevas. —Giró sobre sus talones, topándose con las pistolas apuntando en alto—. Llamó tu jefe. O mejor dicho, el jefe de Eco. Tú no fuiste enviada por él, así que será mejor que aclares las cosas, comenzando por decir quién mierda eres.
—Rayos —dijo entre dientes—. Lo siento chicos, pero tengo otro cliente que dejar satisfecho.
—Pues que se joda. No te irás de aquí —añadió el otro—. Te quedarás hasta que revisemos que todo esté bien.
El que había hablado primero, comenzó a ir en su busca, en tanto el segundo escarbabaen su bolsillo la llave de acceso, dispuesto a abrir la habitación.
Palpó por todo el saco y miró el suelo por si se le había caído, hasta que alzó la mirada a la desconocida que ya era sujetada del brazo por su compañero.
—Maldita perra.
El otro guardaespaldas se giró sin comprender, viendo al enfadado hombre bufar hacia ellos.
—¡Tú tienes la tarjeta! —bramó a cinco pasos de alcanzarla—. Te la voy a quitar y de ti dependerá si será por las buenas o por las malas. Te advierto, que la mala la disfrutaré mucho, puta de mierda.
—Creo que la que disfrutará de que lo intentes seré yo.
Sus piedras ambarinas refulgieron debajo del negro de los lentes de contacto y sin darle tiempo a reaccionar al que la tenía atrapada, lo desarmó con una llave, torciendo su muñeca hasta romperla.
En un abrir y cerrar de ojos, se colgó de él, pasando sus piernas como las aspas de un helicóptero para impactar al otro individuo en una veloz patada directa a su cabeza, desmayándolo. El impulso la hizo girar sobre el eje del cuerpo del que la sostenía involuntariamente, terminando de dar una vuelta, que los llevó al suelo alfombrado, partiéndole en el trayecto la articulación del hombro al sostener su brazo entre sus potentes extremidades.
El aullido de dolor rebotó en las paredes antes de que lo dejara en la inconsciencia de una patada. Esperaba que el escándalo de la breve lucha no hubiera sido advertido. Se puso de pie y miró a los dos cuerpos que yacían a cada lado.
Dispuesta a ocultarlos en la suite, buscó la tarjeta de acceso robada, descubriendo que no la tenía.
La vio adelante de ella, a varios metros hacia el ascensor.
Cuando dio el primer paso para recuperarla, el toque del elevador la alertó de una inesperada llegada. Enseguida lo vio abrirse, escupiendo como las puertas del infierno a tres demonios de hombros anchos y semblante asesino, que escanearon a sus compañeros caídos. Sin preguntas, se prepararon a ponerle una bala antes siquiera de averiguar su nombre.
—Maldición.
Cerró sus manos en puños, esperando el inminente enfrentamiento.
Su visión periférica le dio una nueva salida al recordar el pasillo que se abría a ambos lados, un poco más adelante de su posición.
Sus iris dorados camuflados volvieron a encenderse, ardiendo como su sangre debajo de su piel, corriendo por sus venas. Sus vellos se erizaron y sus sentidos se agudizaron. Acechantes. El corazón palpitante, de pronto pareció encauzarse en una tranquilidad escalofriante, al igual que su mente, que se volvió silenciosa. Sin ruidos externos.
—No tienes a dónde escapar —amenazó el que lideraba, todos con sus armas señalándola.
—Siempre tengo una salida —siseó, esbozando una sonrisa lobuna.
Se agazapó, lista para su siguiente ataque.
Se impulsó con las puntas de sus pies enguantados en las largas botas. Saltó, esquivando la primera bala y se lanzó contra el mastodonte principal, que cayó sobre los otros cuerpos cuando a un paso de él, se agachó, apoyando una mano en el suelo para usar el envión de la carrera y transformar sus piernas en un potente ariete, impactando de lleno en el amplio pecho en una patada doble.
El golpe la desvió hacia un lado, dejando a los hombres caer como pinos de bolos, mientras ella se alzaba y corría con todas sus fuerzas hacia la ventana al final del pasillo.
El ruido del cristal partiéndose en mil astillas pareció quedar pausado al igual que su cuerpo en el aire cuando lo atravesó, cruzando sus brazos a la altura de su rostro y llevando sus rodillas hacia adelante.
Su abrigó se abrió como una capa, sosteniéndose del frío aire.
Todo parecía moverse a cámara lenta, aun cuando el mundo a sus pies seguía acelerado.
El vuelo colgó su estómago, produciéndole un cosquilleo que dibujó una sonrisa fuera de lugar en sus labios. La adrenalina volvía a correr en ella, aunque su respiración se cortó, expectante ante la caída que se avecinaba en la azotea nevada del edificio que la vería aterrizar.
Cuando cayó, y rodó sobre su hombro, el mundo volvió a girar a la velocidad vertiginosa de la persecución.
***
Chris miraba cada tanto su reloj <<Seiko>> —heredado de su padre—, de manera disimulada, mientras él y su compañera daban cuenta de un almuerzo tardío en la barra en The Mark Restaurante, un lugar demasiado opulento para un par de agentes, ubicado junto al hotel que llevaba su nombre.
—¿Me dirás qué es lo que hacemos aquí?
—Comer, ¿qué otra cosa?
—Chistoso. Sabes a lo que me refiero. Estamos demasiado lejos de las oficinas, sólo porque se te ocurrió venir a probar la comida en este sitio. Que por cierto, invitarás tú.
—Claro que sí —concilió con un guiño, tomando la cuenta que le quitó el aliento cuando la revisó. Ahogó una maldición, escondiéndola detrás de su amplia su sonrisa—. Después de todo, eres mi amiga, con la que quería compartir una nueva experiencia. Sabes lo que disfruto de probar nuevos platos.
Sacó su tarjeta de crédito de la cartera, tragando grueso cuando la entregó a la camarera, y haciendo cálculos mentales que parecían agobiarlo.
Lara escaneó con todo su entrenamiento a su amigo, no queriendo hacerse ideas equivocadas, pero sin poder sacarse ciertas sospechas de su pecho.
—Chris, ¿hay algo que quieras decirme?
—¿Cómo qué? —arrugó la frente, recuperando el plástico y dejando con un lamentable suspiro unos billetes a modo de propina después de firmar.
—¿Qué hacemos realmente en este lugar? ¿Cómo puedes darte el lujo de comer aquí? —Apoyó los codos en la madera, acercando su rostro para mirar fijo al castaño con sus sagaces ojos rasgados—. ¿Y el traje costoso de hace unos días? ¿De dónde sacas tanto dinero?
—¿Qué insinúas? —atajó indignado, poniéndose de pie para salir a la calle.
Lara lo siguió, colocándose el abrigo y el gorro de lana que amortiguaban el intenso frío invernal.
—No insinúo nada. Pero si yo lo noté, créeme que otros también.
—No hay nada que notar. El traje fue un regalo. Y lo de hoy, una curiosidad culinaria que quise compartir con mi amiga y colega.
—Vale. No te pongas en modo gruñón.
Su intercambio quedó interrumpido cuando el estallido de un cristal robó gritos a transeúntes.
Las detonaciones de varias armas los obligó a sacar las suyas, alertados ante un posible peligro, haciéndoles levantar la cabeza hacia el hotel encima de su posición, para descubrir desde el punto de origen, —la ventana quebrada del lujoso establecimiento—, la sombra de un cañón desapareciendo.
—¿Qué mierda fue eso?
Pasaron ante ellos, desde el otro lado de la acera, dos hombres de traje y armados, corriendo entre coches por la transitada calle 77, mirando cada tanto hacia arriba y espantando a los peatones que huían en busca de refugio.
Automáticamente, los agentes siguieron la línea de visión, encontrando entre los techos de los edificios una oscura y ágil sombra alejándose del edificio, dando saltos acrobáticos.
—Carajo —maldijo Chris, presintiendo que todo se iba a la mierda—. Esto no puede estar pasando.
Con el corazón latiendo contra sus costillas, iniciaron su propia carrera tras el dúo.
—¡Alto! ¡FBI!
Los desconocidos no abandonaron la persecución, ignorando sus gritos y amenazando a la borrosa figura con sus armas.
—¡Lara, ve por nuestro coche! —jadeó sin dejar de correr—. Yo los seguiré a pie.
—¡Enseguida!
Las largas zancadas del atlético hombre estaban por dar alcance al más rezagado de ellos, cuando dos automóviles se detuvieron a mitad de la vía, donde se encontraban. Por lo visto, pertenecían a la pareja, porque subieron a estos y con sendos chirridos de neumáticos, continuaron en busca de su presa.
—Puta madre.
Chris se detuvo, agitado, envuelto en el vaho que salía de su respiración.
Lara, segundos después, llegó junto a él con los aullidos de la sirena y las luces encendidas. Le abrió la puerta del copilotobajando la velocidad pero sin detenerse del todo, haciendo que su compañero se lanzara como bala. Antes de cerrar la compuerta, ya estaba pisando el acelerador otra vez.
—Chris, pedí refuerzos.
No pudo abrir la boca.
Lo último que quería, era a Phil Harrison y los suyos metidos en eso. Y no podía evitarlo.
Pero podría demorarlos.
Manteniendo la velocidad que les permitía seguir las luces traseras de sus objetivos, Chris hizo una llamada telefónica.
—Robert, no vengan por nosotros. Prefiero que tú y Will vayan al The Mark Hotel y averigüen lo que ocurrió allí. Antes de que cualquiera de los demás lo hagan. Confío en ustedes.
***
Steve —que había escapado deslizándose en ágiles y silenciosos movimientos de parkour hasta escabullirse donde esperaba en la Kawasaki Ninja a Aurora—, se sobresaltó ante el escándalo provocado por un vidrio roto seguido del inconfundible estallido de balas.
—Carajo —soltó entre dientes.
Elevó la visera opacada de su casco y revisó su móvil, el cual le mostraba el veloz avance de su mujer. Desgraciadamente, lo hacía alejándose de su posición. Sin duda alguna, para no ponerlo en riesgo al hacerlo descubrirse.
Hizo rugir el motor y de una brusca aceleración, giró ciento ochenta grados y puso rumbo al rescate.
No le resultó difícil distinguir el camino de la ninja que volaba de edificio en edificio. Tampoco pudo obviar la fila de carros interesados en darle atrape, reconociendo en el último lugar al de su amigo.
***
Las sirenas de policía sonorizaron durante un parpadeo el interior del restaurante donde Belmont Durand había hecho su discreta audiencia cuando pasaron raudamente, en una intensa caza.
Su amigo, dueño del restaurante —y cliente en el pasado—, le facilitó el dato de que el cónsul francés iría allí a almorzar, en una de las mesas más alejadas y ocultas del lugar. Aunque su agente le había aconsejado mantenerse oculto, se vio en la imperiosa necesidad de acercarse a su compatriota para lograr convencerlo de que nada tenía que ver con la investigación del FBI y poder así permanecer en el país que tantos beneficios le proporcionaba.
Desgraciadamente, el político —hombre correcto e incorruptible—, no consideró despreciables las pruebas sobre él.
Con toda su fingida humildad, se despidió del hombre, dispuesto a no dejarse vencer.
Maquinaba en su cabeza los pasos a seguir, cuando un perfil medio escondido le animó el humor.
—Vaya, vaya, pero si es la viuda Brockbank.
Su voz sobresaltó a la fina mujer, que se repuso enseguida.
—Belmont, qué desagradable sorpresa. Y para tu información, seré próximamente, la señora Walker.
—¿Engatusaste a James? Pobre infeliz. —Sin esperar invitación, se hizo lugar en el largo asiento del otro lado de su mesa VIP, donde los altos respaldos los aislaban de las mesas contiguas.
Gabrielle se tensionó. Si había algo que la atormentaba, era el rechazo social. Y tener a Belmont sentado con ella después del escándalo de su galería podría hacer que las malas lenguas la censuraran.
Miró a cada lado del reservado donde estaban, respirando tranquila al notar que nadie se había percatado de su acompañante indeseado.
—¿Temes que te asocien conmigo?
—En estos momentos, eres como la peste, querido. Nadie quiere tenerte cerca, no vaya a ser que nos contagies.
—Soy inocente, Gabrielle. Fui engañado por quienes se aprovecharon de mi generosidad —ronroneó con su grave acento francés, fijando los grises ojos en ella, estremeciéndola por su intensidad—. Tú sabes que a las mujeres las venero. Jamás podría hacerles algo que quiebre su belleza.
—Sí. Claro. Si tú lo dices —arqueó una ceja.
En realidad, no le interesaba para nada. Si fuera cierto, hasta desearía que la maldita embaucadora de Aurora hubiera sido una más de aquellas víctimas, para ser llevada lejos. Lo más lejos posible.
—¿Cuándo será el evento? —cambió el tema, recostándose sobre el mullido respaldo, que le permitía apoyar su cabeza de cabellos oscuros con matices plateados a los lados.
—El catorce de febrero.
—¿En serio? ¿En el día de los enamorados? —rio—. ¿Quién eligió la nefasta fecha?
—Yo, por supuesto —respondió mientras esbozaba una sonrisa maliciosa contra el borde de la copa de Martini que llevaba a sus labios.
—Un buen toque de ironía.
—Ninguno de los dos se deja engañar por lo que es esta relación.
—¿Tanto como para hacerse la vista gorda contigo?
—¿Es una proposición? Creí que no era tu... tipo —escupió con acidez.
—No lo eres. Pero recuerdo la furia que te carcomía la noche en mi fiesta, cuando cierta preciosa joven llegó del brazo de Sharpe. Puros celos. Eres tan evidente, que hasta James debe de haberse dado cuenta.
Alzó su mentón, indignada.
—Eso no le importa a James. Y en cuanto a Steve, habrá llegado con ella, pero se fue conmigo.
—¿Cómo es eso? —indagó, pasando su lengua por sus incisivos.
Recordaba la desaparición del rubio y la madura mujer, y aunque su mente lo llevó a sacar ciertas conclusiones, tener la certeza de que era cierto recorría sus entrañas.
—Pues, como te lo digo. —Un dedo de larga uña prolijamente diseñada hacía círculos sobre el filo de la copa media vacía—. Nos encontramos en un hotel y... Bueno, una dama no habla de esos detalles.
—Pero puedo imaginármelos.
—Puedes imaginar todo lo que quieras.
Su orgullo no le permitiría jamás reconocer la humillación a la que el hombre la había sometido. Antes muerta que ser el hazmerreír. Especialmente frente un hombre como Belmont Durand.
—Interesante.
Controló la hora y se puso de pie. Había estado demasiado tiempo fuera de su escondite y era mejor regresar para que nadie más se percatara.
—Ha sido un placer encontrarla, futura señora Walker. Espero volver a tener el agrado de verla.
—Yo espero que no.
Rieron y se marchó.
El hombre que lo aguardaba junto a su vehículo, le susurró unas palabras que lo tensaron de inmediato, transformando su semblante en un rictus de furia.
—Haz que venga Adam en cuanto solucione el problema —siseó, conteniendo su voz, antes de ingresar al asiento trasero.
***
La adrenalina se había apoderado de su sistema, pero su cerebro mantenía un firme control de cada decisión. Sus manos y piernas se volvieron sus aliadas en cada salto, voltereta y escalada que efectuaba.
Steve la había entrenado con exigencia, pero sus habilidades habían sobrepasado todo lo que alguna vez habían imaginado y en esa carrera por escapar, hasta ella se asombraba de lo intrépida que estaba resultando.
Sin embargo, ya no huía solamente de los hombres de Grant.
A la cacería, se habían sumado patrulleros de policía.
Y el FBI.
Seburlaba con gusto de sus cazadores, que doblaban en las esquinas quemando lasgomas de sus neumáticos, frenando bruscamente para redirigir sus timones ydisparando imprudentemente —producto del gatillo fácil de los guardaespaldas—, obteniendo solamente polvo de ladrillo muchos metros atrás del fantasma de su rastro.
Giraba en el aire, volaba suspendiéndose en el tiempo y se colgaba de balcones, andamios y rejas antes de elevarse por encima de ellos y desaparecer como por arte de magia.
El rudo aullido familiar de la motocicleta de Steve —que iba por una calle lateral sin ser advertido por los demás—, la hizo desviarse en un nuevo trayecto, guiándola desde el suelo por un surtido laberinto de callejones que la alejaba del centro y de los gritos de las sirenas, que pasaron a sonar cada vez más bajas.
Cuando la Kawasaki detuvo su movimiento en un oscuro rincón, voló entre dos construcciones, saltando en descenso como un gato, hasta que terminó en el suelo, de pie, como si nada hubiera sucedido.
Steve pudo comprobar al quitarse el casco, que los cabellos tintados de negro eran lo único desordenado en ella.
—Cariño, ¿estás bien? ¿Qué mierda ocurrió?
—Cuida esa boca, Steve Sharpe —regañó con una sonrisa, para inmediatamente besar la línea dura que marcaban los carnosos labios de su esposo.
—¿Tenías que recorrer la mitad de Manhattan?
—No era mi intención. Pero fueron muy tenaces en su propósito. Gracias por darme una salida.
—Conozco la ciudad. Además, ayudó que el FBI y la policía detuvieran a los sujetos de Grant. De seguro los retendrán unas horas por los disturbios ocasionados.
Aurora alisó su cabellera y volteó el abrigo convirtiendo el negro en rojo escarlata antes de regresarlo a su cuerpo. Con el casco que le entregó Steve, terminó de cubrirse y en cuestión de unos segundos, emprendieron el regreso a su hogar.
N/A:
Como saben, nunca dejo nada porque sí... el breve encuentro entre Belmont y Gabrielle traerá consecuencias más adelante. Y ese detalle puede cambiarlo todo.
Hay muchas escenas hoy, porque todas ocurren casi en simultáneo. No es que quería enloquecerlxs.
Voten y comenten, háganos felices!
Gracias por leer, Demonios!
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