68. Una cita peligrosa (Parte I)
68. Una cita peligrosa (Parte I).
El campus era un hervidero de estudiantes yendo y viniendo, entre gritos y risas de compañeros que se saludaban después de las dos semanas de receso. Sólo unos pocos se encontraban entre los recién ingresados.
Y Aurora era uno de ellos.
Su estómago estaba tenso de nervios juguetones. No tenía idea de qué esperar, salvo lo que Steve le había estado contando, pero nunca comprendería realmente de qué se trataba todo ello hasta que lo viviera.
Había tenido que insistirle a su posesivo esposo para que la dejara avanzar sola ese día, pero la había retenido en el vehículo conducido por Andrew con besos demandantes que sintió como tatuajes en sus labios.
Rio por lo bajo, recordando cómo refunfuñó al dejarla salir, no sin antes nalguearle con fuerza.
Se detuvo contemplando el edificio donde todo comenzaría para ella.
Inclinó su cabeza cubierta por un gran gorro de lana que caía de lado dejando apenas visible sus dorados bucles que rozaban sus hombros, y sonrió feliz.
Un cuerpo chocó con ella, sacudiéndola de sus ensoñaciones, aunque no del lugar, donde se mantuvo fija sobre sus pies.
Se dio media vuelta, encontrando a una hermosa chica de cabello largo y negro, atado en una coleta alta, sentada en el suelo, con cara de dolor y sus libros desperdigados en el suelo. Estaba segura de haberla visto antes, el día que había realizado los I-SAT.
—Auch. Eso dolió —masculló.
—¿Estás bien?
—Sí, claro —se sobó la zona afectada al arrodillarse para recuperar su material de estudio. Aurora de inmediato la imitó, ayudándolaa juntar sus cosas—. Siento como si hubiera chocado con una pared. ¿Cómo es que ni siquiera te inmutaste, si pareces tener cuerpo de modelo?
Aurora rio.
—Estaba bien afirmada al suelo.
—Qué envidia. Yo terminé comprando este pedazo de terreno con mi culo.
—Lo siento.
—No te preocupes. La que venía distraída era yo —explicó, poniéndose de pie junto al obstáculo humano con el que había topado. Ojeó los libros que la rubia había dejado a un lado mientras la asistía y que ahora recuperaba en sus brazos, acomodándose unas grandes gafas de marcos negros—. Vaya, esos libros se ven complicados. Debes ser toda una geniecita.
—Se me da bien —respondió sonrojada, encogiéndose de hombros—. Estudiaré ingeniería genética. Hoy es mi primer día de clases y estoy muy emocionada.
—Recuerdo lo que era ese sentimiento. Ahora, sólo deseo terminar mi carrera.
El tono usado las hizo reír.
—Estudias abogacía, ¿verdad? —señaló los tomos de leyes—. Eso también es complicado.
—Ni que lo digas —se autocompadeció—. Y tú estarás con el profesor Suspiros.
—¿Suspiros?
—Porque arranca suspiros a las estudiantes.
—¿Hablas del Profesor David Eastman?
—Ah, ya lo identificaste. Eres una chica traviesa.
—No —arrugó su frente con desconcierto—. Eso sería incorrecto siendo un profesor.
La joven unos años mayor que Aurora la miró con una media sonrisa, sorprendida por la fresca inocencia de la rubia.
—¿De dónde saliste?
—¿Yo? —esquivó nerviosa, bajando la mirada—. De ningún lado. Estaba claro que hablabas de él porque estoy yendo a su clase. Además —levantó la mano, mostrando la señal de su matrimonio—. Estoy felizmente casada.
—¡Vaya tamaño de roca, chica! Bien hecho —festejó guiñándole el ojo—. Bueno, puedes estar casada, pero tus ojos son libres de mirar.
—Me recuerdas a una amiga —rio, relajándose—. Dice que mientras se usen los ojos y no las manos, no hay problema.
—Coincido con tu amiga. —Aunque ella bien que había usado más que sus manos en dos hombres diferentes—. Ven, imagino que no sabes dónde queda tu salón.
En realidad, sí lo sabía. Había memorizado las aulas, pero la estudiante estaba siendo tan amable que no quiso negarse a su compañía.
—Por cierto, soy Carly Miller.
Aurora pestañó, reconociendo de inmediato el nombre debido a Chris, que no se lo pudo guardar cuando les pidió ayuda. Se asombró una vez más cómo los hilos de la vida se unían en una telaraña cada vez más entreverada.
Cambió rápido a una sonrisa franca.
—Aurora. Woods.
—Un gusto. Y bienvenida a la Universidad de Columbia.
Horas después salía prácticamente dando saltos de alegría.
Sus clases iniciales habían sido tan estimulantes. No tanto por el contenido —considerando que prácticamente lo tenía sabido de antemano—, sino por compartir la interacción entre docentes y estudiantes. Algunos, torpes; otros muy acertados.
Ella se limitó ese día a escuchar, sin atreverse a participar y así llamar la atención.
Pero no dudaba de que pronto, no aguantaría más las ganas de brincar en su asiento.
Y encima, había tenido ya sus primeras pruebas —en toda su vida—, las cuales se suponía que eran de repaso de conocimientos previos.
Estaba entusiasmada.
Notó a lo lejos el coche que la aguardaba y apuró el paso, con su enorme sonrisa atravesando su sublime rostro.
Steve salió a recibirla con sus brazos abiertos, atándola a su cuerpo cuando se lanzó contra él.
—Mi niña, ¿qué te tiene tan alegre? ¿Es que tanto me echaste de menos en tu primer día de clases?
—Te he echado muchísimo de menos. Pero no es lo único que me tiene feliz. He conocido al Dr. Eastman. Bueno, profesor, porque es el titular de la cátedra de Genética. Realmente es muy inteligente. Y el profesor de antropología es muy interesante.
—Pero no tanto como tú.
—Ya lo comprobaremos —soltó entre risas.
Pasaron al interior del coche, donde saludó a Andrew sentado en el lugar del conductor.
—¿Y cómo fue tu camuflaje? —interrogó, quitándole los lentes para darle un profundo beso.
—Es sorprendente lo distraída que puede ser la gente. Nadie pareció percatarse de que soy Aurora Sharpe.
—Y tú creíste que la idea era absurda. Las personas están tan ensimismadas, que miran sin ver.
—¡Es que sacaste la idea de un superhéroe! —se carcajeó—. Es ridículo. No creí que resultara.
—Pues a Superman le funciona.
—No tengo bien en claro quién es... pero ahora tengo curiosidad. ¿Tú leías sobre él?
—Soy más del estilo Batman. Ya sabes, multimillonario mujeriego de día, de noche un héroe enmascarado de espíritu vengativo —aclaró con un tinte vanidoso que la hizo reír.
—Eso deduje por el regalo de Chris. ¿Ese entonces es tu favorito?
—Cuando era un niño, y parte de mi adolescencia. Pero ya es una etapa que ha quedado atrás —comentó rechazando cualquier sentir de añoranza.
—Si a ti te interesaba en tu adolescencia, a mí me interesa también. ¿Hay alguna superheroína?
—Muchas. Yo te veo como la mujer maravilla. Una diosa amazona bellísima, de habilidades guerreras y corazón noble.
—Me gusta. ¿Ella también se ocultaba?
—Así es.
—Eso es tan triste —se lamentó—. Ojalá no tuviera que ocultarme. Aunque entiendo que por ahora es lo mejor. Al menos en la universidad. Especialmente para evitar que me resientan por ser tu esposa y el haber ingresado como lo hice.
—Lo sé, mi amor. Pero no te lamentes. Eventualmente podrás pasearte por la universidad sin preocuparte porque te señalen. Para ese entonces ya les habrás demostrado lo brillante que eres y que tu lugar aquí es merecido.
Se habían estado moviendo con lentitud por el estacionamiento con tanta circulación de estudiantes, cuando Aurora, al mirar por la ventanilla, descubrió a Carly con una pareja en un extremo del lugar.
—Esa es Carly Miller —le señaló a Steve—. La amiga de Chris. Estudia aquí.
—Vaya, qué casualidad.
Este comprendió de inmediato lo que podría estar ocurriendo, y agudizó su vista hacia el punto de encuentro, girándose en su asiento, acercándose más a su mujer.
Parecían estar despidiéndose.
Aurora y Steve cruzaron una mirada comprensiva y toda la energía alegre se esfumó.
Retornó a su asiento, estirando su saco y la fría dureza ocupando sus rasgos.
—Andrew, sácanos de aquí. Tenemos que prepararnos para una cita peligrosa.
Los negros ojos se posaron en su jefe desde el espejo retrovisor, asintiendo mudo.
Reconocía esa acerada mirada como la del hombre que dejaba de ser Steve Sharpe y se convertía en... algo más.
***
—Voy a echarlos de menos —se lamentó Carly abrazando a Mikola y Taylor.
—Y nosotros a ti.
—Al menos se irán juntos. Me alegro tanto por ustedes.
Mikola presionó contra sí a Taylor, como si por fin estuviera viviendo el sueño tan anhelado, sin importar las circunstancias que lo llevaron a él.
—Bueno, cupcake, es mejor que nos vayamos.
El hombre dio un último beso en la mejilla a Carly y le cedió el momento a Taylor, metiéndose en el pequeño lugar del conductor del automóvil de la rubia.
—No sé cómo agradecerte Carly. Y a tu hombre.
—Chris... No es... Es complicado.
—¿Es ese el del martillo hidráulico? —rio risueña, chocando su cadera de lado contra la de Carly, que se carcajeó—. Estabas en lo cierto. Se nota que es un buen hombre. Conquístalo chica. Que se olvide de la otra.
Apenas pudo esbozar un intento de sonrisa, siendo que ese ya no era el único problema.
—Tú cuida de tu pastelero. Fóllatelo hasta sacarle los ojos. Por todo el tiempo perdido. Y cuando volvamos a vernos, me cuentas todos los detalles.
—Lo haré. Voy a gastar ese pene —bromeó. Se abrazaron una vez más, con fuerza y lágrimas contenidas—. Ay, Carly, ya te estoy extrañando.
—Y yo —inhaló y exhaló, controlando su tristeza—. No seamos melodramáticas. No es como si te fueras para siempre.
—Cierto. Te quiero —se despidió antes de meterse en su carro.
—¡Yo también! —gritó, escuchando en respuesta una bocina final.
Los vio alejarse, saludando con su mano a la distancia, con un nudo en el pecho.
***
Sus ojos bicolores seguían los movimientos de las puntas de sus dedos sobre el lienzo, sumergido en los rastros invisibles de cientos de caricias dejadas durante meses.
Repasó una vez más los círculos dorados que componían sus iris, las sinuosas curvas de unos labios carnosos y el perfil de unos redondos y turgentes senos de pezones rosados.
Volvía a comprobar que ya no tenía efecto sobre él. Ni siquiera la mirada apasionada que había retratado desde su memoria.
—Nada —dijo para sí, sosteniendo con su boca el cigarrillo casi consumido que lo había estado acompañando—. Te quiero, mon trésor, pero ya no eres mi futuro.
Parpadeó, rompiendo el encantamiento.
Desechó el tabaco en el cenicero.
—Debería dárselo al cabrón de tu esposo. Eso sería divertido de ver —se rio imaginando la rabia arder en el gélido semblante al contemplar el erótico retrato de su mujer—. Bah. No vale la pena.
Comparó el otro dibujo que tenía a un lado. Junto a este, una carta robada dirigida a Santa Claus.
Sostuvo entre sus dedos el inocente pedido de un niño, sintiendo el fuerte galopar de su corazón contra sus costillas.
Una sonrisa se abrió sobre su boca.
Se puso de pie, tomando la pintura y con ella caminó hasta el hogar encendido. Lanzó el retazo que funcionó como consuelo y a la vez tortura durante los peores meses de su vida adulta.
Mientras las llamas consumían la textura de la tela y la pintura, con movimientos sensuales y atrapantes, dejó que su mente regresara a la noche anterior, en Las Ninfas, cuando una enigmática Eco fue a su estudio.
<<—Quiero agradecerle señor Verbeke.
—¿Por qué?
—Por haberse preocupado por mí. Y... quería decirle algo. Es sobre Daphne. Gigi.
—¿Qué hay con ella? —se alertó.
—Ella está decidida a irse de su nuevo apartamento. Lo hará mañana por la tarde.
Eso lo recibió como una patada en los huevos.
—¿A dónde? —preguntó desconcertado.
Le respondió encogiéndose de hombros, dándose la vuelta y encaminándose hacia la salida con su natural coquetería, pero fue detenida por Peter.
—¿Por qué me dices esto?
—Porque pensé que debía saberlo —le guiñó un ojo—. No soy tan tonta como la mayoría cree. Sólo le pido que no la lastime.
Y con ello, abandonó la habitación>>.
Había sido tan extraño.
Pero lo agradecía.
Porque había estado demorando el hablar con Gigi después de aclarar sus sentimientos con Aurora. Su Freya.
Sin embargo, en ese momento, el tiempo apremiaba y sabía que debía ir por ella.
Por ambos.
Se irguió, dispuesto a ir a reclamar lo que ya consideraba suyo, sin concederle la posibilidad a la pequeña castaña cobriza de ojos otoñales a que se rehusara a escucharlo.
A huir con él.
Regresó a la mesa baja donde reposaban los dibujos infantiles y tomó el pedido navideño. Lo dobló y lo guardó en el interior de su saco de vestir palmeándolo contra su pecho con una sonrisa orgullosa.
Cerró la puerta y silbando, se dejó atrapar por el elevador, con último pensamiento:
<<Estoy yendo, mon chaton. Espérame>>.
***
Los guardaespaldas escucharon el tintineo agudo del elevador anunciando una llegada. Sabiendo que el piso estaba reservado exclusivamente para su jefe, se relamieron expectantes.
Las puertas se abrieron y frente a ellos, en el otro extremo del largo pasillo, una ardiente e insinuante mujer se deslizó como lava hacia ellos.
Venía casi toda de negro. Un largo abrigo desabotonado mostraba un interior color escarlata. Debajo de este, lucía un vestido corto con un apretado escote que alzaba sus turgentes senos, y sus piernas kilométricas se extendían con botas de altos tacones hasta la mitad de sus muslos. Su cabello corto hastaun poco más abajo de los hombros era igual de oscuro que la noche.
La joven sonreía seductora, sin dejar de escudriñar el lugar. A mitad del pasillo, otro se abría de manera transversal, dejando ver a través de una ventana de tamaño completo el edificio de enfrente.
Se detuvo ante la puerta de la suite, recibiendo la doble mirada libidinosa.
—Hola guapos. ¿Qué tal?
La miraron de arriba abajo.
—Tú no eres la misma de la otra vez —comentó suspicaz uno de ellos.
—Le gané la partida —guiñó un ojo—. No pueden culparle a una chica por querer hacer dinero—añadió melosa con un mohín, arañando su prolija y recortada uña pintada de negro por el duro pecho.
El otro guardián sonrió de medio lado mostrando un colmillo.
—Después del jefe, podemos hacerte ganar más dinero, chiquita.
—Suena tentador —le tiró un beso al que habló—. Si me lo permiten, debo contentar a un cliente.
Quiso avanzar, pero la gran mano del primero la detuvo por el centro de su pecho de forma descarada. La prostituta alzó la cabeza, topándose con un par de pupilas dilatadas y una sonrisa ladeada.
—Primero, debemos revisarte.
—Cuestiones de seguridad.
—Claro —respondió fingiendo aceptarlo—. Toda suya —masculló.
En un suspiro los tuvo a los dos rodeándola. El de atrás, inició su inspección desde los tobillos, ascendiendo con deliberada lentitud hasta alcanzar el redondo culo por debajo del vestido, al que magreó con vicio.
El del frente, comenzó su recorrido por las tetas, que apretujó con sus manos, rozando la suave piel de sus montes, y luego siguió por el perfil de sus curvas, hasta colar la mano por entre sus piernas.
Ella se mantenía inmutable, con los ojos color petróleo fijos en los del hombre delante suyo.
Su sonrisa estaba rígida en una mueca impostada.
—Estás limpia.
—Gracias por comprobarlo con tanta dedicación —parpadeó coqueta, siguiendo la actuación—. Ahora, muchachotes, mejor aléjense un poco. Haré gritar al jefe y a no ser que quieran tener un gran problema en los pantalones —miró hacia abajo—, mejor dicho, que su problema aumente, manténganse lejos.
—¿Por qué lo haríamos? Sería nuestro precalentamiento.
—Si son chicos obedientes, el precalentamiento lo harán conmigo —apretó con una mano las mejillas del mismo hombre, depositando un ligero beso en su comisura—. Es hora de que me dejen pasar.
Uno de ellos sacó del bolsillo lateral del saco la llave electrónica que le daría paso a la joven, regresándola a su lugar después de que la pequeña luz verde la habilitó.
Cuando las puertas se cerraron dejándola sola en la sala de la suite, sus sentidos se agudizaron.
—¿Hola?
—Por aquí, belleza.
Dos dedos buscaron uno de sus aretes y lo giró, activando de manera remota el localizador que la conectaba con su ángel guardián.
Peinándose los lacios cabellos negros, siguió la voz que parecía provenir de la habitación a un lado.
Abrió las puertas dobles y ante ella encontró al obeso ricachón que sería su objetivo. Arrugó la nariz al sentir el penetrante olor a sudor y excitación que impregnaban el lugar.
Una vez más, se rearmó para mantener su personaje y con todo su arsenal de seducción, se adentró.
La miró con molestia, poniendo de inmediato el rojo en su rechoncho rostro al erguirse en la cama donde se encontraba casi desnudo, mostrando la redondez de su prominente estómago y su pecho lleno de vello. Sólo unos bóxers ocultaban su masculinidad.
—¿Y quién eres tú? No eres Eco.
—No. No lo soy. Me envió Adam —avanzó moviendo sus caderas hasta el borde de la cama, dejando caer su abrigo al suelo—. Consideró que sería una mejor opción para usted. Yo soy... más abierta a todo tipo de juegos —entonó de manera provocativa, enviando descargas eléctricas directamente al pene del ancho hombre.
—¿Todo tipo?
—Cualquier juego que su mente invente.
La molestia desapareció y en su lugar la lascivia brilló en sus ojos.
—Eso me gusta mucho. Acércate, muchachita, pero antes, quítate un poco más de ropa.
Algo en su voz la estremeció, y no era por el desagrado que le producía. Había una sensación que arañaba en su subconsciente sin poder identificarlo. Recomponiéndose, dejó de lado su inquietante impresión, sonriendo para comenzar a bajarse la parte de arriba, dejando su lencería negra a la vista.
Siguió deslizando el resto de la tela hasta que cayó a sus pies como un aro oscuro, para lucir el encaje que combinaba con el sostén.
—Eres toda una delicia.
La manera en que paladeó esa última palabra la ubicó en el lugar que semanas atrás había escuchado esa voz, esa inflexión.
Lo supo.
Era el hombre obeso que había visto de espaldas en el ballet.
En su memoria se estrellaron las frases robadas a la distancia.
<<Esas muchachas fueron una delicia>>.
<<Estoy interesado en piezas extremadamente jóvenes>>.
<<Para... limpiar en casa. Ya sabes, realizar cierto mantenimiento en mi persona>>.
Sin quitarse los tacones, se subió al colchón, de pie, deteniéndose con sus extensas y dominantes piernas a cada lado de la pelvis del cliente, obligándolo a volver a recostarse para admirar desde abajo a la prostituta que irradiaba llamaradas.
Subió sus gruesos dedos como salchichas por las extremidades, pero perdió el control de una cuando esta clavó en el medio de su pecho la punta del tacón, punzando como un puñal.
—Visto que le gusta la rudeza —dijo entre dientes, enterrando más la punta en la grasa corporal, disfrutando la mueca de dolor—, podríamos divertirnos mucho. Sé exactamente qué hacer con hombres como usted.
—Me... duele —protestó, tratando de quitarse la presión con ambas manos.
Pero fue en vano.
El pie sólo liberó su peso para volar a su cara, en una patada que lo descolocó, llevándolo a un mundo de oscuridad.
—¡Despierte, señor Grant!
La segunda bofetada cumplió con su cometido, haciéndolo reaccionar con dolor. Pero al querer gritar por ayuda, comprobó que su boca estaba amordazada. Y sus muñecas atrapadas a cada lado de la cama, en la cabecera.
Quiso sacudirse furioso, pero el frío de un cañón silenciado contra su sien lo congeló. Sus ojos giraron abiertos con espanto hacia el origen de la amenaza, encontrando un cuerpo alto y atlético, vestido todo de negro con pantalones cargo, una sudadera cuya capucha cubría la cabeza, una gorra y una máscara que tapaba desde su nariz hasta el cuello. Sus manos enguantadas y la sombra de la visera hacían imposible que pudiera obtener alguna otra pista sobre el misterioso atacante.
—Bien hecho, linda —felicitó con voz amortiguada por la tela que cubría su boca a la joven que se hallaba de pie en el extremo opuesto—. Ahora señor Grant, estamos aquí para hacer un par de demandas que, para su salud, será mejor que siga al pie de la letra.
Pataleó, gimoteando, pero la chica junto a una de sus manos, tomó de rehén al meñique y lo quebró, haciéndolo gritar tras la mordaza.
—¡Oh! ¡Sí! ¡Deme más! ¡Usted sabe cómo hacer gozar a una mujer! —exclamó por lo alto, impostando un tono agitado y encendido.
Steve la observó por debajo de la gorra con sorpresa y ella respondió encogiendo uno de sus hombros.
—Esperan gritos de gozo, se los doy. Demasiado silencio podría ser sospechoso.
Aceptó con una media sonrisa cubierta, conforme, antes de proseguir.
—Será conveniente que colabore. De lo contrario, los otros nueve dedos acompañarán al pequeño. ¿Entendió?
—Si es bueno, saldrá de aquí con vida. Qué tan ileso, dependerá de usted.
Con lágrimas en los ojos, asintió.
—No nos gustan los hombres abusivos, que espantan a las mujeres, no importa que se dediquen al sexo —murmuró con su suave voz cerca del rostro sudado—. Olvídese de Eco o de cualquier otra mujer y no regrese a Las Ninfas.
—Queda advertido. Si nos enteramos que abusó de alguien más, volveremos cuando menos lo espere, pero no seremos igual de amables.
Los ojos se abrieron como platos.
—¿Está comprendido? —preguntó amenazante, empujando la punta del arma. El asustado hombre sacudió la cabeza—. Eso esperamos.
Relajó el brazo, despejando la frente empapada.
—Yo tengo un par de preguntas.
Steve permaneció quieto, dándole la libertad para dirigir la siguiente parte.
—Bien. Mi acompañante le quitará la mordaza, pero no gritará, porque antes de que sus gorilas vengan, le pondré una bala en el cerebro.
Volvió a afirmar.
Aurora le quitó el obstáculo, sin embargo, sus largos y delgados dedos se cerraron alrededor del grueso y corto cuello, logrando con su fuerza sobrehumana controlar su voz.
—¿Qué son piezas jóvenes? ¿Muchachas? —Primero la contempló desconcertado, pero ante el grillete de los dedos, terminó asintiendo—. ¿Son prostitutas que trabajan en Las Ninfas?
—No —respondió de forma ahogada por la presión en su garganta.
—¿Son... —temía preguntar—, esclavas? ¿Las compran?
No emitió sonido, por lo que Aurora, cruzando mirada con su esposo, le cedió a este el turno de romper el siguiente dedo, cubriendo su boca para mitigar el aullido.
—Responda. Y sin mentir.
—Sí, sí... —tembló entre lloriqueos.
Los negros ojos de la joven que lo controlaba parecían rodearse de un aro de fuego, lo que lo espantó por completo.
—¿A quién se las compró?
—A-Adam. Verbeke. Es uno de los dueños del club.
—¿Quién es el otro? —indagó Steve.
—No lo sé. Nunca lo vi. Creo que es su hermano. Dos belgas.
Aurora pareció titubear y envió su pedido de ayuda a Steve, que tomó la pregunta que sabía era necesaria hacer.
—¿Tuvo que ver con la muerte de la jovencita que encontraron en la costa?
Intentó negarlo, pero la comprensión en sus ojos —que de inmediato pasó al terror—, fue toda la confesión que Aurora necesitó.
N/A:
Vengo con un poco de escándolo por acá, jejeje...
Bueno, nos despedimos de Eco y Mikola, deseándoles lo mejor.
Como habrán visto, adoro conectar personajes en telarañas. Carly y Aurora se toparon sin querer. No será la única vez que se vean.
La siguiente parada tiene un poco de persecución.
No se olviden de comentar y votar!
Gracias por leer, Demonios!
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