Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

67. Si pudiera desear... desearía... 🔞

67. Si pudiera desear... desearía...

Sus labios se mantenían estirados en una curva pronunciada que no podía borrar. Sus ojos cerrados —a imposición de delicioso captor—, no impedían que reconociera el camino sobre las que giraban las ruedas del vehículo.

Cuando sus sentidos la habían ubicado en dirección a la propiedad de su padre, una nueva vuelta inesperada la hizo ampliar su sonrisa, con su estómago cargado de mariposas por la anticipación.

No quiso decir nada.

Unos minutos después del desvío, sintió la detención momentánea del Audi antes de reemprender un corto trayecto a baja velocidad, y a su memoria regresó su primer encuentro.

Una llegada tan distinta a aquella como la noche del día.

El miedo del pasado ahora tenía sabor a diversión, emoción.

A hogar.

Mordió su labio resistiendo la imperiosa necesidad de abrir sus ojos.

Al igual que podía ser una niña impaciente, era disciplinada cuando daba su palabra.

Y le había prometido a Steve que no abriría los ojos hasta que no se lo dijera.

Una nueva parada, en un camino amortiguado por la nieve, le dio la señal del final del recorrido.

—Espera mi niña.

Notó cierto tono juguetón antes de escucharlo descender del coche.

Su puerta se abrió y las fuertes manos la asieron con delicadeza, guiándola al exterior hasta que se paró en sus pies.

—Sé que estás totalmente consciente de dónde nos encontramos, así que, mi hermosa esposa, gracias por no hacer trampa. Tendrás una gran recompensa. Dura, salvaje y... —sus labios susurraron contra su mejilla antes de depositar un sostenido beso—. Bueno, ya sabes el resto.

No pudo evitar reír.

Ahí estaba otra vez el timbre travieso, y eso fue música para sus oídos.

—Ya puedes ver, mi amor —permitió, besándola otra vez, pero sobre su sien.

Abrió lentamente sus ojos, parpadeando un par de veces.

Y aunque sabía su ubicación, su corazón brincó en su pecho frente a la imponente entrada de la mansión que la había visto llegar meses atrás.

—¡Steve! ¡Es increíble! Está como nueva.

—La he reconstruido para ti. Y no has visto nada. Vamos. Quiero mostrarte algo primero.

Rápidamente abrió la puerta al pasajero restante, que bajó de un salto y con entusiasmo inició un reconocimiento que se interrumpió cuando Steve tomó de la mano a Aurora, y en lugar de hacerla pasar al interior rodearon la edificación, obviando la gran puerta de madera, seguidos por el cachorro.

Intrigada, y disfrutando de la inhabitual ansiedad de Steve, se dejó arrastrar y pronto se vieron a un lado de la mansión, en medio del jardín lateral cubierto de nieve.

Sus ojos contemplaron cautivados el árbol de cerezo frente al que Steve la detuvo. Parecía desfallecido, con sus raquíticas ramas elevadas al cielo. Pero sabía que la vida emergería en unos pocos meses.

Hunter, juguetón, lo rodeó, marcándolo antes de continuar con su exploración en el inmenso parque por conocer.

—Esto... ¿por qué...? —Se le hizo un nudo en la garganta. Miró a Steve, que le devolvía una suave sonrisa—. Es un cerezo.

—Dijiste que había de ellos en la casa del doctor Tasukete. Y que seguramente tu piel huele así por el perfume de sus flores. Quise... no sé. Recordarte que a pesar de dónde vienes, o cómo has nacido, tienes magia. Cada vez que este árbol florezca, recuerda que gracias a todo lo vivido, estamos hoy aquí. Juntos. Tú y yo. Sé que se verá mejor cuando llegue el calor.

—Lo hará —rio—. Esto es hermoso, Steve. El árbol de cerezo representa la vida y la muerte. La belleza y el caos. Recuerda que la existencia puede ser fugaz, pero que después de lo que parece desesperanza, regresa la vida. ¿Sabes que en Japón existe la leyenda de Sakura?

—Como tú has hecho conmigo —ronroneó con los ojos encendidos. Cambió su mirada a una curiosa—. ¿Cómo es eso de Sakura?

Aurora curvó su sonrisa.

—Cuenta la leyenda que un hada le dio a un árbol sin florecer la posibilidadde hacerse humano. Pero sólo tenía veinte años para lograr dar flores. Si después de ese tiempo no lo conseguía, moriría. El árbol, hecho humano, un día se topó con una joven hermosa y pronto se enamoraron. Ella se llamaba Sakura. Y él Yohiro, que significa esperanza. Pero cuando él le confesó que iba a morir porque el plazo casi vencía, ella, el último día, cuando él se había convertido en árbol, lo abrazó y le dijo que lo amaba. El hada apareció y le dio a ella la posibilidad de elegir, entre seguir siendo humana o fundirse en Yohiro. El amor no la hizo dudar y decidió permanecer con él. Así, se volvieron uno. Y desde entonces, el árbol dio las hermosas flores del cerezo.

—He escuchado muchas leyendas y la mayoría son tragedias. Pero me gusta esta —dijo conmovido, apretando contra su cuerpo a su preciosa hada—. Así me haces sentir tú, Aurora. Me estaba muriendo y tú, con tu amor, me salvaste.

—Nos hemos salvado mutuamente.

No podían dejar de hundirse en la mirada del otro. Aurora rodeó con sus brazos el cuello de Steve y este se aferró a su nuca, con necesidad y pasión, para lanzar su boca contra la carnosa que lo seducía, reclamándole un beso que los uniera.

El calor de sus alientos les insufló vida y se perdieron en el roce de sus lenguas, en la suavidad de sus labios, en el ritmo de su palpitar.

Se despegaron agitados y con sonrisas atontadas, uniendo sus frentes. Depositó un tierno beso en su nariz y otra vez se la llevó de la mano.

—Todavía tenemos más por recorrer.

Se adentraron a la vivienda desde una de las puertas vidriadas.

El frío interior los recibió, por lo que Steve de inmediato se acercó al hogar para darle el gas que lo encendiera, en tanto Aurora giraba en redondo.

—Esto es fabuloso. No lo puedo creer. Está prácticamente igual a lo que era antes.

—Bienvenida a nuestra casa, mi niña —indicó, regresando a ella.

—Nuestra —se ruborizó—. ¿Ya está lista?

—Así es. Completamente.

Deambuló por la biblioteca, pasando por el despacho privado, viendo en su cabeza las escenas compartidas, hasta la última donde creyó que su mundo se desmoronaba.

Contrastó la oscuridad de esa terrible noche con la luminosidad del día que comenzaba a apagarse. La anaranjada luz envolvió el espacio en un encantamiento, borrando aquel horror vivido, sabiendo que le darían un nuevo comienzo.

Steve, mientras tanto, se había mantenido atrás, contemplándola en silencio, dejándola procesar lo que imaginó que su mente recrearía. En cambio, Hunter, olfateaba cada rincón de su nuevo parque de diversiones, tan entretenido con los descubrimientos, que ignoraba a los humanos.

Aurora regresó a pasos flotantes al amplio salón y sus manos fueron a reconocer al único mueble que no integraba el anterior conjunto. 

Sonrió, resplandeciendo para el hombre, que se acercó ante su luz dorada.

—Me gusta que hayas añadido un piano. Es hermoso. —Sus dedos se movieron ligeros en una corta melodía, desde su posición de pie—. ¿Pero por qué compraste otro? Sólo teníamos que traer el que me regalaste por mi cumpleaños.

—Pues, para que puedas hacer música en cualquier lugar, cuando quieras.

—¿Cómo? ¿No permaneceremos aquí?

—Ahora que comenzarás la universidad, creo que lo más conveniente sería que viviéramos en la ciudad durante la semana y venir los fines de semana aquí. Sé que amas este lugar y lo prefieres sobre la ciudad. Serán cuatro o cinco años que pasarán volando.

—Lo haré en dos. —Steve esbozó su sutil sonrisa con orgullo. Estaba seguro de que sería así—. Tienes razón. Suena lógico.

—Suelo tenerla.

—Engreído.

—Tengo una larga lista de aciertos que me avalan.

Sus campanillas cantaron al reír.

—Te amo.

—Me amas y amas que sea este engreído.

—Te amo por completo. Engreído y todo.

El calor del perfecto y musculoso cuerpo la alcanzó por la espalda. Su embriagante perfume se coló por sus fosas nasales y cerró los ojos para ahogarse en este.

Gimió cuando su espalda fue apuñalada por el bulto atrevido que esgrimía su esposo.

—También amas mi polla y que te folle con ella. Que te taladre como un cavernícola y te haga correrte como una interminable fuente de jugos.

—Steve —jadeó—. Creo que es hora de estrenar la casa.

—Esa es mi chica. Una dulce diosa, y una sucia pervertida. Voy a romper la cama dándote toda la noche.

—Menos conversación y más acción.

Obediente, cargó a la muchacha con ansiedad, sentándola con un estrépito quejumbroso de teclas sobre el piano, donde el recorrido parecería que comenzaría con dos manos coladas entre sus muslos.


Llegaron sin ropa a la habitación principal en la tercer planta, con sus cuerpos unidos en un abrazo férreo y piernas apretadas a la cadera masculina. Con sus lenguas batallando por el control.

Adentro, la reciente noche los envolvió y la enorme cama se hundió cuando Steve, desesperado, la dejó caer.

Perdió la cabeza cuando las esbeltas piernas se abrieron, llamándolo a invadirla, y el fulgor de sus iris lo hipnotizaron, atrayéndolo hundido en un trance. La cercanía de su piel aromática lo terminó por enloquecer.

Saltó al suave lecho de rodillas y la tomó del tobillo, arrastrándolo hacia él con risas lujuriosas.

La hizo ubicarse sobre él cuando se acomodó sentado con las piernas estiradas, pasando sus elásticas extremidades por detrás de su cintura. Se movieron con fuerza cuando se hizo engullir por su canal, ella encima de él, mientras el hombre sujetaba con sus fuertes manos la espalda de su mujer, presionándola contra su rostro para besar y morder cada centímetro de su pecho, tironeando se sus duros pechos, y saboreando su deliciosa boca de cereza.

Adoraba verla en cada gesto al hacer el amor. Maravillado por su visión, deslizó su mano hasta el frágil cuello y lo dominó, delineando con su pulgar la boca que emitía dulces gemidos. Invadió con el dedo su cavidad y el fuego en su interior terminó de abrasarlo cuando la descarada joven, de piedras refulgentes, lo succionó con fruición.

—Puta madre, Aurora. —Empujó su pelvis con ahínco—. Verte hacer eso con tu boca me vuela la jodida cabeza.

Quitó el dedo para darle el placer a su lengua y labios de poseerla de manera brusca y perversa.

Ella respondió con mordiscos y gemidos de placer, para llegar así al primer orgasmo.

Pero no fue suficiente.

Enseguida, Steve tomó al liviano cuerpo de su mujer y la volteó, sentándola otra vez sobre su entrepierna y volvió a moverse con ritmo en el interior de ella. Aurora se arqueaba hacia atrás, disfrutando de aquellas nuevas experiencias a las que su ardiente marido la sometía.

Completamente ido en una nebulosa de lujuria, le hincaba los dientes cada vez con más ímpetuen los hombros y la espalda que tenía frente a sí, llevando sus manos a los pechos redondos de la joven.

Se mantuvieron en una frenética danza hasta que volvieron a sentir la tensión en sus músculos, producto del orgasmo resplandeciente que los recorría. Ella cayó hacia adelante, sobre el colchón, con su cabeza colgando hacia afuera, sin saber que aún no era suficiente para un inagotable Steve, que parecía recargarse de la energía dorada con cada orgasmo para retomar con más impulso un siguiente juego erótico.

Las callosas palmas subieron por sus piernas hasta llegar a su glúteos, que apretó con hambruna. Sus dedos serpentearon hasta la cadera y de un enérgicomovimiento, la dejó en cuatro para él, con todo su culo elevado para su deleite.

Sus manos siguieron por la espalda, que se expandía y comprimía por la ansiosa respiración, hasta atraparla por los hombros. Recostó su torso sobre ella y con posesividad, empuñó su cabello para ordenarle sin hablar que le devorara la boca.

Se besaron y mordieron, y en su limbo, Steve aprovechó para enterrarse otra vez en ella, que cortó el beso con un jadeo.

Irguió su cuerpo y pronto estuvo girando su pelvis contra las suaves nalgas, jugando con ritmos y otros movimientos enloquecedores, recibiendo en un armonía frenética la cadera anhelante de su esposa, que se movía encontrando sus empujes.

Aurora no podía creer la energía con la que la hacía gozar. Ella, que nunca sudaba, que no conocía de fatiga, estaba siendo superada en resistencia por el hombre.

Un nueva cima los detuvo en un rictus de placer. Y esa vez, cayeron los dos, empapados y agotados sobre el borde de la cama.

Volteó a ver a su marido, que respiraba de forma agitada.

—Agradezco a todas las que estuvieron antes de mí, si esto es lo que te enseñaron. —Pasó sus manos por su cabeza, para recobrar la cordura y suspiró—. Esta noche me has impresionado. Nunca había sudado tanto.

—Gracias —rio.

Se recostó sobre su lateral, apoyando su cabeza sobre su mano. Miraba el cuerpo húmedo de su diosa, perlado por las gotas de sudor y sintió una vanidosa satisfacción. Sabía que cansarla era una tarea ardua y casi imposible.

Casi.


Habían estado toda la noche haciendo el amor como dos desahuciados frente al fin del mundo, ignorantes del tiempo que se fue escurriendo. Sólo cuando comenzó a clarear, la razón regresó a ellos en un nuevo día.

La luz dorada entrante alumbró el rostro fuerte y atractivo de Steve. Ella siguió su perfil y se detuvo en su boca. Esa boca que la derretía.

Subió a sus ojos de zafiros, que atravesaban su alma con una luminocidad fascinante.

La mano de Steve mimaba su mejilla.

Su simple tacto la colmaba de felicidad.

Adoraba a ese hombre.

El que la había salvado. No sólo de Arata Yoshida, sino también de una muerte segura, que ella había decidido sobre su propia vida. Y lo más importante, le había dado la libertad. La libertad de decidir sobre su vida. La libertad de ser ella misma.

La libertad de amar.

De amarlo.

Sonrió.

Steve la imitaba, extasiado por la magia que lograba el alba en sus ojos, recorriendo su boca, sus pómulos, su nariz y se perdió en sus grandes ojos enmarcados en sus largas pestañas.

Habló como si estuviera en un sueño.

—Tú me llenas de vida. De una vida alegre que quiero vivir a tu lado. Y la energía con la que me inundas me empuja a perder el control de mí mismo.

—Me gusta que pierdas el control conmigo. —Miró el cabello revuelto de Steve. Le fascinaba que lo tuviera así, caído sobre su frente, como evidencia de esa pérdida de dominio. Pasó sus dedos entre su suave cabellera—. Te amo. Desde el momento en que te conocí. No te das una idea lo que me has dado. Siempre dices que yo te rescaté, pero tú me has enseñado a vivir. —Sus ojos temblaban por las inminentes lágrimas que los humedecían.

—Oh, Aurora, mi adorada Aurora. Sólo puedo enseñarte a vivir, porque tú me has recordado lo que es eso. Eres mi Sakura

Se ubicó encima de ella.

Comenzó a besar su firme abdomen con devoción religiosa.

En ese instante lamentó que no pudieran concebir un hijo de ambos. Un pequeño ser creado de la combinación de ellos. Acarició ese vientre imaginando lo que sería albergar dicha vida con su redondez. Pero no quiso entretenerse con esos espejismos, porque su amada esposa lo esperaba con ternura a que ascendiera hasta ella, y sin demora, llegó con delicados roces de labios a su cara.

Cuando se detuvo en su boca, un suave y profundo beso los sumergió en el inicio de un nuevo juego. Uno de menos lujuria y más amor. Steve tomó ambas piernas de la elegante mujer y las guio hasta su cintura, para que lo rodearan con fuerza y luego llevó sus manos a su nuca, acariciando con sus pulgares los suaves pómulos de ella.

Aurora pasó sus brazos por debajo de los del hombre y abrazó su ancha espalda. De a poco, con lentos movimientos, volvieron a encontrarse uno adentro del otro. En un silencioso baile al ritmo de sus corazones. No perdían la mirada del otro, concentrándose en el brillo de cada uno. Se besaban con ternura, saboreando mutuamente sus alientos.

Estaban escribiendo en su piel una historia de amor.

Su historia de amor.

Y la tinta con la que lo hacían era la marca de sus besos, su lengua, el tacto de las yemas de sus dedos y la caricia de sus respiraciones.

Ella era suya y él de ella.


En esa última supernova, Aurora cerró sus párpados y las lágrimas rodaron por sus mejillas.

Nunca había sido tan feliz. Su corazón estaba estremecido por tanta dicha que estalló ante esta última danza.

—Mi amor, ¿te encuentras bien? ¿Qué ocurre? —preguntó preocupado y confundido Steve, mientras recogía con sus labios las saladas gotas.

—Steve, amor de mi vida, simplemente, agradezco ser tan feliz a tu lado.

—Mi dulce Aurora. —Llevó su índice hasta su labio inferior, recorriéndolo. Lo quitó y la besó con pasión. Recuperando el aire, la abrazó con tanta fuerza que parecía que fuera a asimilarla en su propia piel—. Tú me haces feliz a mí. Sin ti, estaría a la deriva.

Aurora sonrió, aceptando ese gran abrazo, perdiéndose en su cuerpo. Sentía tanta magia en su interior en ese momento. Como si el destello del último orgasmo se mantuviera latente en su ser.

Como si algo en ella quisiera surgir de la nada y encenderse con una potencia desconocida y avasallante.

Anheló por un segundo que los deseos pudieran cumplirse con soplar una vela en un pastel. De ser así, cambiaría el pedido hecho en su cumpleaños por el de poder convertirse en uno más.

Aunque Steve siempre hubiera sostenido que podrían formar otro tipo de familia. Uno entre ellos dos, aspiró en ese momento, tener retazos de ambos en un pequeño ser.

Olvidando por un instante que una criatura así, una combinación, crearía un híbrido que no encajaría en un mundo cruel e intolerante. 

Se giraron, de manera de quedar enfrentados. Sus largos dedos iniciaron un camino por las facciones de su bella esposa. Trazaba cada línea con sus ásperas yemas con un toque que sin embargo, era suave. Deslizó un mechón de cabello detrás de su oreja y se perdió una vez más en las lagunas de oro de sus orbes.

—Quédate aquí, mi niña —susurró con un arrullo, depositando un sutil beso en la punta de la nariz de la hechicera.

Se levantó, dejando que el calor de su cuerpo desapareciera.

Su esposa siguió el recorrido de su escultural cuerpo relamiéndose como una chiquilla en una dulcería. Ese hombre era un infierno andante. Su culo era duro y redondo, coronando sus largas y formadas piernas. Su cintura estrecha daba paso a su ancha espalda, tan marcada como el mejor dibujo de anatomía de un cuerpo perfecto.

—Vas a dejar empapadas las sábanas, pervertida, como me sigas comiendo con los ojos de esa manera —se burló antes de introducirse en el baño.

—Sólo disfruto de lo que es mío —respondió sonriendo, aunque no la viera.

Era un alivio eso, porque podía sentir el rubor ascender por sus mejillas. Dejó que sus ojos se cerraran, percibiendo la evidencia de su pasión chorreando entre sus muslos.

Escuchó los pasos regresar a ella y el aroma del hombre que la tenía revolucionada volvió a abrumarla. Se estremeció levemente cuando sintió la calidez de una toalla húmeda limpiar los restos de ambos.

Se mantuvo maleable, todavía perdida en la oscuridad tras sus párpados, dejando que Steve la mimara.

Cuando terminó, lentamente abrió sus ojos encendidos y sonrió. Esa sonrisa que embelesaba al hombre que la contemplaba como si fuera el primer amanecer que atestiguaba en su vida.

—¿Qué ocurre Aurora? ¿Qué te tiene sonriendo?

Mantendría esa sonrisa por siempre, si con ella hacía que su corazón latiera como un corcel salvaje.

Su sonrisa se expandió.

—Sólo recordaba nuestra primera vez. En aquella oportunidad, no te importó dejarme con tu esencia mezclada con mi sangre cayendo por mis piernas. Simplemente me mandaste a lavar.

Steve estiró un lado de su boca en una media sonrisa con rastro de culpa.

—Lo siento. Fui un bruto. Nunca he dedicado gestos de cuidado después del sexo con ninguna de mis amantes.

—Demasiado íntimo —se mofó la rubia, imitando la grave voz de su esposo.

—Graciosa —regañó sin dejar de sonreír—. Pero tienes razón. Siempre he mantenido los límites. Si cruzaba esa línea, daría falsas esperanzas a las mujeres con las que me acostaba.

—Pero conmigo lo hiciste después de eso.

—Me costó reconocerlo, pero me tuviste desde el inicio. Quedé cautivado por ti. Por cada cosa que descubría y algo en mí se despertó con la imperiosa necesidad de protegerte, y a la vez, de darte alas.

—Mi amor... —lo besó, con una sonrisa implantada en sus labios—. Tú me hiciste sentir desde el instante en que me regalaste tu mirada azul que pertenecía a tu lado.

—Te amo. Hasta mi último suspiro.

—Te amo. Siempre lo haré.

***

Carly chocaba sus uñas pintadas de morado en la cerámica de la taza sin dejar de escanear a cada instante los cuerpos que cruzaban por la acera, frente a la ventana de la cafetería donde esperaban a Chris.

—Todavía faltan dos minutos para las nueve, Carly. Me estás poniendo más nerviosa.

El timbre en la voz de Taylor, sentada del otro lado de la mesa, no escondía su evidente estado de ansiedad.

—Tranquila, cupcake. Todo saldrá bien —la animó Mikola, sentado a su lado.

Carly volteó hacia la pareja, encontrándolos sumergidos en una mirada de ternura y apoyo. Eso logró apaciguarla momentáneamente.

La pequeña campanilla de la puerta anunciando un nuevo cliente los regresó a su inquietud cuando los tres, de manera conjunta miraron al impresionante cuerpo que se adentró al establecimiento.

La titánica anatomía tuvo que agachar la cabeza cubierta con una gorra para no chocar con el marco superior.

Cuando se enderezó buscando su objetivo, pareció achicar el lugar.

En unos pocos pasos de gigante, llegó a su destino, quitándose la chaqueta y colgándola en el respaldo de la silla. Los definidos músculos se tensaron bajo el jersey cuando, sin ceremonia alguna, movió el asiento, sentándose junto a Carly y dándole un apretón a su muslo con su gran mano en un discreto saludo, a escondidas de los dos pares de ojos que lo analizaban.

Chris los analizó también, algo desconcertado al encontrar a un hombre al lado de la rubia.

El desconocido estaba obviamente entrenado y era alto —no tanto como Chris—, y lo miraba con recelo, entrelazando sus dedos con la menuda mano de la muchacha, demostrando protección.

La joven de cabello rubio era la razón de su aparición en modo incógnito. No podía negar que era muy bonita. Pudo percibir en sus ojos el miedo tatuado, alertando a Chris de la seriedad del asunto.

Cuando iba a hablar, una mesera los abordó, con una sonrisa coqueta ante el atlético hombre que ocultaba la mitad de su rostro.

—Buenos días. Bienvenido al Café Lulú. ¿Qué desea desayunar?

Chris notó que los otros tres en la mesa ya tenían sus tazas de café, por lo que se limitó a solicitar lo mismo.

—Un café con crema. Por favor.

—Enseguida, guapo —le guiñó el ojo.

Carly no pudo evitar un resoplido que en otro momento, hubiera hecho sonreír al hombre de ley. En cambio, este decidió empezar la reunión.

—Soy el agente federal Chris Webb —susurró.

Eso sorprendió a la pareja, que rápidamente pasó sus ojos hacia Carly, esperando una confirmación que llegó de inmediato.

—Tú eres Taylor, imagino. —Chris fijó sus pupilas en el hombre del otro lado de la mesa, identificándolo como uno de los guardias del club. Si él lo reconoció o no, no dio muestras de ello.— ¿Y tú?

—Soy Mikola.

—Él... es mi novio.

Carly no pudo ocultar un gesto de satisfacción.

—Carly me pidió ayuda. Dijo que temías a un cliente.

—Así es.

—¿Por qué? —Taylor pareció titubear y buscar ayuda con Carly—. Dime por qué me piden a mí ayuda y no a su jefe. Puedes simplemente decirle que no te agrada este cliente.

—Imposible —gimoteó—. No se le puede negar nada a hombres como él.

—Adam es el que te arregló la cita, ¿no? ¿Sabes su apellido?

Los ojos de Taylor oscilaron hacia Carly antes de regresar a los celestes del agente, que inspeccionaba cada gesto.

—No. No lo sé.

—¿Y el otro?

Chris notó los tres cuerpos tensionándose.

—¿Qué otro?

—Carly mencionó que había nuevos dueños. Pero en los registros como propietario de Las Ninfas sólo existe un tal Mitchell Harris desde hace algunos años. Lo que me dice que no es él el que te presiona. Así que, aparte de Adam, hay alguien más, por lo menos —dedujo.

—No aparece mucho en el club —respondió de forma apresurada la pelinegra—. El punto es que queremos saber cuál es el plan para dejarla fuera de peligro.

Carly sentía su corazón latir fuerte y el calor acumularse en su cuerpo ante la profunda mirada de Chris. Podía leer en él la desconfianza, dibujada en su mandíbula apretada. Cuando lo vio relajarse y suspirar enfocando su atención nuevamente en Taylor, ella exhaló por lo bajo, esperando haber esquivado esa bala.

Se interrumpieron cuando la mesera depositó la orden de Chris y esperaron a que se alejara después de agradecerle.

—Bueno. Por ahora, lo único que puedo decirles, es que pasado mañana, tú no irás a esa cita.

—Pero... si no voy, va a buscarme en el club. Y temo que eso sea peor —meneó su cabeza, entrando en pánico—. Eso lo hará enfadar. ¡Y a Adam!

—Es por eso creo que lo mejor será que desaparezcas. Al menos, por ahora. Hasta que el cliente pierda el interés.

—No lo hará —sollozó, abrazándose a Mikola, que le dirigió una mirada de reproche a Chris.

—Tranquila. Unos amigos le harán entrar en razón.

Los tres volvieron a guardar silencio y Chris disfrutó esos segundos de dramática pausa para beber de su taza.

—Yo... Es que... ¿A dónde iría?

La hermosa sonrisa de Chris resplandeció.

—Eso lo tengo solucionado. No te preocupes.

Los húmedos ojos de Taylor se clavaron en los de Mikola.

—Agradezco lo que quiere hacer, pero no puedo irme. No... ahora.

Cupcake, es lo mejor.

—Miko, no sé por cuánto tiempo deberé desaparecer, justo cuando tú y yo...

—Alto ahí, cariño —la frenó, acariciando su pómulo—. Yo me iré contigo.

—¿Qué? No, no puedes hacerlo.

—Lo haré. —Puso toda su seriedad frente a Chris, hablándole de manera determinante—. Lo haremos. Dinos cuáles son los pasos.

Chris asintió, retomando el mismo tono, listo para darles las indicaciones pertinentes.

***

Aurora se hallaba envuelta en una sábana, de pie en la enorme terraza, admirando emocionada lo que en la llegada había faltado descubrir.

La puerta corrediza se deslizó detrás suyo y en instantes los poderosos brazos de su esposo se enroscaron en ella desdeatrás y un cálido beso sobre su sien la hizo cerrar los ojos unos segundos, perdiéndose en su aroma.

El cachorro, al que le habían dado paso a la habitación después de su noche de pasión, acompañó al matrimonio, descubriendo el nuevo espacio.

—Me gusta la idea de regresar aquí —murmuró—. Fue donde todo comenzó. Se ve igual, y a la vez, tan diferente.

—Es porque nosotros lo somos.

—Así lo creo yo también. 

La mano que no sostenía la tela se apoyó sobre el antebrazo masculino y juntos se balancearon bajo la melodía que sólo ellos oían, entre los rayos del sol matutino, que se deslizaban a través de las numerosas ramas desnudas de unos rosales que antes no existían. Y que auguraban un estallido de color y perfume cuando la primavera hiciera su entrada triunfal.

Futuras compañeras del cerezo que dominaría el jardín.

—¿Qué te parece mi otra sorpresa? ¿Te gustó?

—¿Gustarme? Primero el cerezo y ahora las rosas. Amo imaginar lo que será verlas florecer. Pero creo que exageraste con la cantidad, mi amor —rio.

—Son rosas amarillas. Siempre amarillas. Para ti, cariño. Para recordarte que me tienes rendido a tus pies. —La hizo girar entre sus brazos. Sus manos se posaron en el lago cuello, que se arqueó para enlazar sus miradas, y sus pulgares dominaron la piel de sus mejillas. La contempló a esos maravillosos y misteriosos orbes ladrones de un amanecer ambarino—. Que tus mágicos ojos me conquistaron y calaron en mi alma cuando los posaste en mí. Y desde entonces, iluminaste mi vida. No lo olvides jamás, mi niña. Me hiciste tuyo esa misma noche.

—No puedes decir cosas como esas sin esperar que me salten más lágrimas.

—Si quieres, puedo decir que también me volvió loco tu estrecho coño y que me pusiste la polla como una roca.

—Bruto.

La besó robando la risa que soltó, y juntos regresaron al interior, para ir a desayunar con su padre.

***

Después de que Taylor y Mikola se fueron del café, Chris llevó a Carly a su casa, como habían pactado días antes, esperando aprovechar el tiempo como amantes.

Habían viajado en un incómodo mutismo, que sólo hizo que sus mentes bulleranen tormentosas reflexiones. En ningún momento cruzaron miradas, con Chris atento al camino y Carly perdida tras el cristal a su lado.

Las pocas palabras emitidas fueron escuetas e impostadas, hasta que se rindieron.

Chris detuvo su vehículo frente al edificio de Carly y permanecieron unos minutos allí, sin saber bien qué hacer o decir, con Chris repiqueteando sus dedos sobre el volante.

Él estaba dudando de continuar con el encuentro carnal de ese día. Cuando estaba a punto de hablar, ella lo interrumpió, haciéndolo girar para verla a los ojos, notando que ella también parecía titubear.

—Chris, si no te importa, preferiría cancelar. El lunes regreso a las clases y me gustaría poder adelantar algo del material de estudio antes de ir a trabajar esta noche.

Prácticamente no pudo ocultar su alivio y eso le hizo sentir como un cabrón. Pero asintió en un gesto comprensivo.

—Entiendo. No te preocupes. Podemos vernos en otro momento. Vendré para contarte cómo sale todo.

—Eh, sí, claro. Por favor. Te lo agradecería.

Chris arqueó una ceja.

—No vayas a ir al hotel. Te lo suplico. No tienes que verte envuelta en esto —advirtió.

—Está bien. Aguardaré por ti —suspiró, resignada—. Espero que todo salga bien.

—Lo hará —sonrió seguro, contagiándola.

Lo contempló con agradecimiento.

—Gracias Chris.

Lo besó con suavidad antes de alejarse y bajar del coche.

En la puerta se giró y lo saludó con la mano antes de entrar.

Lo vio marcharse y la culpa arremetió contra ella, dejándola con la espalda apoyada en la pared del pasillo. Posó sus dedos sobre sus labios y no pudo evitar comparar los besos dados entre los dos hombres que la tenían loca.

Loca de culpa.

Loca de lujuria.

Loca de algo que podría ser amor.


N/A:

Qué bonito sería que el deseo de Aurve se hiciera realidad, ¿no?

Y Chris en modo investigador... no se le pasan muchas cosas. ¿Qué ocurrirá cuando descubra que Carly sabía más de lo que dijo?

Espero los haya gustado. No se olviden de votar y comentar 🥰⭐

Gracias por leer, Demonios!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro