66. Año Nuevo. Vida Nueva
66. Año Nuevo. Vida Nueva.
ENERO
No sabía cuánto tiempo llevaba de pie en el pasillo desde que Carly le había echado su veneno.
Le dolía el comportamiento de su amiga.
Pero el mayor dolor provenía de la nueva decepción que Peter le producía.
Dio un paso vacilante hacia la puerta tras la cual se ocultaba.
No avanzó un segundo. No tenía caso. No había nada entre ellos que mereciera una explicación.
Estuvo a punto de regresar por donde había venido. Sin embargo, su mente fue bombardeada por cada frase de deseo y de cariño dicha por el extranjero. Su tono ronco, con su sensual acento.
Todo fue un engaño.
En su pecho se encendió un rabioso fuego.
Con nueva resolución, decidió arrancarse de una vez al maldito que la tenía de rehén.
Entró de forma abrupta.
Peter se sobresaltó en su asiento, poniéndose de pie y llevando su mano inconscientemente a su cintura, olvidando que su arma estaba en la caja fuerte.
Todo su cuerpo se relajó al descubrir que era Gigi. Aunque su momento de calma duró un suspiro.
Ante él tenía una Georgia que bufaba, hinchando sus mejillas como hacía cada vez que se enfadaba. Habitualmente, por su culpa.
La observó mudo cómo taconeó pesadamente hasta frenarse del otro lado de su escritorio.
Daba miedo.
Y eso lo hizo gracia.
Pero el sentido común lo mantuvo serio.
De una manera retorcida, estaba feliz de verla después de una semana.
—¿Chaton?
—Chaton una mierda. Seguro que le dices así a otras. ¿O para cada una tienes un apodo diferente?
Abrió sus párpados al máximo.
Caminó hasta ella, incrédulo.
—¿De qué hablas Gigi? ¿Otras?
—No te hagas el imbécil. —Se lanzó contra el duro pecho de Pierre sacudiendosus pequeños contra él, en tanto las lágrimas caían sin parar. Peter rodeó sus muñecas, deteniéndola—. ¿Por qué no me dejaste en paz teniendo otras mujeres? ¿Acaso fui un polvo momentáneo en tu viajecito por América? Espera... —siseó—. No tendrás esposa e hijos en Bélgica, ¿no? Yo no me meto con hombres casados, aunque sean de otro continente.
—Mon Dieu! [¡Dios mío!] No Gigi... Tengo veintiséis años, ¿cómo crees...? —apretó los dientes al darse cuenta lo que decía.
—Claro. Y yo sólo soy una muchacha con una pesada mochila a su espalda —habló con voz quebrada, creyendo comprender—. Una idiota que se embarazó a los diecisiete.
—Gatita... —susurró con el corazón hecho un puño—. No quise insinuar nada. Sabes que te admiro por tu fortaleza. Y que adoro a ese niño.
No podía negarlo. Lo había visto en sus ojos.
También le había parecido ver los albores de un amor.
Se sintió más tonta por ilusionarse.
—¡Mentira! ¡Todo es una mentira! Como yo no te he dado más sexo, y porque nunca te la chupé, no tuviste que buscar mucho a otras que aceptasen mamártela. Fui un estúpido juego para que te regocijes en el recuerdo de cómo engañaste a una pobre ingenua.
—¡Basta! —Con la paciencia escaseando, la calló con un beso demandante y urgido que los tomó a ambos por sorpresa. Sus neuronas colapsaron. Solo con sus besos pasaba aquello—. Basta —suplicó por lo bajo, contra sus labios, apoyando su frente contra la de ella—. Gigi, nena, en serio, no sé de qué hablas. No he estado con otras. No he jugado contigo y mucho menos con Noah. Yo los... —se calló.
—¿Tú nos...?
—Te dije que los cuidaría aun cuando yo no estuviera. No eres un juego.
El desencanto lució en su rostro marchito.
—Pero no quiero que me cuides. Tampoco deseo tus mentiras. Sé lo que vi.
—Entonces, dime qué viste, porque no tengo la más puta idea de por qué dices que estuve con otras.
—Eco estuvo aquí. Le pediste a ella traer tu comida —miró hacia el bocadillo apenas mordido—. Y vi a Car... a Egeria salir de tu despacho. Ella dijo...
—¿Qué...?
<<¿Qué carajos le había dicho Carly?>>.
—Ella me dijo —sus ojos volvieron a inundarse y apartó la mirada. Quiso soltarse, pero Pierre la apretó más. Necesitaba saber—. Me dijo que tú no eras bueno. Que la usabas como a otras. Como a mí.
—Yo no te uso.
—¿Y a ella? —Su voz tembló.
El joven suspiró.
No podía revelarle nada sobre Carly sin comprometerse.
—Tú ya sabes que no soy bueno. Te lo he dicho. Soy peligroso. Y tu amiga no es tonta. Está protegiéndote. Tal como lo hago yo, chaton. —La soltó y acunó su rostro entre sus palmas. Lo miraba esperanzada—. No he tenido sexo con ella. Ni con Eco. Pero... —La liberó y sus facciones se ensombrecieron. Gigi lo notó—. Debo confesarte algo.
Tardó unos minutos en ordenar sus ideas. Para ello, se plantó de pie observando a través del vidrio unidireccional. No se atrevía a enfrentarse a sus ojos cuando dijera lo que tenía en el pecho.
—Algo pasó ayer. No. Desde antes. Hace como dos semanas vi lo que creí era un espejismo producto de mi mente atormentada.
Guardó silencio. Gigi trató de respetarlo, pero los nervios le ganaron.
—¿Qué viste?
Noto cómo Peter se llevaba una mano a su pecho. Al lugar que alguien ocupaba a tinta su piel y lo comprendió.
Le pareció entender su comportamiento en la última vez que estuvieron juntos.
—¿Creíste verla a ella?
Él asintió, todavía de espaldas.
—La seguí. O mejor dicho, seguí a su fantasma. Y la perdí.
Se miraron y ambos sintieron el dolor del otro.
Peter veía en Gigi la tristeza de la desilusión por aferrarse a alguien que no era ella. Seguir atado al pasado.
Y Gigi leía en Peter el sufrimiento de la pérdida.
—Sí. Por eso... eso me tuvo en un limbo. —Estiró una sonrisa que Gigi consideró fuera de lugar en ese momento—. Pero no fue un fantasma. Está viva.
Tardó en captar el significado de sus palabras.
—¿Qué?
—Que está viva. Freya vive. Días después, ayer de hecho, la volví a ver y comprobé que era ella. Me volví loco. La tuve frente a mí. La toqué y...
—¿La tocaste y... la besaste? —El escozor era palpable.
—La abracé —habló en un hilo de voz.
—¿Y la besaste? —insistió.
—No —titubeó. Gigi lo notó—. Lo... deseé. —Los ojos castaños se cargaron otra vez de lágrimas—. Gatita... —la buscó pretendiendo abrazarla pero lo apartó y no continuó con su intento—. Fue el impacto de saberla viva. Mis sentimientos se removieron y me confundí. No la besé Gigi.
—O ella no te besó.
—Eso... —bajó la mirada avergonzado. Asintió con la cabeza—. Ella no me besó —confirmó.
—Me alegro de que esté viva. Ahora podrás volver con ella. Espero que los dos sean felices.
—¡No! Aguarda, chaton.
—Debo seguir trabajando.
Corrió como pudo sin matarse con sus tacones asesinos, percibiendo que Peter la seguía.
Pero no logró atraparla cuando llegó a la planta baja, donde los diez segundo de la cuenta regresiva de un nuevo año agitaba el ambiente, con cintas y bastones de luces de colores fluorescentes danzando de un lado a otro.
Las desnudistas eran el premio para los clientes, que esperaban el primer beso del año, rodeando como un enjambre a las reinas del lugar.
Empujaba los cuerpos ignorando las manos y los alientos que pretendían tomarla, huyendo de su propia pesadilla. Volteó para ver a su perseguidor, agradeciendo que su pequeña estatura la mantuviera oculta en el mar de gente, notando que Peter estiraba su cuello desde la lejanía, sin poder hallarla.
Lo vio maldecir cuando el grito de <<Feliz Año Nuevo>> estalló y una cascada de globos, guirnaldas y papel picado reventó en el aire.
Hubo también espuma, que mojaba las escuetas vestiduras de las muchachas, enloqueciendo a los hombres.
El pecho de Gigi ardió al verlo rendirse y regresar a la escalera.
Pero sabía que era lo mejor.
Su cuento de hadas había concluido.
Su príncipe tendría el final feliz con su respectiva princesa, lejos de ella.
Tal vez ese era el empuje que necesitaba para avanzar.
Era, después de todo, un nuevo año. La posibilidad de una nueva vida se abría ante ella.
***
Desde la sala VIP se escuchaban los gritos con los número en reversa.
Carly se encontraba sentada a horcajadas sobre Kenneth en el pequeño diván, pasando sus dedos por la espalda de la pelinegra que había perdido la peluca en el frenesí de su pasión.
—Será mejor que nos marchemos. Después de las doce, siempre se reservan las habitaciones. Es el momento álgido del año nuevo.
Se puso en pie, acomodándose sus prendas y recuperando el cabello artificial, que se colocó con facilidad.
Kenneth, por el contrario, se quedó sentado, sin despegar sus ojos de ella.
—Carly... esto... —lucía nervioso—. ¿Qué estamos haciendo?
—Tenemos sexo. Eso es todo —respondió con frialdad. Cambió el tono al percibir su brusquedad—. No le des más importancia de lo que tiene.
Se dio cuenta de que se lo estaba diciendo a ella misma. Apartó la mirada de él, incapaz de sostener su pose distante.
—Esto es más que sexo. Lo sabes —espetó molesto, irguiendo su musculosa estampa hasta cubrirla desde atrás. Carly se volteó, inclinando su cabeza, fingiendo una sonrisa de suficiencia.
—¿Acaso nunca has tenido sexo sin compromiso? Actúas como un inexperto en este tema —se mofó.
Abrió los ojos cuando lo vio tartamudear.
—¿Nunca habías tenido sexo?
No lo podía creer. Se imaginaba que un mafioso se rodeaba de mujeres, follando con todas, usándolas a su antojo. Y ese ancho hombre parecía ser atacado por la timidez. ¿Sería posible que los dos hombres más impresionantes con los que se había acostado pudieran tener un lado de semejante inocencia?
—Claro que sí. Pero siempre fueron... —la miró, tratando de que captara por él la palabra que quería decir.
Y lo hizo, lo que le provocó una risa.
—¿Prostitutas? ¿Solo has estado con prostitutas? —Su silencio se lo confirmó y rio más fuerte—. Puedo cobrarte si quieres que sea una más. Nos ahorraría problemas.
Kenneth ardió en llamas, ofendido.
—Creo que no te he tratado como una. Y para tu información, que trabajen con sexo no desmerecen mi admiración. Tienen que soportar a cualquier pendejo para poder llevar unos dólares a su casa. —Controlando su enfado, pasó sus manos por su cráneo afeitado al ras—. Carly, sólo quiero que estés conmigo si así lo deseas. No por dinero. No por lástima. Te he dicho más cosas que a cualquier otra persona.
—¿Incluyendo a Peter?
—¿Por qué siempre lo metes?
—Porque no me agrada. —No pudo mantener su dureza y extinguió el espacio entre ellos, depositando un beso en sus labios—. Me gustas. Y el agente también. Pero tú...
—Soy un criminal. —Ella asintió—. Eso no te jode para que follemos. Tampoco te jode ponerle los cuernos. —La notó tensionarse ante su recriminación—. Al final, sí debería pagarte. Así no serías una mujer infiel. Sólo una mujer que trabaja con sexo.
Lo abofeteó y él lo recibió estoico, sabiendo que lo tenía merecido.
—El día que esté en una relación seria, no sería una perra desleal.
—Estoy enamorado de ti —soltó.
Carly quedó congelada en el lugar, aunque su corazón se disparó en un súbito e intenso bombeo que amagaba con hacerla colapsar. El martilleo resonaba en sus oídos, ahogando cualquier pensamiento.
—Te dije que...
Lo calló levantando una palma, incapaz de emitir un sonido.
Se dio media vuelta, dejándolo solo.
Pero con ella se llevó la agria certidumbre de que estaba atrapada entre sentimientos complicados. Metida en un problema que aullaba peligro.
El moreno maldijo en voz alta. Se sentía un imbécil. Un torpe adolescente.
Luego rio de su propio sentir.
Él, que había visto a la muerte demasiadas veces a los ojos, que había sido su mensajero desde hacía años, se transformaba en un idiota frente a una mujer que lo ponía fácilmente a morder el polvo.
El timbre de su celular lo salvó de hundirse en sus propias lamentaciones.
Un mensaje de Peter le ordenaba llevarlo a su penthouse.
La noche había terminado para ellos.
***
Se había pasado todo el primero de enero completamente ebrio en su piso, a medio vestir y con los dos dibujos que representaban su disyuntiva junto a él, lamentándose como un alma castigada.
En ese momento, en el despacho de su galería, sufría la terrible resaca de su patética borrachera del día anterior.
—¿Podría ser más lamentable? —se reprendió, masajeando las sienes, con los ojos cerrados y la cabeza echada sobre el respaldo del sofá.
Si no fuera porque tenía que recibir los cuadros troyanos —que en ese mismo instante eran descargados del camión a plena luz del día desdeel callejón trasero—, se hubiera quedado en su cama.
El interruptor del comunicador taladró su cerebro, haciéndolo gruñir. Con pasos pesados, llegó hasta el endemoniado sonido y lo levantó de mal humor.
—¿Qué?
—Señor, una dama lo busca en la recepción —indicó la voz de su asistente.
Su malestar se esfumó al imaginar que su chaton había ido a buscarlo.
Con una enorme sonrisa en su rostro, se presentó de inmediato en el lugar.
Esta tambaleó, apagándose brevemente, antes de implantar otra diferente, dedicada especialmente a la recién llegada.
—¡Mon trésor! ¡Qué fantástica sorpresa!
—¿En serio? —arqueó una ceja de manera sardónica—. Parecía que esperabas a alguien más.
—No creí que fueras tú. No vaya a ser que tu esposo aparezca para gruñir.
—Tonto —rio, tomándolo del brazo para engancharlo al suyo y se dejó guiar hacia su oficina.
Peter amplió su sonrisa, conectando sus ojos. Sintió la delicada mano acariciar la suya y se sorprendió de que, donde antes lo hubiera recorrido el incandescente deseo, sólo recibió calidez. Familiaridad.
—¿Sigues metiéndote en problemas? —No comprendió y siguió la línea de visión que lo llevaba hasta sus nudillos, los cuales estaban despellejados y rojos—. ¿Quieres que...?
—Sería genial. Vine con guantes, así que nadie los notó. —Sin detenerse, Aurora usó su dorada magia en él—. Como en los viejos tiempos, ¿no?
—Mejor. Porque son tiempos nuevos.
Sonrieron.
Al pasar por una puerta la nariz de la joven picó y la arrugó, invadida por un reconocible olor que la silenció hasta que se encerraron en la habitación.
—¿Puedo ofrecerte algo, té, café? —Declinó con el rostro serio, extrañándole a Pierre el cambio de humor—. ¿Todo bien? ¿Ha ocurrido algo?
Le señaló el sofá, donde ambos se acomodaron.
—Hoy vine... —exhaló abruptamente, mirando hacia el techo, buscando las palabras adecuadas—, necesitaba preguntarte algo. Y por favor, sé sincero.
—Suelo serlo contigo —le guiñó un ojo coqueto—. Nos hemos visto desnudos, mon trésor.
Su broma no le arrancó más que una mueca torcida.
—Tengo dudas. O mejor dicho tenía dudas. Ahora son certezas.
—¿De qué hablas?
—¿Sigues... traficando? ¿A eso has venido a Estados Unidos? —Anticipó una excusa—. No intentes mentirme. Pude... percibir el aroma. La benzoilmetilecgonina es intensa para mí.
—¿La qué?
—La cocaína, Pierre.
—¿Coca? Merde. ¿De dónde sacaste que tengo coca?
Rebuscó en su mente. La que tenía escondida ya la había tirado por el retrete, dispuesto a no volver a tocarla.
Aurora suspiró.
—Pierre... una de mis habilidades es tener un olfato muy desarrollado. Puedo percibir aromas que escapan a los sentidos del ser humano.
—¿Como los perros?
—Así es... por eso te pido que seas sincero.
No. No iba a ser completamente honesto con ella. No podía. Pero soltaría lo suficiente.
—Sí. Mantengo mi negocio de drogas. Soy un criminal. No un puto santo.
Sus grandes y expresivos ojos fueron un par de puñales de oro.
Aurora se puso de pie, desde donde lo hacía sentirse un niño regañado.
—¡No lo puedo creer Pierre! ¡Estás aquí para traficar! Me engañaste.
—¡No! —La acompaño parándose, logrando superarla en altura, aunque no tanto como a cierta mesera. Pero su aura seguía siendo abrumadora. La intensidad en el fulgor ambarino lo acobardó—. Bueno, sí. Estoy traficando.
—¿Traficas sólo droga... o también mujeres?
—¿Mujeres? —Pierre se tensionó. Negó con la cabeza—. ¿Por qué me preguntas eso? Sabes que lo desprecio. No toco esa parte del negocio. —Había dureza en los músculos faciales de Aurora—. ¿Le dirás a tu amigo Chris? —escupió.
La respuesta tardó en llegar, como si se debatiera internamente.
—No. Al menos por ahora.
La tensión creció entre ellos.
Fijó sus pupilas en los ojos turquesas de su amigo, tomando valor para hacer la siguiente pregunta.
—¿Conoces a Belmont Durand?
—¿Crees que todos los franceses nos conocemos?
Aurora pudo palpar la rigidez en su cuerpo, a pesar de que trató de sonar gracioso.
—Pierre...
—¿Por qué lo preguntas?
—Chris es el responsable por meterlo en prisión. Lo investigó por la trata de blanca en relación a Arata. Hacían negocios sucios y cómo él era tu amigo...
—Ni me lo recuerdes —siseó—. Todo el bajo mundo sabe quién es Durand y lo que hacía —comentó incómodo—. Por favor, no me digas que... ¿él te usó en el buque?
—No. No, para nada. Lo conocí en una fiesta de Steve. —El francés quedó perplejo—. Ya sabes, eventos donde los ricos se codean, sin saber realmente quiénes son.
—¿Algo más?
Si Belmont la había visto, no dudaba de que se hubiera vuelto foco de su perversión.
—Bueno... —mordió su labio con nerviosismo, y Pierre supo que estaba en lo cierto—. Él trató... en otro evento... pretendió usarme para un retrato, pero en realidad quiso aprovecharse de mí.
—Maldito hijo de puta —sus dientes estaban tan apretados que temía rompérselos—. Es conocido por sus obsesión por las mujeres hermosas. Ten cuidado Freya.
Esta sonrió ante el nombre que sonaba cargado de cariño en sus labios.
—No te preocupes. Ya no podrá hacerme daño.
Pierre no estaba tan confiado. Se percató de que ella hablaba como si no supiera que había sido liberado.
Aurora respiró aliviada. Por un segundo, temió que su aparición tuviera que ver con la misión de Chris.
—Me alegro de que no seas como Durand y te aproveches de las mujeres.
—A no ser que ellas me lo pidan —respondió insinuante, cambiando la dirección de su conversación—. ¿Acaso es una proposición indecente, señora Sharpe? Porque me prestaría a ello sin dudarlo.
Su broma le supo ácida al visualizar el rostro desilusionado de Gigi y se calló.
Volvieron a sentarse, uno al lado del otro. Pierre pasó su brazo por encima de los hombros de Aurora, aspirando su perfume a flores.
—Estás loco —sonrió, apoyando su cabeza contra el hombro del francés—. Cuando te vi aquí, en Nueva York, quise creer que habías abandonado todo.
—Técnicamente, nunca te dije específicamente que lo había dejado. Solo que quería alejarme de mi padre.
—Cierto —reconoció.
—Este es mi mundo, mon trésor.
—Pues tu mundo es repugnante. Deberías cambiarlo. Es... dañino. No solo para ti. Hay víctimas.
—Que eligen drogarse. Yo no los obligo.
—Es terrible lo que dices. Sabes que no es tan fácil.
—Joder, Aurora. No necesito una consciencia. Me gusta mi mundo. Lo que soy.
Sintió asco al pronunciar eso.
—No es cierto. Lo dices y tu rostro se contorsiona. Lo odias. Odias lo que te hace. Lo que crees que eres. Te lo dije una vez, y te lo repito, ojalá pudieras "verte a través de mis ojos, porque creo que en ti hay mucho más de lo que has dado hasta ahora. De lo que piensas que eres".
—No tienes idea de quién soy realmente —atacó mordazmente, sin amedrentarla.
—¿Y tú lo sabes?
—¿Qué dices?
—Sabes en lo que te han convertido, pero tú eres más que esto. Solo falta que lo recuerdes y hagas algo al respecto para tener tu vida de regreso. La vida que te han negado.
<<La vida que el cabrón de Belmont Durand le había quitado>>, se lamentó Jean Pierre.
—Creo... que necesito aire. ¿Te parece si damos una vuelta?
Iban del brazo, sumergidos en el cómodo silencio de una amistad.
Aunque los dos tuvieran cientos de preguntas sobre el tiempo desconocido, no quisieron romper el momento.
Pierre la espiaba de reojo, visualizando su perfil por debajo de la capucha de su elegante abrigo, embelesado por la sonrisa etérea que no abandonaba sus carnosos labios, comprobando nuevamente que no sentía ningún cosquilleo excitante recorriéndole la piel.
—Tú no tiene hoyuelos en tus mejillas —interrumpió con voz profunda.
—¿Cómo dices?
—Al sonreír. No tienes encantadores hoyuelos —pinchó con su dedo la zona en cuestión.
—Pues no. Básicamente porque es un defecto y yo no los tengo.
—¡Wow, perdón! —se burló.
—Hablo en serio. Es el motivo por el que no me enfermo ni padezco dolores.
Frunció su ceño.
—Entonces, ¿cómo es eso de los hoyuelos?
—Pues eso. Se deben a una deformidad en el músculo cigomático mayor, que está implicado en la sonrisa.
La abrazó con fuerza de lado, besando su sien, riendo por las peculiaridades de la enigmática rubia.
—Lo siento mon trésor, pero creo que, en este caso, prefiero tener ese defecto.
—Pero tú no lo tienes.
—No. Yo no.
Fue el turno de Pierre de sonreír.
—Esa sonrisa y la luz en tus ojos me dicen que hay alguien que sí tiene esos hoyuelos encantadores.
Su amigo rio entre dientes, sintiéndose descubierto.
—Estás enamorado.
—Imposible —protestó, rodando sus ojos—. Sabes lo que pienso del amor.
—Eso no quiere decir que no lo sientas. Cuéntame de ella.
Se detuvieron y todo él resplandeció.
—Es una niñata descarada que reta mi paciencia —rieron—. No sé qué es lo que siento. Cuando la tengo cerca, algo se presiona en mi pecho. —Aurora sonrió y sus ojos brillaron—. Y también en mis pantalones.
—¡Pierre! No puedes estar serio ni un minuto.
—¡Es cierto! No sólo me vuelve loco. Mi corazón salta cuando la veo o escucho. Adoro sus pecas y cómo arruga su naricita. ¡Y joder! Mi polla se pone como un roca. Quiero tenerla gimiendo contra mí, con todo lo que tengo enterrado hasta el fondo.
—Creo que es lo más romántico que sacaré de ti.
Rieron otra vez.
—Lo romántico se lo dedico a ella. En privado —suspiró—. Mi gatita es una chica que también ha tenido una vida difícil. Sé que no como tú y yo, pero no ha sido nada grata.
—Pero ahora te tiene a ti. Túpuedes con el que reconstruya su vida para ser felices ambos.
—Tres. Seríamos tres. Tiene un pequeño niño, adorable, que heredó esos hoyuelos que me vuelven loco.
—Déjame adivinar. Era a ella a la que esperabas ver hoy en la galería.
Su ánimo desapareció, oscureciendo su semblante.
—Fue una estúpida idea. Jamás me buscaría. No creo que pueda existir algo entre nosotros.
—¿Y eso? ¿Jean Pierre Clement se dará por vencido? No esperaba tal actitud derrotista de tu parte.
—No lo comprendes.
—Explícame. Soy buena para escuchar.
—Soy un idiota. Lo he estropeado con ella y no desea saber nada más de mí.
—Si te ama, aceptará tu lado idiota. Pero no abuses. Puede cansarse si no lo mejoras.
—¿Lo dices por experiencia?
—Algo —rio suavemente creando música—. Steve puede cometer algunas tonterías, pero imagino que todos somos torpes a veces.
—¿Tú? Quisiera ver eso.
—Pierre, mi amigo, créeme, todavía estoy tratando de descifrar tantas cosas. Ahora dime, ¿qué has hecho que sea tan grave?
—Le he ocultado quién soy. Aunque no es tonta y se ha dado cuenta de que soy un peligro, la he mantenido alejada da mí. Es lo mejor. Soy un mafioso. Hijo de otro mafioso. No tengo una vida que darle.
—También eres hijo de una buena mujer. Y tú eres un buen hombre. E inteligente. Sólo debes dejar de una vez por todas esas terribles cadenas que te atan. Yo te ayudaré. Pero debes tomar el valor para dejarlo atrás y tomar lo bueno que te da la vida. —Pierre unió sus tupidas cejas negras, arrugando su frente—. Oh, sí, definitivamente deberás abandonar esto. Ella es el motor que te impulsará.
—Nunca puedes escapar de esto mientras sigas teniendo pulso, lo que los pondría en riesgo. Siempre nos acecharía. Ya creí perderte. No podría vivir si algo les pasara a ellos.
—Steve, Chris y yo los ayudaremos.
Pierre esbozó un triste amago de sonrisa.
—La herí demasiado. Aunque le diga todo, eso no me asegura que lo acepte. ¿Serías capaz de aceptar un secreto así en Steve?
—Claro que sí, especialmente cuando ha cambiado por mí, como también aceptó mi secreto. No te olvides, que después de todo, soy Shiroi Akuma. Él lo sabe y me ama.
—No es lo mismo. Ustedes no han asesinado personas. Contrabandeado droga, lavado dinero o vendido armas.
Aurora apartó la mirada un instante.
—Bueno, es prácticamente correcto. —<<Exceptuando lo de asesinar>>—. No tendrás un trabajo fácil. Pero debes ser sincero. ¿Confías en ella?
—Lo hago.
—Entonces, debes demostrárselo y ganarte también su confianza. No puedes comenzar una relación sin la base fundamental que sostendrá su amor. Dale la oportunidad de conocer realmente al hombre del que seguro se está enamorando. Tiene que poder elegir.
—No sé qué mierda podría hacer de mi existencia.
—Tienes un título universitario y gran talento. Podrías vivir del arte. Seguro tienes millones resguardados por ahí. Escapen y sean felices en otro lugar.
—Canadá sería un buen sitio —fantaseó, siguiendo el entusiasmo romántico de su amiga.
—Así me gusta que pienses.
Navegó en los iris mágicos de Aurora. Recorrió con sus ojos cada línea del bello rostro. No podía creer todavía que la tuviera delante suyo, tan cerca que su aroma lo envolviera. Sin embargo, algo en él se había apagado.
Era como si el hechizo de la misteriosa diosa ya no surtiera efecto.
Comprendió en una epifanía que había sido sustituido por el encantamiento de una menuda ninfa.
Sonrió al pensar que sin darse cuenta, una muchacha de cabellos cobrizos y ojos otoñales había ido ocupando cada pensamiento y latido de su corazón, relegando a un plano fraternal el recuerdo de su trésor.
—Joder, entonces, la mierda del amor definitivamente me ha alcanzado de verdad esta vez.
Aurora tocó sus alegres campanillas al reír a carcajadas.
—Bienvenido. Ahora, toca decírselo.
—Temo hacerlo.
—Temer no está mal. Quiere decir que es muy importante para ti. Lo que no es bueno es dejar que ese miedo te paralice. Te limitas a buscar tu felicidad. La de los tres.
—¿Y si me rechaza?
—Si es la indicada, lograrás que vea más allá de lo que cargas a tus espaldas. Pero debes ser sincero. Hazme caso, lánzate.
—No sé... sigo pensado que no es fácil. —<<Por no decir imposible con Durand libre>>—. Es complicado. Mi vida es complicada ahora mismo.
—Eso lo hace toda una aventura y no te tengo como cobarde.
—Atrevida. —Su amiga soltó una risita—. ¿Cómo la inocente muchacha que no sabía ni siquiera besar ahora me da consejos de amor? Te has vuelto una romántica.
Se encogió de hombros, con una sonrisa traviesa y aleteando sus pestañas con coquetería.
—No. Me volví una creyente.
—Te quiero, Freya. Eres la mejor amiga que podría haber conseguido en el mundo.
—También te quiero.
—¿Y...? ¿No me dirás que soy tu mejor amigo? —sonrió juguetón.
—Lo siento. No serías el único. Deberás compartir ese lugar con Chris.
—Puf. Ese maldito agente.
Estallaron en carcajadas, abrazándose con cariño.
—Bien. Ahora, acompáñame a una librería. Necesito comprar un libro para la universidad.
***
Aurora ingresó al despacho en Sharpe Media, maravillándose como siempre ante el espectáculo de su majestuoso esposo, que la saludaba con sus zafiros y su sonrisa invisible.
Se deslizó como una brisa hasta él, dejando sobre el escritorio el libro que había comprado.
—¿Dónde estuviste, cariño?
—Con Pierre. —Se sentó de lado sobre su regazo cuando el hombre deslizó la silla hacia atrás, recibiendo los protectores brazos a su alrededor. Steve no pudo, ni le interesó, ocultar su molestia—. No me mires así Steve. Es mi amigo.
—Con el que tuviste sexo.
—¿Cómo está Madison?
Aurora contuvo una risa cuando notó que su esposo apretaba sus labios en una fina línea de derrota.
—Buen punto. ¿Entonces? ¿Qué hacías con el criminal?
—No le digas así.
Steve entrecerró sus párpados hacia ella, poniéndola nerviosa.
—No me corregiste con lo de ser criminal. —Aurora se mordió el labio inferior, y a pesar de su intento de ocultarlo, él captó el gesto—. Joder. Sigue en la mafia.
—Me lo confesó. Sin embargo está enamorado. —Sharpe meneó su cabeza, pero ella lo hipnotizó con la lenta danza de sus largas pestañas y una mirada suplicante, logrando hacerlo ceder—. Quiere dejarlo todo por ella.
—Eso dice él. Hace dos días parecía desesperado por meterse entre tus piernas.
—¡Steve! Eres un bruto. —Lo palmeó en el pecho, riéndose—. No tiene por qué mentirme. —El regio hombre bufó—. La cuestión es que le pregunté si conocía a Durand. Temía que Pierre estuviera involucrado en sus perversiones, aunque siempre fue claro en su aversión a la trata de mujeres. No tiene nada que ver.
—¿Le crees?
Asintió.
—Sé que tú no.
—No lo hago.
—Él es mi amigo. No puedo desconfiar de él cuando arriesgó su vida por mí. ¡Por favor! ¡Le han herido por mi culpa y pudo morir!
—Espero que tengas razón.
Pero ninguno de los dos pudo quitarse de su pecho y de su mente la impresión de que no todo era lo que parecía.
Aurora se acurrucó contra el torso de su esposo, apoyando su cabeza en el hueco de su perfumado cuello, dejándose mimar por las grandes manos. Una de estas se interrumpió, estirándose hacia el manual traído.
—¿Estás leyendo otra vez el libro de ese doctor Eastman?
—No. Ese ya lo tengo memorizado. Este es otro libro publicado por él —respondió contra la piel masculina, depositando un beso que lo erizó, para luego erguirse y mirarlo con entusiasmo—. ¡Resulta que será mi profesor! Y este es el texto que emplea.
—¿Lo tendrás de profesor?
—¿No es genial?
—Estoy saltando de felicidad.
Ella rio.
Sus ásperas palmas la detuvieron, meciendo las mejillas de Aurora con tal delicadeza que pudo tocar su alma. La joven se conmovió cuando las bellas noches que la dominaban quedaron fijas en ella.
—Eres tan hermosa, mi niña. Colmas mi frío corazón de felicidad y amor. Y en unos días, empezarás un nuevo año, una nueva vida y no puedo estar más orgulloso de ti.
—Steve... —sus piedras ambarinas resplandecieron de humedad.
—Quiero que vayamos a un lugar.
—¿Cuál?
—Será sorpresa. Creo que es buena idea alejarnos el fin de semana y olvidarnos de todo. Pasaremos a buscar a tu peludo y malcriado admirador y seguimos viaje.
—Me encanta la idea —festejó feliz.
N/A:
Por fin Pierre reconoce lo que siente por Gigi. Y la amistad con Aurora.
Esperaba este momento entre estos dos amigos, para que le sirviera de guía al pobre francés.
No les puedo explicar lo que me costó editar este capítulo... tenía como 6 bloques diferentes de diálogos para la misma escena, así que, tuve que cortar mucho, y aun así me quedó largo, lo siento. 😝
Ojalá les haya gustado. Vote y comenten, y háganos felices!
Gracias por leer, Demonios!
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