Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

60. Navidad en cuatro actos (Parte III)

60. Navidad en cuatro actos (Parte III).

ACTO IV.

Los ladridos de Hunter anticiparon la llegada del pequeño grupo al pórtico de la casa del mayor de los Sharpe.

La puerta se abrió y el alto y maduro hombre se hizo lugar en el marco, con una sonrisa que desbordaba su rostro arrugado.

—¡Bienvenidos! ¡Y feliz navidad!

—¡Feliz navidad! —respondieron casi todos.

—¡Felices Saturnales! —quebró la sincronización Aurora, con una sonrisa traviesa.

Richard no llegó a cuestionarla cuando sus ojos cayeron en la integrante añadida al almuerzo navideño y como todo un caballero, se acercó para asistirla con los paquetes que cargaba.

—Beatrice, déjame ayudarte.

—Gracias, señor Sharpe —sonrió, marcando sus mejillas de un colorido rosado que no tenía que ver con las bajas temperaturas—. Y gracias por aceptarme hoy en su casa.

—Por favor, Beatrice, eres de la familia. Además, así podremos conversar sin teléfono de por medio después de más de diez años de no vernos.

—Mucho tiempo, señor. Es un placer verlo repuesto.

—Gracias, fue un milagro. —De soslayo observó a su nuera que sonreía con los ojos sobre Steve—. Y por favor, dime Richard.

El rojo se intensificó cuando asintió, tomando el camino que el hombre le señalaba. A pesar de los años de servicio a la familia, nunca había estado en aquella propiedad. O en un evento íntimo de los Sharpe.

Aurora, Steve, Andrew y Hunter los siguieron. La muchacha sonreía feliz al saber que Beatrice no pasaría ese día en soledad. No después del encuentro que presenció días atrás.


<<Aurora llegaba por el corredor seguida por Hunter después de recibir el encargo que le había dado a Leonard el sábado.

El escritorio de Beatrice desde donde esta custodiaba la entrada al despacho de Steve se encontraba vacío. En su lugar, se topó con la espalda de un delgado pero bien formado joven vestido con unos vaqueros y un abrigo corto marrón que dejaba su entrenado trasero a la vista, que Aurora ni se molestó en evaluar, concentrada en el intruso que se mostraba demasiado interesado en revisar el lugar de trabajo de la empleada.

—¿Disculpe? ¿Tenía cita con el señor Sharpe?

El desconocido se volteó, demostrando tener unos veinte años, de cabello castaño y ojos café. Una sonrisa de suficiencia apareció frente a ella. Que rápidamente se volvió en una descarada después de escanear a la rubia de arriba abajo.

—Vaya, el señor Sharpe mejoró exponencialmente su selección de asistente —bajó sus ojos hacia el cachorro y rio—. Aunque no creo que a la anterior le haya hecho sacar a pasear a su perro.

Intentó aproximarse a Aurora, pero esta, en alerta, dio un paso atrás. Él volvió a reír.

—Imagino que te tiene haciendo todo tipo de encargos que a la vieja no le pedía —sus cejas subieron y bajaron con perversión. ¿Trabajos en su escritorio, tal vez?

—Beatrice no es vieja —ignoró la insinuación. Y ella sigue siendo la asistente. Una excelente e indispensable, debo añadir.

—Bah, esa mujer sólo vive para esta empresa —expresó con desagrado.

—Pareces conocer a Beatrice. ¿Quién eres? ¿Y qué haces aquí?

—¿Russell? —Beatrice emergió del elevador cargando varias carpetas y luciendo por completo sorprendida—. ¿Qué haces aquí?

—Vaya, no estés tan alegre de verme —respondió, rodando los ojos.

—Perdón hijo —esbozó una sonrisa de disculpa y soltando un brazo de su carga, envolvió al joven que no regresó el gesto. Enseguida se separó—. Sabes que siempre me hace feliz verte. Sólo que no te esperaba aquí. Creí que vendrías  a casa pasado mañana, para navidad.

—Sí, bueno. Estoy de paso.

—¿De paso? ¿No vas a quedarte?

—Papá y su esposa me invitaron a pasar las fiestas en Grecia y acepté.

—Pero... creí que tú y yo...

—¿Me harás desaprovechar un viaje a una de las mejores playa del mediterráneo para pasar una fría noche tú y yo solos? Seguro tendrás mejores planes.

—No es así. Esperaba que pudiéramos pasar tiempo juntos. Hace años que no disfrutamos una navidad en familia.

—¿Familia? ¿Qué familia sería esa? Porque tú te encargaste de separarla —gruñó—. Estoy avisándote, no pidiéndote permiso. Ya tengo veinte años. Prefiero aprovechar mi tiempo de descanso de la universidad en una playa paradisíaca con mujeres hermosa. Pero pasaré a verte cuando regrese.

Con un seco beso en la pálida mejilla de Beatrice, se alejó, sin escatimar en miradas ardiente sobre Aurora.

Rendida y con lágrimas contenidas, la mujer se sentó detrás de su escritorio, dejando las carpetas sobre la mesa.

Aurora se posicionó a su lado, acuclillándose, acompañada de Hunter. Sus delicadas manos acariciaron las de Beatrice que se posaron en su regazo.

—Yo solo quería estar con él. No que sintiera obligación de pasar unos días en casa —sorbió por la nariz con pena, acomodándose los lentes que se deslizaron hacia abajo—. Nunca me perdonó que me divorciara de su padre. Incluso cuando supo que me había engañado con su secretaria, su actual mujer —alzó sus ojos humedecidos como si pidiera disculpas a la que la escuchaba en silencio—. Me resiente porque se quedó conmigo. Lo que nunca supo es que su padre no quiso saber nada de tener a cargo un adolescente que interrumpiera su nuevo matrimonio.

—Lo lamento mucho Beatrice.

—No se preocupe, Aurora. Ya debería estar acostumbrada a sus desplantes.

—Le gustaría estar con personas que la quieran en navidad, ¿verdad?

—¡Claro! Es una época para compartir alegría y amor con los suyos —suspiró—. Tal vez lo consiga el próximo año.

—¿Y si yo la invitara a pasar ese día con nosotros? Seríamos Steve, Richard, Andrew y yo. En Los Hamptons. —Hunter reclamó atención acariciando la mejilla de Aurora con su hocico—. Y Hunter, claro.

—No podría irrumpir así en un momento familiar.

—No irrumpirías nada, Beatrice. Llevas más tiempo con esta familia que yo. Y no me molestaría tener a otra mujer que equipare un poco los tantos entre semejantes hombres.

Una risa espontánea se escapó de la asistente, que emocionada por la ternura de la muchacha, no pudo controlar las gotas saladas que corrían por sus pómulos.

—Acepto, Aurora —elevó una de su manos y acarició el joven rostro—. Gracias. De corazón. Usted es un ángel>>.


Una vez dentro, Richard acomodó a todos en la sala de estar, invitándolos unas copas de ponche.

—Lamento que no se haya quedado tu hijo. Pero lo que él se perdió, nosotros lo ganamos con tu presencia —celebró Richard—. Y ahora... díganme... ¿Qué les parece mi jersey?

Se señaló el abrigo verde con detalles resaltados como bolas navideñas.

—Mmmm... no sé qué decir... —esquivó Steve, sentándose en el sofá, acompañado de Aurora que se ubicó bajo su brazo.

Nadie más se atrevía a acotar algo.

—¿Es muy horrible?

Steve asintió en silencio.

—Lo siento papá... no es que sea horrible. No, sí, es horrendo.

—¡A mí me encanta! —contradijo su esposa, como una niña—. Es muy gracioso de hecho. Pero es tan... extravagante.

—Esa es la idea, hija. Es parte de la tradición de la navidad. Usar jerseys horribles.

—No lo sabía. No me dijiste nada Steve.

—Las personas con sentido del buen gusto no lo hacen, cariño.

—No tiene que ver con el gusto, hijo. Sino con divertirse y sentir el espíritu navideño.

—No entiendo estas tradiciones, pero yo lo hubiera hecho. Creo que es lindo.

—Tú piensas que todo es lindo —respondió besando la nariz de Aurora.

—Esa es mi pequeña. Ven conmigo —la separó de su hijo que reclamó en un quejido audible—. Te explicaré más tradiciones.


Durante el almuerzo, el sonido de alegría que invadía la casa de Richard Sharpe lo hacía inmensamente feliz. Demasiados años de triste silencio, en espera de una dolorosa muerte que de un día para el otro se había retirado, como si hubiera cambiado de opinión o hubiera sido amedrentada por la fuerza de la vida —o la magia de un ángel—, alejándola de aquella casa hasta su próximo encuentro, uno, que esperaba mucho más lejano.

Miró a un lado, topándose con el perfil de la que no dudaba, era meritoria de cada segundo de felicidad a su alrededor.

Su corazón sonrió. Igual que su rostro.

Así debían ser las navidades a partir de allí.

Exceptuando que ansiaba un revoltijo de pequeños Sharpe entre ellos.


Después de la comida, Steve y su padre se habían hecho cargo del lavado de la vajilla, para después poder relajarse con un delicioso postre y unas tazas de té, chocolate y café en compañía de las dulces mujeres, que se hallaban sentadas en el sofá, con Hunter apoyado sobre el regazo de la más joven, y Andrew acomodado en una butaca.

—Tu hermosa esposa es sorprendente —habló Richard, distraídamente, mientras le pasaba los platos húmedos a su hijo para que los secara. Nunca le había gustado tener un lavavajillas. Sacudió la cabeza y con un tono de entusiasmo, abordó al joven Sharpe—. Tengo entendido que están buscándome un nieto.

Steve tosió al perder el aire.

Sólo su padre lo convertía en un niño otra vez.

—¿Por qué dices eso?

—Muchacho, que esté aquí todo el día no me desconecta de lo que ocurre en mi empresa.

—Beatrice... chismosa.

Su rostro se encendió por la vergüenza de saberse descubierto en sus juegos lujuriosos con su apasionada mujer.

—No. Es mi leal asistente. Tú la tienes prestada, nada más —rio—. Eres igual a tu madre. Aunque luzcas como yo.

El color se intensificó al imaginar que Aurora y él no eran los únicos que habían jugado sobre el escritorio del despacho.

—Papá, por favor. Me incomodas.

—¿Dónde crees que fuiste concebido?

—En una cama, por supuesto, como lo hacen todos los padres.

—Bueno, también pudo ser. —Se divertía viendo a su hijo abochornado. Sus carcajadas sonaban por toda la estancia, captando la atención de los demás—. Pero pasábamos más tiempo allí.

—Joder... ¿qué más te ha dicho Beatrice?

—Que la señora Sharpe es encantadora y se ha ganado la simpatía y el respeto de todos. Y que tú, muchacho, eres otro.

—¿Que soy otro?

—Te han visto sonreír, o mejor dicho, sonreírle —indicó, con algo de melancolía. Que ese simple gesto que cualquier persona repite varias veces al día, incluso de manera inconsciente o por mera cortesía, sea extraño en el atractivo rostro de su hijo durante diez años le dolió en el alma—. Que estás feliz.

Steve comprendía el alcance de esas palabras.

Sabía en qué se había convertido en el pasado. El resto del mundo no. Su padre incluido.

Sólo veían a un frío hombre de negocios, pero había sido más que eso.

Un asesino.

Un hombre cuya alma había estado oscurecida por el dolor de la orfandad. El único hombre que había acompañado ese trayecto desolador ya no estaba con él. El hombre que Steve había descubierto que no sólo lo había apoyado, sino que había sido el responsable directo de la dirección que había tomado su vida.

Y desde hacía meses, otra vez su rumbo había dado un giro inesperado. Uno que lo había alejado de las heladas y tenebrosas sombras en las que había transitado para llevarlo por un sendero luminoso y cálido.

—Aurora me salvó. Ella me devolvió el alma.

—Un ángel.

—Una diosa.

—Estás enamorado.

—Completa y perdidamente —respondió con una sonrisa de forma automática y espontánea. Se sonrojó al darse cuenta de su exabrupto.

—Bien. Así seguirán buscándome mi nieto.

Steve perdió la sonrisa.

<<Pobre hombre>>, pensó.

No le podía confesar que ni ella ni él podían concebir un hijo por sus propios medios. Llegaría el momento donde le revelarían su imposibilidad, cuando creyeran que estaban preparados para formar una familia, tal vez, adoptando, rescatando a un niño.

Era todavía un tema pendiente a conversar en el matrimonio.

Tema que no sabía cómo abordar.

Ni siquiera estaba seguro de que a él le agradaran los niños, o que pudiera ser un buen padre. Uno como el que tenía a su lado.

Pero sí veía en Aurora una madre amorosa cada vez que miraba maravillada a Gael, el hijo de Gloria, cuando tenían sus encuentros sobre la fundación.

Y aunque a él, ser padre no le entusiasmara —especialmente porque no habría un ser con retazos de ellos dos—, por Aurora, haría cualquier cosa. Si es que ella lo deseaba.

Suspiró.

No se sentía listo para lidiar con ello todavía.


Richard inspeccionó que todo ya estuviera limpio y seco, y con una palmada de orgullo instó a su hijo a unirse al resto, junto al abeto.

—¡Es hora de abrir los regalos! Al parecer, hay una montaña de ellos. Pero antes... —rebuscó en un cajón algo que exhibió con una sonrisa delante de los demás. Una gran y dorada estrella de puntas relucientes—. La tradición indica que la más joven de la familia debe colocar la estrella en la punta.

—¡Esa vendría a ser yo!

Todos rieron.

—Bien, déjame que busque una silla. El árbol es demasiado alto.

—Déjamelo a mí, papá. Así lo hicimos en casa.

Sin comprender a qué se refería su hijo, Richard observó cómo este cargaba sobre uno de sus hombros a Aurora, que se sentó sobre él con ligereza gimnástica. Y en un abrir y cerrar de ojos, la estrella brilló desde la cima de su nuevo puesto.

—Ahora, los obsequios.

—Antes de comenzar —cortó Aurora, de pie—, quisiera decirles que esta ha sido mi primera navidad en mi vida —fijó sus ojos dorados en Steve—. No tengo con qué compararla, pero puedo asegurar que es uno de mis días favoritos. Tal vez no comprenda la idea de celebrar el nacimiento de un ser místico...

—Oh, Santo Dios —jadeó Beatrice con los ojos horrorizados.

Richard se ahogó con el té que estaba bebiendo, sin poder ocultar la risa que se le escapó.

Andrew solamente parpadeó.

Y Steve... mantenía su tenue sonrisa de la que Aurora era dueña.

—Como decía... comprendo los festejos Saturnales que se celebraban en estas fechas en relación a las cosechas y al solsticio de invierno, y que eran dedicadas al dios Saturno. Luego los cristianos las adoptaron como forma de forzarlos a descartar sus fiestas paganas, aun cuando el supuesto nacimiento de Jesús fue en marzo...

—Cariño —atajó Steve, recibiendo la atención de su esposa—, mejor, continúa con los regalos...

—Espera, espera... el punto es que... sea cual sea el motivo, la religión en la que se crea, o si se es atea —se señaló con ambas manos sobre su pecho—, hacer una pausa de la vida para dedicarse a los que se quiere, demostrando cariño a través de regalos y comida, hace que una se sienta afortunada. Ustedes —exhaló. Sus ojos se empañaron al recaer en cada uno de los asistentes, hasta detenerse en los oscuros que siempre la trasladaban al más bello cielo nocturno—, me hacen sentir amada. Y que tengo un hogar en este mundo. Así que... gracias.

—Mi niña...

Steve avanzó hasta rodear con su cuerpo y su alma a la joven hechicera. La besó sin importarle ser el espectáculo del momento, recibiendo sus labios carnosos en intensas caricias.

—Ejem... —carraspeó Richard—. A este ritmo, mis nietos no tardarán en llegar —murmuró, haciendo reír a Beatrice a su lado y deteniendo a la pareja.

—Perdón —se disculpó Aurora, arrebolada—. ¿Podría ser la primera en darles mis presentes?

—Sería todo un honor.

Todos se acomodaron en sus asientos.

Repartió los regalos a cada uno.

Beatrice recibió un esplendoroso y bello prendedor para aumentar su colección de manera exclusiva con los detalles de piedras preciosas que decoraban el objeto, con intrincado diseño de ave.

Richard revisó con una sonrisa los dos paquetes envueltos que le entregó su nuera. Desenvolvió el primero, un rectángulo grande y delgado, que a todas luces parecía un cuadro y que lo hizo sonreír con orgullo.

—Hija —titubeó—. ¿Cómo lo conseguiste?

—Le pedí a Leonard que me ayudara —respondió con su hilera de blancos dientes.

—¿Qué es papá?

Lo volteó, mostrándoselo a todos.

—Mi primera publicación de Sharpe Media. La primera plana que salió... esto... hija, esto es fantástico. —Se puso en pie y besó la coronilla de la rubia—. Lo pondré sobre el hogar. ¿Qué les parece?

—¡Perfecto! —aplaudió Aurora—. Espero que el segundo también te guste... papá.

El corazón de Richard se paralizó al escuchar esa palabra emerger de Aurora.

Cedía nuevamente a la emoción.

—Hija, que me digas "papá", es el mejor regalo que podrías darme.

La abrazó, feliz, sintiendo los delgados brazos rodear su cintura. Besó la cabeza que se apretó contra su pecho sabiendo que ahora su corazón desbocado la estaría aturdiendo.

Se desprendieron con sonrisas húmedas para dedicarse a la caja envuelta con un hermoso papel dorado y un moño. Lo sacudió y con una sonrisa reconoció el sonido de miles de piezas de un rompecabezas. Como a los que se había hecho adicto.

Abrió el envoltorio y en la imagen de la caja, a modo de guía, se topó con la verdadera sorpresa.

—Aurora... —gimoteó—. Gracias, hija. Este es el segundo mejor regalo que podría haber tenido.

—¡Hey! No viste el mío —bromeó Steve.

—Lo siento, pero a no ser que tenga algo con la cara de tu madre y tuya impresas, no le ganarás.

Levantó lo que sostenía y mostró de lo que hablaba. El rompecabezas de dos mil piezas —algo sencillo para el hombre—, era la fotografía que tanto amaba. La de ellos tres en la playa de esa misma casa siendo Steve un niño sonriente.

Touché —aceptó Steve, levantando sus manos en rendición.

Con Steve, Aurora se sentó a su lado. Se miraron con lujuriosa complicidad al recordar el primer regalo compartido. Cediendo ante sus impulsos, Steve mordió la cereza pecaminosa de su esposa y sin apartar la mirada de la enrojecida carne, procedió a abrir el primer envoltorio de los tres que sostenía en su regazo.

Una pequeña caja que le hizo estirar un lado de sus labios.

—¿Te gustan? Son unos gemelos elegantes. Los mandé confeccionar con diamantes amarillos, así combinan con los que me diste —señaló levantando su mano izquierda, la cual lucía el anillo de compromiso con la enorme gema y la pulsera que la acompañaba desde el día de su cumpleaños.

—¿Es una manera sutil de decir que soy tuyo cuando tengamos alguna fiesta?

—¡Por favor! —resopló—. Como si necesitara de algo así.

Steve rio entre dientes, rodeando sus hombros con uno de sus fuertes brazos y besando su frente.

—Sigue, sigue.

El siguiente, fue una pluma exclusiva.

—Se parece a la que ya tengo.

—Casi. Esta... —se la quitó y la giró para que la viera bien, descubriendo una dorada inscripción a un lado—, te la regalo yo, para que pienses en mí cuando estés solo en tu despacho.

<<Tú y yo, amor. Siempre. A. S.>>.

—No necesito de una pluma. Ocupas mis pensamientos cada minuto, mi niña.

—No sé qué demonios le has hecho a mi hijo, Aurora, pero definitivamente, es otro.

—No molestes, papá.

Rieron.

Por último, el más grande de los tres, fue una agradable sorpresa. Un juego de ajedrez. De piezas finamente trabajadas en mármol y ónix, con detalles de oro dorado. El rey blanco resaltaba por incrustaciones de oro.

Sonrió hacia Aurora, reconociendo que el diseño se debía a su nombre de luchador: El Rey de Oro.

—¡Es una belleza, Aurora!

—Ahora podremos jugar en casa también.

—Extrañas humillarme, ¿verdad?

—No necesito el ajedrez, mi amor. Con la mesa de billar es más que suficiente —se jactó, recibiendo un ataque de cosquillas en su firme abdomen.


Andrew se había quedado congelado sentado en su rincón, impactado por la sorpresa que sus grandes manos sostenían, como un frágil recuerdo.

No percibió la atlética y sensual presencia de Aurora hasta que esta se sentó a su lado y posó sus delicados dedos sobre su antebrazo, capturando así su atención.

Sus manos negras temblaban y sus ojos se anegaron de lágrimas.

—Aurora...

La emoción no lo dejó continuar.

Tenía en su poder un portarretratos con una fotografía en blanco y negro de su prometida, cuando esta tenía tan sólo unos diecisiete años. Con los sueños futuros ardiendo en sus pupilas. Junto a esta, un muchacho sonriente la miraba embelesado.

Un joven Andrew.

—¿Cómo...?

Subió sus ojos a ella, incapaz de modular sus cuestionamientos.

—Dijiste que no tenías ni siquiera una fotografía de ella. Leonard me ayudó a buscar registros en tu antigua escuela. Tengo entendido que suelen crear anuarios y esas cosas —pareció dudar de su regalo y temió estar dándole un recordatorio de lo que perdió en lugar de un feliz detalle—. Perdón... tal vez me equivoqué.

Se puso de pie y ella lo imitó. Su gran cuerpo se aferró con dulce congoja a Aurora, abrazándola como nunca antes lo había hecho.

—Gracias —susurró—. Jamás en mi vida recibí un regalo más perfecto.

—De nada —respondió conmovida.

—Quiero ser el que siga —solicitó Steve, poniéndose de pie y peinando sus cabellos hacia atrás—. Tengo algo muy especial para mi esposa.

Fue el turno de Aurora de recibir lo suyo. Abrió con ansiedad lo que Steve le había dado. Cuando lo tuvo desnudo en su mano, frunció el ceño.

—¿Un iPhone? ¿Para qué quiero un celular?

—Abre el otro también.

Obedeció, encontrando una moderna computadora portátil.

—El iPhone y la laptop te servirán para estudiar en el siguiente semestre.

—¡¿Qué?! —resonó en la sala en las voces de todos.

La joven saltó al cuello de Steve, colmándolo de besos por todo el rostro.

—¿Empiezo la universidad?

—No sabía que estaba interesada —comentó Richard por lo bajo hacia Beatrice, que sonrió orgullosa de la muchacha.

—Pues sí —respondió igualmente Steve—. Mi brillante mujer es oficialmente, estudiante de primer año de la Universidad de Columbia a partir del cinco de enero del próximo año.

—Esto es increíble.

—Tú lo eres —la besó.

Continuaron con el resto entre más risas.

Richard no pudo evitar compartir una anécdota, lleno de añoranza.

—Cuando Steve tenía entre cuatro y seis años, la semana previa a navidad, Audrey y yo lo sorprendíamos cada mañana con la búsqueda de un elfo navideño por toda la casa que teníamos en Manhattan —sus ojos se congestionaron por un segundo y su sonrisa tambaleó, junto con la de su hijo. Un carraspeo del mayor los regresó al presente—. Corría por todos lados y se metía en todos los rincones hasta que lo encontraba y cada vez lo acompañaba un dulce diferente. Una galleta, un cupcake, lo que fuera. Salvo el último día, el mismo de la navidad, que sólo hallaba migajas y huellas en el suelo, señales que Steve interpretaba como que Santa se la había comido y corría feliz hacia el árbol decorado que lo recibía lleno de presentes. Hasta que el cuento de Santa quedó obsoleto.

—Recuerdo la decepción de entender que eran ustedes —comentó ladeando sus labios.

—¿Por qué mentir a los niños con eso? —indagó Aurora arrugando su entrecejo todavía sin comprender esa parte de las fiestas—. ¿No es mejor evitarles esa decepción y ser claros desde siempre?

—Se debe ver con los ojos de un niño. La ilusión de la magia. Es cuando creemos que todo es posible.

Aurora y Steve cruzaron miradas.

Aurora reclamaba en silencio que jamás había sido niña para comprender eso.

Richard continuó.

—Siempre creí que somos felices cuando mantenemos una chispa de esa magia. No se trata de algo místico, sino del amor. Magia que creamos para las personas que son importantes para nosotros. Aunque también creo que hay de todo tipo. Después de todo, un milagro me trajo de vuelta, ¿verdad?

—Amén —respondió Beatrice, feliz, sin percatarse que los demás se sumergían en una especie de secreto conjunto, que nunca se había confirmado ante Richard.

—El día que tengan hijos, crearán su propia magia y tradiciones —continuó el padre—. Y espero ser parte de ellas. Al menos, incluirán a Santa, ¿verdad?

—Ya veremos —respondió Steve, evidentemente tensionado—. Por ahora, no estamos buscando agrandar la familia. Estamos bien siendo nosotros dos.

—Eso me parce muy bien. Especialmente porque Aurora empezará la universidad. Además, es joven todavía —añadió sonriendo a su hija política, que no pudo devolverle el gesto con naturalidad.

Esta percibióel peso de la mirada de Andrew con sus dolorosas confesiones.

—Ajá —cortó su hijo.


Media hora después, desde la terraza, Aurora se perdía en el gris horizonte donde el mar y el cielo se unían. Extrañaba tanto estar en Los Hamptons.

Los fuertes y cálidos brazos de su esposo no la sorprendieron cuando la rodearon por la cintura. Ya lo había percibido. Aspiró el delicioso perfume masculino y dejó caer su cabeza contra el pecho musculoso.

—Lamento lo de papá y su insistencia en los nietos.

—No hay nada que lamentar, mi amor —suspiró.

Tenía un nudo que cerraba su garganta, pero no quería hablar del tema. No se sentía lista.

—Lo extrañas, ¿verdad? Nuestro hogar.

—Así es.

—Falta poco amor. Aunque, si vas a ir a la universidad, creo que lo mejor será seguir viviendo en el penthouse y regresar los fines de semana cuando terminen las refacciones.

—Me parece bien. —Se giró en sus brazos, colocando sus manos en la nuca de Steve, enredando sus dedos entre sus cabellos—. Y también será adecuado para estar cerca de la fundación en cuanto la inauguremos. Quiero estar con Gloria lo más posible hasta que se sienta segura en el puesto de coordinadora.

—Vaya año que empezaremos.

—Todo eso es gracias a ti, Steve. No existiría nada de esto si tú no me apoyaras... si no me hubieras salvado.

—Aurora, mi vida, ya te lo he dicho. Tú me salvaste. Tu amor —besó su mejilla izquierda—, tu pasión —besó la otra—, tu valor—, besó su nariz—, y tu risa —la besó con profundidad, jugando con su lengua y bebiendo de su aliento—, son el motor que me inspiran a hacer todo para que seas feliz.

—Steve....

Bajó sus brazos y los llevó alrededor de su cintura, donde se topó con un paquete en la espalda. Se irguió y le dedicó una mirada de ceja arqueada.

—¿Qué tienes ahí, amor?

—Ah, eso... —se encogió de hombros como si no fuera importante—. Mi último regalo para ti.

—¿Qué es?

Se lo quitó sabiendo que eso era lo que él esperaba.

—Parece un libro —dijo feliz.

Se deshizo del papel y se encontró con un libro de tapa dura, azul. El borde de las páginas eran dorados y el título en francés se detallaba en el mismo color, con el dibujo de un niño.

<<Le Petit Prince>> —pronunció melodiosamente—. ¡Gracias! Ya lo amo.

—Te dije que tus campanillas me recuerdan a la magia de este cuento. Tú eres quien me ha enseñado a amar. Y has domesticado a este zorro salvaje.

—Un verdadero zorro.

La gran mano de Steve la castigó con una nalgada y el pórtico se llenó de campanillas que fueron acalladas con una sucesión de besos.


N/A:

La familia Sharpe con su primera navidad... especialmente para Aurora.

Posiblemente sea un capítulo demasiado insulso, pero me pareció que merecían su momento de felicidad. El toque navideño de la época.

Ojalá les guste lo suficiente para votar y comentar. Sería nuestro regalo de navidad. 🎄🎅🏼

Y Feliz Navidad para ustedes, mis Demonios! Que tengan un período de paz y amor con la gente que quieren.

Gracias por leer, votar y comentar!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro