60. Navidad en cuatro actos (Parte II) 🔞
60. Navidad en cuatro actos (Parte II).
ACTO III
Miró por la ventana la blanca estampa de las calles y los árboles. La enamoraba la pureza de la nieve en esa época, combinada con las pequeñas luces que brillaban en los escaparates. Parecía que por unos días, su vida estuviera en pausa y pudiera vivir en un cuento de hadas.
A Carly le gustaba salir a caminar por ese mágico mundo para almorzar en un pequeño restaurante chino que mantenía sus puertas abiertas ese día. Era su tradición al no poder pasarlo con su hermana. Con eso en mente, pasó por su garganta el bendito antibiótico que había estado controlando su gripe, se abrigó, cubrió su cabeza de largos cabellos negros y capturó su bolso. Tras asegurarse de tener las llaves en mano, salió de su apartamento.
Sonrió cuando su celular bramó con su habitual melodía al ritmo del rock and roll rebotando en las paredes de las escaleras, viendo el nombre de su hermanita como si la hubiera llamado con el pensamiento.
—Hola bebé. ¡Feliz navidad!
—¡Feliz navidad Carly!
De fondo se escuchaban risas y música y eso alegró a Carly. La hacía sentir con un peso ligero al saber que su pequeña hermana se encontraba feliz.
—Suena a mucha diversión por ahí.
—¡Oh, sí! Unos amigos de la universidad y yo nos juntamos a intercambiar regalos. Ya sabes, al estilo <<Santa Secreto>>. ¿Y tú? ¿Yendo a por tu Wanton mee?
—Me conoces bien, Leslie.
Cuando estaba abriendo la puerta a la calle sintió que su corazón se ahogaba.
Frente a ella, unos escalones por debajo, la cabeza rapada de color caramelo de Kenneth bloqueó su camino. Cuando sus ojos mieles ascendieron hacia los suyos, su estómago dio un vuelco y el oxígeno se quedó estancado en sus pulmones.
Con el teléfono en el aire y la voz de la joven Miller hecha un murmullo, tardó lo que pareció una eternidad en reaccionar.
—Lo siento, bebé. Debo cortar. Hablamos después. Te quiero.
—¿Eh? Ah, vale, vale. También te quiero. ¡Adiós!
Con el dispositivo guardado, regresó toda su actitud belicosa.
—¿Qué mierda haces aquí? ¿Acaso Peter te envió para tenerme controlada?
—Peter no me envió hoy aquí.
—¿Por qué viniste entonces?
—Porque estoy seguro de que no querrías pasar navidad sola.
—¿No pensaste en que tal vez estoy yendo a encontrarme con Chris? —preguntó con todas las espinas apuntando a Kenneth—. Podría ser él al teléfono con quien hablé.
—Hablabas con tu hermana. Además, él se fue a Montana, a pasar la navidad con su madre y hermana. ¿Por qué no te fuiste con él? ¿No te invitó? —se mofó.
Debería haberle sorprendido que supiera tanto del agente, pero no era el caso.
—Imbécil —siseó—. Para tu información, me gusta estar sola.
—Pues yo estoy aquí ahora. Podría acompañarte.
—¿Qué te hace creer que querría la compañía de un criminal? —escupió, arqueando una ceja.
—Mierda, Carly. No sé —se rindió. Pasó su mano por la calva, bufando y creando residuos de vapor en el gélido aire—. Toma.
Sus ojos entonces enfocaron lo que había en una de las grandes manos del hombre.
Un enorme ramo de margaritas.
Una sonrisa dominó sus labios de forma involuntaria y un nuevo revoltijo arremetió en todo su cuerpo.
—¿Qué te parece si por este día, tú y yo fingimos ser otras personas? —plantó Carly como bandera blanca.
—Como una vida alterna.
—Algo así... ¿quién querrías ser?
Cada músculo de su rostro se contrajo en una mueca melancólica que impactó en Carly, despertando su curiosidad.
—Alguien que no esté roto, ni corrompido. ¿Y tú?
—Estoy bastante satisfecha con quien soy —bromeó. A su mente vino su verdadero anhelo—. Aunque... si pudiera cambiar algo, desearía tener a mis padres. Que mi familia se hubiera mantenido entera.
—Creo que los dos tenemos un enorme hueco imposible de llenar. Pero hoy, seremos dos amigos.
Dudó un instante, entrecerrando los párpados y aprovechando su posición de superioridad.
Bajó la escalera, quedando ahora a merced de la imponente figura. Recibió el ramo y lo apretó contra su pecho.
—¿Amigos? ¿Sólo eso?
—Contigo, puedo ser todo lo que quieras. Por esta noche, o todas las que vengan.
—Ni siquiera sé tu nombre completo —esquivó abochornada como una púber inexperta, con cientos de aleteos cosquilleando en su interior.
Su blanca sonrisa relució en su rostro. Por primera vez, Carly no veía a un matón, sino que descubría al hombre que podía transmitir calidez con su mirar.
—Hola, ¿qué tal? Me llamo Kenneth Boyd. ¿Y tú?
La mujer rio, llevando su cabeza hacia atrás.
—Hola —estrechó su mano enguantada. A pesar de la tela, entre ellos se creó una hoguera—. Soy Carly Miller. Es un gusto conocerte.
—Lo será. Porque hoy, soy un hombre incapaz de dañar a una mosca.
—Y yo soy una simple chica que estudia para ser abogada. Jamás he estado en un club de hombres. Bueno, Ken —llevó su sonrisa sarcástica a un lado cuando Kenneth rodó sus ojos—. Iba a almorzar por aquí cerca. ¿Quieres... acompañarme?
Los gruesos labios se estiraron al máximo.
Habían decidido comer en un banco al aire libre, con recipientes de los cuales el aroma y la temperatura se manifestaban delante de ellos. El frío no importaba cuando el estómago quedaba lleno y caliente.
Comieron en silencio.
Al terminar, Carly tomó los envases y los arrojó en el cesto a un lado de ellos. Miró de soslayo el ramo colocado sobre el banco y regresó una sonrisa a ella.
—Coincido contigo. —Kenneth soltó un gemido de desconcierto—. Sobre lo que dijiste una vez de las margaritas.
—Seguramente debes de estar cansada de recibir ramos más increíbles.
—Creo que demasiado exagerado es para compensar algo, ¿no lo piensas así? —El rostro del hombre esbozó una sonrisa abierta y cómplice, asintiendo—. Gracias. Realmente son alegres. Esa persona tenía razón. ¿Era una antigua novia?
Sin derecho alguno, sintió que los celos bullían en su interior.
—No —hizo una mueca con pesar, desviando su mirada—. Eran las favoritas de mi hermana. La hacían sonreír. Y esperaba que...
La ternura cubrió cada centímetro de la cara de Carly. En un impulso, su mano flotó hasta la mejilla rasposa y la acunó con delicadeza.
—Que me hicieran sonreír. Tu hermana debe de ser una chica muy especial.
—Lo era.
—Ella...
Kenneth cerró los párpados con fuerza, confirmando la triste realidad.
—Lo lamento.
Quedaron prendados en infinitos segundos cuando sus ojos se encontraron nuevamente.
—¿Por qué te dicen Blackhole? —rompió el melancólico encantamiento—. ¿Es porque eres enorme y oscuro como un agujero negro, que capta y absorbe todo a su alrededor? ¿Incluso la luz? —bromeó con su característico sarcasmo, esperando alejar la densa nube sobre ellos.
—¿Eso crees? Tiene sentido de algún modo. Acabo con todo lo que se acerca a mí. No soy bueno y sólo traigo perdición a los que se acercan demasiado. A lo mejor, deberías mantener tu distancia de mí.
—Hey, hey, en primer lugar, fuiste tú el que rompió con la distancia entre nosotros. De manera insistente, debo decir —ambos rieron entre dientes—. Segundo, ya estoy metida en bastante mierda. Solita entro en los problemas. Solita saldré en cuanto pueda.
—Pero no debes hacerlo sola. Me tienes a mí. No dejaré que nada te pase.
—No puedes asegurar algo así. Pero no te preocupes —levantó sus manos, moviendo sus dedos cubiertos—. Tengo uñas filosas y estas chicas saben defenderme. Si intentan algo conmigo, te aseguro que no saldrán bien librados.
—Si lo hicieran, te juro que no vivirían mucho tiempo antes de que conozcan en primera persona el porqué de mi sobrenombre.
—No me has dicho entonces esa razón.
—No quiero decírtela tampoco —suspiró al notar la seriedad con la que Carly lo observaba, aunque sin exigir que soltara palabra alguna.
Aceptando que no podría saber más, la mujer se puso de pie llevándose sus cosas, pero una mano fuerte la tomó de la muñeca, deteniéndola.
Se había alzado también, superando con su estampa a la desnudista. No quería que el tiempo juntos terminara, a pesar de que confesarse podría alejarla definitivamente de él.
—Mi hermana era una inocente, bella y dulce niña —comenzó en un susurro, sin fijar la vista en Carly, mirando hacia un conjunto de tupidos árboles blancos por la nieve. Inconscientemente, ambos comenzaron a caminar hacia ese punto—. Yo debía protegerla, pero era apenas un adolescente desgarbado y tímido. Volvíamos de la escuela, cuando un grupo de chicos más grandes nos acorralaron. A mí me golpearon y me quitaron mis cosas. Pero a ella... a ella le quitaron su inocencia y sus ganas de vivir.
—¿La... ellos la...?
—Sí, los cinco la violaron. —Carly gimió, horrorizada—. Era una niña de quince años. Y yo, tenía catorce. ¿Qué podíamos hacer? Mientras a ella la violaban, otros me golpeaban cuando intentaba llegar a mi hermana. Después de lo que parecieron horas, nos dejaron allí tirados. Respirábamos, pero ambos morimos en ese puto callejón. Nuestros cuerpos se recuperaron, pero la fragilidad del alma de mi Lily se resquebrajó. No lo soportó y meses después, se suicidó.
—Malditos cabrones hijos de la grandísima puta. Si los veo, los castro, pedófilos y violadores de mierda.
—No podrías.
—¿Por qué?
—Después de su muerte, perdí por completo el rumbo. Dejé la escuela y me dediqué a buscarlos. Los encontré.
Se habían detenido bajo el cobijo vegetal, donde la tensión reinaba.
—¿Y...?
Sus entrañas imaginaban la respuesta. Un escalofrío la recorrió completa cuando Kenneth clavó sus pupilas cargadas de odio pasado en ella. Se lo veía perdido en el recuerdo.
—Me convertí en lo que ves. Los maté a cada uno de ellos, con un cuchillo. No te diré de qué manera. Y aunque eso me condenó a terminar mi adolescencia en un reformatorio y luego en prisión, no me arrepiento. Sí del después. Ya no tenía nada porqué luchar, así que me convertí en esto que ves. ¿Qué más podía ser que un criminal cuando otros peores que yo eran los únicos que me buscaban para darme trabajo al haber escuchado lo que había hecho? Para ellos, yo era un sádico útil. Para la sociedad, un criminal. Para mi familia y amigos, un alma perdida sin redención. Y me lo creí. Siempre. Hasta que me topé con el señor Cl... Verbeke. Él también es un asesino despiadado. No te confundas. Pero maneja ciertos códigos con los que convivimos en este bajo mundo de mierda.
La historia tenía paralizada a Carly. Su mente le gritaba cada vez más fuerte que se alejara de él.
Sabía que eso era lo que debía hacer.
Y Chris era su salvación. La cara opuesta de esa moneda que, aunque tuviera frente a ella un inocente de las circunstancias, no podía dejar de temer el camino elegido.
El criminal en que se había convertido.
Sin embargo, al conectar sus miradas, su voluntad se debilitaba.
Sin palabras de por medio, pasó sus labios como caricias por cada centímetro del duro semblante.
La tensión inicial ante la sorpresa cedió como el hielo bajo el sol del verano. Sus brazos atraparon a Carly y sus labios se adueñaron de los suyos.
Los besos cadenciosos y tiernos del consuelo no demoraron en estallar por la lujuria latente entre ambos cuerpos.
Perdidos en la nebulosa del placer, fueron tomando el terreno a sus pies, recostando sus calientes cuerpos. Sin desprender sus labios, entre mordidas y exploraciones de lenguas, Carly rebuscó el ancho y venoso miembro que se irguió ansioso, en tanto las manos de Kenneth quitaron el estorbo de la falda y la tela de la braga, que hizo a un lado.
Ardían de deseos postergados, que se intentaron ahogar en la coherencia de su razón. Pero no podían controlar más las cadenas que los ataban, y las rompieron cuando el pene se hundió de un golpe en el coño preparado para él.
—Joder —gimieron al unísono.
Enseguida sus labios volvieron a su encuentro salvaje al mismo tiempo que Carly comenzaba a mecerse. Las pelvis chocaban y se balanceaban con deliciosa brusquedad. Las arremetidas de Kenneth sacudían a Carly adelante y atrás, arriba y abajo, mientras se aferraba al ancho torso atrapada por los poderosos brazos como si no quisieran dejarla ir en mil años.
Sus jadeos eran bebidos por el otro, sus lenguas luchaban por la dominación en terreno ajeno y los sexos golpeaban entre chapoteos cada vez más rápidos.
Ahogaron el grito final cuando el orgasmo los acalambró, sintiendo las descargas intensas desbordar de ellos.
Carly podía sentir el cañón en su interior, soltando repetidos chorros, mientras Kenneth recibía los pálpitos del canal que apretaba su polla.
Hasta que la calma los relajó, una sobre el otro. Sentían sus corazones latir y sus respiraciones mover sus cajas torácicas, volviéndose poco a poco en un zumbido hipnotizante.
El frío no los vencía porque el calor de sus cuerpos todavía irradiaba a su alrededor.
Kenneth permitió que sus ojos aletearan al cielo que se vislumbraba entre las ramas que los cubrían en su refugio, deseando mantener ese instante almacenado para siempre en el único rincón de su ser que no sentía corrompido.
Aquel que sabía lo que era querer.
—Después de esto, dejarás al agente, ¿verdad? —habló con certeza dominante.
Carly se incorporó, quedando a horcajadas en su regazo.
El remordimiento la cubrió y no pudo mirar a la cara al hombre bajo ella.
—Lo siento Kenneth. —Intentó levantarse, pero las férreas manos la atraparon. Pudo sentir la rabia quemar su piel a pesar de los guantes puestos—. Suéltame. Esto... no puedes pedirme que te elija cuando tú mismo dijiste que eres peligros. Que debo alejarme de ti.
—Mierda —espetó, soltándola.
Sabía que era cierto.
Pero su corazón ya dominaba su raciocinio. Por lo que eligió el silencio.
En silencio se limpiaron los restos húmedos de su caída ante el otro; acomodaron las ropas y Carly sujetó su bolso y el ramo de margaritas caído al suelo, únicas testigos de su pasión.
En silencio abandonaron el lugar.
Y en silencio, tomaron caminos diferentes esa tarde de navidad.
N/A:
Quise plantar un triste pasado similar al de Andrew en esencia, aunque marcando diferencias: Andrew fue primero un descarriado que vivió las desgracias de sus malas y peligrosas decisiones para luego buscar redimirse de la mano de Steve. Mientras que Kenneth fue un chico inocente que perdió el alma ante el dolor, terminando por elegir el camino del criminal. Destinos invertidos.
Espero les haya gustado tener un poco de felicidad navideña, con el toque de... lo que sea que sean Carly y Kenneth.
Comenten y voten, que siempre me anima a seguir...
Gracias por leer, Demonios!
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