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60. Navidad en cuatro actos (Parte I)

60. Navidad en cuatro partes (Parte I).

ACTO I

—¡Santa! ¡Mami! ¡Vino Santa!

—¿Qué? Noah... ¿qué pasa? —No entendía de qué hablaba y sus neuronas no habían tenido el descanso nocturno mínimo por culpa de cierto belga para que conectaran y se encendieran tan temprano en la mañana—. Deja a mami dormir un poco más —gruñó somnolienta.

Quiso aferrarse a las sábanas, pero las insistentes manos la sacudían repetitivamente, junto con las agudas exclamaciones.

—Bien, bien... —resopló, todavía con los ojos cerrados—. Espero que Santa le haya regalado a mami mucho café.

Talló sus ojos cuando la luz de la sala la atacó.

Vamosh mamiiii... —tiraba de ella desde una mano.

Pero no la pudo mover cuando quedó clavada al suelo, pasmada ante el sorprendente escenario.

El abeto estaba cargado de una montaña de paquetes que no existían antes de marcharse a dormir, donde sólo había dejado un simple regalo para el pequeño.

—¿Pero qué...?

Noah la soltó, sumando un nuevo grito cuando detrás del árbol emergió la figura de Peter, a medio convertir en un Santa delgado. Corrió con sus brazos abiertos y sus ojitos brillantes de emoción. Una enorme sonrisa estallaba en su cara risueña.

—Ho, ho, ho, ho —festejó con voz gruesa Peter, recibiendo al niño en sus brazos—. ¡Feliz Navidad Noah! —besó su frente, justo al lado del pequeño lunar—. ¿Qué te parece si abrimos los regalos, Miguel Ángel?

—¡Shiiiii!

Georgia seguía anclada en el mismo lugar, todavía atontada.

El tacto eléctrico habitual entre ellos la despertó cuando la áspera mano de Peter capturó la suya. Sus miradas quedaron atrapadas y se dejó guiar hasta sentarse en el sofá, delante de la eufórica actividad de Noah.

—¿Qué haces aquí?

Arqueó la ceja y sonrió pedante.

—¿Qué acaso no es obvio? ¿Mi traje no te da una pista?

—¿De que estás loco? Hace rato estoy consciente de ello. No hace falta verte con el ridículo traje de Santa Claus —meneó la cabeza, resignada a caer una vez más en su cruel juego—. Sabes de lo que hablo, Peter.

Lo sabía.

La impostada sonrisa se desvaneció.

—Es navidad, chaton —murmuró, pasando sus pulgares por el dorso de las manos, haciendo círculos —. ¿Podríamos, por hoy, olvidar todo enfado? ¿Por Noah?

Arrugó su nariz e infló sus mejillas con enojo. Cruzó sus delgados brazos sobre su pecho, apretando sus manzanas.

—Eres un manipulador de primera.

La sonrisa engreída regresó a él, jugueteando sobre sus labios.

—Lo soy. Pero también sabes que tengo razón.

Idiot [tonto].

—Me calienta tanto que hables en francés.

Quiso apuñalarlo con los ojos, ignorando el calor en sus mejillas.

—¡Mami! Mila. ¡Santa tlajo legalo pala Mickey! —celebró con una amplia caja de acrílico transparente que contenía todo tipo de juegos para un ratón.

—Muéstraselo a Mickey —sugirió Peter, con una gran sonrisa.

El niño aceptó y corrió como pudo con la nueva ratonera.

Gigi observó el discreto paquete que había envuelto la noche anterior y que se había esforzado en comprar con el poco dinero que tenía para darle por primera vez un real presente a su hijo. En contraste con todo lo que los rodeaba, parecía ridículo.

No escapó a Peter el gesto melancólico.

Mon petit chat, también tengo algo para ti

Colocó delante de ella una pequeña caja de elegante envoltura. Tardó en reaccionar. Al hacerlo, sus dedos fueron lentos e indecisos. No recordaba cuándo había sido la última vez que había recibido un regalo en navidad. O en su cumpleaños. O por cualquier otro motivo.

—¡Un perfume!

El <<Chanel N° 5>> parecía algo irreal en su mano.

—Siempre dices que te gusta mi perfume. Ahora tienes el tuyo.

—Es muy caro.

—¿En serio crees que no puedo pagarlo?

Rio, quitándole el envase y pulverizando un poco sobre sus muñecas. Llevó una de ellas a su nariz, rozando con esta la piel de manera seductora.

—Delicioso —pronunció con ronquera sexy y un brillo oscuro en sus pupilas.

Georgia no pudo controlar el millar de cosquillas recorriendo todo su ser, de pies a cabeza, agitando sus pulsaciones.

El regreso de Noah rompió el momento —lo que Gigi no supo si agradecer o no—. Caminaba de puntillas de pie, cargando con cuidado y esfuerzo la caja que parecía más grande que él y desde donde se veía al pequeño ratón estrenando la rueda en una carrera interminable.

—¡Mila mami! ¡Mickey cole!

—Sí, cariño —carraspeó, nerviosa—. Parece que le gusta su nueva casa.

—Noah, ¿por qué no abres este? —invitó Peter.

Tomó el regalo que había identificado como el de Gigi, pues era el único colocado en el arbolito cuando él llegó esa mañana.

La joven madre sonrió hacia Peter, que le respondió con un guiño.

El entusiasmo de Noah iba en aumento, y cuando el cuaderno infantil, las crayolas y los lápices de colores se lucieron frente a él, festejó con un nuevo aullido.

Sin dejar de hablar con Mickey y mostrando cada uno de los regalos a su madre y Peter, Noah terminó llenando la sala de envoltorios abiertos y rotos, en tanto Gigi se encargó de preparar un sencillo desayuno que su hijo casi no probó bajo el estímulo de todos sus nuevos juguetes.

—Debes dejar de hacer esto.

Su voz sonó lejana.

—¿Qué cosa? ¿Traer juguetes para Noah? Creo que no entiendes cómo funciona la navidad. Los regalos son parte esencial.

—Lo estás ilusionando —lo contempló con la mirada triste—. Cuando tú y yo sabemos que lo nuestro terminará. Te irás, quién sabe cuándo, y él no lo soportará. Además, cuando nos vayamos de aquí, no voy a poder llevarme todo lo que le diste.

—¿Por qué habrían de irse?

—No podemos vivir por siempre aquí. Y tú no tienes por qué hacerte cargo de nosotros. No somos tu responsabilidad.

Tomó entre sus manos sus mejillas, obligando a chocar sus colores otoñales en sus mágicos iris.

—¿Y si quisiera que lo fueran? —Las lágrimas llegaron sin previo aviso a Gigi, que negaba. No podía caer en un espejismo. Quiso apartar las manos del hombre tomándolo por las muñecas, pero era inútil—. Gigi, escúchame. No sé qué es lo que siento. Sea lo que sea, es profundo. Cuando escuché que ese pervertido quiso aprovecharse de ti, supe que si algo te llegara a pasar, a cualquiera de los dos, me moriría. —Sabía lo que era perder a alguien. No podría soportarlo una vez más—. No importa que yo no esté aquí. —<<O que mi corazón esté en otro lado>>—. Ni lo que me pase, me aseguraré de que nada les falte.

—Lo-lo dices en serio.

No lo pudo evitar. Saltó sin dudarlo al estanque de esa hermosa fantasía que le ofrecía.

—Completamente. Empezando por este apartamento.

—¿Qué estás diciendo?

Peter se levantó. Entre la montaña de los regalos abiertos, rebuscó hasta encontrar un largo sobre rojo con un moño verde y se sentó de regreso en su puesto.

—Esto es para ti. Para ambos.

Parpadeó en cámara lenta. Con dedos temblorosos abrió el sobre. Sacó las hojas plegadas y las desdobló para leer las primeas líneas. Cuando la comprensión llegó a ella, un gimoteo se escapó de sus labios.

—¿Qué es esto? Dice... dice... no, no puede ser.

—Dice que este apartamento es tuyo, mon chaton. Nadie podrá quitárselos. Aun cuando yo... —titubeó—, deba volver a mi país. 

Lo sabía, pero escuchárselo decir se sintió como si le metieran una mano en el pecho y apretaran su corazón.

—¿Cuándo? —susurró.

—No lo sé, chaton. Dentro de poco. Hay ciertas... situaciones que tendré que cerrar prontamente. Pero tú debes velar por ti y Noah. No quiero que sigas en el club. Búscate un mejor futuro. Termina la escuela y estudia. Yo me encargaré de todo.

—¿Por qué lo haces?

—¿Hacer qué?

—Volverme loca. Confundirme.

—¿Cómo hago eso? —fingió demencia.

—Pues me buscas. Me seduces, me coqueteas y eres lindo conmigo y con Noah. ¡Dios! ¡Nos diste un apartamento! —sacudió el papel que así lo declaraba—. Luego, te vuelves distante. Y no me importaría si hubieras respetado nuestro trato —Peter, cargó sus ojos con remordimiento—. ¡Sería sólo sexo! —bajó enseguida el tono cuando Noah volteó hacia ellos, asustado. Sonrió hacia su hijo y caminó hacia él—. Noah, mi amor, ¿por qué no llevas a Mickey y algunas de tus cosas nuevas a tu habitación?

El niño podía sentir la tensión del ambiente y con un mutismo total, obedeció a su madre, mirando de reojo a Peter antes de esconderse en su alcoba.

Con todos los nervios asomando por sus poros, Georgia se mantuvo de pie, recorriendo cada palmo de la estancia antes de retomar la discusión.

—Por si no te diste cuenta, pasó a ser algo más cuando nos salvaste. Cuando nos compras cosas, nos cuidas y te apareces como el dueño de la casa. ¡Mi hijo te quiere!

—No... no es mi intención confundirte. Y no eres sólo sexo, Gigi. Pero no puedo darte más de mí.

—¿Por qué? —volteó hacia él, suplicando con su mirada.

—Porque no soy bueno para ti.

—¿Crees que no me he dado cuenta de que tienes un pasado que arrastras? ¿Que no soportaría saber lo que haces? ¡Por favor! Eres dueño de un club de desnudistas, y por el otro lado, de una galería. Vas por ahí golpeando gente como un animal rabioso. Y no quiero imaginar qué otras cosas más ocultas. Y nada de eso me asusta. No eres un ángel, eso me queda claro, pero incluso así... —<<estoy enamorada de ti>>—, me importas.

—No tienes idea de lo que hablas. Si supieras temerías mi mundo. Me temerías a mí.

—Pruébame.

—¡No! ¡Mierda Georgia! —rugió—. No quiero hablar de ello.

—¡Qué raro que no quieras abrirte y hablar conmigo! —rio con sarcasmo—. Pues yo no quiero saber nada más contigo. Creí... creí que habías decidido tener algo real.

—Lo siento. Es lo mejor, créeme.

—No sé para quién. Porque sólo te he visto sonreír con nosotros. Si estar conmigo y con Noah no es lo mejor para ti, entonces, no sé qué lo será.

Se sentía humillada. Había caído otra vez ante los encantos de ese joven que no hacía más que jugar con ella. La trataba como a una obra de arte para luego descartarla como a una servilleta usada y garabateada en un restaurante de comida rápida.

La calma pareció llegar por unos eternos minutos, pero sólo era la antesala para la tormenta.

—¿Es por ella?

—¿Qué? —Se irguió, poniéndose automáticamente en guardia—. ¿De quién hablas?

—La de los ojos dorados. La que llora sobre tu corazón —señaló acusatoriamente, con el dedo sacudiéndose hacia su pecho—. ¿Es por ella que te tatuaste "l'amour ç'est de la merde" [el amor es una mierda]?

—Sí —aceptó.

—¿Quieres volver con ella?

—¡Está muerta, Georgia! —El grito la impactó—. Murió por mi culpa. Y no quiero que eso les ocurra a ustedes. Si algo te pasara... si le pasara a Noah, no podría vivir con ello.

—Debiste pensarlo antes, maldición —espetó. Caminó hacia él, con las lágrimas desbordando sobre sus mejillas, sabiendo que su siguiente pregunta podría destrozarla—. ¿La amabas? ¿La sigues amando?

El fugaz reflejo del espectro que días atrás había puesto su mundo al revés lo hizo titubear.

—No. Sí. No lo sé —arrastró su mano por su rostro.

—Esa no es una respuesta.

—Es la que tengo para darte.

—Vete a la mierda, Peter. —Lo empujó con rabia—. No tienes nada más que hacer aquí. No vuelvas a acercarte a mí o a mi hijo. No nos ilusiones más. Yo podré entender, bueno, no lo hago realmente porque te atas a alguien que ya no está, pero sé lo que es la decepción. Noah no. Y no lo merece.

—Tienes razón. Fui un egoísta. Creí que podríamos hacerlo simple, pero lo compliqué. No volveré a joderte, ni a ponerte en peligro. Yo... —negó, meciendo sus ondulaciones negras.

No pudo decir lo que tanto quemaba en su pecho porque su cabeza y corazón eran un embrollo que ni él creía poder desenredar.

—Lárgate.

—Lo haré. Pero siempre estaré cuidándote desde un rincón.

—¡Que te largues! —lanzó puños sobre el duro pecho como armas de ataque que dolieron al hombre, no desde lo físico, sino desde las entrañas.

Con la tristeza y la culpa delineando su rostro, se apartó abatido. Tomó sus cosas y se marchó.

Y Gigi lloró. Se arrodilló, sujetándose con una mano su corazón herido y con la otra, silenciando su dolor.

—Mami... ¿etá ben?

—Sí, sí —mintió. Quiso ponerse de pie, pero quedó sentada, débil y rota, con la espalda apoyada contra un lado del sofá.

Los brazos llenos de ternura de Noah la rodearon cuando se sentó sobre ella, apoyando su cabeza ensortijada sobre su pecho.

—¿Ónde etá, Petel? —rebuscó con la mirada llena de ansiedad sin encontrarlo—. Pelí a Santa un papá. ¿Petel esh papá?

—¿Qué? —gimió—. No cariño. Peter es un amigo, nada más. Se tuvo que ir a su casa.

No se atrevía a añadir la verdad.

Que se iría para siempre.

Sus pupilas volaron a la carta de su hijo, sobre el abeto decorado, sorprendiéndose al no encontrarla allí.

Desconcertada, dejó que vagaran hasta que se enfocaron en un paquete envuelto con papel de colores, resguardado detrás de una de las butacas individuales. Los límites no dejaban dudas de que era otro conjunto artístico para Noah, que Peter había escondido. De seguro, un set mucho mejor que el que ella le había conseguido.

Y lo amó tanto que lo odió más.

***

ACTO II

Montana lucía mágica con la nieve cubriendo los tejados y las montañas. Chris amaba volver a su casa cada vez que podía. Aquella donde había vivido toda su vida hasta que se fue a estudiar a la universidad. Todo lo opuesto a su hermana menor, Emily, que se había quedado en el hogar, sin saber qué hacer de su vida, sin rumbo fijo, yendo y viniendo entre trabajos inestables y novios igualmente inconsistentes.

Al menos, en cuanto a su vida laboral, su trabajo de paramédica la colmaba de satisfacción, siendo un tema menos para preocuparse.

El segundo, era uno más delicado, porque lo que tenía Emily de perspicaz con respecto a las novias de Chris —que siempre sabía juzgar a las muchachas con las que salía—, fallaba completamente en reconocer a los buenos hombres para ella. Un fracasado atrás del otro.

Como el que en ese momento reía desaforadamente ante el televisor, mientras él, Emily y la madre de ambos, Mary, preparaban el desayuno navideño. Deseaba con todas sus fuerzas quitarle lo estúpido a puñetazos. Pero había aprendido a controlarse. Además, eso sólo motivaba más a su hermana a apegarse al idiota, como si quisiera provocarlo.

Lo único que lo dejaba tranquilo era saber que era lo suficientemente lista, brillante en realidad, para no enamorarse de ninguno de ellos. Sólo pasaba el tiempo hasta que encontraba otro desperdicio de hombre.

El agente sacudió su cabeza. No dejaría que le amargara el día. O a su madre, que estaba feliz de tener a sus dos hijos en casa.

Especialmente feliz, casi emocionada.

De hecho, cuando lo vio bajarse del coche rentado, prácticamente lloró al abrazarlo. En ese momento había pensado en lo que él y su hermana habían conversado sobre notarla extraña, perdida. Mas nunca había logrado que le reconociera que le estuviera ocurriendo algo.

Sin embargo, el recibimiento que tuvo el hijo mayor casi le hacía confirmar que había gato encerrado. Sólo debía ser cuidadoso en cómo abordar el tema. Su madre podía ser extremadamente hermética. Más difícil de leer que un criminal en interrogatorio.

Después del delicioso pay de moras, especialidad de la dueña de la casa, y la montaña de hotcakes, los cuatro se sentaron con sus respectivas tazas colmadas de café alrededor del árbol navideño para abrir los presentes.

Chris repartió los regalos a sus seres queridos y al estorbo que tenía su lengua en la boca de su hermana. Su madre y hermana hicieron lo propio. El novio de Emily les obsequió a los tres Webb una taza a cada uno. Para Chris, aquella que le dedicó decía "FBI Female Body Inspector".

—¿Entiendes? Porque eres del FBI —reía el imbécil de su propio regalo mientras le explicaba el porqué de lo gracioso. Como si necesitara comprender el chiste.

El colosal agente sólo lo miró y arqueó sus cejas, con una mueca torcida.

Realmente, un desperdicio de hombre.

Menos mal que su madre distrajo su atención.

—Hijo, hay otro regalo para ti, que llegó hace un par de días.

—¿Un regalo para mí, aquí?

Estaba confundido y sorprendido en igual medida. Dejó a un lado la taza con café que tenía en la mano y tomó el paquete que le cedía su madre.

—Por cierto, ¿quiénes son Aurora y Steve?

—¿Aurora y...?

No lo podía creer. Se había ruborizado. Miró de reojo a su hermana, esperando algún comentario al respecto, rogando que no lo asociara con su "fantasía húmeda", como ella había llamado a Steve Sharpe, descubriendo su mentira. Pero esta ya estaba distraída con un nuevo boca a boca.

Aunque el nombre de su amigo estuviera en la tarjeta junto al de su esposa, sabía que la responsable sería su preciosa amiga.

Sonriendo, rompió el delicado papel de envolver y se quedó maravillado con el objeto que tenía en la mano. Una edición hermosa de tapa dura de uno de sus libros favoritos.

<<Moby Dick>>.

Sólo se lo había dicho a Aurora, meses atrás, cuando la llevó por primera vez a la biblioteca pública.

Era una verdadera joya. Abrió la cubierta y buscó la primera página esperando leer algún tipo de inscripción. Se alegró al comprobar que efectivamente, la redonda y prolija letra de Aurora le había dedicado unas dulces palabras.

—¿Qué es eso? —quiso entrometerse su hermana—. ¿Quién te lo dio? ¿Una chica? ¿Qué dice?

La madre abrió la boca para responder, pero Chris la interrumpió, cerrando el libro de un movimiento seco y ruidoso, dando a entender que no quería revelarlo.

—Unos amigos. Nadie que conozcas, chismosa.

Se puso de pie y llevó el regalo hasta su habitación porque necesitaba escapar de las miradas de su madre y hermana para que no lo vieran conmoverse.

Una vez resguardado tras la puerta cerrada, se sentó en la cama y volvió a leer aquella dedicatoria. Como si sus dedos fueran los responsables de comprender lo que decía, pasó la yema sobre la tinta seca, pensando que acariciaba a la misma autora.

—Aurora preciosa, me estás matando —murmuró con el corazón comprimido.

Guardó su tesoro con cuidado en su maleta, donde tenía el regalo para Aurora, el cual se lo daría a su regreso.

Tomó su móvil y buscó el contacto de Steve. Debía agradecerles a ambos.

Enseguida el hombre respondió del otro lado.

Feliz navidad Chris.

Steve estaba de excelente humor.

—Feliz navidad para ustedes también. Disculpen que los llame hoy. Sólo quería agradecerles por el magnífico regalo.

No tienes nada que agradecer. Eres nuestro amigo. Espera, ella quiere saludarte también.

Hola Chris. ¡Felices saturnales!

—Feliz... ¿qué? —rio—, loca... feliz navidad, Aurora. Gracias por el libro. Es fabuloso.

Me alegro de que te gustara —hizo un breve silencio para enseguida compartir su nueva habilidad con emoción—. Chris, no lo vas a creer, pero ayer Steve me llevó a patinar sobre hielo. ¡Fue mi primera vez! Fue maravilloso...

—Me alegro mucho, preciosa —escuchó a su hermana llamándolo. Era hora de lavar los platos del desayuno—. Lo siento Aurora, debo irme. Sólo deseaba darles las gracias.

Cuántas cosas más desearía darle, como besos y abrazos, pensó con algo de melancolía.

Si fuera por él, le dedicaría detalles cada día de su vida.

¡De nada!

¿Estaba mal que no pudiera sacarse de la cabeza al hechizo de ojos dorados?

Sí.

La respuesta fue rápida y contundente como un rayo.

Igual de fulminante.

Por varias razones.

La primera, que estaba casada con el que ahora era su amigo.

Segundo —y esto lo hacía sentirse un perro—, era que estaba acostándose con Carly. No tenían nada serio. Sólo la promesa de descubrir hasta dónde podían llegar.

En algún momento pensó que estar con Carly —al menos desde lo carnal—, lavaría su cerebro al punto de resetearlo y depurar de su sistema a la muchacha que, al parecer, estaba arraigada como un roble en su corazón y en su mente.

Lo que estaba resultando un fiasco.

—Joder —maldijo—. ¿Qué me has hecho, preciosa?

Debería pensar en Carly. A quien ni se le ocurrió comprarle algún obsequio.

<<Sólo follamos un par de veces>>, se justificó.

No sabía si eso ameritaba darle un regalo por navidad.

Toda la situación lo tenía confundido. Nunca había cedido a sus impulsos físicos sin incluir parte de su corazón, incluso cuando era un simple enamoramiento.

Su gran mano frotó su nuca al tiempo que inclinaba su cabeza de un lado a otro, tronando su cuello.

Ojalá las cosas con Carly llegasen a funcionar.


Dispuesto a no dejarse amargar, descendió las escaleras de madera, con el crujir bajo su gran peso, hasta alcanzar el final. Buscando a su madre, se dirigió a la cocina, hallándola de espaldas, mirando a través de la ventana la copiosa nieve caer.

La abrazó desde atrás, envolviendo su cuerpo con sus poderosos brazos, imitando su contemplación, donde el columpio de su infancia se mecía lentamente por el viento invernal desde la gran rama del roble de la plaza frente a su hogar y que tantas veces usaron los hermanos Webb y cada niño del barrio.

Ella apoyó sus manos en sus antebrazos, palmeándole con cariño maternal. El frío del tacto sorprendió a Chris.

—¿Estás bien? —Mary raspó la garganta en un sonido de afirmación que Chris se permitió aceptar—. ¿Qué ves con tanta concentración?

—Sólo recordaba. —Su hijo aguardó—. Siempre fuiste más alto que los demás. No tan corpulento como ahora. Eras tan delgado —rieron—. Pero con el mismo firme espíritu de protección hacia los demás. Especialmente hacia tu hermana. ¿Recuerdas el día que unos niños la hicieron llorar? Fue allí, en el roble. Nunca supe qué ocurrió. Ustedes no quisieron decírmelo, pero eran cuatro niños rodeando a mi pequeña. Tu padre y yo ya estábamos por salir cuando llegaste tú solo, como un llanero solitario, y los enfrentaste.

—Lo recuerdo. Me enfadé como mil demonios al ver a Em llorar.

—Sí que fuiste un demonio. Le saltaste al que empujó e hizo caer a Emily y le asestaste un golpe en el rostro. Los otros tres se te tiraron encima y tu padre ahí se volvió loco. Cuando salimos corriendo, el tiempo que nos demoró cruzar la calle tú ya los habías hecho llorar con tus puños. Algo les dijiste que los asustó. No lo escuché, pero vi sus caras de miedo. Luego tomaste la mano de tu hermana, le sacudiste la falda y la abrazaste con fuerza. Al notarnos, tomaste de la mano a Emily y te encaminaste hasta nosotros. Dijiste algo como "tranquilos, ya me hice cargo. No volverán a hacerla llorar mientras yo esté para evitarlo". Y lo decías tan seguro con tus once años, con una sonrisa marcada por un golpe en tu labio y un ojo hinchado. 

—Lo recuerdo —rio conmovido por el pasado—. Lo volvería a hacer.

—Lo sé.

—Además de los golpes, también recibí una gran reprimenda de parte de papá por resolver el conflicto con los nudillos en lugar de usar la cabeza.

—Sí. Es lo que debíamos hacer. Enseñarte a pensar. Pero tu padre, esa noche, me confesó que estaba completamente orgulloso de su hijo. Sintió que, si él no llegara a estar más, tú siempre nos protegerías.

Se giró hacia el hombre en que se había convertido ese niño y acunó su rostro entre sus manos marchitas.

Unas lágrimas amenazaron con desbordarse, que despejó con un rápido parpadeo.

—Has crecido y lo has hecho. Sigues teniendo un corazón noble. Siempre nos cuidaste y te preocupaste por nosotras. Estoy orgullosa de ti. Pero ya no debes protegernos, lo sabes, ¿no?

—Mamá... ¿de qué hablas?

—Sólo quiero vivir sabiendo que son felices. ¿Eres feliz, hijo?

—Lo intento mamá —respondió sintiéndose perdido por algo que sentía que se le escapaba—. Lo intento.

—Eso no es lo que una madre quiere escuchar para tener su alma tranquila.

—Lo sé. Si te sirve de consuelo, la mayor parte del tiempo lo soy. Me gusta mi trabajo, tengo buenos amigos y amo a mi familia.

—Quisiera que tuvieras la tuya antes de que... —<<me vaya>>—, sea demasiado vieja para disfrutarla.

—Pon esa energía en Em... pero espero que sea con otro. No este torpe.

—Confía en tu hermana. No está enamorada de él.

—¿Cómo lo sabes?

—De la misma manera en que sé que tú sufres por amor. No intentes ocultárselo a tu madre.

—Joder... ¿cómo?

—Instinto de madre. Te he parido, querido. No puedo creer todavía que esta masa de músculos de casi dos metros de alto haya salido de mí.

—Gracias por la imagen mental. Pero no salí así.

—Ah, pero eras un niño largo. Tu cabeza casi me parte.

—¡Mamá! No soy cabezón.

—Eres grande por todos lados, querido. Pero proporcionado. Recuerda que te he bañado hasta los cinco años.

—Esto se está volviendo incómodo.

Rieron, despejando cualquier momentánea oscuridad amenazante.

Besó la frente de su madre y la sostuvo contra su torso.

—¿Cuándo regresas a Nueva York?

—Mañana, en el primer vuelo.

—¿Tan pronto?

—Lo siento mamá. Tengo trabajo ese mismo día.

—No descansas nunca. Así no conseguirás resolver las penas del corazón.

Torció su boca.

El trabajo pendiente tenía que ver con la chica con la que se estaba acostando y a quien debía convencer de que lo ayudara a investigar lo que ocurría en Las Ninfas.


N/A:

Primeras dos escenas de esta navidad en cuatro actos.

Me entristece la situación de Peter (Pierre) y Gigi... al parecer, ya no habrá Giter por ahora...

Y Chris tiene sus propios dilemas... veremos qué le espera en el amor.

Se empieza a sentir el espíritu navideño...

No se olviden de votar y comentar.

Gracias por leer, Demonios!

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