58. Necesito un favor
58. Necesito un favor.
Temblaba.
No había parado de hacerlo desde que el fantasma de su tesoro había irrumpido en su ya turbulenta mente.
Perdido en una bruma, no supo cómo es que había llegado a su penthouse. Pero allí se encontró cuando abrió los ojos de la conciencia.
Tras parpadear al reconocer dónde estaba parado, se desplazó con pasos desesperados —cual sediento frente a un oasis en el desierto—, hacia su habitación, en busca del retrato que tenía memorizado.
Abrió el cajón responsable de su seguridad y capturó el preciado lienzo. El temblor sacudía su pulso en tanto admiraba el dibujo que imitaba con una realidad pasmosa a la joven misteriosa de iris dorados que se clavó en su corazón en tan sólo días, para castigar su alma marchita por los últimos meses.
El recuerdo de su pérdida.
De su fallido intento de amar.
—Tú estás muerta —repitió la sentencia que sus labios habían estado modulando desde la visión en la galería—. Estás muerta, mon trésor. Esto es imposible.
Gritó desgarrando su garganta, echando su cabeza hacia atrás.
Gritó, al cielo. Al infierno.
Gritó para despertar a las almas del más allá, hinchando las venas de su cuello.
—¿Por qué me torturas? —cayó de rodillas, vencido. Sus largos dedos se hundieron entre sus ondulaciones oscuras como cuervos y gimoteó, encogido en el suelo—. Lo lamento, mon trésor. Lamento ser yo el que sobreviviera y no tú. Tú merecías vivir. Tú merecías enamorarte y ser feliz. Tú... no yo.
En un arranque, se plantó otra vez de pie. El caos de su interior se materializó como un huracán y sus brazos arremetieron contra todo con lo que se topó en su camino dejando pura destrucción.
Hasta que sus energías se agotaron y se detuvo. Su pecho agitado se sacudía con cada respiración ruidosa que entraba y salía de su boca en busca de oxígeno.
Sus ojos turquesas y grises detallaron otro dibujo víctima de su estampida y la postura encorvada de un animal al acecho se relajó.
Tambaleando, dio lentos pasos hasta que sus manos sostuvieron lo que interpretó como una nueva señal.
El dibujo de un niño que lo tenía conquistado le hizo ver a su fantasma con otra luz.
Retrocedió sin percatarse hasta sentarse en el filo de la cama.
—Mon trésor, ¿qué quieres decirme? —detalló con el corazón agitado, pero esta vez no por el esfuerzo, sino por el sentir cálido que rebozaba en ese músculo inexperto—. Creo... no sé qué creo —meneó su cabeza, abatido.
Su cuerpo y su mente le dieron una tregua y cayó rendido de espaldas sobre su colchón, con los trazos infantiles todavía en su retina, marcando lo que pensaba era un mensaje de la mágica criatura que lo había hechizado entre las paredes de un barco.
<<Protégelos>>, oyó decir al caer bajo el efecto de Morfeo, con el dulce sonido de una voz que no había escuchado desde que un par de hoyuelos brillaron tanto para él que la oscuridad que lo rodeaba fue sometida.
Hasta ese momento.
***
Andrew no entendía qué había ocurrido dentro de aquel edificio, pero desde que la esposa de su jefe había salido de allí, esta había perdido la alegría que había estado irradiando toda la mañana. Por el contrario, parecía ensimismada en alguna encrucijada, sosteniendo entre sus dedos el colgante que Chris le había obsequiado. Si solía caminar mirando hacia arriba, como si persiguiera pájaros o nubes, o siguiendo el movimiento de las personas, en aquella oportunidad la vista no superaba las rodillas de los otros transeúntes, debiendo ser el hombre el encargado de interceptar a cualquiera que fuera en directa colisión con ella.
En ese estado habían llegado hasta el coche aparcado, donde se encontraban guardando la montaña de bolsas con los presentes navideños antes de regresar a Sharpe Media.
Cuando cerraron la cajuela, Andrew no pudo contenerse más y la sujetó con delicadeza del brazo, recibiendo el par de piedras apagadas.
—Aurora... ¿se encuentra bien? ¿Qué ocurrió allí?
—Perdón Andrew... estaba distraída —suspiró con una sonrisa a medio construir—. Me encontré con el recuerdo de un viejo amigo. Uno que perdí hace tiempo.
—Comprendo. Un recuerdo triste.
La anatomía perfectamente diseñada se lanzó contra el musculoso cuerpo, escondiendo su rostro en él. Andrew tardó unos segundos en reaccionar y lo hizo rodeando con sus brazos a la muchacha dorada. Hunter participó del abrazo gimoteando entre ellos.
—Aurora, está bien sentir nostalgia cada tanto. ¡Dios! Si lo sabré yo —consolaba pasando sus grandes manos por la espalda de ella—. Pero hágame caso cuando le aconsejo que no se deje hundir por ellos. No cuando tiene tanto a su alrededor por lo que estar alegre. Por quienes ser feliz, porque usted es nuestra luz. Recuerde a su amigo con cariño, porque estoy seguro de que él querría que usted fuera dichosa.
Aurora sacó su cabeza de su refugio y lo miró con profundidad. Una gran sonrisa emergió para iluminarlo todo, calmando el corazón del hombre.
—Tienes razón. Celebremos la vida. Todavía queda mucho por preparar. —Se estiró con la gracia de una bailarina y depositó un cariñoso beso en la mejilla oscura—. Gracias Andrew.
***
Contemplaba la panorámica que el piso 50 le regalaba de Nueva York, esperando a que la persona que había mandado llamar se hiciera presente.
—Señor Sharpe —alertó Beatrice desde el otro lado del intercomunicador—. La señorita Rivers se encuentra aquí.
—Hazla pasar —ordenó antes de soltar el botón.
La puerta se abrió y junto a la delgada figura de inmaculada estampa de la asistente de Steve emergió Crystal.
—Gracias Beatrice. Ahora necesito que acompañes a Leonard. Está en la sala C de juntas. Al parecer hay una situación y quisiera que estuvieras allí para mantenerme al tanto.
La madura dama asintió, aun cuando en sus facciones se plantó la confusión por el inhabitual pedido. Su jefe solía confiar en sus directores y nunca la enviaba a las reuniones. Cuando volteó hacia la salida, no pudo evitar echar una mirada de soslayo, incapaz de reconocer a la mujer a su lado.
Quedaron solos y Steve, desde su trono, analizó a su empleada con frialdad.
Ya no tenía el porte altivo, aunque en ese instante intentara mostrarse orgullosa, alzando su mentón. Su cabello tenía las raíces con el color natural —castaño—, empezando a vencer al platinado artificial. Su rostro parecía apagado, especialmente sus ojos, enmarcados por profundas ojeras.
—Siéntate Crystal. Hay algo muy serio de lo que tenemos que hablar.
Con resignación camuflada de rabia obedeció, sentándose con un resoplido y cruzando sus brazos sobre su gran pecho.
—¿Qué es lo que quieres Steve? Me mantuve alejada de tu mujercita, como querías. Y hago mi trabajo de mierda.
—Pero no es lo único que has estado haciendo, ¿verdad? —lanzó unas fotografías sobre su escritorio que se adueñaron de la atención de Crystal.
Abrió sus ojos ante la secuencia y subió sus pupilas ante el hombre que parecía saberlo todo.
—¿Qué te importa lo que haga con mi vida privada?
—Tienes dos opciones. De ti depende lo que ocurra con tu vida a partir de hoy —habló, ignorando su cuestionamiento.
***
Incluso los sábados el edificio se mantenía vibrante, pues algunos programas no conocían de descansos, al presentarse en vivo.
Otros, sin embargo, tendrían la oportunidad de dejar grabados los próximos eventos de manera de que la navidad la pudieran pasar en familia. Otro motivo por el ajetreo en Sharpe Media. Todos querían acabar lo antes posible y liberarse.
Con energía renovada, Aurora balanceaba sus caderas a paso rápido acompañada solamente por Hunter en busca del siguiente aliado para sus obsequios. Unos muy especiales.
De esa manera, se plantó con una sonrisa de blancos y perfectos dientes delante del escritorio de la asistente de Leonard, que prácticamente saltó en su lugar por la sorpresa.
—Hola...
—Ay, ¡mierda! —El exabrupto hizo reír a Aurora cuando la empleada comenzó a tartamudear—. Lo siento.
—Tranquila ¿Podrías decirme si Leonard está disponible? Quisiera hablar con él un momento.
—Lo siento señora Sharpe, hubo un inconveniente en una de las producciones y tuvo que ir a resolverlo. Pero si quiere, lo llamo para que venga de inmediato.
La mujer temblaba. No había hablado nunca directamente con Aurora, pero sabiendo que era la esposa del Témpano Sharpe estaba segura que el no complacerla acarrearía consecuencias del imponente dueño, así que tomó raudamente el teléfono y comenzó a marcar cuando Aurora, con una sonrisa tranquilizadora, la detuvo tocando la mano de la asistente.
—No hace falta, Dena. —La aludida abrió sorprendida sus ojos al escuchar su nombre en aquella dulce voz—. Déjalo trabajar tranquilo. ¿Puedo pedirte que en cuanto se desocupe, le avises a Beatrice, por favor?
—Por supuesto, señora Sharpe.
—Aurora. Sólo Aurora.
***
Aurora salía del ascensor y sus ojos volaron al escritorio de Beatrice notándolo vacío. Suponiendo que regresaría en unos momentos, llevó sus ágiles pasos hacia las enormes puertas del santuario de su esposo con el cosquilleo en su vientre al imaginarlo enloquecido cuando descubriera la sorpresa que ocultaba bajo sus ropas.
Antes de que llegara a su destino, las hojas de madera se abrieron con agresión enmarcando una silueta que hacía prácticamente dos meses que no veía y que la congeló en su lugar.
Estaba irreconocible. A años luz de la mujer sensual y coqueta que conocía.
Los ojos verdes que refulgían con evidente rabia la atravesaron como si la dorada muchacha fuera la responsable de todos sus males.
—¿Crystal? —balbuceó. Carraspeó para recuperar su voz y encuadró sus hombros cuando el torbellino platinado se aproximó en zancadas poco delicadas.
Hunter se erizó, con un gruñido saliendo de entre sus colmillos de cachorro.
—Tú... maldita. Desearía que no hubieras nacido. Desde que llegaste lo has arruinado todo. ¡Todo!
—¿De qué hablas? —negó con la cabeza—. Déjalo. No me interesa intentar. No comprenderás jamás que cada uno es responsable de sus acciones y que no puedes obligar a otros a que te amen, menos cuando eres nociva y egoísta.
—Perra... ojalá algún día pierdas todo lo que amas, así sabrás lo que se siente ser una desdichada.
La empleada pasó a su lado intentando chocar con el hombro de la señora Sharpe, pero esta fue más rápida y se deslizó a un lado, evitando que cumpliera con su estúpido intento.
Consternada, volteó su cabeza, haciendo bailar sus dorados bucles hacia el despacho, donde aguardaba Steve, sentado de espaldas detrás de su escritorio, ajeno al intercambio femenino.
Pasó el umbral, colgando el abrigo en el perchero. Después de pasar el cerrojo de la puerta, llevó sus tacones hacia el hombre que seguía perdido en sus pensamientos.
—¿Qué hacía Crystal aquí?
El hombre giró su asiento y en sus rasgos vio algo que la desconcertó. Cubría sus facciones la gelidez habitual, pero había algo más. Algo que parecía pesarle y que rápidamente intentó eliminar con una leve sonrisa de lado.
Hasta el can percibió su pesar y con su instintiva empatía lamió su mano apoyada en el reposabrazos de su sillón. Steve le dedicó una escueta caricia, con la que el golden se dio por satisfecho antes de escabullirse a su acolchada esquina.
—Hola a ti también, cariño —trató de bromear infructuosamente.
—Hola amor —respondió llegando hasta su lado y sentándose sobre su regazo, de lado y rodeándolo con sus amorosos brazos—. ¿Qué hacía Crystal aquí? —repitió.
Steve simplemente recostó su mejilla en el perfumado pecho.
—¿Qué hiciste? —intentó otra vez Aurora, pasando sus dedos por entre las hebras de su esposo.
—¿Por qué crees que hice algo?
—Porque te conozco. Hiciste algo que te molesta.
Steve sonrió sutilmente, pero fue suficiente para que la muchacha percibiera ese gesto en la piel.
—Crystal no trabaja más en Sharpe Media.
—¿Qué? —Supo que por eso había arremetido contra ella—. ¿Por qué?
—Es lo correcto. No puede seguir aquí. No después de todo lo que ocurrió.
—Pero no ha estado haciendo nada malo desde que regresamos. —Aunque no la apreciara, debía reconocer eso—. ¿Por qué la echas?
—Ella eligió irse. No se siente cómoda aquí.
—Eso no tiene sentido. Si ella eligió irse, no estaría tan enojada —reflexionó.
—No me interesa hablar de ella —dijo en un tono duro, que suavizó enseguida cuando conectó con los iris mágicos de su diosa—. Bésame —suplicó.
—Steve... —recorrió su pómulo con la yema de los dedos, llegando hasta los labios carnosos del hombre—. No tienes que pedirlo.
Sus bocas se encontraron cuando los dedos fueron reemplazados por sus propios labios, saboreándose en un beso íntimo, hondo, con una desconocida ansiedad que movilizó sus entrañas.
Se despidieron del beso con un lento mordisco y cuando abrieron los párpados, fue el turno de Steve de notar algo más en la profundidad de la fuente dorada.
—Tú también estás diferente. ¿Qué ocurre amor?
Las cejas de Aurora se elevaron ante la contundente afirmación, cuando ella ya se sentía liberada de la pena.
Tardó unos segundos de contemplación a los pozos de azul oscuro de su esposo para confirmar que poco se le escapaba al sagaz hombre.
—El día de mi cumpleaños la vi de lejos al pasar, pero la dejé en un rincón oculto. —Steve la escuchaba con el ceño fruncido, tratando de captar a dónde iba—. Pero hoy, me atrapó. La tuve de frente. Las Lágrimas de Freya.
En un parpadeo comprendió la magnitud de ese encuentro entre arte y espectadora.
—¿Pierre? —Ella afirmó lentamente—. ¿Su recuerdo te dejó así, mi niña?
—¿No dejarás de decirme tu niña? —preguntó con una sonrisa ladeada.
—Siempre serás mi niña. Dime amor, ¿cómo estás?
—Bien. Es sólo que... nunca dejaré de sentir remordimiento por su final. Si no me hubiera conocido...
—No debes fustigarte cuando los únicos responsables fueron sus asesinos. Lo sabes.
Aurora mordió su labio inferior, bajando su mirada. Pero Steve la animó a regresar a él colocando su mano en su nuca, guiándola a enlazar sus miradas.
De un impulso, la tomó en sus brazos, poniéndose de pie, y la trasladó hasta el amplio sofá, donde la sentó a horcajadas sobre su pelvis, forzando a la falda a enrollarse hasta dejar a la vista el redondo culo de Aurora.
—Hagamos un trato... ambos dejamos los pesares y nos concentramos en follarnos como dos desahuciados, ¿te parece?
Como por encantamiento, las risas de campanillas alegraron la atmósfera, cambiando el aire a uno de lujuriosa tensión.
—¿Esa es tu solución?
—Esa es la que mi verga está pidiendo cuando te veo tan apetecible encima mío. Y cuando tu aroma embriaga mis sentidos y entorpece mi cerebro.
Sin demora, los dedos hambrientos desprendieron en un movimiento los botones de la camisa de Aurora, esperando hallar la desnudez de los suculentos senos. El colgante entre ellos fue removido hasta quedar a su espalda.
Extasiado ante la sensual sorpresa de un blanco y casi transparente encaje, su sangre se calentó y sus iris fueron engullidos por sus pupilas dilatadas.
—Oh, Aurora, juraría que hoy habías salido de casa sin ropa interior —la sujetó por los omóplatos y llevó su boca sobre la prenda, mordiendo sus pezones erguidos a través de la delicada tela—. Me vuelves loco con esta lencería.
—Esa es la idea, al parecer. —Pasaba sus manos por el cabello de su esposo—. Nos imaginé haciendo el amor en el cambiador y me excité. Necesitaba sentirte adentro mío —hablaba mientras se movía sobre el regazo de Steve, que respondía con placer ante la provocación femenina.
Presionó la cabeza de Steve sobre ella, aferrándose con posesividad del cabello rubio de este y cediendo todo el terreno de su pecho al intrépido conquistador.
***
Cuando Chris emergió de la caja metálica, la delgada y recta silueta de la asistente de Sharpe lo recibió con una cálida y servicial sonrisa mientras se acomodaba en su silla.
—Agente Webb, ¿qué lo trae por aquí?
—Necesito hablar con Steve urgentemente.
—En estos momentos está ocupado con una empleada. Pero no creo que se demore mucho más con Crystal.
—¿Crystal? —reconoció ese nombre y eso lo hizo apretar sus cejas sobre su frente.
Iba a decir algo más, cuando unos sonidos llegaron amortiguados desde el otro lado de la puerta.
Tanto él como la dama voltearon con la incredulidad en sus rostros.
—¿Qué mierda...? —Su sangre bulló como lava en erupción al identificar los comprometedores gemidos y se abalanzó sobre la madera que los separaba como si fuera a tirarla abajo en una redada. Pero esta no cedió.
—Agente Webb, no puede pasar —reclamaba una conmocionada Beatrice.
—Señora, usted y yo sabemos lo que está pasando ahí y sé que tampoco lo aprueba.
—No, no... —tartamudeó, con las mejillas encendidas—. Aun así, no puede tirar la puerta abajo.
***
Aurora bailaba con su pelvis sobre su esposo, todavía en un ardiente juego previo con ropa puesta. La camisa de ella caía rodeando su estrecha cintura. El delicado sujetador había quedado por debajo de sus senos, los cuales saltaban pesados ante los ataques salvajes de Steve, que no escatimaba en mordiscos, gruñidos, lametazos y succiones.
Entonces escucharon voces alteradas del otro lado de la puerta y se detuvieron, prestando atención a lo que ocurría. Fue Aurora la que reconoció la voz masculina que protestaba.
—Es Chris —murmuró—. Algo debe haber pasado.
—Joder, qué inoportuno —masculló, recibiendo un golpe de palma sobre su hombro—. Vístete rápido.
Chris golpeaba la puerta mientras la rubia se abotonaba y acomodaba la camisa adentro de la falda sin mirar, atenta a la entrada, mientras Steve se pasaba los dedos por su cabeza, peinándose hacia atrás, arreglándose la camisa y la corbata. La erección no tenía intenciones de aplacarse.
En cuanto Steve vio que Aurora estaba más o menos lista abrió. Del otro lado, el alto agente se mostraba ansioso por verlo, y una angustiada y enrojecida Beatrice pedía disculpas al empresario.
El millonario notó que tanto Chris como la asistente parecían escanear el interior del despacho. Si buscaban a Aurora, no la encontrarían a simple vista al haber quedado a un lado y estar obstaculizada por la hoja de la puerta abierta.
—Tranquila Beatrice, todo está bien. Chris siempre tiene vía libre, aunque sea poco delicado —sonrió para que ella se relajara. Se ubicó a un lado, dejando pasar al hombre—. Pasa Chris.
Cuando entró el agente Webb, no se fijó en Aurora, quien había quedado justo detrás de él. Sólo miraba a Steve. Lo notó algo ruborizado y no tan prolijo como siempre y de inmediato supo que el atractivo hombre acababa de ser interrumpido en alguna situación de infidelidad con la empleada que estaría en esos momentos oculta en el cuarto de baño. Su inspección lo llevó a reconocer la evidencia en la entrepierna, y avergonzado y enfadado subió sus ojos encolerizados a los de Steve, que se mantenía impasible.
—Mierda, Steve. Te dije que si metías tu polla donde no debías, te la cortaría.
—¿Ustedes hablan de sus... miembros? —la femenina voz hizo voltear al agente, encontrando a una Aurora conteniendo su risa.
—¡Aurora! —exclamó aliviado.
Cuando la observó, también la notó ruborizada, con la camisa mal abotonada y el pelo desarreglado. Se quedó congelado por un segundo, sobre todo al reconocer el dije que fue su regalo de bodas entre los senos.
Se avergonzó por haber pensado mal de su amigo y por la interrupción. Olvidó por un momento qué estaba haciendo allí y se quedó pensando en cuánto desearía ser él el que viera lo que se ocultaba debajo de la delicada camisa.
Aurora se dio cuenta de que Chris sospechaba de la actividad del matrimonio y se puso más colorada aún e instintivamente miró su blusa, notando que se había equivocado en un botón.
—Ay, qué vergüenza —murmuró. Con una sonrisa se dio vuelta y fue hasta el tocador, para arreglarse mejor.
Ambos hombres siguieron a la sensual mujer y luego se miraron. Chris, bajó la cabeza, sumiso. Junto a su pierna, Hunter lo recibía con alegría.
Le regaló su caricia y regresó su atención a Steve, que arqueó una ceja.
—Perdón, es que... tu asistente dijo que estabas con Crystal... lo siento. Me enceguecí.
—¿Creíste que Steve me estaba engañando? —cuestionó Aurora, ya de regreso.
Caminó hasta abrazar a su esposo, con su rostro mostrando desconcierto.
El de Steve, evidenciaba molestia con la mandíbula apretada.
—Chris, gracias por querer defender mi honor, pero Steve no haría eso.
Esa duda ya la había arrancado por completo de su sistema.
—Yo... —pasó su mano por su nuca—. Soy un imbécil Steve. Ya me juraste que nunca harías algo así y desconfié de ti. Un amigo no hace eso.
—No. No lo hace —coincidió con voz monocorde—. Sin embargo, demostraste una vez más, que por Aurora, te enfrentarías a cualquiera.
La aludida presintió que había algo más entre esas palabras y sus ojos fueron de uno a otro, que no dejaban de contemplarse.
—En fin, Chris —cortó ella—. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué estás tan alterado? ¿Qué es lo que te trae aquí un sábado?
Unos nuevos golpes, estos más tenues, los detuvo. La puerta se abrió y apareció Beatrice. En su semblante se notó también la sorpresa al reconocer a Aurora y enseguida la calma se instaló en ella.
—Perdón la interrupción, señor. Leonard ya está en su despacho y su asistente me comunicó que está disponible.
Steve no comprendió, pero fue Aurora la que saltó con emoción.
—¡Eso es para mí! Tengo que hablar con él. Chris, ¿me necesitas aquí? Porque puedo pedirle que me espere.
—No, preciosa —dijo con voz dulce y sonriendo—. Ve. Hablaré con Steve.
—Espero verte antes de que te vayas, pero si no es así, te saludo ahora.
Apretó sus grandes manos con las suyas y besó su mejilla.
Y como con cada roce, Chris no pudo evitar cerrar sus ojos y trasladarse a otra dimensión.
El calor desapareció, pero el aroma quedó enterrado en él.
Cuando la puerta se cerró otra vez, parpadeó, hallando frente a él al afortunado esposo, que meneaba su cabeza de manera casi imperceptible. Habían quedado ellos dos solos. El cachorro había seguido a Aurora.
—Imbécil.
Se giró, con elegancia, sus pasos lo trasladaron al sillón individual detrás de su escritorio, donde se sentó ocultando la dureza que no aflojaba en su pelvis. Señaló el sillón del otro lado y Chris se acomodó, cayendo con todo su peso. Sus manos fueron a sus rodillas separadas, frotándolas con nerviosismo.
—En serio, perdóname por juzgarte mal.
—Olvídalo. Comprendo la equivocación, pero de una vez por todas, entiende que nunca la engañaría. —No le permitió emitir comentario al respecto, frenándolo con la palma en alto—. Ahora, dime qué te trae aquí, siendo tan descuidado. Podrás usar mi elevador privado, pero si te llegan a ver, los rumores podrían surgir.
—Lo sé. Lo siento —inhaló, tomando en esa bocanada de aire el impulso para exponer su situación—. Steve, lamento tener que pedirte esto, pero necesito un favor, saber si puedes echarme una mano con una situación delicada.
—¿Qué necesitas, Chris? Espero que valga la pena. Me cortaste el rollo, dejándome con una erección atroz.
El castaño hizo una mueca, pretendiendo esquivar esa imagen.
—No sé cómo decirlo. Ni siquiera sé exactamente qué puedes hacer por mí.
—¿Qué tal si me cuentas el inconveniente y después vemos cómo proceder? Porque adivinando no voy a llegar a ningún lado.
—Sí, claro. —Se enderezó en su lugar y sus facciones se endurecieron—. ¿Estás al tanto de la jovencita asesinada que apareció en Brooklyn? —Steve asintió. Aurora y él habían hablado de ello—. Tengo una informante que cree haberla visto antes de que fuera raptada. Dice no saber nada más, pero sospecho que no me dice la verdad. Que el lugar donde trabaja está relacionado con ello de alguna forma.
—¿Por qué no interrogas a los empleados?
—Porque no tengo ninguna evidencia. Ni siquiera sé dónde trabaja. Nunca aceptó decírmelo.
Steve entornó los párpados, atravesando a su amigo.
—Chris... ¿acaso te acuestas con tu informante?
El agente se irguió más.
—No es conveniente intimar con informantes —esquivó.
—Imagino que es fácil de cumplir cuando de ladronzuelos apestosos se trata. Pero no me lo has negado.
—Eso es lo de menos. Además, ¿qué te hace pensar algo así?
—Porque vienes un sábado, de ropa informal, con esta información, que obviamente acabas de recibir, pero tienes el cabello húmedo. Lo que me indica que te duchaste después de tener sexo.
Chris meneó la cabeza y rio, sabiéndose atrapado. Sus mejillas se sentían encendidas, por lo que sabía que estarían rojas, pero no negaría lo evidente.
—Mierda, serías un estupendo agente.
—Lo sé —se encogió de hombros—. Pero no me gusta seguir órdenes.
—A no ser que sean las de Aurora.
—Esas se pagan muy bien.
—Me imagino —masculló. Su mirada cayó en el pequeño colchón de Hunter—. Ustedes son unos pervertidos. Iban a follar con Hunter aquí. Van a dejar al cachorro traumatizado.
—Al punto, Chris —apuró, pero no ocultó la media sonrisa ante el comentario socarrón.
—Sí, sí. Mira, el martes me estaré yendo a Montana a pasar navidad en casa. Tengo hasta el lunes para averiguar el club dónde trabaja Carly.
—¿Club? ¿Es una desnudista o prostituta acaso?
—No es una prostituta. Sólo baila. Bueno, sí, a veces, también acepta clientes. Pero es sólo por un tiempo. Está estudiando la carrera de leyes.
—Vaya novia que te has echado.
—No es una novia —se removió incómodo—. Simplemente... pasó. Carly es una buena chica. Pero no es mi novia. Veremos a dónde nos lleva lo que sea que tengamos.
—No tienes que explicarme nada, Chris —fijó sus zafiros en su interlocutor, que estaba evidentemente mortificado—. ¿Ella es la que te ha estado pasando los últimos datos?
—Así es.
Steve notó cierta incertidumbre en Chris.
—¿Sospechas de ella?
—No sé qué pensar. —O no quería aceptar lo evidente—. Sus datos han ayudado a decenas de esclavas. Eso es real. Lo que me hace cuestionarme es cómo obtiene la información.
—¿Ella qué dice?
—La escucha entre los clientes. O sus compañeras. Pero ya no creo que sea así. No si hay una chica asesinada involucrada en esto.
—¿Has pensado si esto es una trampa?
—Pienso en todas las posibilidades siempre, Steve. Pero no puedo echarme atrás cuando hay vidas en peligro.
—¿Qué hay de la tuya?
—Gajes del oficio.
—Que no te escuche Aurora, o el peligro será ella. Debes tomar todas las precauciones posibles. Nos dijiste que te habían estado siguiendo.
—Ya no. Posiblemente. No sé qué pensar de todo esto. Por eso me mantengo con la guardia en alto.
—No lo suficiente, al parecer —esbozó una mueca burlona que apenas cambió su semblante, pero que Chris percibió a la perfección.
—Carly no es el enemigo. Ella... me importa. Me gusta. Puede que haya algo sospechoso, pero mi vida no está en peligro cuando follamos.
—Espero que con protección.
—Pendejo. Siempre envuelvo mi pene. El punto es, que hay algo de trasfondo y pienso averiguarlo. Por eso necesito tu ayuda.
—Sólo estoy jodiendo. Me alegro por ti, amigo. Ahora dime... ¿qué es lo que quieres que haga?
Se puso de pie, y caminó en rededor para lograr canalizar los nervios.
—Necesito que una vez averigüe el club, alguien sea mis ojos y oídos ahí dentro...
—Espero que no estés tratando de decirme que pretendes que Aurora finja ser una desnudista. Si ella va, no estaría simulando ser una víctima, sino que podría pasar días allí hasta descubrir una pista y eso la pondría en peligro. Se volvería un blanco o algún asistente podría ser de su pasado y reconocerla.
—¿Qué? ¡No! Ya pienso que es una locura lo que hacen. No quiero que Aurora se arriesgue. Yo pensaba que tú...
Ambos se miraron y Steve descubrió a dónde iba Chris.
—¿Quieres que yo vaya por ti a un club donde mujeres reciben dinero por quitarse la ropa? —Al ver que el agente asentía en silencio, se echó a reír a carcajada limpia. Hacía tiempo que no lo hacía con alguien que no fuera Aurora—. ¡Estás loco! No he pagado nunca para que una mujer se desnude. No lo voy a hacer ahora que estoy casado.
Chris pestañeó perplejo.
—¿Lo dices en serio? ¿Nunca pagaste?
—¿Qué clase de hombre crees que soy?
—Creí que los millonarios tenían una especie de club con mujeres exclusivas. Como un fetiche para agrandar sus egos —se mofó.
—Idiota. —Una ceja se elevó—. ¿Por qué no vas tú? Encubierto.
—Porque no tengo tanto dinero para poder pasarme horas, días, metiendo en la ropa interior de mujeres hasta ver algo sospechoso. Además, no tengo autorización para ello. ¿Cómo justificaría las horas de ausencia en la agencia? Y si me reconocen, perderé toda posibilidad de hacer el arresto. Entonces, ¿me ayudarás o no?
—Puedo darte dinero, mucho. Lo que necesites. Pero no creo poder esconder de Aurora que me pase horas en un lugar así y mucho menos dejar que otras mujeres me bailen en el regazo. Mi esposa mutante tiene el olfato extremadamente desarrollado. Olería a las mujeres a leguas de distancia. Y por más que confíe en mí, eso sería demasiado para soportar —sacudió la cabeza—. Aunque ella puede que hasta te apoye en tu idea con tal de ayudar a las víctimas, pero yo no puedo hacerlo. No es el tipo de trabajos que he hecho. Sólo observaba a través de una mira. No hacía trabajos de inteligencia de esta magnitud, salvo de revisión y control del ambiente y puntos débiles. Lo siento.
—Tienes razón —coincidió desanimado, llegando hasta el gran sofá donde se sentó, apoyando su espalda. Notó a su lado uno de los cojines hundidos con la huella del cuerpo de alguien grande. A su mente acudió la imagen de un Steve sentado con Aurora encima, besándolo. Maldito suertudo. Volvió a su dilema—. Fuiste una idea. Una descabellada, ahora me doy cuenta.
—Sí, es una idea descabellada. Incluso para que tú vayas. Pero algo me dice que buscarás la manera de meterte.
Steve se estiró hacia un pequeño mueble al lado de su escritorio. Abrió un compartimento que contenía una caja fuerte. Apoyó su mano y esta se abrió, tras añadirle una secuencia numérica. Sacó algunos fajos de billetes y volvió a cerrarla. Con el dinero en la mano, caminó hasta el sillón y se sentó en una de las butacas individuales que se enfrentaba al largo asiento. Le entregó el dinero a Chris, que aceptó con muda sorpresa.
—Esto es para que hagas algunas horas extras con tu informante.
Chris volvió a sonrojarse.
***
—¿Qué quería Chris, cariño? —indagaba Aurora regresando satisfecha por haber conseguido que Leonard la ayudara con los detalles finales.
Steve la cargó sobre su regazo, y se dedicó a juguetear con sus traviesos dedos por el borde de la camisa entreabierta.
—Pedirme un ridículo favor —respondió entre besos sobre su escote.
—Que aceptaste.
—No.
—¿Qué tipo de favor te pudo haber pedido? —gimió.
—Uno del tipo que nosotros le pedimos a él.
—¿Vas a estar hablando con acertijos toda la tarde?
—Preferiría hacer otras cosas durante toda la tarde —sus manos se colaron por dentro de la falda, afirmándose a sus nalgas—. Y la noche. Nos quedó algo pendiente que exijo sea resuelto de inmediato.
—Tonto —rio—. Podrás hacer todo lo que quieras, después de que me aclares tanto misterio.
N/A:
Seguro se quedaron con la incertidumbre de qué ocurrió entre Steve y Crystal. Lo lamento. Por ahora, eso seguirá siendo una incognita, pero se descubrirá más adelante. Muuuucho más adelante, jajaja.
De a poco, Aurora, Steve y Chris se van acercando a Las Ninfas...
Gracias por leer y votar, Demonios!
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