55. Hogar dulce hogar
55. Hogar dulce hogar.
Peter se hallaba en la mesa VIP del club, entre las sombras, haciendo bailar sus anillos en sus largos y pálidos dedos, entre trago y trago que le daba a su whisky, contemplando distraído las sensuales curvas de las bailarinas que, casi desnudas, practicaban sus rutinas para la semana.
Faltaba solamente Carly, y sabía el motivo.
Después de todo, él le había dado la orden —a través de Kenneth—, de entregar el dato.
Uno que era prácticamente irrelevante. Nada complejo, sobre un simple caso de una banda de poca monta que capturaba chicas de la calle de manera burda. No creía siquiera que el boy scout necesitase de su sombra para ayudarlo, pero si Webb era listo, encontraría el pequeño hilo del que podría tirar para descubrir a los agentes corruptos que se ocultaban tras el escudo federal de manera de hacerse de algunas de esas muchachas para el negocio de Durand.
Una jugada peligrosa para el extranjero que podía quedar en el medio. Pero para entonces, esperaba haber acabado con el gigante y estar lejos. Muy lejos.
Demasiado.
Miró a la castaña cobriza sentada a un lado, con Noah sobre su regado, ignorando seguramente la presencia que no quitaba sus ojos bicolores de ella, y no pudo evitar sonreír.
Sería lo único bueno que se llevaría devuelta a su deplorable vida en el viejo continente.
El dulce recuerdo de sus labios y un par de hoyuelos que lo habían conquistado desde el primer segundo. Y aún le quedaba por descubrir por completo su cuerpo al desnudo. Oportunidad desaprovechada constantemente porque de tenerla piel con piel, no podría dejarla ir nunca más.
Y porque en su propia dermis había demasiado que contar y él no se sentía listo para hacerlo.
Suspiró, desanimado, rememorando las últimas noches, las cuales habían estado tensas. Casi no habían intercambiado palabras y los hoyuelos de la muchacha se habían vuelto prófugos de él.
Ella había alegado que era porque le había bajado el sangrado. Y aunque fuera cierto, dormir un par de horas —lo que su cerebro le permitía antes de atacarlo a pesadillas—, se volvió un abrazo frío y lejano, incluso cuando sus cuerpos estaban apretados de lado.
No tenía que ser demasiado listo para entender que él lo había provocado el viernes en la noche, cuando puso la barrera invisible entre medio.
Gigi le había compartido parte de su historia —cuando era obvio que le dolía—, y él le retribuyó con silencio.
Pero era lo mejor.
Él ya se sentía tambaleándose sobre ese maldito precipicio que constantemente se le aparecía en la mente, provocándole un aterrador vértigo que golpeaba duro su estómago.
Temía que si la pequeña mujer se llegara a sentir de la misma manera, su golpe sería más duro cuando él regresara a su vida.
Eso lo comprendía demasiado bien.
Mas no podía evitar borrar su propia línea marcada en la arena y avanzar hacia la chica de ojos de otoño que lo tenía balanceándose en la cuerda floja sobre ese eterno precipicio.
No la pondría en riesgo, pero tampoco quería abandonar lo que le daba un rayo de luz mientras estuviera en Estados Unidos. Algo que, inconscientemente, estaba logrando que se aferrara a una posible versión de sí mismo que tiempo atrás pensó en construir.
Y que la podredumbre de su realidad mandó al carajo en aquel entonces.
—¡Eso es! Ahora el giro del bombero. ¡Así es! Asciende y arquea la espalda en la pose final.
La voz de Electra dándole indicaciones a Eco lo regresó a su asiento en la oscuridad.
Sonrió sin darse cuenta al fijarse en los gráciles movimientos de la más joven del grupo, que se había puesto de pie, siguiendo a otra de las muchachas.
Georgia intentaba imitar los sensuales movimientos de sus compañeras, sin mucho éxito. Nunca la había visto bailar sobre el escenario de Las Ninfas, por lo que no creía que tuviera lo necesario.
Su menuda anatomía parecía adiestrada para realizar movimientos más delicados, elegantes, estilizados y estructurados.
Como los de una bailarina de ballet.
Sus ojos se prendaron de ella.
—Vaya, vaya, chatón, cada vez me intrigas más —murmuró.
En un momento, la delgada figura abandonó su fallido intento y empezó a desplazarse sobre el escenario a su antojo, danzando al compás de una melodía que sólo ella escuchaba, totalmente diferente a la que sonaba por los parlantes, de ritmos eróticos que empujaban a la lujuria.
Peter estaba hipnotizado por la maestría en los suaves gestos, en la manera en que sus manos dibujaban en el aire, y sus piernas y pies adquirían posturas casi imposibles contra la gravedad.
Los aplausos la sobresaltaron cuando se detuvo en una pose, lo que la hizo encogerse con timidez y fingir una reverencia propia de una prima ballerina.
—Daphne, linda, eso estuvo bellísimo —la felicitó la dulce rubia, Eco—. ¿Dónde aprendiste a bailar así?
—De niña solía bailar ballet con mi mamá —respondió en un hilo de voz, que Peter desde su lugar casi no pudo percibir.
—Pues chica, deberías intentar usar ese cuerpecito en el caño —alentó Electra—. Recibirías gran cantidad de propinas. Bueno, si además te añades un buen par de tetas.
Todas rieron.
Eso no le agradó para nada al hombre que contemplaba la efusiva negativa de la muchacha. No la quería en ropa interior —o menos—, delante de otros.
Se está volviendo posesivo cuando se suponía que lo que tenían era casual, libre y, más importante, con fecha de caducidad. ¿Por qué le molestaba tanto?
No eran celos. No, lo identificó enseguida. Era instinto de protección. No quería que se adentrara más en ese mundo. La quería afuera.
Y él, por una vez, iba a lograr salvar a alguien. Ya había puesto en marcha un plan que aseguraría que cuando se fuera, ella quedara a salvo.
—¡Perdón chicas! —La entrada intempestiva de Egeria hizo voltear todas las cabezas hacia la recién llegada—. Lamento la demora. Me quedé estudiando y se me pasó el tiempo.
Una sucesión de estornudos la detuvo a un paso de la alta pasarela que interrumpía la mitad del salón.
—Mierda —dijo con la voz rasposa de repente, tomándose la garganta—, creo que me estoy por resfriar.
—Ven, te daré algo que tengo en mi bolso —ofreció Gigi, bajando por las escaleras hasta el suelo, y juntas se encaminaron a los cambiadores.
Peter, que contemplaba la situación, notó su línea de visión interrumpida por la veloz estampa de Kenneth al pasar por delante, dirigiéndose sin detenerse hasta detrás de la barra, esquivando al cantinero que no se atrevió a interceptarlo cuando tomó una botella de vodka y se la llevó a la mesa desde donde el dueño del club lo recibía con una sonrisa ladeada.
El golpe brusco de la base de la botella cuando el moreno se sentó atrajo momentáneamente la atención de las restantes chicas, que supieron entonces que Peter, y ahora Kenneth, estaban allí.
—¿Y a ti qué te pasa? ¿Acaso tiene algo que ver con Egeria?
—No quiero hablar —gruñó, llevando a la boca el pico de la botella para darle un ardiente beso que quemó su esófago.
Seguramente Peter se enfadaría si se enteraba lo que sospechaba había ocurrido entre el agente y la bailarina.
De sólo pensarlo, un torbellino ácido se anudaba en su estómago.
Prefería ahogar su molestia con alcohol.
Peter lo dejó perderse en cuatro tragos, cuando, aburrido de su silencio, decidió que su empleado había tenido demasiado de su berrinche, que, por la forma de clavar sus pupilas en Egeria —quien ya había regresado y estaba dando sus pasos de práctica—, era claro que algo había ocurrido entre ellos.
No le interesaba esos embrollos.
—¿Sabes algo de Valdosta, en Georgia?
Dio otro seco impacto con la botella y fijó sus mieles ya empañados en su jefe.
—¿Crees que porque soy negro conozco de lugares sureños que usaban esclavos para la cosecha de algodón?
—Mestizo.
—Para el caso, es lo mismo.
—No tenía idea de que hacían eso —frunció su ceño—. Joder, que estás de un humor de perros. ¿Qué carajos te hizo Egeria? ¿Hubo algún problema con nuestro asunto?
—Ningún problema. Mejor no hablemos de ello —inspiró aire y se enderezó, eructando con olor a vodka—. Lo siento, jefe. ¿Por qué quiere saber?
—Tengo curiosidad.
—No sé mucho más. Pero puedo averiguar todo lo que desee —señaló con el mentón hacia Gigi, que ya estaba otra vez sentada con Noah, aplaudiendo a las chicas—. ¿Tiene que ver con ella?
Peter se recostó contra el mullido espaldar del asiento semicircular y curvó sus labios.
—No, déjalo. Quiero descubrirlo por mi cuenta. Es más divertido.
***
Caminaba agotada las largas, estrechas y sucias aceras que la llevaban de la parada del bus hasta de su minúsculo piso, cargando con el resto de sus fuerzas a Noah y el enorme bolso que los acompañaba a todos lados.
El niño sostenía en sus manitos a Mickey, hablándole en su propio idioma en voz baja, como si le susurrase un secreto.
Gigi no prestaba atención, concentrada en cada paso que daba para no caer, y en sus propios pensamientos.
Esa tarde regresaba sola a pesar de que Peter había indicado que lo harían juntos.
Sin embargo, ella había preferido escabullirse cuando él y Kenneth habían subido al despacho. Imaginaba que el belga se enfadaría con ella, pero no le importaba.
Su desánimo la tenía arrastrando los pies desde hacía días.
Distraída como venía, casi chocó con el obstáculo que bloqueó el acceso de entrada del edificio.
El olor a mugre, comida frita y cerveza atosigó sus fosas nasales y le dio la identidad del sujeto frente a ella, antes de que sus ojos se posaran en el obeso cuerpo cubierto con una grasienta camiseta sin mangas —como si no sintiera el frío, seguramente gracias a su generosa capa de tejido adiposo—, que debió ser blanca en sus buenos años.
En una mano de gruesos dedos como salchichas sostenía una lata de cerveza barata.
—Te encontré, muñeca.
Las náuseas se apoderaron de ella cuando el aliento fétido de una boca de dientes amarillos y torcidos la impactó en una sonrisa diabólica y perversa.
En un lento movimiento, descendió de sus brazos a Noah, ubicándolo detrás de su cuerpo, desde donde el niño escudriñada con pavura, aferrando su ratón contra su pecho.
—Señor Berker. Sé que estoy algo atrasada con la renta.
—Dos meses, chiquita. Eso es mucho.
—Lo sé... aquí tengo algo —rebuscó en cada bolsillo hasta que sacó unos billetes arrugados—. No es mucho, pero espero traer más en unos días.
Una carcajada ronca erizo los vellos de su piel cuando el gordo le arrebató el dinero.
—¡Es no me sirve ni para limpiarme el culo! —exclamó, guardándose los pocos dólares en el bolsillo del pantalón deportivo agujereado que parecía a punto de caérsele.
Gigi apretó más contra sí a Noah cuando este emitió un gemido ante el exabrupto del casero.
—No... no tengo más dinero.
—Me es difícil creer eso —desconfió, acariciando con dos dedos de los que sostenían la lata un rizo rebelde de la joven, provocándole un involuntario temblor—. Especialmente cuando hace unas semanas vino un repartidor cargado con bolsas de comida. Es claro que me estás engañando.
—¡No! Se lo juro... eso fue... —su mente quedó en blanco—. Yo no lo pagué. No poseo nada más.
—Habrá que pensar en otra manera de pagar.
La bilis subió hasta su boca, amenazando con hacerla vomitar.
—La semana que viene le pagaré todo. Se lo juro. Conseguiré el dinero.
—Pero yo quiero mi pago ahora mismo.
La larga lengua recorrió los finos labios curvados hacia arriba. Los ojos marrones la recorrieron de manera escalofriante de pies a cabeza.
Su disminuido cuerpo casi colapsó por el miedo ante esa mirada.
—Se me ocurre muchas cosas que me harían ser más contemplativo con el tiempo de plazo. Te daría una semana más. Pero deberías ser muy buena conmigo. Como seguro fuiste con el repartidor para que te diera toda esa comida.
Alargó la mano y los mismos dedos de antes buscaron llegar a su pecho, removiendo la ropa de abrigo.
Gigi gritó y dio un salto hacia un lado, arrastrando a Noah con ella.
—Es un asqueroso.
—Vamos. No te hagas la inocente, que desde que vives aquí te he visto vestida como una puta muy entrada en la noche. Y últimamente, con hombres. De seguro, clientes.
—Pues no lo soy. Y esos no son hombres... —su boca habló antes de que pensara lo que decía—. Es mi novio y no le gustará nada lo que hace cuando se entere.
Otra carcajada de inframundo.
—No me creo que sea tu novio. ¿Qué mierda haría con alguien como tú en una pocilga como esta? A no ser que seas su amante. De lo contrario, ¿por qué no te sacó de esta mierda?
El terror ocupó su garganta, ahogándola. Las lágrimas amenazaban con rodar por su cara.
—Se lo suplico... —lloriqueó.
—Si no quieres acabar en la calle, sé buena chica —la sacudió del brazo con la mano—. Dame cariñitos y seré paciente contigo.
Se defendió, liberándose de la prensión, y escuchando la tela romperse.
—Estoy con mi hijo.
—Puede quedarse viendo la tele. Subimos el volumen... y me la chupas un buen rato.
—Si me toca, gritaré.
—¿Y quién te escuchará?
—Podemos probarlo. Tengo buenos pulmones —amenazó con labios temblorosos.
El redondo rostro de volvió escarlata y sus mejillas bambolearon cuando resopló. El hombre estaba por lanzar todo su kilaje sobre Gigi cuando el sonido de una puerta detrás de ellos salvó a la joven madre del ataque.
La alta figura de un hombre negro pasó silencioso junto a ellos, dando una mirada de soslayo en su camino a la salida.
—Mañana quiero mi dinero, o estarás de patitas en la calle —amenazó en voz baja.
***
Peter aguardaba frente a la puerta del pequeño apartamento desde hacía un cuarto de hora. Había aprovechado que una anciana ingresaba y la asistió con sus compras para adentrarse al edificio y quedarse esperando por la llegada de Gigi y Noah, que calculó tardarían más que él.
Estaba molesto con la niñata descarada. Pero más molesto consigo mismo.
Por ser un idiota.
Por no poder controlar lo que ella le hacía sentir.
Por contradecirse a cada minuto del día.
Su impaciencia dio por finalizada su espera por lo que decidió retirarse y regresar más tarde. Cuando llegó a las escaleras, las voces de Gigi y Noah lo detuvieron. Estaba por saludarlos, cuando el tono asustado del niño lo puso en guardia.
Se refugió contra la pared y agudizó el oído.
—Mami, ¿tá bien?
—Sí cariño —respondía entre gimoteos poco disimulados—. No es nada.
—Eshe sheño no me guta. Te mila feo. Y te latimó.
—No te preocupes, hijo. Estaba enfadado. Eso es todo. No quiero que estés cerca de él.
—¿Po qué se fadó?
—Cosa de grandes.
Peter bullía en su interior al imaginar que alguien pudiera hacerles daño. Salió de su escondite y plantó su figura delante de madre e hijo, que gritaron sorprendidos, frenándose unos escalones por debajo de él.
—¡Petel!
Repuesto del susto, Noah ascendió con paso torpe los peldaños faltantes y se lanzó contra el extranjero, quien se había acuclillado para recibirlo y alzarlo. Su mirada hacia el niño era cariñosa, pero en cuanto sus orbes bicolores se enfocaron en la madre, su semblante cambió.
Gigi, tenía sus cabellos desordenados y la manga de su abrigo estaba rasgada.
Ella notó la tensión en Peter, que trató de apaciguar con una sonrisa tensa.
—Hola Peter. ¿Qué haces aquí? —Estaba confundida porque no había visto su coche. Aunque era entendible con la distracción que llevaba— ¿Y de día?
Peter respondió con una pregunta en tono duro.
—¿Quién te hizo eso?
Gigi negó. Pero Noah respondió, posando sus manitas en las mejillas con barba recortada del pelinegro.
—El sheño goldo. Latimó a mami. La hizo sholal.
—Lo voy a matar.
Iba a dejar a Noah en el suelo, pero la delgada mano de Gigi lo detuvo al recargarla sobre su duro pecho.
—Espera Peter. Por favor. No lo hagas. El señor Berker es el casero. Quería cobrar la renta de dos meses de atraso.
Analizó nuevamente el aspecto de su gatita. Ella, al darse cuenta, trató de acomodarse lo mejor posible.
—No tienes el dinero ¿verdad? —Ella negó—. Imagino entonces lo que quería como forma de pago.
El silencio de Gigi se lo confirmó.
El asco y la furia se combinaron como un explosivo en su pecho.
—Recojan todo lo que tengan.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Se vienen conmigo.
—Peter... no podemos hacerlo.
—No está abierto a discusión. No te dejaré en este lugar para que ese hombre se aproveche de ti. Toma tú todas tus cosas, o lo hago yo por ti.
Los ojos lanzaban llamaradas turquesas y plateadas.
Un escalofrío la recorrió por todo su cuerpo, y no de la forma sensual que él solía provocarle. Pero tampoco se comparaba con el que el señor Berker acababa de producirle.
Veía una nueva cara del hombre que ocupaba su mente a cada minuto del día. Y que cada vez se colaba más hondo en su corazón.
Sin poder para reclamar, accedió.
Los tres entraron al apartamento y mientras Gigi se encargaba de organizar su traslado, Peter tomó su celular y tecleó un par de mensajes.
***
Poco tiempo después, Peter abría la puerta trasera del coche para ayudar a bajar a Gigi, quien había ido atrás con Noah en su regazo, y cargó las pocas pertenencias de ambos.
Se encontraban en un barrio de edificios de cinco pisos, de fachadas limpias y aceras prolijas.
—¿Dónde estamos?
—Ya lo verán —respondió enigmáticamente, guiándola por el camino de entrada.
En la puerta de acceso, la gran figura de Kenneth se hizo presente.
—¿Está todo listo?
—Lo mejor que pude en tan poco tiempo —le entregó un manojo de llaves.
—Me basta. Nos vemos mañana.
Dando un cabezazo a modo de saludo a Gigi, se alejó con pasos pesados hasta su coche, desapareciendo en breve por la ancha calle.
Arribaron en elevador al piso superior, donde solo dos puertas vigilaban el pasillo. Peter se encaminó a una de ellas y sacando la llave que le acaba de entregar el moreno, abrió el paso, adentrándose primero.
Cuando Georgia y su hijo —que cargaba en sus brazos dejando a Peter con las bolsas—, vieron la luminosa, cálida y decorada sala con un árbol de navidad dieron largas exclamaciones de alegre asombro.
—Hogar dulce hogar. Bienvenidos.
—¡Mami! ¡Un albolito de navilal! ¡Santa va a venil! —exclamó entusiasmado.
Esas simples palabras fueron una puñalada al corazón de Gigi y Peter notó su tristeza, aunque ella esquivó su inquisitiva mirada.
—¿Esta es tu casa?
—No. Pero la decoré para ti. Para ustedes.
No la dejó reclamar ante su respuesta.
En su lugar, tomó a Noah de los brazos de su madre y lo cargó contra su torso, recibiendo los infantiles brazos alrededor de su cuello.
—Vengan —apoyó las cosas en el suelo y la cajita con Mickey sobre la isla de la cocina y se volteó a ellos con una amplia sonrisa de orgullo—. Les mostraré el lugar. No es mucho, pero creo que estarán cómodos aquí.
Les hizo un rápido recorrido, iniciando desde la sala donde se encontraban, la cual combinaba un pequeño comedor y una sala de estar con un sillón cómodo en forma de L, con un televisor anclado en la pared. Tenían a la vista la una cocina abierta, blanca y reluciente, con electrodomésticos de acero brillante. Siguieron por un baño pequeño, un dormitorio apenas decorado con una cama para niño y algunos juguetes.
—Esta es la habitación de Noah.
—¿Mía? —preguntó con los ojitos brillantes y una enorme sonrisa—. ¿Todo pala mí?
—Todo es tuyo.
El grito agudo de alegría perforó los tímpanos de los adultos, y agrandó sus corazones de felicidad.
—Y ahora, la habitación de mamá —continuó.
Unos pasos después, se abría ante ella una gran habitación, con una cama gigante, todo decorado en colores pasteles—. La cama es la mejor parte. Ya lo comprobaremos juntos —guiñó un ojo de forma coqueta, enrojeciendo las mejillas de Gigi.
Finalizó con un baño privado con bañera y regadera.
Dejaron a Noah en su nueva habitación, y cuando sus piecitos tocaron el suelo alfombrado, corrió a abalanzarse sobre los muñecos de peluche arrinconados.
—Peter. Esto es demasiado. No lo puedo aceptar —susurró .
—Lo harás. Ya no quiero que estén allí. Se quedarán aquí, donde nadie los molestará. Todo está a mi cargo, así que, quiero que coman y descansen bien.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y aceptó sintiendo después de tanto tiempo algo de liviandad en su alma vapuleada.
—Hasta que pueda valerme por mí misma.
El joven chasqueó la lengua y la tomó de la mano.
Con la puerta entreabierta, fueron juntos hasta el sillón, donde Peter se sentó y acomodó la frágil anatomía sobre su regazo. Inspeccionó con ojos y manos el estado físico de Gigi.
—¿Qué te hizo? ¿Él... —cerró los ojos con fuerza, temiendo lo que su mente elucubraba—, ¿él llegó a forzarte? ¿Alguna vez lo hizo?
—No, Peter. Estoy bien. Jamás me tocó.
—Dime la verdad —masculló. Sus ojos suplicaban por una respuesta—. Necesito saber lo que te ocurrió.
—Quiso... quiso obligarme a que... le... ya sabes. Que se la chupara —susurró con vergüenza, bajando la mirada—. Pero no lo logró. Un vecino apareció y me dejó ir —alzó la vista y sonrió tratando de mostrar fortaleza—. Igualmente, estaba dispuesta a patearle las bolas.
Aunque sabía que eso sólo acarrearía problemas.
—Esa es mi petit chat —besó su nariz pecosa—. Porque al único al que le darás mamadas será a mí.
—Agh, ¡Peter! Ya tenías que arruinarlo.
Ambos sonrieron, aliviando la tensión.
—Además —escondió su cabeza contra el firme cuerpo—, nunca lo he hecho.
—Merde. Eso me calienta. Quiero desvirgar esa boquita tuya.
Gigi le respondió con una palmada que lo empujó contra el respaldo del sofá.
—Pervertido —acusó sonriente.
—Pero no ahora. Ya practicaremos.
Con un corto beso en la boca, la acomodó a un lado y se puso de pie.
—¿A dónde vas?
—Debo encargarme de unas cosas mon chat.
—¿Regresarás después? —sus mejillas se encendieron un punto más.
—¿Quieres que vuelva? —Asintió con la cabeza—. Lo haré Gigi.
Rozó sus dedos por la piel de sus pómulos, pasando su pulgar por el carnoso labio inferior. Se agachó y mordió la misma carne y luego la embriagó con un beso profundo y dominante.
La dejó débil y suspirando, con los ojos cerrados.
Cuando la puerta se cerró, la sonrisa que Peter tenía en el rostro desapareció.
La oscuridad tomó cada centímetro de sus facciones y con una mortal resolución, abandonó el lugar.
***
El obeso hombre reía a carcajadas de frente al viejo televisor. Estaba sentado en un hundido sillón individual bebiendo cervezas y comiendo frituras. Los golpes agresivos sobre la madera enclenque de la puerta interrumpieron su entretenimiento.
Rezongando, se levantó. Su prominente abdomen estaba sucio de restos de comida, sobre la sudadera roñosa de antes. Cuando abrió la puerta, arrugó con molestias su frente. Ante él, un alto y atlético joven vestido de manera impecable lo miraba con rudeza.
Desentonaba completamente con el lugar. Sus ojos cayeron sobre las horribles marcas en una de sus mejillas.
Con el desagrado dibujando su grasienta boca, protestó.
—¿Quién carajos eres y por qué me jodes a esta hora? Es tarde. Seas quien seas, ven mañana. Veré si me apetece atenderte.
—No me iré de aquí hasta darte tu merecido, hijo de puta malparido.
Antes de que el casero reaccionara, Peter ya estaba adentro y había cerrado la puerta, trabándola. El pánico llegó de inmediato cuando el extraño con acento extranjero avanzó como un cazador.
Un asesino.
—¿Qui-quién eres? ¿Qué quieres? ¿Dinero? Yo-yo...
—No quiero tu sucio dinero. ¿Acaso parezco necesitarlo?
—¿Entonces?
Cayó sin darse cuenta sobre su asiento después de caminar hacia atrás, tratando infructuosamente de huir.
—No entien-
—Te metiste con la muchacha equivocada.
La comprensión llegó y sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Es por esa putita? Te juro que no la toqué. Si la quieres, es tuya. Sólo, sólo quería que me pagara lo que me debe.
Su calma desapareció, y en su lugar, aterrizó el primer golpe que hizo voltear la cabeza al hombre sentado. De inmediato, la sangre brotó de su nariz fracturada.
—¿Putita? ¿Acabas de llamar a mi chica putita?
—¿Tu-tu chica?
—Así es. Tocaste lo que es mío.
—Yo no lo sabía —gimoteó patéticamente.
—Ahora no sólo lo sabes. También conocerás lo que le pasa a los pervertidos que creen que pueden tomar de las mujeres lo que deseen por la fuerza.
Pronto los chillidos fueron acallados y sólo se escucharon los huesos romperse bajo los puños inmisericordes del criminal.
N/A:
Peter siempre apareciendo en el momento oportuno.
¿Esto significa que las cosas entre Giter se acomodarán?
Veremos.
Comenten y voten. Alegren mi corazoncito y el de mis personajes.
Gracias por leer, Demonios!
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