53. Trágico pasado
53. Trágico pasado.
Steve aguardaba ansioso adentro del vehículo, golpeteando sus dedos contra el reposabrazos de la puerta, con la mirada atravesando más allá de la ventanilla como si tuviera la habilidad de ver detrás de los muros del edificio que tenía a Aurora tomando el examen que la volvería estudiante universitaria.
—Señor, si me lo permite sugerir —habló cautelosamente Andrew desde el asiento del conductor—, podríamos dar una vuelta o ir a comer algo. Le llevará un rato a la señora. Y Hunter podría hacer sus necesidades.
El cachorro recostado en el lugar que su humana había abandonado irguió su cabeza al escuchar su nombre ser mencionado.
—No lo creas, Andrew. Te apuesto a que mi niña finalizará antes de lo que imaginas —respondió seguro. Detuvo el movimiento de sus dedos y un lado de su boca se elevó con orgullo—. Allí está.
Impaciente, salió del coche, alertando al can que quedó sentado aguardando el regreso de los suyos.
Steve acomodó su traje abotonándolo, estiró las mangas de su camisa por debajo del saco y peinó sus cabellos hacia atrás.
Avanzó en medio de los estudiantes que se agrupaban en el parque, en un aparente descanso entre clases.
Su imponente presencia no pasó desapercibido entre un mar de jóvenes informales que gritaban y reían con sus pares.
—Oh, Santa Claus sabe que fui una niña buena y me acaba de regalar como adelanto de navidad un puto sueño erótico que deseo que me folle y me haga quintillizos.
—¿De qué hablas? —rieron sus dos amigas, sentadas junto a ella en un banco.
—Mira lo que viene caminando por ahí —señaló con la cabeza, elevando su mentón.
Sus acompañantes siguieron su guía y una de ellas sonrió con gesto engreído.
—Lo conozco.
—Mentira —alegaron en estéreo.
—Pues sí. Se llama Steve Sharpe.
—¿El dueño de Sharpe Media? ¿Cómo lo conoces? O mejor dicho... ¿qué tanto lo conoces? —cuestionó la primera, en tono sugerente, elevando repetidas veces sus rubias cejas.
—Durante el verano pasado trabajé en la empresa de mi padre. Esa estúpida idea de tener que pasar por una empleada más, como si no mereciera ocupar mi lugar como heredera. —Las oyentes intercambiaron una mirada exasperante ante el ya familiar reclamo de la muchacha—. El punto es que tuve que hacer de asistente y le serví café en una junta que tuvieron. Les puedo jurar que no quitó sus ojos de mí. Estoy segura de que si mi padre no hubiera estado presente, me hubiera tomado sobre la mesa de reunión.
—¿Qué hará aquí? Alguien como él no desciende de su nube para caminar en terrenos mundanos.
—Tal vez viene a hablar con el decano. Tengo entendido que la nueva piscina y la ampliación de la biblioteca llevan una placa con su nombre —apostilló la tercera del grupo, de cabellera negra atada en una coleta alta.
—Oh, qué aburrido —se desinfló la primera que había hablado. Sin embargo, sus ojos resplandecieron con una idea—. ¿Se habrá quedado prendado de ti y te vino a buscar? Sería tan romántico —suspiró.
—Sería otro típico hombre infiel —repudió la pelinegra recordando una noticia—. Tengo entendido que se casó hace poco, así que, debió estar en pareja para ese entonces.
—Lo averiguaré. No pudo olvidarse de mí después de la evidente conexión que tuvimos. Y no es mi problema si el hombre no puede ser fiel.
Se puso de pie, acomodando su busto para hacerlo más notorio, para lo que abrió la chaqueta, ignorando el frío. Sacudió su larga melena castaña y contoneando sus caderas interrumpió el trayecto del hombre que no disimuló su molestia ante el atrevimiento de la joven, que lo miraba con evidente deseo.
—Hola señor Sharpe —saludó con sensualidad, estirando su mano hacia él.
Mano que quedó en el aire.
—¿Nos conocemos?
Su voz gruesa no ocultó el desinterés, aunque su profundidad hizo estragos entre las piernas de la estudiante.
—Claro —su decepción fue evidente, pero se repuso enseguida bajando con disimulo la mano ignorada, segura de que todavía podía atraer su atención—. Nos conocimos en la empresa de mi padre, el verano pasado.
—Ah, sí, la hija de Emerett —fijó sus zafiros en los ojos de la joven.
—Sí me recuerda —ronroneó victoriosa, creyendo que la intensidad de su mirada ocultada lujuria.
—Tengo excelente memoria. Lo que no tengo es paciencia ni tiempo para perder. Así que, si no tiene un mensaje de parte de su padre, le pediré que no me estorbe, que tengo algo importante que hacer.
La gelidez de sus pozos oscuros la estremeció más que la baja temperatura del día gris que los cubría.
Se quedó clavada al suelo, observando la ancha espalda alejarse hasta encontrarse con la figura de una mujer que quedó oculta tras el atlético cuerpo masculino.
A su lado aparecieron sus compañeras.
—Eso fue muy gracioso —rio la hermosa joven de cabello negro.
—Cállate Carly. Fue una vergüenza —rezongó.
—Sí, lo fue. Eso te pasa por creer que tienes a todos los hombres a tus pies.
—Miren quién lo dice —cruzó sus brazos, enfurruñada—. Adiós a tu teoría de que todos los hombres son infieles. Estoy casi segura de que esa chica es su esposa.
Carly iba a replicar algo, cuando notó de lejos la silueta de su espía personal.
—Lo siento chicas. Debo irme.
Sus pies se movieron ligeros hacia Kenneth, dejando a sus compañeras perplejas ante su huida.
***
—Señora Sharpe —saludó con un suave beso a la rubia que ocultaba sus hebras bajo una boina francesa.
—No, no, nada de señora Sharpe aquí —rio entre dientes ante la mueca de disgusto de su esposo—. Quiero vivir sin tu apellido sobre mí. No deseo que me miren como lo hicieron en la empresa. Lo entiendes, ¿verdad?
—Sólo porque tú lo deseas así —gruñó—. Pero no será mi culpa si todos se dan cuenta de quién eres si hago esto.
Sus labios atraparon los de Aurora. Primero en un mordisco hambriento que continuó con una avanzada agresiva de su dominante lengua, hundiéndose en la boca que se abría a él, rendida ante su fuerza.
Mientras una mano la sujetó de su nuca, enredando sus dedos en su dorada cabellera en un puño dominante, la otra la apretó desde la cintura baja contra su pelvis, buscando fundirse todo lo posible.
Ella se colgó del cuello de Steve, envolviéndolo con sus largos brazos y perdiéndose en el ritmo frenético de su juego.
El gemido femenino que se escurrió de sus labios de cereza electrificó el miembro que amenazaba con izarse entre ellos.
—Posesivo —reprendió en un jadeo cuando la liberó de su ataque.
—Culpable y no me importa —dijo en voz grave, derritiéndola—. Ahora, esposa —guiñó un ojo—. ¿Tengo que preguntar cómo te fue?
—Me gusta que preguntes, aunque sepas la obvia respuesta.
—Me calienta que te pongas toda fanfarrona.
Con una nalgada, la motivó a moverse hacia el coche, desde donde se dibujaba la estampa de Andrew, que los esperaba con la puerta trasera abierta y un cachorro entusiasmado ladrando hacia ellos.
Su visión se cortó momentáneamente cuando una muchacha evidentemente molesta se atravesó en su camino.
Aurora no pudo evitar seguirla con la mirada cuando esta se encontró con un musculoso hombre de piel de chocolate claro y cabeza rapada que recibía impasible una evidente reprimenda.
***
—¿Qué mierda haces aquí, Ken? No es bueno que te vean.
—Me llamo Kenneth —rezongó el criminal—. No soy el jodido muñeco rubio.
—Eso lo tenemos claro. Pero no me has contestado. Si viniste a llevarme al club para hablar con el deforme, olvídalo. No quiero verlo.
—No tendrás que verlo, pero sí obedecerle —se detuvo abruptamente cuando sus pupilas enfocaron un oscuro perfil que le resultó conocido. Pero antes de identificarlo, lo perdió dentro de un vehículo elegante.
En segundos, este desapareció entre el tránsito.
—Tu jefe se puede ir bien a la mierda. Puedo darle las indicaciones si lo necesita.
—¿Qué? —parpadeó, regresando a la furiosa Carly—. El señor Verbeke quiere que pases otro dato.
—No quiero —su voz se quebró—. No quiero, por favor. Ya no más. Dos veces fue más que suficiente. Tengo miedo.
Kenneth la tomó con delicadeza del brazo y la guio al coche.
Una vez dentro, no pudo evitar desear llevarla lejos, esconderla en un jardín de margaritas.
—Carly, esto acabará pronto.
—¡Una mierda! —gritó, estampando su palma contra el rostro masculino, dejándolo de lado—. ¡Déjame en paz! ¡Todo esto es por tu culpa!
Quiso golpearlo otra vez, pero la férrea mano la apresó por la muñeca.
—Basta. No quiero ser como ustedes.
—No lo eres —murmuró.
Se quedaron en silencio, interrumpido por el agitado respirar de Carly. Sus miradas conectadas en los colores del iris del otro.
En un impulso nacido de algún punto desconocido de sus entrañas, se abalanzaron en un beso desesperado. Las poderosas y asesinas manos capturaron la cintura de la bailarina y la trasladó a su regazo, donde esta se ubicó con las piernas abiertas a cada lado de los musculosos muslos.
La dureza masculina no tardó en hacerse presente en tanto la temperatura ascendía como dos llamas que en lugar de alimentarse de oxígeno, lo quitaban a medida que el beso se volvía más exigente.
Kenneth se aferraba con ansias, hundiendo sus dedos en la ropa, llegando a la carne femenina y empujando su cadera contra la de ella.
Carly cubrió el cráneo afeitado con sus manos, tomando posesión del desenfrenado acto y dominándolo por completo, restregándose contra su prominente bulto, sintiendo el roce de sus pantalones como un estímulo adicional, empapando su tanga en sus jugos y provocando que su centro palpitara necesitado.
Pero la razón nublada se hizo espacio como un rayo de luz.
Detuvo el beso abruptamente, con el corazón latiéndole a mil por hora. Sin comprender si era por el deseo, la falta de aire, o el miedo.
Miedo de saberse entre criminales.
Miedo de caer por uno.
—No —dijo en un hilo de voz, que sólo fue escuchado porque sus labios estaban a milímetros de los masculinos, que brillaban húmedos e hinchados por su arrebato—. Esto está mal.
—Carly...
—¡No!
Quiso alejarse, pero el volante a su espalda le recordó dónde estaban.
Asustada y temblorosa, abrió la puerta del lado del conductor y se apeó, acomodando su ropa. Recordando que su morral había quedado en el asiento del copiloto, corrió por afuera del coche hasta el otro lado, sintiendo los mieles atravesarla cuando recuperó sus cosas.
—Carly —intentó una vez más.
—Basta. No quiero saber nada. Haré este último trabajo. Y después se largan de mi vida.
—No puedo prometerte eso ahora mismo. Pero lo haremos eventualmente. Lo haré, si así lo quieres —habló resignado.
—Sí, joder. ¡Sí! —sollozó—. Me estás matando, maldito criminal.
Quería azotar la puerta, pero no podía moverse.
Elevó sus ojos hacia el hombre que contempló la tormenta de su interior a través del gris y celeste de sus iris.
Con un gesto lento, Kenneth sacó del interior de su abrigo el papel con los datos y lo dejó sobre el asiento libre.
Carly tardó en tomarlo.
Vencida, lo sujetó entre sus dedos.
—Intentaré verlo mañana en la mañana, antes de ir a ensayar al club.
—Lo siento.
—Vete a la mierda, Blackhole —bramó.
Se desquitó contra la puerta de la manera en que en realidad quería hacerlo contra Kenneth. El golpe fue seco y movió levemente la máquina.
Se alejó dejando correr por sus mejillas lágrimas de frustración, rabia, agotamiento y pánico.
Especialmente de pánico por lo que no podía controlar.
Se detuvo en una esquina aislada, tiritando, y no por el frío del día encapotado. Sus dedos ascendieron trémulos hasta su boca y cerró fuerte sus párpados, rememorando el sabor de los anchos labios.
Un cosquilleo le recorrió la piel.
Reaccionó, sacudiendo su cabeza.
<<No pienses en él>>, se recriminó.
<<Seré abogada y él... es un sucio criminal... uno que me regala margaritas cada noche>>.
Había tirado por la borda el consejo dado a Gigi y era ella la que estaba por caer en el caos.
<<Son peligrosos>>, le recodó su cerebro.
Quiso gritar a la nada. Al jodido universo que la tenía en tanta mierda.
<<Necesito alguien bueno en mi vida. Dejar de atraer a la escoria humana>>, repitió, lo que noches atrás había deseado.
—¡Lo tengo! —exclamó, enderezándose con fuerza.
Un brillo refulgió en sus ojos y las comisuras se elevaron de un lado.
Había encontrado la manera de arrancarse de un movimiento brusco cualquier sentimiento que pudiera empezar a crecer en ella como si fuera una bandita, y liberarse así del hombre de las margaritas.
Sabía quién sería su escudo protector.
***
Había estado demasiado tiempo en la azotea de Sharpe Media. Tanto que ya casi no sentía sus dedos entumecidos por el frío, sosteniendo su valioso colgante en un mudo rezo.
A pesar de ello, se mantuvo impasible, con la vista a lo lejos, más allá de los edificios que lo rodeaban atravesando un cielo que cada vez más alertaba lluvia.
Se sobresaltó cuando percibió contra su pierna el roce del cachorro de los Sharpe y se volteó, soltando su tesoro y esperando encontrar a la muchacha que lo había inspirado a alcanzar esas alturas.
—Andrew... —susurró Aurora, sorprendida al verlo en lo que habitualmente era su escondite—. No sabía que estabas aquí.
Sus pupilas la siguieron en su trayecto hasta que se detuvo a su lado.
—Lo siento señora, digo, Aurora. —La sonrisa dorada emergió—. Creí que usted y el señor Sharpe estaban con el señor Harvey tratando asuntos del refugio. ¿Necesita algo? —observó que no llevaba abrigo y movió sus manos a su gabardina para cederlo—. Va a congelarse así.
Ella detuvo sus intenciones con un gesto de la mano.
—Solo quería disfrutar del aire libre y el frío no es problema para mí. No aguanto los encierros demasiado tiempo. Pero por lo visto, no soy la única que desea un tiempo a solas. ¿Prefieres que me vaya, Andrew?
—No. Está bien. Después de todo, este espacio es más suyo que mío. —Ambos sonrieron—. Se lo tomé prestado el día de hoy.
La mirada de oro lo inspeccionaba midiendo sus palabras, evaluando qué se ocultaba detrás del decaído semblante. Sentía que algo lo tenía ahogado en un pozo. En lugar de atosigarlo, sonrió con dulzura.
—Pareces necesitarlo. ¿Puedo acompañarte?
Andrew asintió y quedaron uno al lado del otro.
El viento fue su compañero por algunos minutos en que no emitieron palabra alguna.
Miró alrededor y cuando regresaba a los ojos negros, su vista se posó brevemente en el objeto que colgaba por fuera de su abrigo, sobre el ancho pecho. El colgante que siempre veía escondido ahora enseñaba lo que cargaba. Una sortija con una pequeña piedra. ¿Un anillo de compromiso? Enseguida retomó el contacto visual con Andrew.
—Es un buen refugio —habló el hombre, tratando de alejar la atención de él al sentirla atravesando su alma.
—Lo es —reconoció repasando el amplio y vacío espacio—. Este lugar me gusta. Y estoy esperando la llegada de la primavera para pedirle a Steve de hacer un hermoso jardín aquí arriba. Espero que no le moleste.
—El señor Sharpe no podría negarle nada, señora. Él vive por usted.
—Y yo por él —sonrió enamorada—. Él es mi sol, ilumina mi vida. A veces, siento que quisiera devolverle tanto que hace por mí. Pero no tengo nada que ofrecerle.
—Puedo asegurarle que usted es todo lo que él necesita. En los años que lo conozco, nunca lo he visto feliz. Sólo con usted.
—Si tan sólo pudiera... —guardó silencio, apretando con angustia su labio inferior. Elevó su mirada y fue su turno de dejarla perdida en el cielo gris, sabiendo que estaba a punto de dar voz a lo que ocupaba su mente desde hacía tiempo—. Desearía poder darle un hijo.
—Pero...
—Sí, sé lo que vas a decirme. Es ridículo lo que digo, porque él ni siquiera quiere ser padre. Creo... creo que no le gustan los niños —suspiró, bajando su cabeza—. Eso me entristece.
Andrew sintió el golpe ante su evidente dolor.
Un nudo se formó en su garganta y al hablar, su voz salió hecha un arrullo.
—El señor Steve nunca pensó que podría llegar a conocer el amor. Ser feliz y formar una familia. Por eso tomó la decisión que tomó. —Apoyó su gran y áspera mano sobre el delgado hombro, haciendo que la joven volteara por completo hacia él—. No se desanime. Creo que podrán revertir la vasectomía y tener un hermoso hijo. Por usted, sé que cambiaría de opinión.
Los orbes de ella se cristalizaron en un segundo y el temblor en su labio delató la tristeza que la había embargado.
—No es por Steve que no podemos... —negó lentamente. Andrew la contemplaba confundido—. Soy yo, Andrew. Estoy segura de que yo soy la que no podría concebir aún si él no se hubiera operado. Aunque debería ser un alivio, en realidad. No lo decepciono porque no desea ser padre. ¿Pero cómo convenzo a una parte de mi corazón de que no habrá un ser con retazos de nosotros? ¿De nuestro amor?
—Oh, señora... Aurora.
La abrazó.
—Creo... creo que es mejor así —gimoteó con tristeza con su mejilla sobre el duro pecho—. Estoy siendo una tonta ingenua. Steve no sería feliz forzándolo a tener hijos. Y yo no sabría cómo ser madre.
<<Una mutante no merece ser madre>>, se regañó.
¿Qué clase de vida le daría?
Se dejó consolar, sintiendo la enorme palma acariciando su espalda de arriba abajo.
El golden lloriqueó, apoyando su cabeza sobre la pierna de la joven, dando su propio consuelo.
Estuvieron varios minutos así, acompañados por el ronroneo del gélido viento de las alturas, hasta que el hombre habló otra vez.
Pasó sus pulgares por sus mejillas, secando sus lágrimas.
—Entiendo lo que dice. Ese deseo de dejar en el mundo un testigo del amor que corre por las venas de uno.
—¿Lo haces? ¿Por qué? —Sus dedos acariciaron la sortija sobre el pecho masculino—. ¿Tiene algo que ver con este anillo? ¿Qué significa? —Andrew titubeó—. No tienes que responder.
El hombre inconscientemente, desvió la mirada hacia el frente, dando un paso atrás.
—Lo siento Andrew, por ser tan impertinente. Sólo...
Andrew regresó sus ojos a ella, notando su remordimiento.
—Discúlpeme usted, Aurora. Es difícil exponerse ante alguien cuando por mucho tiempo se ha mantenido encerrado en uno mismo.
—Te comprendo. Es que quisiera que confiaras en mí, como yo lo hago en ti. Recuerda que tienes una amiga aquí —Llevó sus palmas a su mejilla, sonrojándose ante un recuerdo— ¡Si hasta me has visto desnuda!
Ambos sonrieron con complicidad. Hasta que el rostro oscuro endureció sus rasgos, fijándolos en la dorada muchacha de ojos misteriosos.
—Pero yo no la veo como a una amiga.
Las rubias cejas ascendieron velozmente por la frente de Aurora y un rápido y continuo pestañeo involuntario mostró su incertidumbre.
<<Oh, no, por favor. Que no diga nada de lo que nos arrepintamos después>>, suplicaba en su mente, rogando porque no le confesara que por ella sentía algo más que una amistad.
—La veo como a una hija. La hija que hubiera deseado tener.
Aurora soltó lentamente el aire que había retenido, temiendo escuchar otra respuesta. Aunque esas palabras quedaron rebotando en ella.
—Una hija... puedes tenerla todavía. Puedes hallar a quien amar y con quién construir una familia.
Se imaginó a Josephine al decir eso.
Andrew apretó brevemente sus párpados buscando apartar la humedad que lo había asaltado. Pero al abrirlos, no pudo ocultar el brillo dejado en sus orbes.
—Señora... Aurora —corrigió una vez más, obteniendo una corta sonrisa de medio lado de la muchacha que lo veía de frente—. ¿Me acompañaría a un sitio?
—Sí. Por supuesto —arrugó su ceño ante el esquive—. ¿Qué sitio es ese?
—Se lo mostraré y le compartiré mi mayor carga. —Aurora sintió su estómago comprimirse ante el triste rostro—. Avísele al señor Sharpe y la esperaré abajo, en el coche. Hunter puede venir también.
Habían estado viajando sin emitir sonido, ni siquiera el de la radio. Hunter iba en el asiento trasero, mientras Aurora estaba sentada por primera vez como copiloto de Andrew. Su sorpresa fue enorme cuando se detuvieron frente a las rejas de un lugar que nunca imaginó visitar.
Bajó en silencio, tras abrirle al cachorro y esperar por su guía, quien tomando un par de guantes negros y colocándoselos, inició el camino.
—¿Un cementerio? ¿Por qué estamos aquí?
—Quiero compartirle mi pasado, Aurora. Mi trágico pasado.
Sin más que decir, el trío se adentró en el solitario camposanto. Sólo se escuchaban sus pisadas sobre la crujiente hojarasca y el respirar agitado de Hunter.
Se detuvieron frente a una piedra gris cuidada y decorada con un ramo de flores que no hacía mucho habían depositado. Aurora observó cómo el alto hombre se arrodillaba y pasaba una palma enfundada con extrema delicadeza sobre la superficie.
La rubia leyó el nombre tallado.
<<Rhonda Lewis>>.
Una mujer. ¿Su madre acaso? Sus ojos delinearon los números que atestiguaban su existencia terrenal y no pudo evitar llevar una mano a su boca, ahogando un gemido.
Veinte años. Esa chica había vivido sólo veinte años, habiendo dado su último suspiro hacía otros tantos años atrás.
—Cariño —habló suave contra la lápida—. Hoy he venido acompañado. Ella es Aurora Sharpe. Te ha hablado de ella —sonrió con nostalgia.
Aurora estaba perdida. ¿Con quién hablaba? ¿Acaso Andrew era de los que creían que después de la vida, había otra? No lo juzgaría, si eso calmaba la pena en su corazón.
Sin saber qué hacer, se mantuvo un paso atrás, dándole espacio al hombretón que era mucho más que su guardaespaldas.
—Mi hija hubiera tenido casi su edad —confesó desde su baja posición—. Un par de años menos.
—¿Tu hija? No tenía idea...
—Me la arrebataron antes siquiera conociera el mundo —sollozó. Allí estaba todo su dolor, viendo la luz después de años de haberlo ahogado en el fondo de su ser.
—Rhonda fue mi novia en la secundaria —continuó, ahora sí dirigiéndose hacia su acompañante, aunque sin apartar los ojos de la roca—. La amé con toda mi alma. Ella y Josephine eran mejores amigas. Pero yo era un joven problemático. Dejé que las drogas y las malas influencias me alejaran de ella, metiéndome en una banda. Terminé abandonando la escuela. Por eso, un día decidió que no quería estar más conmigo. Eso me rompió el corazón. —Aurora asentía sin interrumpir—. Pero ella tuvo razón en dejarme. Era tan solo un tonto adolescente que creía que llevar un arma, drogarse y robar me hacía un verdadero macho, que no necesitaba de nada ni nadie más, y ella trató de hacerme entender lo mal que estaba eso. Yo la ignoré.
—¿Qué pasó con Rhonda?
—La terminé de decepcionar cuando por un estúpido robo me encarcelaron a los dieciocho. No tenía antecedentes, por lo que salí a los dos años. Pero mi estupidez no menguó. Sin un título, familia que me apoyara ni un futuro a la vista, regresé a lo que conocía. Mi pandilla. Sólo que descubrí que Rhonda había caído en las garras del líder. Blood se hacía llamar y manejaba a los Black Skulls [Calaveras Negras]. No lo podía creer. Ella era una dulce muchacha, con la inteligencia y la voluntad para salir de nuestro barrio y ser lo que quisiera. Sin embargo, allí estaba. ¡Era la novia de mi líder después de haberme abandonado por ser un criminal!
La rabia afloró entre sus dientes apretados.
—No lo entiendo. ¿Por qué estaba con él?
—Yo tampoco lo entendí en ese entonces. Sin embargo, Josephine me confesó que Blood la vio una noche y se encaprichó con ella. Y me usó como moneda extorsiva. Le aseguró que yo estaría a salvo en prisión si ella se quedaba con él.
—¡Qué sucia jugada!
—Lo fue. Yo no había dejado de pensar en Rhonda y ella, cuando nuestros caminos volvieron a encontrarse, me confesó que tampoco me olvidó y el sacrificio que decidió hacer por mí. Eso me mortificó. —Se cubrió la cara con una mano, como si pudiera tapar la visión que su memoria le mostraba—. Nunca dejamos de amarnos —bajó la mano y volteó a la rubia, encontrándose con la mirada conmocionada de la joven—. Y aun sabiendo que nos estábamos arriesgando, dejamos que nuestros sentimientos nos arrastraran. Íbamos a fugarnos, especialmente cuando me confesó que estaba embarazada de mí. Tendríamos un bebé. Tuve miedo. Mucho miedo, porque ya no éramos nosotros dos los que corríamos peligro. Nuestra hija podía sufrir por nuestra imprudencia.
Aurora se había arrodillado junto al cuerpo que había comenzado a convulsionar por el llanto, sin darse cuenta. Y ella lo siguió, dejando fluir sus propias lágrimas.
En sincronía, Hunter gimoteo rozando su hocico entre medio de ambos.
—La noche que teníamos todo listo —prosiguió con el dolor ahogando su grave voz—. Nos descubrieron. A mí me golpearon, pero a mi amor. A mi Rhonda, le hicieron mucho más daño.
El cuerpo de Aurora tembló pensando en lo que eso significaba.
—La violaron. Todos lo hicieron. Delante mío. A veces, por las noches, en mis pesadillas, puedo escuchar sus gritos y sus súplicas porque la salve. Pero yo no podía. Me tenían atrapado. Sujetado por cadenas, colgando en un asqueroso sótano. Y allí acabaron son su vida. En un oscuro, húmedo y frío lugar, viendo al responsable de su muerte como un mediocre incapaz de protegerla. La dejaron desangrándose tras desgarrarla por dentro y jugar con cuchillos sobre su carne. Y mientras sus ojos inertes quedaron posados en mí, ellos se reían ante mi sufrimiento.
El abrazo de la muchacha se hizo más fuerte sobre la musculosa anatomía, que en ese momento parecía querer encogerse y desaparecer. Lloraba al igual que él, con ambos corazones destrozados por la trágica historia.
—No conforme con quitarme a mi razón de anhelar un mejor futuro, la fuerza por la que iba a dejar esa vida, decidieron que mi mejor penitencia, un recordatorio de mi traición, sería... cortarme.
—¿Cortarte?
—Mi hombría. Por meterla donde no correspondía.
Ella gimió al comprender.
—Andrew... no es posible.
—Sí Aurora... usaron un cuchillo y luego me dejaron tirado por ahí. Esperaban que muriera desangrado o de una infección. —Lentamente, se puso de pie tratando de recuperar su dignidad y llevando con ella a la joven, que se irguió a su lado—. Pero no contaron con mi odio. La sed de venganza es una fuerza muy poderosa. Me tomó más de diez años, debido a que caía una y otra vez en el alcohol y la droga para superar mi dolor y tomar valor. Es lo que le conté en el avión. —Ella asintió—. Pero una noche lo enfrenté.
Miró hacia Aurora, que pudo ver en sus ojos negros la firmeza que conocía. Y un destello de orgullo.
—Fue la noche que conocí a un joven Steve Sharpe. Él tenía veinticinco años y yo treinta y tres. Blood era un encargo. Debía asesinarlo y yo me prepuse lo mismo. Él me detuvo y se hizo cargo. Aunque hubo un momento en que odié que me quitara esa posibilidad, hoy se lo agradezco.
—¿Por qué?
—Porque no sabría soportar más fantasmas en mi conciencia. —Asintió una vez más en comprensión—. Esa noche él cambió mi vida. Y usted también lo hizo desde que la conozco.
—¿Yo?
—El señor Sharpe me dio un nuevo propósito. Pero usted me dio otra vez alegría.
Los relámpagos tomaron su atención y en un mudo acuerdo, se encaminaron hacia el vehículo que los esperaba del otro lado de la verja.
Los largos y anchos dedos enguantados tomaron la sortija y la besó, dejándola reposar junto a su corazón.
—Este anillo lo usó nada más que unas horas antes de nuestra huida. Y lo recuperé solamente porque me lo hicieron tragar después de asesinarla. Es lo único que me quedó de ella.
—¿Cómo era ella? —indagó, buscando atraer un mejor recuerdo.
—Hermosa. Pequeña de altura, pero gigante en espíritu —suspiró, dejando caer sus hombros entristecido—. Ni siquiera tengo una fotografía de ella a la cual contemplar.
—¿Qué hay de Josephine? —preguntó cuando ya se encontraban bajo la protección del coche justo cuando las primera gotas impactaron el parabrisas.
—¿Qué hay con ella?
—Es que... yo pensé que ustedes dos...
La ronca risa del hombretón la hizo sonrojar con vergüenza.
—Ella es como una hermana para mí. Me soportó lo mejor que pudo en mi más oscuro momento.
—¿Ella sabe... todo?
—Todo sobre mi pasado —su tono se volvió duro—. Todo lo relacionado con el señor Sharpe y lo que hacía, o hacíamos en la oscuridad; o sobre usted y su llegada a la mansión nunca se lo revelé. Ahora usted también lo sabe.
—Y guardaré tu secreto.
N/A:
AAAAHHHHH!!! Este capítulo estaba esperando desde hacía mucho tiempo para ver la luz!!
Conocimos por fin el pasado de Andrew, que vislumbramos brevemente en los extras de Steve y su primer encuentro.
Y qué me dicen de Carly y Blackhole?
Espero que les haya gustado. No se olviden de comentar y votar, para ayudar a crecer esta historia.
Gracias por leer, Demonios!
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