52. Me gustan tus pecas
52. Me gustan tus pecas.
—Vamos hermano, tienes que venir a ver a estos dos —insistió el rubio, sin dejar de espiar a la pareja desde la distancia—. Esa mujer es toda una salvaje. Debería ir a averiguar quién es. Conseguir un poco de diversión para mí —pensó en voz alta.
—Joder, ¿viniste a mi casa para esto? Puedes espiarlos desde tu apartamento. Y no me digas hermano.
—Desde aquí la vista es mejor, hermano —respondió con una sonrisa ladeada regresando al inglés. Abandonó con un resoplido la tarea para sentarse en el sofá, mientras Peter archivaba las fotografías que había tomado del agente Webb hasta el día que se vio descubierto.
Kenneth había proseguido con la tarea un par de semanas más, pero también le había ordenado que lo dejara para evitar mantenerlo en alerta. Lo quería confiado.
Vio los rostros impresos que ya reconocía como compañeros federales. Exceptuando a uno —el único de color, semejante en contextura a su asistente—, que eventualmente se unía a los agentes para jugar al básquet.
Supuso que sería uno más de ellos y anidó cada foto dentro de la delgada carpeta color manila.
—Por cierto, te he buscado aquí algunas noches para arreglar unos asuntos, pero no te encontré.
La espalda de Peter se tensionó brevemente.
—Cosas pendientes. Ya sabes.
—Los hombres no me dijeron nada.
—No tienen por qué darte explicaciones. Responden a mí. Pero si te interesa, estuve yendo a un club clandestino de peleas.
No era del todo mentira. Muchas noches, cuando abandonaba la cama de Gigi antes del amanecer, terminaba en aquel escondite elegante con Kenneth.
A veces, sólo contemplando animales dentro de la jaula.
Otras, volviéndose la bestia que pedía sangre.
Sangre que cada vez le apetecía menos.
Y eso, para su mundo, podía ser un riesgo mortal.
—Podríamos ir juntos una noche —reclamó el joven, acomodando la línea de coca que había sacado de su bolsillo—. Estoy de ánimo para divertirme un poco.
—Tú no peleas.
—No, pero me divierte verte a ti sacarle los dientes a otros. Vamos. Tengo que celebrar que nueva mercadería me llegó como caída del cielo —inhaló profundo, echando su cabeza hacia atrás—. Esta droga está de puta madre. ¿Quieres, ahora que tú también te metes esta mierda?
—No. Paso. No pierdo el control en cada oportunidad —se volteó hacia su compañero que se apretaba la nariz y parpadeaba de forma acelerada—. ¿Cómo es eso de que tienes nueva mercancía?
—Ah, esto es una puta maravilla del destino. Tu puto boy scout estuvo arremetiendo contra unos rusos y mexicanos, quién sabe de dónde sacó el dato, pero el punto es que, no todas las muñecas regresaron a casita —rio eufórico, efecto de la cocaína—. Nuestro agente tiene más hombres bajo contrato y se aseguró de aprovechar la honorable labor de tu agente.
—Vaya, eso no lo sabía.
<<Es una mierda>>.
No era lo que pretendía Peter. Lo último que deseaba era facilitarle el trabajo a Adam, y por consiguiente, al cabrón de su donante de esperma.
Un aullido desquiciado llevó sus ojos bicolores al desperdicio de ser humano que se levantaba de un salto de su mueble.
—Bueno, mejor me voy. Las putitas no se follarán ni venderán solas —soltó una risita macabra—. Ya sabes, debo probar el producto antes.
El pelinegro no disimuló su gruñido de desencanto, y Adam rio en consecuencia, palmando su hombro al pasar a su lado.
—Definitivamente, necesitas meter tu polla en un buen coño para bajar ese mal humor. Al parecer, pelear ya no te sirve —se burló—. Y yo que pensaba que pasabas tus noches cogiéndote a alguna puta del club. Qué decepción.
Cuando escuchó la puerta cerrarse, se relajó pasando la palma por su rostro.
Qué enfermo estaba el mundo, que incluso cuando intentaba limpiar un poco de su mierda —efecto secundario de su misión con el gigante de ley—, el cáncer seguía comiéndolo todo.
—No soy el jodido boy scout. Ese es su trabajo. Yo sólo debo matarlo cuando me den luz verde.
Se autoconvenció, tomando su gabardina y enfilando hacia el club, donde esperaba que su pequeña castaña cobriza le regalara su nueva adicción para olvidar quién era.
***
Gigi sonreía contemplando su iPhone 2. No había querido un aparato tan exclusivo, pero Peter no había cedido y esa misma tarde salió de la tienda de tecnología con un equipo de última generación.
Su primer uso fue con la cámara fotográfica, capturando a madre e hijo con sendas sonrisa de hoyuelos, pecas y rizos castaños que ocupaban la pantalla principal.
Hubiera deseado que Peter los acompañara, pero el belga negó y Gigi supo que era una manera de recordar que lo de ellos tenía fecha de caducidad.
Que mantener distancia emocional era lo más conveniente.
Pero su corazón no parecía obedecerle ya.
La llegada intempestiva de sus compañeras la hizo esconder el artefacto y retomar su tarea de maquillaje.
***
Cuando Peter y Blackhole arribaron a Las Ninfas, Mikola les abrió las puertas que resguardaba dando una inclinación de cabeza.
Adentro, las luces enfocaban a Carly —Egeria— sobre el escenario con su desnudez casi a pleno y Peter no pudo evitar esbozar una media sonrisa al notar que su acompañante clavaba los pies en el suelo.
—Relájate con una copa y disfruta el show —indicó el mafioso sin ocultar su burla—. Me quedaré en el despacho y luego llevaré a la castaña a su apartamento. Ven por mí a la hora de siempre.
No recibió respuesta, pero sabía que la orden había llegado al cerebro del hombretón.
Riendo, se deslizó entre el público, buscando con sus ojos la única que despertaba su interés en ese lugar. La vio con su habitual atuendo de ninfa —esa noche de color azul—, concentrada en depositar sobre una mesa varios tragos.
Peter se relamió y jugueteó con su anillo en el meñique llevando su andar hacia la pequeña entidad.
Al pasar junto a ella, su mano capturó parte de su culo respingón, haciéndola saltar y voltearse con los iris escupiendo llamas, a punto de lanzar una sarta de improperios.
Se le calentó el corazón —y otras partes de su cuerpo—, cuando notó su rostro iluminarse al descubrir al pervertido que le había metido mano.
—Señor Verbeke —saludó sugestiva—, no sabía que había llegado. Enseguida le llevo su bocadillo.
—Eso sería muy agradable, mon chaton —le guiñó un ojo, obteniendo en respuesta ese par de hoyuelos que lo enloquecía y que cada vez más seguido recibía de su parte—. Te espero arriba.
Parecía que Gigi iba a decir algo más, pero apretó sus labios y asintió, marchándose hacia la barra para hacer el pedido.
***
Como un idiota, subió las escaleras hasta su despacho sin poder borrar de su rostro marcado una sonrisa de las que cosquillean hasta en el estómago.
Esta se amplió cuando al abrir las puertas de su destino, un gritito de alegría lo recibió como antesala de un cuerpo menudo con brazos de ilusión.
—¡Peteeeel!
—¡Noah!
Se agachó para dejarse atrapar cuando el niño se abalanzó sobre él.
—¿Qué haces aquí? ¿Tu mamá sabe que viniste?
La risita traviesa escapó de entre sus dientes al mismo tiempo que sus rizos bailaban de un lado al otro al negar.
—Me vas a meter en un problema.
Ignorándolo, lo acarició, depositando sobre su mejilla cortada sus ojos avellanas, réplicas de su madre. Las manos infantiles fueron una vez más, un marco en su cara. Los dedos en su lado izquierdo repasaron los relieves irregulares de la blanca piel y su pequeña boca parecía contar cada línea en voz baja.
Peter se dejó hacer, hipnotizado por la concentración del niño en su tarea, dedicándose él mismo en admirar el pequeño rostro de pecas casi imperceptibles, resaltando el lunar sobre su ceja derecha.
De repente, Noah apretó con fuerza, forzando que sus labios quedaran fruncidos, lo que lo hizo reír a carcajadas.
¿Podían las risas de pureza de un niño reparar almas quebradas? Se cuestionó el mafioso, que deseó con todas sus fuerzas tomar esa medicina cada día.
Si su madre era su adicción, el niño era su cura.
El golpe de realidad le borró la sonrisa que no se había dado cuenta había estirado todavía más en sus labios.
—Vamos Noah. Te llevaré con Mitchell —indicó con la voz apagada.
—¡No! —se alejó de él, corriendo hacia le mesa baja frente al sofá, donde al parecer, el niño ya había hecho campamento—. Mamo a libujal.
Un batallón de crayolas se alineaban desordenadamente sobre el mueble, esperando por el par de artistas, junto con hojas en blanco de un cuaderno y la cajita contenedora del tercer integrante de la sala.
Peter, debilitado por el invasor, terminó quitándose el abrigo —que colgó en el perchero— y se sentó en el puesto asignado en el suelo. Rápidamente se transformó en el asiento de Noah, que no dudó en ocupar su regazo.
***
Gigi se derritió al abrir la puerta.
En varias partes de su anatomía el calor se irradió, concentrándose en puntos demasiado sensibles.
Esperaba ver detrás del escritorio una mirada salvaje de colores combinados, lista para comérsela.
Sin embargo, la escena de Peter y Noah dibujando, escuchando cómo el belga trataba de dialogar sin volverse loco por entender el idioma del niño la confrontó con dos sentimientos contradictorios y altamente inflamables.
El de un amor naciente y la decepcionante realidad que le esperaba.
Desear mantener esa imagen era meterse en un espejismo que sólo terminaría con su corazón destrozado.
—¿Qué están haciendo? —preguntó lo obvio entrando completamente al despacho.
Dejó la charola en un rincón de la mesita y puso sus brazos en jarra, fingiendo enojo.
—Nala —escondió sus manitas tras su espalda, como si con eso desapareciera toda prueba de su travesura.
Bajó su rostro y parpadeó lentamente, con ojos grandes de inocencia que no convencían a su madre.
—No deberías estar aquí, Noah. El tío Mitchell te estuvo buscando. Casi se muere de la preocupación.
El hombre también mostró su inconformidad cuando ella le aseguró que estaría con el nuevo dueño. Podía entender su recelo y hasta las palabras de preocupación que le dedicó. Mas Gigi las ignoró con una sonrisa, como venía haciendo con su propia mente.
—Vamos Gigi, mon petit chat, siéntate un rato aquí con nosotros. De hecho... —se liberó del pequeño cuerpo que regresó su atención a sus colores, y se sentó en el amplio sofá, llevando consigo el cuaderno de hojas. Palmeó con una sonrisa coqueta a su lado—. ¿Por qué no te sientas y haces de mi musa?
La luz que en esa oportunidad lo iluminaba todo en la habitación le mostró el sonrojo intenso en los pómulos de la castaña devenida en peliazul esa noche.
—Sólo un rato. Y espero que no hagas una caricatura de mí o haré un bollo con la hoja y te la meteré en la boca —se sentó de golpe, hinchando sus mejillas y arrugando su nariz.
—Entonces quítate esa horrible peluca.
Le sacó la lengua, pero hizo caso, pasando sus dedos por entre las hebras revoltosas para peinarlas como fuera posible.
Peter se acomodó con la espalda baja contra el reposabrazos, quedando de frente a la muchacha, con una pierna cruzada por debajo y la otra, larga y flexionada, con el pie en el suelo. Sus dedos no tardaron en moverse dominando trazos.
—Avec vous comme inspiration, je ne peux créer que les plus belles œuvres [Contigo como mi inspiración, sólo puedo crear las obras más hermosas] —guiñó un ojo y Gigi sintió que el fuego se expandía por todo su rostro. Sus dichos y su acento le darían un infarto cerebral y hormonal si eso fuera posible —. Perdón, dije que será una obra maestra.
—No es cierto —susurró con timidez—. Mejor dicho, no fue todo lo que dijiste. Y no puedes seguir diciendo cosas así.
<<Eso sólo hace que me enamore de ti>>.
El crayón hizo una pausa y los ojos turquesas y grises la atravesaron.
—¿Entiendes francés? —Afirmó—. Eres una pequeña caja de sorpresas.
—Lo hablo muy bien. O bueno, lo hacía. Hace años que no lo practico —se encogió de hombros—. Debo estar algo oxidada.
—J'adore pouvoir parler français avec toi [me encanta poder hablar en francés contigo] —habló lento y sensualmente profundo, retomando con su tarea—. J'aime tes taches de rousseur [me gustan tus pecas] —hizo una pausa para ladear su sonrisa mojabragas—. Et tes fossettes me rendent fou [y tus hoyelos me vuelven loco].
— J'aimet'écouter [me gusta escucharte] —respondió en un francés tambaleante. Llevó sus orbes hacia sus manos que se ocuparon en apretar su corta falda, denotando su nerviosismo—. Me gusta tu acento.
Peter curvó sus labios hacia arriba, bailando entre la arrogancia y la ternura.
—A mí me intriga el tuyo.
—Yo no tengo acento —replicó.
—Claro que sí. Ahora mismo. Se te escapa cuando te alteras. Y al parecer, soy motivo de alterarte mucho y de muchas maneras —se mofó, arrebatándole un beso de labios apretados—. ¿De dónde eres?
La duda surcó sus iris avellana y un titubeo floreció en su boca roja. Cuando levantó la vista, los hermosos ojos de Peter la desarmaron y suspiró, rendida.
Se acomodó con las dos piernas de lado sobre el sofá, lista para abrir una herida que nunca había sanado del todo. Y que jamás compartía.
—Soy de Valdosta, Georgia —levantó su palma para detener la evidente pregunta sarcástica que saldría del extranjero—. Sí, me llamo Georgia y soy de Georgia. Mis padres se esmeraron en ponerme nombre —ambos esbozaron sonrisas, pero la de Gigi se apagó de inmediato—. No me importó llamarme así, porque sonaba bonito cuando mi mamá me lo decía.
A Peter no le costó reconocer la nostalgia en su voz.
Conocía muy bien ese sentimiento.
—¿Está lejos de Nueva York?
—A un mundo de distancia. Más allá de los más de mil kilómetros y medio que nos separan.
—¿Cómo es que terminaste en Nueva York?
Se encogió de hombros nuevamente y bajó la mirada, avergonzada.
—Pensé en venir y encontrar al padre de Noah cuando supe que estaba embarazada.
—Dijiste que lo habías perdido. ¿Falleció? —Meneó la cabeza—. ¿Era un novio tuyo allí en Valdosta? ¿Acaso vino a estudiar a Nueva York?
—No. Lo vi una sola vez. Lo conocí aquí, en un viaje escolar. Una noche conseguí escaparme y tuvimos... solo esa noche. No sé su nombre, si era de aquí o estaba de pasada. Ni siquiera lo veo claramente en mi mente, salvo por el lunar sobre su ceja que fue lo único que Noah heredó de él. Eso, y ser zurdo, creo.
—¿Crees?
—Bueno, usaba su reloj como tú, del otro lado. En la muñeca derecha. De seguro tendría veintiún años por lo menos, porque lo conocí en un bar al que entré con una identificación falsa, la cual se notaba que era pésima, pero el hombre de seguridad apenas la vio y me dejó pasar al club. No tenía ningún plan. Sólo quería que alguien me viera. Y lo encontré. Un joven muy atractivo, eso sí lo recuerdo, al que le coqueteé, con torpeza, debo reconocer y me llevó a un motel.
—Vaya, toda una chica salvaje.
—No lo era. Tenía diecisiete años. Toda mi vida fui una chica ejemplar. Las mejores notas, responsable, con un futuro prometedor. Hasta que me comporté como una tonta adolescente que terminó embarazada y sola.
—¿Él te... te hizo daño? —su mirada se había vuelto oscura y peligrosa.
—No. Lo poco que recuerdo es que era dulce. Y... fuimos torpes. Después de todo, era mi primera vez. No creo que lo supiera. Yo no le dije nada, así que... dolió. Mucho. Imagino que el alcohol hizo que no se percatara, porque siguió. Nunca pensé en el preservativo, y él no estaba en sus cinco sentidos. Y definitivamente no tuve un... —rodó sus pupilas hacia el menudo cuerpo en el suelo y bajó el volumen de su voz—, no llegué al clímax.
—Por eso creí que eras virgen —rio, aliviado en el alma al saber que aquella adolescente no había sido forzada—. Quiero decir... cuando te tomé... —carraspeó—. Esa vez... nuestra primera vez.
—¿Tanto se notó mi inexperiencia? —se tapó la cara, abochornada.
—No, chaton. Estuviste fantástica. Me... me hiciste sentir lo que ninguna otra logró. Fue... magnifique. —Gigi despejó su cara, compartiendo al artista un hermoso par de iris resplandecientes por sus palabras—. Es que estabas tan estrecha... que hasta pensé que Noah no era tu hijo. Sino tu hermano menor.
Rieron ante la ridícula ocurrencia.
—¿Y no estuviste con nadie más después de esa noche?
—¡No! Me sentí mortificada. Avergonzada porque no era esa chica que pretendía ser alocada. Me arrepentí. Luego... no quise estar con ningún hombre. Con un hijo pequeño, no confiaba en nadie para dejar que se acercara.
Sus miradas se entrelazaron por el significado que encerraba esa sentencia.
El dolor, la nostalgia y la constante ilusión que quería flotar a la superficie para respirar el oxígeno que le diera vida batallaron en sus iris.
La tensión se hizo presencia entre ellos como uno más en la habitación.
Peter abandonó el dibujo con incomodidad, cerrando el cuaderno y dando con ese gesto por concluida la sesión.
—Mami —interrumpió Noah, haciendo que los adultos se enfocaran en él—. No tá Mickey.
—¡Carajo!
Peter se levantó de golpe, lanzando a Gigi el cuaderno, quien rio por su reacción, aligerando el ambiente.
—Cuidado con tu vocabulario, Peter —reprendió la muchacha señalando al pequeño que se tapaba la boca sin ocultar su risa.
—No pienso volver a buscar a esa cosa blanca.
—Niñito exagerado. No será tan difícil esta vez.
Se estiró sobre la mesa ratona y capturó un trozo de queso del plato de Peter para colocarlo dentro de la caja que Noah al parecer había abierto.
—Vendrá solito a comer. —Sacudió su cabellera y se enderezó en su puesto—. Te dije bastante de mí. Es justo que me digas algo de ti.
—Es mejor que regreses al trabajo —escapó.
Se inclinó para besar brevemente su boca cuando Noah se distrajo. Rozó sus dedos sobre sus tibios labios al dejarlo, en un saludo extraño.
—Nos vemos más tarde. Yo me encargo de Mickey cuando caiga en la trampa.
El voz distante la desconcertó. Pasmada, siguió el esbelto cuerpo hacia el escritorio, donde se ubicó, apoyando sus codos en la superficie, jugueteando con sus anillos como si ella ya no estuviera allí.
—Tienes razón —replicó en voz baja—. Noah, cariño, juntemos las cosas y regresemos con el tío Mitchell. Mami tiene que trabajar.
Obediente, el niño recolectó todo.
Antes de seguir a su madre, corrió hasta Peter y le dejó su dibujo.
—Adiósh, Petel. Te quielo.
Se abrazó a su pierna, recibiendo una trémula caricia antes de regresar a su madre, que sintió su corazón apretarse ante el cariño desmedido del pequeño.
Una vez solo, Peter lanzó todo lo que tenía sobre el mueble.
—Idiot [Idiota].
***
Conteniendo las lágrimas, Gigi recorrió los pasillos hasta el camerino que ocupaban en el piso inferior.
Era una idiota que seguía contradiciéndose.
Entró con Noah en brazos al cambiador común y se ubicó en su tocador, dejando a su niño sobre su regazo, quien aprovechó para distraerse con el desorden de la mesa.
Visualizó su gran bolso de mamá multifuncional y sin saber por qué, tomó su nuevo celular.
Volvió a contemplar la fotografía de su pantalla con una sonrisa boba sobre su hijo, cuando sus pupilas vislumbraron una sombra que no había reconocido previamente.
Detrás de ellos, sobre el reflejo del cristal del negocio, la figura del que ejecutó la fotografía se recortaba. Eso no era lo desconcertante, sino descubrir que el joven de cabellos negros, cicatriz rugosa y sonrisa desestabilizante fijaba su mirada en el reflejo, con un guiño descarado y las comisuras curvadas hacia arriba.
La miraba.
Directamente a ella.
Le había concedido estar en la captura.
<<Deja de jugar conmigo. Vas a volverme loca>>.
Sus delgados brazos envolvieron con urgencia a su hijo, como si ese cuerpito pudiera darle la fuerza que necesitaba para no hundirse en el mar turquesa que la tenía naufragando.
La puerta se abrió y entraron Eco, Egeria y Electra, y rápidamente parpadeó para ocultar cualquier rastro de humedad.
—Daphne, ¿dónde estuviste? —cuestionó la dulce Eco.
—Con Noah —acarició la cabeza del pequeño, que se recostaba sobre su hombro—. Lo siento chicas, no debí dejar mi puesto.
—Tranquila. Nos lo compensas ahora mientras nosotras nos quedamos con este bombón.
El niño no tuvo inconveniente en caer en los brazos de la rubia, que apretujó contra su generoso pecho el cuerpecito de Noah, dejando infinidad de besos que le arrancaban risas infantiles.
—Tú crecerás y serás el chico más lindo, dulce y respetuoso de las mujeres, ¿verdad que sí?
—Shi —respondía sin saber a qué, sólo porque recibía de su grupo de admiradoras risas exclusivas para él.
—Por un momento creímos que el monstruo te había raptado —acotó Electra, cambiándose la falda que al parecer, se había mojado con alguna bebida.
Su cuerpo tatuado y con piercings se balanceó sin pudor delante de sus compañeras y del niño que seguía siendo el centro de atención.
—¿El monstruo? —preguntó Gigi.
—El señor Verbeke —aclaró Egeria, quitándose los tacones.
—Es obvio que por eso es dueño de prostíbulos. Con esa cara deformada, la única manera de obtener un orificio que le dé placer es pagando por ello.
—No digas eso. Es cruel.
—Pobre de ti... —la ignoró Electra, terminando de colocarse la nueva prenda—, que te hace verlo todas las noches, cuando le llevas algo de comer. Debe ser repugnante.
—No lo es.
—No me digas que esa enorme cicatriz no es escalofriante.
—Pues, a mí no... no me asusta —su tono comenzaba a ser molesto. Estaba molesta porque sólo vieran eso en Peter—. Y ¿saben a quién tampoco? A Noah.
—¿Mi niño? —intervino Eco, que había estado centrada en el pequeño más que en la conversación.
—No sé cómo permites que esté cerca de ese hombre —cuestionó una vez más Electra, con una mueca de desagrado.
Sin más, salió apresurada para seguir atendiendo mesas, y otro tipo de servicios.
Unos toques sonaron en la puerta antes de ser abierta. La peluca de Mitchell se abrió paso. Y el resto de su obeso cuerpo.
Sus ojos rastrearon con sorpresa a Gigi antes de dirigirse a Eco.
—Eco, linda, un cliente solicita un baile privado. Te lo envié a la número cuatro.
—Gracias Mitch, cariño. Enseguida voy —traspasó al niño con su madre y se ajustó su busto.
—Enseguida vendré a cuidar a Noah —indicó el exdueño de Las Ninfas.
El hombre no pudo evitar una mirada de reprimenda hacia la joven madre antes de hacer su salida.
Instantes después, la voluptuosa rubia lo siguió, dejando a Gigi con Egeria, que se aproximó a ella. Apoyó su mano prolijamente decorada sobre el tocador y le habló con la preocupación de una hermana mayor.
—No es sólo la marca. Es lo que representa. Peligro. Ese hombre tiene un aura peligrosa. No te acerques demás Gigi. Ni dejes que lo haga Noah.
—No lo conocen...
—¿Y tú sí? —la interrumpió—. ¿Sólo por llevarle la comida cinco noches a la semana?
—Peter no es peligroso —mintió—. Me confunde. Es extraño, a veces distante y otras divertido, pero no es peligroso.
—Oh, Gigi... por favor, no me digas que te estás enamorando.
—¿Qué? ¡No! —chilló nerviosa—. ¡Cómo dices algo así!
—Sólo, hazme caso...
Su mirada se posó en la alta mujer, percatándose de la palidez de su hermoso rostro al hablar.
—¿Te hizo algo?
No lo creía capaz, pero un escalofrío recorrió su columna vertebral.
Egeria negó lentamente, pero sus ojos estaban posados en el suelo.
—No. Pero confía en mí. Mantente lejos de él.
Sin decir más, Egeria se sentó frente al tocador para hacer su cambio de vestuario y retoque de maquillaje cuando notó una nueva margarita entre los arreglos florales que le habían obsequiado. Cada noche era lo mismo desde esa primera entrega del hombre de ojos de miel, exceptuando que ya no la recibía personalmente.
Tomó la insignificante flor que cada vez crecía más en ella, desplegándose inconscientemente una sonrisa en su rostro.
Resopló de repente, enfadada consigo misma al darse cuenta de que era una hipócrita al ignorar el consejo que acababa de darle a Gigi.
<<Son peligrosos>>, se repitió.
Eso lo sabía muy bien ella.
Segundos después, sus dedos acariciaron nuevamente los aterciopelados pétalos. Sin que la viera la castaña que acomodaba a su hijo en un rincón, la guardó —como cada noche—, en el bolsillo de su bolso.
Alzó su cabeza enfrentando al reflejo que la juzgaba una vez más.
<<Necesito alguien bueno en mi vida. Dejar de atraer a la escoria humana>>.
N/A:
Ahora entienden porqué estuve mostrando la traducción del francés cuando Peter creía que hablaba a una Gigi que no comprendía. La jovenita sí lo hacía, jejeje.
Menciono el iPhone 2, porque fue el celular que salió en el 2008. Peter no le compraría nada menos, jejeje.
Recuerden que uso el sistema métrico por comodidad pero en realidad, Estados Unidos emplea las millas. 1 milla = 1,609 km.
Giter (como la bella MetalyLetras los shippeo: Gigi-Peter), están enredando cada vez más las cosas.
Espero les haya gustado el capítulo. No se olviden de votar y comentar.
Gracias por leer, Demonios!
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