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51. Veintidós regalos (Parte II)

51. Veintidós regalos (Parte II).

Se apearon del vehículo escondidos tras un par de gorras con viseras y gafas de sol y, tomados de la mano, Steve guio a Aurora en un mar de jóvenes universitarios que pululaban como hormigas en verano, ignorando que el invierno estaba a la vuelta de la esquina.

—¿Esta era tu universidad?

—Así es. Columbia fue mi hogar por cuatro años. Allí —señaló uno de los edificios—, cursaba mis asignaturas, o al menos varias de ellas. Yendo por esa calle —señaló hacia el extremo opuesto—, estaba mi residencia.

Repasó su estudios en la biblioteca, sus almuerzos en la cafetería y hasta sus prácticas deportivas, sin poder evitar mencionar a Madison —que asistió un par de años—, y Edward, aunque este último apenas resonó entre ellos. Así, la fue arrastrando de un lado a otro, explicándole su vida universitaria con entusiasmo, como si regresara a ser ese joven alegre tan diferente al hombre en que se transformó diez años atrás.

Aurora asentía contagiada por el recuerdo, notando cierta nostalgia en él.

Mientras que otra en ella iba surgiendo.

En un momento de silencio, su suspiro los detuvo frente al edificio de la facultad de Arte y Ciencias.

—Me hubiera gustado poder ir a la universidad como tú, Chris y Edward. Como Nomi. Dice que es una experiencia asombrosa. La ha ayudado mucho a superar su miedo a los hombres y se siente tan dueña de su vida.

—¿No te sientes dueña de tu vida? —La cobijó con su cuerpo abrazándola desde atrás, apoyando su mentón sobre su cabeza rubia cubierta por la tela de la gorra.

—Claro que sí —respondió tímidamente. Sus manos tomaron los antebrazos masculinos que la rodeaban por la cintura—. Ahora que tú y yo hemos tomado un nuevo rumbo. Pero ha sido como dejarse llevar un poco por la corriente. Aproveché el fluir del río y aprendí a usar su fuerza. Pero hay tantas experiencias que debido a mi despertar como adulta he saltado forzosamente. No sé qué es ser una niña, al menos, vivir años como tal y no unas pocas horas. No he ido a la escuela, tenido un... baile de graduación, clases con profesores, prácticas deportivas...

—Lo lamento.

—¿Por qué? No es tu culpa. No se puede hacer nada al respecto. Sólo me genera curiosidad. No estoy triste por eso.

—Porque te conozco, amor mío. Te prometí darte todo tipo de experiencias. Ser tu guía en este inmenso mundo. Quiero poder cumplirte eso también.

—Hay que reconocer los límites, Steve. No tengo ninguno de los requisitos para ingresar a una universidad, salvo mi mente.

—No suelo respetar los límites, lo sabes. Prefiero desafiarlos.

Su esposa rio suavemente y las tenues campanillas cosquillearon sobre su piel, erizándolo. Se movió de su agarre, volteándose hacia él, subiendo sus manos a los anchos hombros.

Steve ladeó su leve sonrisa. Sus ojos quedaban detrás de los cristales espejados, por lo que Aurora veía su propio reflejo, pero podía sentir la intensa mirada con tono burlesco.

Eso puso en alerta a la joven.

—¿Steve? ¿Qué hacemos exactamente aquí? ¿Para qué me has traído?

—Es tu cumpleaños, ¿no? —Una ceja rubia se deslizó por encima de las gafas de Aurora—. No vinimos a recordar mis años de juventud. Vinimos a que conozcas tu futuro como universitaria.

La mandíbula se le cayó y las manos empujaron el imponente cuerpo, alejándolo de ella como si necesitara examinar por completo que no fuera un extraño el que le hablaba.

—¡Steve! ¿Es en serio? ¿Cómo lo...? —lo palmeó en el fuerte pecho—. ¡Escuchaste mi conversación con Nomi! ¡Me engañaste!

Rio por lo bajo, abrazando otra vez contra su entidad a la cumpleañera y depositando un beso en su cabeza.

—Te escuché. Pero fue antes, mi niña —se quitó los oscuros cristales y ella lo imitó, conectando miradas. Steve comprobó que la tomaba por sorpresa y eso le divirtió—. Escuché el deseo en tu voz cuando hablaste con el Dr. Hoffman. Desde ese día estuve planeando esto. Aunque debo advertirte que haré trampa.

—¿Trampa?

—Los I-SAT serán en unos días. No hay duda de que los pasarás con excelencia. Pero eso no garantiza el ingreso de alguien que no tiene antecedentes escolares. Es por eso que, Harvey "rescató" de Japón un historial con notas sobresalientes, acorde a ti. Y aseguré tu acceso con mi poder de persuasión. En cuanto tus resultados de los exámenes estén, iniciarás en enero.

—¿Qué hiciste?

—Habrá una nueva piscina olímpica y la biblioteca tendrá una ampliación.

—¡Soborno!

—Me importa una mierda lo que sea —se encogió de hombros—. No es justo que porque tu vida haya sido... alterada, no puedas disfrutar lo que de cualquier otra manera, no tengo dudas de que habrías alcanzado. Tengo billones. ¿Por qué no sacarles provecho?

—Gracias, amor mío. No me importa hacer trampa —rio llevando su cabeza hacia atrás—. De alguna manera, soy un embuste andante.

—No me gusta cuando dices cosas así —masculló, tensando su mandíbula.

—Lo soy, pero eso ahora no me importa. Porque pronto seré también una joven estudiante en la Universidad de Columbia. Podría estudiar historia... —sus ojos dorados resplandecieron—. O tal vez Astronomía. ¡No! Ya sé —mordió su labio inferior y un sonrojo asomó en sus mejillas—. Me gustaría Ciencias. Ingeniería genética. Biotecnología.

—¿Por qué? Desperdiciarías al menos cuatro años cuando lo entiendes mejor que nadie.

—No necesito cuatro años. Lo haré en la mitad de tiempo —respondió con alegre fanfarronería que enseguida se opacó—. Además... no es cierto que lo entiendo mejor que nadie. O al menos, siento que hay todavía muchas respuestas esperando por mí. Quiero... —bajó su mirada y habló en voz baja—, entender lo que el Dr. T hizo conmigo. Sería una forma de acercarme a él. A mi creador.

A Steve se le revolvía el estómago cuando se refería a Masao Tasukete de esa manera y sí misma como una creación quimérica.

—Podrás ser lo que desees. Y yo me sentiré orgulloso de ti. Estaré a tu lado apoyándote en lo que elijas —la abrazó con más fuerza, llevando sus labios a su oído—. Pero no te veas como un experimento cuando eres la luz de mi vida. La mujer con un corazón tan maravilloso que ningún laboratorio podría haberlo hecho mejor.

—Steve... —susurró y se envolvieron en un beso suave y tierno que no demoró en volverse apasionado y ansioso.

Se desprendieron agitados y afectados, con sonrisas traviesas en sus labios.

—Será mejor que nos vayamos. Todavía tenemos otros lugares a los que ir. El siguiente, sé que te entusiasmará.

—¡Muy bien!

***

El parque de atracciones fue su próximo destino.

Una cantidad apabullante de estímulos desde visuales con los colores y movimientos de una gran variedad de juegos; auditivos por los gritos de alegría, asombro y pánico; y olfativos por la mezcla de comidas, como palomitas de maíz o frituras.

Aurora no se privaba de ninguna atracción, subiendo a cada una que se le presentaba, aunque Steve se mantuviera firme en el suelo, del otro lado de la verja de seguridad, sosteniendo las prendas de camuflaje de su esposa, para que estas no cayeran en los bruscos movimientos.

Le había insistido que la acompañara, pero en eso, no había logrado que moviera sus pies de donde se plantara. Sin embargo, la instaba a disfrutar de la adrenalina —como si en sus vidas no tuvieran suficiente—, de las montañas rusas y demás juegos. Y ella, exultante, saludaba con su mano como una pequeña niña antes de que los carros se movieran en un viaje vertiginoso.

Cerrando casi la experiencia para seguir con el circuito de cumpleaños hacia un paseo en carruaje en Central Park, Aurora se detuvo de golpe con sus manos ocupadas por un perro caliente y un algodón de azúcar de color rosado.

Sin esperar a Steve, que compraba su propio perro caliente, salió corriendo hacia el puesto que despertó su curiosidad por la cantidad de peluches de todas las formas y tamaños, deteniéndose junto a una pareja unos años mayores que ella.

De pie, estaba la muchacha. Una joven hermosa de cabello negro atado en una cola alta, vestida como ella, con unos vaqueros ajustados a sus largas piernas y una chaqueta de abrigo corta bastante entallada.

Y apoyado sobre el aparador de madera con una imitación de rifle, había un joven delgado con gafas disparando a un montón de latas del otro lado.

—¿Qué hace? —preguntó Aurora con la voz baja.

La pelinegra se volteó a ella, elevando un poco su cabeza para encontrarse con su propio reflejo en los espejos oscuros que cubrían los ojos de la rubia. Sus ojos verdes brillaban de alegría acompañados de una sonrisa que cubría su pálido rostro.

—Quiere ganar un obsequio para mí.

—¿No puedes obtenerlo tú? No es muy difícil.

La desconocida podría haberse ofendido, pero el tono denotaba verdadera curiosidad.

—¿Cuál es la gracia? Además, es una cosa de ego masculino —fijó sus ojos hacia la soberbia figura que se acercaba a ellos con la atención puesta en la rubia y, aunque sus rasgos también estaban cubiertos, la magnificencia que irradiaba no era disimulable —. A veces, es mejor dejarlos ganar cada tanto, para que sientan que dominan el juego. Y que pueden ser el príncipe que creen que necesitamos.

Aurora soltó su graciosa risa y asintió, conforme.

—Entiendo.

—¡Gané! —festejó el castaño, dirigiéndose hacia su acompañante, quien lo besó en la mejilla, obteniendo un intenso sonrojo del descolocado hombre, que tuvo que acomodarse las gafas sobre su nariz.

—Aquí estás, mi niña. Siempre escabulléndote —rezongó Steve sin real enojo—. ¿Qué atrapó tu curiosidad esta vez?

Ignorando a la pareja que se marchaba con un peludo premio de color verde, Aurora se volteó hacia su esposo.

—¿Quieres ganar un peluche para mí? —batió sus extensas pestañas con coquetería, mordiéndose el labio inferior.

Steve arqueó sus cejas ante el sorprendente pedido.

—¿No lo quieres hacer tú?

—No me gustan las armas, lo sabes, aunque sean de juguete.

—Entonces, vámonos. No tiene sentido. Esto es un juego tonto.

—Pero quiero un peluche... —rodó sus ojos por el puesto, donde el joven desgarbado que lo custodiaba los miraba con aburrimiento—, ¡ese! ¡Quiero ese lobo gris para mí! Por favor —estiró las vocales en súplica.

El rubio resopló.

—Es feo. Podemos comprar cualquier otro. Todos los que quieras y mucho más lindos.

—Steve —protestó—. No es cuestión de comprar. Quiero ese, porque sería un recuerdo más de este fantástico día que me has regalado. Pero si crees que no eres capaz... tal vez será mejor que lo haga yo misma.

—No, está bien —bufó una vez más. En dos bocados se metió su perro caliente y tronó su cuello—. Yo lo ganaré para ti. Después de todo, es tu cumpleaños, y todos tus deseos te los haré realidad, amor mío.

Con una sonrisa gigante en sus labios carnosos, dio una pequeños saltos en su lugar, festejando con una nueva ilusión erradicada en su estómago.

Aurora se zambulló su propio perro caliente en tanto Steve abonaba los tiros y se acomodaba la gorra hacia atrás. La muchacha se ubicó a su lado arrancando trozos del mejunje de puro azúcar, sin eliminar su sonrisa de felicidad.

El experto tirador batió cada lata en un tiempo récord y el joven le entregó con la misma actitud displicente el lobo que Aurora abrazó como el mejor obsequio del mundo.

—¡Me encantó! ¡Gracias cariño!

Se aferró al brazo de Steve, que no pudo evitar esbozar su sutil sonrisa de orgullo al saberse responsable de la alegría que irradiaba de su ambarina diosa.

—Bien, ahora continuemos con algo más tranquilo —la joven de su brazo rio entre dientes—. Las últimas sorpresas te esperan en casa.

—Ya me imagino qué tipo de sorpresas —ronroneó para luego atrapar con sus dientes su labio inferior, presionándose contra Steve, sintiendo la urgencia de sus deseos electrificar cada terminación nerviosa.

—Joder... Aurora —tragó duro, moviendo su nuez de Adán, sabiendo que el final de la celebración sería a base de gemidos, vaivenes carnales y ruidos de chapoteo, cantando de mil maneras los "te amo"—. Sí, te daré bien duro, pero no hablo de eso. Ya verás. Tiene que ver con más de tus aficiones.

—Soy muy aficionada a tenerte dentro mío.

—Puta madre... —masculló cerrando sus ojos con fuerza.

Se quitó la gorra y peinó hacia atrás sus cabellos.

—No me provoques —reprendió, recolocándose el accesorio—. Vamos, pervertida. Primero Central Park y luego a casa.

La arrastró mientras ella reía, satisfecha por alterarlo.

***

Al caer la tarde, volvieron al penthouse y al entrar, —después de ser recibida por un entusiasta Hunter—, Aurora gritó de alegría, dando pequeños saltos y palmas.

En el medio de la sala había un gran piano de cola de color blanco.

—¡No puedo creer lo que hiciste Steve! —giró sobre sus talones y besó con fuerza los suculentos labios de su esposo.

Corrió seguida por su cachorro hasta el gran instrumento y lo recorrió hasta llegar al banco frente al teclado. Un pequeño florero cargaba una simple rosa amarilla arriba de su superficie lisa. Acercó su nariz y sintió el delicado aroma de la flor, trasladándola a su primer paseo juntos en Nueva York, algunos meses atrás. 

Su adorado Steve había pensado en cada detalle.

Steve dejó al lobo de felpa sentado sobre el sofá para pasar a acomodarse en el asiento del piano y con una palma, llamó a Aurora junto a él.

—Ven, mi niña. —Obedeció con una sonrisa que no cabía en su rostro. Los largos y masculinos dedos empezaron a juguetear sobre las teclas, captando la atención de Aurora—. He notado que desde que conoces a los pendejos de CSB¸ no has dejado de escuchar sus canciones.

—Son hermosas —confirmó entre risas ante el tono empleado.

—Y también me fijé que en su concierto, no perdías un movimiento de las manos sobre sus instrumentos. —Asintió con su cabeza, sin dejar de seguir las de él que cada vez se movían con más fluidez—. Pensé entonces que querrías aprender a tocar alguno de ellos.

—¿Y tú vas a darme clases? No sabía que tocaras el piano.

—Hacía años que no lo hacía —sonrió con melancolía—. Desde lo de mamá.

—Lo siento. Tal vez, sería mejor olvidarnos de esto. Puedo aprender a tocar la batería. O la guitarra.

—Cariño —negó lentamente, cerrando los ojos brevemente, para abrirlos y enfocar los ambarinos que lo contemplaban con fascinación y ternura—. No sólo quiero darte un piano, quiero darte otra parte de mí. Por ti, quiero volver a escuchar su música en nuestro hogar. Si eres tú quien la crea.

—Steve... —gimoteó, con ojos cristalizados—. Te haré sentir orgulloso.

—Lo haces cada día, mi niña —besó su sien—. Bien, sé que has captado todo lo que he estado haciendo. Así que, repítelo.

El sonido se detuvo y con emoción y nervios, Aurora repasó con sus delicados dedos las ochenta y ocho teclas, reconociendo cada nota. Repasó acordes y tras una pausa, repitió a la perfección la secuencia de Steve.

—Eres simplemente, sorprendente —acarició su cabeza, la cual cayó contra su hombro—. ¿Todo sale de aquí con sólo haberlo visto u oído una vez?

Ella asintió.

—Muéstrame qué más sabes hacer.

Aurora fue accediendo a algunas melodías que su mente reflotaba. Como la pieza musical con la que deseó bailar con Steve en la fiesta en su mansión en la gala de beneficencia o las de los Carnaby Street Boys,  añadiendo su canto en la bella ecuación.

La fuerza, soltura y elegancia con la que se movía sobre las piezas de marfil artificial la mostraba como una pianista consumada. 

Y su voz... suave y mágica conmovió al hombre que desconocía su talento para cantar, impresionado por lo que escuchaba.

Cuando se detuvo y abrió los ojos dorados, Steve la miraba boquiabierto. Ella se ruborizó y se mordió el labio inferior.

—Oh, Aurora de mi vida. ¿Cuántas sorpresas más puedes darme? Lo que acabas de hacer, no sólo es increíble. Fue precioso —su voz delataba su emoción.

—¿De verdad? —se encogió de hombros, avergonzada— Aún me estoy descubriendo. —Se encendieron sus luceros—. Me gustó que tú fueras mi primer oyente —miró hacia abajo y acarició al perro—. Bueno, tú y Hunter.

Steve se derritió. Cada día con ella, un trozo del témpano que había sido por los últimos diez años se desprendía de su corazón.

La tomó de la cara y la besó con pasión. Cuando se despegó de sus labios, el oro fundido de sus iris se había intensificado. Pasó su brazo por debajo de sus piernas enfundadas en el vaquero y con el otro, rodeó su espalda y cuando la sostuvo en alto, ella tomó la rosa amarilla con una mano, mientras que su otro brazo se colgó del cuello de Steve.

La llevó hasta la habitación, como la primera vez que se habían visto, mientras ella no dejaba un espacio de su masculino rostro sin besar.

Al entrar en el dormitorio, Steve cerró con su pie la puerta, dejando al pequeño acompañante del otro lado.

Sobre la cama, Steve fue quitándole la ropa lentamente. Ella, que había dejado la rosa a su lado, también le iba quitando sus prendas. Una vez los dos estuvieron desnudos, se abrazaron con fuerza.

Steve tomó la rosa que había quedado entre las sábanas y con una sonrisa lujuriosa, comenzó a recorrer su figura, desde los pies hasta su boca, ronzado su piel con los suaves pétalos. 

Aurora cerraba los ojos, concentrando su atención en el etéreo tacto, mordiéndose el labio. Cuando Steve la sintió totalmente excitada, dejó la flor a un lado y buscó su húmedo sexo, recostándose sobre su delgado cuerpo, que se perdía debajo del de él. 

Se besaron y bailaron como si escucharan música tocar sólo para ellos, hasta el fabuloso final de la orquesta y su explosivo brillo.

Abrazados, las yemas de los dedos del hombre tocaba una lenta composición por los recovecos de la mujer que lo miraba embelesada.

Se detuvo un momento para admirarla. La luz tenue que entraba por la ventana iluminaba la mitad de su cuerpo, dándole un tono gris azulado, sólo interrumpido por el fuego dorado que brillaba en sus ojos.

Parecía un ser fantástico que lo cazara en la oscuridad de algún bosque.

—¿Estás bien, cariño? —susurró la dulce Aurora.

—Mejor que eso —la besó suavemente—. Admiro lo que tengo entre mis brazos.

Ella amplió su sonrisa.

La que se sentía la persona más afortunada del mundo era ella. Amaba completamente al hombre que la cubría con su gran cuerpo. Lo abrazó con más fuerza, sintiendo cómo latía su corazón al mismo ritmo que el suyo, como si danzaran en sintonía.

—Gracias Steve por el maravilloso día. No sabía que un cumpleaños podía ser tan extraordinario —levantó la cabeza—. Te amo.

—Hay algo más que quiero darte.

—¿Algo más? ¿No crees que es demasiado? —estaba abrumada.

Él la ignoró con una leve sonrisa en la cara y la tomó de la mano con gentileza, guiándola hasta la terraza, parándose completamente desnudos bajo el cielo estrellado sin luna.

Un objeto cubierto por una tela blanca cual fantasma amistoso los saludaba en una esquina.

Siguió los movimientos de Steve, que con su elegancia habitual, reveló lo que el espectro artificial escondía.

—No se ven las estrellas como en Los Hamptons, aunque al menos estamos más cerca del cielo desde las alturas. Por eso tenemos ese pequeño implemento...

—Un telescopio. El último regalo.

—Este es el número veintiuno.

—No lo es.

Nombró cada uno de los presentes. Cuando terminó, Steve negaba, divertido, con su media sonrisa apenas perceptible.

—Mi lengua no fue el primer regalo —aclaró.

—¿No lo fue?

—No —la acarició con sutileza, pasando su pulgar por la cadena de oro que ahora rodeaba su muñeca—. Este fue tu primer regalo.

—Entonces...

—Eso hace que falte uno más.

Aurora inclinó su cabeza, arqueando una ceja, expectante.

La joven se mantenía firmemente abrazada a su esposo, más por temor a que se enfriara que por necesidad de ella. Pero él no parecía percibir el frío porque el calor que irradiaba Aurora los mantenía abrigados a ambos. Siguió los movimientos de Steve, que parecía buscar algo en el firmamento. Entonces, señaló victorioso hacia un punto.

—Mira hacia arriba, mi niña. ¿Ves esa estrella de allí? Creo que pertenece a la constelación de...

—Sí, la identifico —sonrió.

Reconocía a sus estrellas, sus compañeras.

—Bueno, esa brillante luz, es tuya. Es la estrella de Aurora.

—¡Imposible! —lo miró sorprendida, para mayor gozo de Steve.

—Es cierto. Es tu último regalo. La compré para ti.

—No puedes comprar algo que no está en este mundo —estaba confundida.

—Las personas creen que sí, así que, las venden. Tengo el certificado adentro —reía encantado ante su ingenuidad.

Ella lo miró entornando sus ojos, como si esperara que le dijera que era una broma, pero como no decía nada más, creyó en sus palabras.

—¿Lo dices en serio?

—¡Claro mi amor! —la sujetó con fuerza, riendo de manera encantadora, como pocas veces lo hacía—. Nada de este mundo me parece suficiente para ti, así que, debía buscar más allá. A las estrellas. Aquellas que te acompañaron antes de llegar a mí.

—¡Oh, Steve!

Sólo con él no se sentía un fenómeno de laboratorio. Él, que la comprendía. Que conocía lo que significaba ese regalo para ella. Él decía que no había nada en este mundo que sintiera suficiente para ella, pero estaba errado.

—Te equivocas en algo.

—¿En qué? —preguntó extrañado el hombre.

—Todo lo que necesito, lo que quiero está en este mundo y no en ningún otro —levantó la cabeza para verlo a los ojos—. Tú. Sólo te quiero a ti. Hasta el final. Por siempre.

—Aurora de mi vida —murmuró.

Se mantuvieron arrogantemente bajo el manto frío de la noche. La cabeza de rubios bucles se apoyaba sobre su torso, percibiendo cómo los labios de esta se estiraban.

—¿Por qué sonríes?

—Sólo pensaba... Es que lo siento tan adecuado.

—¿Qué cosa?

—La estrella. Que a partir de ahora, eso te represente de manera más real lo que había imaginado.

—No te entiendo.

—Cuando nos conocimos, te veía como una estrella: hermosa, pero distante y fría, a la que puedes desear, pero no tener. Te lo dije una vez, en el balcón.

—Lo recuerdo —suspiró—. Lamento que me vieras así. Aunque sé que lo merezco... Sin embargo, ahora me tienes. Me comprendes mejor que nadie.

—Y también la tengo a ella —señaló al cielo—. Al menos de esta manera que el ser humano pretende poseer lo que es imposible de obtener.

—Ahora siento que mi regalo es ridículo y presuntuoso.

Rio. Esas campanillas que en aquella noche, bajo las pocas estrellas que luchaban contra la luminosidad de la noche que la ciudad otorga con su egoísmo artificial, se sintió una vez más como el piloto que conoce a un niño rubio y misterioso proveniente de las estrellas. La imaginó riendo como esa criatura y de pronto sintió nostalgia al recordar el final.

La estrechó contra su cuerpo en un extraño y necesitado abrazo que acalló las campanillas.

—No te detengas —suplicó, escondiendo su rostro angustiado en la curva de su perfumado cuello.

—¿Que no me detenga?

—De reírte —suplicó contra su dermis erizada.

—Steve... ¿te encuentras bien? —sonaba preocupada y sus manos buscaron capturarlo por sus mejillas para que sus ojos dorados hallaran la respuesta a su pregunta.

—Perfectamente. Sólo... no me quites nunca tus campanillas.

—¿Campanillas?

—Así suena tu risa... ¿nunca te lo había dicho?

Volvió a reír, para deleite del hombre.

—Estás loco.

—No... estoy enamorado.

Arrasó con sus labios en un beso necesitado.

Sin más palabras, la tomó de las nalgas y con el fuego de sus cuerpos, se sentó en una tumbona, enterrándose en la humedad de su esposa, que cambió sus campanillas por sus gimoteos eróticos mientras bailaba sobre él.

***

Terminarán con pulmonía —se mofó el belga en su idioma tras los binoculares que le obsequiaban un interesante espectáculo de dos, con la espalda de una mujer montando a su hombre en una terraza a lo lejos—. O tal vez, por la manera en la que se mueve esa rubia, haga fuego en su polla. 


N/A:

Les presento a Zachary y Courtney (los que estaban en el parque de diversiones). Ellos son los protagonistas de la próxima historia que subiré: "Mi príncipe sapo" una novela corta romántica y ligera. Es independiente, pero me gustó conectarlos en dos puntos (acaban de conocer el primero).

Después de buscar mucho, encontré una canción que amo desde siempre para añadir al repertorio de Aurora, dedicándosela a Steve.

Tuve que considerar que esta canción ya existía en el 2008 y que esté cantada por una mujer. Sólo imaginen que es en piano y que la chica es Aurora, jeje.

https://youtu.be/OJKeLBm4V8M

Espero que les haya gustado. Un poco de paz y felicidad para Aurve, nuestra próxima estudiante universitaria, 😁😁.

No se olviden de votar y comentar.

Gracias por leer, Demonios!

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