5. Solos 🔞
5. Solos
Como su cumpleaños había caído día de semana, sus amigas Lara y Vicky habían organizado una cena para celebrar. No cupieron en sí de la sorpresa cuando Chris les comentó que ese año quería cambiar y encontrarse en un bar con música y baile.
Su sorpresa se debía a que conocían sus jaquecas habituales y ese tipo de lugares no solían ser de su agrado. Pero quedaron encantadas con la posibilidad de ponerle más ritmo a la noche, aunque no pudieran quedarse hasta muy tarde considerando que al día siguiente tenían que trabajar.
Lo que había motivado al cumpleañero esa modificación tenía un rostro de ensueño y ojos que atrapaban a cualquier mortal para esclavizarlo. Había pensado en poder verla en un ambiente relajado y divertido para que conociera a las personas con las que trabajaba hombro a hombro cada día, sin olvidar a su esposo. Su actual amigo y compañero furtivo.
Sin embargo, no había calculado que tuvieran un compromiso previo y eso había resultado como una patada en la boca del estómago que le había dejado con una molestia —a pesar de haber pretendido lo contrario—, que se había acrecentado al llegar el momento de la cena.
Y su humor rumiante no pasaba desapercibido entre sus compañeros que no dejaban de darle pulla.
—¿Qué se siente llegar a los treinta, querido Chris?
Lara, algo achispada, abrazaba a Victoria. Ambas estaban sentadas en el largo asiento del cubículo privado que habían reservado. Él estaba solo en el extremo contra la pared y dos amigos más estaban en el otro asiento enfrente de la pareja.
—No sé. Déjame que lo gaste un poco más y te contesto. O esperas a que tú llegues. No te falta mucho.
—¡Auch! —Llevó una mano a su pecho—. Eso dolió. A una mujer no se le recuerda la edad. Parece que los años no mejoran tu humor.
—Eh, vamos... ¡no tengas esa cara! —animó Victoria—. No me digas que otra vez estás pensando en Clare. No te quiero ver embriagarte como hiciste en tu cumpleaños el año pasado, lamentándote por esa maldita perra.
¡Clare! Por Dios, hacía más de dos meses que ese nombre, esa mujer no cruzaba por su mente.
Ese año no lloraba por Clare, la mujer que le había sido infiel. Sus penas eran absurdas, clavadas a martillazos en su corazón añorando por una joven que lo tenía pensando en ella a cada minuto pero cuya vida concurría junto a otro hombre.
—Nada de ella me importa ya.
—Entonces, ¡anímate! Estás cumpliendo treinta años. Eres uno de los mejores agentes del FBI, eres atractivo, inteligente, noble y tienes a los mejores amigos aquí contigo. —Sus amigas junto a sus dos compañero del buró levantaron sus bebidas apoyando las palabras de Lara y dando un grito de aliento, lo que hizo sonreír a Chris—. No tienes permitido amargarte esta noche. O ninguna más a partir de ahora.
—¿Sabes? —El agente dio una palmada a la mesa de madera con su gran mano, lo que hizo tambalear todo lo que sostenía—. Tienes razón. Al menos por hoy, disfrutaré y me divertiré con mis amigos.
—¡Ese es el Chris que queremos! —ovacionaron todos.
—Parece que se están divirtiendo. ¿Puedo sumarme?
Todos voltearon a la voz recién llegada, recelosos.
En el extremo de la mesa una hermosa mujer les sonreía con su boca generosa pintada de rojo pasión. Y sus ojos negros apuntaban directamente hacia Chris, buscando hacer diana en él. Su cabello, siempre atado en el trabajo, lo llevaba suelto dejando que sus largas ondulaciones enmarcaran su rostro y cayeran hasta alcanzar sus pechos. Vestía una chaqueta de cuero y debajo un top rojo ajustado a su cuerpo que dejaba a la vista la parte baja de su vientre plano y unos pantalones negros apretados marcaban a la perfección sus piernas. Y si se volteaba, sus nalgas serían apreciadas con glotonería.
—Agente Moore, ¿quién carajos la invitó? —espetó sin disimulo Lara.
Vicky, tratando de calmar a su novia la codeó en las costillas sin lograr su propósito, ya que la dama seguía apuñalando con sus ojos rasgados a la invasora.
—Escuché en la oficina que se encontrarían aquí y quise pasar y unirme. Después de todo, es una oportunidad fantástica para dejar de ser enemigos y ver que siendo amigos, podemos divertirnos mucho más.
La mujer hablaba sin quitarle la vista a Webb, que captaba —al igual que todos en esa mesa—, lo que se decía entrelíneas.
—Estás al tanto que las relaciones íntimas en el trabajo no están permitidas, ¿verdad?
—No estamos en el trabajo —apoyó las manos sobre la mesa cerniéndose hacia el hombre del otro lado, provocando intencionalmente que su escote llamara la atención a los presentes, aunque su objetivo no fue cumplido porque Chris no desvió sus ojos de los orbes negros—. Yo no diré nada si tú no dices nada —guiñó con complicidad.
Los ojos de los hombres presentes rodaron casi desorbitados hacia el castaño, iniciando una sonrisa de lado con tintes maliciosos. Las mujeres, especialmente la oriental, no podían ocultar la consternación que les provocaba la novata.
Lara se puso de pie llamando la atención de Hannah, que se irguió lentamente, sobrepasando a la pelinegra por varios centímetros.
—¿Por qué no te pierdes Moore? Nosotros nos iremos a bailar y tú no estás invitada.
Victoria no necesitó otra señal. Tomó la mano de su amigo, comprendiendo el mensaje de su novia y lo arrastró lejos de su asiento. Una vez de pie, la rubia se dirigió a los restantes hombres.
—Will, Bob, ¿vienen?
—Yo paso. No puedo estar refregando todo esto —pasaba su mano abierta por delante de su cuerpo haciendo círculos—, a mujeres que no podrán recibir nada de mí. Sólo mi dulce esposa tiene acceso.
Todos rieron. Salvo Hannah que estando de pie junto a Chris, mantenía su cabeza elevada hacia él, aprisionando su mirada.
—Yo, en cambio, como estoy soltero, tengo pensado enloquecer con mis pasos indecentes a todas las hermosas damas de la pista.
—¡Compadezco a las mujeres que posen sus ojos en ti! —Se mofó Lara, empujando a sus amigos hacia la multitud que se movía al ritmo de la música, dejando a Moore de pie.
Los cuatro se movían entre la gente. Lara bailaba con Robert mientras que Vicky tenía sus brazos rodeando el cuello de su alto amigo. A pesar de la música fuerte, pudo hacerse oír al acercar su boca a la oreja de su compañero, atrayéndolo para que se agachara lo suficiente.
—Me sorprende que no te duela la cabeza, ¿o lo estás fingiendo?
—Para nada —sonrió ampliamente, realmente feliz por haberse liberado de su tortura—. Sin jaquecas desde hace semanas. Cien por ciento curado.
—¿Cómo es eso?
Se encogió de hombros.
—Magia.
—Sí claro. Otro con ese cuento, que soy doctora.
—Forense.
—Pero no siempre lo fui, idiota. Vamos dímelo. No estarás usando algún tipo de droga experimental, ¿verdad?
—¡Jamás! ¿Cómo puedes creer que haría una cosa así? Me ofendes. —Estaba consternado.
—Discúlpame. Tienes razón.
Antes de proseguir, Lara rodeó la cintura de Vicky desde atrás, dándole un corto beso en su cuello.
—¿Bailas conmigo ahora, hermosa?
—Toda tuya —cedió alegre Chris.
Enseguida, las dos mujeres iniciaron su propia danza, olvidando a todos a su alrededor.
Chris buscó con los ojos a Bob hasta que lo encontró siendo engullido por un círculo de féminas que aplaudían al hombre y aullaban como posesas. Webb sacudió su cabeza con diversión.
Se tensionó cuando sintió un par de manos asaltar los relieves de su abdomen pasando por debajo de sus brazos, para ascender hasta sus pectorales. Resopló, dejando sus ojos en blanco antes de voltearse a enfrentar a la mujer persistente que lo apresaba, pero se sorprendió al encontrar frente a él a una extraña de cabellos negros con reflejos violáceos.
—Hola guapo. Te estuve mirando desde hace un rato, creyendo que la rubia afortunada era tu novia —ambos dirigieron sus ojos hacia la mujer en cuestión, que desaparecía junto a su menuda novia en dirección, a lo que imaginaban, era su próximo destino. El baño de damas.
—Sólo es una amiga. Una hermana.
—Me alegro por ello. Espero ser yo entonces la afortunada con la que bailes ahora —su lengua jugó de forma provocativa con un piercing que decoraba el centro de su labio inferior, deslizando con lentitud sus manos por el torso musculoso hasta alcanzar su cuello, el cual enredó entre sus brazos.
Chris respondió llevando sus manos a la cintura de su nueva compañera de baile con algo de nervios. Hacía tanto que no tenía a una mujer entre sus brazos que lo sintió como una experiencia lejana. Pero que le resultó placentera.
Comenzaban a balancearse cuando una nueva interrupción los detuvo.
—Lo siento linda, pero deberás buscarte otro galán. Le prometí al hombretón que le daría diversión.
Hannah observaba con suficiencia a la desconocida, colocando uno de sus brazos en jarra.
—Creo que estoy más que apta para darle lo que necesita.
—Créeme querida, no eres suficiente para tanto hombre.
—El hombre está aquí presente, las escucha a pesar del bullicio y no le interesa seguir siendo testigo de esta ridícula discusión.
Soltando la cintura de su pareja, inició una incómoda retirada. Ni siquiera sabía por qué había aceptado a chica del arete cuando era más que evidente lo que buscaba. Y él no era la clase de sujeto que tenía sexo una noche con una desconocida.
Gracias a su gran envergadura, le resultaba sencillo esquivar los obstáculos humanos hasta que Moore se plantó delante de él.
—¿Qué quieres Moore? —gritó para hacerse escuchar.
—Bailar, ¿no es obvio? —Con paso sugerente, se aferró a la estrecha cintura de Chris, de manera de atraparlo contra ella—. Me gustas Webb. ¿No me consideras bonita? —Formó un puchero que el hombre estaba seguro, la mujer era consciente de lo sensual que dejaba ver a su carnosa boca. Sus ojos parecían más grandes y negros, oscurecidos por el deseo.
—Estoy seguro que sabes que eres hermosa. No necesitas que te lo diga. —Ella sonrió, aceptando el cumplido como si fuera la primera vez que alguien lo notara—. Pero entre tú y yo, no puede pasar nada. No pasará.
—No pido un anillo, Webb —presionó más su cuerpo, aplastando sus senos contra el pecho de Chris—. Quiero conocerte. Que me conozcas y borrar ese concepto que tienes de mí —cambió de posición sus manos, subiendo con sus dedos como si jugara con los músculos definidos hasta llegar a sus anchos hombros y sujetarse de ellos con firmeza—. Baila conmigo. Es tu cumpleaños después de todo. Debes festejar.
No se había percatado que ya estaban en acción.
La astuta mujer había iniciado un tenue balanceo y se hallaban moviéndose en la pista. La música era rápida e intensa, pero Hannah los hacía bailar como si lo que estuvieran escuchando fuera sensual y melodioso. Se puso de espaldas, frotando su trasero contra la pelvis de Chris, que cerró sus párpados con fuerza tratando de ganar la guerra de control de sus impulsos. Una de las manos delgadas enredó sus dedos en los cabellos cortos y suaves del castaño.
Perdido y resignado, no pudo convencer a su cuerpo de abandonar el campo de batalla. En cambio, dejó que sus manos atraparan la cadera bamboleante de Hannah.
Esta, al sentir el fuerte agarre, sonrió satisfecha, dejando caer su cabeza hacia atrás, sobre el pecho de Chris. Quería más, por lo que giró para regresar al contacto torso con torso y aprovechando que el hombre había bajado sus defensas, se puso en puntas de pie y abordó los labios carnosos de Chris, que se dejó hacer, entumecido por las sensaciones que lo embargaban.
Estaba excitado. Ardía, sudaba tanto por el calor de los que los rodeaban como por la sangre que comenzaba a hervir en él. El beso fue avanzando, abriéndose para el otro, dando lucha con sus lenguas.
Detuvieron el baile para arremeter con más vehemencia hacia su nueva faena. Chris apretó más fuerte sus dedos en el cuerpo de Hannah, atrayéndola hacia él, dejando que se evidenciara la reacción en su pelvis.
Un jadeo de Hannah y sus manos que bajaron hasta el trasero de Chris lo detuvieron de golpe.
—No puedo, Hannah. No es correcto —se excusaba, con la respiración alterada contra el rostro de la dama.
—Me vale una mierda si es correcto o no —protestó con evidente malestar en su voz.
Se alejó de ella, abriendo los ojos que no se había dado cuenta había cerrado y el calor desapareció siendo reemplazado por un frío rechazo.
—Pues como se necesitan dos para seguir esto, deberás aceptarlo, te guste o no. No soy el tipo de hombre al que follas porque tienes una calentura y al día siguiente le sonríes en el trabajo como si nada. No es lo que busco para mí. No es lo que quiero.
—¿Quieres un compromiso? —se burló, cruzando sus brazos sobre su pecho.
—No. Sólo no me siento cómodo contigo. Con esto —señalaba con su dedo moviéndolo entre ellos.
—No puedo creer que me haya topado con quien debe ser el único hombre en toda la ciudad que quiere sexo con sentimientos.
Webb se encogió de hombros y sin despedirse, se alejó una vez más de aquella mujer.
Sentía la incomodidad de la dureza en su pantalón, pero aunque reconocía que la colorada lo encendía, sólo veía los problemas que acarrearía. O veía unos ojos ambarinos en lugar de aquella negrura.
Alcanzó la mesa donde Will y un muy agotado y transpirado Robert bromeaban entre cervezas y comida chatarra.
—Gracias chicos por haber venido hoy, pero ya me retiro —indicó, tomando su abrigo y dejando algunos billetes para su parte.
—Oh, no... tú hoy no pagas, corre por nuestra cuenta —respondió Will, devolviendo el dinero a su amigo—. ¿Pero te vas ya? Ni siquiera están Lara y Vicky para despedirte de ellas.
—Avísenles que me fui a dormir. Estoy agotado —mintió—. Gracias otra vez, amigos. Nos vemos mañana.
Levantaron sus bebidas para saludarlo y Chris se marchó, meditando en lo ocurrido mientras se calzaba la chaqueta y capturaba las llaves del auto.
<<Realmente eres un imbécil de primera. Podrías estar teniendo sexo con alguien que al menos conoces, pero no. Un imbécil>>.
Sí, su voz interna tenía razón. Su cuerpo quería una cosa pero su mente le ponía freno a sus impulsos. Tendría que solucionar eso o terminaría siendo el monje célibe del que hacía mención siempre su hermana.
Su hermana. Esa mañana le había llamado junto a su madre para felicitarlo y entre sus recomendaciones, le había dicho que tuviera un buen polvo cumpleañero, lo que fue reprendido enseguida por su madre, aunque entre risas discretas.
Se iba a enfadar cuando supiera que se había ido a casa, a su cama, sin cumplir su cometido.
Solo.
***
—Ven conmigo —dijo Steve en un susurro grave que acarició la piel de su mujer.
Reconocía en el modo de vibrar de su voz lo que esas dos palabras ocultaban y con una sonrisa cargada de fingida inocencia respondió igual de bajo.
—¿A dónde me quiere llevar, señor Sharpe?
Por respuesta sólo obtuvo una leve sonrisa seductora y un brillo en sus profundos ojos azules. Sin palabra alguna, la tomó de la mano y la raptó del centro de la pista en la que habían estado bailando la última hora.
Revisando que nadie se hubiera percatado de sus pasos, se perdieron por uno de los oscuros pasillos de aquella mansión que tanto conocía por años de asistir a eventos similares. A salvo de miradas curiosas y a resguardo en las sombras, Steve se detenía cada pocos metros para entregar algunos adelantos de sus siguientes planes.
Llevaba a Aurora contra una pared, presionándola contra su poderoso cuerpo, mordiendo sus labios y atacando su boca con voracidad. Cuando ella le correspondía, se despegaba y la arrastraba unos pasos más y volvía a empujarla contra otra pared, obligándola a levantar una pierna cuando él buscaba con su mano quemarle la piel de su muslo, frotándose intensamente contra ella, haciendo crecer la hoguera entre las piernas de su mujer.
Gemía con cada fricción, sujetándose del cabello de Steve, rogando porque terminara con su tortura. Pero en cuanto buscaba su boca, el muy sádico, la dejaba nuevamente con las ganas en el aire y el fuego desparramándose en ella.
—¡Steve! —siseó entre dientes.
Un reclamo fue acallado cuando por tercera vez, repitió la provocación, llevándola de frente contra una nueva pared, encerrándola entre ella y su musculoso cuerpo, su espalda contra el pecho de él. Sus grandes manos se repartieron entre el punto de unión de sus piernas protegido por la tela del vestido y uno de sus senos, que magreaba sin compasión. Su boca se dedicaba a morder la carne de su cuello y hombros.
Otro jadeo ahogó el nombre de su esposo cuando su tremenda erección apuñaló su cintura.
—Te follaría aquí, sin importar que nos vieran.
Descubriendo una voz que no era suya por la necesidad, trató de responder.
—Hazlo, por favor Steve, me estás desquiciando. —Arremetía con su trasero contra la pelvis caliente de su marido—. Aquí, en el suelo, en cualquier lado, ¡pero termina con este castigo!
Sintió la risa sardónica en su mejilla antes que la volteara con brusquedad y otra vez fue arrastrada. Estaban por terminar con el recorrido alcanzando un picaporte, cuando ambos se dieron cuenta que desde la rendija inferior de la puerta se veía luz. Cambiando velozmente su rumbo, buscaron la habitación de enfrente.
Allí, encerrados por fin en una alcoba en penumbras iluminada por la luna que hacía de faro plateado, dejaron escapar cada gemido y quejido indiscreto que había sido contenido.
El recato los mantuvo contra la pared, pues la cama no era una opción para ellos. Eso no era ningún inconveniente para la pareja, que disfrutaba de cualquier posición para darse placer.
Ya no había necesidad de refrenarse, por lo que Steve arremetía contra el cuerpo de Aurora de forma frenética, a pesar de la ropa que los cubría.
—Te daré lo que necesitas, mi niña —jadeó desesperado, arrastrando la falda del vestido con sus ansiosos dedos hasta las caderas de su deliciosa presa, arrugándola sin delicadeza alguna y comprobando con satisfacción que una vez más, la ropa interior había sido ignorada por la joven.
Aurora sabía lo que contenían esas palabras y dejó escapar un grito lujurioso de excitación por lo que tendría en unos instantes. La poca iluminación no era ningún impedimento para la rubia, que seguía anhelante los movimientos de Steve. Verlo arrodillarse y tallar en su masculino y majestuoso rostro una sonrisa de lobo hambriento la enardeció tanto como si la estuviera acariciando.
Pero no era el caso. Sus manos todavía no la tocaban. Sólo sostenían la arrugada falda. Tampoco su boca o lengua estaban en ella. Sin embargo, imaginar lo que haría la tenía húmeda y caliente.
Ella tomó el relevo de la prenda, liberando así las manos del hombre que estiró más una de las comisuras de su boca.
—Lo quieres, ¿no mi niña? —Ella jadeó como respuesta—. Quiero escucharte decirlo.
—¡Sí! ¡Oh, por favor Steve! ¡Dámelo de una vez por todas!
Su pecho se henchía de orgullo por la desesperada respuesta.
—En estos momentos odio a Eliza por darte un vestido con un pantaloncillo debajo. —Aurora no llegó a abrir la boca, que las manos de Steve rasgaron esa parte de la prenda, otorgándole el premio que quería. Dos dedos impetuosos la invadieron sin delicadeza—. Ay, Aurora, ya estás tan lista para que te devore.
Steve la sentía chorrear sobre sus dedos, que metía y sacaba, jugando con el ritmo según las reacciones de su mujer. Hacía círculos con ellos mientras usaba el pulgar para presionar el botón sensible que se había hinchado por el deseo. Las caderas de Aurora se movían con desesperación, y una de sus delicadas manos rodearon la ancha muñeca del hombre, exigiéndole en su tarea, buscando mayor invasión.
Sacó sus dedos juguetones y ante la mirada borrosa por el anhelo de su esposa, lamió la dulce esencia que lo había embadurnado.
—Deliciosa y dulce, como siempre.
Usando sus manos, le separó las piernas para ubicarse mejor entre ellas. Abría sus pliegues con sus dedos para acceder al elixir que desprendía su maravillosa flor. Lamía, succionaba y besaba la dulce intimidad de su mujer.
Quería más. Quería todo.
Con determinación posesiva, llevó una de las piernas torneadas sobre su hombro, reposándola sobre su corva. La tenía más abierta y se perdió en ella, apretándola con sus manos por las nalgas, sujetándola contra la pared ante los temblores que comenzaban a sacudirla.
Enredó con fuerza sus dedos en la melena perfumada de Steve, impartiendo parte del ritmo a la obra en ejecución. Los ruidos de succión eran afrodisíacos. La maestría con la que su esposo movía su boca en ella, la forma en que la lengua la poseía, avanzando en su interior, la arrastraba irremediablemente al abismo del orgasmo. Lo sentía formarse en ella, en su interior.
Y sintió correrse en la boca de Steve.
Su cuerpo se aflojó y su garganta liberó sonidos agónicos de éxtasis. Necesitó sostenerse de los hombros de Steve para no caer.
No tuvo tiempo de reponerse, que enseguida el alto cuerpo erguido ya, arremetió contra ella, compartiendo contra su vientre la actual necesidad masculina.
—Eres tan rica. Lo único dulce que podría vivir comiendo como ambrosía —susurraba contra su oreja, lamiendo el lóbulo al saberlo un punto débil de su joven esposa. Lo que la preparaba para el siguiente ataque.
—Puedes comerme cuando quieras, donde quieras. Y por el tiempo que quieras.
—Será hasta el fin de mis días, entonces.
Sus ojos estaban atrapados un la mirada del otro. Sus manos y cuerpos sabían qué hacer, por lo que se dejaron arrastrar en su conexión visual.
Escuchó cómo bajaba la cremallera del pantalón y sintió en la piel de sus muslos cómo se aferraban los dedos de las poderosas manos de Steve. De un movimiento la aupó, haciéndola rodear su cintura, lista para recibir lo que el hombre había liberado de su elegante encierro.
Sabiéndola mojada, la embistió de un solo movimiento, empujándola contra la pared que era el punto de encuentro.
Sus jadeos se combinaban en un dueto musical; agudos y graves se alternaban en sincronía, produciendo su propia música.
El enorme miembro la atacaba con un afán salvaje, abriéndose paso en su estrecha cavidad. Sentía las venas hinchadas, bombeando la caliente polla que se clavaba con vehemencia. El placer se mezclaba con el morboso deseo de ser empalada por semejante verga que golpeaba en su interior.
Sentirlo adentro suyo la llenaba, la completaba y la emocionaba a límites astronómicos. Lo quería allí por siempre.
La intensidad fue en aumento hasta alcanzar la nota final en un simultáneo orgasmo galáctico.
—Regresemos a casa, mi amor —suplicó con ternura la dama. Lo quería otra vez en ella. Toda la noche, perdidos en su cama. Lejos del mundo.
Ellos dos.
Solos.
***
Gabrielle no había soportado el rechazo, la indiferencia de los jóvenes hombres que pocos meses atrás, la buscaban para satisfacer sus deseos carnales. A ella, porque sabían que los hacía disfrutar.
Y a ella la hacían sentir joven y deseada.
Había pasado el resto de la fiesta en un rincón, renovando una y otra vez su bebida, hasta que exhausta y demasiado ebria, decidió esconderse para lamerse las heridas tras ver al puto matrimonio Sharpe comerse la boca delante de la concurrencia.
<<¡Un beso en la boca!>>, gritaba furiosa por dentro. Jamás había logrado tal hazaña en los años en que habían estado follando como dos cavernícolas. Otro punto a favor de la delgada zorra.
Tras su huida, allí se encontraba. En una de las habitaciones de la planta alta, sentada en la cama, con la espalda apoyada sobre la cabecera, con su última copa de Martini en la mano. Lo administraba con cuidado, para que le durara el tiempo que permaneciera allí, comiendo lentamente la aceituna que le quedaba.
Sola.
Hasta que creyera que todos se hubieran ido a sus casas y recién atreverse a salir. Antes no podía. Aunque nadie estuviera al tanto de que Steve Sharpe y ella, o que Edward Chadburn y ella, habían sido amantes, sentía miradas burlonas hiriéndola. Imaginación o no, no estaba dispuesta a caminar entre aquella gente. Todo por culpa de una maldita niña.
Estaba a punto de decirse que una maldita niña que tenía edad para ser su hija, pero se contuvo. Jamás reconocería tener edad para ser la madre de nadie. Mucho menos de la putita que le había quitado al sensual Steve Sharpe. Claro que tenía otros amantes. O había tenido, hasta recientemente. De alguna manera, parecería que todos se hubieran retirado en un acuerdo general por humillarla.
Estaba rumeando, maldiciendo y envenenándose con su trago como con sus pensamientos, cuando el pomo de la puerta giró.
—¡Mierda! —murmuró.
No había pasado el cerrojo. Seguramente sería alguna pareja que buscaba echarse un polvo antes de separarse para retomar sus respectivos caminos. Más vergüenza cuando la vieran en su actual estado, que, sin atreverse a mirarse desde la cámara de su móvil, se imaginaba que estaba deplorable. Quiso tomar de su pequeño bolso de marca exclusiva su maquillaje para tratar de arreglar un poco su rostro, pero no llegó a tomarlo que la puerta ya estaba abierta y lo que veía en el umbral era la ancha figura del dueño de la mansión.
—¡James! —Se sentó en el borde de la cama. Peor que la viera un par de jóvenes calientes era que el propio James la encontrara así.
—¿Gabrielle? —Ya nadie quedaba en la casa y le había llamado la atención ver luz debajo de la puerta de una de las habitaciones de invitados—. ¿Qué haces aquí? —Al verla sentada, con los ojos rojos e hinchados por el llanto, se preocupó y caminó despacio hacia ella—. ¿Te encuentras bien?
—De maravilla, James, ¿no se nota? —Quiso ser mordaz, pero enseguida se echó a llorar, ocultando su cara entre sus manos.
El pobre James, de corazón gentil, se sentó a su lado en silencio y apoyó una mano en la espalda de Gabrielle.
Se conocían desde hacía años. Había hecho negocios con el fallecido esposo de la mujer. Un hombre inescrupuloso, pero hábil para hacer fortuna. Y un malparido que no desaprovechaba oportunidad para humillar a quien fuere, incluyendo a su esposa.
—¿Qué ocurre, Gabrielle?
—Estoy vieja, James.
El hombre rio y ella lo miró de forma encendida, como si quisiera matarlo con sólo clavarle sus ojos. Pero él se explicó.
—Gabrielle. Tú no estás vieja. Y si lo estás, yo lo estoy más —suspiró—. Todos envejecemos.
—No es sólo envejecer. Me siento sola.
—Pues no lo estés.
—Todos los hombres buscan jovencitas. ¿Quién querría a una mujer de cuarenta y... —se contuvo, mirando a su compañero con una sonrisa fatigosa. Estaba cansada de fingir—, siete?
—No son los hombres los que buscan jovencitas. Son otros jóvenes u hombres inmaduros. —La contempló con tanta compasión que Gabrielle sintió náuseas. Odiaba que la compadecieran. Sin embargo, con James, se sintió como si hablara con alguien que realmente la podría comprender—. Los verdaderos hombres quieren tener a su lado mujeres. Compañeras con quién compartir experiencias similares. Las jovencitas no tienen idea de lo que hemos vivido. Si se ríen, no saben de qué lo hacen. Prefiero conversar con alguien que tener que explicarle lo que es un walkman. —Los dos rieron.
—Gracias James.
—¿Por qué no te quedas esta noche en la habitación? —Le sonrió—. Mejor, ¿por qué no te quedas para siempre?
—¿Qué dices?
—Sé que no soy un Steve o Edward —amplió su sonrisa al ver la cara de Gabrielle al saberse descubierta.
—Tú... ¿lo sabes?
—Por años.
—¡James!
La mujer se puso de pie, con furia, dispuesta a irse inmediatamente. Se sentía ultrajada. Cómo podía James, un hombre mayor, de grandes dimensiones en ancho pero no tanto en altura y que no la atraía para nada, sugerirle que se quedara con él.
—Sé que no me amas. Así que, cásate para no estar sola. Para tener a alguien a tu lado en la cama. O por mi dinero. —La observaba desde su posición, todavía sentado, con ojos de súplica.
James también se sentía solo.
Ella se detuvo en su arranque a mitad de camino hacia la salida y se volteó. Esos ojos piadosos no la conmoverían. Pero sus palabras contenían verdad. No se había casado la primera vez por amor. Aunque su primer esposo, Ross Brockbank, era atractivo, también era un bastardo egoísta y su mujer se alegró cuando murió en ese estúpido accidente de coche, cayendo por un acantilado.
Ella le había llamado karma, porque su difunto marido estaba conduciendo cuando se suponía que debería estar en una fiesta con ella. Siempre sospechó que la tragedia lo alcanzó después de otro de sus amoríos, humillándola hasta el último momento cuando tuvo que explicar que no comprendía su ausencia aquella noche.
Se imaginó casada con James. Tampoco lo haría por amor, pero estaba segura que no la maltrataría o humillaría como había hecho el anterior. Y su fortuna era mucho mayor, lo que solventaría la suya propia que menguaba mes a mes.
Despacio, volvió hasta el lecho y se detuvo en frente del hombre, que no dejaba de seguirla con la vista, y le sonrió, poniendo sus manos a ambos lados de la redonda cara.
N/A:
Solos.
Podemos estar solos porque todavía no hallamos a quien nos acompañe, porque no hemos sido la mejor versión de nosotros y eso nos aísla. O estamos solos con quien da sentido a nuestra vida.
Muchos "Solos".
No te olvides de comentar y votar.
Gracias por leer, Mis Demonios!
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