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48. Tratos con el diablo

48. Tratos con el diablo.

Cuando los rayos luminosos atacaron sus ojos despertó con pereza, abriendo sus párpados, uno por vez. Su cuerpo desarticulado se hundía boca abajo sobre los viejos cojines.

El recuerdo de la noche anterior se cruzó como un centelleo y movió su cabeza, girándola hacia el otro lado, descubriendo con decepción que Peter se había ido. 

—¿Qué esperabas? —se reprendió con la voz rasposa—. Es lo que querías ¿no?

Dejó caer su cabeza contra la dura almohada, ahogando un quejido de frustración.

Ella le había pedido que se fuera, pero esperaba que al menos la despertara antes de hacerlo.

Tal vez... si le pedía en otra oportunidad que se quedara toda la noche... después de todo, parecía dispuesto a ello.

Se giró, quedando de espaldas sobre el sofá-cama. Volvió a cerrar con fuerza sus ojos para trasladarse al fuego compartido recientemente.

Si el beso que le había dado dos noches atrás, cuando la rescató de esos pervertidos la tuvo perdida en una nube, sus dedos, el sonido de sus gemidos, el olor de su piel sudada combinada con un exclusivo perfume y la caricia de su boca sobre la suya serían un disco que rayaría de tanto resonarlo bajo su dermis.

Su profundo tono, marcado por el acento que tanto la excitaba, resonaba en sus oídos.

Una pequeña sonrisa se asomó por sus comisuras.

Su mente divagó y sus yemas recorrieron las huellas dejadas por Peter. Comenzó surcando con suavidad por sus labios y lentamente descendió por su cuello. Rodeó su pezón que respondió en recuerdo de las callosas palmas de Peter.

Su pesquisa hizo que continuara marcando el sendero que la llevaba al punto más sensible que había invadido el belga, adentrándose al pantalón del pijama y bordeando el elástico de sus bragas de algodón.

A las puertas de su indecente exploración su mano se detuvo, huyendo de inmediato al percibir los pasitos de Noah chocando con el frío suelo.

Se removió, abriendo una vez más los ojos cuando el cuerpito de su hijo saltó sobre ella dando sus alegres alaridos, recordándole con ello el motivo por el que el deseo de despertar junto a Peter no podría concretarse.

***

Con el sol casi en su cenit, Peter apareció por la entrada de su edificio con el semblante taciturno.

Se metió en el coche que lo aguardaba y con un gruñido saludó a su acompañante que lo examinó en silencio.

—¿Qué? —rezongó.

—Creí que su resolución de acabar con todo lo tendría de mejor humor. O su... —carraspeó, conteniendo una sonrisita—, encuentro nocturno.

Debería. Así lo pensaba Peter.

Sin embargo las faltas que se cargaba le jugaron una mala pasada entre su sueño inquieto, recordándole el peligro que conllevaba acercarse a él.

Meneó su cabeza.

Esta vez, haría las cosas de manera diferente.

Tenía que hacerlo.

—¿Tienes la carnada? —cuestionó, desviando la atención al tema que necesitaban consolidar ese mismo día.

Kenneth arqueó una de sus oscuras cejas.

—Apenas me lo dijo en la madrugada.

—¿Y? Creí que tenías lazos fuertes con el bajo mundo —provocó.

Su subordinado sonrió de medio lado con una mueca desabrida.

—Tiene suerte de que mis contactos todavía estaban despilfarrando su dinero en alcohol y mujeres. Fue fácil hacer que hablaran sin tener idea de lo que estaban soltando —su mano se metió en el interior de su chaqueta, sacando de este un papel que enseñó—. Aquí lo tengo.

—Excelente. Mantenlo contigo. Ahora, llévame al club y luego ve a buscar a esa ninfa curiosa.

Cumplió la orden y sin demora ya estaban atravesando Manhattan con el sonido de la radio.

Detenidos en un semáforo en rojo, Kenneth se giró hacia su jefe.

—¿Puedo hacerle una pregunta? —Peter raspó su garganta en afirmación—. ¿A quién piensa darle esta información?

Los ojos turquesas y grises lo atravesaron con un destello malicioso.

—A nuestro regio súper agente Chris Webb.

—¿Cómo dice?

Pocas cosas lo descolocaban, llevándolo al asombro. Y lo que acababa de oír era una de ellas. Las bocinas de impacientes conductores hizo que regresara su concentración a la conducción, esperando que Peter se explicara.

—Durand no quiere solamente la cabeza del agente. Al parecer, está desesperado por descubrir quién es su informante. Necesitamos saber quién es esta sombra que no dudo fue el que lo salvó al lanzarse sobre esa mole de músculos el día que jugué con él. De no haberlo hecho, ya estaría bajo tierra.

—Por eso lo estuvo siguiendo —dedujo.

El extranjero asintió, con un gesto de molestia.

—Obviamente, no está teniendo encuentros personales con él, por lo que nunca podré hallarlo. Sin embargo, si nosotros somos los que conseguimos que él sea el que tenga la información...

—Sería él el que haría contacto.

—Exacto.

—Es por eso que pondremos esta información a trabajar en cuanto tenga en mis manos ese problema del que me hablaste. Y mantente atento a partir de ahora. No le quites los ojos de encima.

***

Había hecho una cagada.

Era lo único que había estado ocupando su cerebro desde hacía dos días, al punto de no dormir, comer, ni poder conectar dos neuronas que le permitieran prestar atención a las clases en la universidad.

Se le había ido la mañana en medio de una bruma espesa, rememorando la mierda que había vivido ese jodido sábado a la noche, que no se le olvidaría nunca.

Ni siquiera sabía cómo había llegado con sus compañeros a una de las mesas del campus para almorzar.

Tarea imposible y que dejó a un lado al tener el estómago completamente cerrado.

Las voces que la rodeaban eran puro bullicio, donde sólo captaba palabras sueltas. Algo sobre los CSB y Madison Pawlak a días de participar en un programa de entrevistas en Sharpe Media de manera conjunta el Día de Acción de Gracias.

No los podía seguir en la conversación cuando lo único que realmente escuchaba eran las sentencias que la tenían a punto de vomitar.

<<Desaparece>>.

<<Vete de aquí>>.

La fría y dura advertencia se repetía una y otra vez en su mente, en una profunda e intimidante voz que jamás había escuchado hasta esa noche.

Aunque no quisiera reconocérselo, el pánico se había apoderado de ella por completo. La idea de seguir la poco amable invitación a abandonar toda su vida estaba tomando fuerza. Debería hacerle caso.

Porque lo que había visto esa fatídica noche, podría costarle la vida.


<<El cabrón de Peter estaba en su nido, pero su perro guardián no dejaba de vigilar el salón. Incluso había salido en defensa de Daphne cuando tres hombres quisieron meterle mano en el club.

Ese hombre que parecía haber inventado músculos en lugares imposibles intimidaba con sus intensos ojos.

Varias veces lo había descubierto contemplándola y su cuerpo había reaccionado de manera incomprensible. Porque no identificaba si era rechazo, miedo, o excitación de que un hombre que exudaba peligro la viera con veneración.

Tampoco le interesaba indagar en ello.

Si ese hombre de piel de chocolate claro y oscuras intenciones era un aliado de Peter, no quería saber nada de él.

Fue por eso, que ante la necesidad de un respiro después del último baile, salió al callejón trasero.

Esa noche estaba siendo muy intensa. En parte debido a las mejoras implementadas por el extranjero algo que nunca reconocería, que estaban volviendo a Las Ninfas en un centro de entretenimiento de más clase, lo que atraía mayor concurrencia y más billetes.

Hasta tenía una nueva clientela de poder adquisitivo suficiente como para agasajarla con regalos cada noche. Enormes arreglos de flores exóticas, algunas joyas y hasta propuestas ridículamente indecorosas llenaban su tocador.

Adicionalmente, Adam había estado rondando entre las chicas. Rezongando por un negocio no concretado, o algo por el estilo. Poco le importaba. Lo único que sabía era que pagaba bien a cualquiera que quisiera follar.

Debía admitir que el chico era muy atractivo y carismático que estropeaba con sus perversiones y comportamiento vulgar, pero su llegada no le había caído bien a ella, por lo que lo evitaba todo lo posible. A pesar de que él insistiera en ser un degenerado provocador y no dejara de buscarla.

Cuando había salido a la parte trasera del establecimiento, se escondió en las sombras.

Aunque Mitchell había indicado implorado más bien, que ya no se escaparan al callejón, Egeria lo estaba ignorando.

Era su refugio. Su desconexión y el lugar donde fumar sin que le dieran la lata sus hermanas ninfas, quienes se habían tomado muy a pecho el ridículo pedido que una vez les había hecho cuando les confesó que quería dejar el vicio.

Lo había logrado...

Por una semana.

Con todo el ajetreo de tener más clientes, más funciones privadas y algún que otro en la cama VIP por un precio mucho más jugoso sin olvidar que tenía una vida ajena a su trabajo nocturno, su sistema nervioso estaba por colapsar.

Le urgía su escape tóxico.

Sólo uno. Por esta noche susurró a la nada, en medio de la oscuridad, mientras inhalaba el delicioso humo. Sí, cariño. Esto es lo que necesitaba.

Unos llantos femeninos hechos ecos contra los ladrillos la estremecieron provocando que el cigarrillo cayera al suelo, enfriándola aun más de lo que la helada noche de noviembre lo hacía. Su estómago se comprimió y contuvo el aire en tanto se apretaba más contra la pared, deseando camuflarse con esta.

Vamos puta. Tu nuevo dueño te espera.

No. Por favor. No lloraba.

El desespero en su voz se aferró a las entrañas de Carly. Algo en ella la forzó a agazaparse detrás de los grandes contenedores de basura.

El claro sonido de una bofetada acalló las protestas.

Ignorando su instinto de huida, Carly se movió para atestiguar desde su refugio la escena más horrible y traumática de su vida.

Allí, la jovencita que había dado voz a las súplicas ahogadas, era arrastrada por Adam y otros hacia un vehículo grande sin ventanillas, salvo las del conductor.

Pero no era la única. Más chicas aparentemente vencidas o drogadas, subían a trompicones con la cabeza gacha y escasa ropa.

Quiso gritar. Pedir por ayuda, ignorando la discreción que su coherencia le reclamaba.

A punto de avanzar, una mano la apretó de la cintura y otra se ocupó de silenciar su chillido.

Calla. Es mejor que no sepan que estás aquí —susurró—. O tu suerte será peor que la de ellas.

No lo veía, pero sabía que era ese al que llamaban Blackhole. Su duro cuerpo la apresaba desde atrás, cerrándose a su alrededor con el poderoso brazo. Parecía que en cualquier momento se fundirían en uno. 

Sus palabras amenazantes se hundieron como rocas en su estómago y las náuseas se apoderaron de ella.

Cuando eternos minutos después quedaron solos, su captor la soltó, percibiendo el frío de la separación.

Dándose vuelta sólo atinó a golpearlo con sus palmas. En el pecho, en los hombros, bíceps y hasta en el rostro.

Hijo de puta. Son unos hijos de puta. Bastardos, traficantes, asesinos, sucios violadores.

Kenneth la detuvo por las muñecas y enfrentó la furia de sus ojos encendidos, que no se amedrentó ante su dura mirada.

Será mejor que guardes silencio. Podrían oírte y regresar. Se contuvo sin bajar la mirada, recuperando algo de sensatez. Te llevaré a tu piso ahora mismo.

Sin admitir una negativa, la arrastró de la muñeca y no la dejó hasta que la metió en un elegante coche que la condujo a su apartamento en completo silencio. Le extrañó que supiera dónde vivía, pero no dijo nada.

No quería siquiera mirarlo.

En el momento en que bajó del carro, fue que comprendió que su vida estaba jodida, al escuchar las últimas palabras.

Unas cargadas de advertencia.

Desaparece. Vete de aquí, Egeria>>.


El tono de llamada al ritmo de <<I love rock and roll>> la sobresaltó, regresándola a la realidad. Miró a las personas que la rodeaban entusiasmados por su charla, totalmente perdida. 

Parpadeó como si despertara de un sueño. O de una pesadilla.

Una que no se deshacía con abrir los ojos.

El sonido continuó insistiendo, reclamando por su atención. Se cargó el morral sobre un hombro y con un gesto de la mano se despidió de sus acompañantes.

Tomó el móvil y conectó con la persona que la llamaba.

¡Hola hermana!

—Hola bebé —suspiró, recuperando el control sobre sus latidos. Sacudió su cabeza en un autorreproche—. ¿Cómo estás? ¿Cómo van las clases? ¿Recibiste el dinero que te envié?

Sí a todo, mamá... —rio—. Sabes que ya no tienes que hacerte cargo de mí, ¿verdad? Tengo veinte años. La universidad me ha dado un trabajo de media jornada y la beca cubre todo lo demás.

—Lo sé, pero eres mi hermana pequeña, siempre me preocuparé por ti. Sólo nos tenemos la una a la otra.

Y te quiero por eso. Pero es que es mucho dinero el que me das. No entiendo cómo es que puedes darte ese lujo teniendo tus propios gastos.

—Tú no te preocupes. El trabajo me paga bien.

Creo que me cambiaré de carrera para hacer Relaciones Públicas como tú. Ni siquiera sé para qué sigues estudiando leyes si parece irte bien en lo que haces.

—Esto es temporal —torció el gesto agradeciendo que no la viera—. Ya te lo dije. En cambio tú, debes enfocarte en lo que te apasiona. Serás la mejor maestra del país. Tus alumnos te amarán.

Una leve risa risueña del otro lado fue suficiente para recordarle que cada sacrificio hecho valía la pena. Su pequeña hermana lo era todo. La niña que había criado cuando quedaron huérfanas.

Vale. Bueno, sólo llamaba para reportarme. Ya debo dejarte. Te quiero.

—También te quiero, bebé.

En el instante en que guardó el aparato en el bolsillo de su abrigo, sintió un escalofrío recorrerle la nuca, paralizándola en su lugar. No entendía qué le sucedía o de dónde venía esa sensación. 

Sus ojos se removieron, tratando de localizar el punto de origen de la inquietud, hasta que se topó con el responsable.

El enorme hombre caminaba hacia ella desde un punto desolado del campus. Fue cuando se percató de que había estado alejándose del alboroto juvenil para poder hablar con su hermana y en ese momento lamentó su imprudencia.

Una parte de ella quiso salir corriendo. Sin embargo, la que siempre salía a relucir y le acarreaba problemas, esa que ardía en llamas, avanzó hasta su cazador con los puños fuertemente cerrados a un lado de su cuerpo.

A la luz del día, era otra mujer. Vestía unos vaqueros ajustados que marcaban la silueta de las poderosas y tentadoras piernas que se colgaban de un caño cinco noches a la semana, remarcando la curva de su culo redondo. La chaqueta gruesa ocultaba sus prominentes senos y el cabello negro al natural iba recogido en una coleta alta dejando a la vista el sutil tatuaje de una balanza de la justicia en su cuello. Con cada paso brusco que daba, su melena se movía de un lado a otro.

La contraparte masculina vestía con habitual formalidad. Un traje oscuro, sin corbata, adaptado a su gran anatomía. Su cráneo afeitado reflejaba sobre su piel achocolatada la luz solar.

Cuando se encontraron frente a frente, sus iris batallaron. Ella presentando sus celestes con toques grises que ardían de una rabia que escondía el miedo pujante; y él, fundía sus mieles en cada rasgo de la sensual mujer, tratando de ocultar su fascinación tras la máscara de la frialdad.

—Te dije que desaparecieras —reprendió en un tono bajo.

—Tú no me dices qué hacer.

Cual animal acechante, se cernió sobre ella, anulando el espacio que los separaba.

La notó tragar grueso. Mas parecía que el temor no era el motivo de su acción cuando sus pupilas se enfocaron en su amplio y fornido pecho.

—Era una advertencia. No tienes idea en lo que te metiste y ahora no podrás salir.

Abrió con espanto sus ojos por completo al interpretar lo que decía.

—¿Le dijiste a Peter? —Asintió—. Podrías habértelo callado.

—Podrías haberme hecho caso.

—No pienso dejar mi vida, mis estudios, todo porque tú me lo digas. Tengo personas a quienes cuidar, que dependen de mí.

—¡Joder! Eres una loca caprichosa, poniendo tu vida en peligro. Y la de ellos si te descubren.

—No me das miedo. Ni tus jefes.

Estaba aterrorizada.

—Eso lo veremos cuando te enfrentes al señor Verbeke.

Aprovechando su desconcierto, la tomó del brazo con brusquedad para cumplir con la tarea impuesta.

—¡Suéltame imbécil!

Entre tanto forcejeo, la chaqueta de Kenneth se abrió demasiado, revelando el arma en su cintura.

—¡Carajo! ¡Estás armado! Voy a gritar si no me dejas ir.

—¿Y qué dirías? Perderías si hago saber a qué te dedicas por las noches. No creo que tu comportamiento sea aceptado por la universidad —advirtió con la mandíbula apretada y la mirada al frente.

—Me importa una mierda tu amenaza. Peor parado saldrías tú al tener que explicar por qué tienes un arma.

—Soy guardaespaldas. Tengo permiso.

—No te creo una mierda. Después de lo que vi en el callejón, dudo de que no aparezca tu nombre y tus huellas en los registros criminales. Tú deberías temer más si llego a gritar lo que vi.

—¿Crees que no tendríamos agentes comprados de ser ese el caso? —Su presa calló, meditando la respuesta—. Igualmente, no tengo nada que ver con lo que viste. Aunque si me interrogaran, sólo tendría que decir que es otra chica que ofrece sus servicios. Como tú, ¿no?

—No es cierto.

—Sería la versión que diría.

Kenneth se detuvo un momento, forzando a la desnudista a hacerlo bruscamente, casi impactando contra su torso musculoso cuando se giró hacia ella.

Elevó su cabeza, sin necesidad de hacerlo mucho al ser alta y encontró unos orbes sinceros clavados en los suyos.

—No tengo por qué mentirte, Egeria. Lo que pasó el sábado... esa chica... —sus ojos se entrecerraron por un segundo, como si le pesara pensar en ello. Como si hubiera repulsión en él—. El señor Verbeke y yo no tenemos nada que ver.

—¿Pretendes que te crea? ¿Que ambos están ajenos a eso? ¡Por favor! No tiene sentido. De una u otra manera son parte. Tal vez no directamente. Pero sí saben lo que ocurre. Y no sé qué es peor.

Pareció que sus dichos habían afectado al sujeto cuando notó que se tensionaba el agarre sobre su carne y sus labios gruesos se apretaron. En un instante, apartó la mirada de ella y continuó arrastrándola hasta una parte alejada donde un único coche estaba aparcado. Aunque la luz del día se reflejara sobre el metal, no cabía duda de que era el mismo que la había llevado a su apartamento dos noches atrás.

—Entra —impuso cuando llegaron junto a la máquina.

—No quiero —todos sus sentidos despertaron en un alerta.

—No te lo pedí.

—Tú no me ordenas.

—No me hagas obligarte a hacerlo. No será lindo ni amable.

—No me asustas. Ni tú ni tu jefe deforme.

Era mentira. El miedo tenía atenazado cada centímetro de su cuerpo.

—Por favor. —Su grave voz descendió varios decibeles, volviéndose un suave arrullo—. No te pasará nada. Siempre y cuando obedezcas.

Los ojos color miel parecían honestos y de repente, Carly no se sintió amenazada. No del todo.

Todavía con algo de recelo, asintió.

—Más te vale. O les patearé las bolas a ambos —blofeó, tratando de proyectar valor—. O marcarles sus rostros con estas lindas niñas —movió sus dedos terminados en largas uñas de elegantes colores y elaborados detalles, resaltando su amenaza—. No me importará arruinarme mi manicura si es necesario. Y a tu jefecito le emparejaría la otra mejilla.

Blackhole soltó una risa baja y sus carnosos labios esbozaron una sonrisa ladeada que Carly no vio al darle la espalda para meterse en el coche, en el lugar del copiloto. El hombre cerró la puerta tras verla sentarse refunfuñando como una niña caprichosa, incluyendo el cruzar sus brazos sobre su generoso pecho.

Meneando la cabeza, el oscuro criminal caminó a largas zancadas hasta su puesto sin percatarse que la desnudista seguía su gran estampa con la mirada perdida en cada movimiento.

Cuando la descubrió con sus ojos sobre él, la enfadada mujer volteó su cabeza a un lado.

Una vez acomodado en el asiento del conductor, localizó una vez más su mirada rabiosa cuando la notó observarlo sobre su hombro.

Pero él no se dejaba engañar. Debajo de ese enojo, había una mujer asustada.

Con los nervios a flor de piel, rebuscó un cigarrillo en su morral. El último de un viejo paquete que había estado ignorando, y bajó la ventanilla, sintiendo el impacto del viento.

Al intentar encenderlo, el temblor en su mano hizo evidente que la ansiedad y el temor corrían por sus venas. Miró el cilindro recordando que por ese vicio estaba en semejante aprieto.

Vencida, bufó cuando lo descartó lanzándolo hacia afuera antes de volver a elevar el cristal.

Sus uñas se cerraron sobre sus palmas, marcando su piel en un intento por controlarse.

Kenneth no había perdido un movimiento de toda la secuencia y lamentaba que ella estuviera allí, a su lado pudiendo aspirar su aroma, por un error que le podría salir demasiado caro.

—No te preocupes Egeria. El jefe no te hará nada. Sólo quiere hablar contigo —trató de aminorar su miedo.

Un suspiro rebotó en el habitáculo y los orbes cayeron con extraña timidez a su regazo.

—Carly.

—¿Cómo?

—Me llamo Carly. Egeria es sólo mi nombre de ninfa. Soy Carly Miller.

—Mucho gusto.

Carly arqueó una ceja mientras su conductor avanzaba cada vez más a su destino.

Otro suspiro llenó los oídos del acompañante que regresó sus ojos a la pasajera, que parecía molesta, otra vez.

—¿No me dirás tu nombre? Sé que te haces llamar Blackhole, pero no te estaré diciendo así. De modo que, ¿cuál es tu nombre?

Una sensual y viril sonrisa asaltó las terminaciones nerviosas de la experta mujer, cosquilleando en zonas que agradecía tener cubiertas por gruesas capas de ropa.

—Kenneth.

—Ken —respondió son una sonrisa socarrona, recuperando su seguridad, y sabiendo que estaba provocando al sujeto.

—Kenneth —gruñó, cambiando rápidamente su semblante.

—Entonces, Ken —remarcó, burlona—, ¿qué se supone que hablaré con nuestro jefe?

—Lo sabrás en cuanto lleguemos.

Algo en el tono la estremeció de cabeza a pies y se empequeñeció en el asiento.

***

No había nadie en el club cuando llegaron y eso la tenía al límite de la cordura.

Arrastrada con la poca sutileza que caracterizaba al criminal, sintió cómo su cabeza maquinaba toda clase de situaciones. Ninguna buena. Aunque una pequeña parte de ella quería creer en lo que su captor había dicho.

<<—El jefe no te hará nada. Sólo quiere hablar contigo>>.

Ante la puerta del que había sido el despacho de Mitchell, Carly suspiró, deseando regresar en el tiempo, cuando el rechoncho hombre era el dueño del club.

Observó la gran mano de Kenneth golpear la puerta y sin esperar respuesta, la abrió, encontrando del otro lado la esbelta y elegante figura del joven marcado sentado detrás de su escritorio, vestido todo de negro. 

No pudo evitar analizarlo físicamente con detalle, aprovechando la claridad que ingresaba por la ventana exterior al ser mediodía.

El nuevo propietario de Las Ninfas tenía su cabello negro desordenado, largo y ondulado hasta la firme mandíbula enmarcando su pálido rostro, dándole un atractivo juvenil. Pero todo aspecto propio de un muchacho desaparecía ante el impacto de su deformidad y la dureza de sus ojos claros. 

Peter Verbeke no podría tener más de veinticinco o veintisiete años, como máximo, lo que significaba que eran contemporáneos. De soslayo, lo comparó con su escolta, un hombre que aparentaba unos treinta o treinta y tres años.

Sin embargo, en la superficie de sus rasgos, la crueldad de su mundo parecía añadirles años. O serían sus pecados.

—Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí? Al parecer, una ninfa chismosa.

Como presa ante su depredador, giró con la intención de salir huyendo. Pero las poderosas manos del subalterno la detuvieron. 

Cuando vio los ojos mieles, no encontró compasión, sino completo vacío. De alguna manera, se sintió traicionada y eso la enfureció.

—¡Déjenme ir! —se soltó en un arrebato y se volteó hacia Peter, elevando su mentón en un gesto de claro desafío—. No diré nada. Pero si no me liberan ahora mismo, gritaré tan fuerte que alguien me escuchará en la calle y vendrán por mí.

—No creo que estés en posición de amenazarme, Egeria.

Desesperada, rebuscó una salida.

—Si me hacen algo todos los que me conocen se preocuparán y, eventualmente, atraerán a la policía aquí y su perfecto camuflaje se les irá a la mierda. Porque esto es lo que es, ¿verdad? Las Ninfas sólo es una fachada.

—Chica inteligente. Aunque muy imprudente.

—Vete al carajo —escupió.

Quería callarse. Debería hacerlo en lugar de provocar a semejante hombre.

Peter se recargó contra el respaldo de su asiento y jugó con su anillo predilecto. Sus ojos rodaron hacia Kenneth, que se mantenía de pie en un rincón, perdido en la bailarina.

—Kenneth —captó su atención—. Dame tu arma.

Dudó un instante y con obediencia, le entregó lo solicitado.

—Hagamos un trato —colocó la 9mm sobre el escritorio, atrayendo la mirada de Carly. Curvó sus perversos labios hacia arriba al notar el terror exudar de ella—. Perdono tu vida y en cambio, tú cerrarás la boca y cumplirás con ciertos trabajos para mí.

—No haré tratos con mafiosos mentirosos —entrecerró sus párpados en dirección a Kenneth, que la respondía con imperturbabilidad.

—Sí, somos mafiosos y mentirosos. Pero no te conviene negarte. Porque en este momento soy el diablo y si quieres sobrevivir a esto, haremos ese trato. ¿Crees acaso que me importa ensuciar esta alfombra con tu sangre? Somos expertos en deshacernos de cuerpos estorbosos y esquivar a la policía.

La adrenalina golpeó sus oídos y todo su arrojo saltó por la ventana. Lo mismo que deseaba ella en ese mismo instante.

Se supo perdida y a merced del diablo.


N/A:

Qué decir... todo va a complicarse mucho más de acá en adelante...

Sé que tuvimos mucho de Peter, pero es clave en esta segunda parte. Vendrá más de Aurve de acá en más.

Espero que les haya gustado. Comenten y voten!

Gracias por leer, Demonios!

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