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39. Cita inesperada

39. Cita inesperada.

Señor Sharpe, su abogado llegó —notificó desde el otro lado de la bocina la asistente de Steve.

—Hazlo pasar, Beatrice. Gracias.

Unos segundos después, la mujer abría la puerta para dejar pasar a un hombre de unos treinta y cinco años, calzado en un traje exclusivo de sastre y peinado de lado con pulcritud. Vestía en su rostro una sonrisa de suficiencia y familiaridad hacia el dueño de Sharpe Media, desprendiendo arrogancia y seguridad en su andar. Era después de todo, uno de los mejores abogados corporativos de la ciudad de Nueva York.

Sostenía en una de sus prolijas manos un delgada carpeta oficial.

—Hola Harvey.

—Hola Steve —estrechó la mano dura y le guiñó un ojo—. Así que ya tienes grilletes. ¿Dónde está la responsable de acabar con uno de los hombres que trataba de competir conmigo en cuanto a la fama de atractivo, millonario, exitoso y soltero empedernido?

—¿"Trataba"? Harvey, no estamos siquiera en la misma liga. Entre tú y yo, hay un océano de diferencia.

—Dime una cosa, Steve —pasó de largo ante la respuesta socarrona y se sentó en la elegante silla que enfrentaba el escritorio del rubio—. ¿Cómo es que no solicitaste mis servicios antes de casarte? He sido tu abogado desde hace cinco años.

—No quiero escuchar sobre una acuerdo prenupcial, Harvey.

—Como tu abogado debo protegerte.

—Créeme, nadie me protege como Aurora.

—¿Acaso era tu guardaespaldas? Creí que esa era la función del mastodonte que tienes generalmente pegado a tu culo.

—Andrew es mi asistente. Y Aurora es mi esposa. Y tú, un idiota.

—Pero soy jodidamente el mejor abogado que existe.

—Lo eres, pero que no se altere tu ego.

—No habría forma de inflarlo más. Y en eso, ambos somos iguales, cabrón —depositó sobre la mesa el dosier, deslizándolo hasta alcanzar las manos de Steve—. Deja de hacerme perder mi tiempo, ¿qué te parece si firmas los documentos?

—No son míos para firmar. Mi niña estará a cargo de todo esto.

—¿Tu niña? ¿Así le dices? Por Dios, ¿cuántos años tiene?

—No es de tu jodida incumbencia.

—Yo sabía que debajo de toda esa fría sobriedad se escondía un pervertido. Mira que atrapar a una niña...

—¿Quién te dijo que yo la atrapé?

—Espero que no me estés diciendo que caíste con los encantos de una embaucadora aprovechada, porque Steve, me decepcionarías mucho. Tengo una alta opinión de tu inteligencia para con esas mujeres.

—No es lo que digo, cuando la conozcas sabrás a lo que me refiero. Y mientras la esperamos, me gustaría solicitarte algo más.

—Dime.

—Se me ocurrió un grandioso detalle para mi niña —los témpanos azules en sus iris resplandecieron, dándole una luz que el abogado desconocía—. Una idea que acaba de surgir y necesito que hagas todo lo posible para lograrlo. No me importa qué sea. Ella merece todo en esta vida.

***

—¿Te gusta tu hamburguesa, Noah?

Shi, me gushta.

—Hijo, cariño, no hables con la boca llena —reprendió Gigi, limpiando las comisuras manchadas con salsa de tomate—. No es de buenos modales.

El obediente niño cerró con fuerza exagerada su boca para terminar de masticar y tragó antes de sonreír, compartiendo sus hoyuelos.

—Mmmmm, muy rico. ¿Pedo quedame con eto? —señalaba el juguete que venía junto al menú infantil.

—Sí, claro. Es un regalo —respondió el hombre.

—¡Mami! ¡E mío! —gritó de felicidad, mostrándole a su madre su tesoro.

—Lo es bebé —acarició la frente de su pequeño, despejando sus rizos y dejando a la vista el pequeño lunar sobre su ceja derecha que captaba la atención del extranjero.

<<Joder. Parece como si fuera la primera vez que el niño viene a un lugar de estos. ¿Quién no conoce McDonalds?>>

Sus pensamientos quedaron a un lado cuando un largo gemido de gozo se escapó de la preciosa castaña de delgadas proporciones y tetas pequeñas sentada en frente. Demasiada tentación en un cuerpo tan reducido.

Sus ojos estaban cerrados, como si estuviera teniendo un orgasmo culinario, despertando en sus pantalones un doloroso problema. Creciendo al seguir el movimientos de su rosada lengua al limpiar de sus labios restos de aderezo.

Sus pupilas dilatadas absorbían el sensual gesto y chocaron con los ojos avellanas con motas verdes y marrones nuevamente abiertos.

De inmediato sintió el peso de esa mirada sobre su boca y la manera en que su respiración se volvió profunda y pesada.

En lugar de sentirse acosada un estremecimiento placentero se descargó por su piel, alcanzando no sólo su entrepierna, sino también sus pezones, que se endurecieron. Por suerte, la capas de ropa evitaron evidenciarlo.

—Lo siento.

—Yo no. Ojalá hubiera capturado ese sonido. Lo pondría todo el día —lamió su labio superior con hambre—. Y toda la noche. Tampoco me quejaría de que usaras esa lengua en otras partes. Como en mí, por ejemplo.

—Peter, basta —regañó entre dientes, girando hacia su hijo, el que afortunadamente, perdía su atención en su juguete—. Eres un atrevido. Yo no soy esa clase de chicas.

Él se carcajeó. Disfrutaba ver el intenso color escarlata que su piel adquiría. Era una jovencita después de todo. A pesar de lo que pudiera haber vivido, no dejaba de serlo.

—Entonces, tendré que proveerte de hamburguesas para deleitarme con tus gestos y ruidos.

—Tonto —sonrió—. Es que no comía una de estas desde que Noah era un bebé.

—¿Tanto tiempo?

—Tengo otras prioridades. No es un lujo que nos podamos dar.

—Gigi... si necesitas dinero...

—No quiero limosnas —lo detuvo—. Para eso trabajo. Mientras no nos reduzcas nuestro salario ahora que eres el dueño de Las Ninfas, no habrá problemas.

—Pero puedes contar conmigo. Puedo ayudarte.

—¿Por qué lo harías? —cuestionó con su entrecejo fruncido, arrugando esa pequeña nariz pecosa—. ¿Y sin nada a cambio?

Peter no tenía ni idea por qué se había ofrecido a ello. Por lo que no respondió.

—Ya te lo dije antes. Tú y yo no somos nada, salvo jefe y empleada.

—Podemos ser lo que quieras —ronroneó.

¿De dónde había salido eso? ¿Por qué insistía?

Era estúpido —sin mencionar imprudente y arriesgado—, involucrarse con ella. Y son su hijo.

—Mira, no sé a qué quieres jugar, pero no lo hagas. —Ahí estaba ese tono furioso que Peter ya conocía de memoria y que notaba con un acento camuflado que no podía distinguir. Le acompañó el toque verde encendido en sus iris. Un detalle que no había notado antes—. No soy un... —bajó la voz, haciendo que ambos se acercaran por encima de la mesa—, un revolcón de una vez. Tengo un niño.

Se maldijo internamente.

Era cierto. Si quería follar, podía meterse en cualquier coño.

Hasta probar algunas de las prostitutas de Las Ninfas —porque sabía de hecho que algunas se vendían cuando lo deseaban—, pero tampoco había estado interesado en mojar su verga en los últimos meses. Las veces que lo había hecho había sido simplemente por desahogo en una de sus recientes caídas en la cocaína.

Imaginándola.

A ella.

Y esa chiquilla frente a él no era el mismo tipo de chica que acostumbraba.

No merecía ser tratada así.

—Lo tengo en claro, Gigi —suspiró y arrastró sus palmas por su rostro en un movimiento descendente—. Tienes razón. Es mejor así. Después de todo, no estaré mucho por aquí.

—¿Qué quieres decir? —Tanto su tono como sus ojos ahora aplacados no pudieron ocultar la decepción. Algo contradictorio y confuso—. ¿Te irás?

—Sí.

—¿Cuánto tiempo te quedarás?

—Un mes. Tres meses. No lo sé. Vine a hacer un trabajo y luego volveré a mi país.

—Bélgica. —Asintió—. ¿Entonces por qué compraste el club de Mitchell y lo ayudaste con sus deudas?

—Negocios.

La tensión apareció entre ellos, siendo disuelta convenientemente por Noah.

—Mami, teminé.

Hombre y mujer observaron al niño, que tenía un desastre en sus dedos y boca. Y por supuesto, el juguete estaba igual de sucio.

—Noah, esto es un asco —rieron los tres, dejando la reciente conversación en un limbo—. Vamos a lavarte. Enseguida volvemos.

—Los espero.


Una vez fuera del local de comida rápida, Peter y Gigi se encontraban de pie sin saber muy bien cómo continuar esa cita inesperada.

Peter no podía dejar de recorrer cada línea de su dulce rostro. Cuando no lo asesinaba con la mirada, tenía un aura contradictoria que no terminaba de descifrar. Por un lado, se notaba que todavía era una niña. Una madre muy joven que cuando sonreía hacia su hijo parecía brillar en medio de la oscuridad que los rodeaba. Por el otro lado, sus ojos de colores como el de las hojas en otoño, revelaban una vida llena de sacrificios y dolor.

—Ejem... bueno, nosotros —empezó a decir con nerviosismo, pasando un mechón rebelde por detrás de su oreja—, creo que deberíamos...

—Vengan conmigo —cortó.

No supo qué se apoderó de él una vez más, ignorando cada una de sus propias advertencias. Sólo siguió un impulso que le exigía no terminar todavía con su cercanía.

Tiraba a la basura todo intento por alejarse de ella.

Parecía un estudiante atolondrado que repetía los mismos errores del pasado. En lugar de aprender la lección, volvía a hundirse en el mismo problema.

—¿Qué? ¿A dónde?

—Quiero mostrarte un lugar. Está aquí cerca. De hecho, es donde me encontraba trabajando cuando de casualidad los vi.

—Yo... no sé. Ya hemos abusado mucho de ti.

—Pues me ofrezco a que abuses más de mí. Todo lo que quieras —se acercó a ella. Sus miradas se prendaron. Peter volvió a acomodar el mismo mechón escurridizo en su lugar. Ese contacto hizo sonrojar las mejillas de Gigi—. Me gustaría que hicieras conmigo lo que te apetezca —provocó con su grave acento.

La muchacha abochornada, retrocedió un paso y bajó sus ojos a la boca carnosa que se curvaba en una insinuante sonrisa que hizo palpitar su corazón. Y una controversial zona más abajo.

—Por favor —suplicó nuevamente, en un susurro.

—Mami, teno frío.

Gigi carraspeó, regresando de su niebla mental.

—Podrán calentarse un poco. Y hasta les ofrezco chocolate caliente y café.

Shiiiiiii.

—Creo que los hombres ganamos.

—Al parecer, se confabularon contra mí. No vale que sean mayoría —cruzó sus brazos en un intento de intimidación que no logró—. Todavía no me dijiste qué lugar es ese. Que espero tenga para mí.

—Lo que quieras.

Peter cargó al pequeño Noah y con la mano libre capturó la de Gigi con total naturalidad, arrancándola de su postura defensiva. Sin embargo, la menuda muchacha no dejaba de sentir galopar su corazón y un cosquilleo en la palma perdida en la gran y callosa mano, que se irradiaba con calidez por todo su cuerpo.

Nunca había sentido algo así y estaba abrumada. 

Y encantada.

—Es mi lugar de trabajo. Uno que te hará conocer otra parte de mí. Mi lado favorito.

<<O casi, si excluimos el negocio bajo la superficie>>.

—¿Las Ninfas no es ese lugar?

—No. Las Ninfas es... más bien una obligación.

—No entiendo.

Suspiró.

—Prefiero no hablar de ello.

No insistió más y se dejó llevar, disfrutando de esa experiencia única. Hasta que llegaron a unas cortas escalinatas que ascendían a un elegante edificio de piedra blanca. Un enorme cartel colgaba de la entrada anunciando una obra de arte que a Gigi se le antojó hermosa y nostálgica.

—¿Una galería de arte? ¿Aquí trabajas?

Estaba sorprendida. No parecía el tipo de hombre que tendría un club de strippers y una galería semejante.

—Así es.

—¿Y qué haces aquí?

—La administro. Soy, de alguna manera, uno de los dueños.

—¿Eres propietario de esto?

—Así es. Soy un hombre de muchos talento y negocios variados —se encogió de hombros, restándole importancia a la oposición de sus empresas—. Entren, vamos.

Con entusiasmo, los llevó adentro.

Caminaban los tres con lentitud, pasando de una obra a otra, admirando los colores, trazos, iluminación y la impresión que les causaba. El extranjero usaba su melodiosa voz con acento para explicarles de manera atractiva y envolvente cada pintura. Georgia no podía dejar de admirar a ese hombre desconocido y misterioso, lleno de sorpresas.

Y de un aura oscura, que en lugar de temer, la atraía.

El experto guía veía en los ojos de sus invitados la admiración hacia los cuadros. Gigi hacía preguntas inteligentes y comentaba impresiones elocuentes, que maravillaban a Peter. Analizaba cada vez más profundamente la manera de hablar, de moverse y pensar de su acompañante, sintiendo que esa chica no pertenecía al mundo donde estaba y eso le generaba intriga.

Mientras el pequeño Noah soltaba exclamaciones como si entendiera de lo que hablaba el hombre. El niño absorbía en su plástica mente las líneas, relieves y formas. Cada tanto, extendía sus manitos intentando tocar ese universo colorido.

—Lo siento Noah —lo alejaba Peter—. Pero no se pueden tocar. Bueno, esto es todo lo que por ahora tenemos. ¿Quieren ese chocolate que les prometí?

Shiii —aplaudió el niño.

—Espera, no nos mostraste ese de allá. Creo que es la misma pintura del cartel exterior.

Peter se tensó sin voltear. Sabía de cuál obra hablaba.

—Otro día la podemos ver. Será mejor contentar a Noah, que no deja de querer escaparse.

Era cierto. Noah tiraba de la mano de Peter, como si supiera dónde se encontraba la promesa chocolatosa.

—Muy bien. Te seguimos.

Tras pasar por el escritorio de la encargada y asistente de Peter —donde le pidió un chocolate, un café y un té para que le llevara a su despacho—, siguieron camino por un pasillo.

—¿Qué son estas puertas?

—Son depósitos. Almacenamos los cuadros que expondremos o que fueron retiradas de exhibición.

<<O las que sólo son camuflaje para el transporte de droga>>.

—¿Podemos ver esas pinturas?

El niño parecía igual de interesado, porque se abalanzó hacia una puerta cualquiera.

Sin esperar respuesta, Gigi se adentró tras la que había sido abierta por Noah, ignorando el grito de advertencia de Peter.

Se detuvo de golpe aferrando el hombro de su hijo cuando descubrió que había personas adentro. Cuatro hombres con cara de pocos amigos, que escudriñaron a madre e hijo con molestia por la interrupción.

—¿Qué mierda hacen aquí? Váyanse.

—Yo, lo siento...

La presencia de Peter, que la siguió poco después, aplacó a los hombres.

—Tranquilos —la voz era firme y autoritaria—. No tienen que hablarle así. Fue un error.

Gigi, temerosa, se protegió detrás del cuerpo de Peter que mantenía sujeto a un Noah igual de asustado.

—Lo sentimos señor. —El que había increpado a Gigi suavizó su voz, aunque no escondía el repudio que le generaba la visita indeseada—. Pero será mejor que terminemos con el traslado de estas pinturas lo antes posible.

—Háganlo.

Abandonaron la sala y tras cerrar la puerta detrás de ellos, se hizo evidente que algo había cambiado. El frío otoñal parecía envolverlos en el interior del edificio, focalizándose entre Gigi y Peter.

—No debiste desobedecerme.

—Yo... perdón. No creí que...

—No vuelvas a hacerlo.

El tono de su voz había cambiado a uno acerado.

—Creo... que será mejor que nos vayamos. Se hace tarde y todavía tenemos un largo viaje hasta nuestro hogar.

—Sí. Será mejor. No debí traerte hasta aquí en primer lugar. Fue una imprudencia.

<<Los puse en peligro>>.

Se maldijo por dentro.

Gigi sintió la decepción abofetearla. Aunque ella había sugerido terminar el encuentro, en el fondo esperaba que él insistiera en continuar un poco más. Pero la burbuja de breve felicidad que habían tenido acababa de estallar.

Todo por un estúpido error. 

Pensar en eso cambió su pena por enojo.

—Tampoco fue tan grave como para que me trates así. —El joven pareció vacilar, pero se mantuvo firme, irguiendo todo su cuerpo, lo que hizo que Gigi bufara—. Sabes, esto... fue un error. Uno que no volverá a pasar. Por favor, no te acerques a nosotros. Mantengamos las cosas en el ámbito profesional.

—Gigi... —susurró.

—Adiós, señor Verbeke.

Sintió el golpe.

Cuando las dos figuras desaparecieron Peter se maldijo. Enseguida llegó su asistente con una bandeja con las tres bebidas y una cara de confusión que lo hizo sentir peor.

—Señor, sus invitados...

—Obviamente se marcharon.

—¿Qué hago con esto?

—No me interesa. Bébaselo o repártalo a los encargados de atención al público —escupió casi a gruñidos, dejando a la pobre mujer sola en medio del pasillo.

—Sí señor —respondió a la nada.

Encerrado en su despacho, golpeó su espalda contra la madera de la puerta. Lo hizo una, dos, tres veces importándole una mierda lo que pudieran pensar afuera. Ocultó un rugido tras sus palmas, que ocuparon toda su cara. Se mantuvo así, con la espalda apoyada, inmóvil y derrotado por su propia contradicción.

Hecha la descarga, frotó sus manos contra su rostro y luego se encaminó a la silla tras el escritorio.

—Eres un imbécil. ¿Qué pretendes? No eres adecuado para ella. Sólo la arrastrarás a tu miserable existencia. A ambos.

Se dejó recostar contra el mullido respaldar y perdió sus ojos en el cielo gris que se percibía a través de la ventana. Sus dedos palparon el pequeño pomo de la gaveta a un lado de la mesa y lo abrió. Rebuscó en su interior hasta que halló lo que ansiaba.

Un paquetito con su blanco y polvoroso contenido.

Jugueteó un poco con él, decidiendo hacer uso o no.

Recordó que esa noche debía estar una vez más siguiendo los tediosos pasos del agente y eso lo convenció de no nublar sus sentidos. Los necesitaba alerta.

—Carajo.  Ya quiero acabar con todo esto e irme a la mierda. Si tan sólo pudiera encajar una bala al gigante... —se quejó a la nada.

***

Después de compartir con los creadores de su programa favorito y recibir múltiples cumplidos por los cupcakes preparados junto a Josephine, Aurora regresaba con Hunter al Olimpo.

Entró con alegría que alcanzaba sus carnosos labios, pero que fue aplacada en cuanto descubrió en el despacho a un desconocido sentado con mucha comodidad frente a su esposo, intuyendo de quién se trataba.

Los dos hombres detuvieron su charla y enfocaron su atención en la recién llegada, que avanzó con natural sensualidad hasta pararse junto a Steve, que no dudó en rodear su cadera con su poderoso brazo. La acompañó el cachorro que se dirigió al nuevo objetivo de su atención, recibiendo caricias de una extraña mano.

—Aurora, cariño. Te presento a Harvey. Él es el abogado que nos estuvo ayudando con tu proyecto.

El aludido se puso de pie y le obsequió una sonrisa coqueta, mientras que cruzaba sobre el escritorio su palma para ser estrechada en otra suave y firme.

—Encantada, Harvey. Muchas gracias por todo. Esto ha sido rápido. Y este es Hunter —señaló al cachorro que ya regresaba a su lado.

—Por Steve, hago hasta lo imposible —fanfarroneó.

—Ese es ahora mi trabajo, Harvey. No me lo quites, porque pelearé sucio si es necesario.

Los ojos de Harvey brillaron con gracia.

—Me agradas. ¿Cómo haces para soportar a tu arrogante esposo?

—Fácil, le quito lo arrogante. Al menos, en parte. Me gusta ese activo.

—Mi niña me tiene a sus pies, pero como eso salga de estas cuatro paredes, no dudes que te cortaré la lengua.

—Secreto profesional. Bien, Aurora, es momento de firmar esos papeles.

—Toma cariño.

Steve le entregó su pluma y Aurora se perdió por un instante en el objeto, observándolo con profundidad. Un simple elemento que decía mucho del dueño.

Cara, elegante, exclusiva y sobria. Que tenía el poder en su interior de sellar el futuro de alguien, a base de tinta, y no a sangre en el caso de un pasado no muy lejano.

Aunque creía que algo le faltaba a dicha pluma negra y brillante. La parte humana que ella había rescatado.

—¿Todo bien, mi niña?

—Sí, claro —plasmó su firma en las líneas indicadas y se irguió orgullosa—. Listo. Sólo una cosa más, Harvey, si no es mucha molestia.

—Dime.

—Necesito que me consigas los papeles para un divorcio veloz.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—Te explicaré.

***

En las oficinas del FBI los gritos no disimulados del agente superior Paul Estrada retumbaban entre los cristales de su despacho. 

A la vista de todos, los brazos del maduro hombre se movían delante de los que recibían su reprimenda, de pie, en el centro de la cuadrada habitación.

Los agentes Chris Webb, Lara Yang y Phil Harrison aguardaban en silencio a que concluyera con su descargo.

—Anoche, una chica terminó muerta. Y otros civiles fueron heridos cuando un oficial de policía que casualmente pasaba por allí intentó hacerse el héroe.

—¿Cómo está él? —quiso saber el más alto.

—Fuera de peligro —suspiró, sentándose en su silla detrás del escritorio—. Pero ahora la presión por resolver esto creció. ¿Cómo es posible que no podamos avanzar en nuestro objetivo de detener de una vez por todas a estas organizaciones y su trata de mujeres?

—Interrogué a los capturados que tenemos en espera de su proceso y desconocen quién está detrás de este secuestro —habló Harrison, dando un paso al frente para darle fuerza a su intervención. 

—Sí que te moviste rápido. Ni siquiera estábamos al tanto de lo ocurrido y tú fuiste y hablaste con mis prisioneros.

—El punto es —se encogió de hombros, descartando la queja del exmilitar—. Juran que no es nadie de su organización.

—Y tú les crees —bufó Lara—. Son criminales. No se caracterizan por decir la verdad.

—Hemos acabado con la cabeza de cada grupo criminal que hemos apresado. Es lógico que no tengan idea de lo que ocurre de este lado de las rejas.

—Obviamente, no es así, sino, no estaríamos aquí discutiendo sobre cómo ayer en la noche cinco jovencitas, seis si contamos con la fallecida, desaparecieron —contraatacó el imponente Chris, desviando su atención hacia su compañero impuesto. Lo miró con los párpados entornados apuntándose mentalmente indagar él mismo—. Que estén encerrados no los aísla de cualquier secuaz que pueda seguir en el contrabando. Incluso, sin la autorización de ellos. Tampoco debemos descartar de que alguien esté aprovechando la falta de líderes para hacerse del negocio.

Yang asintió concordando con esa posible teoría, mientras que Paul Estrada fijaba sus ojos grises en su mejor agente.

—Pues hablé con mis informantes y nadie sabe nada —insistió Harrison.

—¿Y Durand? —cuestionó el castaño tras un minuto de pausa, captando la atención del resto—. Ese jodido francés no ha sido sincero con nosotros ni un segundo, excusándose de que jamás supo lo que ocurría en su galería de arte mientras él estaba en la fiesta.

—Hablé con él esta mañana —Lara y Chris rodaron sus ojos—. No sabe nada del tema. Además, no tiene más contactos que los de la embajada. Los mismos hombres y mujeres que atestiguaron verlo en la fiesta. Y que no dudo de que pronto harán que sea liberado.

—Maldita política —masculló la única mujer en la sala—. En lugar de hacerle pagar, sólo le darán unas palmaditas en la mano y lo enviarán a su casa como si nada. Sólo con la prohibición de regresar —resopló—. Esos dimpláticos tienen que estar metidos en esto.

—No lo creo. Los he investigado. No parece que sean los responsables de coordinar un secuestro. Belmont Durand sólo es un rico amante de las artes que le gusta codearse con la elite. No tiene las conexiones necesarias para actuar. Mucho menos desde la prisión.

—No creo ni una de sus palabras. Tiene suficiente dinero para obtener lo que sea —sus celestes ojos se afilaron hacia Phil. No existía nada de suavidad en su mirada cuando la placa de agente especial del FBI estaba ajustada en su cinto—. Ocultar cualquier cosa. Comprar a quien sea.

—¿Qué estás insinuando? —El rostro de Phil se volvió rojo.

—Nada —rumió, conteniéndose de evidenciar cualquier sospecha sobre el agente.

—Nos estamos olvidando de un detalle importante —interrumpió Lara—. La chica que murió era una rescatada con anterioridad y que debería haber estado a salvo.

—Ese es otro tema que quiero que resuelvan. ¿Cómo es posible que eso haya ocurrido?

—Tú estabas a cargo de esas chicas —presionó Chris hacia Phil—. ¿Qué tienes para decir sobre eso?

La tensión estaba dándole jaquecas al mayor de todos. Sus dedos comenzaron a frotar sus sienes buscando un alivio que no llegaba.

—Era una prostituta, no una chica raptada de su casa. Ni siquiera nos dio su verdadero nombre, por lo que no pudimos hacer nada por ella al ser mayor de edad. Si ella decidió volver a las calles, fue su problema.

—Eres una basura, Harrison. ¿Cómo puedes hablar así? —Lara se giró por completo hacia el hombre que había hablado—. Esa muchacha merecía las mismas oportunidades de rehacer su vida que cualquier otra persona. ¿Acaso por ser prostituta no es digna de nuestra compasión y de buscar a los responsables de su muerte?

—Mira, agente Yang, llevo haciendo esto desde antes de que ingresaras a Quántico. Tu ingenuidad es sólo una pérdida de tiempo. Deberás aprender que no se puede salvar a todas, especialmente, cuando ellas eligen seguir por un camino peligroso. Acéptalo ahora, o te consumirás intentando cambiar algo que es imposible cambiar.

—Hijo de puta.

A punto estuvo de saltarle a la yugular cuando la gran mano de Chris la detuvo del brazo.

—¡Basta! —rugió la autoridad—. No es momento de peleas entre ustedes. Phil tiene un punto. No podemos hacer nada por aquellas que no quieren ser ayudadas. No somos caridad. Pero sí somos los encargados de atrapar a los culpables y hacer que paguen. Asegúrate de que no les pase lo mismo a las muchachas que todavía tenemos en custodia.

Los negros y rasgados ojos no abandonaban al agente Harrison, que no rompía con la lucha visual.

—No vale la pena —murmuró Chris, apretando con cariño el delgado y firme bíceps que todavía envolvía—. Sigamos trabajando. Tenemos mucho que hacer.

—Sí, tráiganme respuestas. Y más importante. Resultados.

Los tres agentes marcharon hacia la puerta de vidrio y cuando el gigante estaba por salir de último, su jefe lo detuvo.

—Agente Webb, quédate un minuto más. Cierra la puerta y siéntate.

Su tono denotaba cansancio y Webb reparó de pronto en el consumido semblante del hombre que rozaba los sesenta años. Sus ojos eran enmarcados por unas ojeras oscuras y todo su cuerpo parecía carecer de energía.

—Señor, ¿se encuentra bien? —preguntó cuando se acomodó en el asiento señalado.

—Nada de esto está bien, Chris —que usara su nombre sólo significaba que algo más ocurría—. Cuando casi tres meses atrás me informaste del caso de las chicas rescatadas en el puerto, no creí que el alcance sería tan extenso. Estoy agotado. No es como imaginaba que iba a retirarme.

—¿Retirarse? Señor, ¿cómo puede pensar en eso? Todavía tiene mucho que hacer. Agentes que guiar.

Era sincero. Paul Estrada era un excelente líder. Apoyaba a sus agentes y sabía potenciar las fortalezas de cada uno de sus subordinados para obtener los mejores resultados.

—Mi esposa me dio un ultimátum. Me echará de casa si no me jubilo pronto —la leve sonrisa demostraba que era una exageración. La esposa del agente maduro era un ángel que siempre lo había apoyado y acompañado los años de labor peligroso, noches sin llegar a casa y el terrible temor de que un día, una llamada le rompiera el corazón—. Le prometí que nos iríamos a un largo crucero y después de soportarme tantos años, tiene razón cuando dice que no tengo la energía de antes. Merezco vivir un poco antes de ser demasiado viejo para disfrutar.

—Usted no disfrutará del retiro. ¿Qué va a hacer con tantas horas libres?

—Me gusta la jardinería. Podría aprovechar a mis nietos ahora que son pequeños, antes de que crezcan demasiado y no me soporten —Chris alzó una ceja, incrédulo, riendo por lo bajo—. No digas nada. Eres todavía muy joven para entender. Pero ya llegará el día que querrás pasar más tiempo con tu familia.

Eso fue como un cubo de agua helada. La nostalgia lo abatió y se removió incómodo en el asiento.

—¿Qué era lo que quería decirme? —cambió el rumbo de la conversación.

—Ah, cierto. Mira Chris. Ya me has escuchado decir que este caso es importante. Has hecho un increíble trabajo hasta aquí, y sé que seguirás haciéndolo, aunque ahora todo parezca que se complica.

—No soy sólo yo. Lara es mi compañera y trabajamos juntos a la par. El mérito es de todo el equipo.

—Sí, sí. Y el grupo de Harrison también hace un gran trabajo. —Chris rodó sus ojos—. Sé que no te cae bien. Te entiendo. Después de todo, nos lo encajaron los superiores y lo pusieron a cargo en un principio, pero debes reconocer que su experiencia previa ayudó en el caso del japonés. Al menos, para identificarlo. Seguimos sin conocer a los responsables. —Webb se mantuvo imperturbable, aunque su mente voló a un par de ojos dorados—. ¿Verdad? —tanteó el superior.

—Así es. Posiblemente, haya sido una banda rival. Y si se trata de otros japoneses, con lo vengativos que son, habrían venido a acabarlo para luego escapar por donde vinieron antes de que pudiéramos hacer algo.

—Ya no importa. El caso está cerrado. Yo voy a jubilarme cuando esto acabe y tú, tomarás mi lugar como supervisor —soltó con naturalidad.

Segundos tardó en reaccionar ante la última sentencia.

—¿Su-supervisor? —No lo podía creer y sus labios llenos ser curvaron en una sonrisa de feliz conmoción—. Joder, jefe. ¿Es en serio?

Un gesto paternal del hombre frente a él correspondió a la sonrisa.

—No hay nadie más adecuado y en quien pueda confiar para seguir guiando a los agentes dentro de los principios de la agencia. Eres valiente, inteligente, feroz, honesto y sería todo un orgullo para mí saber que dejaré mi lugar a alguien que hará un trabajo mejor de lo que he hecho.

—Es todo un honor. Le agradezco su confianza —sus pies se afirmaron al suelo cuando se paró y su brazo quedó extendido listo para estrechar su mano cuando el agente Estrada hizo lo propio—. No lo defraudaré señor.

—Sé que no lo harás, hijo.


Su boca estirada parecía que iba a dividir su cara cuando salió de la oficina de Paul Estrada. Lara, que no había partado sus ojos de las dos figuras, saltó desde su lugar para encontrarse con Chris en su escritorio, tratando de comprender cómo, después de la reunión de mierda, salía tan feliz.

—¿Me vas a decir qué te dijo para que sonrías como un imbécil?

El atlético cuerpo se dejó caer sobre su silla, girando hacia su compañera, que apoyaba su trasero en el filo de la mesa. Recostó su ancha espalda y fijó sus ojos luminosos en los oscuros que lo escudriñaban.

—Nada. Sólo que, cuando todo esto termine, tendrás que buscarte otro compañero.

—¿Pero qué mierda? —lo golpeó en un hombro—. ¿Y eso te tiene tan feliz? Es realmente ofensivo.

La risa que brotó de Chris hizo danzar su nuez de Adán cuando echó la cabeza hacia atrás. En ese instante, Lara se juró que si fuera heterosexual, no podría evitar caer rendida ante semejante hombre.

—Amiga mía, si todo sale bien, estás viendo a tu próximo supervisor.

La redondez en los ojos de Lara lo hizo reír otra vez.

—¡Chris! Felicitaciones. Mereces ese ascenso.

Una seductora voz irrumpió entre los amigos, que se habían puesto de pie para estrecharse en un desparejo abrazo.

—¿Qué es eso de un ascenso?

—¿Qué te importa, agente Moore? ¿No tienes algo qué hacer? ¿Como lamerle los zapatos al agente Harrison?

—Graciosa. El agente Harrison salió después de la reprimenda. Pero tienes razón en que tengo mucho que escribir después de lo de anoche. Pero me detuve al escuchar la gran noticia —se volteó hacia el hombre que no disimulaba su desencanto. Desde aquella noche no habían vuelto a cruzar palabra más de lo estrictamente laboral—. Piensas mal de mí, sin embargo, me alegra que te den ese puesto. No creo que haya mejor agente aquí que tú —se acercó para depositar un suave beso en la mejilla recientemente rasurada—. Felicitaciones.


Con una sonrisa descarada, pasó por al lado de Lara y se encaminó hasta su escritorio, donde tomó su celular y marcó un número que no tardó en responder.

—El jodido agente nos complicará más el trabajo si no nos deshacemos de él pronto —habló en cuanto supo que era escuchada alzando la vista y mirando un punto fijo.

—Todavía no. Necesitamos conocer el contacto y al responsable del asesinato del japonés. Sólo así el jefe podrá mantener la alianza con el clan. 


N/A:

Ay, Peter, Peter... qué estás haciendo?

Parece que dejará a Gigi lejos. O no?

Espero que les haya gustado. No se olviden de votar si es así.

Gracias por leer, Demonios!

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