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37. ¿Quién caraj... es Mickey? 🔞

37. ¿Quién caraj... es Mickey?

Habían dejado sus cascos a resguardo en el elegante guardarropas y tras superar varias entradas custodiadas por gigantes que no escatimaron miradas libidinosas sobre Aurora —a las que Steve enfrió con altanería y arrogancia amenazante—, llegaron a un enorme salón subterráneo decorado con extravagancia, exudando riqueza, poder y los más bajos instintos del ser humano.

Hombres y mujeres lucían sus mejores galas como si de una fiesta de la realeza se tratara, teniendo como centro y fuente de entretenimiento un ring de lucha de ocho lados enrejado, desde donde el sonido de golpes, quejidos, huesos rotos y gritos salvajes se combinaban con las voces que rodeaban el espectáculo desde sus asientos, exigiendo por sangre, sudor y dolor.

Bebidas, dinero y drogas circulaban con velocidad pasmosa de mano en mano. El olor a tabaco, estupefacientes y sexo se fundía con el de la sangre, alterando los sentidos de los presentes, exaltándolos hasta el frenesí.

Sus mágicos orbes registraban cada centímetro del impresionante y confuso ambiente.

—Steve, esta sorpresa no me agrada. No es como las que sueles darme —protestó cruzando sus brazos, resaltando sus pechos.

El ceño fruncido y la nariz arrugada de Aurora era un cuadro muy entretenido de observar para Steve, que no perdía detalle de su mujer.

La poderosa mano de su esposo la apretó de lado contra su cuerpo duro y su boca carnosa jugó con su lóbulo, calentando con su aliento su piel.

—Lo siento mi niña. Pero esto no es una sorpresa romántica.

—No me digas. No lo había notado —su sarcasmo fue castigado con un mordisco en la tierna carne de su cuello, que la hizo gemir, cerrando brevemente los ojos.

—Lo que ves aquí, es parte de tu entrenamiento —la posicionó delante de él, con la espalda apoyada contra su musculoso torso, tomándola de sus caderas—. Esta es mi sala de entrenamiento. Cuando Gerard —sintió el ácido todavía quemar su garganta—, ya no pudo seguirme el ritmo y Andrew tampoco fue suficiente, este lugar se convirtió en el perfecto escape para mis ansias de sangre y práctica sin necesidad de contenerme. Aunque tampoco hacían mucha diferencia.

—Los acababas rápido —concluyó. Él asintió con un sonido de su garganta y un beso a un lado de su cabeza—. Me estremece saber que de alguna manera disfrutabas descargar todo tu poder sobre ellos. Pobres víctimas. Pocas veces te he visto luchar en situaciones reales.

—Porque suelo ser tu ángel guardián desde las alturas —rodeó su pequeña cintura con sus brazos, apretándola más a su entidad, declarando así la necesidad de tenerla bajo su piel.

—Así es —posó sus brazos sobre los del hombre que la envolvía de tantas maneras—. Entonces... ¿quieres que sea yo la que entrene aquí con desconocidos que no me han hecho nada?

—No te habrán hecho ningún mal, pero en cuanto entres al Patio de Juegos, te volverás su blanco, sin importar que seas mujer.

¿Patio de Juegos?

—Así le dicen al octágono. No te fíes cariño. Querrán tu sangre. Y muchas veces, hasta tu vida.

—¿Luchan a muerte?

—Aquí, nada importa, salvo el dinero. Los luchadores muertos son eliminados, y los heridos de gravedad, lanzados por ahí. Este lugar está protegido por políticos corruptos y todos saben que no deben hablar de lo que ocurre aquí. Mira, ¿ves a ese hombre a las once en punto rodeado de mujeres que podrían ser sus hijas? —La cabeza dorada se movió afirmativamente—. Tiene un cargo político muy alto y es uno de los más asiduos a este tipo de eventos.

—¡Qué decepción! Bueno, nada de eso me sorprende. He aprendido mucho en poco tiempo. Esto no es nada.

—Lamentablemente, tienes razón. Son las luchas clandestinas de alto nivel. Las apuestas aquí son obscenas. —Los abucheos y gritos eufóricos escalaron niveles ensordecedores cuando uno de los combatientes dejó inconsciente a su oponente—. Vamos mi niña. Preparémonos.

La tomó de la mano y la guio a lo que resultó ser un vestuario. Ignorando a otros luchadores con sus torsos desnudos y en pantalones cortos que se movían para preparar sus músculos descomunales y brillantes por el sudor producto de los nervios y del calentamiento, la llevó a una puerta en un lateral, que resultó ser un pequeño habitáculo que parecía de almacenamiento.

—Bien, nos prepararemos aquí —explicó, quitándose la chaqueta de cuero y gruesa piel por dentro, para seguir con la camiseta que cubría su torso—. Yo pelearé primero, para que conozcas la dinámica.

Steve continuó con su pantalón, colocándose en su lugar, el deportivo corto que cargaba en el morral que habían llevado con ellos.

Los ojos ambarinos se deslizaron por cada relieve desnudo, haciéndola suspirar como si fuera la primera vez que lo veía.

—¿Así vas a pelear? —su ceño estaba fruncido, pensando en las hormonas que revolucionaria en el exterior.

—Tranquila mi niña —se mofó—. Podrán ver, pero no tocar —le guiñó un ojo, logrando encender sus mejillas.

—Eres mío. Sólo mío y no me gusta que disfruten y mucho menos que fantaseen con lo que me pertenece.

El rubio despeinó sus cabellos, para darle un aspecto rebelde que ocultase sus facciones, dificultando identificarlo como el billonario Sharpe.

Y aumentando de alguna manera su atractivo.

—Aurora, me prende esta nueva faceta de ti siendo celosa. Y que compartas lo molesto que es ver cómo te devoran con los ojos. Pero así como a veces quiero arrancar los globos oculares de esos atrevidos —la atrapó con fiereza contra su cuerpo, atormentándola con la dureza de su erección—, debo decir también que me regocijo de saber que me envidian cuando soy el jodido afortunado que te folla toda la noche, arrancándote gemidos y orgasmos únicos.

—Steve —jadeó, percibiendo la temperatura caldearlos en el pequeño espacio—. No puedes ir en este estado —bajó su mano apretando el bulto entre ambos, provocándole un gruñido erótico—. Será mejor que bajes eso de inmediato, o te lo arranco. Suficiente tengo con compartir tu cuerpo, como para que tu... miembro acapare más la atención de las damas.

El maldito se alejó un paso riendo por lo bajo, usando su mano para apretar con sorna su polla por encima de la tela.

—Tal vez, necesite una ayuda. ¿Se te ocurre quién puede asistirme?

Aurora encendió su mirada de oro fundido y descontó la distancia con un lento y provocativo paso, terminando de rodillas frente a la entrepierna masculina.

—Sólo hay una respuesta. Siempre la misma —sus manos tomaron el elástico de la prenda y la arrastró junto con el bóxer hasta los tobillos, descubriendo el imponente mástil que se izaba orgulloso y enorme—. Yo.

—Tú, mi niña —confirmó. Empuñó las hebras suaves y doradas y de una estocada, metió su virilidad en la húmeda cavidad que salivaba hambrienta de su carne.

Le folló la boca como si fuera un adolescente caliente. Sin delicadeza ni sutileza. Su pelvis se empujaba con brusquedad, embistiendo hasta lo más profundo de la garganta de la dueña de sus mejores mamadas.

Cada cuadrado de su abdomen estaba en tensión, sintiendo como se agolpaba en su vientre su próximo orgasmo.

Aurora elevaba sus ojos hacia un Steve perdido en su bruma de placer. Su cara desencajada, sus labios entreabiertos, sus pupilas dilatadas eran un afrodisíaco para ella, que sentía su centro palpitar, humedeciendo y echando a perder sus bragas.

Los delgados dedos envolvieron parte de su ancho y largo pene, y amplió la tortura con una rápida masturbación que lo llevó en segundos al punto álgido del clímax, derramando su cálido semen en la boca pecadora con un largo gemido gutural.

—Mierda, Aurora —jadeó, empujando varias veces más con pereza su cadera contra la cara de la joven—. Ahora, quiero más. Estaré muy motivado a terminar lo antes posible para largarnos.

La lengua recorrió todo el tallo todavía necesitado, lamiendo todo resto de la esencia masculina.

—Yo tendré que hacer lo mismo cuando me toque pelear —se limpió las comisuras de su boca y se levantó, siendo arrastrada por los poderosos brazos de su esposo—. Lo haré en treinta segundos.

—Presumida —ambos rieron—. Debes enlistarte enseguida —la besó en la boca cerrada con pasión.

Acomodó su ropa y su polla semiconsciente, que amenazaba con volver a imponerse al seguir los movimientos de la muchacha, que se despojó de sus prendas superiores, quedándose con un simple top deportivo que captaba la atención sobre los montes de sus generosos senos; y los pantalones ajustados con los que había llegado.

Aurora se quitó su colgante y alianzas y con un gesto de la mano, recibió la argolla de su esposo.

Se agachó hacia el mismo bolso que trajo Steve y guardó los objetos y la ropa sobrante. Sacó la prenda más importante de esa noche y se la colocó sobre su rostro, volteando hacia el hombre que la evaluó de pies a cabeza, deteniéndose en el objeto facial.

—Es la misma máscara que usaste en la fiesta de Edward.

Su esposa, la dulce y sensual mujer, quedaba oculta tras la protección de Shiroi Akuma. Una versión recatada del ser quimérico, pero que surgía con una seguridad diferente ante los hombres que podrían ser una amenaza para ella o alguien más.

—Así es. Tú te despeinas para desviar la atención de posibles curiosos. Yo cubriré mis facciones con este antifaz. Pensaba conseguir otra para nuestras misiones. Evitar así ser reconocida.

—Buena idea.


Cuando el presentador alzó la voz anunciando la inesperada presencia de El Rey de Oro, los aplausos y gritos amenazaron con derrumbar la estructura. Hacía meses que el mejor combatiente no los deleitaba con su muestra de habilidad.

Y su cuerpo tallado de manera soberbia por algún dios del pecado.

Aurora, enmascarada, se había ubicado en un rincón cercano al escenario de combate enrejado con el morral colgado de un hombro.

Sus orbes siguieron el intimidante caminar del luchador, cuyo rostro no era plenamente visible por sus hebras de rubio oscuro. Dos esferas zafiras —encendidas con gélido sadismo—, enfocaban amenazantes hacia su oponente. Un enorme monumento que asemejaba el mejor espécimen de soldado soviético de la guerra fría, de cabellos platinados y ojos celestes, que ya lo esperaba en el campo de batalla.

Las mujeres soltaban a viva voz cualquier tipo de vulgaridad, mencionando lo que harían con El Rey de Oro y algunas partes de su cuerpo. Una en particular.

La joven sonrió cuando su esposo la encontró y le guiñó uno de sus ojos, y su mente acalló todo comentario a su alrededor.

Podrían desearlo. Pero ese hombre. Ese Adonis pervertido, cariñoso, posesivo y devoto a ella, era de su propiedad.

La campana la despertó y enfocó su atención en el baile pugilístico frente a ella.

No comprendía qué ocurría en su cuerpo, pero cada impacto dado por Steve en el muro de músculos de piel blanca —manchada de sangre—, le producía una descarga eléctrica que se concentraba en su entrepierna.

Sus pezones se endurecieron bajo su top y su respiración se volvió errática al perderse en la contracción de cada músculo del rubio. En la fluidez de sus movimientos perfectamente coordinados. Su piel dorada brillaba por el sudor, sin ningún rastro escarlata que rompiera su armonía, al ser el dueño de todos los golpes de puños y patadas.

El animal con el que se enfrentaba no tenía ninguna oportunidad con el experto luchador y en un abrir y cerrar de ojos, el ruso cayó al suelo, con los ojos blancos y la lengua salida.

—¡El ganador... El Rey de Oro!

Su visión quedó bloqueada cuando un carísimo esmoquin se detuvo frente a ella.

—Linda máscara —el rostro que acompañaba esa voz no ocultó el recorrido visual que hizo sobre su anatomía, relamiéndose los labios—. Me gustaría tenerte en mi cama usando sólo eso.

—No, gracias. Paso —declinó con firmeza, sin dejar de ser amable.

—Vamos, linda. Si estás pidiendo a gritos que te follen como la perra que se nota que eres. No te hagas rogar —un largo brazo enfundado en la negra tela la cercó por un lado de su cabeza al apoyar la mano en la pared que usaba de sostén—. No perdamos tiempo en jueguitos ridículos cuando sabemos que terminarás por ceder como cualquier zorra de aquí.

El rechazo fue inmediato en la muchacha, para quien resolver esos encuentros siempre le resultaba más sencillo que los que había sufrido por Crystal.

—Te gustará más mantener tus preciadas joyas sanas y salvas en tu entrepierna, para que las puedas encontrar cuando alguna otra caiga ante tan patético intento de hombre. Lamento a la pobre que tenga que lidiar contigo, cuando no entiendes el valor de una mujer —elevó su quijada con altivez y se deslizó por su lado.

Su brazo fue apresado y a través del agarre pudo sentir la humillación y la rabia del sujeto. Se volteó hacia él, comprobando que sus ojos turquesas ardían rojos.

—Maldita puta. ¿Quién mierda te crees que eres para rechazarme?

Apretó su puño. Odiaba esa palabra con todas sus fuerzas.

—La que te romperá la mano si no la quitas.

Pero no la quitó, por lo que, siguiendo a sus palabras, lo capturó con una llave de defensa personal, infligiéndole dolor en su extremidad, para regalarle como cierre final un rodillazo entremedio de sus muslos.

Sorprendido y dolorido, soltó sus garras, retorciéndose en el lugar con sus manos sobre sus testículos cuando fue abandonado por la sensual torturadora.

Pasando entre los espectadores, llegó al acceso del octágono, donde Steve la esperaba, con una ceja arqueada y su media sonrisa tentando sus labios.

—¿Todo bien?

—Fabuloso.

—Bien. Ahora es tu turno. Veremos cómo te va en esos treinta segundos, mi niña —desafió.

Su esposa le sacó la lengua en respuesta.

Descendió la escalinata y con un movimiento de su mano, llamó al organizador mientras Aurora le entregaba la mochila y avanzaba hacia su propia pelea.

Desde el centro, giró trescientos sesenta grados, escaneando todo a su alrededor. Veía los rostros eufóricos de hombres y mujeres. Escuchaba todo tipo de insultos o perversiones dedicadas a ella, que decidió ignorar para observar a su esposo —que se había cubierto con las prendas con las que había llegado, colocándoselas por encima del pantaloncillo—, hablándole al oído a un hombre maduro, bajo pero de contextura física maciza. Tenía aspecto de exluchador, con su nariz rota y mandíbula cuadrada.

El desconocido asintió y una sonrisa maliciosa se estiró por toda su cara, acompañado de un brillo ambicioso en sus ojos.

Segundos después, el orador también recibía instrucciones para luego ubicarse junto a Aurora con el micrófono.

—Damas y caballeros. Esta noche presenciaremos un espectáculo sin igual —deslizó sus ojos de arriba a abajo sobre el cuerpo femenino y rio por lo bajo, meneando su cabeza—. Conoceremos el poder de La Demonio. —Aurora abrió grande sus ojos y buscó a Steve, que se mantenía inmutable—. ¿Quieren verla en acción? —Gritos y silbidos estallaron. Se hicieron más ensordecedores cuando por la entrada aparecieron tres hombres desnudos de la cintura para arriba y con sus pantalones cortos—. Hagan sus apuestas.

Abucheos inundaron el lugar. No porque condenaran que tres hombres pelearan contra una hermosa y aparentemente frágil muchacha. Sino porque consideraban que habría un obvio desenlace.

El presentador desapareció y los rivales de Aurora la rodearon.

Se reían, le tiraban besos y hacían gestos obscenos.

—Bonita. Pronto te tendré de rodillas. No te preocupes. Te dejaré la boca intacta para que puedas ocuparla en algo muy provechoso.

—Tampoco te golpearemos mucho en las tetas. Quiero saborearlas y hacértelas sangrar a mordidas —habló otro—. Y después, aprovecharlas para una rusa.

—Y luego de follarte por todos lados, te liberaremos. O lo que quede de ti —añadió el tercero.

Aurora se limitó a sonreír de lado. Fingió un bostezo.

—Sus discursos llenos de testosterona y estupidez me aburren. Empecemos ya. Se supone que ustedes serán mi entrenamiento de este día, aunque no sé si valdrá la pena el tiempo de viaje. Aprovechemos nuestros treinta segundos juntos antes de enviarlos al mundo de los sueños.

—¿Treinta segundos? ¿Quién mierda te crees que eres? —gruñó el primero.

—Tienes razón. No serán necesarios. Cinco segundos para cada uno serán suficientes.

—Ya veremos, perra.

Los tres rieron al unísono y como si fuera una señal, se abalanzaron sobre la figura en el centro, que los recibía con el fuego de su sangre mutante encendido en sus iris.

En un abrir y cerrar de ojos, sus adversarios cayeron uno tras otro sobre la superficie del campo de batalla.

El silencio se volvió espeso en el lugar.

Sólo se escuchó el ruido de la puerta enrejada abrirse cuando Aurora abandonó el Patio de Juegos, siendo recibida por un orgulloso Steve, que le sonreía sutilmente.

—¿La Demonio? ¿En serio? —protestó en cuanto se detuvo ante el imponente hombre.

—Sé que no te gusta esa referencia. Tú eres un ángel, pero aquí, es conveniente sacar a tu demonio. Es más intimidante —explicó rozando sus narices.

La atrajo bruscamente contra él tomándola por la nuca, devorando sus labios ante el pasmado público, que lentamente comenzaba a mumurar expresiones tales como <<esa mujer es realmente un demonio>>; <<jamás vi una cosa así>>; o <<¿de dónde salió?>>, tratando de asimilar lo ocurrido.

—Bien hecho, mi niña —le susurró contra su boca, después de darle un mordisco a su labio inferior—. Y con quince segundos de sobra. Pero para la próxima, podrías dar un poco más de espectáculo.

Ella se encogió de hombros, rodeando el cuello de su hombre con sus brazos.

—Lo pensaré. Lo único que me interesaba era salir de aquí con mi esposo, para que sigamos con lo que tenemos pendiente.

—Sus deseos son órdenes.

Sus ojos azules se oscurecieron ante la promesa de una nueva noche estelar. Iba a follarla de todas las maneras imaginables, hasta que el sol los bañara con su luz. Hasta gastar su garganta de tanto gritar.

—Por cierto... ¿qué es una rusa?

—¿Una rusa? —No comprendía la referencia—. Imagino que no hablas de una ciudadana rusa.

—No. Ellos mencionaron algo de usar mis... —señaló con sus ojos su busto—, mis atributos para una rusa.

—Ay, carajo. —Steve mordió su labio inferior y tragó grueso, haciendo bailar su nuez de Adán—. Te lo mostraré en casa.

Su voz sonaba ronca, erizando la piel de su niña.

Capturándola por su culo, la alzó, haciendo que Aurora lo rodeara con sus largas piernas y se encaminaron a la salida.

Con cada paso dado, los espectadores los seguían con ojos desorbitados, hasta que una mujer comenzó a gritar.

—¡Viva la Demonio! ¡Que se metan sus vergas por el culo! ¡Para que teman a las mujeres poderosas, capaces de derrotar a tres hombres de una sola vez!

A ella, le siguieron otras, en tanto muchos hombres maldecían haber perdido sus apuestas.

***

Ignorando la poca vida del lugar —con sus escasos aullidos, música erótica para las bailarinas que se deslizaban en los caños del escenario y hasta a Mitchell en el pasillo—, Peter había escalado hasta la planta superior del club para adentrarse en su despacho.

Pasaba su mano por el largo de su rostro, con fatiga. Sólo quería sentarse en su silla, darse una línea de coca y contemplar por el ventanal de visión unidireccional el movimiento de los clientes y las muchachas.

Verla a ella.

La odiosa niñata que contoneaba sus pequeñas caderas entre las mesas y sonreía a cualquiera, que no fuera él; y que durante esa escasa semana lo había estado volviendo loco con sus provocaciones y su lengua soez.

<<¡Basta! No te interesa esa chiquilla>>.

Abrió la puerta de la oficina y sus ojos entrenados captaron en la habitación de tenue iluminación un veloz movimiento deslizarse por debajo de su escritorio. Su estructura de madera antigua y maciza con detalles tallados en sus lados, no permitía la visión de la parte inferior desde el frente.

Alzó una de sus cejas y con paso lento y silencioso llegó junto al hueco posterior, desplazando la silla hacia atrás para descubrir el pequeño cuerpo que se cubría con sus manos su infantil cara, como si de esa manera se pudiera hacer invisible.

—¿Qué haces aquí, Noah? —se acuclilló, tomando sus manos y obteniendo su atención—. ¿Dónde está tu mamá? ¿Ella te dejó venir?

—Lo-lo shiento Petel —sus ojos avellanas se abrieron enormes, oscilando por las lágrimas a punto de derramarse—. Busco a Mickey.

—¿Quién caraj... —se contuvo justo a tiempo—, es Mickey?

—Mi latón.

—Joder —murmuró—. ¿Qué es un latón?

En serio necesitaba un traductor con el niño.

El pequeño bufó e infló sus mejillas con aire.

—¡Mi latón! —exclamó exasperado, arrancando una leve risa a Peter.

—Lo siento —alzó sus manos—. Sea lo que sea, lo encontraremos. ¿Cómo es?

El niño llevó un dedo a su barbilla, pensando su respuesta.

—Blanco. Olejitash loshitas. Nalishita loshita. Cola blanca y bigotesh blancosh.

¿Hablaba de un conejo? Eso debería ser fácil de hallar.

—Bueno, encontremos a Mickey entonces.

El rostro de Noah se iluminó y asintió eufórico con la cabeza, enseñando sus hoyuelos al sonreír y sacudiendo sus rizos cobrizos. Siendo tomado por las manos que tantas vidas había quitado, salió de su escondite, poniéndose de pie y abrazando la pierna del hombre que se había vuelto en un segundo en su héroe.

Glaciash Petel. Te quielo.

—Todavía no lo encontramos —carraspeó, sintiendo un extraño nudo en su garganta. 

Acarició con torpeza los cabellos rebeldes. El contraste de los bucles con sus nudillos rojos lo hizo recordar el tipo de hombre que era y el pecho ardió. Escondió la mano herida y tosió incómodo.

—Empecemos.

Buscó un interruptor para dar más brillo al ambiente, pero falló en el intento cuando el botón sólo hizo ruido, pero no entregó la tan preciada luz. Al parecer, la lámpara del techo no funcionaba. Eso haría algo más difícil la búsqueda.

***

Gigi aprovechó una breve pausa y se había dirigido hacia uno de los camerinos.

—Noah, bebé. Te traje algo de comer.

Había obtenido los restos de un bocadillo abandonado sin ser tocado y lo había capturado para que su niño tuviera algo en su estómago esa noche.

 —¿Noah?

—Hola Gigi. —La joven volteó a ver la figura de perfectas y sensuales curvas de Egeria entrando después de su número de baile—. ¿Qué haces linda? —se quitó la peluca roja luciendo su cabellera negra y se miró en el espejo, evaluando su maquillaje.

 —Busco a Noah. Lo dejé aquí —su voz empezaba a temblar—. Le dije que no se moviera de este lugar.

Egeria, preocupada, la tomó por los hombros y la obligó a mirarla a los ojos.

—Gigi, respira. No pudo ir lejos. Te ayudaré a buscarlo y le diré a las demás lo mismo.

—Gracias —la abrazó, sintiendo las lágrimas empañar su visión—. Iré arriba. No creo que haya subido solo, pero empezaré por allí e iré bajando.

***

<<¿Quién mierda me envía a mí a buscar un puto conejo?>>.

Peter rezongaba mientras Noah llamaba por su nombre a su mascota.

La puerta se abrió suavemente sin llamar la atención y la imagen que Gigi recibió la dejó pasmada.

Toda la estancia estaba dada vuelta. Y la alta figura —al menos, en comparación a su casi metro sesenta—, se hallaba arrodillada junto a su hijo.

Abrió del todo y avanzó al interior, llevando sus brazos en jarra.

—¿Qué es todo esto? ¿Qué le han hecho al despacho de Mitchell?

—¡Mami! —soltó sorprendido el pequeño y enseguida corrió a sus brazos, siendo recibido por su madre acuclillada—. Mickey eshcapó y Petel me ayuda.

—Y técnicamente, ahora es mi despacho —respondió Peter desde su posición sin mirar a la recién llegada concentrado en su fallido intento de búsqueda, por lo que no la pudo ver rodar sus ojos.

Peter, evidentemente agotado, se irguió. Deslizó desanimado y exasperado su mano por su cara.

—No entiendo cómo es que un conejo es tan difícil de encontrar.

<<Maldito acento desestabilizador mojabragas>>.

Se abofeteó mentalmente.

<<¡Contrólate mujer! >>.

—¿Conejo? —Gigi arrugó su frente. Pasó a reír cuando comprendió la confusión—. Mickey es un ratón. Por eso el nombre de Mickey. Por Mickey Mouse. No digas nada al respecto. Noah lo llamó así.

—¿Qué? —Los ojos bicolores se abrieron al máximo—. ¿Un puto ratón? ¿Estuve buscando por veinte minutos un puto ratón?

—¡Mami! ¡Mala palabla!

Gigi reprendió con la mirada al extranjero, quien se ruborizó. Nadie creería que era un mafioso a quien temían en su tierra natal.

Si Georgia no lo despreciara tanto, se reiría por la actitud.

<<Sí, ja. Repítetelo hasta que puedas convencerte>>.

—Lo siento. Mi cultura infantil es bastante inexistente.

—Pero alguna vez fuiste niño, ¿no?

Él chasqueó la lengua y evitó su mirada burlona, dirigiéndose a su escritorio, recargando su trasero en el filo de la mesa  y cruzando sus brazos sobre su pecho, captando la atención de la muchacha ante la visión de sus bíceps enfundados en su elegante camisa enrollada hasta los codos, compartiendo sus antebrazos tatuados.

Tragó grueso y apretó las piernas, esperando que su reacción no fuera evidente.

—Entonces... un ratón. Eso es más difícil.

Como si Mickey hubiera estado esperando para hacer su entrada triunfal, decidió que ese era el momento para dar sus veloces pasos desde debajo de uno de los libreros, luciendo su blanco pelaje en el medio de la alfombra oscura.

—¡Ahí etá!

Peter no lo dudó. Tampoco entendió qué lo motivó, pero de un brinco capturó al minúsculo animal entre sus manos, sintiéndolo moverse entre sus palmas.

Sonrió triunfante, elevando toda su altura con orgullo.

Gigi quedó embelesada en esa sonrisa esplendorosa que quería desbancar el sentimiento de rechazo que se había autoimpuesto.

Sacudió su cabeza, esperando hacer lo mismo con sus pensamientos.

Noah extendió sus bracitos hacia Peter, abriendo y cerrando sus manos, pidiendo con grititos su mascota.

—Aquí tienes Noah —rio al hacer el traspaso.

No pasó desapercibido ante Gigi las marcas en el dorso de las manos del hombre que presentaba para ella un constante dilema.

Pero apretó sus labios en una fina línea para callar sus dudas. No era de su incumbencia.

En cambio, se dejó envolver por el magnetismo de Peter, a quien la cercanía de la menuda madre lo abofeteó con su dulce perfume y ambas miradas colisionaron deteniendo el tiempo a su alrededor.

Una imagen compartida por ambos nubló sus sentidos. Un cuadro donde se volvían uno entre gemidos, sudor y piernas enredadas. Embestidas certeras y exclamaciones de placer.

Los dos se sorprendieron por el juego de sus respectivas mentes y en un gesto sincronizado, se apartaron, sintiendo sus rostros encendidos.

<<¿Pero qué mierda me pasa? No soy un inexperto adolescente para sonrojarme de esta manera>>.

—Será mejor que me ponga a trabajar —carraspeó incómodo.

—Sí, claro. Yo también. Dejaré a Noah en uno de los camerinos para que cene y volveré para traerte algo de comer y beber. ¿Lo de siempre?

—Sí, gracias.

Adió Petel. Glashia. ¡Te quielo! —canturreó el niño al tiempo que era cargado fuera del despacho.

—Adiós Noah —susurró. 

Otra vez, su pecho latía con fuerza ante esas inocentes palabras.

Solo, entre las cuatro paredes, arrastró sus pies hasta la silla detrás del escritorio y se volteó hacia el ventanal. 

Esperaba. 

A ella. 

Que después de varios minutos, emergía del pasillo del personal hacia la barra. Seguramente para hacer su pedido. La seguía desde su posición de águila, sin perderse un movimiento de la muchacha.

Su mano se deslizó automáticamente hacia su entrepierna al sentir el dolor punzante de una erección que inició tras esa intensa imagen perturbadora. Se tocó por encima del pantalón.

—No. No puedo ceder. No otra vez, y menos con alguien como ella.

Cerró sus ojos e inspiró profundo, tratando de controlar sus impulsos.

La puerta se abrió abruptamente, sobresaltándolo y obligándolo a girar y refugiar la parte indecente de su cuerpo debajo del escritorio.

—Ad... Adam. ¿No sabes golpear la puerta antes de entrar?

—Podría hacerlo, pero no me interesa.

Peter resopló y rodó sus ojos.

Adam cerró y llegó hasta una de las sillas del otro lado de Peter luciendo una enorme sonrisa que apretaba un cigarro. Se dejó caer de golpe.

—¿Qué te tiene tan contento? —cuestionó, acercando un cenicero al menor, que usó para descargar la ceniza del nocivo vicio y que regresó a la boca, dándole una profunda calada antes de responder, eufórico.

—Retomamos el negocio. —Peter gruñó. Odiaba participar en ello. Adam, dándose cuenta, soltó una risita y otra exhalación de humo, impregnando rápidamente el ambiente—. Ya está todo listo. El lunes, aprovechando que el club está cerrado, me encargaré con el equipo de Durand de traer la primera tanda de productos recuperada hace tiempo. Y luego ampliaré la mercadería con nuevas estrategias.

—No me interesa saber nada del tema. No me incluyas en esas mierdas. Eso te corresponde a ti. Yo tengo lo mío.

—Pues, como jefe interino —su tono petulante no pasó inadvertido—, debo mantenerte al tanto de todo. Además, tienes que informarle a las bailarinas que pueden volver a usar las habitaciones para los bailes privados. Desde allí, camuflaremos el verdadero propósito de esas habitaciones modificadas para nuestros clientes y compradores más exclusivos. Y tienes que hacer algo con esta pocilga.

—Lo haré, pero no mucho, para no llamar la atención —respondió fastidiado, pasando su mano por su cara—. Algunas mejoras y reparaciones.

La suave voz de Daphne los interrumpió, tras unos toques en la puerta.

Entró con la habitual confianza, pero cuando vio a una figura desconocida, se detuvo.

El pelinegro aprovechó para observarla completamente como antes no había podido.

Lucía otro de los trajes de ninfa. Uno extremadamente revelador al constar de tan sólo un top —que parecía más un trozo de tela celeste rodeando sus pequeños senos—, y una corta falda del mismo color. Otro par de muñequeras de metal. Esta vez, de plata; y una peluca negra y de ondulaciones hasta el inicio de su trasero, con delicadas flores blancas en forma de corona.

Se preguntó cuál sería el color real de su cabello. Si acaso sería como el de Noah. Un castaño cobrizo encantador.

Su blanca piel lucía especialmente tentadora, lo que lo hizo maldecir por dentro cuando su verga creció otro punto en su apretado encierro.

—Daphne, pasa.

—Lo-lo siento. No sabía que tenías visitas.

Su pequeña y respingona nariz se arrugó ante la molestia del humo y buscó con la mirada una respuesta de Peter.

—Es sólo mi hermano.

El rubio llevó su mano a su pecho, fingiendo sentirse ofendido.

—¿Sólo tu hermano? Qué poco amor le prodigas a tu hermanito.

—¿Hermano? —abrió con sorpresa sus ojos, haciéndolos rodar de uno a otro, comparándolos. Lo único en común que tenían, era ser jodidamente atractivos. Allí terminaban sus semejanzas. Y el acento, obviamente.

—Claro, lo siento. No estabas cuando llegamos. Él —señaló con su palma al rubio que repasaba descaradamente a la menuda muchacha—, es mi hermano, Adam Verbeke.

—No se parecen mucho. 

—Uno rubio y otro de cabellos negros. Nuestros ojos no se asemejan salvo por ser claros. Lo entendemos. Somos muy diferentes, pero sí. Somos hermanos. De distintas madres, por eso la poca similitud. Al parecer, los genes de nuestro padre eran una mierda —explicó Adam.

—Ah, claro. Medio hermanos.

—Así es —respondieron ambos.

Un silencio incómodo se instaló mientras Gigi depositaba la bandeja sobre el escritorio. La leve inclinación hizo que su falda se levantara y Peter sintió un fuego encenderse en su pecho cuando captó a Adam escrudiñar el trasero de la ninfa.

—¿Cuántos años tienes, Daphne? —preguntó el rubio, con una sonrisa ladina y jugueteando con el cigarrillo entre sus dedos.

—Acabo de cumplir los veintiuno —titubeó, confusa. 

—Pareces más joven —pasó su lengua por su labio inferior, deteniéndose en el arete que lo decoraba, apretándolo entre sus dientes y asustando a la muchacha ante su mirada libidinosa. Tenía experiencia en esquivar ojos lujurioso, pero esos tenían algo más... oscuro—. ¿Sabes? Tengo clientes especiales que pagarían mucho por tener a una chica que luce adolescente.

—¿¡Qué!? No soy prostituta, maldito imbécil —gritó, dejando entrever un cambio casi imperceptible en su acento, lo que llamó la atención del nuevo propietario del club.

El cuerpo femenino estaba erizado y los puños apretados lucían aún más blancos. Sus ojos corrieron en busca de ayuda hacia Peter, que mantenía su quijada presionada con furia.

Merde! —Peter golpeó su palma contra la madera—. Comment diable demandez-vous cela? [¿Cómo diablos preguntas eso?]

Il n'y a rien de mal. Je comprends que certaines de ces fill le font. [No hay nada de malo. Entiendo que algunas de estas chicas lo hacen] —se justificó, encogiéndose de hombros.

Eh bien, pas elle. Alors laissez-la tranquille. [Bueno, ella no. Así que déjala en paz] —siseó grave el mayor de ellos, con su pecho agitado.

Gigi seguía la conversación abstraída con sus acentos y voces graves, percibiendo la tensión entre los hermanos.

Je comprens [Entiendo] —dijo de forma provocativa—. Tu le veux pour toi [La quieres para ti].

La muchacha interrumpió antes que Peter respondiera, incómoda y sonrojada.

—Yo... creo que es mejor que me vaya —su voz temblaba. Lo que acababa de presenciar la estremecía de una muy mala manera.

—Sí, claro Daphne. Puedes irte. Gracias.

Cuando quedaron solos, se recostó en el respaldo y sus ojos encendidos se posaron sobre Adam.

—Sólo fue una pregunta.

Recuperando su ritmo respiratorio, resopló.

—Espero que se haya creído lo de nuestra relación.

—Hey, porque seamos hermanos no tenemos que lucir idénticos. Además, no dije una locura. En realidad, te pareces mucho a mi hermano. Mucho más que yo. 

—¿Tienes un hermano? —sonaba sorprendido—. Te conozco hace algunos años y no sabía eso. 

Tenía. Medio hermano. Mayor. 

—¿Qué pasó? 

—Lo maté —se encogió de hombros despreocupadamente—. No era muy generoso para compartir sus cosas. Así que, le rajé el cuello cuando se negó a un gentil pedido que le hice. 

—¿Y por cosas quieres decir...? 

—A la perra de su novia. 

—Ah, claro. Qué hermano más egoísta. ¿Cómo no cederte a su novia? 

—¡Exacto! —Peter arqueó una ceja. Al parecer, el rubio no había captado el sarcasmo—. Así que, lo saqué del medio y me llevé a la zorra a mi cama. 

—¿Y aceptó sin más que hubieras matado a tu hermano? 

—Te dije, era una perra. Sabía lo que le convenía si quería seguir respirando.

—Nunca te vi con una misma mujer. Siempre estás con diferentes chicas. Sin contar a las putas de nuestro club en casa. ¿Dónde está ella?

—Una vez que me aburrí de follar el mismo coño, la maté cuando me empezó a joder porque me cogía a otras. Después de follarla una última vez. 

Se encogió de hombros una vez más. Palmeó sus muslos y se puso de pie, aniquilando el resto del cilindro contra el cenicero. 

—Bueno, suficiente de recordar épocas divertidas. Me iré a relajar un poco abajo. A conocer mejor a las chicas —rio con perversión—. ¿Vienes?

Negó con la cabeza.

 —Aburrido.

Siguió con la vista la espalda que se perdió tras el cierre de la puerta. Mantuvo sus ojos sobre la madera, jugando de manera hipnótica con su anillo, haciéndolo girar en su meñique. Con sus pensamientos perdidos en las palabras del psicópata que acababa de relatarle con una sonrisa cómo había asesinado a su medio hermano y a su novia como si fuera lo más normal.

Un escalofrío premonitorio recorrió su cuerpo.

Nunca había confiado del todo en él. En nadie, en realidad. Y su desconfianza sólo había aumentado exponencialmente.

No dudaba que debía estar atento y cuidar su espalda.

Conocía de traición.

No sería la primera vez.


N/A:

Mostrando un poco más a nuestros nuevos personajes.

Gigi parece que tiene una lucha interna. Y no es la única.

El club a donde Steve llevó a Aurora es el mismo que se menciona en DB #1 y DB #1.5.

Espero que les haya gustado.

Gracias por leer, Demonios!

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