36. Mundo de cristal
36. Mundo de cristal.
—¿En qué está metida esa cabecita tuya? —interrogó Steve desde su escritorio.
Sentada sobre el largo sofá de cuero, Aurora se había mantenido acariciando la cabeza del cachorro, la cual apoyaba sobre el regazo de la muchacha, en tanto su otra mano sostenía un grueso libro que desde hacía rato parecía haberse estancado en la misma página. Algo extraño en ella.
Desde que habían regresado a la empresa había estado hundida en la reciente experiencia de rescate. Algo diferente a las fríamente calculadas operaciones que planeaban juntos y que ejecutaban desde las sombras contra la trata de personas.
—¿Mmmm? ¿Perdón? —parpadeó dirigiendo sus orbes hacia la figura de Steve, que se había levantado para alcanzarla en su lugar con su elegante caminar—. ¿Qué decías?
—Pareces estar en otro mundo. ¿Qué te tiene perdida en el espacio? ¿Acaso la historia no es interesante?
—No es eso —suspiró, abandonando el tomo sobre la mesa ratona frente a ellos.
Su esposo le acarició la piel del cuello con la boca cuando se sentó junto a ella, luego de deslizar con sus gruesos y largos dedos el corto cabello rubio a un lado. Aumentó el contacto manual sobre su nuca, mimándola de arriba abajo hasta que se detuvo, encuellándola con su gran mano para obligarla a enfocarlo cuando el sensual roce la había hecho desconectarse por unos segundos.
Abrió sus párpados que había cerrado en ese trance y sus colores chocaron.
—Pensaba... —pellizcaba con sus dientes el carnoso labio inferior—, pensaba en Gloria y su hijo. He visto de cerca la crueldad, el maltrato, el abuso por parte de hombres desalmados. Mafiosos ambiciosos que ven a las mujeres como un objeto a saciar deseos. Pero hoy...
—Su esposo.
—Sí. Su esposo —repitió con un dejo de tristeza—. Es el responsable de quebrarla. De humillarla, golpearla y disminuirla, amenazando su vida, su libertad y la del hijo de ambos. La sentí tan frágil cuando se desmoronó frente a mí. Me siento... —el color dorado se empañó con la cortina de lágrimas contenidas—, con el corazón dolido.
—¿Cariño, estás segura de querer avanzar con el proyecto?
—¿Qué tiene eso que ver? —frunció su ceño, descartando la humedad tras un rápido pestañeo.
—Verás mucho de este tipo de situaciones en cuanto pongamos en marcha la fundación <<Cambia tu mundo>>.
Con asombrosa facilidad y maestría, tomó el grácil cuerpo y lo manipuló hasta sentarla de costado sobre sus fuertes muslos apretando el abrazo en ella, y perturbando en el proceso el cómodo descanso de Hunter, que resignado, se bajó del mueble para huir a su rincón acondicionado.
Aurora inmediatamente le rodeó los hombros con sus brazos y permaneció a un palmo del varonil y aromático rostro de duras líneas que la contemplaba con infinito amor y una nota de preocupación.
—Mira. Cuando eres Shiroi Akuma, es como si tuvieras una barrera protectora. Pero ese escudo cae al volver a la realidad. Sin embargo, ahí, no será Shiroi la que pondrá su pecho. Eres tú. Aurora Freya Sharpe.
—¿Y?
—No quiero que como precio a pagar te quiebres como el cristal, mi niña —explicó con un tono aterciopelado descendido en casi un murmullo—. Eres luz, calidez, alegría. Necesito que, si hacemos esto, porque sí, lo haré contigo, siempre, siempre, regreses a mí. En una pieza. Dura como el diamante y llena de colores cuando el sol te toca.
Quedó atrapada por su azul profundo. No escapó de ella la súplica aterradora que irradió de su grave voz.
Sintió el golpeteo desbocado de su corazón y la humedad volver a arder en sus ojos.
Como respuesta, selló el pacto con su esplendorosa sonrisa que calmó de inmediato la tormenta que había empezado a surgir en el corazón masculino al imaginarla rodeada de desolación y oscuridad.
Unió sus frentes, rozando su nariz con la de Steve.
—Siempre volveré a ti, mi amor. Porque, aunque yo sea tu luz, tú eres el que me hace brillar.
Se besaron con ternura, primero lento y de manera etérea, hasta que el contacto de sus labios abandonó la sutileza y se dejó arrastrar por la necesidad de sentirse bajo la piel del otro.
De borrar sus fronteras físicas una vez más.
Media hora después, con la ropa arremolinada en la alfombra y sus extremidades enredadas entre sus largos cuerpos sobre el sofá, Aurora susurró contra el pecho musculoso que la cobijaba su siguiente plan de acción.
—¿Estás segura de eso, mi niña? —preguntó después de escucharla con atención.
—Sí Steve. Debemos hacerlo. Tú no la viste desesperada, temiendo por la vida de su hijo y la de ella. Le prometí que la ayudaría y que no los dejaría solos.
—Entonces, deberemos cumplir con tu promesa. Nuestra promesa. Estamos juntos, mi niña. Tus promesas, son las mías.
Sonrió con los ojos, perdiéndose en la seriedad del azul de su mirada.
—No podría tener mejor compañero que tú.
—Lo sé.
La soberbia disolvió la gravedad del ambiente. Una palmada resonó en el despacho cuando esta impactó en el espacio libre del pectoral de Steve. La muñeca de Aurora fue aferrada antes de que hubiera un segundo golpe y guio la palma hasta su boca para morder el filo de la delicada mano.
—No me muerdas. ¿Acaso tienes hambre?
—¿De ti? Siempre —respondió juguetón, con su tenue sonrisa danzando en sus labios—. Jamás podré saciarme de ti.
Besó el centro de la palma. Aflojó su agarre permitiendo que Aurora la posara en su mejilla afeitada y sintió la calidez de ese gesto.
—Me siento mejor, cariño. Gracias.
—A tu servicio. No hay nada mejor que una buena follada para liberar endorfinas y distraer la mente. También estoy dispuesto a las mamadas que necesites.
—Sucio.
—Tú no te quedas atrás —sus cejas bailaron con coqueta perversión.
La suave risa con la que huyó de su mirada caló en medio de la caja torácica que se expandió emocionado ante ese sonido. Podrían estar disfrutando de los abrazos bajo la bruma post orgásmica o en medio de una salvaje cogida, que sus campanillas siempre lo alteraban, sacudiendo su músculo cardíaco en un ritmo diferente al frenético juego del sexo.
Siguió al sensual cuerpo cuando se desprendió del suyo y emitió un gruñido inconforme.
—No te quejes —regañó con una mueca graciosa—. Debes seguir trabajando. Y como señalaste, mi mente está más despejada y conforme con nuestro plan a seguir. Por lo que podré retomar la lectura.
Steve se sentó, contrayendo en el procesos sus abdominales, atrapando los ojos ambarinos que se oscurecieron por un breve instante.
—Tú también eres insaciable, mi niña. Acabas de devorar cada rincón de este cuerpo y ya quieres repetir.
—Cállate Steve —replicó, lanzándole la primer pieza de ropa que sus dedos se toparon.
Su esposo capturó la prenda y la abrió con ambas manos, proyectándola frente a él.
—No creo que me quede, cariño.
Aurora, que ya se encontraba de pie terminando de subir pantalón, volteó a ver y encontró que era su blanca blusa lo que Steve lucía delante de su sonrisa engreída.
—Tonto.
La rescató y se la puso, dejando que el hombre se irguiera e iniciara su propio recorrido para vestirse.
Sus ojos se posaron brevemente en el volumen que la muchacha recapturó una vez cubierta para proceder a sentarse una vez más en el sofá.
—¿Qué lees, mi niña? ¿Otra novela clásica? —indagó enfocándose ahora en sus ropas al acomodarlas en su atlética anatomía.
—He dejado de lado un poco eso. Especialmente las románticas. Ya sabes, después de que alguien me acusó de llenar mi cabeza de ideas ridículas.
—Joder —masculló, dejando caer sus hombros con desánimo, deteniendo sus dedos en la tarea de unir cada botón con su ojal al observar de reojo a la muchacha que ya se disponía a retomar su lectura—. ¿No vas a perdonarme nunca mi estupidez?
—Estás perdonado. Pero no olvido.
Sus palabas podrían haber sonado a una dura sentencia si no hubiera percibido un tono juguetón en ellas, lo que lo alivió.
—Puedes ser malvada.
—Aprendí del mejor.
Se arrodilló frente a ella, haciéndose un espacio entremedio de sus largas piernas, que se abrieron para recibirlo. Sus manos ascendieron lentamente desde sus rodillas hasta llegar a sus muslos, los cuales apretó con firme ternura.
—Pero nunca me superarás... tu corazón es demasiado noble y dulce para ello y no lo cambiaría por nada del mundo —la besó profunda y pausadamente, mordiendo su labio en la despedida—. Además, sirvió para darte otra valiosa lección.
—¿Cuál sería esa lección? —sus ojos se volvieron una línea suspicaz.
—Los hombres somos idiotas.
—¿Todos?
—Sin excepción.
La respuesta arrancó una carcajada que la hizo echar su cabeza hacia atrás.
—Lección aprendida.
—Mierda Aurora, nunca dejes de reír. —La sorpresa se dibujó en el dorado rostro, seguido de un brillo enternecido—. Ese sonido es pura magia —susurró el hombre que estaba sobre sus rodillas en cuerpo y alma—. Tampoco dejes de leer lo que desees. O hacer lo que anheles. Sabes que no debes limitarte por mí ni por nadie.
—Lo sé. Tú no me limitas Steve. Por el contrario, me muestras el horizonte y me retas a alcanzarlo.
Unos segundos que duraron una eternidad los hizo perderse en la visión del otro, hasta que Steve carraspeó y posó su dedo índice en el borde superior del libro.
—¿Entonces? ¿Qué tienes allí?
Aurora mordió una sonrisa de ilusión al tener la oportunidad de compartir lo que cargaba.
—El profesor Eureka me recomendó un excelente libro de ingeniería genética. Su autor es brillante. Y bastante joven. El Dr. David Eastman. Esta investigación fue su tesis de doctorado hace unos años. ¿Sabes? Estudió en tu universidad —soltó sin pausa, emocionada por tener la posibilidad de leer a otro científico—. Al parecer, seguía ciertos pasos del Dr. Tasukete.
Sus labios temblaron un segundo al nombrar al doctor fallecido.
—¿David Eastman? Vaya —capturó el tomo, comprobando que la fotografía era la del mismo individuo que él había conocido en sus tiempo de universitario—. ¿Y te parece atractivo?
—¿Eso es lo que te interesa? —arqueó una ceja, divertida ante los celos que nadaban en la superficie y agradeciendo mentalmente la distracción—. ¿Acaso te lo parece a ti?
—Por favor —bufó—. No hay nadie tan atractivo como yo. Eres una mujer con suerte.
—Suerte de que tu ego no me asfixie.
—¡Irrespetuosa!
—Tonto... —le quitó el libro, dejándolo a un lado. Sus manos abarcaron el rostro perfecto y varonil. Lo detalló por completo, aunque tuviera cada milímetro memorizado a fuerza de besos, caricias y miradas—. Sabes que eres hermoso.
—Los hombres no somos hermosos —rezongó y Aurora rodó sus ojos ante el caprichoso hombre.
—¿Qué son entonces? ¿Lindos? ¿Tiernos? —provocó.
—Sigue así, y terminarás con tu culo rojo de tantas nalgadas que te daré —rio fuerte y su sonido casi lo atontó por milésima vez en menos de cinco minutos, pero retomó su seriedad—. Los hombres somos arrasadores, atractivos, calientes, mojabragas —sus carnosos labios se detuvieron a un suspiro de distancia—. Follables —susurró con erotismo.
—Lo eres —jadeó—. Y eres mío.
—Lo soy.
Sus bocas descontaron el espacio restante y volvieron a colisionar, abriéndose para que sus lenguas estallaran en una caricia frenética.
Lo eran todo.
***
—Malditas perras —masculló Crystal cuando las dos mujeres que habían estado cuchicheando sin sutileza alguna se alejaron de la pequeña sala de descanso donde la platinada estaba recargando su taza con agua caliente para el cuarto té del día.
O casi noche, con el cambio de horario que le habían forzado a tomar.
El té de manzanilla era lo único que prácticamente podía ingerir sin que el nudo en el estómago la asfixiase hasta casi hacerla vomitar desde que había regresado de su fatídico viaje a Londres.
Bah, regresar. No era del todo correcto esa apreciación. Porque su lugar desde hacía una semana estaba en uno de los programas con menos audiencia de la cadena.
—No es justo —gruñó entre dientes sin poder evitar que algo de humedad nublara su visión.
El llanto subió hasta la garganta cuando un nuevo recuerdo azotó su mente, haciendo temblar la taza en su mano, que tuvo que apoyar en la mesa.
La mano liberada ahogó el sollozo de su boca y la otra palpó su agitado corazón, deseando con ese contacto arrancar de allí la humillación que cargaba.
Todavía podía sentir sobre ella el musculoso cuerpo de Edward. Ese que tantas veces le había hecho gozar, ahora se repetía como una pesadilla.
Su aroma, sus jadeos y el ir y venir de su pecho con una sutil capa de vello y sus ojos chocolate perdidos en la lujuria la atormentarían para siempre. Y su voz. La maldita voz cuando la despachó después de tenerla durante horas usándola a su antojo como a un trapo.
Él y el asqueroso de su secuaz.
<<—Vete, puta. Ni se te ocurra decir una palabra de esto. O lo que viviste será sólo un anticipo del infierno que podremos hacerte experimentar. No creas que un océano podrá salvarte>>.
La mirada amenazante la había aterrorizado.
Le creía capaz de cualquier cosa.
Con sus manos empuñando los restrojos de sus ropas, apenas pudiendo caminar sin trastabillar por el dolor en cada articulación y en especial en su zona íntima y en su ano, partió con lágrimas en los ojos y la dignidad en los tobillos.
El viaje de regreso a Nueva York había sido un calvario. Ocultaba su rostro lo mejor posible con su cabello suelto y el maquillaje que a duras penas consiguió cubrir los hematomas. Su labio hinchado llamaba la atención, pero ella giraba la cara y bajaba la mirada, deseando desaparecer.
Por suerte, había tenido un día y medio para recuperarse antes de retornar a los pasillos de Sharpe Media.
Aunque todo el tiempo en su departamento sólo sirvió para llorar sus desgracias en su propio mundo de cristal resquebrajado y temer por su futuro.
—¿Crystal?
La familiar voz la hizo sobresaltar, recordando que estaba en el presente, lo que permitió alejar momentáneamente esos oscuros pensamientos latentes todavía en su piel.
—Ay, no —farfulló—. Lo que me faltaba.
Lentamente cuadró los hombros tomando su postura engreída, pero se mantuvo de espaldas al sujeto que la había llamado, fingiendo que terminar de preparar su té era más importante.
—Tony. ¿Qué haces por aquí? Esta no es tu sección.
—Tampoco la tuya.
Las negras y tupidas cejas del candente hombre de sangre latina estaban casi unidas en un gesto interrogante, aunque ella no lo viera.
—Lo es, desde ahora.
—¿Estás de broma? ¿Ahora trabajas en uno de los programas menos vistos? ¿Desde cuándo? —rio con burla—. ¿No era que tu trabajito con tu amigo Edward te daría nuevas oportunidades que te alejarían de basuras como yo?
La vena en su cuello se hinchaba más a medida que la carcajada de Tony se mantenía en el aire, golpeando sus tímpanos.
—¿Qué? ¿No tienes nada que decir? ¿Algún tipo de veneno que lanzar con tu lengua viperina?
Cuando giró sobre sus talones y su melena voló con el movimiento brusco, la rabia que cargaba la hizo olvidar su cuello marcado y su labio todavía hinchado, descuidando su secreto. Ese que el maquillaje seguía sin cubrir del todo sobre su piel, a pesar de que ya no eran tan notoriamente violáceas, sino más bien verdes.
—Vete a la mierda, Tony.
—¡Crystal! ¿Pero qué mierda te pasó? —la tomó del brazo cuando quiso marcharse, deteniéndola contra su voluntad—. ¿En qué te has metido, Crystal?
—¡¿Qué?! Oh, ya veo. Es mi culpa. ¿Eso dices? Lo que me pase me lo merezco por ser una zorra.
—¿Qué? Yo no dije eso. No sé qué te ha pasado, pero no puedes estar así —susurró apenado, acercándola más a él cuando quiso desprenderse de su agarre.
—¡No me toques!
El espanto con el que lo gritó y el temor que inundaba sus orbes obraron para que la soltara, preocupado por su reacción.
Pero no la dejó huir, plantándose en su camino.
—Detente y cuéntame. Soy tu amigo.
—¿Amigo? —su risa fue sardónica—. Yo no tengo amigos. Muévete.
—No seremos amigos entonces, pero eso no quita que no me preocupe. Mucho menos que permita que te dañen de esta manera. ¿Quién fue?
—Déjalo. No tienes idea de nada.
—¿Fue Chadburn?
El recuerdo de la amenaza del inglés la hizo entrar en pánico.
—¡No! No fue él. Ni se te ocurra decir una estupidez como esa.
—Entonces, ¿fue Sharpe? ¿Ese maldito se atrevió a tocarte?
Hablaba entre dientes. Sus músculos debajo de la camisa blanca —que contrastaba con su piel trigueña—, se tensaban imaginando el maltrato. Nada justificaba que lo hiciera, ni siquiera las constantes provocaciones de la exuberante y vil mujer.
Pues para Antonio Silva, Steve podría haberse excedido en su rechazo hacia Crystal.
Eso explicaría que hubiera sido degradada a un puesto de mierda, tras darle un escarmiento físico.
—Debes denunciarlo.
—¡Basta! En serio Tony. No tienes ni la menor idea de lo que ocurrió. No quiero que te metas. Sólo lo empeorarás.
—No puedes dejar que se salga con la suya.
—Lo que no puedo, es perder este trabajo. —Esas palabras temblorosas sonaban para Tony como una confirmación del responsable—. Cállate y déjame sola. Prométeme que no dirás nada.
—No te prometo un carajo. Si te golpea a ti, puede hacerle lo mismo a Aurora.
Todo el temor se transformó en resentimiento en un instante. El mismo que focalizaba como culpable de todos sus males a la rubia de ojos dorados.
—¿Es por ella que te preocupas? —sus orbes se volvieron agua—. Los hombres son todos iguales, una mierda que sólo piensan con la verga.
—No me vengas con eso. Me preocupo por las dos.
— Claro —carcajeó como lunática—. La dulce Aurora siempre consiguiendo caballeros de reluciente armadura.
—Lo que tú sufres hoy, ella puede pasarlo mañana.
—Olvídalo. Estoy segura de que la princesita jamás pasará por algo así. Ahora, quítate y no vuelvas a hablarme ni a mencionar esto —lo empujó con ambas manos— Y después, puedes ir a buscar a tu linda Aurora y perseguirla como ese perro estúpido que tiene.
Intentó seguirla afuera de la pequeña sala, pero en cuestión de segundos, quedó sólo en medio de un pasillo vacío, viendo la cadera de Crystal contorneándose cada vez más lejos.
Se debatía internamente en dar a conocer su situación o no. Pero lo descartó de inmediato. No podía intervenir si ella no aceptaba su ayuda.
Aunque una imperiosa necesidad de poner sobre aviso a la rubia lo embargó, pues si Crystal no iba a decir nada, él debería intentarlo sin poner en peligro el empleo de la platinada.
Y como buen reportero que era, no se quedaría con la duda de lo ocurrido.
***
Era sábado en la noche. Blackhole lo esperaba dentro del vehículo cuando Peter se ubicó en el asiento del copiloto. Se despojó de la gorra negra y la dejó en la consola, peinándose los ondulados y largos cabellos negros.
—¿Y jefe? ¿Qué tal? ¿Es lo que buscaba?
—Fue... interesante —sonrió de lado—. A los americanos les gusta hacer todo tan exagerado. Pero debo reconocer que es el lugar para mí.
—¿Lo va a intentar?
—Siempre viene bien poder descomprimir un poco. Y no es fácil tener alguien a mano para ser mi sparring.
Peter detalló sus nudillos. Estaban rojos y despellejados. Y no era de extrañar al haberlos usado la noche anterior para impactar innumerables veces en el rostro del hijo de puta que les había estado robando parte de la droga que traían camuflada. El imbécil había creído que podía engañarlo. Pero no permitiría que lo hiciera él o nadie más.
Lo había golpeado tanto que ni su madre lo podría reconocer cuando encontraran su cuerpo, si es que lo hacían, pues lo había mandado a desechar en algún basurero.
El moreno de músculos prominentes deslizó sus labios hasta enseñar sus blancos dientes con malicia al reconocer qué ocupaba su mente. Giró la llave y el motor ronroneó.
Peter devolvió el gesto y recostó su cabeza contra el asiento, dejando ir sus ojos hacia un par de motociclistas que aparcaron sus poderosas máquinas a unos metros de la entrada camuflada del opulento club de pelea clandestina del que acababa de salir.
A pesar de los cascos y las vestiduras negras en la oscuridad, se diferenciaban dos perfectos ejemplos de la anatomía humana. Un hombre de contextura atlética, de gran altura y soberbia postura que llevaba en su espalda un morral del mismo color de la indumentaria. La mujer, entallada en un traje ajustado revelaba curvas, líneas y elegante sensualidad.
La voz profunda del conductor lo alejó de su contemplación.
—¿A dónde?
—A Las Ninfas. Quiero ver cómo se mueve un sábado. Está en quiebra y estas noches deberían ser cruciales y de mucho movimiento.
Regresó su mirada a la pareja con curiosidad por conocer su aspecto completo, pero ya no estaban y segundos después, los coches y las luces se sucedían con velocidad, mientras se alejaban del lugar.
Después de unos minutos de silencio, Peter lo rompió con su acento.
—¿Lo otro en mi penthouse está listo?
—Así es señor —soltó una mano del volante para sacar de uno de sus bolsillos unas llaves que tintinearon al cambiar de mano—. Tiene nueva cerradura.
—¿Y...?
—Tenía razón. Había varios bichos, pero me deshice de todos.
—Maldito cabrón.
Cada vez odiaba más a ese puto agente. No confiaba en los corruptos. Eran igual de cambiantes que una veleta. Unos malditos mercenarios.
Él al menos, tenía sus propios códigos que no rompía a pesar de su lado criminal. Ese que cada vez le asqueaba más.
Ya no sentía la misma satisfacción de antaño.
N/A:
Capítulo ligero, pero que encierra detalles importantes a futuro.
Espero que les haya gustado. Saben qué hacer con las estrellita... ⭐⭐⭐⭐
Gracias por leer, Demonios!
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