35. Cambia Tu Mundo
35. Cambia tu mundo.
Siendo ya viernes, Peter se encontraba tras el volante de su vehículo, protegido de la vista externa por los cristales tintados en tanto no quitaba ojo al agente que había estado siguiendo los siguientes días a su llegada.
Sabía de su rutina diaria. Una muy básica. Al menos la de las escasas jornadas que tenía observadas.
Salía a correr varios kilómetro cada mañana. Peter tenía una excelente condición física, pero el gigante de cuerpo atléticamente proporcionado que le habían endosado era una máquina. Con sus largos trancos, le había costado poder seguirlo en su carrera matutina, simulando ser otro corredor aficionado, encapuchado para no dejar su rostro visible. Uno muy difícil de olvidar.
Luego, salía con extrema puntualidad hacia las oficinas del FBI, donde permanecía hasta que era solicitado en alguna investigación o terminara la jornada.
Allí dejaba en manos de su agente infiltrado la vigilancia, aprovechando la cercanía profesional, lo que le permitía a Peter enfocarse en su otra misión. La próxima recepción de droga que no debía demorar en llegar.
Y por las noches, Webb hacía poco. Al parecer, los jueves se juntaban otros compañeros y él en alguna de las casa para pasar unas horas jugando a las cartas. No mucho más. En su propio hogar, se limitaba a leer, tocar la guitarra o ver películas.
Solo.
En ese preciso momento, él junto a dos agentes más, se encontraban en una cancha de básquet, aprovechando su hora de descanso para lanzar unas pelotas. Si tan sólo el despreciable de su colaborador no estuviera de malas con Chris Webb, podría ser el cuarto jugador y mantenerse más cerca de esa musculosa anatomía, ahorrándole mucho tiempo desperdiciado. Especialmente, porque debería estar esperando la mercancía camuflada y atendiendo al jodido empleado que los estaba robando.
Desde su puesto, estacionado al otro lado de la calle, vio el arribo de una delgada y elegante figura enfundada en unos pantalones grises oscuros que de seguro enloquecían a todo hombre que contemplara sus largas y esbeltas piernas, revelando un culo prieto y respingón. Una chaqueta blanca corta abrigaba su torso y su cabeza estaba cubierta por un gran pañuelo del mismo color que la prenda superior, completando con unos lentes oscuros, como si fuera una estrella de cine que no deseara ser reconocida.
A su lado, un golden retriever movía entusiasmado su rabo y un alto y musculoso hombre de color la escoltaba.
El pequeño grupo se detuvo frente al cerco alambrado, mirando hacia los hombres que se pasaban la pelota. Por inercia, elevó la cámara dispuesto a registrar al par recién llegado, cuando el sonido de su móvil le hizo abandonar la tarea.
—¿Sí?
—Señor Verbeke. Acaban de informar que la nueva entrega llegará en quince minutos —la voz de la que estaba siendo su asistente en el negocio legal le dio la tan esperada noticia—. Me pidió que le mantuviera al tanto porque quería ser usted el que lo recibiera.
—Así es. Estaré allí en unos minutos. Que nadie nos interrumpa y despejen el acceso trasero.
Sin esperar una respuesta, cortó la comunicación. Realmente no demoraría mucho estando a pocas calles del establecimiento que había solicitado para la fachada en el tráfico de drogas.
Giró la llave y el motor cobró vida. Segundos después, dejaba tras de sí al agente Webb.
***
Estaba sorprendida por lo que veía.
Se había detenido en medio de la acera cuando descubrió a su amigo Chris sudado, corriendo en pantalones cortos y camiseta deportiva en una cancha de básquet, concentrado en robar, esquivar y lanzar una bola naranja a un aro a poco más de tres metros de altura.
Se deslizaba con pasmosa agilidad, como si ignorara las leyes de la gravedad que deberían mantener a su enorme cuerpo lento y atado al suelo. Aunque conociera su estado atlético por su entrenamiento juntos, en ese momento mostraba otra ligereza.
En cuanto encestó un triple magistralmente, no pudo evitar festejar y dar palmadas, que eran acompañadas por eufóricos ladridos de Hunter.
La algarabía desconcertó a los hombres y en cuanto Chris reconoció a la joven y a sus acompañantes, una esplendorosa sonrisa se estiró por completo en su rostro. Dejando a sus amigos, trotó hasta el cerco, donde Aurora se había aproximado.
—Aurora, preciosa. Andrew. —Recibió como siempre, un leve asentimiento por parte de la sombra—. Hunter cachorrón —se agachó y recibió a través de uno de los espacios del alambrado el húmedo contacto de la lengua canina contra su palma. Volvió a ponerse de pie, obligando a la joven a inclinar su cabeza hacia atrás, a pesar de sus altos tacones—. ¿Qué hacen aquí? ¿Y por qué pareces estar disfrazada?
—Oh, esto —soltó una risita, quitándose los lentes—. Trataba de pasar desapercibida. Al parecer, ahora algunas personas quieren sacarse fotos conmigo y sabes que no me gusta llamar la atención. Pero tú me reconociste fácilmente.
—Bueno, podría identificarte entre una multitud por tu voz —<<y tus formas>>, añadió para sí—. Aunque trates de esconderte. —Su voz había salido ronca y tuvo que toser al darse cuenta lo que había dicho y pensado. Aurora rio ante la que creyó era una broma—. Será mejor que vuelvas a colocarte los lentes —miró por encima del hombro a sus camaradas—. No es conveniente que sepan que eres Aurora Sharpe. —Ella asintió y se cubrió—. Aún no me has contado qué estás haciendo por aquí.
Sonrió, encantando al hombre, que sólo seguía cayendo por ella.
—Andrew me está acompañando a recorrer posibles edificaciones para mi proyecto. Nuestro proyecto —torció su boca, haciendo un mohín—. Pero nada es lo que busco y ya no tengo más opciones.
Iba a hablar, cuando la voz de Robert lo interrumpió.
—¡Hey Chris! Deja de ligar y ven, nos estamos enfriando.
—¡Ya voy! —su rostro había enrojecido y no pudo mirar devuelta a Aurora, que simplemente soltaba una risita. Sus ojos celeste fueron a parar al hombre que se había mantenido unos pasos alejados, con su mirada añorante en los otros jugadores—. Andrew —llamó su atención—. Necesitamos a uno más. ¿Quieres sumarte?
—Yo..., lo siento agente. Estoy trabajando.
—Andrew, no tenemos ningún apuro en volver. Ve. Diviértete... sabes lo que es eso, ¿verdad? —provocó la joven con una sonrisa maliciosa, que el otro respondió con una tímida.
—Pero... ni siquiera tengo ropa adecuada.
—Tengo otra camiseta que puedo prestarte —intervino el castaño, recibiendo un reproche mudo del moreno—. Te quedará algo larga, pero servirá.
—¿Ves? Listo. Quiero que te relajes Andrew. Siempre estás muy serio. Apuesto a que sabes jugar a esto.
—S-sí señora... —los ojos encendidos y amenazantes de Aurora lo amedrentó—. Aurora.
Chris reía entre dientes, viendo cómo el intimidante guardaespaldas era manipulado por la muchacha, a la que no se le podía negar nada.
—Muy bien. —Ella lo empujó con delicadeza por la espalda, guiándolo hacia la entrada—. Yo me quedaré aquí y te alentaré para que les des una lección a esos agentes del FBI.
—¡Hey! —protestó el representantes de la ley.
Aurora respondió sacándole la lengua.
Sin poder evitarlo, los dientes blancos de Andrew hicieron acto de presencia en una sonrisa que lo hizo parecer un niño feliz ante la expectativa de un deseo cumplido.
Fue guiado por Chris hasta Robert y William.
—Chicos, este es Andrew. Jugará con nosotros.
—Fantástico. ¿Eres bueno? —interrogó Robert, analizando la contextura musculosa y aparentemente pesada del hombre de color.
—Lo era en mi juventud.
—Jugarás conmigo entonces. Confío en que tus músculos no estén entumecidos y me des la oportunidad de vencer de una vez por todas al cabrón de Webb.
El mencionado soltó una carcajada.
—Hablas con el capitán del equipo de básquet de mi universidad.
—Déjate de soberbia Webb. Te haremos comer tus constantes humillaciones.
—Nunca te humillo. Lo haces tú solito siendo pésimo.
—Vete a la mierda.
—Le daré a Andrew una camiseta y empezaremos.
Los dos fueron hasta su bolso deportivo. Tomó la prenda y se la entregó a Andrew.
Este se despojó de su saco y se quitó su camisa, dejándolas sobre el banco doblándolas con pulcritud. Si bien estaban ya en otoño, ese día en particular todavía quería luchar contra el frío, por lo que la calidez del sol del mediodía entregaba restos del verano.
Cuando su torso y brazos quedaron desnudos, Chris enfocó su vista en un tatuaje en el lado interno del bíceps. Reconoció su significado y su sonrisa se borró. Sus ojos celestes se encontraron con los negros, que lo contemplan serio.
Rápidamente se cubrió y con voz grave, respondió a una pregunta no formulada.
—Sí, agente. Estuve en prisión por pertenecer a una pandilla. Pero fue hace mucho tiempo y pagué con creces mi estupidez. Desde que trabajo para el señor Sharpe, he dejado esa vida en el pasado. Y nunca haría nada para traicionar la confianza de la familia Sharpe.
—Te creo Andrew.
Recuperando el tono jovial, palmeó el hombro del asistente que le llevaría diez años.
—Ahora, demuéstranos de qué estás hecho, viejo.
Aurora aplaudía y festejaba. Tenía a su amigo Chris y a su fiel compañero Andrew, siendo rivales, por lo que cuando alentaba a uno, el otro le recriminaba, a lo que respondía con risas traviesas.
Sus sentidos agudizados de pronto la alejaron del encuentro deportivo. Algo había despertado en ella, que la alertaba, reconociendo esa sensación.
Peligro.
Alguien estaba pidiendo ayuda.
Sus oídos buscaron captar lo que su mente le reclamaba y poco a poco logró aislar los ruidos externos, focalizándose en un sonido en particular.
Una voz de mujer y la de un niño gritaban y lloraban.
Sus piernas comenzaron a moverse, guiadas por el sendero sonoro que dejaba para ella los ruegos lejanos. Poco a poco, la velocidad fue imprimiéndose en sus extremidades, dejando en pocos segundos la cancha de básquet a sus espaldas.
Sólo Hunter había advertido su cambio y la seguía a varios metros.
Ya no se escuchaban a los jugadores gritar, a los vehículos transitar o a los peatones circular. Lo que le permitió percibir más claro los quejidos y sollozos que la llevaron hasta detrás de un enorme edificio, atravesando un callejón.
***
—Volverás conmigo, Gloria.
Un hombre tenía capturada a una mujer por sus cabellos y le hablaba a gritos contra su rostro surcado de lágrimas.
—Tu lugar es a mi lado. No me seguirás humillando de esta forma, dejándome como un pendejo abandonado. Me has hecho el hazmerreír del barrio.
—Por favor, Danny. No me hagas daño. Déjame ir.
—¡¡Déjala!! ¡Deja a mi mamá! ¡La estás haciendo llorar!
Un niño de ocho años trataba infructuosamente de alejar al sujeto, poniendo su pequeño cuerpo entremedio y arremetiendo sus puñitos contra el abdomen abultado.
El intento defensivo sólo aumentó la rabia del agresor, que de un manotazo, empujó la delgada figura, haciéndolo caer sobre sus nalgas al suelo.
De repente, el brillo de un revólver cortó la respiración de la mujer y el niño, y el pánico aumentó.
—Si no obedeces, haré agujeros en el pecho de tu bastardo.
La amenaza a su cachorro despertó a la leona, que rugió desesperada.
—¡El infiel eres tú! ¡Jamás me acosté con otro hombre! ¡Gael es tu hijo aunque lo niegues! ¡Y tiene más valor que tú! Maldito cobarde.
Grave error. Lo supo en cuanto vio la transmutación en las facciones de su marido. La mano armada se elevó, dispuesta a golpear de un culatazo la cabeza de la mujer.
Su arremetida se vio interrumpida cuando su bíceps fue sujetado por los enclenques brazos del pequeño, que se colgó de él con la bravura de un animal salvaje.
—Pendejo de mierda. —Sacudió su brazo, soltando a su presa principal, que cayó al suelo de rodillas, gritando por su hijo, que no se desprendía de su agarre—. ¡Quítate!
Sacudió su cuerpo con violencia y usando la mano que había quedado libre, tomó al niño por su abrigo desde la espalda y con fuerza, lo arrojó del otro lado del callejón, haciéndolo impactar contra el duro pavimento.
Todo se hizo silencio por unos segundos.
El pequeño cuerpo no se movía y sus ojos se mantenían cerrados.
—¡¿QUÉ HICISTE BRUTO?!
El grito desgarró su garganta.
Quiso arrastrarse hasta el cuerpito inerte. Sostenerlo entre sus brazos y sentir que todavía respiraba. No podía irse. No su pequeño ángel.
Pero fue tomada por el brazo y estrellada contra una pared.
—Quité un estorbo del medio —respondió con frialdad.
La furia se apodero de la menuda anatomía, que se arrojó contra el asesino.
—¡MATASTE A MI HIJO!
Entre gritos y llantos, atacaba con uñas y dientes al que una vez creyó amar. Un amor enfermo, obsesivo, violento y humillante. Que tardó demasiado tiempo en descubrir como el peor error de su vida.
Un puñetazo en su rostro la devolvió al suelo, confundida y mareada.
—¡CÁLLATE ZORRA! TODO ES TU CULPA —señaló con una risa perversa el dueño de sus pesadillas—. Si hubieras vuelto como la perra que eres, esto no hubiera pasado.
—No volveré. Antes tendrás que matarme.
—Oh, no, tú eres mía. Y sin ese niño molesto, nada te hará abandonarme otra vez. Sin embargo, mereces un castigo. Un recordatorio de tu equivocación.
Se hizo un ovillo, temiendo por lo que vendría. Cerró sus ojos y rezó para reencontrarse con su luz.
El grito masculino le hizo saltar en su lugar, recuperando la visión. Y lo que tenía frente a ella la dejó pasmada.
Una silueta femenina repartía golpes a diestra y siniestra sobre el robusto cuerpo de Danny. Se movía con tal rapidez, que para el hombre era una tarea titánica encontrar de dónde venían los impactos.
Poco a poco, la furia de Danny fue cediendo al temor ante sus infructuosos ataques, viéndose reducido a un manojo de masa aplastada. Hasta que quedó paralizado por un par de luceros que prendieron fuego su insensible alma.
Sólo le quedaba el recurso del arma que había perdido en la confrontación.
Se abalanzó sobre esta cuando la localizó sobre el suelo.
Gloria despertó de su trance cuando unos lloriqueos la hicieron voltear. Un perro gemía junto a su hijo, rozando su hocico contra la mejilla que había perdido color. Recobrando sus sentidos e ignorando cada puntada lacerante de su cuerpo dolorido, corrió hasta su niño.
Lo tomó entre sus brazos y descubrió con horror la sangre que manaba detrás de su cabeza.
El sonido de un disparo retumbó en el lugar. Giró temiendo hallar a otra víctima de su marido, pero en cambio, lo encontró arrodillado, con el rostro contorsionado por el dolor y siendo asido de la muñeca con la que había apuntado en una toma de experta defensa personal, obligándolo a llorar como un niño.
El revólver volvía a estar en el suelo.
—¿Quién carajos eres? —masculló entre dientes, con gotas de sudor cayendo por sus sienes, y sangre en sus labios y pómulos.
—Soy un demonio.
La voz era suave, firme y hechizante y la luz de sus ojos encandilaba.
—Uno que surge ante el llamado de inocentes. Y tú has provocado mi furia.
—Maldita pu... AAAAHHHHH —gritó cuando la llave que lo mantenía preso por la muñeca lo retorció más.
Gloria salió de su limbo y aulló por auxilio a la recién llegada, que a pesar de haber estado luchando, su aspecto se mantenía impecable, con su pashimira cubriendo sus doradas hebras.
Aurora giró sobre sus talones, identificando a unos metros dos cuerpos custodiados por Hunter.
De inmediato, toda su atención se centró en ellos y, dejando tirado al hombre vapuleado y capturando el arma que colocó en la cinturilla del pantalón a su espalda, corrió hacia las víctimas.
—Hunter. —El cachorro movió sus orejas al escuchar el llamado—. Vigila —señaló al hombre que no dejaba de protestar.
El perro obedeció, dispuesto a ladrar de ser necesario para mantener acorralado el sujeto.
—Por favor, ayude a mi hijo. Lo mató —sollozó Gloria.
—No —aseguró Aurora—. No está muerto —despacio se arrodilló al lado de Gloria, que se aferraba a su hijo como a un salvavidas—. Debes pedir una ambulancia.
—No tengo mi teléfono conmigo.
—Y yo no tengo uno. Necesitamos que alguien llame a emergencias.
—Mi tía... —sorbió por la nariz—. Mi tía está cerca. Danny me arrastró fuera de su negocio. Ella iba a llamar a la policía.
—Regresa con ella. Dile dónde estamos.
—No dejaré a mi niño.
—Yo me quedaré con él. —Gloria no reaccionaba—. ¡Debes hacerlo ahora! —Los ojos dorados, que estaban descubiertos al perder los lentes en el combate, refulgían, acentuando la gravedad y la orden en ellos—. ¡No hay tiempo que perder!
Sobresaltada e hipnotizada, Gloria se puso de pie y salió corriendo en busca de ayuda.
—Por fin —suspiró Aurora.
Sus rasgos se suavizaron, pero el oro fundido de sus iris se intensificó al ser ella la que tenía entre sus manos el cuerpito inconsciente. Nunca había experimentado el contacto con un infante y algo en ella se removió.
Su corazón latía con fuerza y un nudo se formó en su garganta al tiempo que recorría con su mirada cada centímetro de esa frágil entidad.
—Ahora pequeño, abrirás tus ojitos y harás feliz a tu mamá.
Cediendo parte de su poder, posó su mano en la zona afectada, haciéndola brillar. El color y la calidez regresaron al pequeño héroe y la respiración en su pecho se hizo más evidente.
Sus párpados comenzaron a aletear y lentamente se abrieron, compartiendo unos ojos pardos iguales a los de su madre, que se iluminaron ante la imagen de Aurora.
—¿Eres un ángel? —murmuró con su vocecita trémula.
La dulzura e inocencia abrumó a la inexperta joven en su primer intercambio con un niño y el ser observada con esos enormes orbes que parecían maravillados la desestabilizó.
—No pequeño.
—¿Y mi mamá? —su tono se pintó de preocupación—. ¿Ella está bien?
—Lo está. Gracias a ti.
—Yo no... no pude hacer nada. Él es muy grande y fuerte...
—Tú me trajiste hasta aquí y yo tomé el relevo. Ya no los molestará. Me encargaré de ello.
—Entonces tú sí eres un ángel. Nuestro ángel. Porque pedí uno que nos ayudara y tú llegaste.
Aurora sintió sus ojos picar por la emoción. Cuánto dolor, miedo y tristeza tuvieron que haber pasado madre e hijo, cuando se supone que el hombre que le dio la vida debería ser su guardián y no el monstruo que lo aterraría.
Negó con la cabeza.
—Lo siento, no creo en ellos. Pero sí creo en los héroes. Y tú, encabezas mi lista por haber salvado a tu mamá.
—¿Lo hice?
Alzó su cabeza aún tapada por la pashmina cuando escuchó pasos acercarse a las corridas.
—Por supuesto —respondió a la pregunta latente—. Y ahora, debes tranquilizarla porque está muy preocupada.
—Ya viene la ambulancia —gritaba Gloria.
El niño se sentó y estrenó una gran sonrisa que detuvo en seco a su madre.
—¿Gael? —Gloria se llevó una mano a la boca y las lágrimas rebalsaron por sus ojos—. ¡Gael! Jesús bendito —lloró en español y corrió hasta apresar en sus brazos a su milagro—. ¿Cómo... cómo es posible?
Miró con incredulidad a la extraña de piedras ambarinas.
—Se despertó solo. Creo que el golpe no fue tan importante como creímos.
—Pero, pero... la sangre...
—Dejó de sangrar. No obstante, será conveniente que lo revise un médico.
—Gracias, gracias, gracias —repetía como un mantra, sin dejar de apretar a Gael, que se aferraba al cuello de su madre con sus bracitos.
Los ladridos de Hunter llevaron a Aurora hacia el victimario herido, que intentaba abandonar la escena rengueando.
Tomó del suelo sus lentes y se los colocó, cubriendo sus ojos.
—Oh, no. Tú no te irás hasta que no llegue la policía —se paró obstaculizando la huida.
En cuanto dijo eso, las sirenas con sus luces rojas y azules hicieron acto de presencia al final del callejón.
Bastaron unos segundos para que oficiales uniformados se acercaran con sus armas en mano, cautelosos y atentos.
—Oficiales, qué bueno que llegaron. Este hombre golpeó a esa mujer y la amenazó con este revolver —entregó la evidencia a uno de los agentes.
Gloria se había puesto de pie, manteniendo apretado a Gael y caminó hasta detenerse detrás de Aurora, sintiéndola como su escudo protector.
—Señora —se dirigió el otro oficial hacia Gloria—. Por favor, deberá venir a la comisaría para hacer la denuncia.
—Denúnciame y te mataré perra —gritó el hombre, marcado por los golpes en el rostro y cuerpo mientras era esposado.
—Sólo llévenselo, por favor.
—¡Eres mi mujer, Gloria! MÍA. Nunca te dejaré ir. Nunca te daré el divorcio. ¡Siempre te encontraré!
Gritaba a medida que se alejaba y era metido en uno de los patrulleros.
—Dios mío. Jamás estaré libre de él —sollozó la mujer, aferrándose con fuerza a su criatura—. Saldrá en un día y todo se repetirá. Ya no tengo a dónde escapar.
La desolación le pesaba como una roca, sintiéndose ahogar en el fondo del mar.
—No lo permitiré —dio media vuelta para encarar a la mujer.
Era más baja que Aurora, de unos treinta años. De rasgos latinos delicados y bonitos, con curvas generosas que se acentuaban en su cadera y pecho, pero incluso así, se percibía pequeña. Los golpes en su rostro no le restaban belleza. Sus ojos estaban rojos por el llanto y su cabello negro y largo enmarañado por el maltrato recibido al igual que su ropa, que estaba desarreglada y rasgada en algunos lugares.
—Yo te ayudaré —prosiguió—. No los dejaré solos. Lo prometo —sonrió hacia Gael, que la contemplaba embelesado.
—¿Quién eres?
—Un ángel mami. ¿No lo ves? Un hermoso ángel.
—No —rio la rubia—. Me llamo...
—¡Aurora! ¡Mierda Aurora!
La intimidante figura del agente Webb todavía vestido con su ropa deportiva sudada se hizo espacio entre los oficiales que aún permanecían en el lugar, esperando por la ambulancia. Lo seguía Andrew con el semblante cargado de preocupación.
—¡Cuida ese vocabulario! —reprendió, cruzándose de brazos.
—Me vale... —El ceño fruncido lo detuvo—. Bien. Es que... desapareciste y luego escuchamos un disparo y no sabíamos de dónde había salido. ¿Qué pasó?
—Lo siento Chris —bajó sus brazos—. Es que percibí gritos y vine a descubrir lo que ocurría —se hizo a un lado, señalando a madre e hijo—. Perdón, ellos son... vaya, no hemos tenido una presentación formal. Pero si no me equivoco, ustedes son Gloria y Gael, ¿verdad? —Asintieron con timidez, ante las figuras masculinas que los detallaban, comprendiendo el accionar de la joven—. Soy Aurora. Ellos son Andrew y Chris. El agente especial Chris Webb.
Andrew avanzó.
—Señora, ¿se encuentra bien?
—Soy Aurora...
—Oh, no... casi me ha provocado un infarto. Y su marido va a cortarme en pedacitos. Así que, no... no será Aurora por un tiempo. Señora Sharpe —determinó con contundencia.
—Pero, pero...
—Perdóneme, Señora Sharpe, debo llamar a su esposo.
—Creo que se enfadó conmigo —se lamentó, observando al hombre serio que se había alejado para hablar por su móvil.
—Se preocupó —aclaró Chris, tomando en sus brazos a su amiga para estrecharla con fuerza contra su pecho—. Como yo. Tranquila. Se le pasará pronto.
La algarabía no había disminuido. Después de marchar el patrullero con un colérico Danny, otro quedó haciendo guardia para evitar curiosos, mientras que una ambulancia revisaba a madre e hijo, descartando lesiones graves, junto con la tía de Gloria, que había llegado para acompañarla.
Investigadores recorrían la escena y más agentes tomaban las declaraciones de las implicadas, por lo que Aurora no pudo marcharse, siendo acompañada por Chris —que se había retirado para ducharse y cambiarse antes de regresar—, y un taciturno Andrew.
La espera no le molestó a la muchacha. Pues algo en ese lugar la hizo descubrir el potencial tesoro que era.
Había estado inspeccionando el exterior del edificio de tres plantas desde la fachada frontal hasta el mismo callejón que había atestiguado cada minuto del traumático evento.
—¡Aurora!
Otra vez gritaban su nombre.
Pero la voz que lo hacía la estremeció.
Descubrió del otro lado del área precintada al alto Steve Sharpe. Chris fue el que se acercó para darle acceso y este caminó a pasos acelerados —sin perder su porte soberbio—, hasta alcanzar a su mujer.
Enseguida el aroma y los brazos fuertes del hombre dueño de sus pensamientos, de cada centímetro de su piel y la razón del latir de su corazón la envolvieron.
La dominante mano masculina la sujetó por la nuca, estampando un beso ansioso y demandante que asaltó su boca, robándole el aliento e invadiendo cada rincón de su cavidad.
En cuanto el ataque cesó —por falta de aire—, alzó la vista. No encontró lo que esperaba tras tan apasionado gesto.
Los ojos azules la taladraban con reproche.
—¿Qué carajos haces aquí? —El agarre en su nuca era implacable, manteniendo sus narices juntas y las frentes apoyadas. Su voz se mantenía en control, ronca y grave, desestabilizando cada fibra de su ser. ¿Cómo podía ser tan sexy cuando la estaba regañando?— ¿Cómo es que Andrew tuvo que sacarme de una reunión porque desapareciste y terminaste involucrada en una pelea callejera? Definitivamente, tendré que darte una seria charla sobre esa actitud escurridiza que tienes. Vas a matarme.
Mientras hablaba, Chris y Andrew se habían aproximado.
De ser otra las circunstancias, Aurora reiría por sus palabras.
—¿Saben? Todos ustedes deberían dejar de ser tan obsesivos con su protección hacia mí. Yo soy la que los protege a ustedes. Y a todos los que lo necesiten. Salvé a una madre y su hijo. ¿Por qué me hacen sentir como si hubiera hecho algo malo?
Los tres hombres recibieron el golpe de sus reprimendas.
En tanto el agente y el asistente bajaban su mirada, Steve estiraba levemente una de sus comisuras y desprendía un brillo orgulloso en sus iris.
—Tienes razón, mi niña. Lo que hiciste fue importante. Aunque no quita que nos asustes con tus desapariciones. Si algo te ocurriera... o que descubran quién eres... Lo que puedes hacer...
—Lo sé. Lo siento mi amor.
—Por cierto —se dirigió a los otros hombres—. ¿Se puede saber cómo es que mi niña desapareció delante de sus narices? ¿Qué mierda estaban haciendo?
El bufido de Aurora, que continuaba apresada por su cuerpo fue ignorado. Steve sabía que era por su lenguaje.
—Señor, es mi culpa. Me distraje.
—Nada de eso. Yo soy el responsable. Lo invité a jugar un partido de básquet.
—Ninguno tiene la culpa. No hay culpa por un poco de diversión. Andrew me estuvo persiguiendo toda la semana, haciéndole perder el tiempo. Merecía divertirse un poco. Además, eso permitió que estuviera en el lugar y en el momento adecuados para actuar al respecto de la agresión hacia Gloria.
—¿Gloria?
—La mujer que salvé. Y su hijo Gael —guio con la mirada a los susodichos, que estaban terminando de hablar con los paramédicos—. ¡Tuve un niño en mis brazos Steve! —susurró con la luz encendiendo sus luceros—. Nunca había estado tan cerca de uno. Fue tan... emocionante. Tan frágil e inocente.
Su voz murió y un sentimiento melancólico los envolvió.
Un carraspeó lejano los devolvió a la realidad.
—Bueno, ya me retiro Steve. Debo volver al trabajo.
—Nosotros también nos vamos.
—¡No! ¡Esperen! —suplicó.
Se deprendió del abrazo de Steve sin soltarle la mano y caminó hasta la calle, arrastrándolo al salir del callejón e ignorando a la policía.
Fue seguida por los otros dos hombres, sin comprender lo que ocurría.
Aurora se detuvo en la acera, abriendo sus brazos para señalar la fachada del edificio evidentemente abandonado.
—Lo encontré.
—¿Qué cosa?
—Nuestro refugio —sonrió con orgullo—. Es perfecto. Todo lo que ocurrió hoy fue para terminar aquí, en este lugar.
—No lo sé... se lo ve bastante arruinado.
—Lo refaccionaremos y será fabuloso. Tendrá todo lo necesario. Oficinas de apoyo, talleres de capacitación para darles nuevas habilidades, cursos, defensa personal... —tomó nuevamente la mano de su esposo y lo llevó al otro lado, hacia otro edificio de la misma altura pero mayor longitud que parecía ser un complejo habitacional—. Y este edificio podrá ser departamentos transitorios para las víctimas, hasta que podamos ayudarlas a salir a flote. Uno será el centro desde donde funcionaremos y el otro la vivienda.
—Wow —exclamó Chris—. Parece que lo has pensado bien Aurora.
—¿Eso es lo que quieres, mi niña?
—Eso es lo que debemos hacer. Es lo que se necesita. No sólo sirve rescatar a las mujeres. Es imperante sacarlas de su mundo y darles uno nuevo, para que no regresen o sean arrastradas a lo mismo que apaga sus almas —su voz era firme, segura y esperanzadora.
Steve y Chris intercambiaron miradas y sonrieron para regresar hacia la muchacha.
—Muy bien. Lo haremos mi amor.
—¿Y cómo se llamará tu refugio?
—Cambia tu mundo.
N/A:
Aunque no lo parezca, este capítulo tiene importancia. No sólo por lo que significa para Aurora. También porque estos personajes no están puestos al azar.
Espero que les haya gustado. Si es así, pónganle la linda estrellita. ⭐⭐
Gracias por leer, Demonios!
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