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31. Los Belgas

31. Los Belgas.

New York, New York —su acompañante cantaba con una terrible afinación y notorio acento extranjero mientras caminaban por el Aeropuerto Internacional JFK.

Ni siquiera se dignaba a mirarlo, dejándolo con sus desatinos vocales, prefiriendo mantener la vista perdida hacia adelante, cubierta por la visera de su gorra.

Era la primera vez que el rubio veinteañero que lo seguía viajaba a la Gran Manzana y estaba como un niño en una dulcería. Nadie pensaría que era un traficante y asesino despiadado perteneciente a una organización criminal.

Ambos lo eran.

Las mujeres volteaban al ver al atractivo y poco disimulado muchacho, quien les respondía con un guiño desde debajo de la gorra que protegía parte de su rasgos, mientras jugaba con su lengua en el piercing del lado izquierdo de su labio inferior.

Acababan de pasar inmigración con sus maletas personales, dirigiéndose a la salida. El que guiaba, ensordecido por el canto, era más alto, delgado pero con el cuerpo perfectamente formado y cincelado, apreciándose sus largas y fuertes piernas con sus pantalones abrazando sus extremidades, remarcando su trasero bien formado. Sus hebras oscuras y algo onduladas cubrían sus facciones, junto con la sombra de una barba de varios días, y el cuello de su chaqueta ocultaba casi del todo la negra tinta que buscaba asomarse por la piel visible de su cuello. 

Él también había sido objeto de deseo. Sólo que actualmente, aterraba más que seducía.

El otro, que seguía canturreando y lanzando guiños a cuanta joven lo contemplaba, era de porte similar, aunque de cabellos rubios, cortos y rebeldes, que solía peinarse de manera despreocupada.

A medida que avanzaban, percibían el inminente frío de noviembre que los aguardaba afuera, lo que los encogió dentro de sus abrigos de cuero.

Continuaron hacia adelante, buscando con sus ojos al responsable de su traslado y contacto en la ciudad.

Reconocieron de inmediato al hombre que los había ido a recoger aunque nunca se hubieran visto antes. Los recién llegados caminaron hasta encontrarse frente a frente con aquel individuo de semblante serio que mediaría la treintena y que desde hacía meses se había vuelto uno de los miembros más importantes de la organización.

Al menos, en Nueva York.

Este escaneó a los arribados, deteniéndose sin disimulo sobre el lado izquierdo de la cara del más alto de los jóvenes.

El receptor de la mirada escudriñadora no se amedrentó, mostrándose altivo, como el líder que era. 

Sabía qué era lo que llamaba la atención.

Marcas de vida. 

De su jodida vida de mierda. Recuerdos de un ser patético e iluso que esperaba haber enterrado en su pasado.

—Salgamos de aquí —ordenó a modo de saludo con un leve acento en su inglés, cortando así la inspección a la que había sido sometido. Pretendía afirmar de esa manera que él estaba al mando.

Por toda respuesta recibió silencio y la gran espalda trajeada se giró para indicarles de esa forma que los siguiera. Pulseando a su manera por el liderazgo.

Los muchachos intercambiaron miradas y obedecieron con evidente molestia por el impertinente gesto del americano que ya estaba a varios pasos de distancia. Sería mayor que ellos, y un hombre peligroso, pero el extranjero era el segundo al mando de la organización que lo mantenía bajo su nómina, y por ello le debía el respeto correspondiente.

Un gran tumulto cerca de otro acceso del aeropuerto lo alejó de sus pensamientos, captando la atención de los tres, que se movieron esquivando las cámaras para resguardarse de cualquier reportero perspicaz que pudiera reconocerlos.

—Y a estos, ¿qué les pasa? —La curiosidad del menor del grupo lo hacía estirarse para tratar de captar alguna imagen—. ¿Acaso hay alguna estrella de rock? ¿No sería eso de puta madre?

Su sonrisa se estiró entusiasmado, pero entre tantos periodistas le resultó imposible visualizar lo que atraía tanta atención. Sólo atinó a ver a un enorme hombre de color tratando de abrir paso a quienes fueran que estuvieran en el centro de aquel círculo humano.

—Sólo es un nuevo matrimonio multimillonario —explicó el nativo al percatarse de lo que ocurría—. Acaban de volver de viaje.

—¿Y eso es noticia?

—Bueno, el tipejo es un hombre de negocios muy importante y ella es una especie de modelo o algo así. No me interesa realmente, así que vámonos de una puta vez.

—Una modelo... —ronroneó con excitación el rubio, lamiendo sus labios. La gran mano de su jefe lo sujetó del hombro, arrastrándolo con ellos.


Demoraron en alcanzar el vehículo, que estaba aparcado convenientemente aislado y lejos de cámaras de vigilancia.

Los tres subieron después de dejar las maletas en el maletero, y una vez el americano se ubicó tras el volante y el pelinegro de copiloto, dejando al rubio atrás, emprendieron el trayecto hacia su destino.

Ya en camino, el silencio fue roto minutos después de manera brusca.

—Aquí tienen sus nuevos pasaportes —indicó el mayor, extendiendo los documentos que había sacado del bolsillo interno de su saco—. Deberán deshacerse de los que usaron para viajar. Que no quede registro alguno.

Asintieron en silencio.

—¿Belgas? —preguntó consternado desde atrás al recibir su libreta.

—Así es. Peter y Adam Verbeke. Aquí tienes Peter —puntualizó al hacer entrega al que estaba a su lado—. Y esta es la información de tus objetivos —le cedió una carpeta de color manila que había estado descansando sobre la consola del coche.

El ahora nombrado Peter procedió a dar un vistazo veloz al contenido. En calma profundizaría sobre sus tareas. Pero al parecer, el hombre a su izquierda quería dejar en claro la misión en ese momento.

—Durand ha ordenado que retomen los negocios aquí. Llevan meses detenidos o siendo interceptados por el FBI, provocando grandes pérdidas debido a la situación del jefe. —Todos sabían cuál era y no hacía falta verbalizarlo—. Adam estará a cargo de la mercancía viva mientras tú reinicias la recepción de la droga. Al parecer, hay algunos que creen que porque Belmont Durand está tras las rejas, pueden cagarse en la organización y robarnos. —Peter torció su boca en un gesto de molestia—. Y tienes un objetivo más. Uno que deberás cargarte eventualmente.

—¿A dónde nos dirigimos? —Odiaba que le estuviera dando indicaciones cómo si le ordenara, tomando el control que no le correspondía.

—Como todas las propiedades han sido confiscadas o están siendo monitoreadas les he conseguido un nuevo lugar a cada uno. Un penthouse y un apartamento, cuyo propietario no está bajo el radar del FBI. Todo está limpio y protegido. Allí podrán instalarse. Y como centro de comando tienen un club de hombres de mala muerte que estaba en quiebra.

—¿Por qué un sitio así?

No pudo evitar el desagrado en su voz y en sus muecas. Estaba acostumbrado a ciertas comodidades y lujos al trabajar.

—Para guardar las apariencias. El dueño es un maricón que gerencia un grupo de chicas.

—¿Prostitutas? Eso me gusta. —La voz de Adam sonaba risueña, con un toque de perversión.

—No necesariamente. La cuestión es que estaba tan desesperado que no hará preguntas sobre lo que haga Adam. Allí estará resguardado el producto hasta que lo reubiquemos —dirigió su atención a través del espejo retrovisor hacia el muchacho—. Si decides reactivar el trabajo desde el establecimiento, deberás ser discreto, porque nadie sabe lo que esconderemos allí. Ni siquiera el dueño.

—¿Ya hay producto del bueno?

—Sí, me he estado encargando de recuperar algo que deberás venir a recoger. Lo mejor es que he podido seleccionar los productos más deliciosos de la competencia. Ventajas del trabajo.

Peter ignoró la conversación que tanto desagrado le producía.

—Mientras que yo administro la parte visible de nuestros negocios, escondiendo la droga —añadió Peter, a lo que su orador asintió—. ¿Tienes la otra ubicación que solicité para ello?

—Sí. Los empleados de allí no están al tanto de quién eres ni de lo que haremos. Es mejor reducir la cantidad de involucrados. Sólo irán y desaparecerán enseguida los encargados de los traslados. Tal vez entre ellos esté el sucio bastardo que nos esté viendo la cara de imbéciles —Peter asentía con la cabeza, conforme con lo que escuchaba—. Serán unos meses hasta que Durand retome las riendas de la organización.

El pelinegro siguió leyendo su misión hasta que sus ojos se toparon con algo aún no mencionado.

—¿Un agente del FBI? Eso es nuevo. ¿Acaso es una competencia nuestra o un exempleado?

—Todo lo contrario. Ese boy scout es una piedra en el zapato.

—¿Para cuándo lo quiere eliminado?

No era habitual encargarse de hombres de ley, pero la violencia en su trabajo era uno de los momentos que más lo satisfacía, sin importarle el blanco de su rabia. Siempre había sido así y los últimos meses se había intensificado la necesidad de canalizar su permanente frustración.

—Ya te informaré. Durand aún lo necesita vivo. 

Eso le resultó extraño al joven, que frunció su entrecejo.

—Por ahora, sólo mantenlo vigilado. No lo quiere liquidado todavía. Le interesa conocer sus movimientos.

—¿No sería tarea para el rubio? —señaló con la cabeza hacia atrás, sin despegar su atención del archivo—. Yo no soy un jodido peón, sino el segundo al mando. No me dedico a seguir a los blancos. Yo los ejecuto.

—El Jefe —remarcó con intención—, quiere que seas tú. Además, eres el mejor rastreando y asesinando —soltó con evidente desprecio. 

Eso hizo que Peter alejara sus ojos del expediente y los llevara hacia el conductor, que le devolvió por unos segundos la mirada, vuelta de piedra.

Aunque ya no lo viera, asintió con la cabeza y una evidente tensión en sus facciones.

—Debió costarte decir eso.

—Fue como tragar vómito —rumió.

Peter esbozó una sonrisa ladeada. Podría ser sádico, pero cuando sonreía, embelesaba a cualquier mujer, demostrando incluso más su atractivo. Si la mujer en cuestión podía superar su deformidad facial.

El menor los miraba desde atrás, siguiendo cada segundo de la conversación.

—¿Por qué lo necesita tener vigilado?

—Sólo sigue las putas órdenes.

El joven marcado apretó su mandíbula, masticando la humillación. Su mano tocó su cintura con sutileza, recordando que no portaba ningún arma.

<<Mierda>>.

Regresó a los papeles de manera disimulada sin apartar la vista de la fotografía que tenía frente a él, junto con sus datos, memorizando cada detalle. 

Volvió a hablar con voz dura.

—Organiza para mañana una visita al Jefe —imitó el tono del empleado al pronunciar ese título. 

La curiosidad le picaba por conocer las verdaderas intenciones de Belmont Durand para endosarle a él la vida de un obstáculo de semejante calibre. Y como extra, quería regodearse por ver al cabrón tras las rejas.

El otro gruñó, apretando la mandíbula sin quitar los ojos del camino.

—No soy tu lacayo.

—No, eres un puto agente corrupto al que le pagamos para que cumpla con su trabajo. —Por el rabillo del ojo observó los nudillos volverse blancos al apretar con fuerza el volante, y eso lo complació. Debía ubicar en su lugar al hombre que tendría unos diez años más que él—. Haz tu maldito trabajo.

***

—¿Hiciste eso a propósito Steve?

—¿De qué hablas, mi niña?

—¿Por qué, pudiendo evitar a los paparazzi siendo recogido por el chofer en la pista privada, terminamos cruzando entre todos para llegar a nuestro vehículo?

—Ah, eso —estiró un lado de sus labios y ella le pellizcó el firme abdomen debajo de las prendas, haciéndole protestar entre una risa corta—. Porque quería lucir a mi hermosa esposa.

<<Y recordarles a todos, que eres mía>>

Además, todavía no dejaba de culparse por los rumores generados a raíz de la situación con Madison, por lo que buscaba callar cualquier comentario malintencionado. Al menos, la noticia falsa creada por Edward y Crystal había sido borrada de las redes antes que reposara lo suficiente para que fuera repetida.

***

Después de una hora por el atestado tránsito del mediodía en la ciudad, el coche ingresó al estacionamiento subterráneo de un elegante edificio en Manhattan. Una vez detenidos en su puesto, los dos extranjeros descendieron, cada uno cargando con su equipaje, seguidos por el agente, que se detuvo un momento, señalándoles dos vehículos último modelo.

—Estos son para ustedes, en caso de que quieran moverse por su cuenta. De lo contrario, contarán con alguien que los acompañe y los lleve.

—¡Excelente! Me pido el rojo.

—Siempre discreto. Sólo trata de no llamar la atención más de lo debido. Recuerda que nadie nos debe reconocer.

El rubio le regaló su dedo mayor en respuesta mientras daba una vuelta alrededor del carro.

—Vamos. No tengo tiempo que perder. Suficiente con haberlos traído hasta aquí como si fuera un jodido chofer.

Avanzaron hasta el elevador, donde presionó el botón del último piso.

—Aquí tienen sus respectivas llaves. Peter, tú tienes el piso superior, mientras Adam se instalará directamente debajo de ti.

Ambos asintieron, capturando los llaveros.

Llegaron primero al sitio que ocuparía el jefe interino de la organización. Apenas atravesó el umbral, dejó su maleta a un lado y pasó a realizar una rápida inspección visual desde el recibidor, que se abría hacia una enorme sala de estar, que lucía colores masculinos. 

El lugar era luminoso, de arquitectura moderna, sobria y elegante, combinando gris, azul y negro en los muebles, tapizados y paredes.

Del lado opuesto a la confortable sala, se veía una equipada cocina de concepto abierto. En el centro, una escalera ascendía a lo que imaginaba era su habitación. Detrás de la estructura se visualizaba un pasillo que luego recorrería.

Sus ojos fueron más allá de los ventanales, que estaban despejados de cortinas, compartiendo la espectacular vista de Central Park y de otros edificios de similar estampa. El derroche, la excelencia y la soberbia hechas rascacielos.

—No está mal.

—Vaya, me alegro de que a su alteza le guste. Puede dejar sus comentarios y calificar mi desempeño como agente de bienes raíces.

—Lo haré. Siempre es conveniente tener otras opciones. Ya sabes, en caso de que ser un agente del FBI corrupto no dé sus frutos.

—Espero que tú también tengas plan de respaldo.

—Siempre —abandonó la conversación, dándole la espalda al hombre con ínfulas de amo.

Sin evitar que su rostro mostrara el desagrado que le producía el pelinegro, aunque este no lo viera, sacó de otro bolsillo dos teléfonos celulares que repartió a cada joven.

—Aquí tienen registrado el número de contacto de uno de los hombres de seguridad de Durand. Kendall. Aunque responde al nombre de Blackhole. Él les entregará armas sin registrar.

—Sé quién es —claro que lo conocía, él lo había reclutado en uno de sus viajes a América—. Conozco a cada uno de la organización —atajó molesto Peter, que retrocedió los pasos dados para tomar el dispositivo—. También trabajan para mí.

El otro siguió explicando, pasando por alto el comentario.

—No puedo llevarlos personalmente hasta el establecimiento para que no quede registrada mi presencia allí. Pero no se preocupen, Blackhole se encargará de llevarlos. El club se llama Las Ninfas. El hombre que custodia la puerta es Mikola. Está al tanto de su arribo, pero no tiene idea de quiénes son realmente. Mañana los pasará a buscar Blackhole para llevarlos al lugar para que lo conozcan. Así Adam, tú puedes comenzar con las reestructuraciones para resguardar los productos. Como te dije, las irás a recoger en cuanto me confirmes que todo está en orden. No debería demorar más de una semana.

—Lo haré en la mitad del tiempo —atajó con soberbia.

—Ya lo veremos.

—¿Cómo nos contactamos contigo? —interrogó Peter.

—No lo harán. Yo lo haré. En caso de que deban ponerme al tanto de algo, lo hacen a través de Blackhole.

—Muy bien.

Peter se quitó la gorra y con gesto de fastidio, se encaminó hacia la escalera que ascendía a donde suponía se hallaba la habitación principal. Desde el primer escalón, se volteó hacia el par que lo observaba.

—Quiero que me confirmes la visita a prisión para mañana lo antes posible.

Se veía el orgullo herido en el agente al escuchar cómo le ordenaba, debiendo contenerse para no maldecir.

—No creo que sea una buena idea —siseó—. No es conveniente que los asocien. Aquí nadie sabe de ti.

—Yo decidiré qué es conveniente y qué no. Si necesito tu consejo, te lo pediré. Mientras tanto, sólo haz el puto trabajo para el que te pagamos.

Sin esperar respuesta, prosiguió su ascenso. Le irritaba que lo cuestionaran o contradijeran.


Adam fue conducido al lugar que habitaría hasta finalizar su misión en Nueva York.

En su apartamento temporal, el hombre de mayor edad lo llevó hasta la mesa del comedor, instándole a sentarse.

—Bien, como sabes, tú tienes otra misión.

El joven rodó los ojos sin quitar la sonrisa de su rostro. Había comprobado que eso exasperaba al americano. 

—Sí, las chicas. En dos días reiniciaré la venta y distribución de la mercadería.

—Aprovecharás la investigación de Peter, pero sabes cómo es con lo que tiene que ver con la comercialización de mujeres. Él lo odia.

—No sabe disfrutar las cosas buenas de la vida.

Una sonrisa sardónica apareció en el rostro del agente.

—Él se lo pierde. 

***

Una avalancha azotó la puerta tallada de dura y fina madera del despacho de Sharpe. No era sorpresa saber la llegada de la montaña de músculos definidos porque así se lo había notificado su asistente justo antes de retirarse al finalizar su jornada laboral, dejando a los dos hombres solos.

Aunque sí le extrañaba el estado en el que avanzaba por su despacho iluminado artificialmente tras la puesta del sol.

—¿Dónde está Aurora?

Su tono no era cordial y Sharpe lo notó.

—Hola a ti también, Chris. ¿Cómo estás? Toma asiento, por favor —habló con sarcasmo—. Me alegra que vengas a visitarnos al trabajo, aunque no sé si es una buena bienvenida después de nuestro viaje. Deberías practicar un poco más. Salió algo brusca. Así, no mereces que te entregue el presente que te trajimos de Londres.

El gigante se sentó, desplomándose con las piernas separadas sobre el asiento, manteniendo una mirada asesina sobre el dueño de Sharpe Media.

—En cuanto a tu pregunta, salió a dar el paseo nocturno con Hunter antes de regresar a casa. No quiso volver al penthouse cuando yo me quedé a actualizar mi trabajo.

Asintió conforme, dominando su respiración enviolentada, retomando su habitual timidez frente a Steve.

Chris no se amedrentaba ante nadie. Sin embargo, Steve Sharpe se imponía al ex militar. No era porque el multimillonario irradiara soberbia y poder, con toques de fría arrogancia.

Para Chris, su carácter firme y seguro quedaba relegado porque el rubio tenía lo único que lo debilitaba. A Aurora. Y siempre le estaría agradecido porque, aun sabiendo sus sentimientos hacia ella, lo aceptaba a su lado, como amigo.

—Eres mi amigo. Lo sabes, ¿no? —Steve cabeceó afirmando. Una sonrisa nostálgica amagó con aparecer al reconocer que Chris era el único amigo que tenía. Que le quedaba—. Pero también lo soy de Aurora. Y entre ambos, siempre la elegiré a ella.

—No esperaba menos de ti. Y tendrías razón en hacerlo.

—Y como tu amigo, te digo que si la lastimas o la engañas metiendo tu polla en otro lado, te la arrancaré.

—Te creo capaz, pero no hará falta. Jamás me atrevería a traicionar a mi niña, y de hacerlo, yo mismo me la cortaría —entrecerró sus ojos, apoyando sus codos sobre los reposabrazos de su imponente trono, dedicándose a rodar su alianza en su dedo anular—. Imagino que algo has leído de nuestra estadía londinense. No te imaginaba hombre propenso a los chismes.

Un brillo burlón iluminó los iris azules oscuros.

—¿Entonces? —ignoró la pulla—. ¿Me contarás lo que ocurrió en Londres?

—Oh, fue bastante —resopló, soltando sus manos—. Cubrí mi cuota de estupidez con mi mujer. Pero lo más importante, castré al lobo que quería montarla.

—¿Edward?

—Así es. El muy cabrón fue el que armó toda una pantomima que casi me cuesta mi mundo. Amenazó a una modelo para que participara en el embuste y casi jode a un grupo de músicos para obligarlos a volver a firmar con él. Y claro, todo con el fin de lograr tener a Aurora entre sus sábanas.

Pasó a relatarle cada suceso, cada traición, trampa e intento de extorsión por parte del inglés.

—Joder. Hay que ser retorcido. Y pensar que era tu amigo. ¿Sabes algo de él desde que lo echaste?

—Pues, fueron sólo unos días, pero supe que acaba de heredar Chadburn Talent Agency, tras la muerte sorpresiva de su padre ayer mismo. Al parecer, cometió la torpeza de mezclar Viagra con sus medicamentos para el corazón y palmó mientras se echaba un polvo.

—Al menos murió feliz. Así me gustaría morir a mí —se mofó, ya más relajado.

—A mí también —sonrió a su modo sutil, imaginándose en los brazos de Aurora, en un último orgasmo interestelar—. Una forma de morir que no se merecía un cabrón como él. Aunque me da lástima la pobre muchacha que recibió el inerte cuerpo contra el suyo.

—Jajajaja... habrá quedado traumatizada. Pero recibirá alguna compensación, imagino.

—Nada. La ropa con la que vestía y de patitas a la calle, porque Edward la sacó tan rápido como un parpadeo. Otro cabrón que obtiene una fortuna que no merece —se recostó contra el respaldar y pasó su mano sobre su barbilla perfectamente afeitada, contemplando una idea que se le acababa de cruzar.

Chris lo notó, quien chasqueó sus dedos delante del rubio.

—¿Qué piensas?

—Nada. Sólo en la conveniencia de la repentina muerte para ese malparido.

—¿Sospechas de algo?

—Sospecho siempre de todos. Como imagino que haces tú acostumbrado a tu línea de trabajo. Es que... Edward estaba teniendo problemas financieros que su padre desconocía y estaba por llevar a la quiebra su empresa.

—Pero ahora...

—Regresó su estabilidad económica con una fortuna inesperada.

—Tienes razón. Es demasiado conveniente.

—Pero me tiene sin cuidado. Por cierto, Aurora no tiene idea de nada.

—¿Qué quieres decir con nada?

—Eso. De los intentos extorsivos, de los engaños, del interés de llevarla a la cama como si fuera un juguete a disposición. Para ella, todo fue una confusión malintencionada de los medios y los celos desbordantes de una empleada con ínfulas de amante despechada.

—¿Y no piensas decirle?

—Le prometí contarle todo, pero esto sería demasiado. No es justo que cuando está empezando a creer en la gente, de una bofetada le enseñe una vez más que las personas son una mierda. Que quien dice ser tu amigo busca apuñalarte por la espalda para verte sangrar y regocijarse en eso.

—Entiendo. ¿Qué le has dicho sobre Chadburn?

—Que nuestras diferencias son irreconciliables.

—Parecen una pareja de divorciados.

—Dime tú ahora... ¿viniste a algo más que para amenazarme y burlarte de mí?

—Sí, claro —su semblante cambió, endureciéndose como el agente especial del FBI que era—. Creo que más que nunca necesitamos avanzar en el inicio de la fundación.

—¿Por qué? ¿Qué ocurrió? —sintió la tensión adueñarse del lugar.

—Creo que están secuestrando a las muchachas rescatadas de nuestras propias narices.

—Mierda. Mañana tenía pensado iniciar la búsqueda de edificios adecuados. Aceleraré las cosas con mis abogados. Volviendo a lo que dices, eso es muy grave —su rostro era un eco del de Chris, volviéndose la roca helada que solía vestir delante de todos—. Piensas que hay un agente corrupto.

Había captado el mensaje entre líneas de su amigo.

—Sí.

—¿Sabes quién es?

—Tengo una idea. Pero no puedo indagar mucho sin levantar sospechas.

—Dime el nombre. Yo me haré cargo.

—Esperaba que lo hicieras. Es Phil Harrison. Sé irrastreable, porque también está muy interesado en averiguar sobre mi informante.

—No te preocupes. Sé lo que hago.

—Confío en ti. Me aseguré de no ser visto al venir aquí. Sólo Andrew y tu asistente, la señora mayor, saben que estoy aquí. Deberemos tener más cuidado de aquí en adelante.

—Ella no hablará. Y te daré acceso exclusivo a mi estacionamiento y elevador, para que ningún otro empleado te vea. Lo mismo en nuestro hogar. ¿Alguien más está al tanto sobre tus sospechas?

—Mi compañera, Lara Yang que fue la que lo señaló, y su pareja, la Dra. Victoria. Y mi hermana, pero ella sólo lo básico.

—Ah, la joven Emily.

—¿Cómo...? —parpadeó, perplejo. Enseguida rodó sus ojos—. Deja. Nada debería sorprenderme contigo.

—Eso me ofende... me gusta saber que no soy predecible. —El castaño meneó la cabeza, esbozando una sonrisa cómplice—. Ya que estás aquí, ¿qué te parece hacerme un favor?

—¿Qué tipo de favor? —arqueó una ceja interrogante.

—Ven —se puso de pie, quedando de espaldas al gran ventanal que mostraba las luces de la noche neoyorquina—. Necesitarás una muda de ropa.


N/A:

Se acaba de activar un nuevo nivel y con ellos, otros personajes... ¿Qué podremos esperar de ellos?

En Bélgica se hablan oficialmente varios idiomas: Holandés, francés, alemán... y otros. Pero los dos primeros son los más populares. Yo escogí el francés para estos nuevos personajes. Lo aclaro porque cada tanto tendrán conversaciones en su idioma.

Comenten y voten, para alegrar mi corazón.

Gracias por leer, mis Demonios!

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