30. Adiós Londres
30. Adiós Londres.
Steve dejaba su móvil sobre el fino mármol de la isla en la cocina de concepto abierto un segundo antes de que el timbre que anunciaba la visita que le había informado el conserje sonara en el hogar.
Con su andar soberbio habitual en él, fue hasta la gran entrada y abrió la puerta, hallando la figura de Jason.
En cuanto este descubrió quién le abrió la puerta, soltó toda la angustia que cargaba en un golpe de puño, que quedó sin hacer blanco cuando Steve, de un simple paso al costado, esquivó el patético intento del inexperto representante.
En cambio, el rubio, con un movimiento preciso, tomó al hombre del cuello del abrigo y lo estampó de espaldas contra la pared a un lado de la puerta aún abierta.
—Jason, déjate de estupideces. No puedes venir a mi casa a intentar agredirme como un púber hormonal. Tranquilízate y hablemos como hombres civilizados.
—Vete a la mierda Steve. Besaste a mi mujer —quiso removerse del férreo agarre, logrando arrugar sus prendas—. Joder, suéltame. ¿Qué tienes, manos de acero?
El rubio no pudo ocultar su sorpresa y una sonrisa ladina ocupó sus labios. Jason soltando insultos era algo inaudito.
—No la besé. Y te soltaré si te comportas.
Jason asintió, avergonzado. No era propio de él dejarse llevar por impulsos violentos.
Una vez liberado, siguió resignado la intimidante figura de Steve que ya se alejaba a través de la propiedad.
Él era alto y de buena contextura física, aunque el billonario lo era más. Pero lo que lo volvía imponente era la seguridad que irradiaba. Ojalá él tuviera la mitad.
No es que fuera inseguro, pero solía ser un hombre que reusaba los conflictos, siendo siempre la voz apaciguadora en cualquier pelea. Le gustaba la calma.
Hasta que una impulsiva Madison lo desequilibró por completo. Ella era la pizca de incertidumbre y aventura que le faltaba a su organizada vida. La que lo hacía reír con sus ocurrencias. Y sabía que él era el lugar de paz que la pelinegra siempre necesitaba para no colapsar.
Temía estar perdiéndolo todo. Porque frente a Steve, no tenía oportunidad de vencer si Madison elegía entre ellos.
—Acomódate. ¿Quieres algo de beber?
La gruesa voz lo devolvió a la realidad, dándose cuenta de que habían terminado en una elegante habitación que debía ser el estudio.
—No gracias. Paso.
En cambio, sí tomó asiento en un mullido sofá individual, siendo imitado por Steve, que se ubicó en frente, cruzando sus piernas con elegancia.
El rubio analizaba a Jason. Una imagen deplorable con su cabello negro revuelto, como si hubiera estado frotándose las manos con desesperación. Sus ojos celestes —con un toque de verde a diferencia de Madison—, estaban irritados y su rostro con todas las señales de la desdicha marcadas.
Lo conocía desde hacía años, cuando trabaja para la empresa de Edward. Era un buen hombre. Uno excelente. De los mejores que conocía, aunque nunca le hizo saber lo que pensaba de él.
Madison había acertado en ceder su corazón a ese sujeto. Y él haría todo lo posible para que no lo perdiera.
—Luces como la mierda. ¿Dónde estuviste todo el día? Madison nos llamó hace horas. Está preocupada, porque siendo ya de noche, no diste señales de vida.
El inglés hizo una mueca, como si no creyera del todo ser objeto de preocupación de la mujer.
—Como si le importara.
—No seas imbécil.
—No sabía qué hacer —suspiró, abatido—. Caminé por la ciudad todo el día hasta que me di cuenta de la hora. Tenía que calmarme, porque tenía unas ganas increíbles de estampar mi puño contra tu cara.
—Lo intentaste. No fue bueno, pero espero que te hayas sacado las ganas.
—Búrlate de mí, si quieres. Eres un puto bastado. Un cabrón de primera —soltó con furia contenida. Más insultos que volvieron a causar gracia en Steve, aunque su semblante rígido no lo mostrara—. No la supiste valorar salvo para la eventual follada durante años, cuando ella vale mucho más.
—Entiendo que estés dolido y que no piensen con claridad, pero Madison y yo siempre fuimos conscientes de lo que teníamos. Nunca hubiéramos sido nada más. Sólo somos amigos. Tú eres el hombre que ama.
—Pero tú siempre serás el que desee.
—No es así. Sólo tenemos mucha historia. Es tiempo de crear la de ustedes.
—Yo jamás le haría daño.
—Lo estás haciendo ahora mismo.
—¡Ella fue la que me hirió! —Su voz había salido en un grito ahogado, a punto de quebrarse.
—Le estás dando demasiado valor a algo que no lo merece. No te fue infiel —respondió con total calma, manteniendo el tono bajo.
—Se siente así.
—Pues no lo es.
—¡Cómo puedes estar tan tranquilo! Maldito Sharpe.
—Porque sé que lo solucionarán. Es sólo un pequeño bache.
—Lo haces parecer tan sencillo. ¿Cómo te sentirías si alguien besara a tu mujer? O peor aun, ¿si alguien te la follara?
La fría mirada del rubio amedrentó al inglés, que apretó sus labios en una fina línea, para callarse.
—No me provoques, Jason. No somos amigos y no tengo paciencia para tu mierda.
—¿Tu esposa sabe lo que hiciste? —Sus ojos echaban chispas hacia Steve.
—Te recuerdo, que yo no la besé. Y sí. Aurora lo sabe, pero entendió que fue todo un error y lo hemos dejado donde corresponde. Atrás. Deberías hacer lo mismo.
—Qué fácil lo haces sonar. Por cierto... ¿dónde está tu esposa?
—Buen cambio de tema. —El pelinegro se encogió de hombros—. Aurora está con tu mujer. Nos llamó destrozada y ella se ofreció a quedarse hasta que tú aparecieras. Eso te demuestra que todo entre nosotros está bien. ¿Acaso crees que mi esposa consolaría a mi amante?
—Tienes un punto ahí.
—Madison estaba esperando que volvieras. No imaginamos que vendrías aquí.
—Ella... ¿cómo se encuentra? —cuestionó con la vergüenza decorando su voz.
—¿Cómo crees que está? El hombre que ella ama no le perdona un desliz. Uno que fue producto de los juegos mentales de Edward Chadburn.
—¿Edward? ¿Esto es su culpa? ¿Él armó esa falacia en las noticias? —Steve asintió—. Ese infeliz —apretó sus puños, con rabia. Sabía de lo que era capaz su antiguo empleador—. Él despierta mi lado violento. Hace que quiera golpearlo.
—Saldrías perdiendo si lo intentas como lo hiciste conmigo. Además, no será necesario. Ya solucioné lo de la foto montada en las redes.
—Sí, lo supe. Steve, el héroe —siseó, molesto y con sarcasmo.
—No actúes como un infante celoso. También me perjudicó. De hecho, Madison fue daño colateral. El blanco era yo. O mejor dicho, mi esposa. El muy bastardo quería meterse entre sus piernas y orquestó su maquiavélico plan.
—Ese enfermo psicópata. Yo también caí en su juego.
—Todavía estás a tiempo de corregir tu equivocación.
—No lo sé... —bajó su rostro, avergonzado y herido—. Iba a proponerle matrimonio... con una cena romántica en el restaurante donde la llevé en nuestra primera cita secreta, con violines, pétalos de rosas y velas.
—Un cliché. Esperaba algo mejor de tu parte.
Jason ignoró el comentario burlón.
—De hecho —rebuscó en su bolsillo y sacó una pequeña caja roja de Cartier—. Mi viaje a París no fue sólo por trabajo.
Sus ojos quedaron encajados en la caja cerrada, en una imagen fantasiosa de su propuesta ideal.
—¿Y? ¿qué te detiene de hacerlo?
—¿Es una maldita broma? ¿Después de algo como esto? —Alzó los brazos como si quisiera señalar a su alrededor—. Todo es un desastre —negó, pasando sus dedos por los bordes de la caja—. No. No es la manera que tenía planeada. No con sentimientos tan dolorosos carcomiéndome el alma. Siento que... no está tan segura de lo nuestro, o no hubiera caído ante las provocaciones de Chadburn.
—Sólo porque tú lo vuelves así. Ella no duda de lo vuestro.
El inglés resopló.
—Déjame cuestionar eso.
—Mira, es fácil proponer enlazar tu vida a la de alguien cuando todo parece perfecto, adecuado y simple. Cualquiera promete amar por siempre al otro en esas circunstancias. Lo verdadero no es ni tan perfecto, ni siempre adecuado ni mucho menos simple. Es tan complejo como la vida. Y eso es lo que debes prometer si estás realmente seguro de tener los cojones bien puestos y el corazón en el lugar correcto y dispuesto a amar bajo cualquier condición a esa persona que elegiste. Le prometes que cuando todo parezca una mierda, tú estarás a su lado y la ayudarás a limpiarla.
—Suena fácil. Y algo asqueroso al final.
Steve se encogió de hombros.
—Lo que digo es que, si a pesar de lo ocurrido, la sigues amando y dejas de dudar de su amor hacia ti, entonces ahí tienes tu momento para hacerle la pregunta más importante. Porque no hay nada artificial ni preparado. Es real. Es decirle que a pesar de todo, quieres seguir con ella.
Ahí estaba el quid de la cuestión... ¿podía recuperar la confianza en ella? ¿En su amor por él?
—Tú y Aurora... ¿tuvieron una situación así?
—¿Dejando de lado la jodida maquinación de Edward que casi me la rompe, haciéndola llorar desgarrada? —Los azules iris como las profundidades del mar se oscurecieron más, mostrando la culpa de un pasado reciente—. Yo fui peor. Fui el perfecto cabrón de siempre. Cuando ella me confesó que me amaba —<<y que era una mutante, un pequeño detalle>>—, la hice llorar. La lastimé porque ni siquiera podía reconocerme a mí mismo que sentía lo mismo por ella ni estaba dispuesto a aceptarla tal cual es, y... bueno, porque ser jodido es lo que sé hacer a la perfección. O al menos, hacía. Ella es mi mundo. Es mi sol y me da vida cuando brilla con sus sonrisas. Sigo siendo jodido, pero ella me doblega.
—¿Cómo le diste el anillo?
—¿Qué eres? ¿Una niña? —resopló, rodando sus ojos—. Se lo di y ya. En la playa, porque la vi hermosa y después de nuestra propia tormenta supe que nada me separaría de ella, salvo la muerte. Lo importante fue lo que le dije. Las promesas que nos hicimos. Y antes que lo preguntes, niña chismosa, no, no te diré ni una palabra de lo que compartimos.
Jason rio entre dientes, moviendo sus hombros. Se sentía más liviano.
—Realmente, eres otro Steve. Aurora te ha transformado.
—No lo divulgues mucho. Tengo una imagen que sostener y no deseo matarte.
—Entonces...
Alzó la caja a la altura de sus ojos, como si en ella encontrara la respuesta necesaria a su cuestionamiento más trascendental cuando la puerta del despacho fue abierta, dejando ver dos figuras femeninas y el ingreso del golden al espacio ocupado por los hombres, que llevaron su atención a las mujeres recién llegadas.
—Maddy...
—Jason... —susurró, con el llanto atorado en su garganta, cuando sus ojos cristalizados se abrieron de par en par al ver lo que sostenía su novio en una mano—. ¿Qué es eso...?
En ese instante, todo se volvió claro para Jason.
No tuvo que pensar en nada más y sólo se enfocó en la figura que parecía iluminar el ambiente.
O tal vez, su vida.
Como respuesta, el representante se puso de pie y llevó sus pasos hasta quedar de frente a Madison. Hincando una rodilla al suelo, abrió el delicado empaque y sacó el anillo de diamante, dejando la caja en el suelo para tomar la mano de la mujer que amaba. Le besó los nudillos y la llevó hacia su propia mejilla, liberando una lágrima sobre la suave piel del dorso.
Steve caminó con sigilo hasta su mujer y ambos, en un abrazo cómplice, abandonaron la habitación junto a Hunter, para cerrar la puerta y dejar a los protagonistas del momento tener su instante romántico en privado.
—Maddy, mi alocada novia. Definitivamente, sabes cómo hacer perder la cabeza a un hombre.
—Jason... —jadeó, cubriéndose la boca con la otra mano.
—Escucha desquiciada. Sé que me comporté de manera impulsiva. Estaba celoso, inseguro y dolido. Y eso sólo me confirmó que es por todo lo que me haces sentir. Porque te amo como jamás amé a alguien y temí no ser suficiente para ti.
—Pero lo eres... mucho más de lo que merezco... yo... tienes que saber algo... que descubrí hace unos días mientras estabas afuera...
—Cállate, bocona —ordenó en tono suave, con una media sonrisa, sin despegar sus ojos encendidos de los celestes que no dejaban de descargar lágrimas—. Sé —suspiró, porque encontraba que era verdad lo que sentía—, que soy al único al que amas. Tuviste un tropezón. —La boca de la mujer se abrió pero fue interrumpida antes de emitir sonido alguno—. ¿Podrás mantenerte en silencio unos minutos? Porque necesito hacerte una pregunta importante. —Ella asintió con energía, estirando sus labios al máximo en una sonrisa que no entraba en su rostro—. Te amo. Maldita sea. Te amo. Y como me acaban de hacer notar, no siempre todo será perfecto. Y cuando todo parezca complicarse, es cuando más quiero estar contigo. Para aferrarme a ti y que tú lo hagas de mí. Ser el sostén del otro y el punto de apoyo. Y formar una familia contigo en el futuro. Así que, Madison, mi hermosa, malhablada, perfeccionista, dulce y loca mujer... ¿quieres casarte conmigo y ser al único al que le robes besos por el resto de nuestras vidas?
La cabeza de hebras negras relucientes se sacudió en un gesto afirmativo mientras reía.
—Es el momento para que hables. Necesito que lo digas, Maddy.
—¡Sí! ¡Jodidamente sí! ¡Nadie en el puto mundo va a hacerme amarte menos o que impida que seas mío para siempre! —frenó cualquier impulso y sus ojos mostraron un repentino temor, que alteró al hombre arrodillado—. Jason... tienes que saber algo, que espero no cambie tus planes... —apoyó sus manos sobre su plano vientre y otro tipo de lágrimas descendieron—. Lo del futuro... ya está aquí.
Jason fijó sus ojos en el punto señalado, sin comprender. Hasta que sus neuronas reaccionaron. Abrió enorme sus ojos, haciéndolos rodar de la zona abdominal a los ojos llorosos varias veces, sin poder terminar de asimilar el mensaje.
—Madison... ¿tú?
—Nosotros —asintió—. Tengo un mes y medio. Quería decírtelo cuando regresaste, pero...
—Shhhhh —la calló—. Ya pasó.
—¿No estás molesto?
—¿Molesto? Madison, ¡me estás haciendo el hombre más feliz! ¡Vamos a tener un bebé! ¡Tendré esposa y un bebé con la mujer que amo!
Sin dejar de reír, Jason deslizó el anillo en el dedo correspondiente y antes de poder alzarse, fue arremetido por una eufórica Madison, que se lanzó a sus brazos rodeando su cuello con los suyos, quedando atrapada en el fuerte pecho y envuelta en los largos y musculosos brazos de su prometido.
Y futuro padre de su hijo o hija.
Toda la angustia, los miedos, la sensación de pérdida de esfumaron en ambos y en su lugar una paz llena de lágrimas desbordantes los sumió en una burbuja personal de felicidad.
La puerta del despacho se abrió una vez más y Madison salió con una enorme sonrisa en el rostro, seguida de Jason, que tenía la suya pintada de igual manera.
—¡Nos vamos a casar! —gritó, llorando de la emoción, mostrando el dorso de su mano con la prueba de sus palabras—. Jason me perdonó. ¡Me ama! Aurora, ¡me ama! ¡Y vamos a ser padres!
Corrió hacia la rubia desbordando de alegría, que la recibió con los brazos abiertos.
La mutante había escuchado cada palabra y no podía contener la alegría que su corazón sentía, y algo de nostalgia incomprensible para ella.
Madison, algo más alta que ella, se aferraba a su cuello como si fueran hermanas.
—Tenías razón —susurró contra la oreja de Aurora.
Pues, mientras Jason descargaba su frustración dando vueltas por la ciudad, la joven había estado consolando a la mujer destrozada. Hasta que el mensaje de Steve al móvil de la cantante las hizo emprender un rápido viaje con el coche de Madison —en manos de la quimérica criatura pues los nervios de la propietaria eran peligrosos—, hasta la propiedad Sharpe.
—Me alegro tanto Maddy. Mereces ser feliz. Ambos.
—Felicitaciones —añadió Steve, hacia el otro hombre, que parecía que iba a explotar de felicidad. Y aunque su rostro no lo demostrara, compartía con su esposa, sin saberlo, cierto sabor agridulce por la futura familia—. Bien hecho Jason —le estrechó la mano—. Como vuelvas a dañarla, te partiré todos los dedos. Y más vale que cuides al terremoto Morrison-Pawlak.
—¡Steve! —regañaron ambas mujeres en estéreo.
Jason rio.
—No te preocupes, Steve, sólo llorará de felicidad. Y el terremoto estará rodeado de amor.
Madison buscó el refugio de Jason, ubicándose debajo de su brazo, y este llevó su mano libre al vientre de su prometida.
—Por cierto, no nos hemos presentado como corresponde —los ojos bicolores de Jason se posaron en Aurora. Estiró su brazo sin soltar a Madison—. Jason Morrison. Prometido de esta loca.
—¡Hey! —protestó la mujer, palmeando el duro pecho del hombre, pero sin contener su risa.
—Un gusto Jason —respondió Aurora riendo, tomando la palma entregada—. Aurora Sharpe. Esposa del amigo de esta loca.
El agarre de Steve se hizo presente en la pequeña cintura, atrayéndola hacia él.
—¡Otra más! Están complotando contra mí. No es bueno para las hormonas de una embarazada sentirse atacada—. Jason la apaciguó con un suave beso—. Creo que, como mi representante y prometido, mañana mismo deberíamos hacer una declaración para dar a conocer nuestra situación. Quiero que todos sepan que te amo y que eres el hombre de mi vida.
—¿Estás segura? —Sus dientes perfectos y blancos desfilaron en una sonrisa enorme como respuesta. Una que enorgulleció a Jason—. Bien, lo haremos. Pero no mencionaremos todavía tu estado.
Madison asintió, conforme.
—Espero que la primera entrevista sea desde Sharpe Media.
—No podríamos hacerlo desde ningún otro medio, Steve —rodó sus ojos con obviedad, antes de largarse a reír.
—Festejemos... ¿qué les parece si preparo una cena de celebración?
—Me encanta la idea. Pero a mí se me quema el agua, así que no seré de gran ayuda. En cambio, puedo acompañarte y darte una excelente charla motivacional mientras tú cortas.
Aurora rio, guiando a la cocina a Madison.
—Hecho.
Mientras tanto, los hombres se acomodaron nuevamente en el despacho, ahora sí, con vasos de bourbon para cada uno.
—Ahora que has dejado de protestar como un pequeño caprichoso haciendo su berrinche innecesario, podemos aprovechar que invadiste mi hogar para hablar de negocios.
—¿Negocios? ¿Qué negocios podemos hacer tú y yo? ¿Y cómo demonios haces para mantenerte tan calmo después de que te amenacé con golpearte? Ahora sales con negocios como si nada.
—En primer lugar, Jason, en una pelea entre tú y yo, jamás podrías siquiera acercar tu puño antes de que te rompiera todos tus huesos. Como habrás comprobado. Agradece que me caes bien. Eres un hombre honrado, trabajador y amas a Madison. Nunca la vi más feliz que contigo. Sé que las estupideces que dijiste son las de un hombre enamorado y herido. Por eso te las perdono.
—No sé si preocuparme porque estés diciendo de alguna manera sutil de que eres una especie de Jason Statham o sentirme aliviado por comprender que no amas a mi Maddy.
—Haz lo que quieras. Ahora, ¿escucharás lo que tengo que ofrecerte?
Jason levantó las manos en rendición con su vaso en una de ellas y meneando la cabeza, aceptando la inverosímil situación.
—Soy todo oídos.
—¿Qué te parecería expandirte como representante? Yo estaría dispuesto a darte el apoyo necesario.
—¿Qué quieres decir?
—Tener como representados a una joven modelo que recién inicia y a una banda de cuatro inadaptados pero muy talentosos pendejos que llevan años siendo un éxito.
—No sé quién es la modelo. Pero en cuanto a la banda, ¿te refieres a CSB?
—Así es.
—Te escucho. Necesito saber cómo puedes ofrecerme algo que tiene el maldito de Edward Chadburn.
—No lo tiene. Es tuyo en cuanto digas que sí. Aunque entenderé si con el futuro retoño prefieres no tener más trabajo.
Una sonrisa curiosa y traviesa se estiró en los labios de Jason, encontrando su réplica, en una manera más sutil, en el rostro casi impertérrito de Steve.
—Lo resolveremos con Maddy. Nada me daría más placer que joder a Chadburn. O bueno, sí hay otras cosas...
—No me interesa conocer esa parte.
Jason rio. Su humor había mejorado exponencialmente.
—Por el otro lado, esto suena a una historia muy entretenida —continuó el representante.
—No tienes ni idea. Lo que te comenté de la foto montada, es apenas el tentempié. ¿Madison no te explicó nada?
—No dejé que hablara. No podía estar allí.
—Yo te contaré todo. Ella ni siquiera tiene idea de la mitad de todo. Pero debe quedar entre nosotros.
—Mi boca estará sellada. Ahora, cuéntame.
***
Al día siguiente, se dedicaron a comprar regalos para aquellos que los esperaban a su vuelta, para finalizar el domingo con Aurora y Steve despidiéndose de Londres en una última experiencia.
Un partido de fútbol británico.
Una invitación hecha por un arrepentido Jason al matrimonio, después de la invasión al hogar hecho un Demonio de Tasmania.
El palco al que Morrison los había llevado les daba el espacio privado para deleitarse con un espectacular panorama del estadio, admirando el fanatismo de miles de asistentes que gritaban eufóricos.
Y eso que todavía no había iniciado el encuentro.
Se encontraban relajados conversando aguardando por la llegada de los protagonistas.
—Por cierto, ¿ya arreglaron cuándo van a publicar su relación a los medios? —consultó Steve.
—Mañana lo haremos público en uno de tus programas. Anoche se lo confesamos a nuestras familias vía Skype —respondió un exultante Jason.
—Aunque no pareció sorprenderles mucho.
—A nuestras madres no se les escapa nada. Ya lo suponían desde siempre.
—Desde antes de que fuera así —rieron—. Están felices por nosotros. Adoran a Jason.
—Y a ti te aman. Te has ganado el corazón de todos. Incluso de mi abuela. Ella es dura.
—Es exigente. Como yo. Por eso nos llevamos bien.
—Todavía no puedo creer cómo se contuvieron todo este tiempo de decir algo, con lo cotillas que son.
—Lo más impresionante, fue la conmoción al saber que habrá un nuevo integrante. —La pareja sonrió. En sus ojos se veía un brillo especial al conectar sus miradas—. Las futuras abuelas ya comenzaron con la locura de sus compras. Y mis padres ya está planeando venirse desde Estados Unidos después de Accion de Gracias para quedarse en Londres unos meses. Quieren ser parte del proceso.
—Pero los alojaremos en un apartamento rentado. Necesito tener a mi prometida para mí —ronroneó con una gran carga erótica.
—Me alegro tanto por ustedes. —Aurora captó la atención de la pareja que se comía con la mirada—. Ya no tendrán que ocultar lo que sienten el uno hacia el otro.
—Gracias Aurora. Y ojalá pronto haya un pequeño o pequeña Sharpe. Sería fantástico que nuestros hijos crecieran juntos. —La rubia abrió sus párpados con sorpresa—. Pero no todavía. Eres muy joven.
Fue un golpe incómodo para la muchacha, que apartó la vista de la modelo con una trémula sonrisa.
Sintió el calor del abrazo de Steve rodeando su cintura y logró recomponerse, esperando no haber llamado la atención.
—Ya veremos —acotó serio—. Eso no está en nuestro planes más próximos.
—Oh, vamos Steve. No puedes seguir temiendo tener una familia. No con una mujer tan hermosa. Sus hijos serán preciosos con sus genes.
Madison nunca supo sobre la vasectomía del hombre ni el oculto motivo de su negativa a tener hijos. Aunque ese ya no era el verdadero impedimento para ser padres.
La conversación y cualquier perturbación interna se detuvieron en ese punto —para alivio del matrimonio—, cuando los jugadores ingresaron al campo de juego.
Los ojos escudriñadores de Steve reconocieron la figura de uno de ellos, haciéndole estirar su media sonrisa y dejar el momento atrás.
—¿Quién es el chico de allí, el que está saltando en aquella punta? —indagó hacia Jason.
—¿Quién? ¿El número nueve? —Asintió—. Nicola Santoro. Un joven italiano, que llegó hace menos de un año.
—¿Es bueno?
—¿Bueno? Ese muchacho tiene pies de oro. No hay duda de que lo convocarán para el siguiente mundial de fútbol en su selección.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó Madison, sonriendo y codeando a Aurora, que reía por la cara coqueta de la pelinegra.
—Unos diecinueve años.
—Ufff —sacudió la mano como si fuera un abanico—. Es ardiente el muchachito. Dicen que los italianos son amantes apasionados.
—¡Tiene once años menos que tú! ¡Pervertida!
—¿Y eso qué? Aurora tiene esa misma diferencia con Steve. ¡Ah! Ya veo... si el hombre tiene a una jovencita, está bien. Si es al revés, somos unas ridículas.
—Entonces, usaré la carta que dice que estás comprometida. Conmigo. Y embarazada.
—Sólo miro. No puedes culparme por apreciar la belleza masculina —volteó hacia Aurora y la recorrió con su celeste mirada de arriba abajo, finalizando con un sugerente guiño que hizo reír todavía más fuerte a la rubia, que disfrutaba del espectáculo—. O de la mujer. Diré que son mis alocadas hormonas. —Retomó su atención hacia Jason, para encontrarlo con una de sus tupidas cejas negras arqueada—. Tampoco te prohíbo a ti contemplar mujeres. Mientras sólo uses los ojos y no las manos. Mucho menos tu polla.
—No tienes remedio.
—No te preocupes cariño, tú eres mi hombre... —rio entre dientes, dejando un sonoro beso en la mejilla con una sombra de barba negra de su prometido, que sonrió meneando la cabeza.
—A Aurora nadie la mira si yo no lo permito, si no quiere perder sus ojos —dictaminó Steve, en su rol posesivo, afirmando sus dichos pasando su largo brazo por encima del hombro de su mujer para atraparla contra su cuerpo. El matrimonio intercambió una sonrisa cómplice que encendió de rojo las mejillas de la muchacha al recordar su noche en Dulces Pecados—. Y ella sabe que el único verdaderamente candente es su esposo. Mucho menos se fijaría en el mocoso problemático.
—¿Lo conoces? —Fue el turno de su mujer de preguntar, que no paraba de reír, todavía con su rostro arrebolado.
—No, no... pero algo me dice que lo es.
—No sé si problemático, pero en la cancha desestabiliza a los rivales y los elude como si fueran figuras de cartón y no jugadores más experimentados.
—Esto será entretenido.
—¿Steve interesado en el fútbol? —Se burló Maddy—. No me lo creo.
—¿Por qué? —indagó Aurora.
—Porque tu esposo es un elitista estirado. Sólo sigue el tenis. O la natación. ¿Pero fútbol? Ja...
—Hey, que yo jugaba fútbol en la universidad —protestó Jason—. Y rugby.
—Pues aquí, su alteza, sólo practica deportes individuales. Jugar con otros no es lo suyo. Por algo no sabe compartir sus juguetes el niño posesivo.
—Mis juguetes, son MÍOS. No soy bueno para trabajar en equipo.
—Bueno, ahora sí cariño. Y hacemos uno muy bueno —refutó con complicidad Aurora.
—Tienes razón —besó su frente. Descendió su boca hasta su oído—. Salvo cuando ignoras lo que digo y haces tu voluntad —continuó con el reclamo privado.
—Pues tú siempre terminas cediendo a mi voluntad —susurró, pasando su nariz por todo el largo del cuello de Steve, siguiendo con la punta el dibujo de la mandíbula hasta llegar al mentón y darle un pequeño mordisco—. Serás el hombre más dominante, pero te dejas dominar por mí.
—O dejo que pienses que es así —respondió en el mismo tono bajo y ronco, apretándola más contra su cuerpo, ignorando a la compañía a su alrededor.
—Eso crees tú.
La vibración del pecho de Steve al reírse suavemente la arrulló, desconectándola de la realidad.
—Hey, tórtolos, que el juego acaba de empezar. Con tu cabeza metida en el cuello de tu hombre no verás nada.
La pareja se acomodó, Aurora riendo y Steve bufando.
El ambiente alegre se tornó tenso cuando Madison expresó en voz alta sus pensamientos.
—A Gerry le hubiera gustado estar aquí. Amaba el fútbol y este era su equipo —habló en voz queda—. ¿Llegaste a conocerlo Aurora?
—Sí —respondió en el mismo tono—. Por unos pocos días. Fue amable conmigo.
Apretó fuerte su mano enlazada con la de Steve, cuyo cuerpo se había vuelto rígido.
—Lo siento, lo siento... fue un lapsus del momento —cortó Madison, aplaudiendo y regresando al ánimo festivo—. Estamos aquí para disfrutar la vida y darle una última experiencia a Aurora antes de decir "Adiós Londres".
Así fue el resto del partido.
Aurora realmente se dejó llevar por el entusiasmo de los fanáticos, vitoreando junto a Madison y Jason, alentando jugadas y protestando ante un tiro errado, mientras Steve se mantenía perdido en la imagen que le regalaba su diosa.
Lo único merecedor de toda su atención, siguiendo cada movimiento, cada gesto de su rostro expresivo. Sonriendo cuando ella volteaba a verlo y notando cómo se ruborizaba ante su mirada penetrante y sintiendo su corazón cabalgar desbocado de sólo saberse afortunado de llevarse a la chica a su casa.
Por tenerla en su vida.
N/A:
Buenoooooo... hasta aquí llegó el tiempo de paz (Whaaaattt???)
Así es... lo que se viene en la segunda mitad será complicado y peligroso.
Nicola Santoro (el que conoció a Steve en Dulces Pecados), es el mismo que se menciona en la primera entrega... ¿se dieron cuenta?
Espero que les haya gustado, tanto como para regalar una estrellita y comentar.
Les comparto el anillo de Madison.
Gracias por leer, mis Demonios!
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