3. Regalo 🔞
3. Regalo.
Aurora paseaba por las calles de la ciudad acompañada por Andrew y su cachorro, mientras Steve estaba en la oficina en el edificio de Sharpe Media en Park Avenue trabajando. Un trabajo seguro y más normal. Desde que habían vuelto de su luna de miel, incluyendo las misiones de rescate que se habían impuesto, casi no había recorrido Nueva York. De hecho, no la conocía y esperaba poder ahora dedicarse a tareas más agradables, al menos, por un tiempo, hasta que creyera que alguien más la necesitara. Además, necesitaba alejarse de las miradas que sentía sobre ella de algunos empleados de la empresa de su esposo.
Sólo habían pasado cinco días desde su presentación oficial, pero el alboroto en la compañía había sido intenso. Demasiado para ella, que con cada paso que daba, decenas de pares de ojos la seguían desde sus puestos de trabajo.
Steve la reconfortaba diciendo que era la novedad. En cuanto el impacto se asentara, ella sería una más de la compañía.
Andrew caminaba atrás, muy de cerca, con varias bolsas de compras en sus manos. Aurora siempre insistía que debería caminar con ella, charlando, pero él no lo consideraba adecuado. Prefería el silencio y la atención a lo que los rodeaba, siempre pendiente de que pudiera ocurrirle algo a la preciada mujer. No conocía realmente todo el potencial de ese engañosamente delicado cuerpo, pero Aurora no insistía, así que aprovechaba y reflexionaba sobre su vida, su futuro, otras posibles misiones. Sobre lo feliz que era con Steve.
Steve, el hombre que había logrado derretir y que la había conquistado a ella. Pensando en él, se detuvo frente a una vidriera que exponía exclusivos trajes de hombre, como los que usaba su marido.
—¿Aurora?
No necesitaba girarse para saber quién era el que pronunciaba su nombre y su corazón saltó de alegría.
Al voltearse para responder al saludo, se encontró con su querido amigo. El alto y atlético exmilitar. Su cuerpo musculoso sin ser exagerado, se elevaba por encima de ella por mucho.
—¡Chris!
Hunter también saludaba alegre al hombre.
—¡Hunter! Cómo ha crecido el pequeño —acarició el dorado pelaje del golden. Saludó con un gesto de la cabeza al acompañante de la mujer—. Andrew.
—Agente Webb —respondió monocorde.
Apreciaba al hombre de ley, especialmente porque había participado en el rescate a la muchacha poco más de dos meses atrás, demostrando gran valor y habilidad. Y habían compartido el vuelo de regreso desde Japón, donde Chris había intentado infructuosamente sonsacarle algo de plática.
Sin embargo, no por ello ignoraría el hecho que se notaba a la legua que estaba enamorado de la señora Sharpe, aunque ella parecía ignorar ese sentimiento. Por un segundo, imaginó la tortura que podría ser para alguien amar a otra persona que sólo lo corresponde con el sentimiento de la amistad y esa imagen le valió que sintiera por Chris cierta compasión.
Chris se dirigía a Aurora, que lucía impactante con un vestido rojo largo que le quedaba como guante, mostrando con elegancia toda la sensualidad de su escultural cuerpo. Sus hombros estaban al aire, con el escote en bote y por encima usaba como abrigo, una especie de capa negra que la cubría atrás y caía por delante, dejando sus brazos libres. No se le pasó inadvertido que una fina cadena de oro colgaba de su cuello y se perdía en el escote. Sabía lo que era y eso lo emocionó. Recorrió su rostro con la mirada, que sólo llevaba los labios rojos, haciendo juego con el color del vestido. No hacía falta nada más en su divina cara.
Pensó en la primera vez que la había visto en la playa, con un pantaloncillo y una camisa sin mangas, luciendo como una inocente niña. Ahora, era una mujer casada, sensual y distinguida.
<<Casada>>, se repitió.
Se alegraba de haberse topado con ella.
—¡Qué alegría verte Chris!
No se habían vuelto a encontrar desde la despedida del país asiático, salvo por seis noches atrás, cuando se cruzaron brevemente en un oscuro almacén a las afueras de la ciudad.
—¿Qué haces por aquí? ¿No estás lejos de tu oficina?
—Sí, sólo hacía una tarea de seguimiento. Nada importante. ¿Y Sharpe?
—En la empresa.
El hombre, señalando las bolsas de compras que tenía Andrew en la mano, añadió.
—Y tú, por lo visto, de compras, pero parece mucho más pesado que zapatos. ¿Qué tienes allí?
Ella compartió su alegre y encantadora risa.
—Cargo con un tesoro mucho más grande —sonrió, creando algo de expectativa—. Libros. Perdimos la biblioteca de casa y ahora que podremos quedarnos en la ciudad un tiempo... —levantó una ceja con gesto de complicidad—... sin viajes laborales, espero poder armar una nueva en el penthouse.
—Ahora que estarán varios meses por aquí, ¿por qué no aprovechas la Biblioteca Pública de Nueva York? Ahí encontrarás verdaderos tesoros.
—¿Biblioteca Pública? —Abrió grande sus ojos, con su intenso brillo que indicaba que le encantaba la idea—. Aún no he ido.
—No está lejos. —No supo controlar su impulso y la tomó de la mano—. Vamos, te acompaño.
Ella y Andrew intercambiaron una mirada. El guardaespaldas dudaba de si era apropiado que fueran juntos, pero entonces asintió. Él también iría y se aseguraría que no hubiera ningún tipo de situación comprometedora.
Cuando llegaron a la entrada, Aurora quedó maravillada. Quería superar los escalones y entrar sin demora, pero el hombre la detuvo.
—No se permiten perros —Chris señaló a Hunter—. Él tendrá que quedarse afuera.
La mujer lo miró con cierta decepción, pero aceptó la regla y se agachó para acariciar a su cachorro.
—Quédate un rato con Andrew. No demoraré mucho.
Le entregó el extremo de la correa al alto y negro hombre, que se quedó perplejo. Su intención era no despegarse de ellos dos, pero ahora tendría que quedarse afuera del edificio cuidando al perro.
—Por favor, señora Sharpe. No demore mucho. Tenemos que volver a la oficina.
—Sólo curiosearé un poco y saldremos. —Recostó su mano en el antebrazo del hombre, para tranquilizarlo—. Necesito ver esta maravilla.
Andrew, que no podía negarse a ningún pedido de la mujer, vio cómo se perdían en el interior de la biblioteca. Respiró profundo varias veces para convencerse que no tenía nada de malo. Después de todo, confiaba en el agente y en que era un hombre honorable.
Había visto fotos de bibliotecas, pero verlo en persona la entusiasmó. Caminó siguiendo al agente, que no perdía un movimiento y gesto que hacía su adorada amiga. Estaba feliz de haber podido darle un regalo como aquel.
—Espero que te guste esta sorpresa.
—¿Gustarme? ¡Es mágico! ¡Gracias Chris! —Tomó ambas manos del agente como gesto de agradecimiento.
—Un placer, Aurora preciosa.
Sostuvo sus manos, el mayor tiempo posible para disfrutar de ese suave contacto, antes que ella las retirara.
En su ingenuidad, no se daba cuenta que él la quería más que a una amiga, pero que aceptaba lo que ella tenía para ofrecerle, aunque a veces sintiera que lo quemaba por dentro.
Recorrieron juntos las salas, acariciando los lomos de los diferentes volúmenes. Chris le explicaba en voz baja, muy cerca de su persona, absorbiendo cada gramo de su aroma y delineando cada centímetro de su piel.
—Puedes venir a leer o puedes pedirlos prestados y leerlos en tu casa.
—Es maravilloso —tomó uno y comenzó a pasar rápidamente sus páginas hasta completarlo y lo volvió a dejar en su lugar.
Chris observó la acción.
—¿No quieres llevarte ese?
—No hace falta, lo acabo de leer —siguió caminando lentamente, mirando otros libros.
—¿Cómo que lo acabas de leer? ¿Lo tienes en tu casa?
—No —rio con picardía, manteniendo un volumen bajo—. Acabo de leerlo y lo devolví a su lugar —continuó su recorrida.
El hombre se quedó de piedra unos pasos atrasado. Reaccionó y la alcanzó, tomándola del brazo.
—¿Quieres decir que lees así de rápido?
Asintió con la cabeza, sonriendo.
—Así de rápido. Y memorizo absolutamente todo —expicó señalándose la sien con su índice—. Recuerde agente especial Chris Webb. Soy una máquina casi perfecta.
—No, casi no. Eres perfecta Aurora —susurró con admiración y embelesamiento.
—Tonto.
Sí. Era un tonto enamorado de un sueño imposible.
Aun así, decía de verdad. No podía creer lo increíble que era. Podría ser el resultado de un suero creado en un laboratorio, pero ella era mágica, de otro mundo. Su dulce voz lo regresó a la biblioteca, percatándose que la había estado contemplando como bobo mientras ella seguía leyendo libros.
—¿Qué tipo de libros lees, Chris?
No concebía que alguien no se sintiera atrapado por algún tipo de texto.
—Me gustan las de historia bélica. Batallas importantes. Sobre ese tema hice mi tesis en la Universidad.
—¿Guerras? ¿Por qué? ¿No te cansas de vivir rodeado de dolor y violencia, que debes leer también sobre ello?
Se encogió de hombros.
—No podemos cambiar el pasado. Además, no es el terror lo que me atrapa. Me atrae la estrategia, la naturaleza de la batalla. —Aurora lo miraba con sus enormes ojos dorados, como si fuera una cachorra triste, desamparada. Le pareció tan tierna que quiso tomarla en sus brazos, apretarla contra su pecho y fundirse en su piel. En lugar de eso, sacudió la cabeza y compartió otras lecturas—. También lo clásico. Ven, te enseñaré mi libro favorito.
La tomó de la mano ignorando la descarga eléctrica que ocasionó en su piel, y la llevó por entre los estantes hasta hallar la copia que buscaba. La sacó de su lugar y se la dio a su amiga. Ella la revisó. Lo había visto entre los títulos en la enorme biblioteca de la casa de la playa, pero no había llegado a leerlo antes de que estallara.
—<<Moby Dick>> —lo abrió y comenzó a pasar rápido sus páginas hasta completarlo en un minuto—. ¡Qué triste!
—¿Ya lo leíste?
—Una alegoría a la terrible naturaleza obsesiva y vengativa del hombre.
—Y de muchas cosas más. Me gusta reflexionar sobre él.
—¿Lo lees seguido? —Consultó mientras lo devolvía a su refugio.
—Lo leí en mi juventud. Creo que debería conseguírmelo.
—Sólo si lo usarás para aprender de él. Eres mejor persona. Que el monstruo de Ahab no te consuma.
Estando a su lado, le tomó la mano y apoyó su cabeza de lado sobre su hombro, pidiendo en ese gesto que se mantuviera generoso y amable. Al menos así lo interpretó Chris, que para él ese contacto fue como sentir el cielo en el medio de su pecho.
Se quedaron poco tiempo. Aun así, Aurora había podido leer cinco libros. Mientras salían, encaminándose hacia el enorme asistente que aguardaba junto a un entusiasta Hunter.
—Te invito a almorzar.
—Gracias Chris, pero ya almorcé con Steve.
—Entonces, acompáñame mientras yo lo hago. Será rápido. Debo volver al buró.
Ella lo pensó unos segundos.
—Me encantaría. Además, podría repetir el postre —rio, festejando con unas pequeñas palmadas.
—Vamos entonces, pequeña glotona.
Andrew, que no disimuló su incomodidad, los siguió de cerca.
Los amigos iban charlando y riendo hasta que llegaron a un pequeño lugar con mesas sobre la acera y tomaron asiento. El acompañante de la pareja se sentó en una mesa al lado. Les daba privacidad, pero no tanta.
Chris comía un plato de pastas, que devoraba con apetito, siguiendo cada movimiento de su compañía con fascinación, hasta que un erótico sonido proveniente de Aurora detuvo su tenedor a mitad de camino.
La hermosa mujer se había pedido un postre de chocolate que disfrutaba con los ojos cerrados cada vez que llevaba un bocado a su boca, soltando un gemido de placer, que comenzó a castigar al hombre que debía concentrarse para controlar la inminente erección dentro de su pantalón.
Sacudió su cabeza, suspirando. Necesitaba distraerse o detenerla, evitando que siguiera provocándolo con la tortuosa sinfonía que dejaba escapar sin percatarse del efecto que producía en Chris.
—Cuéntame cómo estuvo la luna de miel.
Se arrepintió enseguida de formular esa pregunta. No sabía si podía imaginarla compartiendo sus experiencias románticas con su marido. <<Bien hecho Chris. Querías distraer a tu pene y terminaste empeorándolo>>.
Sin embargo, Aurora se iluminó por completo al tener a alguien con quién hablar. Al menos, los gemidos se habían acabado.
—Oh, Chris, fue fantástico. Sé que viajamos juntos a Japón, pero cuando nos quedamos solos en el avión privado, fue tan romántico —se sonrojó un momento, recordando cuando ella y Steve se encerraron en la pequeña habitación privada para hacer el amor. La volvía loca experimentar esas pérdidas de control con él.
Chris notó cómo su rostro se había encendido y no tuvo que esforzarse mucho para darse una idea de qué podría pintar su piel de forma tan intensa.
Ella volvió a hablar.
—Recorrer Europa durante casi un mes fue increíble. Había leído tanto sobre su historia, pero poder caminar por sus calles, fue como si las huellas del pasado me susurraran sus secretos. Aprendí a andar en bicicleta por Holanda —dijo con orgullo, recordando las breves lecciones de su atractivo esposo, que disfrutaba siempre de enseñarle nuevas aventuras—. A conducir en Italia, a hablar muchos otros idiomas, y a navegar, ya que la última semana, Steve alquiló una gran embarcación para nosotros dos. Bueno, tres, con el pequeño Hunter —acarició con entusiasmo la cabeza canina—. Se comportó a las mil maravillas. Nos acercábamos a la costa para que pisara tierra y el resto del día nadábamos en el agua turquesa del Mediterráneo. Oh, Chris, qué maravilloso poder estar de noche bajo las estrellas meciéndonos sobre el mar.
Cerró sus ojos.
Volvía a verse en la nave, desnuda, acostada junto a su amado, después de hacer el amor bajo el cielo estrellado. Ella jugando con sus delicados dedos sobre el musculoso abdomen del hombre, dibujando su V; y él, besando y mordiendo sus pechos.
En compañía del sol, nadaban y buceaban. Steve, magnífico nadador, encendía a su joven esposa cada vez que se alzaba con toda su envergadura sobre el borde y saltaba de cabeza al mar volviendo empapado, con su cabello revuelto. Ella lo seguía al agua y se sumergía por minutos sin inconvenientes, explorando las profundidades. Cuando se cansaban, volvían a tierra firme para recorrer y pasear junto a su cachorro.
La soledad del mar les había permitido disfrutar hasta el cansancio uno del otro, recorriéndose mutuamente de día y de noche; comiéndose mutuamente buscando saciarse, una y otra vez con los elixires del otro; o borrando los límites físicos en intensos, desenfrenados, vehementes y feroces embestidas, entre gritos, jadeos y palabras cargadas de sucio erotismo o dulces promesas.
Chris miraba su perfil, deseando ser él el que estuviera junto a ella perdido en medio del mar, haciendo lo que sabía habían estado haciendo. Esos pensamientos volvieron a desencadenar un mar de problemas en su pelvis, ruborizándolo aunque ella no supiera qué lo mantenía acalorado.
Ella entonces volvió a abrir sus dorados ojos, que estaban encendido por el recuerdo de su viaje. Fijándolos en su acompañante, guiñó un ojo, sonriendo.
—Sin olvidar que también pudimos hacer algunos trabajos de rescate en el viejo continente. Lo más difícil era descubrir qué oficiales de la ley no eran corruptos.
Ese comentario le permitió abordar otro tema diferente que lo angustiaba, desviando su atención nuevamente.
—Aurora, me alegro haberte encontrado hoy —hizo silencio por unos segundos antes de retomar la conversación—. ¿Terminaron con su trabajo de vigilantes?
—No. No lo creo —dudó la mujer de Steve Sharpe—. Por ahora sí, hasta que creamos que debemos hacer algo nuevamente —jugaba por detrás de la oreja suave de su cachorro, que estaba sentado al lado de ella.
—Lo que hacen es peligroso.
—Sí, pero alguien tiene que hacerlo.
—Sí, nosotros.
—Ustedes lo están haciendo porque nosotros se los dejamos en bandeja. Además, si hay alguien preparada para combatir, soy yo. Ustedes se entrenan. Yo fui creada para esto.
El hombre sacudió su cabeza a ambos lados.
—No me malinterpretes. Me alegra que ayuden a todas esas muchachas, que por cierto, son demasiadas. Nos está costando asistirlas. Pero con paciencia, espero que puedan retomar su vida. Aunque lamentablemente, muchas de ellas terminaron donde terminaron por carecer de un futuro.
Aurora escuchó con atención lo que decía su amigo y pensó en Nomi y en el esfuerzo que era para ella rehacer su vida, aunque fuera en su país, gracias a Steve, que le dio un increíble apoyo.
Una idea comenzaba a dar vueltas en su cabeza. Un proyecto realmente grande que quería dar forma y compartir con su marido. Las palabras del agente la trajeron devuelta al almuerzo compartido.
—Y tus ojos.
—¿Qué tienen mis ojos?
—Están delatándote. Cada testigo los menciona y, aunque yo trato de omitir en la mayoría de los reportes ese dato, cosa que no corresponde que haga, en algún momento no podré seguir cubriéndote —se corrigió—. Cubriéndolos. Por favor. Dejen de actuar de esta forma.
—Sólo dí que son lentes de contacto y listo. Además, el resplandor se intensifica en esas ocasiones. Habitualmente puedo disimular mi brillo. Después de todo, hay otros ojos ambarinos en el mundo. Pero tienes razón. Tal vez debería hacerme agente del FBI y combatir junto a ti —rio.
Chris estaba realmente preocupado, pero aun así, no pudo resistirse a su risa de campanillas.
—No quisiera tener que renegar con una agente que de seguro desobedecería cada orden que diera —la miró de reojo—. Aunque creo que teniendo a una compañera como tú, no tendría nunca temor a entrar a una redada, cubriéndome las espaldas.
—Puedes estar seguro de ello —sus ojos refulgieron brevemente antes de volver a aquietar su fuego dorado, demostrando una vez más, la magia de su iris—. Chris, debo irme.
Revisaba en su bolso.
—¿Qué haces?
—¿Qué parece? Saco dinero para pagar mi postre.
—Ni se te ocurra, preciosa. Me alegraste el almuerzo con tu compañía. Lo menos que puedo hacer es invitarte.
—Chris, querido gigantón. —Levantó una ceja y sonrió de lado al escucharla llamarlo así—. Yo soy la que debería invitarte, en agradecimiento por el paseo en la biblioteca. Fue un bello regalo.
—Me alegro de que te gustara —compartió su ensanchada y clara sonrisa—. Hagamos una cosa. Hoy invito yo. La próxima vez, invitas tú.
—La próxima vez, espero que podamos almorzar los tres.
La inocencia e ilusión con lo que lo decía eran absolutas.
Chris sabía que ella sólo lo veía como a un amigo. El único dueño de su corazón era Steve. Y él lo aceptaba. Se dio cuenta en ese instante que haber estado en compañía de ella, los dos solos, no debería ser algo habitual. Si realmente quería volver a comer con ella, tendrían que hacerlo los tres. Meditó sobre eso un segundo. No le molestaría. Sabía que Sharpe y él se veían como rivales, pero se respetaban y hasta podía decirse que —de alguna manera—, se consideraban amigos. Y los amigos respetan las esposas del otro.
—Perfecto. La próxima vez que esté por aquí cerca, almorzaremos los tres —la miró unos segundos en silencio, tomando valor para lo siguiente que deseaba hacer. Nervioso, pasó su mano por su nuca frotándosela y habló con timidez. Sentía el calor en sus mejillas—. Dime Aurora, ¿tienen planes para mañana en la noche?
—¿Mañana, veintidós de octubre? —El hombre asintió, contemplándola con sus ojos claros brillando con anhelo—. Una fiesta —rumió. No estaba muy entusiasmada por ello después de las dos únicas veces que había vivido ese tipo de eventos, aun cuando la primera lo había hecho en la distancia—. ¿Por qué?
—Nada... nada importante —sacudió su cabeza. Sus ánimos habían caído al suelo. Al menos, eso había logrado enfriar completamente su ansiedad.
La señora Sharpe depositó un cálido y breve beso en la mejilla de su acompañante y se puso de pie, despidiéndose del agente, recuperando la alegría.
—Hasta pronto Chris. Y para la próxima vez, frena a tiempo para no atropellar a nadie —rio una vez más.
Él la observó irse sintiendo todavía sobre su piel el contacto de sus dulces labios, quemándolo, marcándolo.
Seguía fascinado su caminar sensual por la acera, acompañada por su cachorro y el fiel Andrew, que lo había saludado a la distancia con un leve asentimiento. Sonrió al notar que muchos hombres se volteaban para observar a la atractiva mujer que pasaba a su lado. Ella era realmente magnética. Y el movimiento de su trasero era la perdición de cualquier caballero.
<<Mierda. No otra vez>>.
Bajó su mirada y supo que debería permanecer sentado un poco más.
***
Cuando llegaron al edificio propiedad de la familia Sharpe, Aurora se dirigió a Andrew.
—¿Por qué no das una vuelta? Mereces descansar algo. No hace falta que me sigas hasta el despacho de Steve... —posó su mano en el antebrazo de su gran sombra—. No deberías preocuparte tanto Andrew.
—Es mi trabajo señora Sharpe.
—Y no deberías decirme así. Soy Aurora.
—No, es la señora Sharpe —respondió con seriedad.
—Andrew... —se acercó para susurrarle—. Tú eres el único hombre —<<o casi>>—, fuera del barco, que me ha visto desnuda, además de mi esposo. Creo que no hace falta que seas tan formal. Tú eres el responsable de que hoy sea tan feliz.
El colosal guardián se ruborizó, recordando la primera vez que la vio. Era otra mujer y se alegraba por ello.
—Relájate. Nos vemos a la vuelta a casa.
—Sí señora Shar... Aurora.
La mujer sonrió con satisfacción y asintió con la cabeza.
Subió con las bolsas y con su peluda escolta hasta el despacho de su marido. Cuando llegó frente a la gran puerta, se detuvo en el escritorio de Beatrice.
La misma mujer había cubierto ese puesto desde que el que ocupaba el despacho era Richard Sharpe. Cuando él ya no pudo continuar con el control de la compañía y Steve ocupó su cargo, la mantuvo en su lugar a pesar de que él no iba con regularidad. Sólo lo había hecho una vez por semana durante los últimos diez años. Ahora, sin embargo, pensaba asistir con más asiduidad y la madura mujer era un gran aporte a la compañía, además de una gran persona, que había sido siempre devota a la familia.
Le gustaba esa señora. De temple tranquilo y atenta a cualquier necesidad, siempre vestida de manera impecable y usando algún delicado prendedor sobre sus prendas, del lado del corazón.
—Hola Beatrice. ¿Está desocupado Steve?
—Hola, señora Sharpe. Puede pasar sin problema —sonrió con amabilidad.
Conocía a la señora desde hacía poco, pero todos ya la adoraban. Bueno casi todos. Muchas de las empleadas siempre habían fantaseado con conquistar al atractivo e indiferente jefe y se decepcionaron al ver que ya no tendrían oportunidad. No que hubieran tenido una con alguien con una coraza tan dura y fría como la de él.
Aurora golpeó con cuidado tres veces y luego abrió la puerta, asomando con vacilación la cabeza.
—Steve, mi amor, ¿puedo pasar?
El hombre, sentado detrás de su escritorio, trabajaba desde su ordenador mientras seguía las diferentes pantallas de televisión encendidas desde el otro lado del despacho. Al ver a su hermosa esposa, sonrió de costado. Su valiente guerrera pedía permiso con timidez.
—Aurora, no tienes que pedir permiso. Esta es tu oficina también.
Ella se encogió de hombros y entró completamente al despacho. Llevaba a Hunter con una mano y muchas bolsas en la otra, que dejó sobre el amplio sofá. Se quitó el abrigo, colgándolo en la percha.
Al cachorro lo soltó y éste corrió a saludar al hombre, que acarició su suave cabeza. Después de su caricia, él se recostó en un almohadón en un rincón. El lugar predestinado para el perro. Entonces la mujer caminó con sensualidad hacia el escritorio, recargando el trasero en el borde de la gran mesa, delante de la silla de su esposo, que la recibió colocando sus manos sobre su cadera, acariciando su figura y haciendo círculos con sus pulgares por encima de la prenda.
—Adivina con quién me encontré hoy.
—Con Chris Webb —respondió de manera inmediata, mirándola con sus acerados y azules ojos.
—Vaya. Se me ocurren tres opciones para que hayas acertado a la primera —levantó el dedo índice al presentar sus opciones—. Eres muy bueno en este juego, —acompañó al primer dedo el del medio—, mi vida es algo triste si Chris es mi única opción fuera de la familia o, —mostró un tercer dedo—, y esta es la que elijo, Andrew llamó para contarte.
—Andrew llamó para contarme.
—Chismoso —sentenció con gracia—. El caso, es que te envía saludos y está preocupado con nuestras incursiones nocturnas. Le aclaré que por ahora, no tenemos pensada otra aventura. Sólo vida de casados.
—Es lógico. Es un agente de la ley. Aunque comparto su preocupación.
Aurora fijó su mirada en él. Sabía que lo que habían estado haciendo era por ella. A Steve le aterraba que algo le pasara. Pero no quería pensar en eso porque tenía una gran novedad para compartir.
—¡Lo más importante es que me llevó a la biblioteca y me encantó! Voy a aprovechar cuando tú estés ocupado aquí e iré a visitarla.
—Y luego fueron a comer juntos —mantuvo la mirada fija en su mujer—. Al menos, lo viste en un lugar público.
Su voz sonaba tensa y eso llamó la atención de la rubia.
—¿A qué viene eso del lugar público? —dejó de sonreír.
—No quedaría muy bien que la extraordinariamente atractiva y joven esposa de alguien se la vea a escondidas con un hombre que no sea su marido. Que por cierto es una figura pública.
Ella se mostró confundida.
—¿Hablas de infidelidad? ¿Crees que yo podría hacer algo así? He leído mucho pero sigo sin entender por qué las personas dañarían a los que aman con algo tan cruel como el engaño. Especialmente cuando podemos elegir. Elegir estar con quien queremos o elegir estar solos para estar con cualquiera. También podemos elegir controlarnos y no herir a otros.
Adoraba la ingenuidad de tan brillante e inteligente joven. Podría construir con los ojos cerrados un cohete, pero no tenía ni idea sobre la naturaleza humana. Lo pensó un segundo y se corrigió. Lamentablemente ella conocía aspectos de los hombres que nadie debería conocer. Pero no comprendía de relaciones sentimentales.
Suspiró, relajando sus hombros que se habían cargado de rigidez.
—Confío en ti amor, mi dulce Aurora. Pero a veces, son los otros los que se dejan llevar por impulsos imposible de controlar.
—Eso es ridículo y una excusa absurda que dicen para justificar cualquier acto reprochable. Sabes que creo que somos responsable de cada decisión y con ellas, debemos hacernos cargo de sus consecuencias.
Steve volvió a suspirar. Todavía tenía bastante que enseñarle.
—Tú, mi maravillosa y hechizante mujer, haces que yo me descontrole. Desde el primer día que te vi no he podido controlar el magnetismo que ejerces sobre mí —la acarició con sensualidad por el contorno de sus piernas, buscando su piel por debajo del vestido. Ella se dejaba acariciar con placer.
Su respiración se volvía errática y su piel se erizaba.
—Eso es diferente. Lo que haces no es malo ni daña a otros. —Sus ojos comenzaban a brillar con más fuerza—. Además, yo quería que reaccionaras así.
—Aunque no te des cuenta, esa fuerza atrae a otros. Es en ellos en quienes no confío.
—¡Pero estás hablando de Chris! —Ahora su semblante había mudado a un gesto de inquietud—. No creerás que él haría algo deshonroso. Es mi amigo. Nuestro amigo. Uno que ha arriesgado su vida por nosotros.
<<Por ti>>, pensó Steve.
Chris había arriesgado su vida para salvarla a ella. Porque estaba enamorado, aunque Aurora no lo pudiera ver. Y Steve, no podía decírselo, porque si lo supiera, estaba seguro de que ella, para no herir a su marido, dejaría de ver a la única persona que consideraba un amigo. No podía quitarle eso. No después de que ya le habían arrancado al primero que había tenido en su vida. No correspondía, especialmente, porque él confiaba totalmente en la sensible dama y, aunque Webb fuera un rival en el amor, era un buen y honesto hombre que no haría nada que pudiera perjudicar a Aurora.
<<¿Cierto?>>, se cuestionó.
Se puso de pie y dominó el cuerpo de ella con toda su anatomía. Comenzó a acariciarla con erotismo, besando su cuello y su boca. Escribiendo sobre ella, dejando marcas invisibles que atravesaban la dermis, e iniciando un nuevo incendio entre ellos.
Era suya. Sólo suya. Y quería tatuarla con sus besos y caricias.
Correspondía a esos labios con deseo, capturando la boca traviesa de Steve, invadiéndola con su lengua para poseer hasta el último recoveco de su cavidad y adueñarse de su aliento, haciéndolo suyo.
Se sentó arriba del escritorio, con su culo cerca del borde y sujetó a su marido por las nalgas, atrayéndolo más hacia su entidad.
Steve se detuvo un momento y presionó un botón del intercomunicador del escritorio.
—Beatrice, que nadie me interrumpa hasta nuevo aviso —soltó el botón antes de esperar respuesta. Sólo quería concentrarse en una tarea.
Levantó con desesperación el vestido de Aurora, arremolinándolo en su cintura, mientras ella liberaba el cinturón y abría el pantalón. El sonido de la cremallera abriéndose hizo estragos en la mujer, que sintió cómo se humedecía ante la anticipación, logrando que su centro palpitara.
Todavía no habían hecho el amor en el despacho de Sharpe Media, y eso excitaba a ambos.
Los dedos ansiosos de Steve eran fuego puro sobre la piel del lado interno de los muslos de Aurora, ascendiendo hasta invadir el coño desnudo y ya empapado que lo recibió dispuesto.
Uno, dos, tres dedos la masturbaban sin contemplaciones, entrando y saliendo con maestría, jugando y danzando en su canal. Sus bocas se mantenían unidas, deteniéndose en su frenética lucha cuando las penetraciones manuales eran tan intensas que jadeos secaban su garganta y su sexo apretaba los dedos como si fueran su miembro.
El orgasmo estaba por derramarse cuando Steve la torturó al vaciarla de sus dedos justo en el límite.
Pero no hubo tiempo de queja. Su esposo sujetó su nervuda, enorme y gruesa verga con su mano y la guió hasta su entrada.
Arremetió con salvajismo contra ella, para poseerla sin demora.
La brusquedad de las estocadas la calentaba como si el sol se hallara en su interior, escupiendo llamaradas incandescentes al espacio. Ella se arqueaba siendo sacudida, dejando caer su cabeza hacia atrás.
—Mírame —ordenó con la voz ronca y Aurora obedeció—. No dejes de verme a lo ojos, mi niña. De ver quién te folla. De quién eres.
Así, sus miradas se enlazaron como si fueran sus cuerpos. Lo decían todo. Se prometían todo.
Mordía su labio para mantenerse en silencio, aunque lo que deseaba era gritar sin contenerse. Los gruñidos guturales del hombre y el sonido del acoplamiento de sus sexos era la única música que se escuchaba. Una que iba aumentando el ritmo.
Steve la sujetaba por las nalgas con más fuerza cada vez que la penetraba, atrayéndola contra él. Sólo desprendía el enlace visual para morder sus desnudos hombros y el cuello, conteniendo sus propios gemidos y mantuvieron un ritmo exagerado hasta que llegaron juntos al orgasmo, sintiendo el calor de sus esencias fundirse y desbordarse del interior de Aurora.
Ella se dejó caer boca arriba, sobre el escritorio y Steve apoyó su cabeza sobre el redondo pecho, acariciando una de sus piernas y subiendo hasta sus senos cubiertos.
—¿Ves cómo me haces perder el control? —Protestó, cuando recuperó el aliento.
Despacio se puso de pie y se levantó los pantalones. Tomó la mano de Aurora para ayudarla a erguirse, y pudiera acomodarse el vestido. Siguió a Steve hasta el baño privado, donde se terminaron de acicalar.
Ella se paró delante de él, entre el espejo y el hombre.
—Tu treta de distracción no me hizo olvidar que aún no me respondiste.
—¿Qué cosa? —Sabía a qué se refería, sólo quería dilatar la respuesta.
—Sobre Chris. ¿Realmente desconfías de él? ¿O que no le interesa nuestra amistad?
Steve se peinó su cabello revuelto hacia atrás, usando sus dedos para regresarlo a su pulcro peinado. Aurora reconocía en ese gesto que él dudaba en qué decir.
—¿Piensas en tu falta de control con Gabrielle?
No, no lo había hecho. Pero con la mención de la mujer, supo que lo que él tanto temía que pudiera pasarle, que Chris o Aurora no pudieran limitar sus impulsos, lo pensaba porque él había cometido esa estupidez. Él era el que se había acostado con otra cuando Aurora había entrado en su vida y le había dicho que lo amaba, aunque él todavía no había reconocido que le retribuía. Y la joven tampoco le había recriminado por dicho comportamiento.
Su mujer se había acercado más a él y le estaba acomodando la corbata. Clavó sus ojos ámbar en los azules oscuro de él.
—Cariño, sabes que esa situación fue diferente, ¿no? Tú y yo no estábamos casados. Hasta creía que no querías volver a verme, que me considerabas una... una... —recordar ese día, esa palabra, le dolía en el alma.
Steve lo sabía y su pecho se comprimió por la vergüenza y la culpa. Bajó la mirada hacia sus pies. Sólo ella lo doblegaba de esa forma.
—No lo digas mi amor. Nunca me perdonaré lo que te hice sentir.
Aurora lo tomó del mentón obligándola a verla a los ojos y le regaló una dulce sonrisa para calmar su remordimiento.
—Ya pasó. Fue una valiosa lección. Por ella sé que ahora no volverías a acostarte con Gabrielle si te la encontraras en alguna fiesta —acunó el rostro afeitado entre sus manos y lo sujetó con firmeza para besarlo en los labios—. Y nunca haría algo que pudiera dañarte. Te amo con todo el corazón.
—Lo sé. Sé que no querrías hacerme daño jamás. Al menos, no adrede. Pero el jamás es difícil de anticipar.
—Steve, ¿acaso quieres que deje de ser amiga de Chris? —Su semblante mostraba seria preocupación y angustia. Bajó la cabeza durante un segundo, apoyando su frente sobre el pecho masculino. Desde esa posición, habló en voz baja—. Si eso te hiciera feliz, lo haría. Por ti.
Aurora acababa de confirmar la teoría de Steve. Ella le ofrecía renunciar a su única amistad por el amor a su esposo. Se sentía ridículo y necio.
Fue su turno de tomarla de su barbilla entre su pulgar e índice; y la hizo elevar la cabeza.
—Mi bella esposa, ángel de mi vida, no quiero que renuncies a nada. Confío en ti y en Chris. Es nuestro amigo —la besó con ternura en los labios.
No le pasó desapercibido que lo había llamado Chris por primera vez, en lugar de Webb y sonrió.
—Me alegro, porque la próxima vez que pase por aquí, le dije que almorzaríamos los tres juntos.
Ella rodeó su cuello con sus largos brazos y abrió su boca para recibir la de su atractivo marido.
—Por cierto, durante nuestra charla, me dio una idea para seguir ayudando, más allá de rescatar a jovencitas. Una muy grande y desafiante.
Rodó los ojos, recibiendo en represalia una palmada en su ancho pecho. Soltó un corta risa ante la nueva aventura a la que estaba seguro, se vería arrastrado como el esclavo que era ante su diosa dorada.
—Muy bien, Aurora, oigamos esa idea.
***
El regreso a las oficinas federales se le hizo ligero, como su flotara en el recuerdo de la sonrisa y el beso de Aurora.
Ni siquiera la punzada de decepción al saber que no estaría libre para el veintidós a la noche pudo borrar la alegría de haberse tropezado con ella de tan maravillosa y sorpresiva manera.
Ya en el elevador, rememoraba su luminoso rostro ante el regalo que le había hecho. Uno hecho a medida, por lo que había comprobado. Lo que daría por colmarla de miles de obsequios más para no dejar de ver ese mágico gesto en su perfecta y tentadora boca.
<<Calma Chris>> se tuvo que contener y se auto lanzó un cubo de helada realidad que bajara su temperatura. Sólo lo suficiente para resguardar la sonrisa en su corazón. El obsequio que ella le había dado en retribución.
Cuando las puertas metálicas se abrieron, sus largos pasos lo llevaron hasta su escritorio, donde una pila de declaraciones aguardaban para ser archivadas. No había nada más que hacer con respecto al caso del último rescate. Todo seguía su cauce y sus superiores estaban satisfechos con los resultados.
Aunque Phil Harrison diera a entender que él era responsable, su jefe directo, Paul Estrada, conocía cómo eran los hechos y se enorgullecía del joven. Eso era suficiente para Chris. Eso, y saber que ya no habría torturas para las chicas liberadas.
Se sentó en su silla después de quitarse la chaqueta y colgarla en el respaldo. Comenzó a acomodar las carpetas cuando percibió de reojo que alguien se detenía del otro lado de su mesa. Alzó la vista y se topó con los oscuros orbes de la agente Moore.
—No pude evitar verte llegar con una sonrisa. Juraría que no te fuiste así hace unas horas —alzó sus cejas varias veces, de forma traviesa—. ¿Un encuentro a mediodía?
—Moore, no estamos en el nivel de confianza para que te cuente sobre mi vida personal.
—¿Siempre eres tan brusco? Sólo trato de ser amigable.
—Tengo suficientes amigos. No necesito a uno de los perros falderos de Harrison cerca mío.
—Hey hey... aguarda —usaba sus manos como si apaciguara fieras—. Recibí órdenes de sumarme a este equipo. Estaba bien donde me encontraba. Tenía mis compañeros y amigos, con los que confiaba y hacíamos bien nuestro trabajo. Estoy intentando adaptarme a este grupo, pero tú y Yang, y los demás de aquí, parecen celosos de cualquier nuevo.
—No de cualquier nuevo. Harrison, Cross y tú.
La mujer rodeó el escritorio para quedar junto a Chris, inclinándose lo suficiente hacia él, disminuyendo la distancia entre ellos. Chris, en respuesta se reclinó contra el respaldo alejándose, fijando sus ojos claros en ella y llevando una mano a su barbilla.
—A mí tampoco me simpatiza Harrison. Y es mutuo, créeme. No le gustó que me hayan transferido, pero tengo experiencia en estas situaciones y necesitaban a una mujer para asistir a las traumatizadas muchachas. Desconfían de los hombres porque son los responsables en su mayoría, de lo que les pasó —entrecerró sus ojos hacia el hombre—. Salvo contigo. He notado que tienes algo que las hace sentir seguras. Te pido una oportunidad. Eso es todo.
—Las oportunidades se ganan.
—Entonces, me la ganaré, Chris —su voz fue suave y sus labios se movieron lentos cuando pronunció su nombre. Antes de irse, le guiñó un ojo y lo dejó allí, pasmado, mientras no podía evitar seguir su andar hasta que se sentó en su lugar.
Lara no había perdido detalle de lo ocurrido entre los agentes. No sabría qué habrían hablado desde donde se encontraba, pero el cuerpo tenía su propio lenguaje.
No estaba todavía segura si se alegraba de que alguien se interesara en su amigo, o dejaba que su instinto ganase la batalle de desconfianza en la recién llegada. Sería cuestión de tiempo. Pero no le quitaría su rasgado ojo a Hannah Moore.
N/A:
No conozco la biblioteca de NY salvo por imágenes, pero cómo me gustaría recorrer las salas de las que he leído! Espero algún día poder cumplir el sueño de visitarla.
¿Qué lugares les gustaría conocer?
En los capítulos que aparezca 🔞 marcaré que en alguna parte habrá alguna situación de contenido sensible (sexo-violencia-escenas duras...)
Ya saben qué hacer si les gustó lo que leyeron...
Gracias por leer, Demonios!
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