Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

28. Madison y yo 🔞

28. Madison y yo.

Steve conducía por la carretera alejándose de la ciudad. Había planeado —aprovechando que tendrían un par de días sin lluvias—, llevarla a una escapada campestre por el resto de la tarde.

—¿Te gusta lo que ves, mi niña?

—Uf, por donde mire, quedo encantada —respondió con la emoción de una infante, mirando a través de la ventanilla—. Especialmente cuando miro a mi lado —la voz se había tornado coqueta y sensual, haciéndolo girar para encontrarse con los luceros encendidos en el rostro sonrojado de Aurora, que se mordía el labio inferior, conteniendo una sonrisa—. Esta es la mejor vista. Y la que más me enciende.

Steve se había despojado del saco, chaleco y la corbata, dejando abierta la camisa hasta la mitad de su pecho, permitiendo que la rubia se deleitara con la piel visible de sus definidos relieves. Se relamió el labio, siguiendo con su descenso por el vientre en cuadrados debajo de la fina tela blanca hasta alcanzar el pantalón y lo que sabía allí se refugiaba, esperando por su siguiente despertar.

La temperatura en el vehículo —y en el cuerpo dorado—, comenzó a ascender. Aurora apretó sus piernas, percibiendo la necesidad que comenzaba a cosquillear en el sensible vértice entre sus muslos. Regresó, en una huida de su propia mente ansiosa, al rostro varonil para encontrar los orbes burlones fijos en ella.

Steve rio entre dientes, retomando sus ojos el camino.

—Ven mi niña, siéntate sobre mí.

Una corriente de pura lava la recorrió de norte a sur, tensionando su vagina y tornando pesados sus senos.

—¿Aquí? —jadeó, enronquecida—. ¿Mientras conduces? ¿Y delante de nuestro cachorro? —Asintió—. Eres un pervertido y un imprudente.

Inclinó su cuerpo hasta llevar sus labios a rozar con la mejilla perfectamente afeitada, donde primero depositó un beso que repitió hasta llegar a su cuello, para luego lamer hacia arriba como a un dulce hasta tropezar con su dura quijada. Su mano se coló por debajo de la camisa, acariciando los musculosos pectorales, hasta apretar el pezón masculino y obtener un pequeño gruñido.

—Y me prende como no te das una idea.

—Eso es porque eres igual de pervertida que yo, con esa carita de ángel que cargas.

—Sería más exacto decir que tú me has vuelto así. Adicta a ti.

Rio, ronco.

—Entonces, haz lo que te digo de una buena vez —su voz había descendido varios tonos.

—Generalmente, no me gusta que me ordenes, pero con esa voz, no puedo negarme a tus deseos.

—Buena niña.

Se sacó los zapatos y un segundo después, la recibía a horcajadas sobre su regazo, sin dejar de conducir ni disminuir la vertiginosa velocidad, controlando el recorrido por encima del hombro de su mujer.

Él habría iniciado la partida, pero la que controlaba el juego era la joven mutante, que había encendido el fuego de su mirada ante el peligro que los desafiaba. Y que añadía un suculento morbo a la experiencia.

—¿No temes que choquemos? —cuestionó curiosa sin dejar de frotarse sobre la enorme y rígida erección que ya se apretaba en el pantalón de Steve, torturándolo, haciéndolo sisear—. ¿Lo has hecho antes de esta manera?

—Nunca. Tú eres mi seguro —rio ronco por lo bajo—. Si chocamos, tú nos sanarás y seguiremos cogiendo entre chatarra.

—¡Loco! —gimió cuando sintió contra su centro el calor que irradiaba la bestia que rugía por salir de su encierro—. Tú concéntrate. No quiero interrumpir nuestro acto para regenerar heridas.

Elevó brevemente su cuerpo para dar espacio a su mano entre sus pelvis, de manera que pudiera proceder con tortuosa parsimonia a soltar cada tramo de prenda antes de conectar sus cuerpos en ese delicioso, húmedo y caliente punto que los elevaba al cielo y los hacía arder como en el infierno.

El ruido del cierre del pantalón fue el mejor prólogo para la historia que desarrollarían. Los largos dedos de Aurora apretaron con la justa fuerza el ancho y enorme miembro, que se endureció más cuando jugó arriba y abajo con él, preparándolo para el ataque.

Esparció la gota de líquido preseminal que la saludó por la cabeza hinchada y luego se llevó el dedo brillante a su boca, succionando todo su largo y fijando su mirada hecha de oro fundido en los ojos de Steve, que se desviaron un segundo de la carretera para perderse en ese gesto lascivo.

Regresó a la ruta, pero en su cabeza, esa imagen quedó estampada, enloqueciéndolo por completo.

Deslizó su falda hasta dejarla enrollada en su cintura, revelando la falta de prenda interior.

Su sexo palpitaba, sus jugos ya chorreaban por el interior de sus muslos mientras seguía sacudiendo el pene nervudo que no dejaba de agrandarse, rozando su punta contra su propia vagina, esparciendo su humedad.

Los pezones se volvieron diamantes que rozaban la tela que las cubría.

Quedarían sin atención masculina si querían sobrevivir a su viaje.

—Carajo Aurora. Si no nos estrellamos, tú me matarás —siseó, con la mandíbula apretada y la tensión en cada músculo de su cuerpo. Se aferraba al volante, dejando sus nudillos blancos—. Méteme en ti o me derramaré en tu mano, niña.

Aurora sonrió con malicia y una risita se coló entre sus labios entreabiertos.

Lentamente, guio la polla hacia sus pliegues. Jugó entre ellos, hasta que se dejó caer, creando un canto hecho de gritos al clavarse hasta el fondo la maravilla que poseía entre sus piernas el hombre que le hacía ver estrellas y descubrir el poder de su propio misterioso cuerpo con cada orgasmo incandescente.

Se sintió llenada hasta los límites, con el habitual dolor gustoso. Apretaba con sus músculos internos la suculenta carne que prometía sacarle gemidos de placer.

Confiando en Steve el control de la máquina, ella se encargó de ser la que dirigiera la danza. Inició con sensuales movimientos circulares, que poco a poco, fueron convirtiéndose en sacudidas frenéticas, combinando vaivenes y saltos sobre la verga que la perforaba con cada choque de pelvis.

La música suave que salía del estéreo del habitáculo era superada por los gemidos, maldiciones, jadeos y gritos que espantaron al cachorro, haciéndolo esconderse en el suelo de los asientos traseros.

El chapoteo de sus esencias ensuciándolos anunciaba la proximidad del estallido.

Aurora se detuvo un momento y ascendió, dejando el pene casi por fuera, para volver a caer con contundencia hasta casi meter las bolas en ella, obteniendo un gruñido gutural de su esposo. Su cabeza caía hacia atrás, mordía con fuerza su labio inferior y se perdía en la oscuridad de sus párpados cerrados para centrar el resto de sus sentidos agudizados, intensificando el gozo.

Una de las manos que se aferraban a los hombros de Steve se soltó y tomó su propio seno anhelante de contacto.

Se lo apretó con fuerza, magreando su carne. Estaba pesado y ansioso. Se pellizcó y tiró de él, provocando que su entrepierna recibiera un cosquilleo intenso que se mezcló con los roces que le proporcionaba el miembro encajado.

Steve podía sentirla vibrar. Se dejaba enterrar en ella hasta la empuñadura, moviéndose posesa del placer. Su cadera describía dibujos en una combinación imposible de pasos sobre su cadera que estaban llevándolo al límite.

La adrenalina de la follada en semejante situación riesgosa daba un plus inaudito a la experiencia. Y mientras más fuerte Aurora se hacía follar, más apretaba el acelerador en un arriesgado viaje.

Los brincos sobre su cadera eran desquiciados. La polla sólo crecía, siendo apretado en la aterciopelada estrechez de Aurora cada vez que entraba y salía de ella. El líquido chorreante sólo lo lubricaba más, deslizándose cada vez más profundo.

Se ensartaba hasta alcanzar los puntos más recónditos de ella.

La fricción de sus carnes era rápido. Más, más y más rápido. Sus jugos creaban un maremoto entre ellos, embadurnando sus pieles y su pantalón.

—Voy... a... correrme —gimoteó contra su cuello cuando se abrazó a él por la necesidad de sujeción al sentirse a punto de desfallecer.

—Hazlo mi niña. —Su voz ronca aseguraba su próxima liberación—. Hazlo para que te acompañe. Córrete sobre mí y ensúciame con tu cremosidad.

—Me... calienta... tanto... cuando... me... hablas... así —sus gemidos salían entre cada sacudida.

Sus vientres se tensaron y sus entrañas ardieron.

Se balanceó con intensidad tres veces más y la supernova se hizo presente. Sus largos gritos fueron la evidencia de la magia de sus cuerpos y el derrame intenso y abundante estalló como un volcán, fluyendo por el interior de los muslos de Aurora hasta caer sobre Steve.

Abrazada todavía a los hombros anchos de Steve, la figura de Aurora siguió meciéndose suavemente con las réplicas del extenso orgasmo, que la tenía con su interior palpitando por las contracciones latentes.

—Ese fue un muy buen orgasmo —ronroneó contra la piel sudada del hombre, exudando su perfume amaderado y con restos de sándalo que tanto la fascinaba.

—Un orgasmo excepcional, mi diosa —reafirmó.

Había bajado la velocidad y una de sus manos abandonó el volante para dedicarse a prodigar caricias lineales a lo largo de la espalda de la mujer que no parecía querer desprenderse de su agarre.

Mejor. 

Acurrucada sobre él, finalizó el viaje, frenando el coche a un lado de un camino rural, y fueron las dos manos las que continuaron con los mimos. Una mano se enredaba entre las doradas hebras mientras que la otra subía y bajaba por toda la columna.

Aspiraba el perpetuo aroma a flores de su mujer, necesitado de absorber todo lo que pudiera del ángel que cargaba entre sus brazos.

—Me haces inmensamente feliz, Steve Sharpe. Hace unos meses... —murmuraba contra el hueco del hombro masculino—, mi futuro sólo parecía ser dolor, sangre y muerte. Iba a dejarme morir y nunca hubiera podido experimentar con otras palabras. Palabras como placer, cariño, amor, alegría, confianza, cuidado... escribiendo con ellas nuevas líneas en la historia de mi vida. Nuestra vida. Eres mi luz.

—Aurora... —un nudo se formó en su garganta—. No pienses en eso. Ambos hemos vivido en la oscuridad. Pero no era nuestro destino apagarnos. No cuando podemos brillar juntos de manera indescriptible, maravillosa e intensa.

—Te amo —se irguió, conectando sus miradas. Ambas humedecidas por la emoción—. Como no te das una idea. Tuve miedo de perderte anoche. De que rompieras mi corazón.

—Lo lamento. Merecías que te contara sobre Madison y yo mucho antes. Por eso estamos aquí.

—¿Vinimos a las afueras de Londres para hablar? —arqueó una ceja. Giró su cabeza y miró más allá de las ventanillas, inspeccionando el exterior—. No me quejaré, pero podríamos haberlo hecho en cualquier otro lugar.

—Así es —abrió la puerta del vehículo. Con cuidado, pasó las piernas desnudas de Aurora por encima suyo, dejándola con los pies sobre la tierra. Ella se acomodó la falda y salió, siendo seguida por él—. Pero sé que amas la naturaleza, el aire libre y antes de volvernos a casa, quería darte este paisaje de belleza irreal. Además, te había prometido repetir la experiencia de Central Park. Sólo cambié el escenario —comentó en tanto se limpiaba los restos esparcidos sobre su pene con un pañuelo. El pantalón había quedado hecho un desastre. No le importaba. Estarían solos y cuando regresaran, irían directo al penthouse, evitando ojos ajenos.

Aurora se perdió en el idílico lugar. Parecía de ensueño. Campos extensos de un verde intenso se abrían delante de ella. Algunas ovejas descansaban a lo lejos, pareciendo puntos blancos semejantes a pequeñas flores.

El aire se sentía tan puro que revitalizaba cada célula de su cuerpo. Podría estar horas perdida en la paz que reinaba allí.

Se sobresaltó cuando desde atrás, percibió la tela del pañuelo limpiar el interior de sus muslos.

—Gracias —susurró. Se volteó y besó los labios de Steve.

Caminó hacia la puerta trasera y tomó a Hunter del interior, para soltarlo junto a la baja empalizada de piedras que limitaba el campo.

—¿Te gusta? —preguntó Steve, envolviéndole la cintura con un abrazo desde atrás y besando la unión del cuello con el hombro.

—Lo adoro. Ha sido una grandiosa idea. Agradezco que no llueva y algo de sol brille tras las nubes.

—Londres no es de tu agrado, ¿no? —rio por lo bajo.

—Me encanta Londres, pero su clima deja bastante que desear. No podría vivir aquí. Necesito el sol y ver la luna y mis estrellas iluminar mis noches —cambió de frente, para rozar su nariz con el mentón de Steve y depositar allí un beso, teniendo que ponerse en puntas de pie para alcanzar su objetivo—. ¿Podemos pasar del otro lado y jugar con las ovejas?

—Podemos —sonrió de medio lado. Conocía al propietario del terreno. Un viejo amigo de los padres de Gilbert—. Hunter y tú vayan yendo. Tomaré lo necesario del coche para nuestro picnic.

Como una niña, brincó en el lugar y aplaudió emocionada. Subió hasta sus muslos la falda y tomó al cachorro entre sus brazos para poder saltar como una gacela el pequeño muro. Hunter ladraba igual de entusiasmado, y tras depositarlo en el suelo, corrieron por el verde césped sintiendo la libertad envolverlos. Los pies descalzos de la joven disfrutaban del fresco contacto.


Habían corrido los tres por el campo, rodeando árboles, acariciando ovejas y jugando como enamorados salidos de una novela victoriana cliché hasta que decidieron recostarse en la manta y comer bocadillos, entre risas, charlas y besos sonoros.

Cansado, Hunter había quedado dormido junto a Aurora, que lo acariciaba con cariño con una mano. 

A diferencia de su escapada en la Gran Manzana, en esa oportunidad, el matrimonio estaba ubicado con los roles invertidos. Ella, mantenía su espalda apoyada sobre el tronco de un árbol y Steve, se había posicionado entre sus piernas, recostado de espaldas contra el cálido y perfumado pecho de su muchacha, encerrado por las largas piernas desnudas flexionadas a ambos lados. El rubio tenía sus ojos cerrados, perdido en los masajes que prodigaban los dedos delicados de Aurora en su cabeza .

Su rostro mostraba completa calma.

—Ahora, vamos a aclarar todas las dudas que tienes sobre Madison y yo —soltó de golpe, sin cambiar un ápice su postura o su gesto de paz—. ¿Quieres saber algo en particular?

Aurora lo meditó unos segundos.

—¿Ella estuvo en tu mansión? Quiero decir, ¿se acostaron en tu cama o...?

—No —respondió tajante, abriendo sus ojos y girando su cuello para mirar desde su lugar al rostro de su niña—. No he llevado a ninguna de mis amantes o ligues a casa. Madison no conoce nuestra mansión ni estuvo en nuestra cama —guiñó un ojo ante la sonrisa luminosa de Aurora—. Gerry y Edward son los únicos que han ido.

—Creí que sí... por el frasco de perfume que habías dejado para mí cuando llegué. —Steve mostraba su desconcierto frunciendo el entrecejo—. Es el mismo que ella usa y que olfateé en ti. No importa.

—Ni siquiera es de mi preferencia. 

—¿Entonces por qué lo habías elegido para mí?

—Debe de haber sido por inercia. Por costumbre al ver tantas veces esa fragancia publicitada por ella. Se me ocurrió que mi misteriosa huésped querría algún perfume elegante.

—Pensé que querías que oliera a Madison. 

—Para nada, mi niña —tomó la mano que lo acariciaba y la llevó a sus labios, donde depositó suaves besos en su palma, muñeca y en cada dedo largo y delicado—. Prefiero tu aroma natural a cerezos. Me fascina. ¿Cómo es que lo tienes?

—Ni idea —se encogió de hombros, manteniendo una sonrisa boba en su rostro ante los inocentes mimos del hombre. Pero su mente al parecer captó una posible respuesta desde sus recuerdos. Arrugó el ceño—. Tal vez, es algo que el líquido amniótico en el que estuve sumergida durante casi diez año absorbió del bosque que rodeaba la casa del Dr. T, porque cuando desperté y derramé esa viscosidad por el laboratorio al romper la cápsula, olía así. Se habrá impregnado en mi piel para siempre.

—Pues me alegro, porque me vuelve loco. Me lleva a querer enterrar mi nariz en cada centímetro de tu cuerpo.

Giró su cabeza y paseó la punta de su nariz por el interior de su muslo desnudo, aspirando el bendito perfume, embriagándose con él, y arrancándole cosquillas con sonido a campanillas.

—¡Basta Steve! —Lo sujetó del cabello para detenerlo, haciéndole gemir. Su sonido ronco le erizó la piel. Pero se contuvo. Tenía más dudas que saldar—. ¿Por qué nunca la llevaste? —continuó, retomando un tono tímido.

Steve suspiró con un atisbo de nostalgia, regresando a apoyarse sobre su vientre, y dejando que sus ojos jugaran con las nubes pasajeras sobre ellos.

—De alguna manera, con Chadburn me resultaba fácil mostrar la misma máscara que al resto. En cambio, Madison... no lo merecía.

—Aun así lo hacías. ¿Por qué?

—Pareces una niña curiosa.

—No lo parezco. Lo soy... Bueno, una joven mujer curiosa.

Meneó su cabeza y sonrió. 

—El punto es que siempre estimé a Madison y no quería que mi mierda la alcanzara. No lo merecía, aunque se empeñaba en quedarse cerca. Y yo no iba a dejar de ser quien necesitaba ser por ella. Ni por nadie. Al menos, eso creía.

—¿Qué cambió?

Steve dejó su ubicación y se puso de pie, invitando con la mano a Aurora a seguirlo. Juntos, empezaron a caminar, dejando al cachorro dormido en el calor de la manta.

—Tú. Tú lo cambiaste todo. Lo sabes.

—¿Por qué yo y no ella? ¿Por qué no le diste una oportunidad? Maddy estuvo enamorada de ti y debo ser honesta, ustedes dos juntos parecen perfectos.

—Pero no perfectos uno para el otro. Ella no era la pieza que me faltaba. El aire que mis pulmones necesitan, ni el motivo que hace latir mi corazón. Pienso que lo intentó, pero se dio cuenta que no era la mujer que podría derrumbar mi fortaleza y reconstruirme ladrillo a ladrillo. En cambio, se quedó como mi amiga, cuidándome las espaldas de alguna manera. La única que creyó que podría enamorarme hasta hacer temblar mis cimientos. —Escucharle abrir su corazón con tales palabras apretujaba su corazón. Una lágrima silenciosa rodó por la sonrojada mejilla de Aurora, dejando un rastro dorado en su piel antes que Steve la barriera con su pulgar—. Y tenía razón. Además, luce radiante con Jason. Ya los verás alguna vez. Sólo espero que deje de mantenerlo oculto de los medios. De todo el mundo.

—Yo... no sé qué decir... cada vez me siento más tonta por haber temido perderte con Maddy. Por haber desconfiado.

—Bueno... contribuí a eso. Y debo confesarte que sentí algo por ella. En el pasado. —Aurora abrió enorme sus ojos ambarinos son sorpresa—. No sé si llegué a estar enamorado, lo creí al menos. Lo que sé es que me gustaba mucho. Era un joven impulsivo, que dividía su tiempo en ser el mejor deportista, estudiante y las fiestas universitarias, saliendo con cualquier chica por un par de semanas antes de saltar a la siguiente.

—Encantador.

—Es la universidad —rio a carcajadas al ver su rostro perdido en una combinación de reprimenda y sarcasmo. La abrazó con fuerza atrapándola contra su cuerpo y besando su frente, recibiendo a cambio los largos brazos en un agarre por su cintura y su rostro refugiado en su amplio pecho—. Cuando Madison llegó a Columbia en su primer año, yo ya estaba en la mitad de mi carrera. Nos hicimos amigos los tres al coincidir en las prácticas de atletismo. Sólo amigos.

—¿Sólo amigos? ¿A pesar de sentir algo por ella?

—Sí, sólo amigos, porque Edward, quien creía que era un hermano para mí, estaba enamorado de ella. Por eso no hice nada, aun sabiendo que yo era el que le gustaba. Cuando abandonó la universidad para perseguir su carrera como modelo y se mudó a Londres, sentí que había perdido mi oportunidad. Pero me alegré porque pensé que al menos Edward y ella estarían juntos.

—Sin embargo, Maddy no estaba enamorada de él. Y luego ocurrió lo de tu madre.

—Y me apagué. Cualquier atisbo de sentimientos desapareció junto con el chico que fui.

—Entonces comenzaron a acostarse.

—Sí. Inició como un consuelo la noche que ella regresó al enterarse. Pero ya no le podía dar más que mi cuerpo.

—¿Por diez años?

—De hecho, después de esa vez, pasó bastante tiempo hasta que se volvió algo habitual. Dos años. Tiempo en que me alejé de ella porque me comporté como un cabrón esa primera ocasión. Pero nos reencontramos y nuestra amistad tomó otro rumbo.

—Y también se acostaba con Eddy. Y... —apretó su labio—, hacían tríos. Madison, Edward y tú.

—¿Por qué lo dices?

—Me lo dijo Edward antes de la reunión. ¿Es cierto?

<<Maldito sucio embaucador. Qué bajo caíste para tratar de crear más discordia>>, maldijo Steve internamente.

Tomó aire profundamente. No le ocultaría absolutamente nada de eso.

—Nunca se lo dije a nadie. Ni siquiera lo sabía Gerard. Pero una vez Edward, Madison y yo lo hicimos juntos. Sólo una vez. En aquella oportunidad en la que nos reencontramos en Dulces Pecados. Mis otras aventuras siempre fueron exclusivamente con mujeres.

Inspeccionó las facciones de la muchacha, que parecía debatirse en una discusión mental.

—Aurora... 

—No me importa eso Steve —lo atajó—. Pienso en Madison, y lo difícil de su situación. Enamorada de uno mientras otro la quería a ella. Cada uno aceptando sexo por diferentes motivos.

—No la juzgues por ello. O por disfrutar de todo tipo de sexo. Con nosotros o con cualquier otro. Creo que hasta Duncan está en esa lista.

Parpadeó, asombrada por esa revelación y Steve se encogió de hombros. Aunque internamente, disfrutaba dilapidar un poco la imagen del muchacho. Lo estimaba, pero sus celos no le abandonaban fácilmente al recordar la forma en la que la veneraba con la mirada.

Aurora sacudió su cabeza, regresando a la conversación.

—No la juzgo. Ella tiene toda la libertad y el poder de decidir qué quiere y qué necesita para ser feliz. La libertad sexual es su derecho.

Asintió, satisfecho.

—Con el tiempo, de alguna manera, a pesar de acostarnos con cierta regularidad cuando nos encontrábamos en un mismo punto, nuestra relación se enfrió en cuanto a una real intimidad. Una más allá del aspecto físico. Y aunque la mantenía en esa distancia emocional, reconocía en ella una verdadera amiga. 

—Si no hubiese ocurrido lo de... Hércules... ¿crees que tú y ella...?

—No uses tu cabecita para crear nuevos fantasmas mi niña. Ya aprendí a dejar de vivir con los <<y si...>>. Son un lastre innecesario. Lo que sí puedo decirte, es que supe que contigo no desaprovecharía el tiempo. Nada me detendría de ser feliz a tu lado, aprovechando mi oportunidad de vivir. Eres mía y yo tuyo y jamás nadie me ha hecho sentir lo que tú. La quise. Pero no se compara al amor que siento por ti Aurora. Nada lo hace. Eres el corazón que me faltaba. Me desarmaste y volviste a armar con sólo fijar tus mágicos ojos en mí. Y ninguna de las muchas, y digo muchas mujeres que me han mirado, que han creído que me han tenido, lograron adueñarse de mí con tanta facilidad. Ni siquiera Madison. No se compara lo que creí sentir por ella a lo que siento por ti. A lo que tenemos. Es a ti a quien esperé toda mi vida. Tú no me tocas el cuerpo solamente. Me tocas el alma con tus caricias, con tus besos, con tus miradas.

—Steve... —gimoteó—. Te amo...

—Bueno... creo que ha quedado más que claro que yo también te amo, mi niña —la besó con ternura—. Ahora, tú decides...

—¿Qué cosa?

—Si saco a Madison de mi vida o si sigue en ella. En la nuestra. Y créeme, no me pesaría dejarla atrás.

—¡No lo puedes decir en serio! —Palmeó su pecho—. ¡No debes ser así de ingrato! La lastimarías.

—Me vale una mierda sus sentimientos. Sólo me importas tú y lo nuestro.

—No tengo que pensarlo dos veces. Ahora que lo sé todo y no tengo más dudas, jamás te diría que te alejes de ella o que le niegues afecto, menos después de haberte soportado en tus peores años. Merece un altar. Además, tú no me niegas mi amistad con Chris.

<<Oh, pero mi niña, es diferente... y ni cuenta te das>>.

—Si tú lo dices...

—Además, ahora es mi amiga también. Y ama a Jason.

—Estoy seguro de que te prefiere a ti. Como todos a nuestro alrededor —rodó sus ojos, sabiéndose perdedor ante su encanto.

—No lo dudo.

—Fanfarrona.

—Y me amas.

—Hasta mi último suspiro. —Sus ojos se oscurecieron de golpe, emulando la noche más cerrada. Su agarre se hizo más firme en la cadera de Aurora, reclamando posesividad—. Es tu turno ahora de explicarme porqué Duncan estuvo haciéndote ojitos. ¿Desde cuándo se tienen tanta confianza?

—Oh, eso —rio entre dientes. Posó sus manos sobre el firme pecho, jugando con el cuello de su camisa—. Verás... ya sabes que salí de casa la noche que fuiste a la oficina...

—¿Fuiste a verte con él? —No pudo evitar el tono endurecido.

Es lo que había temido cuando notó la forma muda de comunicarse durante la gala. La sonrisa compartida entre ambos.

—No te pongas celoso. —Steve bufó, molesto—. Y la respuesta es no. Salí a despejarme. Estaba tan triste... nada me consolaba y sólo pensaba que tú me abandonarías y que Madison era la mujer que en verdad amabas. Creía... creía que estabas yendo a encontrarte con ella.

—Mi niña...

—En fin... —apretaba su labio inferior, distrayendo momentáneamente la atención del hombre a esa tentadora acción—. Me topé con un hombre en una motocicleta. Estando ambos con nuestros cascos, no sabíamos la identidad del otro. Y nos retamos a una carrera. Está claro que vencí.

—Sin duda alguna.

—Luego descubrí que era él y... charlamos el resto de la noche. Junto al río. Luego me llevó a un club. Allí...

—¿Qué? —su tono era acusatorio e intenso.

—Intentó besarme —susurró con nerviosismo al notar la tensión mandibular en Steve—. En realidad, estaba claramente borracho. Ni siquiera sé cómo no se mató conduciendo en ese estado de regreso a su casa. El caso es que, ni lo dejé, ni él se dejó llevar del todo, sabiendo que no era correcto y que rompería tu confianza si sobrepasaba ese límite. Él te aprecia y te admira. Y se convirtió en un gran amigo que me dio apoyo en mi crisis de esa noche...

—Y después del evento —resopló, tratando de dejar ir su malestar.

—Sí. Pero no quiero que te sientas celoso ni que intentes algo contra Duncan.

—Quiso besar a mi mujer —siseó—. Claro que lo mataré.

—Tú no harás nada, hipócrita. Te dejaste besar por Madison. 

Steve sintió el impacto de su contraataque y su semblante se desfiguró de horror.

—Aurora, mi niña, no me castigues así, por favor. Nunca podré perdonarme lo que ocurrió.

El remordimiento fue notorio en su voz trémula.

—El gran Steve Hudson Sharpe no pudo evitar un beso. En cambio, yo no tuve problemas. No es difícil, ¿sabes? —rio y se lanzó a besar la dura mandíbula, despejando cualquier temor—. Él estaba ebrio y se equivocó. No pudo negar lo que siente, pero su razón nunca le permitirá avanzar hacia algo que sólo provocaría perder nuestra amistad. Como yo tampoco dejaría que avanzara más allá de lo permitido. Sólo te amo a ti. A nadie más. Lo entendió y por respeto a ti y a mí, se alejó.

—Bien, prometo intentar no hacerle daño. Pero a partir de ahora, es a mí a quien recurres cuando necesites hablar. ¿Entendido?

—¡Sí señor Steve!

La nalgueó, arrancándole campanillas risueñas.

—Mocosa insolente. Debemos regresar.

—¡Espera! —Lo frenó por los hombros. Los gestos jocosos ya no estaban. En su lugar, se mordía el labio inferior—. Hay algo más que debo confesarte.

—¿Qué?

—Edward...

—¿Qué más hizo Edward? —masculló entre dientes.

—Prométeme que no te enfadarás con él. —Steve iba a protestar, pero no lo dejó—. Si perdonas a Duncan, debes hacer lo mismo por tu amigo de años. Además, no ocurrió nada.

—Dime.

—También quiso besarme. ¡Pero sólo llegó a la mejilla! Y antes que te vuelvas loco, él estaba enfadado por lo que creía que me estabas haciendo. Y herido porque Madison ya no lo ama.

<<Sí, claro. Enfadado mis pelotas. Mucho menos le importa Madison. Maldito jodido mentiroso>>.

—Mi niña —su voz se volvió suave y acarició las líneas de su rostro hasta que su pulgar marcó la cereza de su boca. Varios lo habían intentado, pero esa carne roja era suya—. Lamento decirte que él y yo definitivamente hemos tomado caminos muy diferentes. Hoy cerré ese capítulo.

—Lo siento mi amor. ¿Es porque él te propuso un trío entre nosotros?

—¿También te dijo sobre eso? —Ella asintió con la cabeza. Se la veía avergonzada por el rubor de sus mejillas y la vista baja—. No puedo creer que tuviera tal desfachatez de mencionártelo. Bah, qué digo. Sí lo puedo creer. Edward es un cabrón imprudente. Un... —apretó las mandíbulas con furia contenida y desvió sus ojos encendidos al cielo.

Chadburn realmente había lanzado toda su artillería en su sucia trampa.

Las cálidas manos de Aurora lo sujetaron a cada lado del rostro con ternura, obligándolo a centrar sus ojos en ella.

—No puedes culparlo Steve. Yo no lo hago. —Pero él sí lo hacía. Porque sabía cada mierda que ocupada en su interior putrefacto. Pero decidió callar—. Ese tipo de experiencias eran habituales en ustedes. Él todavía no comprende tus recientes elecciones. Sólo actuó como lo hicieron por años.

Suspiró resignado.

—Espero que lo hayas mandado al carajo.

—Le expliqué que tú y yo elegimos ser uno solo. Yo no sería capaz de soportar verte con alguien más. ¿O tú desearías...?

—Ni en mis putas pesadillas. Me volvería loco si alguien te tocara como lo hago yo. Le cortaría las manos, le vaciaría los ojos y le arrancaría la verga.

—¡Steve! —Steve se encogió de hombros sin un atisbo de arrepentimiento. Aurora bajó la voz a un arrullo triste—. Quise tanto que recuperaran su amistad.

—Está bien. Sé que te ilusionaba, pero ya no había nada que recuperar. Ahora sí, regresemos.


El teléfono de Steve sonó cuando estaban recogiendo todo y teniendo las manos ocupadas, fue Aurora la que tomó el dispositivo, contemplando el nombre que aparecía en la pantalla.

—Es Madison —mostró Aurora.

—Atiende cariño.

—Hola Maddy —respondió con alegría. Enseguida su semblante cambió y miró con preocupación a Steve—. Maddy... espera, no te entiendo. ¿Qué pasó? —Silencio—. Iremos enseguida.


N/A:

Un poco de luz sobre el pasado de Madison y Steve. 

¿Y qué me dicen de semejante experiencia tras el volante?

No se olviden de comentar y votar. Eso realmente me anima a seguir compartiendo esta historia.

Gracias por leer, Demonios!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro