27. Amargas consecuencias 🔞
27. Amargas consecuencias.
Edward estaba hecho una furia. El despacho en la mansión Chadburn así lo confirmaba.
Libros, cristales rotos de botellas finas de diferentes bebidas cuyos contenidos humedecían la elegante alfombra del suelo, sillas volteadas, hojas cubriendo cada espacio. Toda una muestra de desesperación y frustración.
Arrastrado en su huracán destructivo, no se percató de la presencia de su socio malévolo, el cual había entrado quedando estupefacto ante la visión desastrosa de la habitación y de Edward.
—Chadburn —llamó en un primer intento, en tanto cerraba la puerta—. ¡Chadburn! ¡Joder! ¡Detente de una puta vez!
—¡Qué! —respondió desorbitado en su vuelta a la realidad—. Ah. Por fin llegaste. Te tomaste tu tiempo.
—Vine en cuanto me enviaste el mensaje. ¿Qué mierda pasó? ¿Por qué me pareció ver al perro faldero de Sharpe salir de aquí?
—No te pareció. Era el jodido Andrew.
Con la respiración agitada, se agachó para recoger la silla de su escritorio y acomodarla en su lugar. Se sentó agotado, sudado y rendido, apoyando sus codos en la mesa vacía de sus pertenencias al estar todo en el suelo. Llevó sus dos manos a su cabeza y la dejó caer sobre sus palmas.
—¿Y? ¿Qué vino a hacer aquí?
El representante levantó también una silla tapizada donde se sentó, quedando del otro lado del escritorio.
—Anoche capté en cámara en este mismo despacho al matrimonio Sharpe cogiendo como dos adolescentes. Una delicia morbosa que me tuvo toda la noche derramándome en mi mano. Joder. Los gemidos de esa putita me la ponen tan dura que de sólo recordarlo ya necesito otra paja.
—Eso es genial. Podemos aprovechar esa grabación para...
Los puños de Edward se estrellaron como dos mazazos contra la madera, callando a Oscar Glenn.
—¡Para nada! —gritó encolerizado—. Steve me lo arrebató. Por eso estaba su asistente aquí. Para llevarse la grabación. Me venció. Una vez más, quedé como un perdedor detrás de él.
—¿Cómo te lo arrebató?
—Me amenazó. —Una carcajada desquiciada vibró contra las paredes—. Usó nuestra propia jugada. Sabe todos nuestros planes. El montaje que hicimos y el que íbamos a hacer para el pendejo ese. Me tiene por los huevos porque sabe mis secretos. Mis deudas, mis adicciones, ¡todo! Y puede hundirme como al puto Titanic.
—Mierda...
—Sí, mierda. Tanta, que para evitar que todo eso salga a la luz, no sólo debí renunciar a mis planes. También tuve que cederle el contrato de Naomi y de los CBS.
—¡Pero la banda todavía tiene tres semanas con nosotros!
—¡Pues ya no! ¡¿Es que no lo entiendes?! Los perdí. Así que, ahora mismo te irás a la empresa y cancelarás los contratos correspondientes.
Antes de responder, nuevamente la puerta fue abierta, esta vez en un azote violento.
La figura desencajada de Crystal era enmarcada en el umbral. Su maquillaje estaba corrido por lágrimas secas y sus ojos estaban rojos e hinchados.
—Edward, por favor, tienes que ayudarme —rogó, tambaleándose al interior del despacho—. Steve me odia.
—Ponte en la fila.
—No entiendes. Mi trabajo peligra.
—¿Te echó?
No había preocupación en su voz. Sólo curiosidad.
—No... por ahora no.
—No sé qué quieres que haga. No es el único que te odia. De hecho, me sorprendería que alguien no lo hiciera.
—Maldito cabrón de mierda.
Rio sin gracia ante la queja de la platinada.
—No me desprecies por estar cosechando lo que tú sembraste. Son las consecuencias de tus actos. Unas muy amargas. ¿Qué pretendías? Eres una jodida perra. Te follas a cuanta polla se te cruza, humillas a todas las mujeres que te rodean y jamás has hecho algo por alguien sin que te dé algún beneficio por ello.
—Tú eres igual.
—Sí. Sé lo que soy y también lo que merezco. La diferencia, es que tengo mucho más poder que tú, y carisma —guiñó uno de sus ojos color castaños—. Pero no te equivoques, lindura, mi paciencia es poca y se está acabando. Así que, puedes largarte a lamer tus heridas o gritar a los cuatro vientos lo hijo de puta que soy, que me vale una montaña de mierda.
—No puedo volver a Nueva York.
—¿Por qué no? Dijiste que no te quitó tu trabajo.
—Me humillará. Lo sé. Me pondrá abajo de todo. Será peor que volver a empezar de cero —llegó hasta el escritorio, dándole una veloz mirada de desagrado a Oscar antes de fijar otra vez sus ojos verdes en los chocolates de Edward, que de dulzura, no poseían nada. Apoyó sus palmas sobre la superficie lisa e inclinó su torso, dándole una vista de sus enormes pechos siliconados al castaño—. Dame trabajo contigo. Sabes que soy buena en lo que hago.
La reciente rabia conta Steve y Aurora parecía ceder ante su instinto libidinoso, que despertaba cada fibra de su cuerpo. Sus pupilas dilatadas no ocultaban la excitación que se apoderaba de su pelvis.
—Sí que eres buena en lo tuyo —dijo con voz ronca y una sonrisa ladeada llena de depravación. Se puso de pie y avanzó con el movimiento de un lobo hacia su cervatillo, que retrocedía con temor—. Nos darás lo que necesitamos. Verás, estamos llenos de frustración y tu boca y tu coño nos servirán de revancha por lo que no pudimos lograr con Aurora.
No necesitó mirar a Glenn para que este comprendiera lo que ocurriría. Este último se levantó de su lugar y caminó hasta cerrar la puerta, pasando el pestillo.
—Estás loco... —susurró sin siquiera darse cuenta y la primer sorpresa la golpeó fuerte en la cara.
Una bofetada. Edward la había abofeteado y el impacto del miedo detuvo su corazón e hizo a su cuerpo vacilar en su lugar, a punto de caer. Las manos fuertes de Glenn la sujetaron por sus hombros desde atrás y el terror la invadió por completo.
—Quítate la ropa.
—No, por favor, Edward. No me hagas esto. —El llanto la ahogaba y su labio temblaba—. Sólo quería que me ayudaras.
—¡Tú eres la culpable de todo! —bramó, sobresaltando a la mujer. La confusión brilló en la verde mirada de Crystal—. Tú y tu maquiavélica y celosa mente me convencieron de separar a Steve y Aurora. Lo querías para ti. Pero no serviste para una mierda.
—Tú también lo deseabas —sollozó—. Hice todo lo que me has pedido.
—¡Y ahora harás esto!
Enfurecido, desgarró las prendas que vestían el pecho femenino, haciendo saltar sus senos dentro de la lencería, que segundos después terminó igual que la camisa, dejando al aire los rosados pezones.
Steve no sería el único capaz de sacar a sus demonios por Aurora. Sólo que su blanco sería una mujer incapaz de devolverle los golpes propinados.
—¡No! —Volvió a gritar, tratando de sacudirse las garras que la aprisionaban—. ¡Déjenme! ¡Voy a denunciarlos!
Grave error. La amenaza sólo avivó el fuego vengativo en Edward.
—¡Atrévete a decir algo y te mato, perra! —Otro golpe de palma abierta le reventó el labio—. Llévala al sofá.
Oscar arrastró a Crystal que seguía gimoteando por el dolor causado y por el pánico de lo que se avecinaba, hasta dejarla caer a un lado del largo mueble.
—¿Qué prefieres Glenn? ¿Boca, coño o culo?
—Tenemos todo el día y la verdad, es que esto me está poniendo tan caliente, que no creo que una sola follada sea suficiente.
—Tienes toda la razón —sonrió mostrando los dientes como el demonio en que se había convertido—. Yo empezaré por el culo —afirmó, abriéndose el pantalón para exponer su erección dura, húmeda y ansiosa. Su mano subía y bajaba en toda su longitud mientras fijaba sus ojos oscurecidos en Crystal, que temblaba sobre el suelo, en el mismo lugar donde se había dejado caer—. Me encanta ver todo lo que tus ojos expresan. Levántala y déjala acostada de espaldas. Creo que cambié de opinión. La follaré viéndola a los ojos.
Como si fuera una muñeca de trapo, la mujer fue lanzada una vez más sobre los mullidos y elegantes almohadones, al tiempo que Edward y Glenn despejaban sus cuerpos de sus ropas.
—No, se los suplico. No diré nada. Sólo... déjenme ir. Por favor —su voz era un hilo que se cortó con su última palabra.
—No dirás nada. De eso me aseguraré.
Otro golpe que la dejó al borde de la inconsciencia. Esta vez, había sido con el puño y su pómulo había recibido el impacto. Lo sentía caliente.
El ruido de su falda siendo abierta con violencia sonaba lejos. El ardor en la piel de su cadera cuando sus bragas también fueron arrancadas la trajo de vuelta, pero sólo logró unos murmullos ahogados, pues el llanto era lo único que era libre de correr.
La invasión a su cuerpo fue violenta. De una puñalada, el miembro de Edward la desgarró. Los embistes eran crudos, profundos y llenos de una fuerza que rompía todo en ella. Quería gritar. Y cuando el primer sonido se escapó de su boca, una de las manos de su violador la apresó por el cuello.
—Calladita. Así estás más bonita.
—Tengo otra manera de callarla —se burló el compañero.
Antes de comprender, su cabeza, que había quedado sobre el apoyabrazos, fue halada hacia atrás y rotada a un lado por su melena y una nueva invasión ocupó su boca, dejándola al borde de la asfixia.
Sacudían su cuerpo como si fuera una marioneta a su merced. Mientras Edward estrellaba su pelvis con chasquidos de piel bañada en sudor, Glenn follaba hasta el fondo de su garganta, ignorando las arcadas que producía.
Su mente estaba perdida. Era lo mejor. Perdida en una nebulosa que cada vez alejaba más la tenebrosa música de sus cuerpos colisionando. Perdía el sentido sobre sí misma y el lacerante dolor en su interior se apagaba, igual que ella.
Chadburn y su camarada gemían, jadeaban y gruñían desaforados. En su perversión, el castaño amasaba con una de sus manos los senos que se balanceaban ante sus arremetidas. Empujaba con todas sus fuerzas, descargando en el maltrecho ser toda su humillación. Verla con el pene de Oscar en su boca, con la cabeza rotada, lo encendía todavía más. Sólo en una oportunidad había compartido una mujer con otro hombre —Steve, y de eso hacía años—, y debía reconocer que la experiencia de verla llenada por los dos lo elevaba de una manera inaudita.
O sería el poder de sentir la dominación sobre un cuerpo indefenso lo que lo tenía enajenado.
Apretó más su mandíbula, enterrándose con más contundencia en ese coño. Aceleró el ritmo y cuando el derrame de Oscar se escurrió por las comisuras de Crystal haciéndola toser, disfrutó con un aullido animal su propia liberación.
Una bestial. Como lo que acaban de hacer.
Abandonó el interior y sonrió cuando la escuchó gemir por el dolor. Cuando la mujer quiso abrazarse para hacerse un ovillo y llorar, la detuvo, empuñando su cabello y sentándola con brusquedad, acercando sus rostros.
El de ella, golpeado, con el pómulo hinchándose y el labio con restos de sangre seca y semen.
El de él, en cambio, estaba endurecido y apretado.
—Aún no hemos terminado, lindura. Todavía nos quedan probar dos agujeros más a cada uno.
—No... —gimoteó en voz baja, casi quebrada—. Por... favor... no... más.
Sólo hubo carcajadas masculinas como respuesta y se vio en un cambio de posición que la ubicaba arrodillada en el suelo, con la verga inhiesta de Edward —sentado en el sillón—, a punto de avanzar sobre su boca, al mismo tiempo que percibía sobre el estrecho orificio entre sus nalgas la punta de la polla de Glenn, que enterraba sus dedos en sus carnes antes de entrar en ella sin preparación alguna, arrancándole un grito agudo de dolor.
—Tus súplicas sólo nos encienden más —paseaba su glande brilloso por los labios temblorosos—. Estás recibiendo lo que siempre pediste. Lo que las zorras envidiosas, rastreras y superficiales merecen. Esto eres tú. Tú sola te metiste aquí. Toda tu vida buscaste recibir este tipo de atención. Ahora que lo tienes te haces la víctima.
Tiró de las largas hebras, provocando que abriera más su boca y se clavó en ella, iniciando una nueva tanda de sacudidas, empujándose con su pelvis hacia arriba y dominando la cabeza con su mano. Sus estocadas llegaban a tocar el fondo de la garganta de Crystal, logrando otras arcadas.
Las lágrimas corrían por sus mejillas y sólo podía volar lejos en su mente.
Deseando regresar el tiempo y jamás haber hecho un pacto con el diablo que habitaba en Edward Chadburn.
Estaba en el infierno, pagando por sus pecados.
***
Estaba nerviosa. No podía evitarlo. Después de todo, había grandes posibilidades de que perdiera lo más importante que tenía en su vida. Y por un estúpido desliz. Uno que no significó nada.
Nada de nada.
Era algo insignificante. Al menos para ella. Pero... ¿lo sería también para Jason?
Caminaba de un lado a otro por el amplio ambiente de su sala de estar. Movía sus manos, debatiéndose entre guardar el secreto, o ser sincera.
<<Ten ovarios y acepta las consecuencias de tus actos. Por más amargas que puedan ser>>.
—O no. ¿Para qué decirlo? Steve jamás le dirá nada. Y sólo lo lastimaría —su voz delataba el miedo en ella—. No. Mejor no abrir mi puta bocota. Esto morirá conmigo.
El sonido del cerrojo la detuvo en seco y sus ojos se abrieron con pánico hacia la puerta.
La alta y fuerte figura de Jason se abría paso hacia la vivienda, arrastrando una pequeña maleta de viaje.
Lo inspeccionó como si fuera la primera vez que lo veía. Su cabello igual de negro que el de ella lo llevaba desordenado de una manera sensual y despreocupada, a pesar de ser un hombre serio dedicado a su trabajo. Llegaba vestido con un vaquero que se ajustaba a sus entrenadas piernas, sin llegar a ser demasiado exagerado en su musculatura. Cubría su torso definido una chaqueta gruesa color marrón, abierta, dejando entrever el jersey blanco debajo. En sus pies, finos zapatos marrones completaban el atuendo.
Se fijó en su mandíbula viril, cubierta por vello facial de un par de días, al igual que sus mejillas. Delineó con sus ojos los labios que tantas veces había pronunciado las palabras más importantes que había escuchado en su vida. Que tantas veces la habían besado con más que ardor y pasión. Porque lo hacían con amor. Labios finos, pero cargados de erotismo y cariño.
En cuanto ambos encontraron sus miradas a mitad de camino, se sintió en el ambiente un descenso abrupto de la temperatura. Se mantuvieron en silencio por algunos minutos, hasta que el hombre giró y terminó por cerrar la puerta, depositando las llaves sobre la pequeña mesa junto a la puerta, para luego dar los pasos necesarios hasta detenerse en medio de la sala.
Madison estaba por colapsar. Sentía los golpes de cada bombeo de sangre en su pecho, aturdiéndola. Un revoltijo la asaltaba en su estómago, que se incrementaba por la dureza en los ojos claros de su novio. Sus manos se unieron sobre su vientre, tratado de encontrar un poco de control.
¿Por qué se comportaba así? Era imposible que supiera lo que ocurrió la noche anterior. ¿No?
—Hola cariño —susurró, tratando de disimular su nerviosismo. Caminó hasta Jason y lo besó en los labios. Apenas un breve contacto.
—Hola Madison —respondió escuetamente.
Nada de Maddy, Mad, Di o cariño.
Después de una semana de no verse, salvo a través de una pantalla, no era el recibimiento que tenían pensado.
La mujer tragó duro.
—¿Todo bien? ¿Qué tal el viaje? —esbozó una sonrisa fingida y se dirigió a la cocina, que al ser un departamento de concepto abierto, quedaba a la vista—. ¿Te sirvo una copa de vino?
Trataba de que su mano no temblara al servirse una copa para ella, que en realidad, no bebió, depositándola sobre la superficie de mármol, para preparar otra para él.
Jason parecía dudar. Dejó su equipaje y caminó hasta sentarse en el taburete, del otro lado de la gran isla donde se encontraba su novia.
—Tenemos que hablar.
Detuvo su tarea y levantó la vista. El semblante de su ¿novio? era duro.
—¿Sobre qué?
<<Eso, finge demencia>>.
—Ayer vi algo interesante en los portales de noticias de celebridades. ¿Quieres explicarme de qué iba esa foto tuya y de Steve?
Se relajó un poco, dejando salir el aire que había estado conteniendo sin saber. Si eso era lo que lo tenía crispado, todo se podía resolver fácilmente.
—Ah, eso... —movió su mano libre en un gesto de despreocupación. Llevó la copa a los labios, pero se detuvo antes de beber y la regresó a su lugar con un gesto contraído en el rostro—. Es falso. Un montaje hecho por un cabrón de primera usando la imagen de una modelo muy parecida a mí. No te preocupes.
Él asintió.
—Eso me pareció. En su espalda descubierta faltaban tus lunares sobre tu omóplato izquierdo. Esos que parecen la constelación de Casiopea.
No pudo evitar sentir que su corazón se saltaba un latido. Aquel hombre le prestaba tanta atención que recordaba cada marca, cada sello de su cuerpo.
—¿Cómo...? —Quiso sonreír.
—Madison... —le cortó—. ¿Crees que no reconozco el cuerpo de mi...? —pareció dudar—. ¿Tu cuerpo?
¿Qué iba a decir? ¿Novia? ¿Mujer? ¿Por qué la suprimió? Volvía a sentirse deshecha ante la palabra no dicha, temiendo que aquello fuera una funesta señal de su futuro.
—En la mañana lo resolveré —resopló, cansado.
—No hace falta. Steve ya se hizo cargo.
—¿Steve? —masculló con las mandíbulas apretadas. Algo en su mirada la estremeció cuando volvió a enfriarse—. Soy tu representante. Yo debería hacerme cargo.
—¿Estás molesto?
—¡Sí! —Se puso de pie.
—¿Quién lo está? —alzó la voz—. ¿Mi representante? ¿O mi novio?
<<Cállate Madison, que aquí la que está en falta eres tú>>.
—Los dos. Como tu representante es mi trabajo solucionar y cuidar tu imagen. Y como tu novio —al menos, aceptaba todavía esa relación—, no puedo evitar sentirme celoso por la historia entre ustedes, aunque sé que fue antes de lo nuestro —apretó con fuerza sus puños y cerró los ojos unos segundos. Respiró profundo y se relajó, volviendo a enfocar a la pelinegra—. Perdóname cariño. Estoy siendo irracional. Es sólo que cuando lo vi, todo se volvió rojo para mí. Sé lo que fue él para ti.
La culpa hizo estragos en ella y las palabras salieron sin que las controlara.
—Jason... yo... besé a Steve... anoche —de inmediato sus ojos se inundaron de lágrimas.
El tiempo pareció detenerse en ese momento. Hasta que la comprensión caló en el hombre y se sintió estallar.
—¿¿QUÉ?! ¿TE BESÓ? Maldito hijo de puta.
No era hombre de maldecir, pero no había contención alguna para él. Steve, a quien creía un hombre intimidante pero honorable había traspasado una línea que no aceptaba.
—No... —cubrió sus rostro entre sus manos en cuanto el llanto se intensificó—. Yo lo hice. Él no lo consintió. Me apartó.
— Yo... —No lo podía creer. El impacto del golpe lo idiotizó, hiriéndolo como un puñal en su pecho—. Maldición Madison. Qué mierda... ¿quieres terminar lo nuestro? ¿Es eso? ¿No me amas? ¿No soy suficiente para ti? —su voz traslucía el dolor de su corazón.
Bajó sus manos. Sus ojos estaban húmedos y su rostro igual.
—Escúchame, por favor. Fue una estupidez. Me sentía vulnerable. Humillada por Eddy y Oscar. Y él estuvo allí conmigo. Me sostuvo.
—¿Es una recriminación por haberme ido de viaje? ¡Estaba trabajando! ¡Para ti! ¡Para tu próxima gira! Además, tú insististe en que era mejor no aparecer en el evento —abrió sus ojos, creyendo haber descubierto una respuesta a una pregunta no formulada—. ¿Es por eso que no querías que viniera antes? ¿Por Steve?
—¡No! No es lo que quiero decir. Steve no tiene nada que ver. Él te respeta y te aprecia.
—No entiendo por qué lo besaste.
—No lo volveré a hacer.
—¿Porque no lo deseas? ¿O porque él no lo quiere así? Porque está casado y tú te metiste en su matrimonio.
—Es porque te amo a ti. Tú haces que sienta... Tanto... Todo.
—Lindo modo de demostrarlo —ironizó, dejando sus ojos en blanco—. No... no puedo estar aquí. Contigo —puntualizó.
—Por favor, Jason. —Las lágrimas seguían cayendo—. Jamás volveré a fallarte.
—Hasta que Steve aparezca otra vez. Has roto algo que no sé si pueda repararse.
<<Su corazón. Su confianza>>.
— ¡NO! No sentí nada por él. Ya no. No hubo estrellas fugaces. —Jordan arrugó su frente—. Fue sólo mi cuerpo reaccionando. Pero mi corazón lo rechazó al instante. Si él no me detenía, yo lo hubiera hecho, porque la agonía de perderte me asaltó de inmediato. Te amo a ti. Tú eres el único dueño de mi corazón.
—Pero también quiero ser el dueño completo de tu cuerpo. De tus deseos y de cada acto. De tus pensamientos. ¡Joder!
—Lo eres.
—¿Lo soy? —rio sin gracia, negando con la cabeza. Estaba confundido, rabioso, decepcionado y dolido—. Debo... debo pensar. —Antes de que Madison reaccionara, Jason tomó las llaves y ya estaba saliendo por la puerta—. No me esperes.
—Pero volverás, ¿no?
<<Hay algo más que necesito decirte>>, le recordó su mente.
Sus ojos claros bicolores conectaron con los suyos y sólo notó tristeza. Y su propio corazón se sintió romper.
El golpe de la puerta al cerrarse la sobresaltó y un mar de lágrimas volvió a ahogarla.
No sabía qué hacer. Salvo esconderse del mundo metida en la cama y llorar su mísera estupidez, deseando regresar el tiempo. Dominar sus hormonas de mierda. Pero no quería ir allí sin Jason. En su lugar, se hundió en el gran sofá y tomó su celular de la mesa baja y buscó el contacto que necesitaba.
No demoró mucho en responder.
—Hola —sorbió por la nariz, sin poder disimular la angustia en su voz—. Jason... lo... sabe —se rompió en llanto, deformando sus palabras y volviéndolas inteligibles—. S-se l-lo con-fesé. Te necesito.
N/A:
No se olviden que esta novela advierte sobre violencia.
Fue muy difícil escribir la escena de Crystal. Considero que nadie, por más maldita que se comporte a veces, merece ser maltratada. Recuerden que todo es ficción y nada de esto es agradable o aceptable. No se debe callar ante cualquier tipo de abuso. Sin embargo, en esta historia, no todos tienen un final feliz y ciertos personajes se comportan como su naturaleza lo requiere.
Son los hijos de puta de cualquier novela cruda. Pero no serán los únicos.
Con respecto a Madison y Jason... no me enfocaré demasiado en ellos, por lo que su aparición será breve. Pero importante.
Aun así, espero que les haya "gustado" y nos regalen una estrellita. Leo siempre sus comentarios, si vienen con respeto.
Gracias por leer, mis Demonios!
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