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25. Marcados 🔞

25. Marcados.

Se encontraban sentados en la butaca frente al escritorio donde minutos antes la había poseído con pasión y puro delirio. Aurora, de costado sobre el regazo de Steve, con la cabeza apoyada sobre su hombro, pasaba su nariz por su cuello aspirando el perfume que emanaba, salpicado con los restos de sudor.

—Ese ha sido un excelente sexo de reconciliación —interrumpió Steve con voz grave e hipnótica.

Jugaban con caricias sobre las pieles expuestas del otro. Él pasaba sus ásperos dedos cambiando su recorrido entre los brazos y piernas de su dulce hechicera. En tanto que ella poseía el fuerte torso semicubierto, desplazando su delgada y suave mano por debajo de la camisa abierta.

—Lo fue —coincidió su esposa—. Pero no quiero tener más de estos. Prefiero el sexo por deseo, locura, amor.

El pecho masculino tembló por una risa de boca cerrada.

—De acuerdo, amor mío —besó su cabeza—. Ven mi niña, quiero llevarte a un lugar.

—¿A dónde?

—Ya verás.

Resopló y Steve no pudo contener otra risa entre dientes mientras se levantaban y arreglaban la ropa. 

Se colocó el saco negro, metió la corbata de moño suelta en un bolsillo junto con los restos de las bragas y capturó la faja negra del esmoquin que había lanzado al suelo.

—Qué manía de ocultar tus intenciones —protestó, recuperando su máscara. La de Steve había quedado junto a la otra cuando Madison la dejó.

—Sólo creo expectativa, cariño —la tomó de la mano, dirigiéndose al pasillo—. Vamos, ya no me interesa que permanezcamos aquí.

La música intensa les recordó que en la planta baja la celebración del aniversario continuaba, desconociendo lo que había ocurrido con el matrimonio.

—¿Edward no se ofenderá de que nos vayamos de su fiesta?

—Me importa una mierda si se molesta.

—¿Pasó algo entre ustedes? —Su voz tembló. No quería imaginar que Steve sospechara de las intenciones de su amigo de besarla y acabar su amistad por su culpa.

—Nada de qué preocuparte. —Apretó su mano con cariño.

Descendieron por la escalera ignorando a todos, encontrándose nuevamente entre los asistentes que se los notaba bastante afectados por el alcohol. 

Sin soltar sus manos, intercambiando miradas cada tanto cargadas de ternura, lujuria y travesura, se escurrieron entre los cuerpos danzantes. Hasta que los ojos de Aurora conectaron con los de Duncan, que estaba de pie junto al resto de la banda.

Estiró sus labios en una gran sonrisa cuando vio al cantante elevar sus cejas con asombro.

—Ven Steve, necesito hacer algo antes.

Su esposo la miró y al levantar la vista hacia su punto de interés, no pudo evitar tensionarse, apretando su mandíbula y endureciendo su mirada hasta que se detuvieron frente al grupo.

—¡Hey! ¡Tío Steve, tía Aurora! —saludó un muy alegre Rhys levantando su vaso—. Ya sabía yo que esos rumores eran una mierda absoluta. 

—Todo fue un malentendido —respondió suave Aurora, sin despegar sus piedras ambarinas de los jaspes negros de Duncan—. Sólo hacía falta hablar y confiar, para que las piezas vuelvan a su lugar.

—Me alegro —susurró con una media sonrisa. Pasó su mirada hacia Steve, que lucía serio—. Por ambos.

Aurora soltó a su esposo para estrechar en un afectuoso abrazo a su amigo escocés. Posó sus carnosos labios sobre la mejilla rasposa, dejándole un corto beso y murmurando contra su piel.

—Las apariencias engañaron.

—Lo sé —respondió de igual forma—. Hablé con Madison.

—Gracias. Por todo. Eres un gran amigo.

Los brazos fibrosos del rubio la rodearon en respuesta, dejando un beso en su frente.

—Sé feliz, Aurora. Sino, sabes que no me importará raptarte. Después de darle una paliza que hasta sus antepasados sentirán.

—Inténtalo —provocó Steve, que se había acercado y tomado a Aurora por el brazo, alejándolos.

—Steve —rio—. Duncan es un amigo.

—Uhhhh... —aulló Rhys, con voz pastosa—. El tío Steve está celoso. Duncan podría terminar trozadito siendo comida para peces.

Connor y Kyle menearon sus cabezas riendo de la imprudencia del más joven del grupo. 

Sin más, marcharon hacia su destino, saliendo de la mansión en busca de Andrew, que se irguió con sorpresa al verlos llegar hasta el Rolls Royce.

—Andrew, no te pago para que te quedes ahí pasmado. Sube tu trasero al coche y sácanos de este lugar.

—Sí señor —respondió dejando ver una fila de dientes blancos.

***

Se apearon del vehículo. Aurora vestía la misma máscara sobre su rostro, en tanto Steve se mostraba por completo.

El frío de la noche no era rival para el calor que emanaba Aurora, quemando de deseo a Steve, que la mantenía contra su cuerpo musculoso, por lo que había dejado el saco negro y cubría su torso sólo con la camisa blanca con los primeros botones abiertos, luciendo su perfecto y esculpido pecho bronceado.

Pasando de largo por la fila de personas que esperaban por entrar, la pareja se dirigió a la entrada, donde el hombre no tuvo que cruzar palabra alguna para que le cedieran el paso como si fuera el dueño del lugar.

—Bienvenida a Dulces Pecados, mi niña.

—Este lugar parece increíble.

Se habían detenido, admirando el enorme, sofisticado y sensual club. Los brazos de Steve rodearon la cintura de Aurora desde atrás, presionando su espalda contra el fuerte pecho.

—Esto no es nada —se acercó hasta su oído y tras lamer su lóbulo y sonreír al comprobar cómo eso la estremecía, susurró con voz profunda y ronca por la excitación—. No se llama Dulces Pecados por nada. Hay un par de sectores de acceso limitado, especiales para dejarse llevar por cada deseo, anhelo, fantasía y perversión, siempre y cuando sea de mutuo acuerdo.

—¿Q-qué quieres decir? —jadeó Aurora cuando las grandes y fuertes manos de su esposo se desplazaron por su vientre, descendiendo hacia su sur por encima de la tela del vestido sin vergüenza por las posibles miradas de otros asistentes.

—Es mejor si te lo muestro —entrelazó sus dedos y la arrastró.

Avanzaron entre la gente hasta ascender al tope de unas elegantes escaleras desde donde se dominaba todo el lugar. Podía apreciarse como un club exclusivo con buena música, tragos y personas amontonadas en la pista, bailando desenfrenadas.

Al final del recorrido, dos puertas les cerraba el paso, pero Steve apoyó su pulgar en una pantalla táctil a un lado de una de ellas, y después de marcar unas teclas adicionales, la compuerta se abrió, y un nuevo mundo apareció ante los ojos perplejos de Aurora.

El lugar era todavía más increíble. La decoración destilaba poder y dinero, con un estilo gótico refinado y distinguido. La música allí no era tan ensordecedora y la cantidad de gente era más reducida.

El ambiente tenía una iluminación suave, rozando las penumbras. La mayoría de las mujeres, y algunos hombres, vestían, al igual que la señora Sharpe, sus propias máscaras. Algunas tan fabulosas y extravagantes que eran la pieza protagonista en los atuendos. Atuendos que en muchos casos eran escasos o hasta casi inexistentes.

Mujeres y hombres se movían con libertad, bailando, bebiendo o disfrutando de todo tipo de placeres eróticos sin pudor alguno en zonas reservadas y apartadas, pero que igualmente daban una visión de lo que se dejaban hacer. Gemidos combinados, risas y el sonido de algunos golpes, seguido de gritos largos disfrazaban la música.

A un lado, un escenario presentaba el espectáculo del momento. Un hombre cuyo torso desprendido de ropa brillaba sudado marcando sus músculos cada vez que propinaba un latigazo al culo desnudo de una mujer que se ofrecía recostada sobre su vientre en un mueble que Aurora no podía reconocer. Los aullidos femeninos se alzaban fuerte encima del barullo.

Abrió con espanto sus ojos.

De inmediato, cada fibra de su cuerpo se tensionó, reaccionando a su instinto salvaje. Su piel se erizó y sus ojos encendieron su luz quimérica.

—¡Steve! Esa mujer está siendo lastimada. Debemos detenerlo. —Dio un paso, pero su avance fue impedido por Steve, que la sujetó con sus dos manos por la cadera—. ¿Qué haces Steve? Sé que son muchos, pero no los suficientes para detenerme. Yo la sacaré. Espérame aquí, listo para huir.

El rubio rio y atrajo contra su pecho a su adorada mujer. La apretó y besó su coronilla, absorbiendo todo su perfume. 

Ella se desprendió, más contrariada que nunca.

—Mi niña, esa mujer no quiere ser rescatada. Nadie aquí lo desea. Buscan este lugar porque tienen fetiches que satisfacer. Presta atención —la tomó por sus hombros y la giró nuevamente a los actores del momento—. Dime, ¿parece que esté sufriendo? ¿Suplica porque se detenga?

Aurora pestañeó varias veces y rebuscó en su poder analítico, dejando de lado sus primeros instintos y prejuicios. Posó sus ojos adaptados a la oscuridad y distancia y detalló cada rasgo de la mujer del otro lado del salón. Notó que sus exclamaciones no cargaban miedo o terror. Por el contrario, parecía que una sutil sonrisa jugueteaba en sus labios, entre gimoteos. Su cuerpo, en lugar de rehuir de cada impacto —que parecían ir intensificándose—, buscaba su contraparte masculina, como si suplicara por seguir el castigo de ese extraño látigo de nueve colas.

—Ella... ¿lo disfruta?

—Así es —se colocó detrás de ella, estrellando su evidente erección sobre su espalda baja—. Todo es consensuado. Nadie hiere al otro más que lo que el cuerpo soporta, generando una tortura placentera. Y tiene todo el poder de decir basta cuando lo desee.

—Y esto... ¿les excita? ¿Te excita? —susurró con un nudo en la garganta.

—A ellos sí. A mí no tanto. Nunca fue de mi gusto o mi estilo, salvo por algunas nalgadas. Pero tenerte aquí, conmigo, imaginando otras cosas que te quiero hacer, me pone con un cohete en el pantalón.

—Menos mal —suspiró, sintiendo que el aire regresaba a ella, que no se había percatado que le faltaba—. Porque yo no puedo hacer esto —regresó al refugio del pecho de Steve y lo buscó con los ojos cargados de aberrantes recuerdos—. Ellos encontrarán estimulación siendo golpeados y amarrados. Pero cuando fuiste verdadera víctima de la perversión, no puedes asociarlo con amor y placer.

—Lo sé mi amor, por eso no me siento capaz de nalguear tu culo cuando estamos follando, ni me atrevo a atarte. Además, siendo un sicario, he visto el castigo y dolor reales, y nunca me produjo placer. Aunque esto sea aceptado por los participantes que aquí ves, ellos desconocen lo que se oculta en nuestro mundo.

—¿Qué es lo que hacías cuando venías? —Se arrepintió de su última pregunta al imaginarlo con otras mujeres, incluyendo a Madison. Habría aceptado su historia, pero cada vez se sentía más extraña al saberlo de otras. Ese cosquilleo en el centro de su pecho que había identificado como celos empezaba a hacer hogar allí—. ¿Estuviste con muchas mujeres? ¿Estuviste con Maddy?

—¿Estás segura de que quieres esas respuestas? —Asintió dubitativa, mordiéndose el labio—. Eres masoquista emocional. —La afirmó más hacia él y la sintió temblar—. Aurora, por favor. No puedo cambiar el pasado. Si hubiera sabido que tú estarías en mi camino, que llegarías para desordenar mi vida por completo, enseñándome a ser feliz, te habría esperado.

—Perdón. No sé qué me está pasando.

—Comprende que ahora me tienes sólo para ti. Todas las demás no significaron nada. Ni siquiera Madison. Es mi amiga, pero sólo eso. Es como tu historia con Pierre. Me dijiste que lo querías como un amigo y nada más. —Llevó sus manos hasta su rostro, ahuecándolo con delicadeza—. ¿Confías en mí?

<<¿Lo hacía? ¿Volvía a confiar en él?>>. 

Sonrió recuperando su seguridad, porque de repente no hubo dudas en ella.

—Sí. Por completo. Con mi vida.

—Te amo a ti. Y respondiendo a tu cuestionamiento de lo que hacía aquí, bueno... nada como lo que ves por lo que ya te expliqué. Pero era un lugar donde me desfogaba sin tener que preocuparme porque las cosas se confundieran y pasaran a un plano más allá de lo físico. Los que venimos a Dulces Pecados, tenemos un acuerdo tácito de que todo queda aquí. A no ser que decidan profundizar más allá de estas paredes. Encuentros fugaces, sin compromisos, sin celos y sin exclusividad.

—Entonces... ¿qué hago aquí? ¿Por qué estamos aquí?

—Vengo a cerrar un ciclo. Contigo.

El espacio entre ellos desapareció, presionando cada centímetro de sus cuerpos, donde la erección de Steve se hundía en su firme y plano vientre. La besó con posesividad, atacándola con su lengua dentro de su boca, robándole su aliento en un beso abrasador. Los roces de sus suaves labios de cereza lo llevaban al infierno ardiente. Bailaban en perfecta armonía. 

Los azotes desde el escenario sonaban cada vez más intensos y con menos tiempo de intervalo.

Aurora detuvo el ataque sobre su boca, y se perdió en el gozo que irradiaba la pareja. Sentía su cuerpo reaccionar, calentándose y humedeciendo su intimidad. Su respiración se estaba volviendo errática y su visión se nubló cuando la boca de Steve chupó la piel de su cuello.

—Steve... —su voz denotaba excitación—. Quiero probar.

—¿Qué cosa, mi niña?

—Todo. Lo quiero probar todo contigo. Quiero el placer extremo, completo y más asombroso.

—¿Dices que quieres que te azote?

—Quiero sentir tu palma quemando mi piel, aunque sea por un breve instante. Deseo alcanzar un nuevo nivel a tu lado. No te reprimas ni te limites conmigo.

—¿No temes...?

—Contigo, ya no quiero temer al placer. Haz conmigo lo que desees.

Los labios masculinos se estiraron con perversión. Sus pupilas dilatadas destilaban deseo.

—Ven, entonces. Quiero llevarte a una habitación especial.

Sin más palabras, Steve la guio hasta un pasillo, donde pequeños grupos de personas se amontonaban en lo que parecían ventanas que iban desde el suelo hasta casi alcanzar el alto techo. La muchacha se detuvo, haciendo que su compañero la imitara y observó por encima de una pareja lo que contemplaban con evidente deseo.

—¡Allí dentro están teniendo sexo tres personas! ¡Delante de todos!

—Así es, mi niña. Algunos les gusta que los miren y a otros, mirar.

—Es... excitante —reconoció—. ¿Has hecho tríos? —Recordó sus conversaciones pasadas con Edward—. ¿Era cierto que te acostaste con esas trillizas?

—Tríos, orgías, pero sólo con mujeres.

—Y... ¿quieres eso?

—Contigo es más que suficiente —ronroneó con lujuria, raspando con sus dientes el largo cuello de su mujer—. Tienes la fuerza, la pasión y la energía de cuatro mujeres —lamió de regreso, mojando la piel de la zona desde su clavícula hasta su lóbulo, humedeciendo en reacción el punto sensible entre las piernas de su mujer, que las cerró en una respuesta automática. Los dedos de Steve juguetearon sobre ese mismo punto, como si captara la ansiedad que desprendía y su pelvis se presionó más contra ella—. Y amor. No olvidemos que tú me das amor. Pero no estamos aquí para ver.

Aurora regresó de la bruma en la que se había sumergido y nuevamente se dejó llevar hasta el final del pasillo, donde un hombre alto —no tanto como Steve—, custodiaba una puerta. El billonario sólo estrechó su mano y con un asentimiento de cabeza por parte de ambos, tuvieron vía libre.

Se encontraron solos en una hermosa y amplia habitación, decorada como un palacio de la antigua Roma. La iluminación se centraba en un único punto. El centro de una cama con dosel. El resto, estaba en penumbras.

La muchacha giró en una inspección completa al lugar, cuando se frenó en un espejo de cuerpo entero vertical con las cortinas echadas a cada extremo. Igual a las ventanas que vio al atravesar el pasillo de afuera. Imaginó del otro lado rostros ansiosos que desde su ubicación no podían ver por el cristal de visión unidireccional.

—¿Steve? —regresó su atención al hombre, que parecía comerla con la mirada—. ¿Qué haremos aquí?

—Lo que tú quieras. O nada. Podemos marcharnos. —Se acercó con los movimientos de un león, acechando a su gacela. La tomó por la cadera. A pesar de la máscara que su esposa usaba, notó el sonrojo en sus mejillas—. ¿Qué sientes?

—Nervios —balbuceó—. Expectación —gimió cuando sintió que la boca atacaba su lóbulo siguiendo la línea de su quijada, llevando electricidad hasta cada terminación nerviosa—. Y algo de excitación... ¿Esto es lo que hacías cada vez que venías?

—No. Jamás lo hice aquí con la visión abierta. —Las grandes manos se colaron por debajo del vestido, llegando a la carne suave y firme de las nalgas de Aurora. Las magreó con fuerza contenida y luego la elevó para que enredara sus piernas en su cintura y la llevó a la cama, donde se sentó con ella sobre su regazo—. Puedo detenerme e irnos de aquí. O podemos darles tremendo espectáculo.

—¿Por qué quieres hacerlo ahora?

—Porque estoy marcándote como mía ante todos los que me han visto por años en este club. Pero más importante aún. Estoy siendo marcado como tuyo delante de ellos. 

—¿Eso es lo que significa que nos vean haciendo el amor aquí? ¿Que seamos marcados?

—Eso es lo que yo estoy declarando porque en los años que he venido, jamás me he mostrado abiertamente con alguien. Les digo que estoy fuera, mientras tú estés dentro de mi vida.

—¿No es humillante hacer esto? ¿Que nos vean en nuestro estado más vulnerable e íntimo? Creí que éramos un secreto para compartir sólo con el otro.

—Lo eres. Lo somos.

Inició un reguero de lentos y húmedos besos desde los montes de los turgentes senos que sobresalían del escote del apretado vestido. Su lengua recorrió la frontera de la tela de un lado a otro y luego regresó al centro, concentrándose en la línea entre los pechos, donde enterró su nariz y robó de su fragancia.

—Mierda —masculló todavía apretado contra el pecho femenino—. Tus tetas me enloquecen.

Aurora dejó caer su cabeza hacia atrás, perdiendo lentamente la cordura.

—Sigo sin comprender cómo siendo un secreto quieres revelarnos —balbuceó.

—No lo haré. Lo que hago y quien soy seguirá siendo un secreto. Uno que tú desentrañaste como si fuera un simple rompecabezas. Y la magia en ti también se mantendrá oculta. Lo que ellos verán, será sólo nuestros cuerpos. Es lo que cualquiera ve de nosotros —explicaba dejando más besos por su pecho y cuello—. El mundo exterior puede decir lo que quiera. Conjeturar una cantidad de mierda que no tiene cabida en nuestra realidad. Porque nosotros somos los únicos que realmente importamos. El amor que nos alimenta desde nuestras entrañas, nuestros secretos más recónditos, duros, extraños y deliciosos nos pertenecen. Y eso, seguirá siendo así. Nuestro verdadero secreto seguirá siendo susurrado entre nosotros.

—¿Cuál es ese secreto? —jadeó.

La seductora boca de Steve se escondió contra el oído de Aurora. Recorrió su extensión con la lengua y se detuvo en su lóbulo, que tiró con sus dientes antes de murmurar.

—Que moriría por ti. Arrasaría con el mundo entero si alguien volviera a herirte.

—Yo también moriría por ti.

La sentía caliente y mojada sobre su miembro todavía vestido bajo su pantalón. Se frotaba sobre él, gimoteando, provocándolo con ese sonido suplicante.

—Mi niña, este es el punto para detenerme. Dime si aceptas hacer esto.

Las brasas que decoraban el sublime rostro lo quemaron desde adentro cuando los lanzó hacia él, y una sonrisa se curvó en su cereza carnosa.

—Sí. Acepto hacerlo. Te amo y quiero decirle al mundo entero que eres mío. Sólo mío. Que miren todas las que tuvieron tu cuerpo. Que a partir de hoy, sepan que tu corazón tiene dueña. —Se mordió el labio inferior. Soltó con maestría el agarre del cinto y metió su mano en el pantalón apretado por la erección, haciendo jadear a Steve al sentir la delicada mano aferrarse a él, haciéndolo crecer en su palma. Aurora sonrió con malicia cuando lo vio apretar sus párpados con fuerza ante su masturbación—. Y que nadie te da orgasmos como yo.

—No hay duda de ello, mi mágica hechicera de dorada luz estelar. Me elevas al cielo con cada sonrisa, mi niña. Y me llevas al infierno cuando te deshaces en mis brazos al llenar tu coño de mi semen.

Se levantaron de la cama. Lentamente la guio hacia el espejo de visión unidireccional. Sabían que del otro lado varios pares de ojos se deleitarían con lo que ellos les ofrecerían. Sus sentidos se centraron en el reflejo erótico de los únicos que importaban en la habitación. 

Y en el mundo.

—Míranos, mi niña. —La capturó con un brazo por delante, estrellando su espalda contra su fuerte y ancho pecho. Su boca apretó el borde de su quijada y un escalofrío recorrió la piel de Aurora cuando un rastro de suaves besos y pequeños pellizcos con los dientes descendieron, cruzando por su largo cuello, paseando por su clavícula hasta llegar a su hombro—. Eres tan perfecta, tan sublime. —Sus grandes y ásperas palmas deslizaron las tiras del vestido, haciéndolo caer al suelo, enseñando su figura desnuda—. Dejaremos que vean nuestros cuerpos volviéndose uno, enredándose y complaciéndose. Que crean que les revelamos lo que somos...

—Cuando la realidad... —jadeó, ladeando su cuello para dar más acceso al nuevo recorrido en sentido inverso, ahora con la lengua, en una excitante travesía hasta su mentón—, es que les mostramos un espejismo. Porque somos mucho más que esto.

—Nuestro secreto va más allá de lo físico, y sólo les daremos una probada. Por decisión nuestra, para nunca más compartir algo con nadie más que no seamos nosotros dos.

—Confío en ti, mi amor. 

Steve sonrió plenamente como pocas veces lo hacía ante esas palabras vueltas mantra.

—Y yo en ti, con mi vida. —Una de sus manos cubrió con fuerza un seno, atacando con dos dedos el duro y erguido pezón, arrancando un quejido erótico, para enseguida magrear con posesividad—. Abre los ojos, cariño—. Así lo hizo Aurora, que no se había percatado de haberlos cerrado. Lo que veía la encendió. La otra mano acarició en caída su vientre definido hasta jugar con sus labios íntimos—. Tan húmeda, tan lista siempre para mí—. El índice, largo y decidido, invadió su mojada intimidad, bailando al son del sonido de sus jugos contra su piel. 

Conectaron sus miradas. El ámbar y el azul de las profundidades siderales brillaban por la lujuria.

—Más, Steve. Dame más.

Dos dedos la invadieron con más ímpetu, saliendo y entrando. Jugando con figuras en su interior que la enloquecían. El resto de su mano frotaba su clítoris inclementemente.

Su cuerpo respondía arqueándose, presionando su culo contra la dureza en la pelvis de su esposo.

Los jadeos eran cada vez más intensos, y los labios se movían más voraces sobre la cálida carne de la dorada joven.

Aurora se aferró con una mano a las rubias hebras oscuras de Steve, en tanto la otra rodeaba la ancha muñeca, para acompañar el ritmo vehemente de la tortura.

Las largas extremidades la abandonaron para untar con el dulce néctar sus pliegues. Tironeó del clítoris hinchado y necesitado, lanzando miles de descargas eléctricas.

—Oh, Steve, me estás aniquilando.

Los dedos embadurnados llegaron a la boca de Aurora, rozando sus labios, hasta que se invitaron al interior de la cavidad.

—Te estoy liberando.

Aurora comenzó a succionar el néctar de su propio cuerpo, ardiendo con la mirada que le devolvía su esposo a través de la superficie reflectante que se había vuelto un integrante más en el juego de la pareja. 

Veía en sus ojos el deseo de intercambiar sus dedos por su miembro mientras llevaba bien hondo los dedos invasores. Su lengua los rodeaba sin dejar de chuparlos. 

Los gruñidos contra su cuello erizaban sus vellos y la dureza perforaba su cintura.

Steve liberó la boca y volvió a enterrar sus dedos en el palpitante coño. Tres en esa oportunidad, haciéndola gritar. 

—No dejes de fijar tus ojos en mí desde el espejo, mi niña. Disfruta de cada minuto, de cada caricia.

La intensidad aumentaba. Al igual que la profundidad de la penetración. Mientras la mano en el pecho la apretaba como si quisiera gastarla, la otra se afanaba en llevarla a las estrellas.

El cálido aliento contra su piel la hacían voltear sus ojos y su cabeza, desobedeciendo la orden de contemplarse.

Se enterraba con devoción, doblando las falanges para alcanzar puntos sensibles. Giraba, volvía a salir, para regresar con fuerza y repetir la rutina.

El orgasmo se aproximaba, formándose en su bajo vientre.

Sus paredes internas comenzaban a apretarse alrededor de los expertos dedos.

—Córrete, Aurora —demandó en un susurro.

Y obedeció al segundo, derramándose sobre la mano y debilitándose al punto que el gran brazo la afirmó por la cintura.

—Buena chica.

Dos segundos le demoró recuperarse y con ello, un giro sobre su eje la dejó frente a frente al hombre que amaba con locura.

—Tienes demasiada ropa, cariño. Permíteme hacerme cargo.

Ambos sonrieron con perversión y picardía.

Uno a uno, con una pausa castigadora, fue liberando los botones de la camisa a medio abrir, hasta que el pecho del Adonis quedó igual de desnudo que ella. El pantalón fue el siguiente objetivo.

Sus hábiles dedos abrieron el botón y bajaron la cremallera, dejando a la vista el miembro inhiesto asomándose por el borde del bóxer negro. Metió su mano en la prenda para ser ella la dominante sobre la dura polla, obteniendo como recompensa un alto rugido y la caída hacia atrás de la cabeza del hombre.

—Me matas, mi niña. Soy todo tuyo, y mi verga sólo es para ti. ¿Me notas cómo me pones? Jamás había estado tan grande, caliente y dura.

Aurora se agachó para finalmente despojar al hombre de la ropa.

Al erguirse, la locura los alcanzó.

La sujetó con fuerza de la nuca, atrayéndola para que, después de un segundo de adorada contemplación, se fundieran en un beso arrasador, profundo y asfixiante.

Necesitados de aire, se separaron. Sus respiraciones eran agitadas.

Antes que el hombre volviera al ataque, Aurora obligó al alto y atlético cuerpo a retroceder con un empujón, que lo hizo chocar con sus piernas contra el colchón detrás de él, provocando una caída que lo dejó sentado.

Sin quitarse los tacones, Aurora escapó del vestido enrollado en sus tobillos y cambió su postura hasta quedar en cuatro en el suelo.

Comenzó a gatear hacia la cama con la suntuosidad de una gata en celo, donde la esperaba un muy excitado Steve, que durante unos segundos, dejó ir sus ojos por encima de la acechante felina hacia el cristal pulido que reflejaba su culo en pompa.

Su sensual vaivén sería motivo de locura para los que la contemplaban desde el otro lado del cristal.

En lugar de dejar que sus celos lo llevaran hasta las cenizas, se regocijó de orgullo por ser el poseedor de semejante espécimen.

<<Que se mueran de envidia. Ese culo es mío>>.

Sí que era un cabrón afortunado.

Sus piedras de oro lanzaban llamaradas ardientes hacia Steve. Su lengua condujo por el sinuoso camino de sus labios demostrando el hambre que tenía del pedazo de carne que se izaba imponente.

Inconscientemente, Steve abrió sus largas y fornidas piernas para recibir a la fiera que se encaramaba a él.

Sintió cómo le clavaba sus prolijas uñas, no muy largas, en la carne de sus muslos y siseó de placer.

Contuvo la respiración cuando la rosada lengua volvió a salir de su caverna y con tortuosa lentitud, la pasó por el largo de su tallo, haciendo sacudir su verga como una entidad autónoma.

Cerró con fuerza sus párpados y cuando el cálido aliento acarició su glande y lamió la gota brillante que se escurría, tomó toda su fuerza de voluntad y la sujetó por los hombros.

—No. No te quiero de rodillas aquí.

—¿Por qué? ¿No deseas que te dé placer?

—Lo harás. Pero no arrodillada ante mí. No quiero que los ojos detrás del espejo te vean así. Porque aquí, el que debe rendirte tributo de rodillas soy yo, mi adorada divinidad.

—Steve...

La hizo ponerse de pie, frente a él y de espaldas a la anónima audiencia. Steve, en cambio, abandonó su posición y quedó en el suelo, venerando desde abajo a la mujer que lo había conquistado.

Sus manos quemaban cada centímetro que ascendía por la parte posterior de sus extensas y esbeltas piernas, mientras su frente era abordado por los labios carnosos que se posaban con devoción en su piel. Le siguieron lamidas ardientes y mordidas traviesas, hasta que la nariz perfilada chocó con el triángulo depilado que latía por las provocativas atenciones.

—Me gusta cómo huele tu coño. Tan dulce y adictivo —envolvió con su boca su sensibilizada flor y usó la punta de su lengua para sacudir de estremecimientos su punto más sensible—. Tan sabrosa.

Metió su lengua en su orificio, abriendo sus pliegues con su boca para enterrar más su rostro en ella, que se abría para él.

Sus poderosas manos conquistaron y dominaron sus glúteos, amasando su redondez. Sus hábiles dedos buscaron la línea entre sus nalgas y las abrió, quemando la piel hasta encontrar su orificio trasero y exploró su anillo anal, ansioso por penetrarlo.

Pero se contenía.

Jugueteaba en círculos creando expectativa mientras bebía de ella.

Aurora, enloquecida, se apretaba a su cara, enredando sus dedos entre el cabello ya desordenado de Steve.

—Steve, oh, Steve.

Se arqueó cuando sintió la invasión trasera. Movía su pelvis acompasadamente con las arremetidas orales del hombre, que la devoraba vorazmente. Estaba rodeada de absoluto placer.

Cuando se sentía a punto de caer en un nuevo orgasmo, la experta lengua se detuvo y el dedo dejó un vacío en su canal.

—¡No!

Una risita vibró contra su clítoris.

No pudo continuar con su protesta, porque de una veloz maniobra, Steve la giró. Su delicioso culo quedó a la altura de una mordida y no se negó a sus impulsos. Atacó como un hambriento su alimento, estampando su dentadura en diferentes lugares, haciendo música con los gemidos que respondían a cada toque realizado como un experto sobre su instrumento.

Enseguida, las marcas brillaban de suave dorado, pero al estar a resguardo de los ojos ansiosos, nadie se percató de su magia.

Se alejó unos segundo, admirando los destellos y la lujuria opacó el azul de sus zafiros. Se relamió cuando su gran palma acarició sus carnes.

Un lado de su boca se estiró con perversión.

El impacto de la gran mano la sacudió, haciéndola gritar. Pero era uno cargado de éxtasis. Sus ojos, que se habían abierto al máximo, se voltearon por el placer y esgrimió su culo, pidiendo más.

Su nalga fue tomada del otro lado con el mismo estallido y volvió a gemir.

Sentía su húmeda descarga chorrear por entre sus muslos, tomándola por sorpresa.

—Más —pidió enronquecida—. Por favor, quiero más.

—Te gustó, ¿eh? —Separó las largas piernas y su mano se coló hasta el otro lado—. Tan mojada. Eres pura agua. Una fuente de jugos.

Una pequeña cachetada sobe sus pliegues la estremecieron. Sus pezones ardían, conectadas con su centro sensible.

—Tengo pensado darte tan duro, mi niña. Meterme tan profundo, hincharme tanto en tu interior que me sentirás en cada rincón.

—Oh, sí. Diablos, Steve, hazlo, ¡hazlo de una vez! Quiero... —gimoteó desesperada cuando un dedo probó su néctar—. ¡Necesito sentirte ya!

La sentó con brusquedad sobre su tronco erguido, dejándola con su espalda apoyada sobre su pecho cuando de una sola estocada abrió su interior.

Jadeó en respuesta al sentir la profundidad de la penetración. Se mantuvo estática, esperando amoldarse el tamaño, que en dicha posición, parecía más descomunal.

—Regresa tu vista al espejo, mi niña —instó contra su oído cuando inició su lento empuje—. Goza de la vista de mi polla entrando y saliendo. Ellos seguro lo harán.

Besó su lóbulo y lo mordió. Deslizó sus manos. Una hacia el norte, para atrapar uno de los senos, y la otra en sentido opuesto, dominando a pellizcos la hinchada carne entre sus mojados pliegues. Cada apretón era una nueva descarga que la llevaba al infierno.

Las embestidas se iban haciendo más violentas, con ella brincando sobre la larga y dura polla. Sus tetas se sacudían con el intenso bamboleo.

Su propia mano le dedicó atención al pecho abandonado, imitando las acciones de Steve. En cambio la otra, se aferraba a la sábana debajo de ellos, necesitada de algún sostén antes de la caída al abismo que en cualquier momento iba a suceder.

Su cerebro iba a calcinarse con tanta estimulación. Un cortocircuito que la dejaría estúpida por el enorme placer, incapaz de algún pensamiento racional.

Allí, todo era puro instinto animal.

Sus ojos no perdían un solo movimiento, enajenada por la imagen. Hasta que sus miradas volvieron a encontrarse y la adrenalina estalló en ambos.

—¿Te gusta lo que ves? 

La sensual voz se potenciaba al gemir contra su cuello.

Sus ojos nublados por el deseo estaban atrapados en el reflejo y en la visión de sus cuerpos unidos. Aurora tenía los dientes de Steve mordiendo su hombro desde atrás, sin romper con el contacto visual. Sus dedos apretaban su endurecido pezón y lo tironeaba para luego frotarlo.

Su otra mano continuaba torturando su clítoris.

Ascendían y descendían cada vez con más ímpetu y el remolino se fue anidando en sus entrañas con una fuerza abismal hasta que sus cuerpos colapsaron en su estallido cósmico.

En su supernova dorada.

Sus cuerpos se arquearon cuando sus músculos se tensionaron.

Lentamente, sus respiraciones tomaron su ritmo.

Aurora percibió como las cintas de su artefacto facial eran liberadas, dejando sus rasgos descubiertos.

Sintió las yemas de las duras manos tomar su barbilla para robarle un beso de lado. Esos mismos dedos la guiaron de regreso a fijar sus ojos en su reflejo.

—Mírate. Tan bella.

El aliento de Steve acariciaba su mejilla, donde depositó otro beso antes de regresar a su conexión visual.

—Tan jodidamente bella después de nuestro orgasmo. ¿Ves lo mismo que yo? —asintió, muda y embelesada por el encanto de ellos dos juntos. Todavía unidos—. ¿Ves lo bien que nos fusionamos? ¿Lo perfectos que somos el uno para el otro? No hubo, hay, ni habrá, nadie más para mí que tú, Aurora Freya Sharpe. Siempre fuiste tú, incluso antes de conocerte. Creo que después de todo, sí esperé por ti. Sólo a ti.

—Steve —su voz se quebró, al igual que su mirada, que se empañó—. También te esperé. Esperé sin saberlo para que me enseñaras a amar.

—Y a follar como salvajes.

Rio. Excitada y todo.

—Ahí va tu romanticismo. Pero me enciende que me digas eso.

—Todavía no hemos terminado, mi niña. Todavía no te he marcado.

—¿Aún no me has marcado? ¿Acaso esperas hacerlo como ganado?

Su voz ronca en una risa baja le erizó la piel.

—Créeme, te gustará.

La separación fue un regreso a la realidad. Pero fue breve.

Enseguida gatearon al centro iluminado del colchón, donde continuarían contando parte de su historia a todos los que los seguían del otro extremo. Steve quedó sentado con sus piernas cruzadas, mientras que Aurora, húmeda y empapada de ambos, se sentó encima.

Una nueva batalla a besos, mordidas, lamidas y manos frenéticas volvieron a encender el fuego.

Aurora se aferró con sus dientes a mitad del pecho musculoso.

—Mierda, Aurora.

Aurora sonrió con picardía cuando retornó a los labios de su esposo.

—Hola otra vez —susurró cuando su centro chocó con el miembro vuelto piedra.

—Así de fácil me prendes, mi niña. Eres mi enfermedad y mi cura. Hazte cargo ahora de mi erección.

—Es, después de todo, mi culpa.

—Lo es.

Se alzó lo suficiente y cayó, enterrándose de un sólo movimiento el duro pene dispuesto a llenarla.

Jadeó al sentirlo resbalarse por sus jugos, empalándola con dureza. No reiniciaron delicadamente. Darían una batalla para admirar, aunque a medida que más se unían, más se borraba su realidad, sumergiéndolos en su propio mundo, ajenos de prejuicios, valoraciones y rumores.

Dedicándose a fundirse y borrar sus límites.

Los vaivenes eran intensos y el sudor de Steve empezó a empaparlos. El sonido de sus cuerpos húmedos chocando se combinaba con los jadeos y palabras sucias que se escapaban de sus labios.

Las tetas se sacudían frente a Steve, que se aferró a ellas como un niño de pecho, succionando, mordiendo y lamiendo como si pudiera desgastarla.

Una mano la sostenía por la espalda y la otra se fue deslizando por su columna hasta alcanzar su trasero, aferrándose a este y elevándola para empalarla con más contundencia.

La elástica joven se retorcía con la gracia de una bailarina, arqueándose, perdida en su delirio. La boca que la torturaba sobre sus senos, alternando entre uno y otro, porque al parecer no eran suficiente para saciar su hambre, la llevaba al infierno, donde el fuego la quemaba desde adentro, calentando sus entrañas hasta hervir su sangre.

Estaba enardecido, se clavaba en ella cada vez más, sacudiéndola, empujándola con cada embiste. Su verga salía y entraba; y con cada regreso, se ensartaba más en ella, que gritaba más alto. Le estaba dando con todo lo que tenía. Nunca se había liberado tanto como lo hacía con su adorada diosa. La que lo tenía postrado en el suelo, como un esclavo a merced de su señora.

Y casi lo perdió todo.

Ese pensamiento lo enloqueció y de un arrebato, su mano volvió a impactar estrepitosamente contra la carne de sus tentadoras nalgas.

—¡Ah! —Otra vez la sorpresa le hizo abrir grande sus ojos, encontrando los de su amado, que la interrogaba con la mirada sobre su estado emocional, para confirmar que todo estaba bien—. Dame más, Steve. —Repitió en demanda con la voz hecha súplica.

Otra palmada que picó sobre su piel.

—Acabas de soltar a una bestia, Steve Sharpe —amenazó excitada tras otra tanda de nalgadas que la hacían sacudirse más fuerte sobre la polla.

Gemía desquiciadamente por el ataque a su sexo.

—La bestia la tienes rompiéndote ese coño apretado, caliente y mojado —gruñó.

En una batalla por el control, Steve los hizo girar, dejándola debajo de su gran cuerpo, perdida en toda su longitud.

—¡Steve! —gritó.

Y escucharla decir su nombre, mientras él todavía estaba adentro, atravesándola, sacó a relucir sus instintos más primitivos. Gruñó como un león y se empujó más profundo. Arqueaba su cintura, apretando sus glúteos para avanzar más en su interior.

Lo sentía llenarla al límite. Uno doloroso y placentero. Siempre era así. Salvaje en carne, pero cuando se miraban, los bríos que mantenían su cuerpo endemoniado se combinaban con el cariño y la adoración que emanaban de aquellos orbes oscuros como la noche y se perdía en ellos, envolviéndose en el más absoluto y completo amor.

—Eres mía —jadeó sin quitar sus ojos de los ambarinos que lo tenían capturado.

—Y tú mío —respondió con la voz ronca por la excitación y la emoción—. Por siempre.

—Hasta mi último suspiro.

Posó sus delicadas manos en el rostro viril y se perdió en cada centímetro de este, que le devolvía la atención con sus iris zafiros.

Absorbía sus gestos al amar. Cómo fruncía sus pobladas cejas. La tensión de su dura mandíbula, sus labios carnosos levemente abiertos por el esfuerzo de respirar. Sus pupilas dilatadas por el deseo.

Ese hombre la tenía atrapada.

Igual que ella lo tenía sujetado. Como en ese momento.

Se abalanzó contra sus labios, en un beso posesivo que avanzó hasta dominar su lengua. Lo absorbía, tanto como él a ella, que respondía con la misma necesidad de tomar hasta su aliento.

Sus bocas se volvieron una y sus miradas se enlazaron como sus entidades lo hacían, sacudiéndose enajenados. No dejaron de contemplarse en una declaración escrita entre gemidos, con el brillo de sus ojos atravesándose mutuamente hasta alcanzar los rincones más profundos de sus almas, hundiéndose para anclarse y no dejarse ir nunca más.

No hacían falta más palabras cuando en sus miradas se decían todo y se desnudaban ante el otro, más de lo que sus cuerpos lo estaban; para entregarse una vez más; pero a la vez, para hacerlo de una manera que nunca antes lo habían hecho.

Las embestidas de Steve, atravesando con fuerza apabullante su interior provocó que la lava que recorría su sangre se concentrara en su vientre, que se contrajo con fuerza. Los dedos de sus pies se retorcieron, sus uñas arrasaron la piel de la espalda de Steve —quien gimió con morboso placer—, y estalló.

Pero hubo vacío y oscuridad, porque Steve no la acompañó.

En cambio, él seguía batiéndose contra ella, que, aunque no hubiera colisión estelar, el orgasmo la tenía perdida.

Steve la sintió apretar su polla con la fuerza de sus músculos vaginales al correrse. Lo estrangulaba, pero él seguía bombeando, enajenado, aguantando el momento para dejarse ir. Sacrificaría un mágico final para entregar un mensaje claro a los espectadores.

—Aquí vengo —gritó al mismo tiempo que sacaba su polla de la calidez de la chorreante vagina y la tomaba en su mano para descargarse sobre el firme vientre.

—Oh, joder. Mía —rugió—. Solamente mía.

Siguió lanzando su cremosa esencia, embadurnando la dorada piel hasta alcanzar con su chorro la boca de Aurora, que entreabría por el morboso placer de ser ensuciada por el semen de su esposo.

—Mía —repitió, dando unos últimos bombeos—. Así marco a mi mujer.

—Tuya —ronroneó, lamiendo los restos con su húmeda lengua—. Tan rico.

—Mierda, eso es tan sensual, mi niña. Si haces eso y me sigues observando así, volveré a cogerte como un puto enfermo.

La mirada azul, vuelta negrura por la lujuria, se concentró en desparramar con su enorme palma su firma blanquecina por todo el torso.

—Este vientre, es mío. Lo marco —dibujó con su dedo sus iniciales—. Estas tetas, son mías —esparció el resto por dicha zona, que se erguía en respuesta, con sus pezones alzados. Los dedos mojados, volvieron a dejar un camino hasta descender a la vagina, donde se ensartaron, provocando que el hermoso cuerpo se arqueara. Su boca buscó la cereza de la muchacha para seguir proclamándola contra su aliento errático—. Y este coño, es mío.

—Tuyo, tuyo y tuyo —respondió con gemidos afectados.

Con su delicada mano, rodeó la ancha muñeca y la guio en un nuevo recorrido en sentido inverso, obligándole a recoger con sus yemas sus restos viriles. Los llevó hasta su boca, donde succionó con voracidad.

—Toda tuya. Y tú, completamente mío. Te tengo adentro y afuera. Como tú.

Con una sonrisa presumida, acarició con sutileza el pectoral duro y lampiño, haciendo que Steve bajara la mirada al centro.

Este sonrió.

—Tú, señor Steve, también estás marcado como mío.

—Lo estoy, mi señora —respondió con orgullo al ver la marca del chupón en su pecho.

Y sabiendo que su espalda tenía más sellos dibujados.

Permanecieron abrazados, con las piernas de Aurora todavía enredadas en Steve, en una amalgama perfecta que hacía imposible distinguir el cuerpo de cada uno; hasta que sus respiraciones se acompasaron junto a los latidos de sus corazones, encontrando otra forma de ser uno.


Los dedos largos y delicados dibujaban sobre la espalda marcada de Steve. No era el momento para curarlo con tantos ojos encima.

—¿Crees que hicimos un buen trabajo? —bromeó la muchacha, con una sonrisa traviesa.

—El mejor. Seguro habremos encendido varias hogueras allí afuera.

—¿Y ahora? ¿Qué sigue?

—Bueno... Dulces Pecados no es sólo sexo. Podemos disfrutar de la música, baile y shows que no tienen nada que ver con esto. Hay buenos espectáculos en la planta baja.

—Me gustaría ir.

—Perfecto. Pasemos al cuarto de baño para limpiarnos y salgamos.

Aurora recuperó su máscara del suelo, al igual que la ropa de ambos y procedieron a ducharse, después de volver a ensuciarse con una nueva ronda de amor oral.


Regresaron al largo pasillo, donde las miradas cargadas de lascivia se posaron en ellos. Las pupilas dilatadas y los labios relamidos los hicieron sonreír con orgullo.

Dejando atrás el sector de los placeres carnales, regresaron a la tierra de los simples mortales, donde Aurora mantuvo su rostro despejado, sin importarles ser reconocidos y vueltos rumor. Allí, se perdieron acomodándose en el sector VIP donde ordenaron un bourbon y un cóctel.

Aurora miró el antifaz decorado con exquisitez en su mano y una idea se implantó en su mente.

La voz gruesa que cosquilleó contra su mejilla la hizo olvidar sus pensamientos.

—¿Bailamos, mi niña? Todavía te debo el de esta noche.

—¡Sí!

Saltó de su lugar, dejando sobre la mesa el objeto, y capturó al intimidante hombre convertido en esclavo llevándolo al centro de la pista. Rodeó con sus brazos el cuello de Steve, acoplándose a su anatomía. Una de las extensas y duras piernas del hombre se coló entre las perfectas y delineadas de la joven, meciendo sus cadera en un mismo movimiento. Los largos dedos se aferraron sin pudor a su culo, aclamándola como suya una vez más. Especialmente ante los ojos hambrientos de cada hombre que la veía.

—Creo que bailar es una de las cosas que más me gusta hacer.

—Y lo haces de puta maravilla —lanzó con voz ronca, percibiendo cómo su pelvis se despertaba nuevamente teniendo el cálido y aromático cuerpo de la rubia pegado al suyo, friccionándose con malicia—. Mierda Aurora, vas a darme un infarto de miocardio.

—Jamás —rio—. Por el contrario. Te estoy dando más vida. Aunque con esa boca, pronto te la quitaré.

—Te gusta que te hable así —respondió con una risita contra su cuello—. Que te diga que mi verga quiere castigar tu coño, que quiero devorarte hasta dejarte seca y alimentarte con mi leche toda la noche. —Sintió del delgado cuello vibrar al gemir y cerrar sus piernas aprisionando la suya, refregándose contra su muslo. Su erección se ahogaba dentro de su pantalón—. Me enloqueces y todas mis barreras caen.

—Tú también me vuelves loca —inspiró profundo, robando el aroma amaderado que la envolvía y refugiándose en el fuerte abrazo del hombre. Sentía su centro palpitar por las obscenidades que ahora desfilaban por su mente—. Necesito otro trago —suspiró exageradamente, haciendo reír roncamente a Steve—. Ahora vuelvo.

—Quédate. Yo iré por él. Me urge tomar distancia, sino, te follaré aquí mismo.

Acomodó su miembro descaradamente, provocando que los dorados ojos cayeran en la acción y que se mordiera el labio inferior con deseo. Le dio un beso largo y profundo, que la dejó con las piernas temblando, y se marchó sabiendo que nadie se atrevería a acercase después de señalar lo que le pertenecía.

Sabía que era un comportamiento cavernícola, pero era necesario entre hombres igual de primitivos.

Eso evitaba malos entendidos, como el que al parecer, un joven estaba protagonizando en la barra, justo al lado de donde estaba ordenando sus bebidas, esperando calmar su calentura.

No se inmiscuía en asuntos ajenos, pero el muchacho, que aparentaba unos veinte años, parecía a punto de ser aplastado por una mole de puro músculo y gesto animal. Detrás de él, una mujer atractiva que no le quitaba el ojo coqueto al menor.

Aunque el joven de rasgos mediterráneos se apreciaba con un cuerpo atlético, como el de un deportista, con músculos definidos debajo de la ropa de marca exclusiva, no tenía ninguna posibilidad de salir ileso. Pero el chico no parecía ser consciente de ello, porque sonreía con suficiencia.

—Vamos amigo. —Le escuchó decir con un extraño acento—. No sabía que era tu novia. No tiene el cartel de <<me follo a King Kong>> encima. —El bruto gruñó como un verdadero gorila—. Sólo la invité a un trago. Y ella no pareció ofendida por el ofrecimiento.

—Querías cogértela.

—Para qué mentirte. Está buena. Pero no lo está tanto como para arriesgarme adrede a que me machaques el cráneo.

Steve no pudo evitar estirar su media sonrisa ante el descaro del que evidentemente era otro extranjero en tierras británicas.

—¿Dices que mi chica no es suficiente? —Giró hacia la aludida, que se había puesto roja de rabia—. Primero me insultas queriendo robarme a mi novia y ahora la insultas a ella.

—En primer lugar, ella fue la que me coqueteó. En segundo lugar, ¡vamos! No es Heidi Klum.

—Hijo de puta.

Se iba a armar una batalla donde el pelinegro saldría perdiendo. En otro momento, Steve se habría dado la vuelta sin importarle el desenlace, pero Aurora se enteraría —siempre lo hacía, tarde o temprano—, especialmente porque estaba seguro de que desde donde estuviera, escucharía el alboroto; y en un abrir y cerrar de ojos, estaría allí, haciendo de justiciera. Y luego le reprendería por no haber ayudado al inconsciente con instinto suicida.

Resopló, asumiendo el papel que le tocaría.

—Hey amigo, no vale la pena —intercedió, con algo de displicencia—. Es un crío. Si lo golpeas, lo romperás en dos. Él terminará en el hospital, pero tú en la cárcel, porque me encargaré de que sea así.

—¿Quién mierda eres y quién carajos te crees para meterte? —Los ojos enrojecidos se dirigieron a Steve, que se irguió con toda su envergadura, superando por poco al hombre que luchaba por su honor. Steve era más alto, pero el otro era demasiado ancho—. Nadie te invitó a que juegues al héroe jodido yankee. Así que, haz de cuenta que no pasó nada y vete, que a este le arreglaré los tantos a golpes.

—Pues verás —miró al joven de ojos oscuros, que lo contemplaba con sorpresa y una simpática sonrisa traviesa desde abajo, pues mediría un metro ochenta y cinco—. Me encantaría, pero mi esposa me mataría si dejo que le hagas daño el niño. Y a las esposas hay que dejarlas siempre felices. ¿No lo crees?

Miró por encima del hombro de su contrincante hacia la fémina protagonista de la guerra, que de Helena de Troya no tenía nada.

—¿Tú que dices, mujer? ¿No prefieres que todo quede en el olvido? Yo les invito las bebidas el resto de la noche.

Ella le sonrió con el deseo implantado en todo el rostro. Y supo que era una verdadera zorra busca problemas.

Regresó al orangután frente a él.

—¿Crees que no puedo pagarme mis propios tragos o los de mi chica? —gruñó.

—Sólo busco una solución que no implique que aplastes al muchacho.

—Se lo merece.

—Tal vez. Pero no te hará más hombre. Por el contrario, la diferencia de edad y de tamaño te hará un imbécil. Y no quieres eso.

—¿Qué carajos...?

Con el rostro enfurecido, la mole de músculos se abalanzó con su puño en alto hacia Sharpe sobresaltando a la mujer y al joven. Pero Steve había leído las intenciones y con elegancia y agilidad, se deslizó a un lado, desequilibrando el enorme cuerpo que siguió con el impulso. Antes de que el atacante pudiera reaccionar, el exsicario ya estaba atrás de su rival, presionándolo con su antebrazo contra su nuca, obligando a su mejilla aplastarse de lado sobre la superficie de la barra. Su otra mano aferraba con fuerza férrea su muñeca, forzando su brazo a retorcerse contra su espalda.

—No lo vuelvas a hacer. No soy el niño —siseó en voz baja junto a su rostro presionado. Conectaron sus ojos y la oscura frialdad de Steve congeló cualquier otra protesta—. Yo soy peligroso.

Merda [Mierda].

Se escuchó desde el más joven.

La novia problemática saltó de su lugar, buscando socorrer ridículamente a su novio inmovilizado.

—¡Pero qué haces hijo de puta! ¡No le hagas daño!

Steve, con sus facciones de piedra la espantó con solo mirarla. Sus grandes manos aflojaron su agarre, alejando a su presa bruscamente de su posición.

No quedaba vestigios de la prepotencia anterior del bruto convertido en víctima, que frotaba su hombro resentido.

—Me insultó —gimoteó—. Y a mi mujer.

El rubio habló por encima de su hombro hacia el responsable masculino.

—Muchacho. —Lo miró como si fuera un padre regañando a su retoño—. Pídele perdón a la señorita y a su novio.

Mi scusi [Discúlpame]. No sabía que estaba comprometida. Y tampoco quise insinuar que no era bella. Bonita.

—Listo, todo queda saldado y los tragos correrán por mi cuenta.

Con un gesto con la cabeza dio la orden al cantinero de cumplir con lo indicado, quien no ignoraba la identidad del imponente hombre, por lo que asintió.

Hombre y mujer resarcidos sonrieron con sumisión, bajando sus cabezas y después de que este gruñó algo, ambos se marcharon al extremo opuesto de la barra, dejando a Steve y al joven solos.

Grazie [Gracias].

—No es nada. Pero para futuras incursiones románticas, asegúrate de que la mujer en cuestión esté soltera.

—O que el novio esté muy lejos.

—Veo que te gustan los problemas.

Se encogió de hombros.

—Me gustan las mujeres. Y yo a ellas.

—Tendría diez años más que tú.

—No hay edad para disfrutar de una linda mujer. Todas merecen un buen orgasmo que las ahogue en la bruma del placer. Además, pocas se niegan al encanto de un italiano.

Steve meneó su cabeza con resignación. No tenía autoridad moral para aleccionar al joven en ese tema.

—Bueno... —interrogó por su nombre con su mirada acerada.

—Nico —estiró su mano, que fue estrechada con firmeza en la gran mano de Steve.

—Nico. Si buscas problemas, entonces, empieza a tener una buena estrategia para resolverlos. No siempre habrá alguien que cuide tu culo.

Capito, grazie. [Comprendo, gracias]. Por suerte, soy rápido para salir corriendo —guiñó un ojo.

—Desde ya, te advierto que si te acercas a mi mujer, nada me detendrá de arrancarte las bolas y metértelas hasta el fondo de tu garganta. Y agradece que elija ese orificio y no el del extremo opuesto.

—¿Cómo sabré quién es tu mujer? —rio con gracia ante la imagen.

El joven italiano descubrió bajo la camisa abierta un chupetón entre los pectorales de su excepcional y momentáneo aliado.

Sonrió imaginando la perversa y posesiva boca que habría marcado al hombre y se sintió excitado al pensarse en el lugar del rubio.

Pero no tentaría su suerte.

Sería impetuoso, pero no estúpido.

—Será aquella que te quite el aliento y sea capaz de doblegarte hasta que supliques porque se digne a mirarte. Una diosa de oro que te fulminará con sus ojos. —Vio la curiosidad echar raíces en Nico—. Aunque... no creo que tengas posibilidad alguna con ella. Está fuera de tu liga, muchacho.

Una tenue sonrisa se estiró con fanfarronería palmeándole el hombro al menor y se alejó con sus tragos hasta la causante de sus delirios, que bailaba de espaldas, moviendo su culo hipnotizando a todo idiota que posaba sus ojos en ella.

Incluyendo al joven italiano, que sólo pudo admirar la grácil figura aprisionarse contra la dura estampa del misterioso hombre, que desde la lejanía, le entregó una mirada soberbia y orgullosa, justo antes de llevar la mano libre del trago hasta el tentador trasero de la rubia, que le correspondió cerrando su brazo alrededor del cuello de su esposo.

Dannato fortunato. [Maldito afortunado].

Su visión se bloqueó tras la marea de gente y nunca alcanzó a ver de frente a la enigmática mujer que parecía tener dominado a un hombre admirable e impresionante, que irradiaba poder con su sola presencia.


N/A:

Buuueeeenooooo... ¿quedó claro que estos dos se pertenecen?

Esta escena con Nico me gustó. Aunque parece simple, no será la única vez que se mencionará. Estén atentos a él.

Espero sus votos y comentarios, ;)

Gracias por leer, Mis Demonios!

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