23. Mascarada (II Parte)
23. Mascarada (II Parte).
Edward y Aurora habían tomado lugar uno al lado del otro en la amplia terraza que daba a los extensos jardines. Ya era de noche, por lo que no se apreciaba del todo el majestuoso diseño. Sin embargo, los tenues faroles y el sonido del viento entre las ramas daban un cuadro mágico. La música atenuada llenaba el balcón y por un momento, se sentía transportada al siglo XIX, dentro de aquellas veladas típicas londinenses de la alta sociedad.
Un estremecimiento la sacudió al imaginar a Madison y Steve bailando como se suponía sólo lo hacía con ella.
—¿Tienes frío? Espera, toma mi saco.
Estaba por sacárselo como todo un caballero cuando Aurora se lo impidió.
—No, gracias Edward. Estoy bien así.
—Pero estás temblando.
—Créeme. No es de frío.
—Vaya —sonrió—. Una mujer de sangre caliente —se relamió—. Eso me gusta.
Quiso sonreír ante lo que consideró una broma, pero no lo logró. Con movimientos lentos se quitó las cintas del antifaz.
—Perdona Edward. No creo ser una buena compañía. Mejor... mejor será que me retire.
—No quiero tu compañía. Quiero ayudarte. Somos amigos, ¿no? —Aurora suspiró, bajando la cabeza.
—No sé si ha sido una buena idea haber venido después de todo.
—Primor, no digas eso. Yo estoy más que feliz de que estés aquí —la tomó por el mentón, alzando sus ojos hasta él—. ¿Es por lo de Steve y Madison?
Asintió, mirando a la oscuridad. Trataba de eliminar el nudo en su garganta, pero se le hacía imposible. Atrapó su labio inferior con sus dientes. Parecía que repetiría una conversación hecha horas atrás con Duncan.
—Creo que... Steve me está engañando.
Edward tuvo que esforzarse para que sus comisuras no se curvasen en una sonrisa maliciosa.
—Con Maddy —no era una pregunta y Aurora arqueó una ceja—. Sé lo de Dulces Pecados.
No diría más que eso, porque era suficiente por cómo su dorado semblante se oscureció. De seguro su cabeza supondría que él había sido testigo de lo publicado.
La muchacha sintió la puñalada profundamente. Y náuseas.
—Entonces es cierto... —murmuró—. ¿Tuvieron sexo allí anoche? —Casi se quebró al soltar esa pregunta—. ¿O fue en su apartamento?
Él se limitó a encogerse de hombros.
—Lo siento... creí que habían terminado con lo suyo.
A punto estuvo de caer al sentir sus rodillas temblar. Fueron las fuertes manos de Edward las que la sostuvieron.
—¿Terminado con lo suyo?
—Bueno, sí. Ya sabes. Su historia. Supongo que te la contó y por eso son amigas. Sin resentimientos.
—Steve no me contó nada. ¿Debería preocuparme entonces? —Volvía a temblar—. ¿Crees... crees que de eso quiere hablar? ¿Acabar con lo nuestro? ¿Confesar que todo es una equivocación? —La angustia era palpable en su tono y sus ojos se cristalizaron.
—Si acaso te confesara lo que hizo anoche y pidiera perdón, ¿olvidarías su infidelidad? ¿Seguirías con él?
—Yo... no lo sé. Lo que temo es que él la ame y se aleje. Me abandone. Pero debería dejarlo ser feliz con ella, ¿no? Tú lo dijiste.
Se había negado a ver lo que era evidente. O había intentado ignorarlo, hundiéndolo en el fondo de su ser.
Mas las piezas parecían haberse conectado revelando una escena clara que gritaba delante de ella que Steve y Madison, no sólo habían sido amantes. Más allá del beso a escondidas, todavía tenían algo entre ellos que no había sido superado.
Un lazo creado por años de confianza, secretos compartidos y experiencias vividas la dejaban en clara desventaja. Y una nueva bofetada de realidad la aturdió. Las palabras de Gabrielle y Crystal la martillaron como si se las estuvieran gritando en ese momento.
<<—La cornuda más grande de la ciudad>>.
<<—Nunca serás suficiente mujer para él>>.
<<—Pronto sabrá que pierde el tiempo y te abandonará. Como hace con todas. ¿Qué te hace pensar que tú serás la excepción? ¿Una sortija de diamante?>>
<<—Tú, eres una niña insignificante. Una tonta ingenua. Una simple puta>>.
Sus ojos se escarcharon.
Madison era una verdadera mujer. Experimentada, sociable, reconocida y sin secretos escabrosos como los de Aurora. Era hermosa, exitosa e imponente. La cara femenina correspondiente para un hombre como Steve.
No como Aurora. Una niña asustadiza ante las personas. Sólo valiente al soltar la bestia que dormitaba en su interior y que dominaba sólo para ser su herramienta al momento de proteger y luchar por alguien más.
Pero no sabía cómo luchar por ella misma o contra algo como el desamor y un corazón resquebrajado. Ojalá su habilidad de sanación pudiera reparar semejante herida.
—Aurora. Aurora. —El tono preocupado de Edward la hizo enfocarse en él—. Parecías ida. Me estás preocupando.
—Me duele Edward. Me duele mucho —su mano se posó sobre su corazón como si quisiera arrancárselo y Edward disfrutó de esa acción—. Sé que no puedo competir contra Madison y su historia. Sé que tienes razón al decir que el amor no debería atar. Pero no necesitaban lastimarme de esta manera.
—No pensé que Steve haría algo así —negó suavemente con su cabeza, simulando sentirse compungido—. Aurora, primor... no mereces que te traicionen de esa forma —posó su mano sobre su pómulo, rozando su pulgar con delicadeza, en tanto despejaba las lágrimas derramadas—. Yo jamás haría algo tan canalla como eso. Espero que tenga las bolas de no dañarte más y aceptar sus sentimientos hacia Maddy. Después de todo, han estado juntos por muchos años.
—¿Ellos se amaban? No era sólo sexo, ¿verdad? —La triste mirada de Edward le respondió—. ¿Por qué se casó conmigo? —Llevó su mano a su boca, abriendo sus ojos de par en par—. Ella te dejó por Steve. Porque está enamorada de él. No lo ha superado y lo quiere devuelta. —Asintió, cabizbajo—. Tú también debes estar sufriendo.
—Ya no escuece como antes. —Atrajo más hacia él el perfumado cuerpo, apretándolo contra el suyo. Bajó su rostro hasta casi posar sus labios sobre los carnosos y cálidos de Aurora—. Pienso que se debe a que alguien más captó mi corazón. Créeme cuando te digo, que también te dejará de doler, cuando otro ocupe su lugar.
Sus ojos penetraron el dorado de Aurora, que reconoció de inmediato el significado de sus pupilas dilatadas, que gritaban en silencio lo que tantas veces había atestiguado en su corta vida y un escalofrío recorrió su columna vertebral. No había visto en su nuevo amigo tanta intensidad con sabor a lujuria apuntando a ella desde que lo conocía y se sintió cohibida.
—Edward —gimió al notar que la distancia entre ellos se cerraba sobre su boca mientras sus manos la apresaban con más fuerza. Giró su rostro, haciendo que los masculinos labios se estrellaran contra la suave piel de su mejilla.
—¿Qué mier...? Aurora, ¿no te das cuenta de que tú y yo podemos tener una oportunidad juntos? Él y Madison no han tenido consideración sobre tus sentimientos. ¿Por qué deberías tenerlos tú?
—Perdóname Edward, pero no es correcto. Steve podrá romperme el corazón, pero no dejo de amarlo y necesito primero saber lo que ocurre antes de seguir con mi vida.
—Entiendo —siseó, con la mandíbula apretada. Forzó una sonrisa de labios apretados—. Al menos, espero que sepas que puedes contar conmigo.
—Cla-claro Eddy. Eres mi amigo —tragó duro.
Sus manos ahora subieron para acunar sus mejillas, pero Aurora no sintió comodidad en ese gesto. Quería irse. Huir del nuevo predador que tenía en frente.
—Deseo que me des la oportunidad de sanar tu corazón.
—Yo... creo que estás confundiendo las cosas. Te aprecio, pero no puedo pensar en nadie más que en Steve. Tengo que ir a hablar con él.
Intentó alejarse, pero Edward la haló nuevamente hacia él. Besó su mejilla, muy cerca de sus comisuras, deteniendo su boca demasiado tiempo para el gusto de Aurora para después liberar el agarre en su brazo.
—Te esperaré.
No pudo responder. Todo se había vuelto tan bizarro y confuso.
Sólo quería irse y acabar con todo de una vez. Era hora de enfrentar su mayor miedo, sin importar salir destrozada al final. Se colocó la máscara, tratando de evitar ser blanco de más rumores.
Rodeó la pista de baile que en ese momento se sacudía con música rock-pop de los CSB, reproduciéndose por los parlantes. Luces de colores parecían girar al ritmo festivo y las manos de los invitados se movían hacia arriba.
Nada de eso llegaba a la rubia enmascarada, que buscaba ansiosa la estampa magnética de Steve Sharpe, sin éxito. No lo veía por ningún lugar.
—¡Aurora!
Cerró los ojos con fuerza al escucharla. Al menos, los había encontrado. O ellos la habían encontrado. Se giró con el corazón galopándole en el tórax. Pero sólo vio a la modelo y cantante, sosteniendo en sus manos lo que sabía era de propiedad de su esposo. Frunció el ceño tras la máscara.
—Madison...
—Aurora cariño —su voz temblaba, como si temiera algo.
—¿Dónde está Steve? Necesito hablar con él.
—Creo... no lo sé. También estaba buscándolo.
—Ah ¿sí? ¿Puedo saber para qué?
Su pecho ardía y su estómago se sentía duro. Un fuego desconocido se extendía por todo su cuerpo y deseaba poder lanzar llamas de ella.
—No es lo que piensas.
—Estoy algo cansada de escucharte decir eso. Llevas días escudándote tras esas palabras.
—Aurora... —había sentido la acusación.
—Creí que estabas con él —siseó la rubia. Si Steve no le daba respuestas, las tomaría de Madison—. Después de todo, han estado muy unidos desde que llegamos a Inglaterra.
Sus ojos relumbraban y Madison temió conocer la furia de esa mujer herida. ¿Debía pedirle perdón y aclararle la situación del beso y de Dulces Pecados? Steve la mataría. Y a ese hombre le temía como al mismo diablo. Él tenía que ser el que le explicara. Primero, tenía que encontrarle para advertirle que su esposa estaba al tanto de lo ocurrido. ¿Sabría también que ellos habían sido amantes?
Las siguientes palabras de Aurora se lo aclararía.
—Imagino que ahora conoces a qué saben sus besos... ¿o acaso fingiste no saber? Porque me extraña que si fueron amantes por años no se hayan besado antes.
—Mierda... lo sabes.
—Me lo terminaste de confirmar. —Y dolía— Desgraciadamente, sé demasiado. Pero lo descubrí tarde y no por ustedes. Lo que les permitió divertirse a costa mía. Creo que me han visto la cada de idiota.
—¡No lo hicimos! Tampoco nos hemos besado antes. En realidad, él no-
—No te creo —cortó con frialdad—. No puedo hacerlo. No cuando ninguno de los dos ha sido sincero conmigo. Me han humillado. Se han burlado de mí. —Elevó su mentón hacia la pelinegra más alta, que se sentía disminuida en ese instante—. Hay algo más que no me queda claro... ¿También fingiste todo este tiempo ser mi amiga en tanto planeabas recuperar a Steve? ¿Encontrarse para... —tragó saliva—, acostarse? ¿Tanto me odias?
—No es así. Tienes que hablar con Steve. Le prome-
—Me valen muy poco sus promesas. —Su mano tocó sus alianzas. En un gesto similar a una automutilación, se los quitó y los colocó en la palma de una pasmada Madison—. Si tanto quieres tenerlo, toma. Posiblemente las merezcas más que yo. Son tal para cual. Pero no volverán a burlarse de mí. De la ingenua y dulce Aurora.
—Aurora, linda...
Quiso detenerla, pero fue demasiado rápida. Con los ojos claros cargados de llanto contenido, vio su borrosa figura desaparecer entre los asistentes.
La voz de Steve la sobresaltó.
—¿Qué pasó?
El alto hombre había contemplado desde la distancia cómo su mujer parecía irradiar llamaradas hacia Madison mientras se acercaba a pasos acelerados. No había llegado a tiempo antes de que se perdiera de su vista. Todo su cuerpo sentía la mierda a punto de caerle encima.
—¡Steve! Me asustaste. Eres como un ninja.
Notó sus ojos enrojecidos y lágrimas mojando su quijada imposibles de ocultar por el objeto facial.
Ignoró la queja de su amiga.
—¿Qué le has dicho? Te advertí que debía ser yo el que le confesara lo nuestro.
—Lo sabe, Steve —su labio inferior temblaba cuando le mostró lo que en una mano contenía y los zafiros perdieron su intensidad. Notó por primera vez la fuerte mano temblar al capturar las pequeñas joyas en su puño—. Lo hemos hecho todo mal. Te lo advertí.
—Mierda. Tengo que ir por ella. No la puedo perder.
—¡Espera! No sabes por dónde se fue. —En un abrir y cerrar de ojos, la increíble estampa del hombre se mecía con rapidez entre los obstáculos humanos que estorbaban sin perder su elegancia. —Mierda. Otro más que se me escapa. Tengo que hacer algo.
Siguió sus instintos y se adentró en los pasillos de la mansión por donde recordaba que la hermosa joven había huido.
***
Edward se había mantenido de pie en la puerta del balcón. En cuanto Aurora había corrido lejos de él, más que sentir que había perdido, reculó para tomar otra táctica de ataque. Una que tenía a la platinada junto a él como perro de caza.
—Encuéntrala antes que ellos. Y termina de destrozarla. Que no haya duda de que Steve y Madison no renunciarán a su supuesto amor. Luego infórmame dónde estarán sus tristes restos para darle el consuelo merecido. Sea como sea.
—Será un placer —se regocijó y avanzó a cumplir su objetivo.
Esperaba que Edward tomara a la niñata con la misma delicadeza con la que lo había hecho con ella.
***
Steve salió corriendo tras su escurridiza esposa. Contaba con la ventaja de conocer la mansión como si fuera propia, mientras que Aurora —que se había quitado el molesto accesorio de su faz—, deambulaba perdida en busca de un refugio.
Cuando los ojos adaptados a la oscuridad visualizaron al final de un pasillo unas escaleras, no lo dudó y corrió hacia ellas.
Pero desde una esquina, unas poderosas y dominantes manos se asieron a ella, atrayéndola a un duro cuerpo que identificó de inmediato. Reconocía a años luz el aroma y forma de esa anatomía y en cualquier otro momento se hubiera abalanzado a sus brazos. Mas no era el caso, pues se apartó con brusquedad, con sus manos hechas puño a cada lado.
—Aurora... —le dolía su rechazo.
—No te me acerques. Por favor. No... No puedo Steve... —sollozó con rabia contenida.
—Mi niña, debes dejarme explicarte.
—¿Ahora? ¿No tuviste oportunidad antes? Digamos... ¿tres meses? ¿Por qué no me dijiste nada? Me hablaste de Gabrielle, pero no de Madison. ¿Es porque hay algo entre ustedes?
—¡No!
Se sentía un idiota y su mente se había vuelto una hoja en blanco. ¿Qué le pasaba? Iba a explicarse, pero las palabras dolidas de su adorada mujer lo detuvieron.
—¿Vas a decirme que no fueron amantes? ¿Qué no lo siguen siendo?
—Sí, lo fuimos, per-
—Ahora entiendo que para ella esto fue una actuación para vengarse de la que le quitó al hombre que amaba.
El rostro de Steve se petrificó con el ceño fruncido sin creer la acusación que se le lanzaba.
—Realmente, has leído demasiadas novelas, y te están afectando —soltó sin pensar, y enseguida quiso morderse la lengua.
—¿Te mofas de mí? Sabes... quisiera poder insultarte... pero... no vale la pena. —De repente a su memoria cayó algo incluso más humillante—. ¡Diablos! Lo del restaurante... —meneó su cabeza dorada con desagrado—. La mirabas a ella mientras me masturbabas... ¿era para provocarla? ¿Algún juego perverso que los excita?
<<¿Qué?>>.
—Deja de decir tonterías —espetó en un tono duro, sabiendo que estaba descarriando. E incluso así, no se pudo contener—. Estás maquinando fantasías.
Aunque no había estado tan alejada de la verdad. Se había dado cuenta pero equivocó el blanco de su provocación. Edward era al que había querido joder y ahora su estúpido ego pueril lo hundía cada vez más.
—¡Déjame en paz! ¿No te das cuenta de que me haces daño?
—No me digas eso —suplicó.
—¡Vete con ella! ¡No quiero verte más!
—¡Basta Aurora! —No lo soportaba más. Tenía que hacerla escuchar—. Deja de comportarte como una niña.
Abrió sus ojos con asombro. Pero pestañeó y recuperó su triste semblante.
—Tranquilo. Ya no seré tu niña. Quédate con Madison. Ella sí es una mujer. La mujer ideal para ti, ¿no?
—Mierda. No es lo que quise decir. Lo estás sacando de contexto.
Pasaba sus manos por sus cabellos lacios con desesperación. Todo se estaba yendo a la mierda.
—¡Suficiente, Steve! Si es verdad, lo que ya dudo, que los besos para ti eran tan importantes, entonces deberías suponer lo que me duele que la hayas besado.
—¿Qué?
—Dime que no se besaron. —El breve pestañeo del rubio le hizo saber que le sorprendió que supiera eso. Y no lo negó—. Los vi.
—¿Nos espiaste? ¿Qué tanto viste?
—Estaban abrazados, con ella casi desnuda. Decías que no podías besar, pero no parecías tener ese problema con ella.
—Pues eres pésima para el espionaje. Porque si hubieras...
—No eres gracioso —cortó. Sacudió la cabeza con decepción—. Me hiciste creer que no podías besarme en un principio porque era demasiado íntimo; y le regalaste un beso a una examante. ¿O acaso siempre la besabas?¿Qué significa eso? ¿Qué significa ella para ti? ¿O yo?
Recordar la situación en la que lo había metido Madison y todo el embrollo causado por Edward hizo que la rabia ascendiera como la lava de un volcán en erupción. Con furia, tomó el ligero cuerpo de Aurora y lo estrelló contra una pared.
Sus rostros quedaron unidos por sus narices. Sus ojos chocaron como dos continentes.
Uno de hielo y otro de fuego.
El largo cuello fue rodeado por los dedos masculinos como grilletes.
La mágica joven se mantenía expectante, sabiendo que nunca podría ser realmente dominada por su atacante, así que, en lugar de amedrentarse, encendió sus llamas ambarinas y las dirigió a sus fríos témpanos.
Esa mirada amenazaba con fundirlo y desaparecerlo. Y tuvo miedo de perderse si ella lo dejaba por no haber hablado antes.
Por no haber detenido ese puto beso.
Su aliento, su perfume, el calor y la dureza del espectacular cuerpo estaban por hacerla colapsar. Y el tono de voz, profundo y grueso, iba a provocarle una muerte cerebral, un cortocircuito total.
Jamás podría olvidar a ese espécimen de hombre.
Tampoco la traición que le provocó.
—Yo sólo te beso a ti. La única dueña de mis labios eres tú. —Su pulgar rozó la tersa piel de su mentón antes de aproximarse a la cereza que veneraba a besos—. Dime tú si miento al besarte —ronroneó.
—Ni se te ocurra hacerlo —lo detuvo—. No cuando en tus labios está el sabor de su contacto.
Steve sintió su propio corazón quebrarse ante el tono lloroso que había expuesto su diosa.
—No es lo que crees. Aurora, por favor... ella...
—¿Y la foto de ustedes en Dulce Pecados? No se te ocurra mentirme, porque era su perfume el que sentí en ti anoche. El mismo que huelo en estos instantes. Y con eso, tu mentira cae. ¿La follaste duro anoche, como te gusta? ¿Allí o en su apartamento? ¿O ahora, en su camerino antes de venir? —escupió—. Mejor, no me respondas. Me da asco.
El impacto de sus acusaciones lo desestabilizó, haciéndolo liberar a su presa, que aprovechó para alejarse sin quitarle sus refulgentes piedras de él. Todo parecía tambalear a su alrededor y temía que en cualquier momento fuera aplastado bajo el peso de su estupidez.
—¿Quién te contó sobre eso?
—Respuesta equivocada, señor Sharpe —se esforzaba por contener sus lágrimas—. Me has roto el corazón con tu traición.
—Mierda Aurora. ¡Fue todo un error!
—¡Yo soy el error en tu vida! —sollozó—. Yo soy el error —repitió en un hilo de voz.
<<¿Qué decía su niña? ¿Cómo podía creer eso?>>.
No le daba tiempo a hablar, que lanzaba estocadas defensivas a ciegas, y cada una alcanzaba alguna zona expuesta de su corazón.
—Por favor, deja de tratarme como la ingenua que siempre fui. No tenías que casarte con la... —su rostro se torció en un gesto de desagrado—, puta que rescataste del Paradise. Sé que no te merezco. Sólo que no debías tratarme así. Si amabas a otra, lo hubiera entendido. Nunca me hubiera entrometido entre tú y Madison. Me habría dolido. Rayos, me duele como no te das una idea, pero por el amor que te tengo y porque deseo que seas feliz, te hubiera dado tu libertad. Tan sólo desearía que me lo hubieras dicho antes.
Emprendió el ascenso por las escaleras sin saber a dónde la llevarían. Sólo anhelaba un oscuro rincón donde llorar y tratar de recomponer las piezas rotas de su alma.
Steve acumularía otro error, porque el no poder bloquear sus ataques aumentaba su frustración, haciéndole reaccionar de la única forma que sabía. Imponiéndose.
—¡No te irás sin que me escuches! —Su voz fue amenazante. Los músculos masculinos se endurecieron y sus ojos se volvieron puro hielo—. ¡Joder Aurora, no des un puto paso más!
—No me darás órdenes Steve Hudson. Ya no soy tu empleada ni una más de tus amantes. Ni siquiera sé qué soy. Salvo una maldita mutante.
Se acercó y apresó la delicada muñeca cuya mano aun sostenía el antifaz. La mirada ambarina no pudo evitar enfocarse en la sortija que rodeaba la varonil falange y la amargura de la traición escoció más.
—¡Detén estas ridiculeces! ¡Compórtate como una adulta madura de una puta vez!
<<¡Cállate Steve! Lo estás empeorando con tu actitud de macho cabreado>>.
Su mente tenía razón, pero su boca no se controlaba. Años de no deberle explicaciones a nadie lo estaban traicionando cuando debería arrodillarse y suplicar perdón.
—¡No puedo! No te olvides que no tengo un año de vida. Por eso nunca seré suficiente para ti. Sólo un juguete. Una muñeca. —El dolor de su corazón rompiéndose se manifestó en un torrente de lágrimas que hacían relucir más sus ojos dorados. Su voz se volvió una caricia mortal—. Con todo el sufrimiento que me causas, no dejo de amarte y como dicen... si amas a alguien lo quieres feliz. Ya una vez quisiste dejarme libre. Ahora déjame que lo haga por ti. —La otra mano, aquella que ahora lucía desnuda y vacía, contrastó con la de Steve cuando quitó su agarre—. Ve. Sé feliz con Madison. Ustedes se lo merece. Se merecen uno al otro.
Los ojos desbordados de lágrimas lo golpearon demasiado, dejándolo como una patética estatua enterrada al suelo, sin poder moverse cuando la ágil figura de su esposa, su diosa, su tesoro, se esfumó delante de él.
—Pero qué mierda... ¡Aurora! ¡Ven aquí! ¡Tienes que confiar en mí! —sentía su furia caer en la nada. Ya no tenía sentido.
Y Ahí quedó, solo en la oscuridad, con un par de anillos pesándole en su bolsillo y un corazón que no sabía cómo volver a latir.
N/A:
¡Ay! Que me duele el corazón. El veneno de Edward se ha derramado, destruyendo todo a su paso. ¿Será que obtendrá lo que tanto desea?
Quiero golpear a Steve. Los secretos sólo traen problemas cuando se descubren.
Espero sus votos y comentarios.
Gracias por leer, Mis Demonios!
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