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22. Abriendo la caja de Pandora

22. Abriendo la caja de Pandora.

Le habían proporcionado un camerino individual, con sus propias maquilladoras y peinadoras, aunque no lo hubiera solicitado, lo que la incomodaba. No le gustaban los tratos preferenciales, sin importar que fuera la esposa del dueño de la empresa. Si hubiera sido por ella, se hubiera preparado junto con todas las demás.

—Señora Sharpe. —La misma amable productora que la había llevado la hizo volver a la realidad—. Ya comienza el bloque. Usted será la última en salir, en lugar de la segunda aparición de la señorita Pawlak. Luego ella ocupará el escenario para el número musical final. —Aurora asentía conforme escuchaba—. ¿Todo está en orden?

—Todo es perfecto, gracias Meghan.

La mujer sonrió orgullosa.

Se puso de pie, echando una última mirada a la imagen que le devolvía el espejo. Se veía deslumbrante, aunque no se sintiera de esa forma. No cuando todo le parecía una sátira, una burla. Pero no podía retroceder. Había dado su palabra.

Suspiró y componiendo una sonrisa forzada, se dispuso a salir. Al menos, la máscara que vestiría cubriría mejor sus sentimientos que la que había estado usando en su propia piel.

—Gracias a todas —miró a las empleadas—. Han hecho un magnífico trabajo.

—Tampoco es que fuera muy difícil, señora Sharpe.

—Señora Sharpe... —masculló—. Soy simplemente Aurora.

***

Se mantenía de pie con su hermoso vestido dispuesto para los próximos flashes, y el antifaz a juego en su mano.

Su cabeza repetía cada indicación que había recibido en su breve instrucción. No estaba nerviosa, porque se enfocaba en ello. Al menos, alejaba sus preocupaciones con algo que en ese momento carecía de real importancia entre sus prioridades.

<<Recuerda las indicaciones de Madison>>.


<<No mires a nadie. Sólo concéntrate en un punto fijo adelante.

Aduéñate de la pasarela, demostrando por qué eres la puta ama del hombre más deseado>>.


<<Maldición>>. 

¿Y si sólo era dueña de ilusiones?

Su cuerpo se tensó al percibir el aroma que tantas penurias le estaba causando.

—¿Lista cariño? 

—Sí —respondió seca, sin mirar a la perfecta mujer. 

—Recuerda, mira... 

—Un punto fijo. Lo recuerdo —espetó aún con la vista apartada.

La pelinegra se sintió extrañada por el comportamiento distante que la joven dorada le entregaba. 

Componiendo una sonrisa que ocultaba el rechazo, dejó sus últimas palabras de aliento, buscando obtener una de las deslumbrante sonrisas, sin éxito.

—Lo harás bien, cariño. Steve morirá de la impresión. 

—Si no resulto ser una decepción para él —susurró, bajando por un instante sus ojos, parpadeando varias veces para evitar dejarse vencer por las lágrimas que amagaban con escapar—. Un error del que pueda arrepentirse.

Madison quedó descolocada. Pero no tuvo tiempo de replicar cuando la delgada figura de una modelo que regresaba de su pasarela se tambaleó contra ellas.

—Oh, mierda —masculló—. Lo siento. —Sus ojos celestes parecidos a los de Madison se abrieron con espanto al comprobar contra quienes había llevado su cuerpo—. Mierda, mierda. Lo siento mucho. Por todo.

—Está bien. No fue nada —respondió con suavidad Aurora, tratando de tranquilizar a la inquieta muchacha—. ¿Tú estás bien?

—Yo... no sabía... de verdad. —Madison y Aurora intercambiaron miradas confusas cuando la humedad volvió vidriosos sus orbes—. Debo irme.

Sin tiempo para confundirse más allá de lo ocurrido, llegó el turno de Aurora. 

El delicado accesorio facial ocupó su lugar sobre sus perfectos y divinos rasgos. Inspiró profundo obligándose a mover sus piernas hacia su destino, alzando su rostro convertido en piedra y dejando todo detrás del escenario. 

Madison frunció su entrecejo al contemplar la desaparición de la cálida y dulce luz que solía emitir la esposa de su amigo. En su lugar, un aura fría y ojos apagados se hicieron presentes cuando lo que debería irradiar era alegría, con toques de picardía ante la sorpresa planeada. 

—¿Pero qué carajo...? —soltó por lo bajo mientras sus ojos contemplaban la espalda ya alejada de la joven, que lucía como una deidad a punto de bajar de los cielos para ser venerada—. ¿Qué ocurrió pequeña?

***

—¿Pero qué carajo...? —repetía Edward desde su lugar, luciendo genuinamente sorprendido—. ¿Tú sabías de esto Steve?

—¿De qué hablas? —Su cabeza no había estado presente tras los recientes descubrimientos, dedicada a maniobrar sus próximas estrategias. 

—¿Esa no es Aurora? Mierda. ¡Sí, es tu esposa! —rio a carcajada limpia—. Es una putada de primera.

Al parecer, no era el único que había descubierto la identidad de la mujer de belleza arrebatadora que caminaba por la pasarela con un vestido de novia de ensueño y un antifaz de ángel. 

Y como uno se deslizaba, flotando con la falda larga y delicada de blanca y pura tela.

Los aplausos no se demoraron en aparecer y las cámaras profesionales registraban cada paso.

Nadie diría que era la primera vez que desfilaba.

Su esposo había quedado en un limbo. Perdido en la visión de la causante de su locura, de su debilidad y su fortaleza hecha mujer. Una mujer que parecía creada por dioses.


Mantenía su mirada al frente, deseando llegar al final del recorrido para emprender la vuelta. Se arrepentía de haber cedido ante Madison, quien le había convencido insistiendo en sorprender al hombre que de reojo veía boquiabierto, descubriendo la jugada.

Pero esta no tenía el sabor que había esperado. En veinticuatro horas, todo parecía haber dado un giro de ciento ochenta grados.

Cuánto hubiera disfrutado la reacción de Steve de no tener el corazón resquebrajado, pues sus ojos estaban desorbitados, su cuerpo se erguía rígido, despegándose del respaldo de su asiento.


En un acto sorpresivo para todos, el hombre repuesto de su impresión se impuso con toda su altura al ponerse de pie y caminar hipnotizado hasta quedar junto al pasillo elevado que recorría su encantadora visión.

Aurora ralentizó sus pasos, sin saber cómo corresponder a la mano que se alzaba esperando por ella justo antes del final.

La sutil sonrisa de Steve la atrajo como una melodía mágica —y trágica a la vez—, y antes que supiera lo que hacía, se aferraba con fuerza a la esperanza que el hombre le entregaba en ese gesto. Un suave beso fue depositado en los nudillos fijando sus ojos en los de ella, desatando un millar de mariposas histéricas en su estómago.

—No dejas de sorprenderme, mi niña —susurró para que sólo ella lo escuchara. 

—No te gustan las sorpresas.

—Salvo las tuyas.

—No es mía. —El desánimo coloreó de gris su voz—. No fue mi idea. 

—Eres tú la que brilla aquí afuera. Nadie más.

Entonces, rompió su mirada y el azul de sus orbes oscuros se posó detrás de ella con una expresión indescifrable para Aurora.

No necesitaba girar para conocer el destino de sus ojos cuando la melodiosa voz de su verduga hizo acto de presencia en el último número de la noche; y la efímera ilusión se esfumó como espuma. Una roca cayó en su estómago, asfixiando a las mariposas revoltosas que murieron al instante y la decepción hizo nido en ella.

¿Cuántas veces le había escuchado decir que ante los demás había que fingir?

Le había asegurado que con ella no lo hacía.

Tal vez, había sido cierto. Hasta que Madison reapareció en su vida.

Sintió que desde su llegada a Londres, algo entre ellos se había vuelto ficticio, irreal. 

Frágil. 

Falso.

Aprovechando que la cantante había robado la atención de todos, Aurora soltó su mano del agarre de Steve.

Dando media vuelta, regresó por la pasarela, tomando todo su valor para devolver un intento de sonrisa a Madison, que entre las letras de su canción, le dedicó una que en cualquier otro momento, hubiera creído de real amistad.

***

Se había desprendido del vestido de novia de alta costura como si ardiera en su piel, abandonándolo en el suelo hecho un mar de tela blanca vaporosa. Se arrepentía tanto de haber seguido aquel estúpido plan donde al parecer, sólo habían jugado a fingir delante de una multitud.

Por un brevísimo instante, sus ojos saltaron hacia la puerta del habitáculo con la esperanza de ver atravesar el arco a su esposo, demostrándole que la elegía a ella. 

Que todo estaba bien.

Pero no hubo nada más que ruidos desde el otro lado y apartó su visión borrosa del objetivo.

Con el nuevo cambio de ropa con el que tendría que aparecerse en la última parada de toda esa pantomima, salió de su camerino dispuesta a cerrar de una vez el acto, para escupir sobre Steve las palabras que llevaba amontonando en su garganta.

Su impulso se vio interrumpido cuando dos voces alteraron sus intenciones en uno de los pasillos.

Por favor, no quiero seguir. Déjame ir. No diré nada. Te lo suplico Glenn.

¿Crees que puedes decidir sobre algo de esto? Tú nos perteneces. Y si no quieres que tu carrera acabe antes de iniciar, mantendrás tu boquita cerrada y harás todo lo que se te diga.

No, por favor. Me estás haciendo daño.

Porque estás muy tensa. —Una gruesa carcajada superó los gemidos femeninos, acompañado del sonido de una cremallera—. Por mí, sigue peleando, es más divertido.

No... —el llanto quedó ahogado y jadeos iniciaron un terrorífico canto.

<<Eso sí que no. No mientras yo siga por aquí>>.

Hecha una furia con necesidad de saciar su sed de sangre, Aurora se deslizó con sigilo hasta el punto de origen del nefasto abuso.

Ante la visión de la espalda vestida en esmoquin de un depravado Oscar Glenn, que se mecía contra un cuerpo que sollozaba, el demonio que habitaba en Aurora ascendió de sus profundidades. 

Dos pasos y una mano sobre el hombro del representante fueron todo lo que necesitó para hacerse con el control de la situación.

Posándose al lado del hombre, su mano lo aferró con fuerza, sorprendiendo a cazador y presa. Antes que los dos pares de ojos comprendieran lo que veían, Aurora ya había lanzado al abusador al otro lado de la habitación, que caía con su miembro inhiesto envuelto en un condón.

Tras la confusión, le siguió la rabia.

—¿Qué mierda crees que haces? 

Ignorándolo, centró su atención en la modelo asustada que acomodaba su vestido, refugiándose detrás de la figura de su salvadora. La reconocía como la que colisionó con ella antes de su participación en el aniversario a pesar de su antifaz gracias al tatuaje de la hermosa golondrina.

—¿Te hizo daño?

—No. Sí. No es lo que crees —tartamudeó. 

—Exacto, zorra —respondía Glenn irguiéndose y acomodando su ya laxo miembro después de quitarse el látex—. No te metas donde nadie te llamó. Sólo nos estábamos divirtiendo.

—Pues la diversión se acabó. Apártate y déjala marchar —ordenó con firmeza.

Con una sonrisa sádica, dio un paso al costado, inclinándose como si fuera un caballero cediendo paso a la dama.

—Puedes irte. —La muchacha miró con los ojos atemorizados, analizando la situación—. Todo estará bien.

Con un tímido gesto, asintió y caminó a paso acelerado, sin levantar la vista del suelo. Pero fue detenida por la gran mano de Oscar, que sin despegar sus ojos de Aurora, acercó sus labios sobre la oreja de la pelinegra, simulando un beso en ella.

Esto no ha quedado aquí. Sabes que no puedes escapar ni eludir tu parte. Vete ahora a la fiesta y cumple con la orden dada —susurró tan bajo, que nadie podría confirmar que algo se dijo. Salvo la mutante con oído súper desarrollado.

Hombre y mujer quedaron a solas en el cubículo.

—No permitiré que la amenaces.

—No sé de lo que hablas. No dije nada —se encogió de hombros, manteniéndose en el papel de inocente. Acortó la distancia con una mueca en sus labios similar a una hiena—. Si estás celosa, sólo tenías que decírmelo. Muero por probar ese coño.

—Acércate otro paso y lo que probarás será mi puño. No me importa que seas un empleado de Edward. Estás en Sharpe Media. Mi esposo no te permitirá salir bien parado de aquí.

—¿Tu esposo? No por mucho, rubia descarada.

—¿Qué quieres decir? —Su corazón se agitó nervioso.

—Eres sólo una mocosa calienta pollas. Sirves para una cosa y sólo una. No te preocupes, en cuanto pierdas los beneficios de Sharpe, te haré un lugar en mi cama. Hasta que me canse de follarte en cada una de las posiciones que se me antoje, y por cada uno de tus orificios hasta llenarte de mi semen —se relamió los labios y la oscuridad en su mirada llena de lascivia anticipó su siguiente movimiento—. Tal vez, pueda tener un adelanto. Una probadita con esa bonita boca tuya.

Su origen quimérico brilló con intensidad en sus orbes ambarinos, encendiendo el fuego que reposaba en estado de quietud. Un movimiento fluido y casi imperceptible terminó con Aurora posicionada detrás del hombre, sujetándolo con una llave que restringía uno de sus brazos, retorciéndoselo en su espalda y arrancándole gemidos de dolor.

—Suéltame perra —bramó con los dientes apretados.

Como si ella no fuera más baja y liviana, lo arrastró contra una pared, donde lo estrelló, dejándolo inconsciente en el suelo.

—Dulces sueños. Tal vez ahí cumplas tus horribles fantasías.

No había quedado satisfecha. Más dudas habían calado en ella con los dichos del representante.

La sensación ya repetida de ver una profecía a punto de cumplirse.

Más que nunca necesitaba hablar con Steve. Y se le sumaba la situación extraña de la modelo, por lo que sabía debería hablar también con Edward para advertirle del comportamiento ruin de su empleado.


Esquivando a los espectadores que se movían como una marea, preparándose para continuar con la celebración en la mansión Chadburn, un nuevo obstáculo se presentaba delante de ella, impidiendo una vez más alcanzar a Steve.

—Permiso Crystal —resopló—. Debo pasar.

—Claro, claro, Aurora. Sólo será un momento. Te estaba buscando.

—¿A mí? ¿Para qué?

—Creí que merecías conocer las noticias que están saliendo sobre tu estimado esposo.

—¿Noticias? ¿De qué hablas Crystal?

—Lee.

Le entregó una tablet con una fotografía ocupando toda la pantalla. Todo su mundo se vino abajo con el encabezado que titulaba la imagen donde Steve, vestido como lo estaba en la noche anterior, se lo veía junto a una mujer de espaldas, de la misma complexión que Madison.


<<¿Problemas en el paraíso? El atractivo, exitoso, multimillonario y sexy Steve Sharpe, recientemente tomado por la misteriosa, enigmática y deslumbrante Aurora, lucía muy cómodo anoche con Madison Pawlak en Dulces Pecados, el exclusivo club londinense que ofrece mucho más que elegantes shows eróticos a clientes de lujo. ¿Qué palabras estaría susurrándole tan cerca del oído? ¿Alguna propuesta indecente y furtiva a escondidas? ¿Dónde queda la preciosa Aurora? A lo mejor, es una invitación a compartir una de las salas dispuestas al pecado. El de la lujuria en este caso. ¿Habitación para dos? ¿O tres? No sería una sorpresa considerando los viejos rumores sobre la vida íntima del dueño de Sharpe Media>>.


—Esto no puede ser real.

Aurora miraba fijamente la nota con la fotografía, donde Steve y Madison estaban muy cerca uno del otro. Él, con su habitual rostro de esfinge, pero notaba la mirada oscurecida, mientras que la modelo posaba una mano en el pecho de su esposo.

—¿Por qué me muestras esto, Crystal?

—Sé que no hemos tenido un buen inicio, pero mereces que alguien te abra los ojos antes que quedes en completo ridículo por los cuernos que Steve está poniéndote. Puede que ahora mismo... ¿dónde crees que esté?

—No, no es posible —murmuró con la voz quebrada—. No es cierto.

Su voz salió en un susurro, rememorando el perfume que destilaba la noche anterior su esposo. Muy en el fondo, sabía que esa era la verdad que tanto temía y que ahora la golpeaba de frente.

Elevó sus ojos hacia los verdes que parecían irradiar cruel satisfacción y comprendió una vez más la putrefacción que colmaba el alma de aquella mujer. Meneó la cabeza con tristeza y se alejó, abandonando a una orgullosa Crystal.

—¡Espera Señora Sharpe! Aún hay más.

No quiso escuchar lo que quedaba por decir. 

No de ella.

***

Madison no podía dejar de temblar una vez regresó a su camerino tras la función, reviviendo el sentir errático de su corazón y la confusión mental experimentados sobre el escenario, donde apenas pudo mantener a raya su ansiedad ante los ojos de los dos seres que la estaban volviendo loca. 

Pero como la profesional que era, había hecho suya una vez más aquel principio de oro.

<<El show debe continuar>>.

Así lo hizo durante el tiempo que duró su presentación, a pesar de que con el correr de la misma, los ojos amenazantes que se clavaban en ella la iban desestabilizando. Finalizada, había desaparecido tras unos saludos.

Fijó sus ojos en el reflejo que en ese momento le devolvía su alterada imagen a medio vestir, sintiéndose avergonzada y sucia.

Cada palabra compartida con el hombre que la noche anterior había invadido su calma en su departamento, se repetía en su mente.


<<—Extrañaba verte así sonrió de lado, tomando una copa por sus propios medios, ignorando la mirada de reproche de la dueña de casa.

Seguirás extrañándome porque sólo me verás semi desnuda en el ámbito profesional, con una cámara de por medio.

Y yo que imaginaba verte en otros ámbitos afirmó su alto cuerpo muy cerca de la mujer.

¡Muérdeme Eddy! 

Se alejó, sin llegar muy lejos cuando el castaño la acorraló contra una mesa.

Como quieras. Sólo dime dónde y cuándo. Sabes que me gusta morderte en tus pequeñas tetas. Sería como en los viejos tiempos.

Eres insoportable. 

No es lo que solías decir. De hecho, me pedías más, ¿lo olvidaste? Su atractivo rostro descendió la poca diferencia de altura entre ellos, rozando su nariz con la de ella. Porque yo no.

De eso, ya hace mucho tiempo volvió a escapar.

Sí, porque elegiste a ese insulso Jason chasqueó su lengua. Al traidor.

No es un traidor. Tú no lo merecías en tu agencia defendió.

¿Y por eso tú también me abandonaste?

Sabes que fue por el idiota que pusiste como mi representante.

Fue todo un malentendido.

¡Oscar quiso aprovecharse de mí! ¡Forzarme! ¡Y lo defendiste!

Yo podría haberte protegido.

Pero no lo hiciste. Lo justificaste. A ese sucio cabrón de mierda que creía que porque tenía mi libertad sexual soy una puta a quien coger a placer. Si no fuera por Steve seguirías defendiéndolo.

Steve, Steve... siempre él. Tu príncipe azul. Me disculpé por ello. Siempre me arrepentiré de lo que intentó hacerte.

—¿¡Intentó!? Que no llegara a violarme no quiere decir que no me haya hecho suficiente. Me tocó, me besó cuando fui clara con mi negativa. ¿Sabes lo difícil que fue para mí seguir trabajando con él? Steve y Jason me creyeron. Tú y todos los demás no sólo callaron. Sé lo que decían a mis espaldas. Que seguro lo merecía. Que lo habría provocado.

Y te fuiste.

Fue difícil porque tú fuiste el que me descubrió a los diecinueve años, intercediendo por mí ante tu padre. Iniciaste mi carrera. Y eras mi amigo elevó una ceja. Cuando Jason me planteó irnos, tuve miedo, pero supe que era lo correcto. Es un excelente agente, muy talentoso.

¿Te lo follabas en ese entonces? Su tono había sido de reproche, con tintes de desagrado.

No, aunque no es de tu incumbencia. Sólo era trabajo. Tiempo después descubrí que estaba enamorada de él.

Lentamente, otra vez estaban uno frente al otro, a pocos centímetros de distancia, con los ojos fijos en el otro y sus alientos chocando.

La tensión entre ellos menguó.

Entonces... ¿ya no somos amigos? Tomó su mano y le besó la palma. Lamento haber sido un imbécil.

No somos los amigos de antes. Pero por lo que fuimos es que mañana estaré contigo, celebrando un aniversario de Chadburn, que me vio nacer y crecer como estrella. Lo demás, quedó en el pasado.

Entonces me perdonaste.

Creo que sí. Al menos, traté de seguir adelante.

Pues yo no pude. Tampoco quiero abandonó el vaso sobre la superficie de la mesa donde ambos se encontraban y la capturó por la cadera, presionándose contra ella.

¿De qué hablas?

Vamos Maddy. Sabes de lo que hablo. Déjame enterrarme en ti.

Sus dientes acariciaron la delicada y perfumada piel del cuello de Madison.

¡¿Qué haces Edward?! ¡Déjame! Sus puños contra el fuerte pecho no parecían servir de nada.

Vamos, no te hagas rogar. Me recibes tan ligera de ropa ¿y pretendes que no se me ponga dura? Siéntela. 

Eso no te da derecho. Vete o gritaré.

Grita con mi verga adentro. Jason no se enterará. Será nuestro sucio secreto.

¡Basta! ¿Es que no entiendes? Amo a Jason. Sólo a él.

¿Estás segura de eso?

El espacio entre ellos había regresado cuando Edward dio tres pasos hacia atrás, permitiendo a Madison respirar aliviada. Pero su mente se había vuelto un nudo.

¡Claro que sí! ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Sabes? No me interesa. Tienes que irte de mi casa. AHORA.

Muy bien, me iré. Sólo piensa en esto. Por algún motivo no has hecho pública tu relación con Morrison. Llevan meses juntos, pero no han dicho nada. Y no me vengas con la mierda de que tu vida privada es privada.

¿Eso qué significa?

¿Tengo que dibujártelo para ti?

Sólo ser directo.

Todavía tienes esperanzas en que Steve te ame.

Sus ojos se agrandaron al máximo, sin creer lo que Edward insinuaba.

Eso no es...

¿Cierto? ¿Crees que nunca lo vi? 

Eso es basura. Amo a Jason.

Y lo mantienes escondido. Vaya forma de honrar su amor. ¿Sabes quién más ha notado la manera en la que Steve y tú se miran, con tanta complicidad? ¿O los comentarios traviesos que salen de tus provocativos labios?

No. Mientes. No hay nada de eso entre nosotros.

Podríamos preguntarle a Aurora qué piensa.

No te metas en esto. Y deja afuera de tus sucios juegos a Aurora.

Yo no soy el que está jugando con ella, ocultándole la historia de ustedes dos. Como tampoco soy el que se niega a ver la verdad de sus sentimientos>>.


¿Cómo fue que en el pasado había llegado a confiar tanto en él? Lo más probable, se deba a que no había mostrado sus verdaderos colores. O que el continuo rechazo y humillación sufrido por su padre lo había convertido en un ser rastrero, resentido y superficial. Sabía que no tenía caso arrepentirse de haber mantenido por años una relación sexual con el que había considerado uno de sus mejores amigos, ¡pero mierda! Ojalá no hubiera sido tan débil con él.

Ahora, sentía que Edward tenía algún tipo de poder sobre ella. Uno que parecía usar para atormentarla, haciéndola dudar de lo que hasta hacía unos días, sólo eran certezas para ella. Todo por la conversación que en la noche pasada habían tenido en su apartamento, cuando él llegó, suplicando por un cierre que fingió necesitar para continuar con una amistad que ahora veía como una mala imitación.

No había podido dormir en toda la noche, dándole vueltas a cada frase dicha. A cada acusación lanzada, temerosa de descubrir una verdad que no había aceptado.

—¡No! —Golpeó con sus puños sobre el tocador. Se miró en el espejo y automáticamente pasó una mano en su plano abdomen para calmarse. —Mi corazón sólo pertenece a un hombre.

Los toques en la puerta de su habitáculo fueron la pausa que necesitaba.

Hasta que vio la soberbia figura aparecer, robándole el aliento y haciendo que el lugar pareciera minúsculo.

—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con Aurora?

—La hemos cagado.

***

Caminaba a pasos acelerados entre las modelos y artistas que se felicitaban mutuamente por el desempeño exitoso del evento. Pero ella sólo quería encontrar a Steve, a quien no había hallado entre los asistentes, por lo que había regresado detrás del escenario. 

Necesitaba escuchar de sus labios qué tanta verdad había en lo que le había revelado Crystal en ese artículo, cuando la noche anterior había regresado junto a ella después de asistir a aquel club.

<<Y luego se volvió a marchar>>.

Sus pasos sabían a dónde dirigirse y hacia allí fue sin pensarlo. Sentía su corazón bombear y no era por la velocidad que imprimía a su andar. Era el miedo, la angustia, el temor del engaño.

De confirmarse traicionada.

Alcanzó la puerta que la separaba del camerino de Madison. Pero no necesitó abrirla cuando la reconocible voz de Steve la abofeteó desde el otro lado.

A pesar del bullicio a su alrededor, pudo aislar su aguda audición y la centró detrás de la puerta, donde hombre y mujer se encontraban.

Sintiéndose la peor cotilla del mundo, no pudo refrenar su impulso de espiar a través de la cerradura, aunque cuando vio la minúscula escena, hubiera deseado retroceder el tiempo... Steve, su Steve, abrazaba a una casi desnuda Madison.

Debes decírselo a Aurora. Antes que sea demasiado tarde y el daño sea peor.

Lo sé. Aunque creo que algo sospecha. La he notado distante.

Todo se fue a la mierda. Lo de anoche, en mi apartamento... fue intenso. Tuve miedo.

¿Estás bien ahora?

No lo sé.

Lo solucionaremos. Yo me haré cargo. 

Me siento a salvo contigo, Steve.

No te dejaré sola. Confía en mí en esto.

Lo hago. Siempre lo haré.


Todo pasó en cámara lenta para Aurora a partir de allí.

Vio cómo el rostro de Madison descontaba cualquier espacio entre ellos y cerró sus labios sobre los del hombre que amaba y que en ese momento había convertido su pesadilla en realidad.

Como si la puerta ardiera, se apartó de ella, ahogando el llanto con su mano.

<<No, no, no>>, no lo podía creer. 

Se negaba a aceptarlo. Tenía que haber una explicación. Debía conocer lo que ocurría antes de dejarse arrastrar por el dolor que sentía expandirse por su pecho.

Tenía que entrar en esa habitación y reclamar por información. Una sincera.

Pero su mente le estaba jugando una mala pasada. Porque lo que más ansiaba era salir corriendo, porque no creía tener las fuerzas para aceptar lo que podría terminar de romper su corazón.

Sus sentidos se apagaron. Todo a su alrededor se nubló. Se sentía perdida en una espesa neblina mientras sus pies se arrastraban por pasillos atestados de personas que se desplazaban de un lado a otro a los gritos. 

***

—Yo... lo siento. Lo siento tanto.

—¿Qué carajos Madison? —Se apartó con brusquedad de la modelo, destilando furia por el azul de sus témpanos.

—¡Bueno, tampoco es que tú te hayas negado!

—Tienes razón —ironizó—. ¡La única excusa que tengo es que me dejaste en blanco con tu mierda! ¡Oh, carajo! Nadie puede saberlo. No significó nada.

—Una estupidez.

Con la molestia saliendo por cada poro, pasó su mano por su cabello, tratando de atrapar algo de cordura.

—¿Por qué? ¿Por qué arriesgas todo? No me digas que tú...

—No. No siento nada por ti —cortó de una—. Nada más que amistad. Ahora lo sé perfectamente. Es sólo que... me sentí... no sé. ¿Vulnerable? Edward ha jodido mi cerebro y algo se removió en mí. Me recordó que tú siempre fuiste mi debilidad. Que alguna vez... tuve sentimientos románticos hacia ti.

—Pero mi debilidad es mi niña. Y no puedo perderla. No lo haré.

—No lo harás. Jamás lo sabrá. Esto no pasó. Y yo sé que no volverá a pasar. Amo a Jason. Tú... eres mi amigo. Y espero que lo sigas siendo a pesar de mi idiotez.

—Sólo si respetas nuestros límites. No permitas que el manipulador de Chadburn te altere —habló con voz helada—. No me tocaré el corazón si tú o cualquier otra persona interfiere en mi relación con Aurora. Ella es todo lo que me importa. La única. Mi mundo. Mi felicidad. Y si es necesario, seré el mayor hijo de puta contigo o con cualquiera con tal de tenerla feliz.

—Ahí está el cabrón de siempre —sonrió con maliciosa sorna—. Pero eres el de ella. Y a mí me importa Jason.

—Bien. Entonces, olvidémoslo Madison —su respiración agitada volvió a su cauce—. Eres mi amiga. Regresemos sólo a eso.

—Gracias.

La abrazó una vez más y la notó todavía temblando.

—Vístete y ven con nosotros a la fiesta. No te dejaré sola. No después de lo que el malparido de Edward hizo contigo anoche. Lo castraré y haré pagar por todo. No tengo dudas de que él ha orquestado esta mierda. La escena en el club y la noticia montadas huelen a él.

—Sé que tienes razón. Pero no puedo ir con ustedes. Vine en mi coche.

—No estás en condiciones de conducir.

—Estaré bien.

—No. Le diré a Andrew que te lleve.

—¿Quieres que me calme o me termine de morir de un ataque con tu asistente? Ese hombre me pone los pelos de punta.

Steve resopló y tomó su móvil de su bolsillo, llamando a Andrew.

—Andrew, lleva a Aurora a la fiesta en la mansión de Chadburn. Llevaré a Madison en su coche.

Sí señor.

—Tengo otro trabajo para ti, una vez llegues a la fiesta. Deberás encargarte de una situación. Ahora no puedo hablar, pero espera por más instrucciones.

Lo haré señor.

—Muy bien Maddy. Prepárate y dame tus llaves.

***

<<Lo de anoche, en mi apartamento... fue intenso>>.

Estaba claro.

Es ahí donde había estado anoche.

Estaba ida. Con su cerebro apagado, al igual que su cuerpo.

—Aurora. —No reaccionaba ante la voz masculina—. Aurora... mierda. Ven aquí.

Dejándose manipular como una marioneta, fue arrastrada hasta una esquina solitaria. Dos manos se aferraron a sus hombros, para sacudirla de su estado de estupor. 

Parpadeó varias veces hasta que sus ojos descubrieron las pupilas perdidas en los negros iris que la contemplaban preocupado. Fue cuando colapsó y estrelló su anatomía contra el torso cubierto por una elegante camisa oscura, cuyos botones superiores libres dejaban al descubierto parte de su pecho. 

Los largos brazos la envolvieron tratando de calmar sus espasmos.

—Duncan... —lloró—. Los vi. Steve y Madison... —Ocultó su rostro empapado en su refugio—. Todas mis esperanzas desaparecieron.

—Oh, carajo. Lo siento tanto Aurora. ¿Y qué fue lo que dijeron?

—Nada. No tuve el valor de encararlos.

—Tienes que hacerlo. Que te expliquen lo que ocurre.

—Lo sé. Lo haré. Pero ellos no saben que los vi.

—¿Qué viste? 

—Estaban abrazados, con ella media desnuda. Madison y él se besaron.

—¿Qué más?

—¿Cómo que qué más? No iba a quedarme a ver cómo retozaban juntos.

Alejó su rostro con el ceño fruncido, encontrándose con el del escocés a pocos centímetros, que apreciaba el rostro de ángel aún con lágrimas mojando su piel. Al parecer, su maquillaje era a prueba de agua porque este permanecía intacto. Pasó sus pulgares por sus mejillas, recogiendo las gotas saladas.

—Seré el abogado del diablo aquí. Porque tú y yo estamos abrazados. Cualquiera que nos vea ahora mismo, podría tener una idea equivocada de lo que ocurre entre nosotros.

—Pero... no hay nada entre tú y yo.

—No es cierto. Yo estoy conteniéndome para no apoderarme de tus labios. Para no dejarme llevar por cada uno de mis perversos deseos de recorrer tu piel y aspirar tus gemidos, escuchando mi nombre en tu voz. De hacer realidad lo que mi mente crea a cada minuto desde que te conocí.

Su confesión la espantó como si hubiera surgido una muralla entre ellos. Los sonidos de risas, pasos y voces de decenas de empleados se hicieron lejanos. Sólo había silencio en la burbuja creada entre ellos dos, donde no se quitaban los ojos de encima. 

Duncan contemplaba con adoración y nostalgia a la criatura que parecía caída del cielo. Pero su corazón y razón veían la manera en que la diosa lo rechazaba con dulzura en sus ojos dorados.

—No digas nada Aurora —regresó a ella, para apretar su tensionado cuerpo contra él—. Estaré para ti. Pase lo que pase. Sólo... vuelve a ignorar a este pobre idiota, que llegó a tu vida a destiempo.

La humedad volvió a correr por ella. 

—Duncan... lo siento. 

—Shhhh...

—Señora Sharpe. Aquí está.

El gigante de piel de carbón observaba con rudeza el contacto del cantante sobre su señora, despidiendo amenazas silenciosas contra el joven.

—¿Qué ocurre Andrew? —Deshizo una vez más el abrazo de consuelo y desapareció sus lágrimas usando sus palmas antes que su guardián las descubriera, aunque su mirada aún brillaba—. ¿Dónde está Steve? —Le dolió mencionar su nombre, fingiendo desconocer su paradero.

—El señor Sharpe llevará a la señorita Pawlak a la fiesta en su coche.

Duncan y ella intercambiaron una mirada. 

Suspiró incrédula.

No lo podía creer. Cada vez se sentía más tonta y humillada. Pero no podía decir nada o de lo contrario terminaría por desarmarse allí mismo y lo último que quería sumar a su patético estado era la lástima de otros. 

—Gracias Duncan. Por todo. 

—Nos vemos en la mansión, Aurora. Recuerda. Las apariencias engañan. 

Se limitó a asentir melancólica y siguió la espalda del enorme hombre hasta el coche donde viajaría sola en el asiento trasero. Acompañada por sus pensamientos, temores e incertidumbres. 

Aquellos sobre sus sentimientos y dolorosos descubrimientos. 

Sobre su futuro.

Había abierto la caja de Pandora y el caos reinaba en su interior. Y la esperanza había quedado atrapada sin que ella pudiera alcanzarla.

***

El viaje fue silencioso, lo que Aurora agradeció internamente. Aunque algo de remordimiento la embargó al sentir los ojos inquisidores de Andrew a través del espejo retrovisor. Lo había estado evadiendo, perdida con la mirada del otro lado de la ventanilla oscurecida del vehículo, con sus dedos ansiosos jugando con el exclusivo antifaz que llevaría el resto de la noche.

Pero los ojos negros terminaron por ganar la partida.

—Dime lo que te mueres por decir, Andrew. Si es con respecto a Duncan, él es sólo un amigo. 

—No lo dudo, señora. —Ella rodó los ojos y al hombre no se le pasó por alto que ella ni siquiera le reprendiera por no llamarla por su nombre—. ¿Se encuentra bien?

—De maravilla. ¿No se nota? —suspiró, lamentando enseguida sus palabras sarcásticas—. Lo siento Andrew. No me encuentro bien y tú no tienes la culpa.

—¿Quiere que regresemos a casa? Seguro el señor Sharpe comprenderá si se siente indispuesta.

—No hace falta. No decepcionaré al señor Steve.

—Aurora... —susurró. Recibió la mirada ambarina anegada en lágrimas—. ¿Puedo hacer algo por ti?

—¿Puedes curar un corazón roto?


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