20. Desconocido
20. Desconocido.
—¿Sharpe?
La gruesa y profunda voz de Chris Webb emergió del otro lado de la pantalla. Junto a una fantástica imagen de su torso desnudo, cuya humedad tras una evidente ducha hacía brillar el tatuaje sobre su pecho. Gotas cayendo por su cuello se perdieron entre los pectorales marcados.
Los ojos ambarinos de la joven acompañaron el recorrido de una de esas traviesas esferas.
Comprendió lo que había explicado Madison sobre reconocer la belleza masculina sin implicar sentimientos. Porque ni ciega una mujer ignoraría el atractivo de ese hombre. Sin embargo, en ella, no removía absolutamente nada. Salvo el actual pudor.
—Oh, Aurora, preciosa. Y Hunter. ¡Qué sorpresa! ¿Pero qué hora es allí?
Ambos se sonrojaron. Aurora bajó brevemente la vista pasando su mano por la cabeza del perro antes de devolverlo al suelo donde se acostó a los pies de ella, mientras su amigo parecía buscar una camiseta que se colocó de inmediato.
—Pasada las dos de la mañana —carraspeó nerviosa antes de regresar sus ojos a los celestes que la contemplaban con fascinación.
—¿No deberías estar durmiendo?
—¿Y tú? Tal vez estabas por irte a dormir.
—Iba a ver una película. Pero antes que digas algo, no, no interrumpes —sonrió ampliamente.
—Steve no está. Hubo... una situación hace una hora en la sede de Nueva York y tuvo que ir a la oficina para hacerse cargo desde aquí. Yo sólo...
Sus dedos comenzaron a jugar inconscientemente con su colgante, lo que hizo sonreír a su interlocutor.
—¿Qué preciosa?
—Quería hablar con un amigo. Me siento... sola.
<<Perdida, en realidad>>.
La soledad no era un compañero desconocido para ella. Había pasado más de la mitad de su vida sola. Ese no era el verdadero problema.
La tristeza y el miedo de perder lo que tanto amaba eran las causantes de su estado.
—No lo estás, preciosa. —El rostro entristecido arañaba su pecho—. ¿Hay algo más, Aurora? —susurró, como si pidiera permiso para ahondar en sus sentimientos.
Mordió su labio inferior, con ansiedad, delatándola ante el agente.
Quería llorar, dar luz a todo lo que la estaba agobiando. Pero temía también, que, una vez hecho palabra, todo cobrara vida y la realidad que se negaba a reconocer la golpeara duro.
—Háblame, por favor, Chris. De cualquier cosa. No quiero ir a la cama si no está Steve en ella.
—Claro, preciosa —hizo una mueca, antes de recomponer su sonrisa.
Y así, ambos evadieron cualquier preocupación conversando entre ellos, animándose mutuamente —o tratando—, y dejando escondido cualquier temor.
Al menos, por una hora. Cuando Aurora vio el bostezo mal disimulado de Chris, se percató de que había robado tiempo de descanso al agotado agente.
—Chris, estás cansado. Te dejo dormir.
—¿Y tú?
—Estoy mejor. Gracias.
No se dejó engañar. Todo en ella indicaba que no había logrado despejar lo que la apesadumbraba.
—¿Lo estás, preciosa? Sabes que no me resultas difícil de leer.
—Lo estaré. Que descanses gigantón.
Recibió una dulce sonrisa de labios cerrados por parte del castaño y apagó la laptop.
Por más confianza y cariño tuviera en el agente, no tuvo el valor de confesarle sus miedos. Por eso, cuando la conversación acabó, la presión volvió a agobiarla.
El silencio del lugar en contraste con el ruido en su mente regresaron.
Recorría el penthouse como una loba en encierro, desesperada por los aires de libertad. Por aullarle a la Luna.
—Eso necesito —se detuvo de pronto—. Tengo que salir de aquí o me volveré loca.
Sin casi tocar los escalones que la elevaban a la habitación principal seguida por el cachorro, cambió sus ropas. Casi se arrancó el pequeño pantalón y la amplia camiseta —usurpada del hombre que la atormentaba—, y se vistió con un jean de tiro alto azul oscuro, una camiseta corta blanca y unas botas de motociclista. Tomó por último una chaqueta negra de abrigo que se ajustaba a su figura. Aunque no sufriera del frío, el ambiente exterior tras las lluvias hacía que los habitantes de la ciudad se abrigaran, y ella no debía desentonar.
Bajó al estacionamiento privado de los Sharpe. Evaluaba cada vehículo que allí descansaba, meneando la cabeza al pensar en la obsesión de su marido en coleccionar, cuando ni siquiera pasaba mucho tiempo en Londres.
Un Aston Martin, un Bugatti Veyron, y un Ferrari se burlaban de ella a un lado del amplio lugar. Ni siquiera miró hacia el otro lado.
No era la primera vez que ella se sentía parte de una bizarra colección; y la rabia, combinada con la tristeza, volvieron a ser alimento de sus peores inseguridades y pensamientos. Unos que necesitaba depurar. Aclarar su mente y calmar sus ánimos. Pensar cada palabra que sabía debería soltar a Steve en una conversación que llevaba imaginando desde hacía un par de días.
Pasó por el espacio despejado del Lexus faltante. Lo que era lógico si Steve se lo había llevado en lugar de seguir manteniendo a Andrew fuera de la cama. Sería descortés de su parte. Aunque a Sharpe no le había importado solicitarlo para que lo recogiera a la una de la madrugada a donde fuera que hubiera estado.
A no ser que quisiera ocultar a donde fue después de la llamada.
O con quién.
<<¡Detente! No saques conclusiones todavía>>.
Sus pies cubiertos por las largas y pesadas botas se detuvieron delante de la máquina seleccionada y una sonrisa de lado bailó con orgullo.
—Tú y yo quemaremos el pavimiento esta noche.
***
Las luces se sucedían a una velocidad apabullante. El rugido de la Ducati Panigale V4/S era su compañía, pero no enmudecía las voces de su cabeza.
<<—Aurora, cariño, créeme. Esto encenderá a Steve.
—¿Cómo lo sabes?
—Hemos sido amigos por muchos años. Lo conozco y sé qué le gusta —había dicho despreocupadamente sin siquiera mirarla—. Además, aunque luzca todo distinguido y civilizado, sigue siendo un hombre con instintos primitivos. Ya me lo agradecerás cuando vea esta sorpresa>>.
<<Porque lo conozco>>, se repetía. Era demasiado íntimo lo que Madison le había dado y eso la había dejado con una espina enterrándose lentamente en su corazón.
Sus ojos parecían querer aguarse.
Esa mujer, esa hermosa mujer lo conocía por años. ¿Cuánto lo conocía para saber qué le gustaba, y qué le encendía? ¿Quería saberlo? Si nunca le había molestado conocer el historial sexual de su esposo, ¿por qué ahora sentía cierto malestar?
¿Por qué no la había invitado al casamiento si eran amigos? ¿O serían más que eso? Mucho más. Más que lo que Gabrielle o cualquier otra antes fue para Steve. Peor aún. ¿Podrían seguir siendo algo más?
Regresaban las mismas dudas y desplantes.
Steve le había confesado que se había acostado con Gabrielle cuando ella le lloró que lo amaba. Había sido testigo de la manera en que la veterana lo abordaba.
Y Madison no era muy diferente. Sus ojos claros no ocultaban cierta nostalgia y deseo al ver al hombre y eso la quemaba por dentro cada vez que las perfectas manos lo tomaban.
Parecían compartir secretos cuando sus miradas se enlazaban, creyendo que Aurora no los veía.
Y el peor de los pensamientos la abofeteaba cuando los veía juntos, tan perfectos. Tan adecuados una para el otro.
El brillo rojo la detuvo, respetando la orden luminosa en la desolada calle. Se irguió en la moto, apoyando un pie en el asfalto y cruzando sus brazos a la espera del cambio.
Otro rugido se hizo presente a su lado, armonizando con el ronroneo estático de su Ducati. Escaneó velozmente al hombre cubierto al igual que ella por una chaqueta negra y su casco a juego.
Estaba por ignorarlo, cuando una provocativa aceleración de la Kawasaki Ninja del desconocido captó su atención, haciendo cabecear a la máquina en un claro desafío hacia la mujer.
Y ella, no rechazaba los desafíos.
Sonrió con fanfarronería y sus ojos se encendieron aunque no fueran visibles tras la opaca visera.
Se acomodó tomando el mando de su moto y a la verde señal, ambos se adueñaron de la noche en una carrera ruidosa y temeraria.
No habían intercambiado ninguna palabra para establecer el recorrido o la meta. Sólo se dejaban arrastrar cuando uno de los dos tenía la delantera. Tomaban las curvas descendiendo sus cuerpos en un ensamblaje con la montura mecánica y al enderezarse, corrían en línea recta exigiendo a los motores.
Sentía su corazón latir con fuerza por el placer del riesgo. Su mente sólo analizaba cada vector en su trayectoria como si de una computadora se tratara, dejando fuera de ella cualquier otro pensamiento.
No tenía ni idea de quién era su adversario, pero le agradecía el regalo que le hacía.
Después de kilómetros de pavimento rodado, visualizaron delante de ellos una gran explanada vacía, delimitada por barreras de poco más de un metro de alto de piedra, tras las cuales las aguas del Támesis corrían en la oscuridad.
Era el final del recorrido y con un stopping, Aurora dio por concluida la carrera. Dos segundos pasaron para que su compañero llegara a su lado.
—Eso fue muy divertido —soltó mientras se despojaba del casco y su dorada cabellera larga hasta sus hombros revoloteaba bajo la brisa.
Al voltearse, se topó con unos ojos oscuros que brillaron primero de sorpresa, para enseguida dar lugar a una sonrisa socarrona e insinuante.
—Vaya, vaya. Benditos mis ojos al descubrir quién era mi rival.
El acento escocés la alegró de inmediato.
—¡Duncan!
—Bella Aurora.
Ambos descendieron de sus motocicletas dormidas, dejando sus protecciones encima, encontrándose a mitad de camino en un abrazo que parecía el de dos viejos amigos en un reencuentro ansiado.
Se envolvieron en el perfume del otro. Y Duncan se dejó hundir en la cabellera de la muchacha. Robó todo el aroma que destilaba como si de una flor se tratara.
—¡Qué agradable sorpresa! De todas las personas, justo debías ser tú el que me retara.
—Me alegro de haberlo hecho. Me hubiera perdido el quedar en segundo lugar tras una hermosa mujer. —<<Y de tremendo culo>>—. Debo decir que ha sido realmente impresionante la manera en que te apoderaste de las calles. Cómo te adueñabas de las curvas y el stopping final. Wow... quién hubiera imaginado que la tierna, bella y elegante Aurora era una fiera. Eres una sexy caja de sorpresas.
Una limpia carcajada aligeró por un instante sus cadenas.
—Eso pasa por juzgar a alguien por su envase.
—Hey, no me culpes. Lo primero que uno capta es el envase. Luego, cuando se prueba el contenido y se paladea su sabor, es cuando se acepta o se descarta. Y debo decir que tú eres una refrescante, dulce e intrigante bebida. —Sus ojos resplandecieron con picardía y una lenta sonrisa lobuna se apoderó de sus labios—. Ahora cuéntame... ¿qué haces aquí? ¿A las cuatro de la mañana y sola?
El desánimo estalló su burbuja y la cubrió. Abandonó el cuerpo firme y cálido del joven, llevando sus pies hasta la orilla del río, anclando sus antebrazos sobre el borde de la fría y húmeda piedra que hacía de protección. El joven la siguió.
—Steve tuvo que salir hacia Sharpe Media para arreglar alguna situación en la sede americana.
—¿A esta hora?
—Era la una cuando lo llamaron. Allá eran las ocho de la noche.
—¿No es tarde igualmente para tener que trabajar? —Enseguida quiso retractarse—. Lo siento, no quise insinuar nada. No me corresponde.
—Está bien. Sí, es tarde, pero se trabaja en cualquier horario, pues hay programaciones nocturnas en vivo, por lo que es habitual. Aunque no sé exactamente en qué consistía la urgencia.
Eso no quitaba que la sombra de la duda no hubiera sido una de las precursoras de sus malos pensamientos. No era tan habitual como dijo, y su esposo nunca la hacía de lado como en esa oportunidad.
Hizo una mueca elocuente de que algo la perturbaba que el rubio captó a pesar del veloz cambio de semblante.
—¿Y tú? ¿Qué te motivó a salir en la madrugada?
—La inspiración. O la búsqueda de ella. Salir en mi motocicleta y conducir velozmente me abre la cabeza y ordena mis ideas. Mis canciones parecen fluir mientras mi adrenalina aumenta.
—¿Y hallaste tu inspiración esta noche?
—Ella me halló a mí —susurró con voz grave, atrapando la mirada ambarina en la suya.
A pesar de la escasa luz que los rodeaba, el rubor se coló en las mejillas de Aurora, que bajó su rostro, mordiendo su labio inferior.
Duncan sonrió ante el efecto de sus palabras, pero se detuvo en soltar otra línea cursi y trillada. No debía olvidar que estaba prohibida.
Y él podía ser muchas cosas, pero jamás avanzaría sobre la mujer de otro. Menos la esposa de alguien a quien admiraba. Por lo que debía evitar ceder a la tentación.
Aurora sabía que sólo eran los dichos de un conquistador empedernido, y como tal, sonrió, recuperando su temple. De un grácil movimiento, saltó de lado, pasando sus piernas por encima de la barrera rocosa para quedar sentada. Sus pies quedaron balanceándose lentamente y sus dedos se enredaban en un mechón que luego pasó tras su oreja, captando la atención del hombre, que en un impulso, estiró su brazo y jugó con el movimiento de las pequeñas argollas.
—Estos no lo tenías cuando nos conocimos.
—Mérito de Madison.
Su simple mención le dejó un sabor amargo en la boca.
—Esa mujer consigue lo que se propone.
Peores palabras no pudo elegir. Con ellas, la muchacha se sintió ahogar.
El silencio los acompañó varios minutos. Hasta que la voz suave de Aurora los acarició con timidez.
Necesitaba aliviar sus pensamientos.
—Escuché sus canciones. Son muy buenas. ¿Las escribiste tú?
—Muchas de ellas, sí. Pero todos somos talentosos y compartimos la necesidad de componer, de expresarnos. Rhys, aunque no lo parezca, es muy romántico y ha escrito grandes temas.
—Las románticas son mis favoritas. Incluso las de desamor.
—¿Por qué?
—¿Porque soy una romántica? —Se encogió de hombros—. Un amigo una vez me dijo que el amor es un asco. Bueno, usó otra palabra. Pero yo creo que aunque acabe, uno es afortunado por haber podido sentir. Nos recuerda que estamos vivos, ¿no? —Los dedos de su mano derecha jugaban con las únicas joyas que decoraban su otra mano.
—Y sirve de inspiración. Al igual que una hermosa mujer —guiñó su oscuro ojo.
Aurora sacudió su cabeza, rodando sus ojos en respuesta, pero una sonrisa se dibujó en sus labios de cereza.
—Imagino que hombres con talento como ustedes, pueden usar todo como inspiración. Hay una en particular, no de amor, sino de superación. De ser fuerte en la adversidad, aunque por momentos sintamos que la debilidad y la decepción nos susurran al oído, ofreciendo la rendición como la única opción, convenciéndonos que no vale la pena seguir. Pero descubrir que siempre podemos decidir ser más fuertes, incluso cuando duela como el infierno es una victoria en sí. ¿Quién la escribió?
—Yo lo hice. Tenía muchos demonios en mí.
Vio cómo el cantante sacaba una cajetilla de cigarrillos del interior de su chaqueta y llevaba uno a la boca, aunque no lo encendiera. Le ofreció uno a su compañera, que rechazó.
—No sabía que fuera conveniente fumar para un vocalista. Debes saber que afecta a tus cuerdas vocales, inflamándolas y resecándolas. Sin mencionar lo perjudicial para tu salud. —Él le echó una mirada recriminatoria—. Lo sé. Ahora yo soy la que lo siente. No es de mi incumbencia y estoy segura que no desconoces sus efectos.
—Así es —cambió su reproche por una sonrisa amplia y sincera—. Pero no te preocupes. Ni siquiera sé por qué lo saqué. Imagino que por costumbre.
—¿Costumbre?
Suspiró largo y sonoro. Se sentó sobre la pequeña muralla de piedra a horcajadas, quedando de frente al perfil de la bellísima mujer que lo tenía cautivado.
—Como te dije, tengo muchos demonios encima.
—¿Es otro motivo que te arrancó de una cómoda y cálida cama? ¿Por eso sales por las noches? ¿A escapar de tus fantasmas?
—Lo hago. O lo intento. Siento que por momentos, los tengo controlados y no necesito huir más, o al menos lo creo así. Es algo reciente, no más de un año. El cigarro me ha estado ayudando a mantenerlos a raya para que no me arrastren otra vez. No fumo compulsivamente. No pretendo tener cáncer. Sólo lo hago cuando la ansiedad me abruma, y no quiero volcarme... en algo peor. —llevó la mirada al pequeño cilindro que había tomado con sus dedos y que ahora hacía bailar entre ellos—. ¿Sabes? Algo curioso me ha pasado. Desde esta mañana me he sentido más ligero —se encogió de hombros—. Mis demonios se han callado y ni siquiera he tenido ganas de encender esta mierda. —Colocó el cigarrillo detrás de su oreja, y se enfocó en Aurora, que lo contemplaba con su tierna sonrisa de ojos extrañamente iluminados, como si escondieran un secreto. Sintió una familiar calidez llenar su pecho. Parecida a aquella que lo había cubierto al conocerla. —Ni siquiera sé por qué te cuento esto.
—No lo sé. Pero nada de lo que me digas saldrá de aquí.
—Gracias. Por una extraña razón, te creo —inclinó su cabeza hacia atrás, detallando las pocas estrellas que el pasar de las nubes dejaban visibles. Regresó a la joven frente a él con una nueva sonrisa nostálgica—. CSB me dio una patada en las pelotas para despertar cuando se enteraron de mis problemas. Tres caras de decepción fue el golpe de gracia que necesitaba para salir de la mierda en la que me había metido.
—Parecen buenos chicos.
—No lo parecen. Lo son. Los mejores. Son mi familia, a pesar de no compartir sangre.
—Lo entiendo. Sé lo que es tener demonios atormentándote. —<<Yo soy el peor>>—. También hubiera caído si no hubiera encontrado algo, o alguien, por lo que luchar.
—¿Tú?
Ella asintió.
—Todos me ven frágil, delicada e ignorante del mundo. Creen que he tenido una vida fácil. Que con sonreír y batir mis pestañas consigo cualquier cosa.
Se acercó más a ella, haciendo que la pierna que colgaba del lado del río rozara la rodilla de Aurora.
—¿Y no es así, hermosa?
Pasó por alto el apelativo que liberó en tono sugerente.
—No.
—¿Qué es lo que te motiva?
—He visto mucha crueldad, aquella que se esconde en la oscuridad y tras rostros engañosos, y decidí que debía hacer algo al respecto. Steve me enseñó todo lo que sé, y se volvió mi familia. Es por él que me convertí en lo que soy. Aunque...
—¿Qué?
—Nada.
—Dime. A veces, un desconocido es el mejor confidente. Tú me escuchas, yo haré lo mismo. Sin juzgar.
La contempló encogerse y apagarse en su lugar; y sintió algo removerse en su pecho ante esa visión desoladora.
—Últimamente pienso mucho en que no soy suficiente para él —murmuró—. Que puede haber otras —<<otra>>—, más adecuadas para él.
—Tonterías. No te menosprecies de esa manera. Estoy seguro que sabes a la perfección que eres bellísima al punto que quitar el aliento. Puedo notar que eres inteligente, dulce, adorable, y salvaje por la manera en la que dominas esa bestia. Además, ¿no se supone que Steve es tu media naranja?
—¿Media naranja? —fijó sus ojos en él—. No comprendo la referencia.
—Ya sabes, alguien que completa tu mitad faltante.
—¿La mitad? —rio—. Es algo exagerado.
—¿Qué quieres decir? ¿No es la idea cliché que se suele pensar? Pensé que era parte de ser una romántica.
Lo miró entornando los ojos, reflexionando.
—Si sólo fuéramos una mitad, eso haría que no funcionáramos, ¿no? Pero funciono sola. Puedo hacerlo. No es la mitad de mí que Steve, o cualquiera, complementa. Es una pieza. Un hueco. Como el de un rompecabezas.
—¿Cómo un rompecabezas? Creí que me dirías que estás completa y no necesitas de nadie. Ya sabes, eso de que uno debe realizarse por su cuenta antes de encontrar a su pareja.
—Ufff... me confundes. ¿No éramos incompletos hasta que no hallábamos a esa media fruta?
Duncan rio ante su fingido enfado.
—El amor, las mujeres, —guiñó un ojo—, son contradictorias. A veces tienen la idea romántica de esa media fruta —hizo reír a la muchacha—. Otras veces sostienen que no necesitan de nadie. Entonces, si no eres de las primeras, ¿eres de las segundas?
—Bueno, no del todo. Porque... ¿pareja no significa que algo complementa, aunque sea una pequeña pieza, y así se está a la par? Para poder acompañar al otro en su camino. Acompañarse mutuamente. Además, ser completo sería pensar con ingenuidad y algo de soberbia.
—¿Ingenuidad y soberbia? ¿Por qué?
—No necesitar a nadie porque creemos que ya estamos completos sería pensarnos como individuos perfectos. No comparto la idea de sólo ser alguien junto a otro. Pero sí que no estamos del todo terminados. Y esa pieza faltante es la que termina con el cuadro.
—De ahí el rompecabezas.
—Exacto. Esa parte faltante es la que da sentido final a la obra. Los últimos trazos y colores que se combinan a la perfección. Sólo que...
—¿Qué?
—A veces la pieza parece encajar y así lo creemos y nos damos por concluidos.
—¿Eso quiere decir que nos conformamos con cerrar el hueco cuando en el fondo sabemos que la imagen falla en tener sentido?
—Saber eso y tomar el valor para abrir nuevamente el hueco es doloroso.
—Pero necesario... —arrugó su ceño, uniendo sus cejas—. Aurora, ¿qué estás tratando de decir?
—Nada. Sólo son tonterías. Ideas que se cruzan en mi mente.
—Parece que lo has estado pensando bastante. ¿Por eso saliste esta noche? —Asintió, cabizbaja—. Me atreveré a romper con nuestra incipiente amistad al aventurarme a dar mi teoría y me odies por eso. Creo que piensas que Steve no es tu pieza.
—En realidad, yo no creo ser la de él.
—¿No es lo mismo? Después de todo, debe ser algo recíproco.
—Tienes razón.
¿La tenía?
—Aun así, siento que no termino de ensamblarme tan bien en él. O que no soy la pieza armónica en su vida. Tal vez, merece otra que comparta sus colores.
—O no. Esas piezas de las que hablas, entregan los colores, las líneas y la luminosidad faltantes.
—Pero debe ser la correcta. Y si no lo es, se debe quitar, aunque se sienta como si arrancaran una parte de ti. —<<Tu corazón>>. Sus ojos cayeron sobre sus anillos como si esas promesas se desintegraran delante suyo. Las acarició otra vez, asegurándose que estaban allí. Duncan siguió su gesto—. Te desgarrará, pero es necesario. Sólo abriendo el espacio llegará la que encaja a la perfección. Habrá muchos intentos seguramente porque muchas se asemejan. Y ese proceso será frustrante.
—Así es la búsqueda del amor.
—Eso imagino. Como imagino que eventualmente, llegará. Sólo si se arriesga a sufrir el tiempo necesario y se prosigue con la búsqueda.
—¿Tú quieres seguir en la búsqueda?
—Yo ni siquiera estaba buscando. Jamás creí que alcanzaría a conocer el amor. Pero lo hice. Me enamoré con fuerza al ver las profundas noches que Steve carga en sus ojos. Lo que estoy dudando es si él no debería seguir.
<<En realidad, detenerse en Madison, quien parece ser la indicada>>.
—¿Por qué piensas eso? Nunca había visto a tío Steve ser tan posesivo con una mujer, o siquiera, demostrar un mínimo de afecto en alguna de ellas.
—Tú... ¿lo has visto con otras? —su voz vibró con angustia.
El joven resopló.
—Mira... Steve es mayor que tú y yo. Ha vivido más. No es pecado todo lo que hizo antes de ti y no se lo puede condenar por su pasado. No lo justifico, pero... ¡vamos! El hombre destila poder por cada poro y eso atrae mujeres como moscas a la miel. Sin embargo, eres tú la que parece tenerlo a sus pies, y no al revés.
Sabía que esas palabras tenían que calmarla de alguna manera, pero no lo sentía de esa forma. Veía en su torturada mente a Madison junto a su esposo, en eventos, riendo y compartiendo en un ambiente en el que la mujer se movía con naturalidad, como dueña de todo. Acoplándose a la perfección en el mundo de Steve.
Preguntarle al hombre con el que compartía el aire en ese momento si sabía sobre el pasado de la pelinegra y el rubio no era una opción. No podía presionar al que sabía era amigo de Maddy, dejándolo en entredicho.
Después de otro momento de silencio entre ambos, volvió a hablar, lento y tembloroso.
—¿Crees que realmente se puede cambiar?
—¿En qué sentido?
—¿Un hombre que disfrutaba de acostarse con cuanta mujer se encontraba puede dejar esa vida de lado y sentirse satisfecho con una sola mujer el resto de su vida?
—Mierda... ¿Crees que Steve te es infiel? ¿Es eso Aurora? —No hubo más respuesta que una lenta y solitaria gota rodando por su mejilla, que Duncan deseó borrar con sus labios. Aurora suspiró—. No lo sé.
—Vaya. No esperaba esa respuesta.
—¿Preferías que te dijera un rotundo y falso sí?
—Eso hubiera estado bien. Pero creo que prefiero que seas sincero.
—Lo soy. Te repito. No lo sé. Aunque quiero creer que sí. Es lo que anhelo para mí. Si no tengo la creencia que podemos mejorar y cambiar, entonces ya tendría mi vida perdida y sin retorno después de los errores que he cometido. Lo que pienso es que uno puede elegir el tipo de hombre que quiere ser, o mujer, y luchar por convertirse en eso.
—En resumen, debo confiar y esperar.
—Y hablar. Tienes que hablar con él de lo que te pasa.
—Es lo que me llevo diciendo, pero temo que todo llegue a su fin. Que las palabras que salgan de él sean demoledoras y mortales.
—Bueno, como hemos dejado en claro. Será jodidamente doloroso, pero habrás vivido, amado y aprendido. Si no es tu pieza y tú la de él, debes abrirte para encontrar... para que ambos encuentren ese pedacito que falta.
Pasó la pierna que colgada del lado del Támesis y una vez ambos pies se afirmaron al suelo, tomó la mano de Aurora en una clara invitación.
—Ven conmigo.
—¿A dónde?
—Te enseñaré otro lugar al que voy cuando quiero dejarme llevar y olvidar. Y para que sepas, no invito a mi refugio a otros que no sean los CSB.
—Me honras —bromeó.
—Eso espero —lanzó el cigarrillo sin encender al suelo.
Enfilaron hacia sus vehículos. Aurora pasó una de sus manos sobre el lomo de la motocicleta de Duncan y sonrió de medio lado con orgullo.
—Me gusta tu Kawasaki. En casa, en América, tenemos un par. Y unas Yamahas también.
—Gracias. Me gustan las motos, los coches y los instrumentos. Y siendo un afamado músico, millonario, soltero y sin hijos, me permito cumplir algunos caprichos.
—Hombres —rodó sus ojos, sin dejar de reír—. Aman sus juguetes y coleccionarlos.
—Somos como las mujeres con sus zapatos.
—No es mi caso. Si por mí fuera, andaría descalza por todos lados.
Rieron ambos. De manera sonora, libre y despreocupada.
—Eres curiosa, Aurora. Y lo digo como halago.
—Gracias —montó en su máquina, colocándose el casco sin bajar la visera para poder ser escuchada—. Muy bien, escocés, guíame.
***
—Dame tu abrigo y tu casco —indicó Duncan frente a una joven sonriente, con piercings en su nariz, labio y una ceja, de pie detrás de una abertura que a todas luces era un guardarropas.
—Gracias —respondió, quitándose la chaqueta y dejando su protección sobre la barra de madera, de espaldas a Duncan.
El músico inspeccionó el cuerpo de Aurora.
Sus ojos negros recorrieron la extensa longitud de las piernas delgadas, bien torneadas y tentadoras que se aprisionaban en los vaqueros ajustados. Su trasero redondo gritaba pecado andante. La franja de piel desnuda de su espalda lo llamaba a acariciarla para comprobar su suavidad.
Cuando la rubia se volteó hacia él, se perdió descaradamente en los generosos —sin ser exagerados—, y turgentes senos, que a las claras, sólo estaban cubiertos por la simple tela de la camiseta, sin sostén entre medio.
La negrura de su mirada siguió el recorrido de la dorada cadena que pendía de su largo cuello, perdiéndose en el escote.
<<¡Mierda! Desearía ser ese colgante para bailar entre semejante ejemplo de tetas. Steve, puto afortunado. Deberías tenerla atada en la cama día y noche para disfrutarla, no dejándola sola a merced de cualquier depredador>>.
Con toda la fuerza de su voluntad, y la necesidad de no parecer un morboso pervertido sexual, subió su mirada hacia la dorada que lo esperaba con una ceja alzada.
—Lo siento —movió sus cejas arriba y abajo—. Otra debilidad masculina. Estaría mal preguntarte si son naturales, ¿no?
—Cállate —rio mordiéndose el labio inferior, meneando su cabeza.
Duncan rio con fuerza ante su sonrojo, cuando esta intentaba abandonarlo para adentrarse en el lugar.
—Espera, no estás lista —la detuvo, haciéndola voltear hacia él.
Se acercó a la misma encargada de las prendas y cuchicheó algo en su oído, a lo que la joven sólo atinó a sonreír y asentir con la cabeza. Desapareció unos pocos minutos y al regresar, le entregó algo a Duncan, que agradeció con un beso en la mejilla.
—Aquí Aurora. —Cubrió su cabeza con una gorra—. Creo que lo mejor es que no te identifiquen. Menos junto a un hombre atractivo y seductor que no es tu esposo.
—¿Y por qué no te colocas tú una?
—A mí ya me conocen aquí. No suelen invadir mi intimidad en este espacio. Es como un lugar sagrado para mí y todos lo respetan en un código silencioso. Dejo de ser una celebridad y soy simplemente Duncan Murray.
—Yo no soy una celebridad.
—¿Hablas en serio? Para ser la esposa de un multimillonario dueño de un conglomerado de medios de comunicación, no le prestas atención a las redes sociales, ¿verdad? —Ella negó—. Tu rostro ha salido por todos lados. La enigmática mujer que atrapó al esquivo, frío e inalcanzable Steve Sharpe.
La mueca de Aurora murió en su intento de sonrisa. Ya no estaba segura de haber atrapado al hombre que sentía escurrirse entre sus dedos.
—Mejor, no hablemos de ese tema. —Se bajó la visera hasta casi cubrir sus ojos entristecidos—. Quiero divertirme.
El músico comprendió su error y calló antes de guiarla.
Descendieron unas estrechas escaleras iluminadas por unos faroles de tonos rojos. La música fuerte envolvía a cada asistente en una masa conjunta de cabezas y brazos moviéndose en el centro del amplio lugar. Saltaban, bailaban y cantaban acompañando a las desconocidas bandas que tocaban sobre el escenario en el pequeño y escondido club.
El olor a alcohol, sudor y otras sustancias golpeó las fosas nasales de Aurora.
Entre empujones, se hicieron espacio hasta el bar, donde uno de los cantineros saludó a Duncan con familiaridad y enseguida barrer con ojos lascivos a Aurora, para luego tomar el pedido de ambos.
Un par de shots de vodka.
—¿Qué es este lugar?
—¡¿Qué?!
—¿Dónde estamos? —alzó la voz, acercándose al joven que la tomaba de la mano, como si quisiera evitar que la marea humana la arrastrara.
Duncan correspondió al gesto aprovechando para acercarla a su cuerpo, hablando con su boca pegada al oído de su acompañante, acariciando con su nariz su oreja y renovando su dosis del perfume de cerezo en flor que parecía emanar de su cuerpo.
—Es un club abierto a bandas que necesitan darse a conocer. Vengo cada vez que puedo. Me recuerda de dónde venimos y todo lo que hemos alcanzado. Y lo que todavía nos falta. Aunque nosotros iniciamos en la calle.
—En Carnaby Street —lo vio asentir—. Deben sentirse muy orgullosos.
—Lo estamos —tomó su shot recién entregado y pasó el que le tocaba a Aurora. Ambos empinaron sus respectivos chupitos de un seco movimiento. Duncan hizo una mueca, mientras Aurora simplemente paladeó la bebida—. ¡Otra ronda! —pidió antes de regresar a la joven. Espero que tengas buena tolerancia al alcohol.
—La mejor —sonrió presumida—. Soy imbatible.
El cantante le correspondió con una carcajada.
—Veremos —guiñó un ojo antes de proseguir—. Me gusta venir aquí porque me ayuda a mantener los pies sobre la tierra y no perder nuestra esencia. Además, me da la oportunidad de conocer nuevos talentos y patrocinarlos si veo potencial en ellos.
—Admirable. Creo que serías un excelente representante.
—Gracias —sonrió como un niño—. Tal vez, me dedique a ello algún día. Uno muy lejano. Cuando ya no tenga energía para dar conciertos.
Vieron pasar dos bandas mientras conversaban a gritos y terminaban nuevas rondas de tragos, hasta que el escenario quedó vacío y la música quedó a cargo del DJ.
—¿Quieres bailar? —Aurora entrecerró sus párpados con desconfianza—. Mantendré mis manos lejos. —Levantó la mano derecha, manteniendo la izquierda oculta detrás de su espalda, con dos dedos cruzados—. Lo juro.
—Muy bien —sonrió completamente—. Me encanta bailar.
Fue ella la que lo sujetó de la mano y lo arrastró hasta la pista cuando lo notó algo tambaleante, deteniéndolos en el centro, a un metro de distancia entre ellos. El ritmo movía con entusiasmo los cuerpos sudados y apretados de los bailarines aficionados.
El escocés era bueno bailando aun con su alto grado etílico en sangre, pero la joven frente a él hacía magia con sus pasos.
Aurora amaba bailar, dejar fluir la música atravesando su anatomía, cerrar los ojos y volar sin despegarse del suelo. Pasaba sus manos sobre sus curvas, balanceaba sus caderas a un lado y a otro y giraba olvidándose de todo a su alrededor. Ignorando que muchos pares de ojos se maravillaban con sus movimientos hipnóticos y seductores; relamiéndose como animales hambrientos ante su presa.
Duncan no era menos y la sangre caliente comenzó a concentrarse en su pelvis, mientras sus ojos se comían a la distancia cada erótico movimiento.
El siguiente tema hizo brincar a Aurora en el lugar, abriendo sus dorados y encendidos ojos para enfocarlos en Duncan desde debajo de la visera de la gorra que resistía sus saltos.
—¡Este tema es de ustedes! —aulló entusiasmada, siguiendo la letra, haciendo carcajear al cantante—. ¡Me gusta! ¡Es fabuloso!
—Gracias. ¿Dónde aprendiste a bailar? —hablaba otra vez calentando con su aliento la mejilla de Aurora.
Simplemente se encogió de hombros, mordiendo su labio inferior.
Toda una tentación. O sería el vodka ocupando su sangre.
—Me muevo como me siento.
—Deberías bailar en un video musical. —La música no alcanzó para ahogar la risa de campanillas que soltó—. En serio. Podrías bailar para nosotros.
—No está en mis planes. Aunque suena divertido.
—Bueno, todo es cuestión de diversión.
—No todo, pero siempre puede haber un toque divertido en un trabajo serio.
—¿Qué tan serio? —bromeó, borrando el espacio entre ellos y aferrando sus manos a la cintura desnuda, paseando sus pulgares por la piel.
<<Sí, definitivamente, es muy suave>>.
—De vida o muerte.
Todo rastro de broma se había borrado de su semblante. Y no era por el tema tratado, que el joven desconocía el trasfondo de su propósito personal de protectora en su lucha contra el tráfico humano.
Sus ojos con reproche descendieron hasta el punto de contacto de ambos.
Duncan notó la tensión en el cuerpo esbelto. En lugar de atender la queja, enterró más sus dedos y estrelló su pelvis contra la de Aurora, que jadeó, abriendo al máximo sus ojos con sorpresa al sentir la dureza entre ellos.
—Carajo. Tengo una ganas irrefrenables de besar a la esposa del tío Steve.
<<Y mucho más, con cero ropa, entre gemidos sudorosos>>.
—Pues tendrás que mantener esas ganas para ti. —Aurora apoyó sus manos sobre el duro pecho húmedo de sudor, marcando la distancia que el hombre parecía rechazar—. Por favor, Duncan.
La música ahogó su susurro, pero su cuerpo habló muy claro.
—Será mejor que me vaya.
Empujó la masa de músculos definidos, pero no desmedidos y se escabulló hacia el guardarropas escaleras arriba.
Maldijo para sí cuando la sensual figura se perdió entre los cuerpos.
—Imbécil —masculló y se lanzó hacia la presa huidiza.
N/A:
Esta niña parece ir dejando corazones rotos por donde camina.
Si te gustó, regalanos una estrellita.
Gracias por Leer, Mis Demonios!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro