16. Por debajo de la mesa 🔞
16. Por debajo de la mesa.
Al descender del elevador, el grupo se fue perfilando por un largo y ancho pasillo hasta alcanzar una gigante puerta doble de la que tiraron para abrir.
Ante Aurora emergió un enorme espacio que parecía la unión de varios estudios, pudiendo así albergar a cientos de personas como aseveraban los asientos a medio disponer para disfrutar del gran espectáculo que Sharpe Media, en asociación con Chadburn Talent Agency ofrecerían la noche de Halloween, en tan sólo dos jornadas más.
Empleados iban y venían, dando órdenes a voces, moviendo artefactos, decorando, pasando cables y todo tipo de tecnologías; probando los equipos y sus funcionamientos.
Sillas iban alineándose a manos de hombres y mujeres; y una larga y luminosa pasarela se elevaba desde un escenario amplio que parecía ir cobrando vida desde un paraje algo fantasmagórico, en alusión a la temática de terror con sofisticación y elegancia.
Denali y Gilbert iban explicando a Steve, Crystal y Madison lo que habían hecho hasta el momento. Extrañamente, Edward había quedado relegado al final del grupo y Aurora aprovechó para abordarlo con una interrogante.
—¿Edward?
—Sí.
—¿Estás bien?
—¿Por qué lo preguntas?
—Por Madison.
—¿Qué hay con ella? —cuestionó sin comprender del todo la preocupación evidente que decoraba su voz.
—Es la mujer que mencionaste. Esa noche... dijiste que ella te había abandonado.
Demoró dos segundos en recordar su escenita de ebrio arrepentido y se palmeó mentalmente la espalda por haber soltado ese nombre en aquella oportunidad, ya que acababa de encontrarle un excelente uso.
No podía ser más perfecto todo y una sonrisa sardónica se plasmó en sus labios.
—Sí. Es ella.
—Pero tú ahora estás con Crystal.
Llevó su cabeza hacia atrás en una carcajada.
—Con ella sólo follo.
—Oh, entiendo. Creí que...
—Que éramos pareja. —Ella asintió—. No me interesan ese tipo de cosas. El sexo sólo sirve en un momento y lugar determinados. Una vez que lo obtienes, no tiene sentido todo lo demás.
—Comprendo la diferencia entre el sexo y hacer el amor —protestó con el ceño fruncido.
—¿Lo haces?
—Claro. Por eso no me molesta el pasado de Steve. Todas las mujeres antes de mí fueron sólo eso.
La miró y supo que tenía más para aprovechar. Había estado tratando de cerrar la idea de cómo vencer la barrera de la joven, cuando de repente, se le acomodaban todas las piezas sin siquiera tener que esforzarse. A Aurora no le importaba el sexo, pero si supiera que Steve y Madison se habían amado... o que aún lo hacían, sería otro cantar. Pero debía ser sutil, para que no lo viera como el responsable de revelarle la verdad, sino el refugio al cual acudir cuando necesite un amigo que le cure el corazón.
—Pero ahora está aquí, por ti. Para ayudarte en tu aniversario.
—No está por mí. Ella nunca estará conmigo otra vez —fingió un tono compungido.
—¿Por qué?
—Porque me dejó por estar enamorada de otro.
—¿Y tú? ¿Sigues enamorado de ella?
Debía medir muy bien sus siguientes palabras. Decirle que sí, daría la gota de lástima que podría aprovechar. Pero como había descubierto en lo poco que llevaba de conocerla, podría no aceptarlo si creía que su corazón era de alguien más. Decirle que no, le facilitaría llegar a ella sin remordimientos posteriores por parte de la dorada joven.
<<Ingenua>>.
—Reconozco que verla remueve algo en mí. —Eso no era del todo falso—. Pero no puedes forzar a alguien a que te corresponda. Aprendí a vivir con eso. Además, ¿no se supone que si amas a alguien, lo deseas feliz? —Ella coincidió, comprendiendo su lógica—. Maddy debería luchar por recuperar lo que le corresponde. Pues lo merece. Están hechos el uno para el otro —explicó con una mano en el corazón, actuando en una escena de amor patético que estaba por arrancarle otra carcajada.
Estaba dejando caer la carnada.
Antes de poder indagar más, alcanzaron su destino, y la voz de Gilbert los interrumpió, para alivio de Edward que no podía contenerse más.
Aurora regresó al lado de Steve que se separaba casi abruptamente de Madison, y juntos avanzaron a la sala donde se desarrollaría el evento.
Mientras Gilbert explicaba, Steve y Madison se alejaron un poco de sus palabras y, aprovechando que Aurora estaba con Edward, el imponente hombre habló en voz baja, sin quitar la vista a su vicepresidente.
—¿Y Jason?
—Shhhhh, no lo menciones mucho y menos cerca de Eddy —se giró, comprobando que el inglés estaba distraído con la señora Sharpe. Regresó su vista al frente, pero su rostro se cargó con cierta tristeza—. Está de viaje, trabajando para mi próxima gira.
Steve la notó de reojo.
—¿Pasó algo?
—No. Bah —se encogió de hombros—. Sólo una discusión.
—¿Por acceder a esto? —Maddy asintió—. No vale la pena arruinar lo mejor de tu vida sólo por complacer a Edward.
—No es por eso que se enfadó. O no sólo por eso. Sabe lo importante que Eddy fue en mi vida. Y tú. Sólo que no comprende que después de lo que ocurrió, le dé otra oportunidad.
—Tampoco yo, si te soy sincero. De hecho, le estaría arrancando las bolas si fuera Morrison.
—A ti te creo capaz —rio entre dientes—. Pero sabes que mi Jason jamás aplicaría por la violencia.
—No te das una idea de lo que yo sería capaz —siseó—. Y la bandera de paz de Jason, puedo asegurarte que se la metería a Edward por donde no brilla el sol de ser necesario. —Maddy contuvo una risa y lo palmeó en el pecho—. ¿Entonces? Si no es por esto... ¿qué ocurre?
Sus delicadas facciones dejaron el tono jocoso.
—Le pedí que no apareciera en el evento cuando intentó adelantar su vuelta.
—¿Por qué? Creo que podemos actuar como adultos.
—Para eso, deberían serlo y yo solamente veo niños celosos y posesivos en cuerpos de hombres candentes.
—Entiendo. Tienes miedo de otra pelea.
—Pánico —confirmó, estremeciéndose al recordar lo sucedido meses atrás—. Y con ello, que todo el mundo se entere de esa manera sobre Jason y yo.
—No lo permitiría.
—No quiero que otros peleen por mí.
—Comprendo. Aunque no esté de acuerdo. Deberías dejar que te acompañe. Es tu pareja. Te ama. Y pienso que es hora de que lo hagan público.
—Él piensa como tú. En todo.
—Bueno, es un hombre inteligente —estiró su boca en una media sonrisa cuando notó a su amiga rodar sus ojos—. Y por eso discutieron.
Había más que no se atrevía a reconocer. Porque Steve era el otro motivo.
—Sólo lo protejo —sentenció.
—O te proteges.
—¿De qué? —Lo miró confundida, y ambos enfrentaron sus miradas que habían mantenido hacia adelante fingiendo escuchar a Murphy y Denali.
—Eso lo sabrás tú.
Regresaron su atención a Gilbert cuando este elevó la voz, lo que los hizo separarse de golpe, llamando la atención de Aurora y Edward; y segundos después, Steve recibió el cálido cuerpo de su esposa, al que su entidad ya echaba de menos.
***
Habían pasado el resto de la mañana enfrascados en diferentes tareas. Crystal había desaparecido junto con el productor a cargo, que la recibió con el desagrado sin disimulo en su cara.
El resto se sentó en una mesa en un rincón, dirigiendo cada tanto su atención al accionar de sus empleados para debatir y ultimar detalles.
Aurora abría sus ojos absorbiendo cada elemento con fascinación. La voz de Madison arrastró sus ojos hasta donde esta se encontraba.
—¿Qué les parece si vamos todos a almorzar? —propuso la exmodelo.
—Excelente idea —concordó Gilbert, chequeando su reloj y comprobando que era casi mediodía—. ¡Una hora de descanso! —gritó y su orden fue hecha eco por otros en el estudio y como una ola, las manos fueron quedándose quietas y el espacio abandonado de a poco.
—Tú también estás invitada, Denali —indicó Aurora con una sonrisa franca de oreja a oreja.
—Yo... mmm, no sé si deba... hay muchas cosas todavía por hacer —observaba de reojo hacia Gilbert con evidente nerviosismo.
—Sólo será una hora —atajó la pelinegra, tomando el relevo y coincidiendo con Aurora.
—No veo ningún problema. Le pediré a Andrew que se encargue de Hunter.
Ante la mención del asistente del dios Sharpe, Madison tembló. Ese hombre siempre le daba escalofríos.
Fueron encaminándose hacia la salida, cuando Crystal apareció a paso acelerado, haciendo escándalo con sus tacones.
—¡Eddy! Aquí estás —se lanzó sobre su brazo, ignorando la cara de hastío del inglés—. ¿Dónde quieres ir a almorzar?
—Nosotros estamos yendo a nuestro restaurante habitual. Tú haz lo que quieras.
—No seas así —frunció la boca en un puchero que la hacía ver ridícula.
Madison puso sus ojos en blanco y Edward sonrió al verla, y su maquiavélica mente inició una provocación para su disfrute.
—Tienes razón. Después de todo, yo quería que estuvieras aquí —coqueteó con ella, pasando su brazo por la cintura liposuccionada de la asistente plástica—. Ven con nosotros.
Otro bufido de la modelo.
—Me siento como la quinta pata —acotó, molesta.
—Será la séptima —molestó Edward.
—Como sea, todos están en pareja —masculló Madison.
Gilbert y Denali giraron con los ojos desorbitados y de manera automática se separaron un paso atrás.
—¡No somos pareja! —gritaron al unísono.
—Bah, como digan. Eddy y la señorita Rivers tampoco. No es el punto.
—Bueno cariño —ronroneó Chadburn, rodeándola por la cadera con su brazo libre, mientras del lado opuesto Crystal se aferraba a él de forma posesiva—. Si no quieres sentirte excluida, podemos hacer un menaje a troi. —Aurora abrió sus ojos al escucharlo y se sorprendió con la naturalidad con la que lo recibía Madison—. Como en los viejos tiempos —susurró contra su lóbulo, pero su comentario no evitó alcanzar el oído agudo de la mutante—. Una rubia y una morena... —pronunció alzando nuevamente su voz gruesa—. Mmm... sólo faltaría la pelirroja y tendría mi fantasía cumplida —sus orbes color chocolate cayeron sobre la dorada muchacha que seguía la conversación abrazada a su marido.
El resto emitió risas ante su comentario, en particular Crystal, que se sentía aludida.
—Sería todo un placer. —Su centro palpitó con sorpresa ante la excitación que le provocó imaginarse en una cama con Eddy y la hermosa cantante que admiraba.
—Tú no eres rubia natural —atajó el castaño sin desviar su mirada de su real objetivo, hasta que los gélidos témpanos de Steve lo hicieron chocar como al Titanic. Pero era un sobreviviente y no le importó la advertencia del soberbio hombre y sólo se encogió de hombros.
—Eddy, si decido hacer un trío —<<otro>>, aclaró el subconsciente de Maddy—, no sería contigo, ni mucho menos con una barbie plástica.
Se liberó del tentáculo del hombre y buscó su contraparte rubia, sujetándose del brazo de Steve, que seguía con su gesto duro y frío.
Aurora no pudo evitar que sus ojos rodaran hasta el punto de unión entre la pelinegra y su esposo. Su mente terminó de completar la frase de Madison y un revoltijo de sensaciones bailó en su estómago.
<<¿Significaba acaso que lo haría con Steve?>>.
La voz de Edward, que no se había perdido la reacción de la rubia, la desvió de su confusión.
—Aurora, lindura, ¿nunca has hecho un trío? Oh, no, claro que no. Si tú...
—Corta el rollo Chadburn —gruñó amenazante Sharpe, con evidente irritación.
—Sólo decía —conectó sus ojos con los ambarinos brillantes e hipnotizante y por un momento se la imaginó con la mirada oscurecida por el deseo debajo de él y se excitó—. Estoy dispuesto a...
—Dije basta.
—Está bien cariño. Sólo bromea.
<<¿Verdad?>>.
Aunque su cabeza jugó con la imagen de Steve, ella y Madison juntos... ¿podría? ¿Steve lo desearía? Sacudió la idea. Ella sólo quería ser de él. Y esperaba que él se sintiera satisfecho sólo con ella.
***
La mesa en el exclusivo restaurante londinense era ruidosa y no les importaba. Aurora miraba maravillada la interacción entre sus compañeros, participando ella misma, compartiendo su risa alegre ante cada anécdota que lanzaban al centro de la mesa como si fuera alimento a engullir.
Steve se mantenía callado o entregando monosílabos, con su gran porte recargado sobre el respaldo de la elegante silla del restaurante. Su mirada de águila se posaba sobre los labios de su niña, que hablaba y sonreía con el resto. Su cuerpo comenzaba a encenderse y el fuego en su entrepierna amenazaba con arrasar con todo a su paso.
Una media sonrisa cargada de perversión se plantó en su cara. El morbo tomó posesión de su entidad dominando su mente y mandando sobre su mano, que escondida de la vista de los demás, acarició la rodilla de su esposa por debajo de la mesa.
Aurora volteó hacia Steve sin dejar de compartir sus campanillas ante un chistoso Edward. Le sonrió con dulzura al percibir el gentil tacto de su hombre. Sin embargo los ojos escurecidos del rubio borró su gesto y su risa se cortó abruptamente cuando sintió que la atrevida e intrépida mano comenzaba un ascenso por su pierna deslizándose por debajo de su falda, quemando la piel del interior de su muslo.
Apretó con fuerza los cubiertos para no empuñar la tela del mantel y arrastrar todo lo que sostuviera la mesa a medida que su cuerpo respondía al pecaminoso y cruel tacto de su marido.
Los largos y ásperos dedos se movían con extrema sutileza, volviéndose un suave y erótico arrullo sobre su piel, erizándola. Las corrientes eléctricas a medida que cerraba el espacio hasta su centro sensibilizado se irradiaban por cada terminación nerviosa. Sentía la provocación dibujar círculos en el límite de sus bragas de encaje, que en ese momento no sabía si agradecer o maldecir por haberse colocado, pues creaba una frontera de tela entre los dedos de Steve y su ansioso, necesitado y palpitante sexo.
Steve se encontró con la inesperada resistencia de la seda, y eso lo excitó por demás. Pasó un dedo por encima de la vulva cubierta, sintiendo la humedad y calidez de la entrepierna de Aurora. Se regocijó al notar cómo la afectaba.
Su respiración era agitada. Su boca estaba entreabierta y sus mejillas estaban teñidas de rojo.
—¡Steve! —El llamado de Gilbert hizo voltear el rostro del hombre hacia el punto de origen, sin por ello quitar la mano de su objetivo o desatender su faena—. No me escuchaste.
—Lo siento. ¿Qué decías?
—Te comentaba que mañana será un día intenso con los ensayos generales. Habrá mucho movimiento.
El propietario de Sharpe Media asintió fingiendo atención, cuando en realidad, su mente y cuerpo estaban sumergidos en otra tarea. Frotaba un dedo perverso preguntándose el color de la prenda que cubría su destino.
El muy maldito fingía tener su atención sobre lo que decía Gilbert, ignorando adrede la mirada recriminatoria de Aurora.
<<Será cínico>>.
Su mente no pudo continuar con sus protestas porque el dedo atrevido la invadía cada vez más, limitado por la suave prenda. Y la estaba enloqueciendo. La danza macabra la haría colapsar vergonzosamente delante de todos, y aun así, lo disfrutaba al máximo. Quiso cerrar sus ojos cuando su ropa interior fue deslizada a un lado y la gran mano de Steve se apretó sobre su pubis y su pulgar cambió lugar, sumergiéndose entre sus pliegues, mientras su palma se frotaba cruelmente contra su clítoris hinchado.
Pero contuvo su impulso. En su lugar, bajó la mirada al plato, ignorando todo a su alrededor.
El pulgar comenzó a moverse más rápido y un jadeo sigiloso se coló entre sus labios.
—Aurora, linda, ¿estás bien? —La ronca voz de Edward le hizo saber que no había sido tan silenciosa y estaba por quedar expuesta—. Te ves acalorada.
Tragó grueso. Tomó rápido la copa con agua y la pasó por su garganta seca. Su voz salió ahogada.
—Sí, claro. Debe ser que está muy picante —una mentira tan grande como un elefante. Como la vergüenza que la asaltaba.
—¿Quieres que nos vayamos, mi niña?
Dirigió su rostro enfurecido —y lujurioso—, sobre el de Steve, que giró con lentitud hacia ella. La oscurecida mirada se estaba burlando.
—No. Sigamos, por favor.
Ese ruego hablaba mucho más que sólo sobre el almuerzo. Y una de las comisuras de Steve se estiró con suficiencia.
El resto continuó con su conversación, exceptuando a Edward, que sólo movía cada tanto su cabeza sin dejar de mirar de reojo a Aurora. Intuía lo que estaba pasando por debajo de la mesa y de sólo imaginar la escena se estaba empalmando. Le excitaba saber que la inocente Aurora se dejaba arrastrar por depravados juegos y la película en su mente se hacía más obscena, cambiando al protagonista en esa historia.
Mientras tanto el billonario proseguía con su avanzada. Entraba y salía con su dedo, estimulándola con maestría. Se empapaba de ella y pasaba sus jugos por su bordes y volvía a arremeter.
Cuando sacó el pulgar, dejó caer una risita al escuchar un bufido de la mujer, que plantó sus ojos hechos fuego sobre él. Se la veía molesta y eso divertía a Steve.
Pero cuando pasó el brilloso dedo por su propio labio inferior para luego lamerse la zona afectada con total descaro, su vientre vibró. Lo que había hecho le parecía una de las cosas más eróticas y calientes que le había visto hacer.
—Dulce —soltó en un susurro ronco sólo audible para ella.
Eran unos atrevidos. Delante de todo el grupo habían formado su propia burbuja cargada de lascivia y deseo.
—Cariño, creo que tienes algo en el labio —rozó con provocación el mismo dedo masculino sobre la boca que llamaba al pecado antes de volver a esconder la mano—. Mejor, ¿no?
Le correspondió recorriendo con su rosada lengua su labio de cereza. Lo hizo muy lento, terminando por morderse el inferior.
Los ojos de azul profundo vueltos negros cayeron sobre la boca. Pero cuando su mano regresó a su trabajo, su mirada pasó al frente, pretendiendo seguir el diálogo de la mesa.
Otro dedo tomó el relevo y comenzó a jugar entre sus labios vaginales. Los recorría, como si necesitara reconocer el terreno del que tomaría posesión. Ese roce volvía a quemar la piel de Aurora, que no se había apagado a pesar de la distancia tomada por unos minutos. Por el contrario. La tortura a la que Steve la sometía la tenía al borde del abismo.
La invadió sin sutileza, aprovechando lo mojada que estaba. El nuevo dedo, más largo, alcanzaba más profundidad. Hacía círculos maliciosos en su interior, cambiando el ritmo. Más lento, más rápido. Y seguía. Seguía y seguía, sin parar. Con una energía intensa y electrificante.
Estaba por colapsar. Sus piernas se retorcían y el esfuerzo que hacía para mantenerse impasible era descomunal, cuando lo que quería era lanzarse sobre la mesa, abrirse por completo de piernas, arquearse y gritar como una desquiciada.
Pero el lujurioso Sharpe llevó la perversión a otro nivel. Y su placer. Que aumentó cuando un segundo dedo se sumó a la tortura.
Estaba chorreando. Se sentía un desastre entre sus piernas con cada arremetía de los dedos. El tenedor en su mano izquierda estaba a punto de ser doblado en dos. Y su mano derecha abandonó el cuchillo y se aferró a la muñeca gruesa del hombre, a escondidas de la vista de los demás.
No para detenerlo, sino para exigirle más.
<<No puede ser... ¿en qué me convertí? ¿Cómo es que esto me parece tan delicioso?>>.
Ni una gota de remordimiento asaltaba su mente. Por el contrario. Lo encontraba fascinante y adictivo.
Los dedos seguían entrando y saliendo. Entrando y saliendo. O se quedaban profundos, flexionándolos, alcanzando puntos tan sensibles que le hacían ver las estrellas. Acariciando su canal, haciéndola tensionarse.
El ritmo fue acelerándose. No entendía cómo la mitad de su cuerpo que quedaba a la vista —el de ambos— lucía tan tieso como estatua cuando por debajo era una batalla campal.
El nudo en sus entrañas comenzó a formarse. El torbellino de placer se centró en la zona castigada y supo que un orgasmo demoledor la abrasaría en cuestión de segundos. Sus piernas y los dedos de sus pies se retorcían desesperados por la liberación.
Todo su cuerpo tembló y colapsó, volviéndose gelatina tras el derrame de sus néctar, que sintió embarrar la mano enterrada en ella y entre sus muslos.
Contuvo el grito del punto cúlmine con una mordida en su labio tan bestial que percibió el sabor de la sangre.
—En serio Aurora, te ves rara.
Esa vez, la que habló fue una preocupada Madison. Y el bochorno por lo recién hecho elevó aun más su temperatura corporal, enfureciéndola con el responsable, quien con un último pellizco en su clítoris, se despedía del juego haciéndola sentir vacía y sucia.
Deliciosamente sucia.
—Yo... debo ir al tocador de damas. Discúlpenme.
No levantó la mirada porque era consciente que sus ojos dorados estarían refulgiendo tras el orgasmo, por lo que tenía que aplacarse para no llamar la atención.
—Cariño, te acompaño —ofreció Steve, ocultando en su voz su burla en tanto usaba el pañuelo de tela que había capturado de su bolsillo para limpiar su mano de oro.
—¡No! —exclamó sobresaltando a sus compañeros y haciendo voltear a algunos comensales—. No —repitió, con la voz suave—. No hace falta —lo fulminó con su mirada, reprochándole la escena.
Se puso de pie con apremio y con su mejor intento de caminar a pesar de tener sus bragas deslizadas y sus muslos pegajosos, se dirigió a su objetivo.
—Creo que iré a ver cómo está —soltó Steve, metiendo el pañuelo de regreso a su lugar con disimulo y dejando la servilleta sobre la mesa al ponerse de pie.
—¿No quieres que vaya yo? Tú no puedes entrar al tocador.
—La esperaré afuera. —Lo que ocurría era que todavía no había terminado. Su deseo latente, concentrado en su dura erección lo obligaba a buscar su propia liberación—. Enseguida vuelvo.
Ocultando la evidencia de su pelvis al cerrar la chaqueta de su traje, siguió el rastro de aroma a flores y sexo de su esposa, llevándose sus dedos todavía impregnados de ella a la boca.
—Estos dos se han ido a follar —canturreó Edward.
—Steve no hace ese tipo de cosas —gruñó Crystal, irradiando envidia.
Madison y Edward intercambiaron miradas y se echaron a reír.
—No hace ese tipo de cosas —imitó sarcásticamente Eddy.
***
Cuando Steve apareció girando por el pasillo, unas manos lo apresaron de las solapas de su elegante saco, tomándolo por sorpresa y arrastrándolo tras una puerta que indicaba que era el cuarto de los implementos de limpieza.
Fue lanzado contra una pared y luego todo se hizo penumbras cuando la puerta se cerró.
El rubio sonrió al ver los dos luceros de oro brillando en el pequeño lugar, iluminado apenas por la luz que entraba a través de una rendija.
—Eres un maldito, Steve Hudson Sharpe —su voz vibró ronca, rozando la furia con la lujuria; y su marido lo notó—. Me las pagarás.
—¿Qué castigo tienes pensado?
Sus ojos fueron acostumbrándose a la poca visibilidad y la silueta de su diosa comenzó a definirse delante de él.
Se movía como una loba en la oscuridad. La vio recargar su trasero contra una mesa y saltar para sentarse en ella. Se levantó la falda, enmarañándola sobre sus muslos, cerca de su pelvis, mostrando su lencería.
Blanca, de encaje.
—Quiero tu dura erección llenándome por completo —abrió sus piernas, mostrando su húmedo sexo, todavía desnudo con su ropa interior a un lado—. Me has hecho pasar vergüenza provocándome en un lugar público, delante de tu amigos y una masturbación no es suficiente. Ahora quiero más —liberó los botones de su camisa hasta la mitad, dejando su turgente y generoso pecho a la intemperie, subiendo y bajando agitado.
No veía con claridad, pero sí lo suficiente para excitarse todavía más.
—Y te lo daré —avanzó con un gruñido, volviéndose el cazador, quitándose la chaqueta y dejándola a un lado—. Te follaré como el salvaje en el que me conviertes —pasó su corbata hacia atrás, ubicándose entre las piernas de Aurora—. Jamás había hecho una cosas así. Y no sabes cómo me puso.
—Muéstrame —ronroneó, lamiéndose los labios con hambre, mirando hacia el bulto en sus pantalones. Sus manos se ocuparon del cinturón y luego del botón y la cremallera. El simple sonido al deslizarlo hacia abajo ya la encendía a mil grados. La agrandada polla amenazaba con romper la tela del bóxer—. Todavía me sorprende que eso entre en mí.
Una pequeña risa ronca bailó en los labios de Steve.
—Te encanta que sea tan jodidamente grande. Que rompa tu coño cada vez que te coja.
—Por supuesto, aunque eso agrande más tu ego —tiró del borde de la prenda atrayéndolo por completo a ella y atacó su boca con un mordisco famélico.
Steve terminó de bajarse la ropa y desnudo de la cintura para abajo, tomó una de las piernas de su locura hecha mujer y se la llevó por encima de su hombro. No hubo juego previo. El brillo espeso en el sexo de Aurora la descubría ya lista para empalarla con profundidad.
Se clavó con fuerza, obteniendo la melodía de un grito corto, que ahogó en otro beso. Se aferraba a su culo, evitando así que cada choque violento de sus pelvis la alejara del punto de unión de sus cuerpos.
Arremetía como un toro embravecido ocupando con su boca la tarea de morder y marcar cada espacio de piel descubierta en el cuello y pecho de Aurora. Los chupones enseguida se convertían en diminutos brillos al regenerar la zona afectada. Era como si luciérnagas destellaran, iluminando intermitentemente el habitáculo.
Aurora no se quedaba atrás. Su cuerpo se llenaba de placer ante la verga que la atravesaba, golpeando su interior, haciéndose paso en ella para alcanzar el más recóndito rincón. Hacía su parte para acallar los gemidos mordiendo la carne dispuesta del cuello de Steve cuando este la atacaba a ella.
Sentía el cosquilleo de su curación, mientras sabía que los sellos que ella dejaba en la piel del hombre sanarían en cuanto alcanzaran su orgasmo. Sus uñas rasgaban su espalda sin importar la tela de la camisa que lo cubría.
El orgasmo se estaba formando en ambos como un inminente choque de placas tectónicas, a punto de destruir todo a su paso.
El empuje de su pelvis contra el sexo de su mujer era cada vez más frenético. La pierna que colgaba sobre su hombro la abría más a él y eso lo ponía como un puto loco. Salía y entraba. Cada vez que regresaba a su calidez, la golpeaba más fuerte con su propio cuerpo. La esencia cremosa y dulce de su diosa chorreaba sobre su miembro, llenando el lugar de su fragancia intensa, combinada con sus perfumes y sudor.
Era una puta fantasía de aromas, sonidos, dolores placenteros y temblores carnales.
La sintió cerca cuando se arqueó, alejando sus mandíbulas de su cuello. Pero aunque ella era la que quería castigarlo, él la torturaría un poco más.
Se detuvo y sacó la polla hasta el borde.
—¿Qué haces Steve? —rugió. Sus ojos estaban desencajados y encendidos.
Una siniestra sonrisa se curvó, antes de entrar con brusquedad otra vez, alzándola brevemente ante el impacto.
—No dejes de mirarme mi niña. Tú te correrás cuando yo te lo diga —la orden vibró en su interior, calentándola más y sólo pudo asentir—. Lo haremos al mismo tiempo. Como me gusta.
—Como nos gusta —jadeó.
Recibió una nueva colisión con sorpresa y excitación. Lo sabía cerca de su estallido y el maldito sólo alargaba el juego. Y eso le encantaba. Podía tenerlo así todo el día. Sin importarle que hubiera gente esperándolos.
Como si hubiera leído sus pensamientos, las estocadas de Steve se hicieron más largas, profundas y rápidas, formando círculos con su cadera, llevándola al límite de su cordura.
—Hagámoslo, mi amor, por favor —suplicó, deseosa, con sus miradas hundidas entre ellas. Una declaración de amor perpetuo en sus luminosos orbes—. Ya estoy ahí...
Unos embistes más y el terremoto destrozó todo a su paso. Ella se cerró con fuerza sobrenatural alrededor de su miembro, exprimiéndolo hasta vaciarlo, para llenarse de él. Se lanzaron a la boca del otro, con ojos abiertos y cargados de emoción más allá de la lujuria.
Sus labios se hicieron uno al igual que sus cuerpos aún enganchados, borrando límites físicos para hacer eco de sus almas unidas. Sus alientos se volvían la bebida del otro, absorbiéndose en besos profundos y lenguas enredadas.
—Te amo Steve —susurró contra su boca. Sus manos ahora calmas, acariciaban su cabello revuelto con cariño.
—Te amo mi niña —correspondió con voz afectada, escondiendo su cara en el hueco entre su hombro y cuello. Todavía no le cabía en la cabeza que esas palabras pudieran brotar tan fácilmente con Aurora, y que su corazón, pasado el frenesí del sexo, anhelara más intimidad con la razón de su nueva existencia—. No te das una idea cuánto amor mío.
Regresaron uno atrás del otro después de adecentarse, con Steve guiándola con una mano en su espalda baja, conteniéndose para no llevarla hasta el culo.
Los cinco pares de ojos se movieron hacia ellos en sincronía hasta que se sentaron.
Fue entonces cuando la mutante se percató que sus cubiertos estaban deformados en ángulos de noventa grados. Y la imagen de la razón de ese estado encendió sus mejillas. Con rápidez una vez sentada, los tomó y protegida de la vista de los demás, los enderezó sin dificultad, antes de regresarlos a su lugar.
—Les dije que se habían ido a hacer cosas sucias.
La jocosa voz del hombre de ojos color chocolate captó la atención del matrimonio. Y del resto de los acompañantes.
—¿De qué hablas Edward? —respondía Steve, fingiendo demencia mientras tomaba su servilleta y la colocaba en su regazo, sin levantar la mirada.
—La cara de recién follados los delata. Veo que tienes algo de pervertida, Aurora. Me gusta —guiñó un ojo, recibiendo un sonrojo que lo empalmó todavía más debajo de la mesa. Esa noche lo esperaba otra paja con la visión de los dorados ojos. O metido en el nuevo coño que tan cálidamente lo había recibido la noche anterior.
—¿Envidioso? —contraatacó Steve.
—Para nada. Más bien, excitado. Además, yo tuve lo mío anoche.
Los ojos de Crystal se abrieron completamente, para enseguida cargarse de veneno. Si las miradas asesinaran, Edward sería cadáver.
Sin embargo, el hombre se encogió de hombros con total desinterés, sin dignarse a dirigir sus ojos marrones a la ojiverde.
Aurora y Steve intercambiaron miradas en una muda conversación. Pues sabían que la asistente había sido dejada en el hotel sola. A no ser que el castaño hubiera dado la vuelta.
Madison ignoró a Edward y sus comentarios y se enfocó en Aurora.
—No te preocupes cariño. Nosotros sabemos de eso, ¿verdad? —guiñó su ojo hacia el rubio, que endureció su mandíbula. Aurora siguió la secuencia y toda la felicidad recién adquirida tomó un tinte oscuro que no identificaba—. No somos inocentes Aurora, y tienen un matrimonio sano y lleno de energía. Bien por ustedes —brindó, entre risas.
—Yo... no sé qué decir.
Su estómago se sentía rígido de golpe.
—Entonces no digas nada. Nadie necesita escuchar lo que hicieron —espetó con furia la platinada.
—Pues yo creo que están locos —murmuró tímida Denali—. Pero una buena locura. Son valientes y no temen expresarse y dejarse llevar por lo que sienten —una mirada fugaz a su compañero de al lado cristalizó sus ojos antes que regresara su atención a su plato, ya vacío.
Gilbert carraspeó y se removió incómodo en su lugar, simulando sordera.
—Pidamos el postre y regresemos. Aún hay mucho por delante y ya estamos en la cuenta regresiva.
Todos asintieron.
La hermosa india se mantuvo en silencio, pero un leve roce sobre su muslo la despertó de su encrucijada mental, girando su cabeza hacia Gilbert, que la miraba de reojo.
Bajó su delicada mano, lejos de ojos ajenos donde sus dedos jugaron por debajo de la mesa, recibiendo de ese sutil tacto una corriente eléctrica que, aunque prohibida, le devolvió algo de alegría y vida a su alma. No importaba que fuera algo tan efímero como el aleteo de una mariposa. Ese roce, ese instante lo haría eterno en su mente y corazón. Ningún mañana se lo quitaría.
Sus ojos se encontraron y suaves sonrisas fueron regaladas entre ellos.
N/A:
UUUUFFFFF... qué calor... así, da gusto ir a comer... jejeje...
Espero que les haya gustado. Dejen sus comentarios y estrellitas!
Gracias por leer, Mis Demonios!
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