Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

15. Otro encuentro del pasado

15. Otro encuentro del pasado.

—¿Madison?

Giró su silla como un bólido sabiendo de antemano el rostro burlón que lo recibiría.

Y así era. La hermosa pelinegra se veía con sus labios pintados de rojo apretados en una fina línea y sus mejillas infladas a punto de estallar.

En cuanto conectaron sus miradas, la mujer liberó la violenta carcajada, llevando sus manos a su vientre como si estuviera en dolor.

Sharpe rodó sus ojos y gruñó resignado regresando su espalda al apoyo mullido, del cual se había despegado ante el sorpresivo encuentro.

—¡Qué castigo estoy recibiendo! Ahora sé con certezas que fui un hijo de puta al que ahora el karma castiga enviándote a molestar.

Esperando pacientemente a que la mujer se detuviera, dos dedos comenzaron a jugar con la alianza dorada que brillaba en su mano izquierda, haciéndola girar en su dedo anular.

Madison trataba de hablar, pero las risas la ahogaban, mientras lágrimas inundaban sus ojos celestes.

—Por... favor... —sacudía una mano por delante de ella. Steve sólo la contemplaba con el semblante serio e indiferente—. Ha... sido... lo... mejor... que... he... escuchado... en... mucho... tiempo... —decía de forma entrecortada, intentando recuperar el aire.

Cuando sus risas disminuyeron, inhaló profundo y se enderezó. Pasó sus dedos por sus párpados inferiores, secando la humedad en ellos. Menos mal que su delineado era a prueba de agua. Una vez recompuesta, caminó con la elegancia de una pasarela hasta detenerse de pie delante del gran y macizo escritorio.

—¿Terminaste con tu ridículo escándalo?

Asintió, todavía vistiendo una sonrisa socarrona en su bello rostro.

—Bueno, al menos, sé que tienen una vida sexual intensa y saludable. Dime, ¿qué tenías pensado hacer?

Apoyó sus manos de perfecta manicura sobre el imponente escritorio e inclinó su cuerpo hacia adelante, estirando su cuello hacia el hombre. Steve se acercó más hacia la mesa, escondiendo el punto de interés de la mujer debajo de la estructura.

—Nada que tú hayas disfrutado —respondió con sorna provocativa.

—Auch —llevó una mano a su pecho irguiéndose—. Debería sentirme ofendida. Estaba segura que nadie te daría mejor sexo que yo.

—Pues estabas muuuy equivocada.

Su rostro seguía indescifrable, pero en el fondo de su azul profundo un brillo travieso y sugestivo reveló un Steve diferente.

—Siento que mi autoestima está siendo bombardeada como Sarajevo.

—No creo que algo logre menguar ese ego tuyo.

—Miren quién habla. El muerto se ríe del degollado.

—Imagino que Chadburn te llamó —ignoró su pulla.

—Imaginas bien. Anoche me dijo que habías llegado junto a tu mujercita y tenía que venir a conocer a la susodicha.

Jugaba a ser una perra, cuando en realidad estaba feliz por su amigo. Y curiosa por la única mujer que había obtenido lo que tantas habían deseado.

Incluyéndola.

La sensual modelo se deslizó hasta la punta opuesta de la oficina, donde un gran sofá decoraba una esquina. Se sentó en un extremo y dando suaves palmadas sobre el fino cuero, llamó a su amigo a su lado.

Este dudó un momento, pero tras un largo suspiro, correspondió al pedido y en breve estuvo sentado junto a Madison.

Al menos, su erección estaba enfriándose. No era algo que lo avergonzara delante de su antigua amante, que lo repasó con una ceja arqueada.

—Creo que lo primero que debo decirte —sus orbes celestes se habían vuelto opacos y su tono era de consuelo—, lamento lo de Gerry.

El cuerpo de Steve se tensionó, irguiendo su espalda por completo en su lugar. Una mueca extraña se asomó en sus facciones.

—Yo también. No te das una idea de cuánto.

—He ido a verlo al cementerio. Era un hombre encantador que te adoraba.

—No quiero hablar de ello. Ni ahora, ni nunca.

—No te cierres querido. Era tu amigo. ¿Irás a visitarlo?

—No hay nada que visitar. Cumplí con la tradición de su familia, pero no comparto el hablarle a una piedra. Ya no está. Y no quiero repetirlo. No insistas. Y no arruines mi humor. 

—Hay veces que no te entiendo. Creí que estar casado te haría más empático —se calló de inmediato al ver el semblante endureciéndose, señal de estar en terreno peligroso—. No diré nada más sobre el tema.

Con la habilidad que le proporcionaba su personalidad chispeante, decidió retomar el rumbo de su reencuentro y con una enorme sonrisa se abalanzó sobre el rubio.

—¡Oh, Steve! —Lo envolvió entre sus delgados y largos brazos, apretándolo contra su cuerpo. El hombre aceptó el gesto, entregando su propio abrazo—. Me siento tan dichosa y orgullosa de ti —soltó contra su cuello, acariciándolo con la nariz.

No habían estado en tan estrecho contacto desde su última follada meses atrás. Y aunque su corazón pertenecía a otro, su cuerpo reconocía el calor, la masculinidad y el aroma del que siempre sería su más salvaje y desenfrenado sexo.

Como también distante e inaccesible. 

Cuando las imágenes de ambos desnudos asaltaron su mente, se alejó de inmediato de aquella embriagante y atrapante anatomía.

Carraspeó, tratando de ocultar su bochorno. 

Lo tomó de la mano, centrando su atención en la joya que lo proclamaba propiedad de su mujer.

—Jamás creí vivir para verte usar esto —suspiró antes de liberarlo. Sus labios se estiraron en una gran y hermosa sonrisa—. Por cierto, ¿dónde está esa hechicera que parece que obró magia en el mayor cabrón mal parido, ególatra y frío hombre?

—La verdad, no te extrañé para nada.

Madison esbozó una sonrisa socarrona.

—Esa es una puta mentira. ¡Claro que me extrañaste! A pesar que me ignoraste por meses y me excluiste de tu casamiento. ¡Debería haber sido tu dama de honor! —Él negó lentamente con su cabeza, como un hombre resignado. Volvió a fijar su azul profundo en ella—. Te ves diferente. Aunque trates de engañarme.

Una tenue sonrisa tironeó desde uno de los lados de la apetecible boca de Steve. Una acción que había dejado de compartir durante años y que alegró a su amiga por fin volver a ver.

—Eso espero, porque Aurora me hace diferente y sé que tú siempre tuviste razón sobre mi corazón.

—Lo tenías —asintió emocionada—. Lo tienes. Sólo había que sacudirlo.

—Ella lo hizo —resopló—. Créeme. Sí que lo hizo. Con la fuerza de un huracán.

—Y... ¿Cómo es ella?

—Mi niña es la mujer más hermosa, inocente, valiente, brillante y noble que existe. Su sonrisa no se compara con nada, iluminando cada rincón de mi alma más que el mismo sol. Sus ojos son simplemente dos luceros que encantan a cualquiera y su risa... mierda... no creo que haya un mejor sonido que su risa. O, bueno, uno de los mejores al menos.

Porque su música al amar y escuchar su nombre entre gemidos lo llevaban al cielo y al infierno con extrema facilidad, siendo una de las maravillas más increíbles de su vida. Puro éxtasis.

Su media sonrisa se estiró un poco más ante ese pensamiento.

Madison no pudo contener una carcajada, comprendiendo sus palabras. Y admirando el semblante transformado durante su descripción.

—Reconozco que algo sucio acaba de pasar por tu bella y sedosa cabeza. —Sus cejas bailaron hacia arriba con gracia repetidas veces—. Vaya... suena a toda una fantasía hecha realidad... —notó el pecho de Steve hincharse de orgullo—. Y por niña te refieres...

—Una jovencita de veintiún años.

—¡Mierda Steve! —Abrió enorme sus ojos—. Cuando ella nacía, tú empezabas la secundaria. Cuando ella iniciaba la primaria, tú finalizabas la preparatoria. O cuando ella terminaba la primaria, tú ya follabas a las trillizas en la universidad, a punto de obtener tu título.

En realidad, nada de eso era correcto en la quimérica muchacha que había nacido de una cámara de crecimiento acelerado como la joven adulta que era.

—Entendí la referencia. Ella es varios años más chica.

—Eres su Sugar Daddy. —Bufó molesto. Odiaba esa comparación—. Y esa niña... ¿qué tan inocente era cuando la asaltaste?

—Joder, Madison. No voy a responder eso —pasó su mano por su melena.

—¡Era virgen! —Una risa más estruendosa rebotó en la estancia. Golpeó el fuerte pecho de su amigo, sin lograr siquiera perturbarlo—. Cuando te dije que te buscaras a una virgen no creí que fueras a hacerme caso. Te aprovechaste de ella. ¿Cómo no iba a caer en tus garras de dios sexual y conquistador del Olimpo?

—Ahí es donde te equivocas. —Lo miró confundida—. Ella fue la que me hizo caer de rodillas totalmente desarmado. Además, no sabía que era virgen hasta que estuvo en mi casa.

Las facciones de su amiga se relajaron ante lo evidente. Steve Sharpe estaba real y completamente enamorado.

—A mí nunca me llevaste a tu mansión... ¿cómo lo logró tan fácil? Tienes que contarme cómo fue todo.

Como respuesta, recibió un encogimiento de hombros.

—Lo haré. Pero no ahora. No tenemos tiempo suficiente —miró su reloj Patek Philippe. Ya debe estar por llegar.

Se quedaron en un silencio lleno de complicidad por algunos minutos, que fue roto por la profunda y gruesa voz que hacía estragos en las hormonas de toda mujer con sangre en las venas. Y Madison no era la excepción. No creía que alguna vez hallara un antídoto completo para combatir la atracción que ese hombre le causaba.

—No sé cómo podré agradecerte por todo Madison —murmuró.

—Sí lo sabes. ¿Acaso te has olvidado de aquella noche donde hablamos de amor?

***

Regresaban entre risas discretas y bromas, con Hunter trotando al lado de Aurora. Habían disfrutado de la compañía de la otra y Aurora había podido comprobar que Denali era muy apreciada por todos con los que se cruzaban.

Se detuvieron delante del escritorio de la asistente, ubicado entre las puertas de las dos oficinas que dominaban el funcionamiento de Sharpe Media en Londres, las cuales se encontraban enfrentadas a cada lado del ancho pasillo.

—Muchas gracias por ser tan excelente guía, Denali.

—Ha sido todo un placer, señora Sharpe.

—Oh, no, por favor. Sólo Aurora. Te lo suplico. —Su pedido era acompañado por sus enormes ojos que imploraban como los de un cachorro—. No me gusta que me digan señora Sharpe.

—Muy bien —rio—. Aurora.

La mujer guardó silencio sin apartar sus ojos de la muchacha de mirada ambarina. Era muy evidente que había algo que la hacía dudar en hablar o no.

—¿Ocurre algo, Denali?

—No. Yo... lo siento —negó eufóricamente—. No es nada. Una tontería.

—Dime, por favor.

Su voz suave obró su magia, infundiendo seguridad a la empleada.

—Sólo... que... me alegro que llegara a la vida del señor Sharpe. No lo conozco demasiado, pero siempre me pareció distante, algo triste y solitario. Y aunque no lo he visto sonreír todavía, se siente emanar de él otro tipo de energía. Usted le ha dado paz.

—Gracias por tus palabras —sonrió conmovida, con sus ojos cristalizados—. Él también me ha dado la mía.

La puerta detrás de ellas se abrió, enmarcando la figura de Murphy.

—Oh, lo siento Aurora, no sabía que ya estaban aquí. ¿Todo estuvo bien?

—Sí, Gilbert, gracias. Tienes una verdadera joya aquí —sonrió ante el rojo en las mejillas de la mujer y la evidente incomodidad del hombre.

Gilbert carraspeó para recuperar su voz.

—Señorita Vasav, por favor, necesito que pase a mi despacho —habló en tono firme sin mirarla.

—Sí señor. Enseguida.

—A no ser que necesites algo más, Aurora —se apuró a aclarar el hombre.

—Para nada. Es toda tuya —guiñó un ojo y rio entre dientes cuando la respuesta de ambos fue un nuevo sonrojo más evidente.

Ya sola en el pasillo, salvo por su canina compañía, giró sobre sus talones para ir en busca de los brazos de su amado Steve. Caminó con sigilo hasta la puerta pretendiendo sorprenderlo. Pero unos murmullos del otro lado la sorprendieron a ella, deteniendo su mano en el aire, justo antes de atrapar el pomo.

¿Acaso te has olvidado de aquella noche donde hablamos de amor?

No, no lo hice.

Una alarma la asaltó y la sonrisa que lucía se esfumó. 

No reconocía la voz de la mujer. Pero sí la del hombre que conversaba con ella. <<¿Por qué hablarían de amor Steve y ella?>>.

Entonces, vienes a cumplir nuestro trato.

Esa es la idea.

Su corazón comenzó a palpitar con fuerza dentro de su caja toráxica. No podía moverse y no comprendía el motivo. ¿Por qué se había paralizado en lugar de entrar al despacho de su marido?

Había algo en las palabras que se intercambiaban que le producía una sensación extraña en sus entrañas.

¿Dónde está ella?

Con Denali, recorriendo las instalaciones, aunque no creo que demore mucho más.

Por eso no tenemos tiempo suficiente.

<<¡¿Tiempo para qué?!>>. 

Los ladridos de Hunter, que la miraba ansioso porque se moviera la sobresaltaron, delatando su posición, por lo que se vio obligada a proseguir con su avance, escuchando las últimas palabras.

Está aquí.

Ay, que me muero.

Lentamente abrió la puerta y sus ojos recorrieron el ambiente desde el escritorio hasta el sofá del que Steve y una hermosa mujer se acaban de ponerse de pie.

Su voz no parecía querer manifestarse mientras contemplaba a la pareja que se hallaba muy junta, rozando sus brazos.

Tenía ante ella a la que creía debía ser la mujer más hermosa que hubiera visto.

Los primeros pasos que esta dio hacia Aurora fueron lentos y destilaban distinción.

Sin embargo, cuando las palabras salieron de su boca, el tono melodioso contrastó de forma curiosa, dejando perpleja a la muchacha por su desparpajo.

—Oh, mierda, mierda... ¡no lo puedo creer!

Se dirigió directamente a la rubia que identificó como la responsable de obrar milagros en su amigo.

En cuanto la tuvo de frente le tomó las manos como si fueran conocidas de toda la vida, recibiendo en respuesta una graciosa cara de confusión.

Se analizaban mutuamente, apreciándose.

Una tenía una cascada de color azabache perfectamente alisado y atado en una coleta alta, con un brillo de revista. Era alta y de piel pálida y sedosa, de un metro ochenta y figura delgada, con suaves curvas. Vestía con glamour sin ser avasallante. En la medida perfecta. Todo en ella gritaba perfección.

La otra, casi ocho años menor, llevaba el cabello dorado suelto rozando sus hombros con algunas ondulaciones entre sus hebras. La diferencia de estatura era de nueve centímetros, y el cuerpo, aunque también delgado, era sensual, torneado y atlético, con generosos senos y un trasero redondo y tentador. Su piel, en contraste, era de un dorado suave y delicado, como si hubiera sido apenas abrazada por los rayos solares. Y vestía con simple elegancia.

Era como contemplar a la Luna y al Sol personificados en deidades femeninas.

—Lo siento, cariño. Esta es Madison Pawlak. Modelo y cantante. Y cuando se emociona, su boca es propensa a escupir malas palabras.

—¿Madison? —La única vez que había escuchado su nombre había sido por boca de un ebrio Edward y las incógnitas sobre ella se acumulaban en su cerebro—. Ustedes... ¿son amigos? —arqueó una ceja. Contemplaba a uno y a otra de forma alternada.

La cercanía con la que los había encontrado había provocado que su pecho ardiera de una forma incómoda y nada deseable. Era como volver a ver a Crystal sobre su esposo.

La manera en la que Aurora llevaba sus ojos dorados entre él y Madison lo avergonzó por primera vez en su vida, como si hubiera un secreto que estaba siendo descubierto.

Steve sabía cuál era y su consciencia le gritaba que dejara en claro su relación con la pelinegra en cuanto fuera posible. Sin embargo, la sensación de temor y culpa lo embargó inexplicablemente.

—Grandes amigos —respondió con orgullo Madison—. Desde hace años. ¿No te habló de mí? —volteó a Steve, quien mantenía sus ojos posados en Aurora—. ¿No le hablaste de mí?

La rubia fue la que respondió.

—No, no lo hizo —sus ojos cayeron con cierto reproche sobre Steve—. De hecho, nunca habló de tener amigos.

—Pero conociste a Eddy, ¿verdad?

—Sí. Él fue una sorpresa. Y tú eres la segunda —giró hacia su esposo—. Para alguien que no le gustan las sorpresas, sí que me sorprendes constantemente, mi amor. —Por primera vez en su vida, el tono de su voz se asemejó a una corriente helada, que no pudo evitar soltar.

—Me siento ofendida. Pero todo quedará perdonado si tú y yo nos hacemos amigas.

Aurora parpadeó, sorprendida regresando a los ojos celestes.

—Tú... ¿quieres ser mi amiga? —Madison asintió. Escudriñó el rostro de la hermosa mujer, y sólo vio sinceridad. De pronto, la presión en su pecho se aligeró. Antes que se diera cuenta, su sonrisa afloró y su gran anhelo de tener una amiga del mismo género arrastró al fondo de su ser cualquier duda—. ¡Me encantaría!

Después de todo, si estaba dispuesta a ser amiga de Gabrielle, ¿por qué no aceptaría lo que le ofrecía Madison? Sin importar el vínculo que la uniera con Steve.

Porque si hubieran sido amantes, eso estaba en el pasado. ¿Verdad?

—Ten cuidado mi niña... esta mujer es peligrosa. Asegúrate de que no te contagie su sucia verborragia —se dirigió a Madison—. A Aurora no le gusta decir maldiciones.

—Vete a la mierda, Steve Iceberg Sharpe —guiñó un ojo a Aurora, provocando a su amigo—. Trataré de contenerme.

¿Iceberg? —seguía perpleja ante la avasallante presencia.

—A lo mejor, ahora deba decir, ¿osito? ¿Ternura? ¡Si hasta tienes un cachorro! —Se arrodilló junto al perro, pasando sus manos por la dorada cabeza.

—Muy graciosa.

Aurora sonrió al ver la alegría de Hunter por las atenciones de la morena. 

—Se llama Hunter. Y a mí me hace gracia —no pudo evitar decir, pues a pesar de todo, no podía negar que la mujer le simpatizaba—. Va muy bien contigo, cariño.

Recuperaba la calidez en su voz.

—Y por eso ya me agradas —se puso de pie—. En realidad, desde que supe que robaste el corazón de Steve.

—¿Robé?

Su cara de sorpresa había dando paso a su gran sonrisa dorada, que encandiló de inmediato a Madison. Comprobaba el valor de aquella sonrisa conquistadora.

—Sí, es lo que él me dijo.

—Vaya... no sé qué decir.

—No te preocupes, mi niña. Madison puede hablar por ti. De hecho, tiene suficiente conversación para hablar por todos. Y durante el día entero.

—Cállate —escupió, mitad ofendida, mitad en broma—. ¡Tenemos que tener un día para nosotras! Sólo mujeres.

—No fastidies Madison.

—No seas un amargado déspota y deja a tu mujer decidir —miró a Aurora como una niña ansiosa por recibir un premio—. ¿Qué dices? Quisiera pasar tiempo con la mujer que ha capturado a Steve Sharpe.

—O-ok —se encogió de hombros pasando sus ojos de Madison a Steve, que la contemplaba impasible—. Sí, por qué no.

—Fantástico. Tendrás que contarme cómo lo hiciste.

El bufido exasperado de Steve hizo que Madison rodara sus ojos antes de regalarle una sonrisa traviesa a Aurora, que disfrutaba de la posibilidad de una amiga.

—¿Cómo hice qué cosa?

—Pues convertir a Steve en un hombre que te devora con la mirada y hace que los demás parezcamos moscas en la pared.

—Eso deberás preguntárselo a él. Yo sólo le di mi corazón.

—Oh, carajo. Eres pura dulzura. ¡No lo arruines con tu basura insensible! —Lo empujó, o al menos lo intentó.

—No me provoques Madison. Sabes que no tengo paciencia. 

Se encogió de hombros, regresando a Aurora.

—Por Dios. Eres realmente hermosa. ¿Eres modelo? ¿Así se conocieron?

—No. No soy modelo. Una chica normal.

—De normal no tienes nada, preciosa. —Una idea se iluminó en la mujer, que abrió sus ojos con ilusión—. ¡Deberías desfilar conmigo en el aniversario de Chadburn!

—No lo creo. No le agrada la atención —atajó Steve, avanzando hasta colocarse junto a su esposa, dándole un beso en la frente que recibió con los ojos cerrados. Todo volvía a encajarse en su lugar.

—¿No será que a ti no te agrada compartirla con el mundo? ¡Codicioso!

Aurora negaba con timidez, percibiendo el calor en su rostro.

—Tiene razón. Me incomoda. Pero estaremos en primera fila.

—Lograré convencerte. No aceptaré una negativa. Eres una diosa y hay que venerarte.

—En eso, estoy de acuerdo contigo —la abrazó por la cintura, atrayéndola con fuerza.

—Aaaawwwwww.

¿Interpreto entonces que contaré con tu presencia en mi evento?

La voz de Edward se llevó la atención de los ocupantes del despacho. El inglés había llegado justo para observar parte el encuentro. A su lado, Crystal miraba con estrellas en sus ojos al toparse personalmente con la cantante que tanto admiraba.

La había visto muchas veces en Sharpe Media, pero nunca a tan corta distancia. Ni siquiera le importaban los rumores que en el pasado la habían asociado íntimamente con Sharpe, siendo una fanática que había asistido a cada concierto que había dado en América.

—Edward... —Su nombre sonó diferente entre los labios de su amiga. Fue suave y con algún tinte nostálgico. Abrió grande sus ojos cuando inspeccionó la cara de su amigo—. ¿Pero qué mierda te ocurrió? —Pasó con cuidado sus dedos por la zona afectado por el golpe de Chris.

—Oh, accidentes sexuales. Nada que el maquillaje no pueda cubrir —tomó la muñeca de la modelo y besó el dorso de su mano—. Me alegra verte. Seré feliz si participas, pero si prefieres no hacerlo, lo respetaré. Sólo quiero abrazarte, ¿puede ser?

—Claro que sí, zopenco —se estrelló contra el fuerte pecho, que la recibió rodeándola con sus largos y musculosos brazos—. Por cierto. Sí estaré en la celebración. Sólo dime qué necesitas y lo haré.

—Me has hechos muy feliz, cariño.

Aurora se afirmaba al cuerpo de Steve, contemplando cada minuto de la escena con una montaña de emociones en su interior, creyendo comprender la importancia de esa mujer para Edward.

—Buenos días Steve. La bella Aurora —saludó sin desprender el contacto con Maddy.

—Buenos días Edward —respondió el matrimonio, aunque sólo Aurora lo hacía con su sonrisa dibujada.

Crystal y su voz los arrancó de su reencuentro.

—Señorita Pawlak, es un honor volver a verla. Soy una gran admiradora suya. En cuanto me solicitaron para este trabajo no dudé en proponerla para el evento —indicó con soberbia—. Fue mi idea.

Su rostro mostraba entusiasmo como una niña en dulcería, lo que le provocó a Aurora cierta gracia con sabor a amargura, porque hacia ella sólo había dagas hirientes.

Sin embargo, la respuesta de Madison, que se desprendía del pecho de su amigo con cierta molestia por tanta zalamería, sólo se basó en una sonrisa de labios apretados que no hizo disminuir la emoción de Crystal, que estrechaba su mano en un efusivo saludo.

—Lo siento... ¿nos hemos visto antes?

Disfrutó la cara de desconcierto y decepción de la muñeca siliconada. 

Claro que sabía quién era, pues no era ajena a las insinuaciones que durante años la empleada de Sharpe Media había lanzado sobre el rubio cuando lo visitaba en la empresa. Y no actuaba por celos, porque siempre fueron conscientes de las folladas del otro. Simplemente, veía en la platinada un envase artificial lleno de veneno.

La pelinegra llevó sus ojos hacia Steve, como si lo reprendiera en una conversación mental, que él rechazó en silencio.

Sabía lo que la mujer le reclamaba con su mirada e imaginaba su voz.

<<¿Qué hace esta perra aquí?>>.

—Yo... creí... lo siento —tartamudeó. Aurora no podía creer lo que veía, pues Crystal parecía totalmente disminuida ante la mirada de Madison—. Soy Crystal Rivers —terminó cuando recuperó su compostura—. Vine en calidad de asistente. Estaré organizando los últimos detalles del evento. Cualquier cosa que necesite, por favor, hágamelo saber.

—Gracias querida —respondió con un deje de rechazo. Se alejó de la mujer, acercándose al matrimonio que se mantenía unido en un gesto que le resultaba demasiado bizarro de ver en la entidad de su Témpano, completando el cuadro con un can a su lado—. ¿Por qué no empiezas a encargarte de algo útil? —Interrogó sin siquiera dirigirle una nueva mirada.

—Por supuesto. De hecho, Edward y yo pensábamos mostrarles a ti y a Steve lo que tenemos planeado.

—Querrás decir, señor Sharpe —soltó con fingida inocencia, volteando a verla—. Él no es tu amigo. Es tu jefe. Tal vez folles con Eddy, para que lo trates con tanta familiaridad, pero deberás ser profesional cuando estés en el trabajo.

Se hizo el silencio. Aurora abrió sus ojos con sorpresa y admiración, mientras que Steve fijaba su frialdad en Crystal, sumándose al golpe que Madison acaba de asestar.

La asistente había palidecido para un segundo después, obtener un par de mejillas encendidas y deseando internamente que un meteorito cayera en ese mismo instante sobre ella.

—Incómodo —tosió Edward, sin poder evitar sonreír, rompiendo así la escena—. Creo que lo mejor sería que nos guíes Steve, por más divertida pueda ser una pelea de gatas celosas por el chico de oro.

Steve le envió una mirada asesina. Lo último que quería era que hubiera insinuaciones sobre los intereses de cada una de las mujeres presentes sobre su persona. No hasta que aclarara las cosas con su mujer al respecto de Madison.

El castaño rio fuerte. Se sentía exultante. Comprendía a la perfección cómo tejer su trampa. Y lo iba a disfrutar. Sólo le faltaban algunos detalles.

Se acercó a Steve y lo palmeó en la espalda.

—Vamos. Tenemos mucho por hacer.

—Sí —masculló Steve—. Mejor vayamos a que hagas algo productivo. No te preocupes. No te agotaremos Edward, para que no te estreses por la falta de costumbre.

El inglés dejó caer su cabeza hacia atrás, en una sonora carcajada.


Afuera del despacho, la figura de Denali enfrascada nuevamente en sus tareas frente al ordenador dominaba el pasillo.

—Señorita Vasav, ¿podría pedirle a Murphy que nos acompañe?

—Sí señor.

De inmediato, desapareció tras las puertas de doble hoja de la oficina de Gilbert tras tocar y esperar el correspondiente permiso. Unos minutos después, hombre y mujer salían.

—Steve a dónde... —el hombre se interrumpió cuando contempló la compañía del rubio—. ¡Madison! ¿Qué haces aquí belleza? —Avanzó hasta ella, besándola en ambas mejillas.

—Vine a conocer a esta hermosa muchacha —enlazó uno de sus delgados brazos con el de la rubia, afirmándola a ella con posesividad—. Mi nueva amiga. La hacedora de milagros.

Gilbert rio y apoyó una mano en el hombro de Steve, que rodó sus ojos ante las palabras de su amiga. Luego llevó su atención a Edward con menos efusividad, notando la marca violácea en el castaño y la cual decidió ignorar.

—Chadburn —estrechó su mano—. Imagino que vienes para ultimar detalles.

—Así es —giró a un lado señalando a la platinada—. Ella es Crystal, la asistente que Steve tan amablemente me cedió. —Un carraspeo poco disimilado de Madison delineó una sonrisa en Edward—. Te pido que le concedas cualquier pedido en mi nombre.

—Siempre y cuando no sea ridículo... aunque nuestra gente aquí ya tiene todo controlado desde hace semanas... —retomó su atención al dios todo poderoso de Sharpe Media—. ¿Entonces me llamaste para que revisemos los preparativos?

—Así es.

El pequeño grupo, que incluía al cachorro, se encaminó hacia el elevador privado, dejando a la asistente personal en sus labores. Pero antes de que esta pudiera sentarse, la autoritaria voz de Sharpe la detuvo.

—Señorita Vasav, acompáñenos —tras una pausa, añadió—, por favor.

Eso hizo sonreír a Aurora, que deslizó su mano libre del agarre de Madison hasta la mano fuerte y áspera de su esposo, enlazando sus dedos.

La empleada desvió sus ojos de color miel hacia el socio de Steve, percibiendo como este la contemplaba seriamente antes de dejar caer su mirada al suelo. 

—S-sí, señor Sharpe. Como usted diga.


N/A:

Chaaaannnn... Madison entró en escena... ¿qué ocurrirá a partir de ahora?

¡Gracias por leer, Mis Demonios!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro