14. Londres 🔞
14. Londres.
La capital inglesa los recibió con un cielo nocturno de gris oscuro y una llovizna suave pero constante que ocultaba las estrellas. El frío húmedo caló en cada pasajero que descendía del jet, salvo la rubia que vestía con un elegante tapado, aunque no manifestaba incomodidad ante la baja temperatura, cargando entre sus brazos a Hunter.
Resguardados del agua bajo grandes paraguas, se encaminaron hacia la limusina que esperaba por ellos a pocos pasos en el hangar privado.
Andrew abrió la puerta al matrimonio Sharpe y sus acompañantes, ubicándose el matrimonio en el fondo del habitáculo y la otra pareja en uno de los largos asientos laterales. Tras cerrar, se ubicó en el lugar del copiloto, a la izquierda del chofer de Sharpe Media que conocía desde hacía años, con el que estrechó su mano en un escueto saludo.
Adentro del vehículo, los cuatro pasajeros se mantenían en silencio.
Aurora acariciaba la cabeza del cachorro, que reposaba sobre su regazo, disfrutando al mismo tiempo el abrazo de Steve, que la mantenía apretada contra él. La envolvía el perfume masculino dejándola en una nube cargada de erotismo. Su cuerpo empezaba a necesitar de él. Los besos en su frente que le depositaba como pequeños aleteos de mariposas sólo la torturaban más.
—¿Falta mucho para llegar? —ronroneó contra su pecho, sintiendo como este se movía en una risa de boca cerrada.
—¿Ansiosa por algo?
—Por alguien sería más adecuado decir.
—Poco más, mi niña. Y seré todo tuyo —susurró contra su coronilla.
Los dorados orbes se fijaron en Edward, que estaba más concentrado en el matrimonio que en los intentos de cariños de Crystal. Hasta que este la alejó con un gesto seco y desvió su oscura mirada hacia afuera, a las luces titilantes bajo la lluvia que acompañaban su recorrido.
La primera en descender fue una decepcionada Crystal, que había anhelado pasar su estadía en la mansión Chadburn. Pero este la sorprendió con la amarga noticia de que le había reservado un hotel cerca del centro.
Como el penthouse londinense de Sharpe no quedaba lejos, ellos fueron los siguientes, junto con Andrew, enviando al inglés a su casa en un viaje solitario que aprovechó para ordenar sus ideas.
***
El abandono de la limusina se hizo rápido bajo la lluvia insistente y en un abrir y cerrar de ojos, el pequeño grupo ya estaba ascendiendo en el elevador hacia otra de las propiedades de Sharpe tras ingresar la clave en un sistema de seguridad semejante al del edificio de Nueva York.
La tensión sexual entre Aurora y Steve era palpable. La elegante caja metálica estaba cargada de perversas intenciones que sólo eran reprimidas por la presencia de Andrew, que no ignoraba la manera en la que la pareja se contemplaba con voracidad; o cómo sus cuerpos clamaban por arrancarse la ropa y hacerse uno.
Por suerte para el enorme hombre, no tuvo que mantenerse en su rígida pose por mucho tiempo hasta que arribaron a su destino. El último piso, donde se encontraba el penthouse.
Abiertas las puertas del ascensor, el matrimonio salió siendo escoltado por Hunter y Andrew, que portaba las maletas.
Sólo había una puerta doble en el amplio y exclusivo vestíbulo externo. El asistente no demoró en abrir y dar acceso al cachorro, que entró primero corriendo, perdiéndose en el enorme espacio en lo que parecía una próxima y extensa exploración; y a la pareja, que mantenía el abrazo firme. Hasta que Aurora los detuvo después de tres pasos, abriendo grande sus ojos y formando una gran O con su tentadora boca, lo que provocó en Steve que su verga saltara empalmada en sus pantalones.
Prefería ver ese gesto rodeando su dureza.
Tomó aire y rastrilló con sus dedos su cabello para capturar con ello algo de cordura o la haría arrodillarse ahí mismo.
—¿Te gusta lo que ves, mi niña? —Su tono era ronco.
—Steve, esto es hermoso —se liberó del abrazo para acercarse a la pared vidriada que le regalaba una vista asombrosa de Londres en la noche lluviosa. La joven se volteó e inmediatamente sus ojos bajaron a la evidente molestia en la pelvis de su esposo—. Muy hermoso.
Su voz era seductora y sus ojos mostraban la oscuridad del deseo. Apretó su labio inferior con sus dientes disfrutando de los zafiros lascivos.
Andrew carraspeó recordándoles que todavía estaba allí, lo que atrajo la atención de Aurora, que se sonrojó, mientras Steve mantenía su mirada en ella.
—¿Algo más, señor Sharpe?
—No. Eso es todo Andrew. Gracias. —Seguía sin observar al hombre al estar completamente perdido en la imagen de su esposa, que había regresado a su lado y se contemplaban con hambruna—. Ve a descansar. Mañana ven por nosotros temprano.
—Sí, señor. Buenas noches —agachó la cabeza en un saludo y abandonó las maletas cerca de la entrada.
Sólo debía descender unos pocos pisos hasta el apartamento que poseía Sharpe para su empleado en el mismo edificio.
—¿Estás hambrienta, mi niña?
Su voz excitada y profunda fue un golpe contundente a la intimidad de la mujer, que apretó sus piernas al sentir el cosquilleo producido por ese sonido erótico.
—Famélica —respondió en un jadeo mientras se quitaban los abrigos y los dejaban caer en el suelo.
Sus bocas corrieron a encontrarse en una pelea frenética, donde pellizcos con los dientes, lamidas y succiones se alternaban, tratando de dominar al otro.
Sus gemidos comenzaron a ambientar el lugar y sus respiraciones se fueron acelerando mientras sus manos buscaban el contacto del cuerpo ajeno.
—¿Y qué querrías comer? —preguntó con lujuria contra su boca, entre besos y mordidas, esperando la respuesta ansiada y que tenía en su mente desde que había visto esa boca abrirse de forma pecaminosa.
Pero no salieron palabras de Aurora. En su lugar, sus quiméricos ojos se encendieron como lava candente y de un movimiento, lo empujó hacia la pared más cercana, sorprendiéndolo.
Su espalda chocó contra la dura superficie y antes de darse cuenta de lo que ocurría, la cabeza rubia de su mujer se hallaba entre sus piernas. El sonido de la hebilla de su cinturón seguido del de la bragueta, endurecieron más su erección liberada, la cual saltó delante del rostro de la joven cuando dejó caer su pantalón y bóxer en un ágil ataque.
—Joder, Aurora —gruñó.
—¿Me darás de comer, Steve?
<<Jodida mierda... ¿dónde fue a parar mi inocente niña?>>.
—¿Esto es lo que quieres? —jadeó cuando la húmeda lengua recorrió toda la longitud de su vara ancha y agrandada.
—Sí.
Sostuvo su miembro, enseñándoselo con soberbia.
—Aquí tienes tu carne. Grande, caliente y jugosa.
Jadeó con fuerza al escucharlo.
—¿Cómo es posible que esté a punto de correrme porque me hables así?
—¿Sucio? —asintió, lamiéndose los labios y apretando sus piernas con fuerza—. ¿Te gusta?
Otro asentimiento presionando su labio. Una sonrisa llena de perversión apareció en ambas bocas.
Con lenta tortura, Aurora exhaló sobre su miembro justo antes de que su lengua recogiera la gota de líquido preseminal que brillaba en su punta.
—Mmmm, delicioso. —La enorme polla se sacudió y creció otro punto más tras escuchar su ronroneo. Sus venas hinchadas parecían a punto de estallar cuando el aliento cálido acarició su sensibilizada piel—. Quiero saborearte hasta vaciarte cariño.
—Tú también eres sucia, mi niña. Si sigues hablando así, me correré antes que me envuelvas con esa boca tan tentadora.
—No lo harás —apretó con fuerza calculada sus testículos, masajeándolos—. No te dejaré. —Esa misma mano se trasladó por el largo de su tallo, relevando la de su propietario, moviéndose arriba y abajo, masturbándolo con presteza. Su otra mano buscó sus glúteos para asegurar la sujeción—. Esto es lo que querías, ¿no?
—Todavía no —respondió sin aire Steve. Sus ojos no se apartaban de la visión de su polla siendo manipulada por la delicada y suave mano de su mujer.
Una corta risa salió de Aurora.
—Sé lo que esperas.
Continuando con su mano ocupada, rozó con sus labios el glande, provocándolo sin piedad. Volvía a jugar con su lengua, chupándolo como si fuera un dulce.
—Me estás torturando.
Su voz estaba demasiado afectada por el placer.
—Pero cariño... —lamió una vez más todo el ancho cuerpo del miembro—, este tipo de tortura son las que nos gustan.
Tras esas palabras, envolvió con sus labios lo máximo posible la polla de su marido.
—AAAggghhhh —soltó en un grito largo—. ¡Carajo Aurora!
Sus largos dedos empuñaron las hebras doradas, aferrándose con desespero. Agradecía tener la pared a su espalda, porque no creía que pudiera sostenerse en pie con semejante mamada.
Sentía cómo increíblemente su verga creía cada vez más dentro de la húmeda garganta, follando su boca hasta el fondo. Era tan grande, que no alcanzaba a tragar toda su longitud, pero para eso la mano femenina se abocaba al resto, en un vaivén glorioso.
El ritmo cada vez era más vehemente. El sonido erótico de las succiones húmedas lo estaban llevando a su límite. Apretó su agarre, imprimiendo con inclemencia más fuerza a las embestidas orales. Movía sus caderas, buscando más profundidad en cada penetración. Las gotas de sudor que perlaban su frente comenzaron a correr descendiendo por su rostro y cuello, perdiéndose entre su camisa, que cubría su pecho agitado.
Aurora disfrutaba de forma indescriptible el sabor del pene de Steve. Nunca hubiera creído que realizar una felación podría calentarla como al mismo infierno. Los gruñidos y quejidos que se derramaban por parte de los dos la tenían con un desastre entre sus propios muslos. Sentía cómo se hinchaba y vibraba su vulva, haciéndola sufrir por obtener su propio alivio.
Pero no dudaba que lo obtendría. Con Steve, todo se basaba en el mutuo placer.
La tensión en Steve le anticipó su pronta liberación y eso la llevó a imprimir más velocidad, recibiendo en sincronía las últimas estocadas furiosas y desesperadas.
—AAAAAHHHHHH, AURORA —aulló, dejando caer su cabeza hacia atrás, cerrando sus párpados con fuerza al percibir cómo se derramaba dentro de la boca de su mujer. Se sacudió tres veces hasta sentir cada chorro vaciarlo por completo.
No recibiría de esa forma su dorada y explosiva luz que lo trasportaba a otra dimensión galáctica que lo conectaba en un diferente nivel al amor de su vida, pero no por ello la intensidad era menor. O el disfrute con tan espectacular mamada.
La mujer recibía con gusto toda la esencia de Steve, relamiéndose los labios cuando capturó la última gota. Elevó su mirada, encontrando la oscuridad de Steve, que había vuelto a abrir sus ojos.
Amaba la forma en que la contemplaba. Entre adoración y pecado.
Ambos sonrieron, sabiendo que todavía quedaba mucha noche por disfrutar.
—¿Satisfecha, mi niña? —provocó con una sonrisa de lado.
—No. Quiero más.
—Lo sé. Mucho más —aceptó con gula lujuriosa—. Mi niña es una golosa.
—Siempre. Mi apetito por ti es abismal.
La tomó de la mano y la ayudó a ponerse de pie —aunque no lo necesitara—, y sin desprender la conexión dorada y azul, terminó de sacar sus pies de sus zapatos italianos, empujando con la punta del pie opuesto cada talón y saliendo del círculo del pantalón y bóxer que lo rodeaba en el suelo.
—Todavía no te he mostrado el lugar.
—Bueno, ambos sabemos la mejor forma de hacer un recorrido.
—Sí, lo sabemos.
Su voz escondía un mundo de promesas eróticas.
—Muéstrame entonces, Steve, lo que tienes para mí.
Con un gruñido salvaje y primitivo, cargó a su esposa sobre uno de sus hombros, arrancándole a Aurora risas por la sorpresa. Estaba dispuesto a ser el próximo en obtener su elixir de su provocativa, sensual y amada fuente.
***
Una vez solo en la limusina, Edward marcó el número de contacto de Madison y después de tres tonos, escuchó su voz del otro lado. A pesar de que era de noche, sabía que no se habría ido a dormir todavía. Y había estado en lo correcto.
Esperaba que al ver quién la llamaba, no lo rechazara.
—¿Edward? ¿Eres tú? —parecía algo recelosa.
—Hola linda. Tanto tiempo.
—Demasiado. No creí que fueras a volver a hablarme después de nuestro último encuentro.
—Lo sé. Fui un idiota.
—Sí, un grandísimo imbécil de mierda.
—Y te quedas corta.
—Lo hago —rio y la tensión inicial pareció ir disminuyendo—. Es bueno escucharte. ¿Cómo has estado?
—Bien —se encogió de hombros aunque no pudiera verlo—. Quiero hacerte una proposición.
—Te escucho.
—Sabes que en un par de días tendremos un nuevo aniversario de la Chadburn Talent Agency.
—Estoy al tanto.
—A pesar de lo que pasó, tú fuiste nuestra cara más importante por demasiados años. ¿Qué te parecería desfilar y cantar por los viejos tiempos?
—No lo sé —su duda se plasmaba claramente en su tono—. ¿Crees que sea una buena idea?
—Sí. Además, vengo con una sorpresa. Una ofrenda de paz.
—Eso me interesa. —El hombre rio. Madison siempre respondía a los regalos.
—Traje conmigo a tu querido Steve.
—¡Oh, no lo puedo creer!
La vio en su mente sacudiendo sus piernas y cabeza como el loco festejo de una fanática.
—Y eso no es todo —hizo unos segundos de pausa para agregar algo de dramatismo—. Viene con su hermosa esposa.
—¿Esposa? ¿Entonces es cierto?
—¿Dónde has estado esta última semana cuando salió por los medios el sorprendente notición?
—Encerrada grabando un nuevo álbum. Sabes que trato de aislarme durante mi proceso creativo. Pero por suerte para ti, ya terminé.
—¿Eso significa que aceptarás mi solicitud?
—Lo charlaré con Jason esta noche.
El hombre cerró sus labios en una fina línea y apretó el puente de su nariz entre dos dedos, conteniendo la sarta de insultos que picaban por salírsele. Tenía que jugar bien sus cartas si quería anotarse la victoria. Y veía en la mujer la jugada maestra.
Madison pareció darse cuenta de lo que había provocado la mención de su novio y buscó romper el incómodo silencio que amagó con instalarse. Si Edward estaba haciendo un esfuerzo por recuperar su amistad, debía darle tiempo de asimilar la presencia de Jason en su vida. Mejor dicho, la relación sentimental que mantenía con su representante y que nadie más sabía, exceptuando a Steve.
—¿El cabrón se casó y no fue capaz de invitarme? —bromeó, haciéndose la ofendida.
—Es posible que no quisiera tener a su antigua amante junto a su actual mujer.
—Mmmm, puede que tengas razón. Aun así, no le perdonaré que no me haya mandado ni un mísero mensaje.
—Eso puede deberse a que la bella Aurora lo tiene totalmente embelesado.
—Ya quiero conocer a la misteriosa mujer.
—Es una muchacha.
—No me digas... Me intriga. Aunque creo que tiene sentido.
—¿Lo tiene? —No entendía cómo llegaba a esa conclusión.
—Primero quiero conocerla antes de confirmar mis sospechas.
—Bueno, mañana tendremos una reunión en la oficina de Steve, para repasar el esquema y revisar el estudio donde se llevará a cabo el evento.
—Estaré allí.
—¿Es serio?
—Sólo para verlo a él y a la chica.
—Aurora.
—Hasta el nombre me gusta.
El mismo que el rubio le había mencionado en su llamada desesperada una madrugada unos dos meses y medio atrás, cuando le pidió consejo, confirmando así que había combatido sus miedos y se había entregado al amor.
—No la conoces. Podría ser una cazafortunas.
—Confío en Steve. —No quería provocar escenas de celos al mencionar que su amigo le había hablado de ella—. Allí te veré y te daré mi respuesta. Pero Edward...
—¿Sí?
—Sea cual sea mi decisión, prométeme que no te enfadarás y volveremos a ser amigos.
—¿Follamigos?
—Esa ya no es más una opción para mí.
—Bueno, tenía que intentarlo —la escuchó reír y la imaginó negando con su cabeza.
—Nos vemos mañana.
—Descansa.
Sería un hombre interesado, que usaría cualquier artimaña para obtener lo que pretende, pero no pudo evitar sentir cierta tibieza recorrerle el pecho al pensar en volver a ver a su vieja amiga.
Madison había sido la única mujer que llegó a estimar en alguna medida. Nunca desarrolló más que deseo sexual y cariño; junto con un instinto de posesividad que sólo le permitía compartirla con Steve, siendo este una vez más, el preferido de la mujer. Incluso así, fue lo más cercano que estuvo a querer a alguien. De enamorarse de alguien. Y haberla perdido definitivamente porque ella decidió no continuar con su relación lo había enloquecido, al punto de terminar golpeando a Jason —un antiguo empleado de su compañía—, cuando meses atrás, en una entrega de premios, ella le confesó en secreto que era su novio.
Desde entonces no habían vuelto a hablar.
Ahora, ella sería el medio que destrozaría a Steve. Y como extra, esperaba que Madison también sufriera en el proceso. La había querido, pero no le perdonaba haber elegido a un hombre como Morrison.
Una de sus comisuras tironeó en una media sonrisa maquiavélica.
—¡Hey, chofer! Cambio de planes. De la vuelta, que necesito a una linda azafata esta noche.
***
Ya no había ningún rincón desconocido para Aurora Sharpe tras su entretenido y orgásmico tour por toda la propiedad.
Como era de esperarse, el último punto a conocer fue la habitación, terminando en la enorme cama tamaño King.
Desnudos, enredados y satisfechos, se dedicaban a jugar con los dedos sobre los relieves del otro, como si todavía hubiera terreno sin explorar y memorizar.
Aurora hallaba en esos momentos el estado más puro de felicidad, pues no creía que hubiera un mejor sitio en el planeta que los desnudos, fuertes, protectores y embriagantes brazos de su esposo. Aquel ancho pecho la recibía con una calidez que no parecía propia de la imponente y fría figura de Steve Sharpe que el exterior conocía. Pero para ella, por ella, él se revelaba como el hombre más apasionado, salvaje, cariñoso y dedicado ser, colmándola de puro amor.
Con ella, bajaba la guardia.
Pensar en eso la hizo sonreír con cierta malicia y picardía.
Miró hacia el rostro masculino del rubio, que estaba con sus ojos cerrados y su semblante relajado. Era el mejor momento para asaltarlo con algunas dudas que desde hacía días rondaban su mente. Y que se habían acrecentado durante el vuelo a Londres.
—¿Cuál es la historia de Andrew? —soltó con suavidad.
—¿Hmmm?
—Estoy segura que me escuchaste Steve Hudson.
Rio entre dientes manteniendo sus párpados caídos, sin dejar de rozar sus dedos por la suave piel de su mujer.
—No seas curiosa, mi niña.
—No lo soy con él. Lo soy contigo.
—Graciosa —abrió sus zafiros, dedicándole una mirada penetrante que la hizo estremecer—. No es mi historia para contar.
—¿Esa historia tiene algo que ver con su colgante?
—¿Colgante? —Se veía perdido—. No sé de qué... ah...
La luz se había hecho en su mente. Un fugaz recuerdo de años atrás.
—¿Qué? ¡Sí sabes!
—Lo recordé. Sólo lo vi una vez. Cuando nos conocimos. No sabía que lo estaba usando. Pero te repito. No es de nuestra incumbencia.
—Al menos ¿puedes decirme qué hay entre Andrew y Josephine?
Frunció el entrecejo.
—Entre ellos, nada que yo sepa. Son amigos desde la adolescencia. Creo que iban a la preparatoria juntos. Él la trajo a trabajar para mí hace seis años.
—Ese es otro tema... ¿cómo se conocieron ustedes dos? Y esa parte de la historia también es tuya, por lo que tengo derecho a conocerla, ¿no?
Rendido, se incorporó a medias en la cama, apoyándose sobre el espaldar y atrayendo con él el cuerpo de su sirena, sin dejar de desperdigar sobre ella infinidad de caricias. Pasó su mano libre por su cabellera, usando ese gesto para ordenar sus pensamientos.
—Lo conocí en un encargo. Casi me cuesta el trabajo. Pero al final, terminó ayudándome y lo tomé.
—¿Cuántos años tiene?
—Cuarenta. Creo. Esa edad es la que le calculo, porque nunca ha festejado un cumpleaños desde que lo conozco.
—Otro amargado, como tú —se burló, siendo de inmediato escarmentada a cosquillas que detonaban sus campanillas. Terminada la tortura, suspiró, todavía con la sonrisa en sus labios—. ¿Y nunca se ha casado o tenido hijos? ¿No tiene familia?
Steve se tensionó y Aurora lo sintió debajo de ella, como también notó la repentina oscuridad en sus orbes.
—Aurora... —su voz no pudo ocultar el tono de advertencia—. No entres ahí.
—Lo siento.
Quiso apartarse, sintiéndose incómoda y culpable, pero el fuerte brazo la atrajo nuevamente hacia él, dándole un beso suave en la frente.
—No, yo lo siento. No quise sonar rudo. Es sólo que... no puedo, no creo que corresponda que yo hable de su intimidad. Él confió en mí cuando se abrió.
—¿Tan terrible fue lo que le pasó?
—Algo que lo marcó de la peor forma.
—Lo imagino —elevó la vista cuando sintió que Steve buscaba sus ojos para comprender lo que decía—. Se ve en su mirada mucho dolor. Semejante a lo que tú tenías.
—Espero que no pretendas darle orgasmos cósmicos para sanarlo —bromeó, tratando de aligerar la tensión del ambiente.
Y lo logró cuando Aurora palmeó su pecho con algo de fuerza.
—Auch.
—Te lo tienes merecido —volvió a acurrucarse contra el musculoso cuerpo—. Pero no lo podría hacer de esa forma, pervertido. Aunque él necesita sanar o se consumirá.
—Creo que poco a poco lo está haciendo.
—¿Por qué lo dices?
—Porque tú llegaste a nuestras vidas. —Otra vez conectaron sus miradas y sonrieron con amor—. Contigo, todos sanamos de alguna manera. Y él, a su ritmo, está dejando caer sus remordimientos. Al menos, eso espero. Tú has logrado que sonría, bromee y hasta se relaje un poco.
—¿Andrew relajado? —La risa de Steve llenó el ambiente. Aurora amaba ese sonido esquivo que superaba sus risas discretas y que solía regalarle sólo a ella—. Si es tan tieso como un bastón. Apenas logro que me hable.
—Antes era peor. Aunque los vi muy bien en el avión.
—Sí —sus labios se estiraron con orgullo mostrando su fila de dientes perfectos—. Fue una agradable oportunidad que me permitió conocer otra faceta de él. Y me enseñó a jugar a las cartas.
Perdió la sonrisa al recordar lo que le había compartido. A pesar de que sabía que Steve estaba al tanto de su condición, no quiso seguir hurgando y decidió dejar las cosas como estaban.
Al menos, por el momento, hasta que el mismo Andrew se abriera a ella y le permitiera alivianar su pena.
***
El recibimiento en la mañana siguiente a la señora Sharpe en la sede londinense fue todo lo opuesto a su contraparte yankee.
En primer lugar, fueron sorprendidos por un mar de aplausos en el mismo momento en que se apersonaron en el distinguido, sobrio y enorme lobby, semejante al del otro lado del océano, incluyendo las recientemente adquiridas plantas de embriagante aroma para homenajear a la dulce Aurora.
Ni siquiera Steve estaba al tanto de la sorpresiva bienvenida, lo que no fue de su agrado. Sin embargo, tras unos breves segundos para reponerse, el matrimonio se relajó al punto de demostrar públicamente su mutuo amor con un arrebatador beso delante de todos, escuchándose vítores y exclamaciones de ánimo.
Desde allí, a medida que la gran recepción se vaciaba, un hombre de treinta y cinco años se acercó al matrimonio esgrimiendo una gran sonrisa. Su cuerpo se percibía por debajo del exclusivo traje bastante trabajado y duro. Era alto, aunque no alcanzara a Steve y su rostro mostraba un carácter jovial, amable y extremadamente cordial.
Lo acompañaba a su lado una hermosa mujer de origen indio. Sus ojos eran color miel y su cabello negro como el ébano, atado en una larga trenza. Tenía caderas anchas, cintura estrecha y un busto sugerente. Vestía con elegancia en colores alegres para un día que se mantenía gris y lluvioso.
—¡Steve! Bienvenido —saludó el hombre con sus brazos abiertos.
—Maldita sea, Gilbert, ¿era necesario hacer todo este espectáculo? —gruñó cuando ambos hombres estrecharon sus manos, aunque no había real enojo en su voz.
—Espectáculo hiciste tú junto a esta encantadora dama. —Aurora mordió su labio al sentir cómo el calor ascendía por su rostro. El hombre dirigió su atención a ella—. Aurora Sharpe —tomó su mano y besó su dorso—. Soy...
—Gilbert Murphy, segundo al mando de este barco —interrumpió con emoción la rubia. Había memorizado ya la información de cada integrante de la sede inglesa, al igual que conocía los planos del edificio.
El hombre parpadeó sorprendido llevando sus ojos a Steve, que brillaba de azul orgullo, regresando a los dorados orbes, para enseguida reír, meneando la cabeza.
—Es un placer y un honor conocer a tan magnífica mujer que logró domesticar a esta fiera.
No pudo evitar soltar su propia carcajada con sus características campanillas sonando con alegría.
—El placer es todo mío, señor Murphy. Y créame, no fue tarea fácil —miró de reojo a Steve, que la abrazó con fuerza hacia él, como si estuviera reprendiéndola en tono juguetón—. Pero sabe lo que dicen... lo más difícil de conquistar conlleva mayor recompensa.
—¡Tienes razón! Pero dime simplemente Gilbert. No me hagas sentir más viejo de lo que soy a tu lado. Por cierto —se giró y señaló a su acompañante—. Ella es... —antes de terminar, miró con desafío a Aurora.
—Denali Vasav —terminó Aurora por él, mientras estrechaba su mano, intercambiando sonrisas sinceras.
—Así es. Nuestra asistente personal. Aunque prácticamente es mía —dijo con una sonrisa, provocando un sonrojo en la mujer—. Ya que Steve sólo se digna a aparecer dos o tres veces al año por este lado del Atlántico.
Unos ladridos reclamaron atención, llevando la mirada de todos al punto de origen.
—Oh, ¿quién es esta hermosura? —cuestionó con ojos encendidos Denali, hablando por primera vez con dulce voz. Se acuclilló para recibir al cachorro, colmándolo de caricias.
—Este es Hunter —respondió una sonriente Aurora—. Espero que no sea problema que nos acompañe. No suele estar solo.
—¡Para nada! Deberíamos tener una mascota así en Sharpe Media —demandó alegre a sus jefes, aunque sus ojos hablaran directamente a Gilbert.
—No es mala idea. Levantaría el ánimo de manera inmediata —bromeó el inglés.
—Veo que en mi ausencia, esto se vuelve un circo —protestó Steve, mientras avanzaba hacia el elevador privado sujetando la mano de su esposa, sabiendo que sería seguido por el resto.
—¿Tú serías el payaso gruñón?
Todos rieron al escuchar un murmullo inentendible por parte del rubio.
—Es obvio que sería el maestro de ceremonias, controlando este circo.
Tal vez era el acento británico que todo lo hacía sonar más melodioso para Aurora, pero no podía evitar sentirse extasiada y emocionada por conocer personalmente a los empleados, comenzando con sus acompañantes.
Mientras ascendían por el elevador hasta el final del recorrido donde se encontraban los despachos de aquellos imponentes hombres, inspeccionaba tanto a Gilbert como a Denali.
Enseguida le había agradado la mujer de treinta años, que cada tanto revoleaba sus ojos hacia el mayor del grupo, ruborizándose si este le dirigía la palabra o le daba alguna indicación.
Él, por su parte, no parecía percatarse de las reacciones de la dama, lo que empezaba a encender la curiosidad de Aurora.
—Denali, por favor, ¿podrías llevar a Aurora, y a Hunter... —sonrió, acariciando la cabeza del perro—, a recorrer las instalaciones? Estoy seguro que apreciará conocer personalmente el lugar y su gente.
—Sería un placer.
—Gracias Denali. Me encantaría.
—Nosotros aprovecharemos para repasar los puntos que has arreglado con Chadburn.
—Me parece bien —coincidió un serio Steve pasando al interior de su despacho en cuanto se encontraron frente a este.
***
Sólo bastó media hora para que Steve pusiera al tanto a Gilbert sobre los últimos arreglos en relación al evento.
La siguiente media hora se centró en una tortura a base de preguntas por parte de Gilbert con respecto a su vida personal. Algo que, a pesar de apreciar enormemente a su empleado más importante, odiaba tener que responder.
—Oh, vamos Steve. Nos conocemos hace años. Aunque no me consideres un amigo más allá de nuestra relación empleado-jefe, te aprecio.
—El aprecio es mutuo, Gilbert.
—Entonces, suelta algo más que sólo gruñidos y monosílabos cuando te pregunte por Aurora.
—No hay mucho más que lo que te dije. Además, el trato debería ser recíproco.
—¿De qué hablas? —frunció el ceño sin comprender.
—¿Cuándo avanzarás con Denali? Fue agotador ver la cantidad de veces que revoloteó sus pestañas con coquetería hacia ti. Se desvive porque tú la veas de la misma manera que ella lo hace.
—No sé de qué hablas.
—Vaya, ahora me mientes en la cara —reclamó, recostándose contra el respaldo de su gran asiento detrás de su escritorio. Sus ojos escudriñaban con su habitual imperturbabilidad al hombre frente a él—. Hace años que ustedes dos niegan lo evidente.
—Sabes que es complicado.
—Lo sé. Y si antes nunca dije nada, era porque no le daba valor al amor. Pero ahora entiendo mejor que no vale la pena desperdiciar el poco tiempo de vida que tenemos. Mañana tú, o ella, pueden no estar más aquí. Y lamentarán no haber sido sinceros uno con el otro. No haber disfrutado al menos un día lo que tienen para ofrecerse —sus dedos bailaban contra la madera del escritorio haciendo brillar la dorada joya que lo unía a Aurora y una media sonrisa se asomó por una de sus comisuras, rememorando una conversación con su amada, tiempo atrás—. Deberían averiguar lo que un SÍ lleno de posibilidades podría hacer en sus vidas.
Gilbert resopló, frustrado y vencido. Palmeó simultáneamente sus manos contra sus muslos y se puso de pie.
—¿Necesita algo más, jefe? —Steve rodó sus ojos, negando con la cabeza—. Entonces, volveré a mis deberes.
En la soledad de su despacho, Steve revivió brevemente sus propios temores en el plano del amor con la mirada perdida del otro lado del cristal blindado que le compartía el día cenizo y lagrimoso, de espaldas al interior de la estancia.
¿Qué hubiera sido de él si nunca hubiera llegado a tiempo a Aurora antes de que ella se dejara vencer por la desolación? ¿O si ella no le hubiera perdonado haberla humillado y herido después de su fantástica revelación? ¿Si sus caminos nunca se hubieran encontrado? ¿Si hubiera continuado con sus NO?
Era fácil la respuesta. Seguiría siendo el mismo hijo de puta desalmado, frío y calculador asesino de siempre.
No habían pasado más de diez minutos cuando la puerta de doble hoja de madera maciza y tallada de la imponente oficina se abrió para enseguida volver a cerrarse.
Desde su lugar y sin voltear, Steve habló sin ocultar la excitación que le provocaba pensar en estrenar un nuevo asalto sexual en aquel virgen despacho.
—Ya regresaste mi niña. Ven aquí cariño. —Imaginaba otra mamada estelar sentado en su trono con la vista de Londres detrás del cuerpo arrodillado y eso lo puso como una piedra en nanosegundos—. ¿Qué te parece si cumplimos con nuestro ritual de follada?
—Eso es sucio y tentador, señor Sharpe.
<<Mierda. Esa no es Aurora>>.
N/A:
¿Quién será la persona que habló? Creo que imaginamos muy bien su identidad.
Espero que les haya gustado este capítulo.
Recuerden regalarnos estrellitas!!
Gracias por leer, Mis Demonios!
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