13. Vuelo al viejo continente 🔞
13. Vuelo al viejo continente.
No llegó a ver el golpe que lo hizo girar como un trompo, cayendo de frente sobre la acera. Sus manos amortiguaron su caída, evitando impactar con su cara.
Los ojos celestes que lo seguían estaban encendidos.
—Eres realmente una mierda, Chadburn —siseó con la mandíbula tensa—. No sé que carajos tienes en la cabeza, pero al parecer disfrutas demasiado burlarte y hacer sentir a los demás como basura.
—Agente Webb, no creo que corresponda golpear a un civil —se tomaba la quijada con una mano, sintiéndola floja, al tiempo que se sentaba en el frío suelo. El puñetazo había sido como recibir un mazazo por parte del Mjolnir de Thor. No había creído que realmente llegara a esos extremos—. ¿Qué diría la dulce e inocente Aurora si se enterara que su amante perdió los estribos al ser descubierto?
—Deja de inventar gilipollas, cabrón mal parido.
—¡Agente! Pero qué boca. ¿Con ella besa a Aurora? Aunque tal vez, le excite que le hable así mientras le folla el coño. Ya veré cuando sea mi turno y podremos intercambiar notas.
No tenía la voluntad suficiente para ignorar las provocaciones de Edward, y en otro arranque, tomó al hombre tendido todavía en el suelo y lo levantó de un sólo movimiento estrellando su espalda contra el vehículo más cercano, cerrando su puño en una nueva amenaza.
—Jamás traicionaría a Steve, ni haría algo que amenazara mi amistad con Aurora —escupió, furioso—. Pero tú no podrías comprender eso, porque eres una sanguijuela succionadora de sangre. Una escoria que no sabe vivir en paz y prefiere hundir a los que son felices por celos, envidia o por ser tan patético que no puede sacar su cabeza de su culo y mirar más allá de lo que le da placer.
Bajó el puño y empujó al hombre que por un momento, había borrado su maldita sonrisa, dándole la satisfacción a Chris de ver pavor en sus ojos castaños.
—No sé qué pretendes con los Sharpe. Pero me regocijaré cuando todo se desmorone en tus narices.
Giró sobre sus talones, dirigiéndose a su camioneta. En unos segundos, abandonaba el lugar haciendo chirriar sus neumáticos contra la calzada, dejando al británico solo en la calle tenuemente iluminada.
—Ya veremos quién ríe de último, agente.
***
En cuanto los invitados se fueron, se habían arrancado la ropa entre mordiscos, arañazos y exclamaciones desesperadas; y se hallaban en ese momento desnudos contra la mesa de billar, con ella recostada de frente, presionando sus turgentes senos en la superficie y siendo presionada por el gran torso de su esposo.
—Nunca falto a mi palabra, mi niña —hablaba con la voz ronca por la lujuria—. Te follaré tan duro que si no tuvieras tu poder de sanación, no podrías caminar con normalidad.
No supo si reír o excitarse, porque sabía que con el tamaño de lo que colgaba entre sus piernas, cualquiera quedaría lesionada. Hizo ambas, cerrando sus ojos y sintiendo la polla crecida y rígida frotarse en su entrada empapada.
—Fuiste un descarado al decir eso delante de Chris y Edward —jadeó al sentir la mano enredarse entre sus hebras para tirar de ellos, arqueando su espalda al tiempo que tres dedos la invadían con facilidad en su resbaladiza intimidad.
—Sé que te gusta que te hable así. Te calienta.
Estaba sobre ella, con su boca contra su oído.
—Claro que sí, pero estando nosotros dos solos. Tú lo hiciste sólo para incomodarme al avergonzarme. Y hacer trampa.
—Y lo logré.
Había más en su comportamiento, pero jamás lo diría.
—Pero al final, terminé ganando igual, así que, reclamo mi premio —arqueó más su elástica columna, acentuando el roce de su culo contra Steve, entregándose y abriéndose más a él, pidiendo más penetración.
—Y yo te lo daré. Fuerte, brusco y sucio como te gusta.
—Como nos gusta —gimió.
Sacó sus dedos, que llevó a su boca para saborearla.
Luego llevó la misma mano a su verga y la empujó sin dilación, iniciando el salvaje ataque en el coño chorreado de Aurora. Se sacudía, moviendo adelante y atrás su pelvis con vehemencia, excitándose con el sonido del choque de ambas pieles. Pasaba de bambolearse adentro y afuera a realizar círculos con su pelvis, buscando alcanzar su punto más sensible.
Estuvo a punto de marcar la dorada piel con su gran palma, pero se contuvo. En su lugar, la cerró en un puño unos segundos y luego la adhirió a la cadera femenina. No. No podía golpear su carne desnuda como tantos otros bastardos habían hecho en su encierro. Sólo la asustaría.
Ella recibía en su estrecho sexo el enorme miembro con el delicioso dolor que la elevaba más allá de cualquier realidad. Sentir tal envergadura atrapada en ella, entrando y saliendo, profundizando con cada estocada violenta que la llenaba, la volvía loca. Le correspondía con gemidos, jadeos y gritos desbocados. Exigencias por más. Por alargar hasta el máximo aquel baile sexual.
Las dominantes manos se aferraron con ahínco, clavando sus dedos en su carne, aumentando la velocidad y la fuerza de las embestidas. El calor aumentaba entre ellos. En ellos. Las gotas de transpiración se resbalaban siguiendo los relieves de los músculos masculinos hasta caer sobre las nalgas y espalda de Aurora, que se balanceaba en sincronía con él, buscando el encuentro contra su miembro.
—Joder, mi niña, me tienes tan caliente, tan grande, que no creo poder saciarme nunca.
—No pienso dejar que te detengas —respondió con la voz seca—. Puedo sentir lo grande que estás. Así me gusta.
Su gruñido fue primitivo y eso la encendió más. Saberlo enceguecido al punto de transformarse en un animal sobre ella le daba lastigazos eléctricos que terminaban colapsando en sus entrañas.
Los minutos pasaban y ellos iban borrando sus límites uno contra el otro.
La voz espesada y los sonidos roncos que emitía Steve eran música para ella. Sentía que iniciaba la cuenta regresiva para el estallido orgásmico.
Steve miraba el culo redondo y firme de su mujer, siguiendo el movimiento de su polla en la tarea, excitándose al ver los fluidos rebalsarse.
—Cariño, qué visión que me das desde aquí.
Sacó su polla empapada y antes de que hubiera una protesta, volvió a ensartarla con rudeza, recibiendo un glorioso grito agudo que lo estremeció de placer.
Aumentó el ritmo de las sacudidas. La sentía a punto de correrse y quería compartir el momento exacto para volverse uno una vez más. Ese punto en el cual dejaban de existir en este plano y se perdían en un mundo liviano y brillante, donde parecían flotar envueltos en un mismo ser dorado.
Ascendió con una mano hasta un hombro de la delgada mujer y la sujetó con apremio, presionándola contra él, enterrándose más en ella. La escuchó jadear cuando dio unas estocadas más. Largas y duras antes de que ambos cuerpos se tensionaran y llevaran sus cabezas hacia atrás en una pose final coreografiada. Sus mentes se inundaron de la luz fantástica y maravillosa que los acariciaba desde su interior.
Se derramaba en ella sin parar. Y ella en él.
Bajó la vista y la combinación de sus esencias caían a lo largo de su miembro y el interior de los muslos de Aurora.
—¿Puede haber algo mejor que sentir tu elixir sobre mí?
—Sí, que lo repitamos una y otra y otra vez —se liberó del miembro de su esposo, que todavía se izaba semi firme, y se volteó, sentándose en el borde de la mesa y abriéndose una vez más para él. Atrajo hacia ella al cuerpo del Adonis que tenía enfrente, envolviéndolo con un abrazo.
Las miradas de los dos estaban oscurecidas, con las pupilas dilatadas por la lujuria. Se relamieron los labios. Ella, con los ojos sobre la fiera que volvería a atravesarla y él, contemplando las tetas con las que deseaba darse un festín.
—Extrañé a mis chicas —las apretó, juntándolas entre sí y las palmeó, fascinado por el bailoteo.
—Y ellas a ti —arqueó su cuerpo, entregándose al acto de canibalismo, que no se hizo esperar.
Atrapó con furia uno de los senos usando su boca que desencajaba como una pitón, mientras su mano lo sostenía por debajo. La otra magreaba inclemente sobre la teta libre. Succionaba, lamía y mordía como un poseso, liberando gruñidos contra la suave piel, estremeciendo a la receptora de tan desesperadas atenciones.
—Hazme tuya otra vez. Por siempre —suplicó en un quejido lastimero, cerrando sus párpados y atrapando entre sus manos la cabeza del hombre que de ella, podía tenerlo todo.
Sin abandonar su alimento, tomó en su mano su sexo nuevamente endurecido y ansioso, y la invadió una vez más.
Lo harían en cada habitación, terminando en su alcoba, hasta que el sol del amanecer acariciara sus enredados y satisfechos cuerpos.
***
Descendían de la limosina en la pista de despegue privado, cubriéndose los ojos con lentes para bloquear los rayos del sol que agredían sus ojos a tan temprana hora.
El jet con el logo de <<Sharpe>> ya los aguardaba con sus motores listos. Seguramente, Steve le recriminaría algo sobre su llegada tarde aunque fuera sólo por veinte minutos.
La gran figura de Andrew en el tope de la escalera de acceso se movió hacia ellos alcanzando el suelo para recibirlos a mitad de camino, capturando la pequeña maleta que llevaba el inglés.
—Gracias Andrew —le dio una palmada en el hombro y continuó hacia el avión.
—Toma la mía —exigió con una sonrisa de suficiencia la acompañante.
Andrew no había manifestado ninguna reacción en su semblante a pesar de la sorpresiva presencia de la platinada. No tenía idea de qué hacía ella allí, porque no había sido mencionado nada al respecto por su jefe.
En silencio sujetó la manija del equipaje de color marfil que había quedado abandonado en el trayecto y cargó con ambas, siguiendo a los últimos pasajeros que abordaban en su próximo vuelo al viejo continente.
Al ingresar se detuvieron ante la visión que los recibía, ignorando el saludo de bienvenida de la sonriente aeromoza.
Aurora estaba sentada cómodamente sobre el regazo de Steve, acurrucada contra él, susurrándose palabras contra la boca del otro, riendo por lo bajo, mientras las manos de uno y otro parecían estar en una inminente exploración del terreno debajo de sus prendas.
—Buenos días, tórtolos. Parece como si no se hubieran visto en días —saludó quitándose los lentes oscuros de marca exclusiva.
Steve arrancó de su faz cualquier rastro de humanidad y acomodó a su esposa en su respectivo asiento, mientras Aurora, que había sonreído al escuchar el acento inglés, borró su gesto al ver a la mujer que venía junto a su nuevo amigo. Confundida, buscó respuesta en su esposo. Pero este parecía de piedra, observando a Edward.
Un minuto después, la presencia de Andrew cargando con las dos maletas detrás de Edward y Crystal indicó que estaban listos para partir. El asistente dio un leve cabezazo a su jefe y se dirigió al fondo de la nave, donde aguardaría por cualquier encargo del matrimonio Sharpe.
La mujer uniformada que había estado esperando a un lado, procedió a cerrar la compuerta y desapareció hacia la cabina.
El británico caminó hacia sus amigos.
—Creo que ya conoces a Crystal, ¿no Aurora?
—Sí-sí —tartamudeó. Carraspeó para recomponerse y dibujó una tímida sonrisa en sus labios—. Hola Crystal. Por favor, ponte cómoda —señaló el amplio asiento frente a la pareja.
—Los empleados se sientas atrás.
Las palabras del presidente de Sharpe Media eran una helada bienvenida.
—No seas así Steve —el inglés se sentó, hundiéndose en el mullido mueble delante del rubio, cruzando sus piernas con elegancia e indicándole con su mano a Crystal para que lo imitara—. Como la solicité para ser mi asistente, quiero que me asista cerca mío. Ya sabes, por cualquier cosa que necesite —giró hacia Aurora regalándole una sonrisa galante—. Te ves deslumbrante Aurora. Cada día más hermosa.
—¡Edward! —Pasó por alto los halagos cuando reparó en la marca violácea que cruzaba su mandíbula—. ¿Qué te pasó en la cara?
—Oh, ¿esto? —No pudo evitar un gesto de dolor cuando se tocó la zona afectada, pero enseguida recuperó su sonrisa impostada—. Un juego erótico que se salió un poco de control.
Dirigió su atención a Crystal, guiñando un ojo. La mujer, que estaba al tanto del conflicto con Webb, fingió una respuesta coqueta con una risa entre dientes.
—Ooohhhh, no sabía que ustedes dos... —Aurora señalaba con su dedo hacia la pareja—. Me alegro tanto.
La mujer era sincera. Al igual que su amplia sonrisa. Pues imaginaba que el estar con Edward la haría feliz y como consecuencia, dejaría de ser tan odiosa y miserable. Tal vez, hasta podrían ser amigos y salir los cuatro.
Steve se mantenía inmutable, fijando sus orbes en Edward, quien le devolvía la misma intensidad. El castaño comprendía con ello, que Steve estaba al tanto de lo que realmente había ocurrido. Debió imaginar que el correcto agente se sentiría mortificado por su comportamiento y habría llamado para disculparse por su accionar. O tal vez, se adelantó a cualquier acusación que Edward podría hacer por el supuesto amorío.
Se encogió de hombros, dando por finalizada la muda conversación con su camarada. En cambio, se regocijó pensando en su siguiente juego.
—¿La follaste duro?
Sus ojos brillaron al ver la reacción de Aurora por el rabillo del ojo, pues su atención estaba en el dueño de los acerados ojos azules.
Un jadeo se ocultó tras la mano de Aurora, que tenía los ojos fuera de sus órbitas, desplazando su mirada llena de vergüenza del inglés a la rubia platinada, que estaba desencajada; y quien a su vez hacía danzar sus ojos de Steve, a Edward, a Aurora, hasta regresar y detenerse en el descarado que había hablado.
Follaría con Chadburn, pero el objeto de su obsesión seguía siendo el apetecible Sharpe y la envenenaba imaginar a Aurora siendo la receptora de todo lo que ese hombre podría darle y que ella deseaba.
La muchacha dorada, con el rostro incendiado y los ojos sobre el suelo, se levantó de su asiento y con un hilo de voz se excusó.
—Iré a comprobar que Hunter esté bien asegurado para el despegue.
—Hasta el amanecer —respondió Steve segundos después, en el mismo tono que usaría para indicar la hora. Relajado y distante. Pero Edward notaba cierto regocijo propio del vencedor.
—Debes estar agotado. Mira que te necesito en todos tus sentidos para que pautemos los puntos principales del evento de aniversario de mi compañía.
—Para nada. Estoy desbordando de energía. —Los orgasmos quiméricos eran su fuente de fortaleza—. Así que no te preocupes por nada. Después de desayunar ultimamos los detalles.
Se quedaron en silencio hasta que la señora Sharpe regresó, sin poder mirar a la cara a sus acompañantes.
—Vamos Aurora. Somos adultos. No tienes que comportarte como una niña —reía disfrutando el sonrojo en las mejillas de aquel rostro creado por los dioses—. Conociendo a Steve, habiendo compartido tanto, en tantas situaciones indescriptibles, sé de lo que es capaz de hacer. Te alabo por seguirle el ritmo.
—¿Podemos hablar de otra cosa? —Era Crystal la que no soportaba la conversación.
—Claro. Sólo quería que Aurora se relajara. Somos amigos, ¿no?
—Sí, Edward —exhaló suavemente, dejando salir cada nudo formado. Reconocía que se comportaba de manera infantil, y no comprendía por qué. Ella era apasionada, libre y salvaje en cuanto al sexo. Pero se sentía expuesta ante los demás. Sin embargo, veía que Edward era muy abierto, por lo que se convenció que ella podía ser igual—. Lo somos. Lo siento, es que no he hablado mucho sobre mi intimidad. De hecho, no tengo experiencia.
—Sabes, eso me recuerda que nunca me contestaste sobre tus novios anteriores. Ahora que hemos aclarado nuestra amistad —miró de reojo a Steve, que apretaba la mandíbula—, me gustaría conocer más de ti.
—Está bien —reía entre dientes—. Para tu información Edward. Nunca tuve novio. Ni siquiera Steve, que pasó de ser mi no-novio —ambos conectaron sus miradas con un brillo cómplice, sin intención de aclaraciones para un confundido Edward—, a prometido y esposo en poco más de una semana.
Tras unos segundos de silencio, Edward estalló en carcajadas.
—Espera, espera, a ver si entendí bien... ¡tomaste a una virgen! ¡Steve! Eres un sinvergüenza. —La tensión era evidente en cada fibra muscular de Sharpe. Y la muchacha volvía a luchar contra su incomodidad, pero estaba dispuesta a no dejarse avergonzar—. Oh, Aurora, lástima que no nos conocimos antes. Podría haberte enseñado algunas cosas. Bueno, nunca es tarde —levantó sus cejas varias veces.
La poderosa mano de Steve eliminó la distancia entre ellos, cerrándose sobre su cuello y anulando la entrada de oxígeno.
—Vuelve a faltarle el respeto a mi mujer, y probaras la caída libre sin paracaídas —siseó con la voz dura y profunda, sin atisbo de emoción. Solo la afilada advertencia de que sus dichos serían un hecho. Sus ojos de témpano atravesaban los del hombre que por primera vez, veía en Steve una reacción visceral a pesar del frío de su tono.
—Cariño, por favor —posó su mano sobre el antebrazo de su esposo, y en respuesta, este no demoró en obedecer como el esclavo que era—. Sólo bromeaba. Sé lo que es eso —sonrió. Cada vez más, los recuerdos de Pierre se solapaban con el carácter de Edward y no podía enfadarse por ello—. Estoy bien, en serio.
El castaño llevó sus manos al cuello como si ello le diera más acceso al aire hacia sus pulmones.
Crystal no cabía en sí de la confusión. Jamás había visto algún tipo de emoción en su jefe y se sentía excitada ante el salvajismo que irradiaba y celosa de la responsable de dicho comportamiento.
Repasó la poderosa y majestuosa anatomía, disfrutando de la visión que le entregaba. No usaba traje completo. Sólo un elegante pantalón y una camisa azul francia con los primeros botones abiertos y sus mangas enrolladas hasta los codos, deleitando sus ojos con el perfil de sus duros pectorales y la fortaleza de sus antebrazos. Era lo más informal que alguna vez había usado delante de ella. Y le gustaba.
—Joder Steve. Realmente, no sé quién eres. Sólo era una broma entre amigos. Creo que tu dulce mujer es una verdadera joya.
—Gracias Edward —hablaba suave—. Olvidemos todo esto y disfrutemos del vuelo. Los despegues son mi momento favorito y ya estamos por iniciar.
Todos los pasajeros se abrocharon los cinturones ante la indicación correspondiente y por un breve lapsus de tiempo, se hizo el silencio, salvo por el sonido de las turbinas que incrementaban su potencia dispuestos a su labor contra la gravedad.
Su esposo la tomó de la mano, pareciendo abandonar en ese gesto toda la tensión de los últimos minutos. La sonrisa expectante al sentir la corrida de la aeronave sobre la pista acompañaba las mariposas que llenaban su estómago, revoloteando con más intensidad cuando la nariz se elevó y el resto del cuerpo del ave metálica acompañó el ascenso.
Sus labios se estiraron más y sus ojos conectaron con los de Steve, para luego perderse en la abertura que le obsequiaba la visión de un cielo nítido.
—Desearía ser ave y sentir el viento bajo mis alas —le susurró al oído al hombre que recibía con placer el cálido aliento contra su piel. Apoyó su mejilla contra el hombro y sintió los suaves y carnosos labios masculinos depositarle un beso en su frente—. No te enfades más, Steve. Hazlo por mí. No quiero que peleen, por favor. Me gustaría tanto que vuelvan a ser los amigos de antes.
—No te prometo nada —respondió mientras rodeaba con su brazo los hombros de su niña, apretándola más contra su cuerpo. La necesitaba sentir junto a él, con él, adentro de ella, olvidando el mundo a su alrededor. Ignorando las miradas de Crystal y Edward, que le importaban una mierda—. Pero por ti, al menos lo intentaré.
—¿Qué desean desayunar?
La aeromoza mantenía su dientes blancos a la vista en una sonrisa coqueta, que dirigía al inglés, antes de repasar a los otros integrantes del grupo, para finalmente posarse en el sensual propietario de la nave, que no le prestaba la mínima atención, con su semblante duro, salvo cuando sus ojos caían sobre su esposa, logrando suavizarlo. Si no fuera porque la muchacha era atenta con cada tripulante, la empleada estaría envenenando cada bebida que le pidiera con laxante para que sufriera el vuelo en el encierro del baño. Pero durante el largo recorrido hacia Japón y luego por Europa, se había ganado el cariño de cada uno de los encargados de la aeronave, así que los celos quedaban apartados.
No ocurría lo mismo con la Barbie que aunque sólo llevara media hora de conocerla, se planteaba realmente cumplir con la amenaza del laxante si seguía con su actitud de perra consentida.
—Café negro.
Esa voz grave siempre le había dado calentura a la azafata, aunque el dueño sólo emitiera dos palabras.
—¡Yo igual! —Saltó como posesa Crystal.
—Para mí té, lindura. Con unas gotas de leche y azúcar.
El guiño del castaño llevó más alta la temperatura de la mujer.
—Para mí, Lyanna, chocolatada, hotcakes con Nutella, jugo de naranja y algo de fruta, por favor. ¡Que no sea mandarina!
Era conocido por los tripulantes el apetito de la joven, por lo que la pequeña cocina de la nave tenía lo necesario para un desayuno de ese calibre.
—Como no, Aurora —apretó sus labios conteniendo una risa ante la cara de sorpresa de los demás. Realmente, le encantaba esa joven. La única que sabía su nombre y la trataba con amabilidad.
—Gracias —aleteó sus pestañas hacia la mujer uniformada.
—¿Acaso tienes diez años?
Una risa poco disimulada brotó de los grandes labios rojos de Crystal, que enfocó sus ojos verdes con burla hacia la más joven del grupo, que enseguida se encogió en su asiento desconcertada por la comparación, pero sintiéndose disminuida y con el rostro ruborizado. Esa mujer sabía cómo hacer flaquear su confianza.
—Crystal, no hagas que me arrepienta de que permita que te sientes con nosotros. Después de todo, vienes como asistente de Edward. No como su acompañante y mucho menos como una persona grata.
La receptora de la reprimenda se mordió el lado interno de la mejilla, bajando la mirada, reconociendo que no había sido una jugada inteligente si lo que pretendían era que cuando Steve descubriera la supuesta infidelidad de Aurora con Edward, el rubio se desahogara con ella.
Edward, había abierto grande sus ojos y uno de los lados de su boca se estiró en una sonrisa torcida después de escuchar el pedido de la muchacha.
—Ignora a Crystal. Es envidia, porque si comiera lo que tú, su sueldo se iría en más liposucciones. —La aludida lo fulminó con la mirada, pero este la ignoró olímpicamente—. ¿Dónde metes todo eso?
Se encogió de hombros y se aferró a la mano de Steve.
En cuanto Steve, Edward y Crystal se acomodaron en una de las mesas dispuestas para trabajar una vez concluido el desayuno, Aurora buscó la compañía de Andrew y Hunter. El colosal asistente sonrió con timidez cuando la vio sentarse del otro lado de la pequeña mesa con el cachorro a sus pies. Ella mantenía fija la ambarina mirada en él, removiendo un mundo de sensaciones en su pecho, lo que hizo que llevara su mano de manera inconsciente sobre su torso, sintiendo la pequeña joya que colgada debajo de sus prendas. Bajó la mano cuando notó que aquellos ojos misteriosos se posaban en ese punto como si pudieran ver a través de la tela y desvió la vista hacia afuera del jet.
—Lo siento. No quería incomodarte Andrew. Puedo dejarte solo, si quieres. Sólo pensé que podrías querer compañía. Sé que yo sí, con ellos tres absortos en lo suyo.
El semblante del hombre de cuarenta años se suavizó y negó antes de regresar sus orbes negros hacia la muchacha.
—No señora Sharpe. No me incomoda. Sólo que no suelo interactuar tan íntimamente con mi jefe, y por ende, con usted. Ya se lo he dicho. Soy su guardaespaldas.
—Eres más que eso. Creí que te lo había dejado en claro —habló muy bajo, disminuyendo el espacio entre ellos al reclinarse sobre la mesa—. Para mí, eres un héroe.
—No, no lo soy —respondió con cierta dureza en su voz.
Aurora percibió la tensión en su mandíbula y la leve humedad en los ojos de Andrew antes que este parpadeara y alejara una vez más la mirada durante unos segundos, antes de volver a ella.
Frunció levemente el ceño. Desde que habían regresado de la luna de miel, había ido notando algunos cambios sutiles en el hombre. Como si algo en él se estuviera desmoronando, dejando caer la barrera invisible que lo había estado conteniendo. Cuando él no se daba cuenta, su mano buscaba su pecho y ella había identificado que un colgante era el que obtenía su atención, pero nunca lo había visto.
En contadas veces había sido muy efusivo, como lo fue el día que supo del compromiso del matrimonio. Y había visto que alternaba entre lapsus de ensimismamiento con bromas y sonrisas con Josephine. ¿Sería que algo entre ellos dos estaría pasando? O tal vez, por el contrario, él temía avanzar y dar algún paso en falso hacia la alegre, mandona y regordeta cocinera.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Andrew la regresó a la realidad con su gruesa voz.
—¿Quiere jugar a las cartas?
—Me encantaría, pero deberás enseñarme. Nunca jugué.
Le regaló una cálida sonrisa ladeada. Seguía sin comprender a esa muchacha. No entendía cómo a sus veintiún años cada día parecía que era un descubrimiento. Sabía de su encierro, pero habían sido meses. ¿Qué había hecho durante los veinte años anteriores? ¿Dónde había estado? Conocía las respuestas ensayadas del matrimonio, porque siendo él el único que estaba al tanto de la manera en que el señor Sharpe y ella se habían encontrado, debía resguardar el secreto. Pero eso sólo le dejaba más dudas. Porque prácticamente no se hablaba de su pasado. Ni siquiera Josephine y Theresa tenían acceso a sus recuerdos.
Se levantó de su asiento y rebuscó en uno de los gabinetes del avión una baraja de naipes.
—Le enseñaré a jugar al poker.
—He escuchado sobre ese juego. Se basa en engañar al otro, ¿no? —Cuestionaba al tiempo que tomaba las cartas que le entregaba Andrew—. A Chris le gusta jugar al poker.
—Algo así. Mejor dicho, sería no dejar ver lo que ocultamos. Y reconocer al otro. Aprender a leer a la persona que tenemos delante.
—Entiendo. Usar una máscara que nos mantenga imposibles de sondear, sin dejar de captar lo mínimo delator del adversario.
El hombre sonrió, enseñando sus blancos dientes. Ella le correspondió y su sonrisa le calentó su afligido corazón.
—Pero debes llamarme Aurora y tutearme —lo observó entrecerrando sus párpados en una clara y graciosa amenaza.
—Lo intentaré... —sonrió, aceptando a medias la orden—. Al menos, cuando seamos nosotros dos.
—¡Hecho!
Pasó los siguientes minutos explicando las bases del juego, los valores de las diferentes combinaciones y poco después, se batieron en duelos donde el rostro dorado le regalaba un sinfín de expresiones que hacían reír a su oponente.
—Creo que lo mejor será probar con el blackjack.
—¿Por qué? —protestó, haciendo un puchero, lo que la hacía ver como una graciosa niña.
—Porque sus gestos, tus gestos, —se corregía constantemente ante la joven que lo descolocaba—, te delatan. Por eso estás perdiendo. —La rubia se mordió el labio inferior, sonrojándose—. Eso sólo demuestra que no eres buena para mentir. Es reconfortante encontrar personas así. Nunca cambie, señora Sharpe —guiñó un ojo hacia la joven.
—Gracias Andrew —se enderezó en su lugar y dio una palmada—. Muy bien, viendo que mi máscara de poker es patética, preséntame tu nuevo desafío.
En aquella ocasión, fue Aurora la que se llevaba una y otra vez la victoria y sus campanillas alegres llenaban la aeronave, haciendo elevar la vista del majestuoso hombre que se derretía por ese sonido desde el otro lado del jet.
Steve abandonó la conversación entablada con Edward y Crystal y enfocó su atención en la mujer que le provocaba de mil maneras diferentes con cada gesto, sonido, mirada y contacto. Escucharla reír era una de sus cosas favoritas. Tenía que ser una de las maravillas del mundo. Al menos, lo era en el suyo. Le hacía evocar al personaje del cuento de Saint-Exupéry.
Era una criatura divina que había conmovido a un hombre tan rígido y torturado como lo era Andrew. Como lo eran los dos. Por eso habían congeniado ambos hombres desde el primer momento que se habían conocido.
El dolor es una sombra identificable en la mirada del otro cuando uno también lo ha sufrido y se enfrenta a ella cada vez que se ve reflejado en el espejo. Ese fue el silencioso reconocimiento que los llevó a aliarse cuando se toparon más de siete años atrás.
Pero ya no eran los mismos. Steve cada día, al lado de su salvadora, disminuía la carga de su corazón, aligerándolo para que vuele al verdadero lugar al que corresponde, las manos de Aurora. Ella es la que lo sostiene, haciéndolo latir.
Y Andrew, aunque su pesar fuera más tormentoso, parecía por fin estar aceptando su pasado, alivianando su espalda para poder enderezarse y ver hacia adelante.
La voz de la aeromoza y su cuerpo bloqueando su visión lo devolvió al presente con algo de irritación.
—¿Qué desean beber?
—Bourbon —gruñó, reincorporándose al trabajo frente a su laptop, ante la mirada socarrona de Edward que lo había observado en su trance.
—Brandy —respondió el castaño, obsequiando a la hermosa mujer un nuevo guiño.
Estaba evaluando averiguar en qué hotel se hospedaría en Londres, para obtener un nuevo disfrute entre piernas desconocidas. Al menos, hasta que pudiera satisfacerse con la dulce Aurora.
—Champagne
Fue el pedido de Crystal, que se sentía a sus anchas entre tanto lujo.
—Limonada —pidió Andrew cuando Lyanna se acercó a los jugadores en el otro extremo.
Aurora miró al hombre que tenía frente a ella y sonrió a la azafata al volver a enfocarse en ella.
—Lo mismo. Gracias.
Después que la servicial mujer hizo entrega de cada bebida y se refugió en su sector, Aurora se estiró hacia Andrew para hablar en voz baja mientras continuaban con su partida de naipes.
—Andrew, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Claro señora Sharpe.
—Aurora, quedamos en eso Andrew. No te olvides. Estamos sólo tú y yo.
—Lo siento —asintió sin mirarla, pero con una sutil sonrisa, concentrado en ordenar y analizar lo que el azar le había repartido—. Pregunte, señora Aurora —provocó.
—Señora... —bufó, reprendiéndolo con la mirada. Pero al menos tenía la mitad de la contienda ganada—. No te he visto beber nunca alcohol. Ni siquiera en nuestro casamiento. ¿No te gusta?
Andrew levantó la vista y fijó sus ojos negros en los ambarinos expectantes que lo contemplaban con genuina curiosidad. Un ridículo sentimiento de vergüenza lo embargó, pero tras una suave exhalación, procedió a responder, bajando sus cartas sobre la pequeña mesa fija.
—No puedo beber, señora. Digo, Aurora.
—¿Por qué? Tú no tienes ninguna enfermedad.
Por alguna razón, sus sentidos percibían cuando alguien sufría aunque fuera en silencio algún mal.
—Lo que diré no es bonito, Aurora.
—No he vivido siempre una vida bonita, Andrew. No tienes que preocuparte por mí.
Asintió, aceptando sus palabras.
—No bebo porque por muchos años me hundí en drogas y alcohol. Cuando me limpié, gracias al señor Sharpe, me juré nunca más tocar nada de ello —descendió sus ojos hacia sus manos como si viera en ellas algún remanente de su pasado, y al no soportar ver en Aurora cómo perdía su respeto—. Y le prometí a mi jefe que me mantendría limpio y fiel a él. Y a usted.
Las manos cálidas y de suave dorado sobre las de Andrew apretándolas con cariño le infundió ánimos. Ascendió sus orbes, chocando con esas cálidas fuentes de oro. No vio nada que le hiciera creer que ya no era el mismo ante sus ojos.
—Creo que eres un hombre valiente, que cada día lucha contra sus propios demonios. Eso es admirable. Siéntete orgulloso de cada batalla ganada. —Su sonrisa abrasó el corazón del asistente, haciendo que sus ojos se empañaran. ¿Qué poder tenía esa niña que lograba eso en hombres como él o el señor Sharpe?—. Ojalá algún día puedas compartirme tu carga, porque parece que es muy pesada. No te olvides que te debo mi libertad, Andrew. Encuentra en mí una amiga.
—Gracias... Aurora.
Le dio una pequeña palmada y regresó a su lugar, reposando su espalda contra el asiento.
—Muy bien, ahora, a pelear.
***
Edward no había estado concentrado completamente en lo que pautaban para el próximo evento, a pesar de que él había ideado el convenio de utilizar la cadena de medios de comunicación de su antiguo amigo para promocionar a sus representados, aprovechando el aniversario de la compañía Chadburn.
Un evento que necesitaba ser exitoso, o perdería mucho. Por eso, harían un gran festejo convocando a cada artista en Halloween. Músicos, bailarines, actores, modelos donde cada uno tendría algún tipo de participación. Lo llevarían a cabo en las instalaciones de Sharpe Media en Londres, televisándolo desde sus estudios.
Pero su mente volaba dividida entre la conversación presente y el plan que seguía maquinando en su cabeza. Aún no encontraba la forma en que pudiera dar el golpe de gracia que le diera el triunfo sobre el rubio, para deleitarse en el premio que esperaba por él entre los muslos de Aurora.
Se había vuelto su obsesión. Sólo pensaba en ella y en probarla, beberla hasta vaciarla. Y vaciarse en ella hasta el cansancio.
Aurora no caía en sus provocaciones. Era tan inocente que creía a ciegas en que él era un amigo que hacía chistes subidos de tono y nada más. Steve lo conocía mejor, pero aunque estaba seguro que sus intenciones no eran ningún misterio para él, parecía confiar completamente en el amor de su esposa. No hallaba el hilo suelto que pudiera usar para desarmar al matrimonio.
La voz de Crystal, que debía reconocer resultó ser realmente eficiente en lo que al trabajo respectaba, lo despertó de sus cavilaciones.
—Necesitamos un cierre impactante, Edward.
—¿Qué tienes pensado? —parpadeó, llevando su atención a los ojos verdes que lo miraban con un brillo intenso.
—Bueno, habrá funciones musicales, presentaciones e intervenciones graciosas con los actores y actrices y una gran pasarela con tus modelos y diseñadores. ¿Qué tal llamar a Madison para hacer la última pasada? Y cantar al final.
—Ella ya no está con nosotros.
No pudo ni intentó evitar la molestia en su voz. Crystal no conocía el trasfondo del cambio de representante de la pelinegra.
—Pero ella fue descubierta por ti. Hay una gran historia de amistad entre ustedes tres. Por los viejos tiempos seguro que participaría.
Una idea se plantó tras lo dicho por la platinada. Sus ojos chocolate contemplaron el semblante rígido e inexpresivo de Steve y luego rodó hasta la figura de Aurora, que le regala la visión de su espalda.
Una sonrisa se fue esparciendo en sus labios. Tenía la respuesta delante suyo. Se la había proporcionado la mujer siliconada que cada vez le provocaba más rechazo, pero que usaría hasta obtener lo que deseaba.
—En cuanto lleguemos a Londres, me pondré en contacto con ella —volteó hacia Steve—. ¿Tú qué dices?
—Que si no te manda a la mierda, deberás hacerle un pedestal. Pero te advierto. La apoyaré en lo que sea que ella decida y si me entero que la jodes, te borraré la sonrisa de una manera poco amable.
El castaño, en respuesta, estiró más las comisuras de sus labios.
—Todo saldrá bien. Te lo aseguro.
N/A:
Andrew carga con sus propios fantasmas. Iremos descubriendo más de él.
Acaban de nombrar a Madison... ¿alguien teme que se arme lío?
Espero que les haya gustado el capítulo. No se olviden de compartir su estrellita.
Gracias por leer, Mis Demonios!
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