12. Noche de hombres... y mujer (parte II)
12. Noche de hombres... y mujer (parte II).
Detrás de Steve aparecía un hombre apenas más bajo que Sharpe, aunque alto para la media, de contextura física similar, elegante en su traje sin corbata y de corte inglés. Tenía cabello prolijo, de color castaño oscuro algo ondulado y vestía en su atractivo rostro una sonrisa galante, a pesar de que no hubiera público femenino a quién dirigirla. El agente sospechó que no habría ningún gesto natural en aquel hombre. Todo estaba fríamente ensayado y calculado.
El recién llegado se acercó a Chris y le estrechó la mano. Este le correspondió con fuerza. Demasiada. Lo había hecho intencionalmente y disfrutó cuando el inglés movió los dedos de su mano una vez recuperada.
Steve, desde atrás, se regocijó silenciosamente ante ese saludo.
—Edward, este es Chris. El agente especial Chris Webb, para ser exactos.
—Vaya apretón, agente —le dio una palmada en el brazo, comprobando que era macizo como un roble.
Apreció velozmente a quien inmediatamente catalogó como su nuevo rival. Alto, por mucho, de anchos hombros, cintura estrecha y músculos definidos sin ser monstruoso. Era atractivo, pero vestía con ropas simples. Simples como parecía ser el agente. Como la cerveza que en ese momento llevaba a su boca. No lo veía como verdadera competencia para él.
—Así que tú eres el nuevo amigo de Steve y, claro, de la adorable Aurora. El famoso Chris.
—¿Por qué famoso?
—La dulce Aurora sostiene que tú eres el único amigo de Steve. Un error del que obviamente ya me hice cargo. ¿Eres tú el único amigo de ella?
—Creo que sí —lo miró con el ceño fruncido y los párpados entrecerrados.
—Bueno, deberé corregir eso también —guiñó un ojo que tensionó la mandíbula de los otros hombres—. O mejor dicho, estoy en eso, porque la dulce Aurora ya me tiene en alta estima.
Steve y Chris recibieron con desagrado la familiaridad con la que se dirigía a Aurora. Antes que cualquiera de ellos respondiera, Edward tomó un taco extra al cual le pasó la tiza en la punta.
—Veo que llego a tiempo para participar de una partida. Si tenías una reunión de amigos, pudiste invitarme. Eso es ofensivo, amigo.
—¿Celoso? —Edward se encogió de hombros—. Teníamos cuestiones que hablar con Chris. Nada de tu incumbencia.
Ignorando a su amigo, estiró su cuello, mirando por encima de Steve, hacia el resto de la sala.
—¿Y Aurora? ¿Noche de chicas para ella?
—No. Salió a pasear a nuestro perro —respondió el esposo, recostándose sobre una pared, esperando que cualquiera de los otros hombres hiciera su jugada, o que iniciaran una nueva partida.
—Tu perro Hunter. Eso también me tiene sorprendido. No puede ser que no nos veamos en unos meses y ya no te reconozca. ¿Y por una muchacha? Será preciosa, e imagino que una delicia, pero ¿acaso te convirtió en un dominado?
Hablaba moviéndose por la sala de juegos como si fuera un invitado habitual y no la segunda vez que acudía a aquella recientemente adquirida propiedad.
Había colocado las bolas para comenzar desde cero un nuevo desafío y se acomodó para romper.
—¿Estilo Nueva York? Suena apropiado —invitó el recién llegado y los otros dos asintieron con la cabeza—. Hagámoslo por altura ascendente. Voy con las primeras —sin siquiera mirar a sus rivales, hizo el tiro de salida, logrando acertar una de las que correspondían a Chris. Volvió a golpear otra de Steve, pero falló por un mínimo.
Se enderezó y al hacerlo, recibió de Steve una copa de brandy que había preparado mientras hacía sus jugadas.
—Fueron unos meses muy interesantes, Edward. —Steve se disponía a tomar su lugar y hacer su movimiento después que el extranjero no había acertado. Logró embocar dos de sus adversarios antes de que fuera el turno de Chris—. Soy un hombre decidido y no quiero perder tiempo. Vi lo que quería, y lo tomé. —Chris y él se miraron y Steve volteó los ojos, dándole a entender que era mejor hablarle en términos familiares. Alguien como él, nunca entendería lo que era perder la cabeza por alguien. Por amor.
—O tal vez fue ella la que tomó lo que quiso —besó el borde de cristal para saborear el trago—. A un billonario soltero.
Steve y Chris tuvieron que morderse la lengua para no colmarlo de insultos.
—¿Crees que después de una década de leer las intenciones de cualquier mujer ambiciosa, caería sin cuidado? Lo último que le interesa a Aurora es el dinero —respondió en un frío tono, manteniendo su compostura.
—Eso es lo que dicen todas hasta que te despluman. Al menos espero que hayas sido lo suficientemente inteligente para hacerle firmar un acuerdo prenupcial.
El silencio fue respuesta suficiente y el inglés soltó una burlona carcajada.
—¡Te engatusó completamente! ¡Sí que te tiene agarrado de las bolas!
—No la conoces, Ed.
—Tú tampoco. Ese es el punto.
—Que el poco tiempo que llevamos juntos no te engañe. No hay nadie que la conozca como yo. O nadie a la que se le revele como a mí. No nos ocultamos nada.
—¡Por Dios! ¡Tú también te has vuelto cursi! Un puto cliché andante. Te desconozco amigo.
Chris rio por lo bajo y Steve le entregó una mirada que podría haberlo fulminado si esta desprendiera rayos. Inmediatamente carraspeó a modo de disculpas ante el rubio, que ablandó su semblante.
—Tal vez me haya vuelto cursi, pero no te equivoques. Es sólo por y para ella. A ti, si tengo que molerte a palos, lo haré en un pestañeo y sin acelerar mi pulso.
Otra sonora carcajada inundó toda la sala.
—Te creo amigo. Me estas convenciendo de buscar una Aurora para mí. Ya sabes, una hermosa y dulce muchacha que me haga decir ridiculeces como esas y que, imagino, debe tener atributos de otra índole para someter a un mujeriego y experimentado Steve Sharpe.
Sus palabras fueron captadas al vuelo con la insinuación de las habilidades amatorias de su esposa, y al agente no se le escapó que los ojos azules profundo de su amigo se habían oscurecidos y enfriado, como si estuviera analizando la mejor forma de asesinar al inglés que se atrevía a tener en sus pensamientos la morbosa visión de la muchacha en la intimidad.
Los antiguos compañeros se quedaron observándose, desafiándose en silencio, creando una tensión en el lugar que de tan palpable era asfixiante. Chris decidió ser el encargado de apaciguar las aguas antes del regreso de Aurora.
—Vamos, vamos. Somos adultos. Creo que podemos prescindir de las charlas pueriles. Edward, aún no conoces a Aurora, pero cuando lo hagas, verás que todo en ella es inocente.
—Inocente... —saboreó esa palabra con placer—. Entonces... ¿qué tipo de amistad tienen ustedes tres? ¿Qué tan inocente es?
—¿De qué hablas? —Chris no comprendía el punto de la pregunta.
—¿Acaso ustedes comparten a Aurora? ¿Eres ese clase de amigo? Porque yo me apuntaría para ese tipo de amistad.
—¿Qué? ¡No! ¿Cómo puedes pensar en una cosa así? ¡Qué tipo de mujer crees que es Aurora!
A diferencia de Steve, el castaño no pudo mantenerse impasible y antes que se diera cuenta, estaba enceguecido.
El enorme huracán en el que se había transformado la mole de músculos que componía la entidad de Chris Webb se abalanzó sobre el británico, tomándolo por el cuello de la camisa para arrastrarlo hasta una pared y elevarlo del suelo. Nunca perdía los estribos y la experiencia con criminales a los que se enfrentaba en interrogatorios le había dado un arsenal de herramientas para controlarse. Sin embargo, imaginar a Aurora siendo humillada y despreciada como mujer por ese truhan lo nubló por completo. Considerarla un juguete que se compartiera lo alteró.
Sintió la dominante mano de Steve sobre su hombro, siendo él en esa oportunidad el encargado de calmar el ambiente.
—No vale la pena Chris. Suéltalo. Sólo le gusta provocar. No caigas en su juego.
Su mandíbula estaba apretada y los ojos despedían chispas de furia, que se acentuaban ante la mirada socarrona de color marrón de su presa. Una sonrisa de diversión decoró su cara y Chris apretó más sus dientes y el agarre sobre la ropa.
—Chris, vamos amigo —su voz era calmada, pero fría y dura—. No es lo que querría Aurora.
Aquel nombre era todo el hechizo que necesitaba para aplacarse. De un movimiento brusco, liberó sus puños, dejando que los pies vestidos en elegantes y caros zapatos retomaran el contacto con el suelo.
—Vaya agente, eso ha sido divertido —alisó su ropa sin borrar su sonrisa ladeada. Estaba seguro que tenía delante suyo a otro hombre enamorado. Se regocijaba por dentro al pensar en lo conveniente que era para sus planes en caso de que los encantos del inglés no hicieran mella en la muchacha. <<Bah, eso es imposible. Soy irresistible>>—. Yo sólo cuestionaba sobre su relación. Porque Steve y yo hemos compartido en el pasado, siendo amistosos... —remarcó el término arqueando una ceja de manera sugerente—, con la misma mujer. No es la gran cosa —se encogió de hombros, recreándose al ver la cara de espanto de Chris, que desvió su atención hacia Sharpe—. A Madison le gustaba jugar con ambos. No al mismo tiempo, salvo por una vez... ¿recuerdas? —Rio, evitando la mirada de Steve—. Sí, eso no se olvida. Hasta que decidió cambiarnos por un solo hombre y jugar a la novia enamorada.
—Jason es un buen hombre. Que la hace feliz —ignoraba adrede los ojos celeste sobre él, que sentía llena de confusión e, imaginó, con algo de decepción por parte de su amigo más reciente.
—Es un traidor —escupió con evidente rencor.
—Tú fuiste quien la traicionó. Él la hace feliz y fue quién más la apoyó después de lo que le hiciste. —El castaño hizo un gesto de desagrado, chasqueando la lengua para descartar el recuerdo que Steve mencionaba—. Ella sólo buscó ir por su felicidad. Lo mismo que yo encontré en Aurora. Tal vez deberías hacer lo mismo. Posiblemente, eso te haga menos cabrón.
—Era una broma lo de buscarme a una Aurora... —<<¿para qué?>>, se cuestionó, si lo único que necesitaba era arrebatarle al chico de oro la que tenía—. ¿Qué haría yo con una sola mujer? ¿Estás loco? Estoy bien así. ¿Un mismo par de tetas y coño para siempre? Por más increíbles que estas parezcan, nunca serían suficiente —sonrió con lascivia y disfrute al recibir la respuesta a su provocación, pues a nadie le pasaba desapercibido que era una indirecta sobre lo que la ropa de Aurora escondía—. Olvídalo. No sería un hombre fiel, y no quiero dramas ni histeriqueos. Por eso acepto nuestros juegos. Son los más entretenidos y sin complicaciones.
—Pues no hay más juegos. Ya te dije, Edward, Aurora es mi esposa. No es una amiga mutua, no es una mujer que aparezca en mi vida unos días y desaparezca. Y no es un juguete a compartir de la forma en que tú y yo lo hemos hecho. De manera descarada y sin pensar en los sentimientos ajenos.
—Vaya, parece que la niñita te ha cambiado.
—No es una niñita.
—Ah, tienes razón, lo he visto. Es una mujer hermosa.
Un nuevo silencio incómodo se asentó en la estancia. Los ojos fríos y oscuros como la profundidad de un lago se batían en un duelo visual con las orbes marrones que brillaban con burla.
Steve se arrepentía de haber metido a Edward en la vida de su joven esposa, sin comprender todavía el verdadero alcance de la ambición de su antiguo amigo y camarada.
La tensión pareció desaparecer de golpe, como si los tres hubieran pactado una tregua al escuchar cómo se abría la puerta. Se irguieron sin quitar la vista de la atractiva mujer que entraba junto a su perro, cargando una pequeña bolsa de tela colgada en uno de sus antebrazos, mientras en una de sus manos llevaba un pequeño recipiente blanco.
El cachorro fue directo hasta el dueño de la casa, que lo acarició automáticamente con una leve palmada en la cabeza, sin prestarle real atención. El golden, ante la falta de cariño, caminó hasta el inglés que desprendía un aroma que reconocía olfateándolo durante unos segundos, y como tampoco recibía lo que quería, alcanzó a Chris, el único que le entregó la tan ansiada bienvenida, mientras este último mantenía su vista en la recién llegada.
Aurora regresaba con una enorme sonrisa en la cara y al ver que no solo era recibida por su adorado esposo y su amigo Chris, su sonrisa se agrandó aún más.
—¡Edward!
Caminó desprendiendo su natural sensualidad que desarmaba a esos hombres que la observaban embobados hasta que alcanzó al recién incorporado y lo saludó con un abrazo. Uno totalmente inocente por su parte, sin saber lo que provocaba en cada uno de los asistentes masculinos.
En el receptor de dicho recibimiento, el calor en sus entrañas se hizo presente, esperando que no alcanzara a su entrepierna, aunque, cuando lo pensó mejor, sonrió para sí sabiendo lo que provocaría en su amigo que lo viera excitado por su mujer. El cálido y perfumado contacto de Aurora, a pesar de ser breve —pues ya se había desprendido de él—, había estimulado cada terminación nerviosa y le quedaría grabado a fuego la presión de sus generosos senos contra su pecho.
Para Chris, un agujero se le plantó en el estómago y uno mayor en el pecho y sabía a qué se debía. Celos. No los sentía cuando la veía en brazos de Steve, porque aceptaba que el amor que sentía por su esposo era demasiado puro e intenso; y si bien le dolía, era feliz por ellos. Pero con ese británico, se sintió tontamente desplazado. Una idea necia, lo reconocía, pero quería seguir siendo su único amigo.
Y para Steve, esa casta muestra de afecto de parte de Aurora le hizo escuchar alarmas en su interior. Confiaba ciegamente en su hermosa mujer, pero temía que en su ingenuidad, terminara cayendo en alguna trampa por parte de aquel avezado cazador. Una trampa que pudiera destrozar su corazón. O peor aún. El de ambos.
—Aurora, gracias por tu recibimiento —bajó sus ojos hacia el objeto que llevaba en la mano, aprovechando para echar una fugaz revisión de sus pechos que se asomaban por el escote. Pechos libres de brasier, algo que parecía ser habitual en ella. Entre ellos, se perdía aquel colgante de oro que despertaba su curiosidad—. ¿Y eso? —Sin esperar respuesta, tomó la cuchara que asomaba por el borde del pequeño recipiente y lo cargó con su dulce y helado contenido para llevárselo a la boca, sin quitarle la vista de encima a la dama. Lamió la cuchara con placer, gimiendo de forma sugerente antes de devolver el pequeño objeto a su lugar—. Chocolate con almendras y trozos de brownie. Delicioso.
Ella rio y antes de que le robara otro bocado, se dirigió a Steve, que seguía la escena totalmente crispado. Su rostro estaba rígido y mantenía la mandíbula apretada con fuerza. Sólo logró recuperar la compostura cuando sintió la suavidad de un beso en sus labios, volviendo en sí para encontrar aquellos iris dorados que lo tenían dominado.
—¿Me echaste de menos, mi amor? —Le susurró en la boca, con los labios aún en contacto con los suyos.
—Muchísimo, mi adorada Aurora —respondió en igual tono.
Y en una muestra posesiva, capturó con fuerza la cereza carnosa que adornaba su cara, dándole un apasionado e invasivo beso y sujetándola por la cintura de manera de atraerla hacia él en clara señal de que le pertenecía.
Los espectadores habían captado perfectamente el mensaje. Chris trataba de apartar la vista, algo incómodo utilizando a Hunter como punto de apoyo, pero Edward seguía cada movimiento relamiéndose los labios. Estaba disfrutando del espectáculo.
La señora Sharpe, que era ajena de todo lo que ocurría entre los caballeros, disfrutó del sabor de esos labios y la lengua traviesa más que el dulce que tenía en la mano. Cuando se liberó de su esposo, le sonrió con ternura.
—Como sabía que me extrañarías, te traje helado —sacó de la bolsa que colgaba un recipiente plástico—. Sabor a whisky para ti, cariño. Algo dulce y amargo —guiñó un ojo con coquetería, arrancándole una media sonrisa al hombre.
Dio media vuelta y caminó hasta su amigo, que se había agachado para darle al cachorro su afecto. Cuando ella se plantó delante de él, se irguió, superándola por mucho y haciéndola elevar la vista más que con su propio marido, aunque la diferencia fuera poca.
—A ti también te traje... —buscó el último envase y se lo entregó con un beso en la mejilla—, tiramisú. Espero que sea de tu agrado.
—Es mi favorito Aurora, ¿cómo lo supiste?
Se encogió de hombros de manera encantadora, pestañeando varias veces.
—Lo supuse. Como dijiste que la comida italiana es tu favorita, imaginé que también los postres serían de tu agrado —volvió su atención a Edward, que tenía una ceja levantada—. Lo siento, no sabía que vendrías, sino, te hubiera traído también.
—¿Y qué sabor piensas que sería el mío? —interrogó de forma provocativa, acercándose a ella como un depredador furtivo.
Entrecerró sus dorados ojos, cavilando las opciones, hasta que sonrió de forma triunfal, creyendo que tenía la respuesta correcta.
—¡Brandy con cereza! O chocolate amargo.
El hombre parpadeó un par de veces, sorprendido, para luego entregar una hermosa y sensual sonrisa.
—Así es, diste en el clavo —elevó el vaso que contenía ese mismo líquido, confirmando sus gustos—. Eso fue impresionante Aurora —hizo ademán como si se estuviera quitando un sombrero imaginario. Dando un paso más hacia ella, volvió a robar la cuchara con otro bocado de su helado—. Aunque no me disgusta el que tú tienes —saboreó una vez más el postre sin desprender sus ojos oscurecidos de ella.
—Entonces, te lo regalo. Ya comí la mitad —con una sonrisa le entregó el resto—. Ahora, los dejaré para que sigan con su juego.
Alcanzó a su esposo una vez más para besarlo suavemente antes de irse, pero la voz de Edward los sobresaltó a todos.
—No hace falta que te vayas Aurora... ¿no sabes jugar acaso? Quédate con nosotros y alégranos la noche con tu presencia.
No dudó dos veces en regresar, tomando con orgullo un cuarto taco. Steve le lanzó la tiza que capturó en el aire y que segundos después le devolvió de igual forma.
—Gracias por el ofrecimiento, Edward. Aunque no sé si en un rato seguirás deseando que te humille.
Los hombres la observaron parpadeando varias veces con sorpresa.
—Vaya. Creo que esta versión fanfarrona y engreída de Aurora me resulta totalmente excitante.
—Pero qué mierda Edward —siseó Steve.
—Es una broma, cariño —apoyó su mano en el pecho de su marido, confiando en su apreciación, pues Edward le recordaba a Pierre con sus provocaciones y por momentos lo imaginaba a él, con su cabello negro alborotado cayéndole sobre sus ojos, sonriendo con picardía—. Esta versión, Edward, es la que te dará una paliza.
—¿Por qué a mí? Podemos armar equipo tú y yo —elevó sus cejas repetidas veces, estirando sus labios de forma sugestiva.
—Oh, no. Mi compañero será Chris.
Una sonrisa boba decoró el masculino rostro y sus mejillas se encendieron cuando la joven avanzó en su dirección y lo capturó de un brazo, sujetándose a él.
—Yo no tengo objeción —apuntó Chris.
—Steve y tú jugarán juntos.
Enseñó su fila de dientes blancos y perfectos, regocijándose por una vez más sacar provecho de una oportunidad servida en bandeja para mejorar los lazos entre los viejos amigos.
—Muy bien, entonces. Pero yo siempre compito por un premio. —Ella asintió—. Jugaremos al mejor de tres. ¿Qué obtiene el ganador?
—No lo sé.
—Yo sí. Un beso de nuestra hermosa Aurora.
Un gruñido más que audible por parte de Steve arrancó una risa al inglés.
—¿Y qué premio tendré yo?
—Te sientes muy segura.
—Es un hecho que el gigantón y yo ganaremos —sostuvo, palmeando el musculoso hombro del aludido.
—¿Gigantón? —susurró a la rubia, arqueando una ceja hacia ella, recibiendo en respuesta un disparo al corazón con forma de sonrisa y un coqueto parpadeo.
Era la segunda vez que ella lo llamaba así y sentía cierto encanto cuando era su voz la que lo pronunciaba.
—Bueno, estoy seguro que Steve podrá corresponder con ello —prosiguió Edward—. O yo me ofrezco para cumplir con el castigo del perdedor.
—No será necesario —respondió el rubio en un tono bajo y amenazante. Cambiando su punto de enfoque, le sonrió a la joven—. Tú empiezas, mi niña.
—Pues gracias, caballero.
Después de quitarse las botas para quedar descalza, mientras Chris acomodaba las bolas y el resto terminaba su postre, Aurora se posicionó en el extremo correspondiente, dominando con maestría el taco en un gesto seco y potente que abrió la partida.
No tenía pensado dejarse vencer, pero para evitar una vapuleada tremenda, Aurora menguó sus habilidades, dándole oportunidad a los demás a hacer sus jugadas.
Pasaron los primeros turnos entre risas, bromas y anécdotas de las épocas universitarias que cada hombre había vivido, asombrando y divirtiendo a una Aurora que desconocía completamente esa experiencia.
Y que poco a poco empezaba a despertar en ella la curiosidad.
Siendo un nuevo turno de Edward, Steve no perdió tiempo en acorralar a su esposa contra la pared.
—No estás concentrada, mi niña —susurró sobre su oído, provocándole un estremecimiento que aflojó sus rodillas por el mero contacto de su aliento—. O te estás controlando.
—Sólo lo estoy haciendo más interesante. De lo contrario, terminaría muy rápido —respondió en el mismo volumen.
Se plantó delante de ella obligándola a levantar su cabeza para conectar sus miradas, presionando su torso contra el cuerpo que lo enloquecía, demostrándole en un empuje cómo su cercanía lo tenía duro. Un jadeo vibró en su garganta y el sonido afrodisíaco hizo estragos en el hombre, que se arrojó sobre la boca de Aurora para absorber ese gemido. Su lengua se abrió paso entre los labios húmedos, donde se batió en duelo con la de su mujer, bebiendo cada jadeo que buscaba salida. La mano libre atrapó la pequeña cintura, atrayéndola más hacia él, e ignorando por completo que la partida estaba detenida esperando por el turno de la joven, que tenía su atención en algo más entretenido.
—¡Por Dios! —El grito del inglés sobresaltó a la pareja, que dirigió su atención a Edward.
—¿Qué mierda pasa Edward? —protestó entre dientes Steve.
—Aurora, tienes a un rubio baboso sobre ti. —La graciosa respuesta arrancó una carcajada en la muchacha—. Sólo creía conveniente avisarte para que pudieras respirar con tranquilidad, sin que te estén robando el oxígeno. Además — añadió en un tono más tranquilo—, es tu turno.
—Gracias Edward —meneó divertida la cabeza, mientras pasaba sus dedos por sus labios hinchados.
Steve, con una evidente incomodidad en sus pantalones, que no le importó disimular, se recostó sobre la pared, junto al mueble con los tragos, capturando su vaso. Edward se posó a su lado, guiñándole el ojo y bebió de su brandy. Chris también se sumó al dúo, que seguía con la mirada a Aurora.
Habiendo estado fuera de la contienda por unos minutos, Aurora se detuvo por unos segundos para analizar la situación que se presentaba delante de ella.
Optando por una opción arriesgada pero que la acercaría a la victoria, se plantó lista para la ejecución. Su posición la colocó justo delante de los tres hombres, que dejaron caer sus mandíbulas cuando tuvieron en su visión el espectáculo del redondo y sugerente trasero de Aurora, apretado en su pantalón.
—Mierda —siseó Edward, ganándose un golpe en la nuca por parte del esposo.
El seco golpe del taco los despertó del trance.
—¡Steve! Haz algo —reclamó Edward al ver lo cerca que estaban de perder.
En algo coincidían los viejos amigos. Y eso era en que ambos odiaban perder. Aprovechando una nueva preparación de Aurora sobre la mesa —que en aquella oportunidad dejaba los montes de sus senos a la vista—, su esposo se posó a su lado, llevando sus carnosos labios contra el perfumado cuello de cisne de Aurora.
—Me estás enloqueciendo, mi niña —murmuró con ronquera. Disfrutó ver el efecto de su acción sobre la piel erizada de Aurora, y sin importarle ser oído por los demás, volvió al ataque en su provocación—. En cuanto se vayan, te follaré duro en esa posición el resto de la noche.
Un gemido se escapó vergonzosamente y su rostro se ruborizó al constatar que Chris y Edward habían sido testigos de las palabras descaradas de Steve. Sintió la certeza de la provocación en su punto más sensible que se humedeció en una veloz respuesta y todo su cuerpo se calentó. Mordió su labio inferior y cerró fuerte sus ojos para dominar sus impulsos.
—Steve —dijo entre dientes—. Me pones nerviosa. Eso es trampa —giró para clavar sus ojos en él en una protesta, comprobando que su mirada azul estaba dirigida hacia Edward. Arrugó el entrecejo evaluando el motivo de aquel gesto, pero cualquier pensamiento se esfumó cuando volvió a dirigirse a ella, con sus orbes que la tenían embelesada, y su magnética boca volvió a susurrarle al oído.
—Sólo es una advertencia —respondió encogiéndose de hombros y dejándola una sonora nalgada antes de enderezarse.
Su niña había quedado avergonzada y cuando atacó las bolas de billar, su precisión se vio truncada.
—No vuelvas a hablarme por el resto de la partida —amenazó, mitad molesta y mitad excitada.
Su enojo disminuyó cuando Edward y él chocaron los puños en un gesto cómplice. <<Al menos, se pusieron de acuerdo en algo>>, y ese pensamiento fue suficiente para esbozar una sonrisa en su rostro.
Siendo el turno del rubio, Aurora se colocó entre los otros jugadores, ignorando las miradas de ambos sobre ella.
Hasta que la mano de Edward capturó la piedra que se había liberado de su refugio y reposaba a la vista, sobre su pecho.
El sutil roce de sus dedos contra el centro de los generosos senos que flanqueaban el objeto lo calentó como el sol del desierto. Sus ojos color chocolate inspeccionaron el colgante, alternando su vista de manera disimulada entre lo que sostenía en su palma y lo que veía un poco más allá. Cuánto deseaba apretar entre sus dientes la tierna carne de esas tetas. Pellizcar, lamer y succionar los pezones que imaginaba suaves y rosados.
Aurora esperaba alguna reacción por parte del hombre. Y Chris, lo miraba receloso, arqueando una ceja.
—¿Qué pasa Steve? —Sharpe se irguió confundido después de su movida para comprender qué le reclamaba Edward—. ¿Estás en banca rota que no te puedes permitir comprarle a tu mujer joyas que estén a su altura? Es una pieza demasiado insignificante para alguien como ella.
El rostro de Chris se contorsionó en un gesto lleno de humillación, rabia y vergüenza ante el recordatorio de que él nunca podría ser suficiente para Aurora.
—Edward, creo que no comprendes que el valor real de las cosas no está en su peso en oro, y me da pena por ti. Este es uno de los obsequios más importante que tengo y es por lo que significa.
Esas dulces y aleccionadoras palabras entibiaron el pecho del agente y una sonrisa escurridiza se derramó en él. Ella en realidad tampoco sabía lo que esa piedra representaba para él. Pero saber que para ella era valiosa, era suficiente. Nunca conocería las palabras y emociones que había depositado en ese regalo, como si fueran la fórmula de un encantamiento.
—Otra vez con tus cursilerías.
—Cállate Edward —atajó Steve, que llevó sus ojos hacia Chris.
—Está bien Steve —aceptó Webb—. Veras, Edward, ese regalo es de parte mía. Se lo di a Aurora como un recordatorio de mi amistad. No soy un hombre rico. No tengo sus recursos, pero soy un hombre honrado, de valores, que ama lo que hace buscando ayudar a otros, protegiéndolos; y también doy todo por los que quiero. Puedes burlarte todo lo que quieras, de mí, de lo que hago y de lo poco que tengo, que me vale una mierda. Pero defenderé con cada gramo de fuerza a Aurora... a cualquiera de mis amigos —se corrigió enseguida al percatarse del impacto de sus dichos.
Nadie habló por los siguientes segundos, que parecieron minutos. Chris se puso nervioso y pasaba su gran mano por su nuca, sin poder mirar a la joven.
—Al parecer, toqué una fibra sensible, agente.
—Edward...
El inglés levantó las manos en son de paz antes que Steve dijera algo más.
—Lo comprendo, Chris. Tienes razón. Y Aurora también. No entiendo el valor de algo tan simple, y no pretenderé hacerlo. Así que, olvidémonos del asunto y terminemos la partida.
Steve prosiguió con su turno y Aurora abrazó a su amigo recostando su cabeza sobre su hombro, quien retribuyó el gesto con una caricia en su espalda, hasta que llegó su momento de jugar.
No llevó mucho tiempo más para concluir, con la derrota de la pareja de hombres.
—Esto ha sido humillante. ¡Steve! Jamás te he visto perder. Creí que contigo tenía la victoria asegurada.
—Te lo dije. Era un hecho que nos alzaríamos con el triunfo. El único beneficiario del premio es Chris.
Antes que el aludido pudiera reaccionar, la joven se puso en puntas de pie y entregó el beso triunfal a un perplejo Chris.
Sin proponérselo, cerró sus ojos al sentir la calidez de aquellos sedosos labios sobre su mejilla afeitada. Un contacto tan efímero como incendiario, que a pesar de que enseguida siguió el vacío, su piel se mantuvo ardiendo con un tatuaje permanente en su memoria. Abrió sus ojos al recordar que estaba rodeado de personas y no perdido en un mundo de ensueño.
Sus ojos se toparon con los dorados que lo contemplaban con una sonrisa de complicidad.
La voz socarrona con acento inglés captó su atención, comprobando que contemplaba la escena con brillo divertido y suspicaz.
—Bueno, envidio al ganador. ¿Tú no, Steve? —provocó el hombre.
—No jodas Edward. Fue tu idea después de todo. Sólo que te salió el tiro por la culata.
—Ahora, me toca reclamar mi premio —una ligera Aurora flotó hasta los brazos de su esposo, rodeándolo con sus brazos por su cintura—. Bésame, perdedor.
—No me lo tienes que decir dos veces —aislándose por completo, dejó que su boca avanzara hasta el mejor castigo para un perdedor, saboreando la boca del pecado que se abrió para él. Su mano ahuecó una de las nalgas, atrayéndola contra su cuerpo anhelante.
—Para alguien que no quiere compartir a su esposa, la exhibes demasiado.
—Creo que es hora de irnos —interrumpió Chris.
A su mente regresó la advertencia de Steve a Aurora y un nudo se formó en su estómago. Sacudió su cabeza. Lo último que necesitaba era imaginar a la joven siendo follada por su esposo en la mesa donde estuvieron jugando por las últimas horas.
Sin esperar respuesta de Chadburn, Chris lo tomó del codo y lo arrastró hasta el vestíbulo de entrada, siendo seguidos por los anfitriones, que caminaban abrazados.
Frente a la puerta, Aurora besó a los dos hombres en sus mejillas y Steve estrechó sus manos.
—Chris, gracias por tan espléndida cena y por tu ayuda en todo lo demás.
—No es nada Steve. Adiós Aurora. Tengan buen viaje.
—Edward, no llegues tarde mañana, o te dejaré arreglarte por tus propios medios.
—No te prometo nada.
Le encantaba molestar a Sharpe y ver cómo endurecía su semblante en una silenciosa amenaza.
***
En el elevador, Chris cerraba sus ojos para evitar ver a su compañero, que tenía una molesta sonrisa socarrona en su rostro. Una que tenía ganas de borrar a los golpes. A pesar de no ser un hombre que usara la violencia más allá del deber. Es que ese hombre lo desquiciaba por completo.
Tenía totalmente confirmada su teoría de que el gigante a su lado estaba perdidamente enamorado de Aurora. Podría decir que era su amiga, pero sus reacciones iban más allá de eso. Lástima que se irían a Inglaterra, porque de lo contrario, estaba seguro que presionando las teclas adecuadas y proporcionando los escenarios correctos, sería cuestión de tiempo para que el agente dejara caer sus muros de contención y cediera a la tentación de confesarle a la joven lo que sentía por ella, desatando el tan ansiado conflicto en el matrimonio.
¿Sabría Steve lo que ocurría delante de sus propias narices? Imaginaba que sí. No solía escapársela nada a ese hombre con vista de águila y mente sagaz. Lo que no comprendía, era porqué con el agente no se mostraba igual de celoso.
—Creo que tienes una oportunidad —dejó caer de pronto. Chris abrió sus ojos y dirigió su clara mirada hacia él, arqueando una ceja—. Con Aurora.
—No sé de qué hablas.
—Claro. Y el príncipe Carlos será el rey más joven de Inglaterra —se giró para enfrentar a Webb—. A no ser que ya te hayas metido entre sus bragas. Tal vez sí te la presta Steve después de todo.
El rostro de Chris se desencajó por completo. Antes que pudiera decir algo, las puertas del ascensor se abrieron y Edward salió, encaminándose al exterior del edificio, con una sonrisa retorcida de satisfacción.
Al sentir el frío de la noche, cerró hasta arriba su abrigo y se encogió para mantener el calor corporal. Estaba por dar los primeros pasos hacia su vehículo cuando sintió que lo sujetaban de un hombro y lo volteaban, sin llegar a reaccionar a lo que le siguió.
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En el pool, el estilo Nueva York permite un partido con tres jugadores, teniendo cada uno un bloque de 5 bolas (de un total de 15), ordenadas numéricamente. El objetivo es embocar las de los oponentes y obligarlos así a retirarse al quedar las bolas de su bloque eliminadas.
Cada día quiero más a Chris... y me apena someterlo a tanta tortura.
Espero que les haya gustado. Por favor, danos tu estrellita...
Gracias por leer, Mis Demonios!
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