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11. Partido de Polo 🔞

11. Partido de Polo.

—¿A dónde vamos?

A Aurora le encantaban las sorpresas y Steve constantemente le regalaba momentos mágicos y sorprendentes. Esos tesoros valían más para ella que cualquier objeto que le había obsequiado. Él sabía que las joyas no tenían valor para su mujer, sin embargo, no podía evitar comprárselas cuando veía algo que creía se equiparaba con su belleza impactante. Ella las aceptaba con una suave sonrisa junto con una caricia. Pero cuando algo realmente la hacía feliz, su rostro lo demostraba iluminándose y saltando sobre su cuello, colmándole de besos. 

Estaba seguro que al lugar al que irían esa mañana sería de su agrado y esperaba recibir su recompensa.

—Ya verás. Recibí una invitación que estaba por rechazar, pero imaginé que te gustaría.

—¿Qué invitación? ¿De quién? —No recibió respuesta—. Me tienes en ascuas Steve. —Él rio. Se ponía ansiosa como una niña. Una niña encantadora, que buscaba un aliado en Andrew, que conducía el Bentley. Andrew, tú me dirás a dónde vamos, ¿cierto?

—No se preocupe, señora Sharpe, llegaremos en un rato. Usted disfrute del paseo.

—Traidor. Creí que me preferías a mí, embustero.

—Seguramente te prefiere a ti, mi adorada Aurora, pero trabaja para mí.

—Y le teme a Josephine. —Desde su posición, en el asiento trasero, amenazó al pobre hombre—. Josephine y Theresa son mis más acérrimas aliadas. Ya te harán pagar por tu traición, Andrew.

—No, por favor, señora —sonreía ante la amenaza, aunque sabía que Josephine podría tomar real venganza si Aurora se lo pedía.

—Aurora, no lo tortures —posó una de sus grandes manos sobre el muslo de su mujer y llevó sus labios hasta su cuello, cerca de la oreja, lugar que sabía era un punto débil. Allí, rozó su nariz contra su piel y comenzó a besarla, siendo correspondido con pequeños gemidos, inclinando su cabeza—. Te recompensaré.

—Tú —gimió—, eres un tramposo —lo alejó con su mano y se sentó en el extremo opuesto del asiento—. Te tomaré la palabra, pero mejor que te alejes, porque no podré controlarme y no quiero avergonzar a Andrew.

Steve volvió a reír. Sólo ella lograba vulnerarlo tanto. Al punto de convertirse en otro a su lado.

—No te provocaré más, pero ven conmigo, te necesito a mi lado —la tomó con su fuerte brazo y la llevó hasta él, sentándola de lado sobre su regazo. 

Ella se dejó hacer, porque a pesar de las bromas, el lugar que más amaba en el mundo era el refugio que le daba el cuerpo de su esposo. Lugar en el que podría estar toda su vida.

Andrew siguió la secuencia desde el reflejo del espejo retrovisor. Conocía a su jefe desde hacía años y sólo había visto muecas en su rostro en lugar de sonrisas. En dos meses, se había transformado por completo. Se había vuelto humano. Uno que veneraba a su diosa.

Así se mantuvieron el resto del trayecto, recostados y charlando de cualquier otra cosa, mientras sus dedos se entrelazaban. Cuando Steve se enderezó y miró por la ventanilla del coche, sonrió de manera triunfal.

—Hemos llegado.

Había gran cantidad de gente que buscaba ingresar a un parque. Andrew los dejó en la entrada mientras estacionaba el coche antes de volver junto a la pareja, la cual accedió sin demora alguna, aprovechando que el matrimonio tenía una invitación especial. 

Fotógrafos de deportes y de la alta sociedad se movían entre el público. Aurora reconoció a algunos como empleados de Sharpe Media a los que saludó con cordialidad al pasar cerca de ellos, llamándolos por sus nombres y preguntando cómo estaban; ellos correspondieron alabando su belleza y pidiéndoles que posaran para algunas fotos. Ella no sabía si algún día se sentiría cómoda ante tanta atención, pero al lado de Steve, que se paraba con su digno porte, que le hacía parecer un rey, ella se relajaba y, siempre sujetada de su brazo o abrazados, sonreía ante las cámaras. 

Vestían de forma cómoda y casual-elegante, y Steve cubría sus ojos con lentes oscuros. Sólo se dejaron fotografiar unas pocas veces y luego, tomándose de las manos, siguieron camino.

Aurora revisaba con la vista el lugar para poder desentrañar de qué se trataba aquella sorpresa, descubriendo que se hallaban en un gran campo de césped, rodeado de espacio para que los asistentes pudieran acomodarse y observar el juego debajo de tiendas blancas.

—¿Esto es polo? ¿Veremos un partido de polo?

—Así es. Imagino que no has asistido antes a uno.

—No. Claro que no —sus campanillas sonaron como risas—. Pero lo tengo registrado, aquí señaló su cabeza—. ¿Podremos acercarnos a ver los caballos?

—Sí. Esa es mi sorpresa para ti.

Ella dio sus palmadas de alegría y se colgó del cuello de su esposo, besándolo en todo su rostro. Steve había recibido su ansiada recompensa.

Poder estar cerca de los caballos era lo que más le interesaba a Aurora. Le encantaban los animales y su poca experiencia de vida no le había permitido tener mucho contacto, salvo los salvajes que había visto en Japón, al escapar de la cabaña de Tasukete. Y a su adorado Hunter, que era su felicidad.

—¿Y podría subirme a uno?

—Eso no lo sé, pero estoy seguro que podremos preguntar al menos. Haré todo lo posible porque puedas montar un caballo. Si no es hoy, lo haremos otro día.

—¿Tú sabes montar?

—Sí —respondió con una extraña mueca en la cara que no le pasó desapercibido a la muchacha—. De chico, mi padres montaban y me obligaron a aprender. Salíamos a veces por Central Park. Pero nunca me gustó mucho.

—¿Por qué?

—Nunca tuve una gran conexión con ellos. Con los caballos.

—Pero me enseñarías, ¿verdad?

—Por ti, cualquier cosa. Sólo trata de no arrastrarme a hacer muchas cabalgatas. Si quieres, yo corro y tú montas.

—Hecho —rio a carcajadas, llevando su cabeza hacia atrás, imaginando la escena—. Ahora dime, ¿quién te invitó a venir?

—Edward. Él jugará. Es amigo del capitán y como es un encuentro amistoso, logró que lo pusiera en el equipo de hoy.

Le molestaba un poco sentir que su compañero y rival se luciría de alguna manera delante de su esposa. Pero sabía que ella no se dejaría seducir por él. Sin sentir que pecaba de orgulloso —y tampoco es que le importara mucho si lo hacía—, confiaba completamente en que Aurora sólo lo amaba a él y su inocente corazón nunca caería en la tentación de engañarlo. No lo hacía con Chris, que, aunque la muchacha ignoraba lo que él sentía por ella, no se sentía atraída por él a pesar que el mismo Steve reconocía que era muy atractivo. 

No sólo eso, porque Aurora no se fijaría nada más en el aspecto de alguien, Chris también era un buen hombre, de gran corazón y valor, virtudes que Aurora tenía en muy alta estima. Aun así, sólo lo veía con los ojos de la amistad. En cambio, Steve conocía a Edward, que no poseía ninguna virtud, salvo la de la tenacidad para perseguir todo lo que se propusiera. 

Lo que desconocía el billonario, era si el interés del inglés era el de engatusarlo a él, para adquirir un buen trato en el negocio que iban a realizar juntos, o el de tomar a su esposa. O ambas cosas. Fuere cual fuere el juego real de Edward, Steve estaba preparado para dar batalla y vencerle. Una vez más.

La pareja fue acomodada en un lugar privilegiado para seguir el partido. En cuanto los jinetes salieron al campo de juego, uno de ellos galopó hasta donde estaban Steve y Aurora. Era Edward, que saludaba al matrimonio con su sonrisa seductora luciéndose.

—Hola Steve. —Al dirigirse a Aurora, amplió su gesto—. Hola Aurora. Me alegro que hayan venido.

El rostro de Aurora brillaba al tener al caballo tan cerca. Un alazán inquieto, que golpeaba con su casco el césped, desprendiendo trozos verdes que saltaban hacia atrás.

—Hola Edward —saludaron los dos.

Aurora dio un paso al frente elevando una mano, pero luego se frenó, sin saber si podía acercarse al caballo. El polista pareció comprender sus intenciones y avanzó con el animal.

—Acércate Aurora, no me digas que temes a los caballos.

—Claro que no. Los amo. Pero no sabía si se los puede acariciar antes del partido.

—Puedes hacer lo que quieras.

La joven no miraba al hombre. Estaba concentrada en el caballo y en cuanto tuvo autorización, estiró despacio su mano y acarició el suave morro, entre los ollares. Se acercó más al potro, fijando sus ojos dorados en los oscuros del animal y este pareció quedar hipnotizado. Lo besó. 

La muchacha, entusiasmada, se volteó para ver a su esposo, que parecía estar concentrado en Edward. Sin embargo, cuando Steve notó que su mujer lo buscaba con la vista, él le correspondió, entregándole una suave sonrisa. Aquella que sólo le pertenecía a su adorada ninfa. Edward podría intentar lo que quisiera, que no lograría nada. 

Steve buscaba darle nuevas experiencias, que hicieran a Aurora feliz y que la hicieran vivir, conocer el mundo.

—¿Cómo se llama? —No podía dejar de pasar su mano por la larga cara.

Corazón Valiente.

—Corazón Valiente —repitió por lo bajo, besando otra vez la parte baja de la cara.

El hombre seguía cada movimientos desde la altura, con una sonrisa cada vez más grande es su rostro. Se fijó en Steve, que a pesar de usar lentes se notaba que tampoco podía quitar sus ojos de su joven esposa. Le pareció, por primera vez, reconocer en su compañero cierta vulnerabilidad. 

Lo había visto incontables veces con mujeres. Habían competido por ellas, pero su dorada muchacha de ojos electrizantes lo tenía cautivado. Se rio por dentro. Estaba enamorado de ella. Sentimiento que nunca le creyó posible experimentar. Y vislumbró el punto débil de su rival. Lo tenía y se moría de risa por dentro. 

Escuchó detrás suyo a los demás caballos galopando y se giró sobre su montura. Era hora de comenzar el juego.

—Aurora, despídete de Corazón Valiente. Sólo jugará este y el tercer chukker. Al final, te presentaré a Fantasía.

—Adiós, hermoso —le dio un último beso—. Sé rápido y gánale a todos.

—Creo que yo debería contar con el mismo refuerzo.

Al decir eso, observó a Steve que retomó su atención sobre su amigo, volviendo a mostrar su duro semblante. Nunca lo había podido alterar, lo que era un eterno desafío para el inglés, pero ahora conocía su Talón de Aquiles. Todavía no lo quebraba, pero estaba seguro que lo lograría. Por fin lo doblegaría y cambiaría las estadísticas entre ellos.

—Tú no eres tan encantador como Corazón Valiente —bromeó con su nuevo amigo mientras se alejaba y regresaba al abrazo de su esposo.

—¡Auch! Mi poni seguramente se pasará el resto del día mofándose de mí.

—No será el único —respondió Steve.

El jinete rio ante la provocación.

—Nos veremos al finalizar el encuentro —tiró de las riendas y con un leve espoleo a los costados, hizo galopar a su montura hasta llegar con el resto del equipo, que había estado recorriendo alrededor de la cancha, para presentarse ante el público.

Se acomodaron y siguieron el desarrollo del duelo. Serían pocos chukker. Cuatro. Lo mínimo para disfrutar de una exhibición de polo. 

Aurora registraba cada movimiento de los jugadores, como si quisiera ser ella la que sostuviera el taco y golpeara la bocha. Saltaba aplaudiendo cuando se convertía un tanto. Estaba pasando un momento fantástico, que mejoró cuando a la mitad del partido los asistentes fueron invitados al campo a tapar los huecos hechos por las cascos de los ponis. La joven abrió sus ojos y curvó su boca en una enorme sonrisa, que invitaba a su marido a acompañarla en ese juego. Él había intentado rechazarla, pero lo sujetaba con firmeza de la mano y fue arrastrado hasta el césped para cumplir con el ritual del estampado de divot

Había aceptado a regañadientes, pero viendo la alegría de Aurora, que reía y lo provocaba en una competencia, no se pudo contener ante el desafío y se batió en duelo con la joven. Duelo ganado por ella. La única que podría vencerlo en cada oportunidad y que no le molestaba. Por el contrario. Henchía su pecho de orgullo. 

Era una máquina perfecta. 

No. Un ser mágico y celestial que había tomado la forma de la más hermosa de las mujeres. 

Sintió entonces el impulso de tomar a su esposa, que se encontraba de espaldas a él tapando uno de los huecos del campo. Su acción la hizo detenerse ante la presión de los brazos de Steve y la sensación de su fuerte y cálido torso contra su espalda. Los cálidos y masculinos labios posados sobre la piel expuesta de su cuello le dieron una corriente eléctrica que se cerró en el vértice entre sus piernas al percibir sus eróticos besos y leves chupones.

Aurora apretó por un instante sus párpados percibiendo su embriagante aroma amaderado, estremeciéndose completamente y al abrir sus ojos levantó su cabeza para mirarlo de costado, apoyando sus manos sobre sus antebrazos. Se sintió excitada enseguida y lo provocó llevando su trasero contra él, obteniendo como recompensa un duro bulto contra la zona superior de sus nalgas, acompañado de un gruñido ahogado junto a su cuello. 

—Busquemos un lugar —susurró ronco en el oído de la joven, y como si necesitara convencerla, amplió el reguero de húmedos besos y tenues mordidas hasta alcanzar el lóbulo de la oreja.

Aurora se volteó y rodeó la estrecha cintura de su esposo con sus brazos. Sólo le sonrió y fue suficiente para reconocer su conformidad ante la propuesta. Siempre estaba dispuesta a entregarse a él. Como él jamás podía resistirse a sus provocaciones. 

Steve la tomó de la mano y, de forma discreta, desaparecieron.

Sólo un hombre los había estado siguiendo con la mirada. Conocía tan bien a su antiguo camarada de universidad, que estaba seguro —y podría apostar lo que le quedaba de su fortuna en ello—, que huía para retozar con su deliciosa compañía. Él hubiera hecho lo mismo. 

Tenía pensado hacer lo mismo.


Se habían escabullido hasta el sector donde estaban estacionados los camiones de traslado de los caballos, vacíos de su carga. Nadie custodiaba el lugar, concentrados en tener preparados los caballos de repuesto o en no perderse un minuto del partido de polo. Las puertas daban en sentido opuesto al campo de juego, lo que le daba a los dos amantes la posibilidad de mantener su discreción para entrar y salir. Sin embargo, había un problema. La traba estaba cerrada con un candado. 

El ansioso billonario se quitó sus lentes de sol y los guardó en uno de los bolsillos de su chaqueta.

—¿Crees que puedes...? —Arqueó una ceja, desafiándola.

—¡Pues claro! —Tomó con su mano el candado y con un pequeño tirón, lo forzó, liberando su agarre. 

Le sacó la lengua a su esposo, que la nalgueó como respuesta, y abrió la traba. Steve separó las hojas metálicas y guió a Aurora al interior, cerrándolas una vez dentro. 

El fuerte olor a animal y a heno impresionó a Steve, aunque a su mujer no pareció importarle, a pesar de su sensible olfato. Ella caminó despacio, entre los separadores, hasta llegar a la última jaula y se volteó con sus ojos encendidos como dos luceros en el oscuro escondite, que atrajeron a su víctima hasta ella tal como una polilla a la luz. 

Steve se deslizó con sigilo. 

Ambos se sentían el cazador y el cazado al mismo tiempo, y eso les divertía. Lentamente, Aurora se quitó la elegante chaqueta que tenía puesta sobre su corto top strapless, colgando de lado la prenda sobre el separador. Steve hizo lo mismo, y con desesperación, se desabrochó el cinturón, deslizando la hebilla, abriendo el botón del pantalón y bajando con un delicioso sonido el cierre de su cremallera. 

La punta de su pene sobresalía por el borde del bóxer negro y sin preámbulo, se lo bajó, dejando toda su grandeza a la vista.

—¿Cómo es posible que me encienda tanto verte a medio vestir y con tu virilidad apuntándome con desafío?

Su voz había sonado ahogada y seca.

—Porque eres mi pequeña pervertida —sonrió con maliciosa satisfacción, pasando su mano en un vaivén sobre su tallo duro, caliente y venoso.

En un abrir y cerrar de ojos, Aurora se despojó de todo lo que la cubría de su cintura para abajo.

Todavía no se habían tocado, pero ya jadeaban ante la perspectiva del juego carnal que tendrían a escondidas. 

Eran dos aventureros desquiciados que no les importaba dónde tenían sexo. Lo habían hecho en callejones en Europa, en rincones escondidos en restaurantes, en diferentes salas de Sharpe Media, incluyendo el despacho del dueño, y en ese momento lo harían en un camión de carga de caballos. Estaban extasiados. 

—Ven aquí —ordenó por primera vez Aurora. 

Y Steve se lanzó a ella, tomándola de las nalgas y alzándola. Sólo le bastó verla caminando hasta la jaula que su erección había aumentado de inmediato.

Se mordían las bocas y se recorrían con las lenguas. La mujer sujetaba la cara de su hombre cuando él la presionó contra un lado del camión, empotrándola con salvajismo. Su boca tomaba posesión de cada trozo de piel dorada que le pertenecía. Robaba sus jadeos, mordía su pulso acelerado y aspiraba su excitación.

La fuerza de la piernas de Aurora lo apretaban por la cadera, frotándose contra su erección húmeda contra el vientre plano de la muchacha. Los largos brazos se enroscaron en su cuello en tanto sus labios se quemaban en besos ardientes y sus lenguas se enroscaban como serpientes de fuego.

Liberando sus manos, la usó para apretar con fuerza feroz las tetas que lo enloquecían, capturando gemidos eróticos con la bruteza de su manoseo y pellizcos al par de pezones que se revelaban contra la tela.

Comenzaron a sacudirse hasta que, desesperado, Steve se dejó caer encima de ella sobre un montón de paja. Allí, buscó con sus dedos el sexo de su esposa y jugó en él, siguiendo las reacciones encendidas de Aurora, que se arqueaba y lloriqueaba de gozo. Siguió provocándola hasta que se mordió el labio inferior y se tensionó.

Tenía sus dedos entre los cabellos suaves y lacios de Steve y cuando alcanzó su primer orgasmo, tiró de ellos con fuerza, excitando con eso más al hombre.

—Mi niña... es tan fantástico verte retorcerte debajo de mí. Dame todos tus jugos —alargó el frenesí con perezosos embates en su coño chorreante.

Soltó sus falanges del apretado interior y pasando sus yemas por entre los pliegues sensibles, arrastró hasta su boca la cremosidad que lo embadurnaba, lamiendo como un hambriento el regalo divino de la dorada joven, que seguía cada movimiento con el brillo de sus ojos resplandeciendo de lujuria.

Sin darle tiempo de recuperación, se acomodó en su entrada y la penetró de una estocada como un enajenado.

—Oh, ¡Steve! Oh, por favor.

—¿Qué quieres, mi niña? Dímelo.

—A ti. ¡Rayos! ¡Te quiero a ti por completo dándome duro!

Respondió con un rugido animal.

La empujó con rudeza contra el suelo, sosteniéndola con una de sus manos debajo de sus nalgas, presionando contra su pelvis. Se zarandeaban. Cada vez más rápido. Ella también usaba sus manos y sus piernas para atrapar con firmeza el cuerpo alto y atlético de Steve, haciendo chocar sus pelvis con estruendos tormentosos.

Los gemidos de ambos se hicieron intensos hasta que enmudecieron con el estallido de la liberación. Su magnífica y mágica luz que recorría su interior, llenándoles de calidez y paz. 

El hombre vuelto gelatina recargó su cara de frente, sobre el pecho de Aurora, que lo acariciaba con ternura en la espalda.

—Me sentí como una campesina en una novela de la Edad Media —rio entre dientes la muchacha—. Espero Lord Sharpe que, ahora que tiene mi virtud, me haga una mujer decente. —Usaba una voz delgada, simulando ser una inocente niña plebeya.

—No quiero hacer nada decente contigo —gruñó y le mordió uno de sus senos a través de la prenda, arrancándole una carcajada—. No quiero ser de esos que desaparecen después del sexo, —notó como Aurora hacía una mueca burlona de costado—, nuevamente —aclaró, reconociendo su pasado—, pero será mejor que volvamos al partido antes que finalice.

—Coincido. 

Se pusieron de pie. Steve buscó en uno de los bolsillos interiores de su chaqueta su pañuelo de tela y lo pasó con delicadeza por la entrepierna y muslos de su mujer, para luego limpiarse antes de reacomodar toda su ropa.

Aurora, después de recibir los cuidados de Steve, se sacudió los glúteos y el cabello de las hebras de paja antes de vestirse.

—Ayúdame a limpiarme cariño, por favor.

Steve obedeció, pasando sus manos por toda la espalda de la joven, debiendo controlarse para no volver a atacarla. Entre sus cabellos, rescató restos de heno. Cuando ella iba a tomar sus pantalones y bragas, él se le adelantó y se arrodilló con las prendas femeninas puestas de manera que ella sólo tuviera que introducir sus piernas.

Cuando él se puso de pie arrastrando consigo sus vestiduras, le ató el cinto de tela del pantalón y la besó con ternura en la frente. Luego, le colocó la chaqueta. 

Cada acto del rubio, por mínimo que fuera, creaba un mundo de mariposas en el interior de Aurora. Y que la vistiera lo sintió tan íntimo como cuando se desnudaban. 

Se quedaron absortos en los ojos del otro, que seguían brillando, pero ya no de lujuria, sino de diversión y cariño. 

Despacio y de la mano, caminaron todo el largo del camión hasta la puerta. Aurora prestó atención, identificando con su oído la cercanía de alguien. Al no escuchar nada, asintió con la cabeza para indicar que podían salir. Bajaron de un salto y dejaron el candado colocado como si no estuviera falseado y se marcaron con disimulo.

Volvieron para los últimos minutos. 

Aquellos espectadores que los habían acompañado durante la primera mitad los miraron sorprendidos cuando retomaron sus lugares. El matrimonio se mantenía impasible, como si sólo hubieran ido a dar una vuelta por el parque. Seguramente, algunos imaginarían lo que los atractivos y jóvenes esposos habrían hecho. A otros, ni les interesaría. 

A Aurora y a Steve, definitivamente, no les importaba nada ni nadie. 


Finalizada la exhibición, los polistas pasearon con sus ponis alrededor del campo de juego, saludando a la audiencia. Edward, después de liberarse de varias mujeres y algunos hombres que lo buscaron para felicitarlo, se reencontró con los Sharpe que habían dado algunos pasos para alejarse de la multitud. 

Desmontó del caballo y los tres juntos continuaron caminando comentando sobre el partido, entre bromas y congratulaciones, con Aurora llevando al caballo por las riendas, hasta quedar refugiados de las miradas de otros detrás de algunos árboles. 

Ella estaba encantada con sujetar al animal y cuando se detuvieron, sin importarle el sudor del pelaje, acarició la cara de Fantasía, la yegua que había montado Edward en el último chukker, tras el cambio con Corazón Valiente. Ambos hombres la contemplaban, cada uno absorto en sus propios pensamientos sobre Aurora.

—Tú también eres hermosa. Hiciste un gran trabajo. —El sanguíneo animal se aplacaba con sus palabras, convirtiéndose en una tranquila compañera—. Steve, ven a acariciarla.

—No, gracias.

—A Steve le asustan los caballos —aleccionó el extranjero con un dejo de burla—. Uno lo mordió en la adolescencia, dejándole una cicatriz en un hombro —rio socarronamente ante la dura cara de su amigo.

La mujer abrió grande sus ojos

—Eso no lo sabía.

Recordaba la marca que vio brevemente antes de que se la curara sin que este se percatara, pero nunca le había preguntado sobre ello. Sólo supo sobre la puñalada que le habían dado en el abdomen, cuando fue atacado por un ladronzuelo que creyó había asesinado a su madre; y que Steve, en castigo, le había hecho pagar con su vida.

—¿Desde cuándo se conocen? Porque es bastante extraño que no sepas de ello.

Steve y él hacía prácticamente un año que no se veían y no eran de los que mantenían contacto, por lo que Edward había imaginado que la pareja se habría conocido durante ese tiempo, para llegar a casarse, pero le llamó la atención que no supiera algo tan importante y que creía, la cicatriz habría provocado alguna conversación al respecto después de verse desnudos.

—Nos conocimos en mi último cumpleaños —sonrió levemente, con gran sutileza, al recordar su regalo nocturno. Una sensual joven que se le entregó completamente después de que sus miradas quedaran apresadas.

Edward comenzó a reír. 

—¡No lo puedo creer! ¡Sólo tres meses para conocerse y casarse!

Una ridiculez que estaba seguro, sólo anticipaba fracaso para el matrimonio y rotundo éxito para él al poder obtener su propio premio entre las largas y torneadas piernas de aquella valkiria misteriosa. 

Crystal tenía razón. Sólo era calentura. Eso era lo que tenía en su mirada. No amor. Era imposible.

—Sí que hiciste magia Aurora —continuó, soltando una última carcajada—. Hay mucho que no conoces de tu esposo. No lo conoces como yo. Nadie lo conoce como yo —recalcó lo último con orgullo y algo de reclamo. Todo debía ser una competencia para Edward.

Aurora le compartió una mirada llena de significado a Steve. Una, que su esposo comprendió. Su amigo no era el que mejor lo conocía. No sabía sus secretos más terribles y negó con la cabeza. Ella entonces sonrió.

—Otra vez te equivocas. Como lo de ser su único amigo.

—¿Ah sí? ¿Me dirás que tú eres la que lo conoce mejor que nadie? Después de unos pocos meses.

—Así es.

—Pero no sabías que le temía a los caballos o que había sido mordido por uno.

—No necesito conocer cada anécdota. Tú sabrás sus historias pasadas. Yo, tengo su futuro. Pero además, lo conozco realmente. Lo que a nadie más le muestra. Sólo se revela ante mí, como es en verdad. Los demás ven un reflejo, como si fuera la superficie de un estanque. Pero yo soy la única que se sumerge en sus aguas —sonreía de satisfacción sin dejar de quitar sus ojos a su marido, cuyos zafiros en su rostro destellaban. 

Aurora tenía razón. Ella no sólo tendría su futuro. Tenía toda su vida en sus manos. Su voluntad y su corazón.

—Eso es... —levantó una ceja el inglés—, cursi y en extremo ingenuo.

Aurora lo miró con enfado. Edward entonces descubrió que su cara era tan fácil de descifrar, como de imposible la de Steve. Y se le antojó aún más apetecible aquella jovencita.

Decidiendo ignorar el último comentario, la esposa de Steve siguió insistiendo, buscando convencer al magnífico hombre de unirse a ella.

—Que uno te haya mordido no significa que todos lo harán. Vamos, cariño.

—Prefiero mantener cierta distancia.

—Bueno, tú mantenla. Tu mujer puede, en cambio, quedarse con Fantasía hasta que nos vayamos —devoró con sus ojos y sin disimulo el cuerpo de Aurora, entusiasmándose con una idea—. ¿Quieres subirte?

Ella se giró con brusquedad sin darse cuenta que eso provocaría que Fantasía se sobresaltara. Pero la tenía controlada con las riendas y sólo cabeceó hacia arriba.

—¿Lo dices en serio?

Su cara se volvió un poema y sus ojos se encendieron como dos fogatas intensas.

Ambos hombres se perdieron unos segundos ante la maravilla de aquella visión, hasta que el inglés reaccionó para no quedar como un idiota.

—¡Claro! Yo me aseguraré que no te pase nada. Tendré con firmeza a la yegua y podrás dar una pequeña vuelta. Si tu esposo te deja.

—¿Qué si mi esposo...? ¡Edward! Steve no me puede prohibir algo. Seré suya, pero no soy de su propiedad. ¿Verdad Steve?

—Edward sólo quiere molestar. No le hagas caso —se mantenía alejado, maldiciendo su renuencia a estar cerca del animal, lo que lo llevaba a estar en desventaja en la interacción entre ellos.

—Entonces, ¡arriba!

La tomó de la cintura. De su pequeña cintura que casi podía rodear con sus manos dispuesto a elevarla por encima de la montura. No sería tan alto como Steve, pero era igual de atlético. Los dos habían sido nadadores, tenistas y atletas en los diferentes equipos de la Universidad. Sólo que el inglés quedaba una y otra vez en segundo lugar. Siempre detrás del rubio Steve. El chico de oro. 

Además, la niñata se veía ligera y fácil de manipular. Así se la imaginó entre sábanas de seda, revolcándola y manipulándola en cuantas poses se le ocurrieran. Todoel jodido Kamasutra

Se quedó perplejo cuando Aurora se desprendió de sus manos, y lo enfrentó, con el rostro ruborizado.

—Yo puedo subirme sola, gracias.

Edward levantó las manos a modo de disculpas, riendo con inocencia y observó por arriba de su hombro a Steve, que se encogió de hombros. 

La batalla sería más complicada de lo que había pensado. Mejor. La haría entretenida.

Antes que alguno de los hombres se diera cuenta, Aurora, sin colocar su pie en el estribo, dio un salto de lado, llegando hasta la silla de montar, acomodándose con gracia y elegancia. Levantó el mentón con satisfacción.

—¿Ves? Fue sencillo.

—Tú lo haces parecer sencillo, Aurora. —Por primera vez, era sincero. Le atraía cada vez más—. ¿Eres así de magnífica en todo? —Se excitó al notar cómo otra vez ascendía el rojo en su rostro. Su inocencia no lo conmovía, lo encendía. Quería tenerla. Quería ganársela a Steve, al que se volteó para interrogarle—. ¿Lo es?

—Sí. Mi niña es la criatura más asombrosa que existe —alardeó. 

Los esposos intercambiaron miradas llenas de complicidad, mordiéndose el labio. Su marido deseaba tomarla y llevársela de allí, pero sabía que le quitaría la alegría de poder montar a la yegua.

—Bueno, Aurora, ¿lista para montar?

Ella asintió en silencio con energía. Sus ojos brillaban y no podía ocultar la enorme sonrisa que se dibujaba en su cara.

Edward le dio unas pocas indicaciones, pasando nuevamente el juego de riendas por encima de la cabeza del animal, para que la joven las controlara con una mano. Él mantendría sujeta un lado de las riendas, por precaución, mientras se movieran en alrededor. 

El entusiasmo de Aurora iba en aumento a medida que descubría cómo dominar a la yegua. Se mantenía erguida, como si hubiera montado toda su vida, como una verdadera amazona. Sus pies, colgaban a los lados de animal, al tener los estribos demasiado largos para ella. No habían creído necesario regularlas para el breve paseo.

—¡Steve! ¡Estoy montando!

—Lo veo, Aurora —sacó su móvil del bolsillo y en un segundo estaba registrando la hazaña. 

Había iniciado el hábito de grabarla o fotografiarla. A veces, sin que ella lo supiera. Y en ocasiones, estando solo, las revisaba. No le había dicho esa parte a Aurora, porque sería el último escalón de debilidad por ella. Se sentía ridículo, pero no podía evitarlo. Y en esas reproducciones, su corazón saltaba desbocado. ¿Podía ser tan fácil ser así de feliz? ¿Sería así por siempre? 

—Definitivamente, deberemos hacer esto más seguido —fijó sus ojos ambarinos en los de Steve—. Por favor... —suplicó con un coqueto pestañeo.

—Lo haremos, mi niña. Lo harás.

Sonrió feliz al ver cómo se erguía aún más sobre la silla de montar.

—Y si él no está dispuesto a complacerte, Aurora, yo no dudaré en darte todo lo que quieras.

El tono de Edward atravesaba una línea que Steve no aceptaría, aunque la joven sólo negaba entre risas.

Estaba por replicar ante la provocación del británico cuando una llamada a su smartphone le hizo terminar con la grabación y atendió la interrupción.

Después de varios minutos, Edward y Aurora se detuvieron. Podría seguir arriba de la yegua todo un día, con la que deseaba galopar al máximo de su velocidad, pero prefería volver al suelo, junto a Steve. Seguramente, encontraría alguna caballeriza en la ciudad que le diera lecciones de equitación. Sólo deseaba que Steve superara su fobia para que fuera su instructor.

—Es hora de bajarse, señora Sharpe. —Aprovechando que Steve tenía su atención en la conversación telefónica, Edward había colocado una mano sobre la pierna de Aurora. Simulaba ser un gesto honesto, entre amigos, que la joven aceptó—. Imagino que también te bajarás con la presteza de una amazona. 

Ella hizo una risita graciosa y saltó al suelo, pasando una pierna por encima de la grupa con la gracia de una bailarina. Edward, en un gesto protector, la tomó otra vez de la cintura mientras caía y luego la volteó. Sus ojos escurridizos hicieron una inspección que inició con curiosidad entre sus senos al ver cómo se perdía entre ellos un colgante de oro. Enseguida ascendió, detallando su boca carnosa. La tenía a la distancia de un beso, aprisionada entre su cuerpo y el costado de Fantasía. Sin escapatoria. 

Sus dedos se hincaron en la cadera, siendo sus pulgares un par de descarados al jugar sobre su piel suave y delicada.

Los pasos de aproximación de Steve y la seriedad con la que Aurora lo miraba frenaron su impulso de robarle un beso. En cambio, llevó su mano a los cabellos dorado de la joven y le quitó una fina hebra de paja escondida entre su cabellera. 

Ella abrió muy grande sus ojos y se acarició el lugar de donde había salido la evidencia de la escapada sexual del matrimonio. Evidencia siempre y cuando así lo viera el anfitrión de ellos en aquel día. 

—Interesante hallazgo.

Sabía lo que significaba y sonrió como un lobo. Le gustaba pensar que aquella delgada y sensual jovencita era una aventurera.

—No sé qué es eso —se mordió el labio inferior, encogiéndose de hombros.

—Le puedo preguntar a tu esposo.

Sabiendo que Steve acababa de reunirse a ellos, manteniendo una distancia prudencial con el animal, levantó la mano con la prueba caliente.

Aurora se escabulló y se escondió debajo del abrazo de Steve, que juzgaba aquella jornada finalizada. Aunque en su interior saboreaba lo que consideraba un punto para él. Había tenido sexo con la más exquisita mujer, su mujer, durante el partido que su rival había disputado por nada.

—Lo mismo digo. No sé qué es eso —pero le entregó a su viejo compañero su confirmación cuando hizo su familiar mueca a modo de sonrisa, lo que fue claramente recibida. Ambos se quedaron sosteniéndose mutuamente la mirada, hasta que Steve acabó con el duelo—. Edward, ha sido un día muy entretenido —arqueó una ceja. El momento más entretenido no había tenido nada que ver con el partido de polo—. Te agradecemos la invitación, pero es hora de marcharnos. No seas impuntual en el aeropuerto, o partiremos sin ti y la asistente que solicitaste.

—Oh, amigo, llegaré a tiempo. No me perdería por nada disfrutar el viaje contigo y tu hermosa esposa —dirigió su atención a Aurora—. Por lo visto, hay mucho por lo que ponerse al día. Y no sé nada de tu encantadora esposa. Aprovecharemos el vuelo para conocer a la mujer de mi mejor amigo. A mi nueva amiga.

La muchacha rio con inocencia, creyendo en cada palabra que decía el hombre.

El rubio, en cambio, entrecerró sus ojos. El inglés insistía en provocarlo al llamar a Aurora amiga

—Adiós Edward, gracias por todo. Ha sido maravilloso —canturreó con su melodiosa voz.

—Adiós. 

Sin dejar de abrazarse, se dieron media vuelta y se marcharon. A unos metros de distancia, sin girarse, Steve añadió —sin saber bien qué lo motivó a hacerlo—, una invitación. A lo mejor, fueron los años de extraña amistad. 

—Pásate por el penthouse cuando quieras.

Invitación que Edward tenía pensada aprovechar.


N/A:

En el polo, es normal usar dos caballos por jinete, por eso se mencionan a Corazón Valiente y Fantasía.

¿Logrará Edward jugar con Aurora al Kamasutra? ;)

Espero sus votos y comentarios.

Gracias por leer, Mis Demonios!

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