103. Pequeño Guisante
103. Pequeño Guisante.
Las ventajas del dinero y el poder habían logrado que ese mismo sábado el matrimonio Sharpe se estuviera dirigiendo a una cita discreta con una ginecóloga.
Viajaron en un duro silencio, con apenas miradas que no sabían qué decir. Unos apretones de manos intentaban sustituir cualquier palabra que no podían emitir, pero la seriedad de Steve y los nervios de Aurora latían con fuerza entre ellos.
No importaba que horas atrás, en su habitación, hubieran albergado cierta esperanza de una familia. Porque las dudas poco a poco habían empezado a hurgar en sus corazones. Miedos imposibles de compartir para no herir, pero que creaban una distancia que parecía volverse cósmica.
La elegante clínica privada —cerrada ante el ojo público—, abrió sus puertas asistida por una cautelosa recepcionista que los guio a su consulta. Las decoraciones románticas obtuvieron un bufido de Steve, que con su altura debió esquivar un par de corazones colgados y bebés regordetes voladores.
Al atravesar la blanca puerta, la cálida sonrisa de la profesional de mediana edad intentó infundir tranquilidad en la joven paciente. Si le molestaba que la hubieran arrastrado de su día de descanso por un "capricho de ricos", no lo demostró.
—Bienvenidos. Pasen por favor. Soy la doctora Crawford.
Su mano recibió primero la de Steve, al que le sonrió con amabilidad y luego la de Aurora, que percibió temblorosa y a la que le amplió su sonrisa de sutiles arrugas experimentadas.
Se acomodaron en sus respectivos lugares. Aurora miraba con atención cada detalle de la sala, ansiosa por su primera consulta médica, si descartaba las revisiones realizadas por el Dr. T en su laboratorio.
Había diferentes modelos de órganos reproductores que parecían desmontables, una abrumadora cantidad de diplomas enmarcados a nombre de la galena y decenas de fotografías de bebés enternecedores tapizando un lado de la pared.
Sus ojos se quedaron clavados en esos pequeños rostros.
—Como me han comentado al teléfono, creen estar embarazados. —Que la doctora hablara de ellos en plural los desestabilizó, sin identificar bien qué les provocaba—. Haremos una extracción de sangre para...
—¡No!
Indicaron los dos al mismo tiempo.
—Perdón —continuó Aurora, bajando a un tono más comedido—. Lo que ocurre es que le temo a las agujas. Por favor, hoy, nada de extracciones. Dejémoslo para la próxima vez.
Steve y ella sabían que no habría una próxima vez con la doctora.
—Bueno, podemos hacerlo en otra ocasión —aceptó paciente la mujer—. Sigamos... Le haré algunas preguntas, señora Sharpe. Y luego procederemos a realizar una ecografía para ver la situación. ¿Cuándo fue su último sangrado?
Aurora giró hacia su esposo sin saber qué responder. Él, por el contrario, habló con seguridad, tomando el relevo.
—Mi esposa es muy irregular. No sabríamos decirle.
—Cierto. Lo siento —respiró.
—Entiendo. —Golpeó con la punta de su bolígrafo sobre la libreta—. ¿Podría decirme desde cuándo...?
—Perdón. De verdad. ¿Pero podríamos pasar a la ecografía?
Se sentía abrumada, como un animal en disección. No quería estar más allí, mintiendo y esquivando preguntas.
—Po-por supuesto —suspiró resignada—. Por favor, pase por el tocador para quitarse la ropa y colocarse la bata.
Obedeció mirando con curiosidad la tela rosada entregada. Dentro del pequeño espacio se quitó la ropa como si estuviera en un trance. Al salir, se sintió desnuda y vulnerable, y buscó los ojos de Steve, que la recibieron con un intento de reconfortarla.
—Recuéstese aquí, señora Sharpe.
Aurora la siguió, inquieta por confirmar y ver la pequeña imagen de la criatura que crecía en su interior. El ser que temía haber creado con Chris.
Y no con su esposo.
Steve, sabiendo lo que podría pasar por la mente de su mujer, se paró a su lado. Sin embargo, su mandíbula se dibujaba acerada y tensa, manteniendo el mutismo que lo había embargado después de la revelación vivida en la habitación de su hogar.
Aurora temía.
Steve temía.
Temían tanto.
Temían por lo que verían.
Temían por lo que serían a partir de ese día.
La joven no se atrevía a observarlo, ni a pedirle un beso de sostén ante el abismo que se abría frente a ella. Prefirió atrapar sus manos entre sí, sobre su pecho palpitante.
Posó sus húmedos ojos en el monitor, parpadeando velozmente para ocultar las traicioneras lágrimas, esperando la última confirmación de su estado.
Los dedos largos y ásperos del hombre a su lado rozaron con timidez el dorso de sus manos para terminar enlazándose con los suyos en el mismo lugar donde sentía su corazón.
La fuerza de la presión de esas poderosas manos y el cálido tacto de los suaves labios de Steve sobre su frente la hicieron cerrar los ojos, logrando que una lágrimas solitaria rodara por su mejilla antes que otro beso la barriera de su piel.
Giró hacia Steve, enfocando sus piedras de ámbar resplandecientes en él y fue cuando supo —ambos lo hicieron—, que todo estaría bien.
—Es una parte de ti, mi niña —susurró contra su oído, acariciando su cabello—. Lo amaré por ello siempre. Y a ti incluso más.
—Steve... —gimoteó, estirando su cuello para buscar su boca en un beso liberador.
Un beso con sabor a amor y esperanzas.
La doctora encendió la pequeña pantalla, fingiendo no notar las caricias entre el matrimonio. Tomó el transductor que envolvió en un preservativo y un pequeño envase con gel con el que lo embadurnó.
—Sentirá frío con el gel, pero es necesario para...
—La transmisión de los ultrasonidos, sí... —interrumpió sin darse cuenta.
—Todo estará bien, señora Sharpe —tranquilizó—. Bien... ahora, relájese por favor.
No percibió el frío cuando le introdujo el dispositivo. Pero sí sintió que algo la sacudía internamente. No desde lo físico, sino desde lo emocional, y apretó instintivamente la mano de su marido, que interpretó el gesto como muestra de miedo ante una experiencia desconocida, respondiendo con otro suave beso en la frente.
Pero ese no era el problema.
Aurora sentía que ya había vivido una escena similar. Aunque no comprendía cómo era eso posible. Ella registraba cada segundo de su existencia como si fuera una computadora, por lo que sabía a ciencia cierta que nunca había vivido una situación análoga. Al menos, eso creía.
Las imágenes que se le cruzaban fugazmente la confundían. Pensó que tal vez, en el buque de Arata, cuando había llegado en un estado de inconsciencia, la habrían revisado para comprobar su virginidad.
No lo sabría nunca y esa incertidumbre la hizo sentir invadida y violada. Dejó de pensar en ello cuando escuchó hablar a la doctora.
—Muy bien, veamos al embrión... —despacio, movió el transductor buscando el objetivo, manteniendo la vista en el monitor. Cuando encontró lo que buscaba, estiró sus labios, satisfecha, y giró la pantalla hacia ellos, para compartir el hallazgo con una cálida mirada—. Aquí tienen a su hijo o hija. Felicitaciones papis.
Steve entornó sus párpados, siguiendo el índice enguantado que señalaba un punto borroso.
—Lo siento, pero no lo veo.
—Fíjense en esta pequeña marca. Parece un guisante de un poco más de cinco milímetros. Ese es su bebé. Es normal para una gestación de seis semanas. Está bien afirmado a mami —añadió orgullosa.
—¿Se-seis semanas?
—¿Está segura?
La ceja alzada lo reprendió como a un niño, pero no le importó.
—¿Quieren intentar escuchar su latido?
Se miraron con los ojos abiertos con perplejidad.
—¿Se puede oír? —El timbre en Aurora estaba teñido de anhelo.
—Puede ser. No se preocupen si no lo oímos. A veces se tiene que esperar una o dos semanas más. Pero lo intentaremos.
Los nervios los tenían con las manos apretadas y los ojos fijos en la pantalla, como si a través de los ojos pudieran percibir el sonido buscado. Los segundos pasaron y lo único que llegaba a ellos eran sus propios corazones bombeando con frenesí.
Hasta que un murmullo alocado rebotó a su alrededor.
—Tenemos suerte. Ese es el corazoncito de su hija o hijo.
Se quedaron mudos. Asombrados y maravillados por ese ruido que se volvió su melodía favorita. Cuando sus ojos se encontraron, la emoción los tenía anegados en lágrimas contenidas.
Aurora amó ver en los ojos azules como el cielo nocturno la misma ilusión oscilante. ¡Steve Sharpe tenía sus ojos húmedos de alegría!
—Carajo, Aurora. Te amo como no te imaginas, mi niña.
Una cascada de besos estalló por todo su rostro, acabando en una intensa presión en su boca de cereza.
La felicidad explotó en su ancho pecho y sus labios se curvaron en una gigante y esplendorosa sonrisa de las escasas que regalaba. Sus ojos resplandecieron al contemplar a la diosa que una vez más, lo hacía volar al cielo.
—Gracias, gracias, mi adorada Aurora.
—Te amo Steve —logró modular cuando el llanto se lo permitió.
Una vez afuera del consultorio, Steve y Aurora comenzaron a hablar atropelladamente.
—¡Seis semanas! ¿Cómo es posible? —preguntó él.
—Lo único que se me ocurre, es que haya revertido tu vasectomía.
—Tiene lógica. ¿Cómo no lo pensamos antes?
—Porque no es lo mismo reconectar una vasectomía que acelerar una cicatrización. Todavía no sé bien cómo funciono —hizo una mueca—. Por ejemplo, mi himen nunca se restauró. Creo que hay cosas que una vez se rompen, no se regeneran. Como un dedo amputado. No sé si podría regenerarlo. Pero esa no es la única cuestión. —Sus gestos de incertidumbre dieron lugar a una sonrisa estelar—. Lo más increíble es que de alguna manera, haya logrado aceptar tus... ¿nadadores? —aventuró sonrojada—. No tengo idea de cómo lo habré hecho.
—Ahora mismo, no importa. Lo único que me interesa es lo que hemos logrado.
Ambos se miraron con ternura. Creían saber cuál había sido el día en que habían creado la nueva vida. O mejor dicho la noche. Aquella noche entera, incluyendo el amanecer, en el cual el joven y atractivo hombre había deseado con toda su alma que el vientre de su amada albergara un pequeño ser hecho de la magia de ambos.
El mismo deseo que había hecho brillar de manera especial a la quimérica muchacha.
—Lo que significa... —tomó el rostro de Aurora entre sus manos.
—¡Vamos a tener un bebé! —dijeron al unísono riendo felizmente.
Steve la besó con vehemencia y ella le correspondió rodeando su cuello con sus brazos. La tomó de la cintura y la alzó, levantándola por encima de su cabeza y dando vueltas en la acera. La bajó y una nueva tanda de besos los poseyó.
Las personas que pasaban por allí miraban a la efusiva pareja con una sonrisa.
—¡Tenemos que decírselo a mi padre!
—¡A todos! —celebró exultante.
Steve pensó en Chris. Después de la montaña rusa que habían vivido, sentía que le iba a dar una noticia decepcionante. Como si el otro hubiera sabido de la posibilidad de ser padre.
***
Fueron directo a la casa del mayor de los Sharpe en un viaje diametralmente opuesto al primero. Las manos unidas eran besadas por los dos de manera alternada y batallaban en una sucesión de frases enredadas colmadas de futuras ilusiones y proyectos conjuntos.
Aurora ya había leído los panfletos entregados por la doctora y reían por su torpeza e inexperiencia.
—Vaya que llevaba con los síntomas desde hacía tiempo... y yo pensando que era por la universidad y por...
Se frenó. No quería ir por allí.
Steve reconoció el silencio y la rescató enseguida.
—Tus antojos extraños tienen sentido. ¡Me has estado volviendo loco! Aunque con tus antecedentes de sabores bizarros...
—¡Tonto!
De pronto, Aurora lo hizo frenar.
—¡Detente Steve! ¡Por favor!
Fiel esclavo de su deidad, no demoró en obedecer.
—¿Qué ocurre?
—Bajemos.
—¿Tienes antojos? —preguntó socarrón.
—No —dudó un segundo—. Ahora que lo dices, tal vez... —rio y Steve meneó la cabeza—. Lo que tenía en mente en realidad era una tienda de regalos.
—¿Tienda de regalos?
—Quiero pasar por algo... vamos —guiñó un ojo.
***
Richard escuchó el coche llegar y, encantado por la inesperada visita, los recibió en el pórtico con los brazos abiertos.
—¡Qué bella sorpresa, hijos!
En cuanto tuvo a Aurora con él, la envolvió en un paternal abrazo que acompañó con un beso en cada mejilla.
—Venimos a visitarte un rato, papá.
—Le han dado una gran alegría a este viejo. Pero pasen, pasen. Les prepararé un delicioso té. —Observó el paquete de frituras en la mano de Aurora—. Aunque creo que no combina mucho con lo que comes.
—Un té me vendría bien, gracias, papá.
Le gustaba cómo sonaba esa palabra y desde navidad, no se cansaba de usarla para dirigirse al hombre que la miraba con emoción.
Adentro, Steve tomó el abrigo de Aurora para colgarlo y la siguió cuando esta se encaminó a la cocina con Richard.
—Papá, déjame ayudarte.
—No hace falta, cariño. Esperen junto al hogar. El calor es reconfortante.
Cuando Richard iba a tomar las tazas necesarias, la joven lo detuvo con su mano.
—Creo que tengo una mejor para ti.
Le entregó el paquete que llevaba consigo con una sonrisa luminosa. Junto a ella, Steve se paró rodeando con su brazo la estrecha cintura, vistiendo una sonrisa gemela.
Aceptó el paquete y al abrirlo, sacó una taza que decía "El mejor abuelo del mundo". Sus largos dedos se cerraron sobre la cerámica que se volvió borrosa delante de sus ojos llenos de lágrimas.
En ese momento más que nunca, deseó tener a su esposa para que disfrutara de esa experiencia con él.
Regresó su húmeda vista hacia la pareja y los buscó con un abrazo grupal.
—Seré abuelo. No lo puedo creer. No lo... —lloró sobre el hombro de su hijo—. Lo siento. Me hacen inmensamente feliz.
Se desprendieron manteniendo las manos unidas. Aurora compartía el sollozo con el corazón hinchado de dicha.
—Gracias, hijos. ¿Cuándo se enteraron?
—Hoy mismo.
Steve y Aurora compartieron una mirada cómplice que recordaba el huracán de sensaciones vividas en las últimas horas.
—Acabamos de venir de la consulta. —El futuro padre posó su mano sobre el vientre de Aurora—. Nuestro guisante tiene seis semanas.
El tono de orgullo de Steve no pasó desapercibido para Richard, que conocía muy bien su rechazo a formar una familia en el pasado.
—Sería maravilloso que tuviéramos una preciosa niña igual a su madre. Sería como conocer a la Aurora de pequeña. Además, eso emparejaría las cosas, ¿no lo creen?
—Adoraría eso.
Steve apretó contra su cuerpo a su mujer, besando su coronilla, añorando una escena de Aurora junto a una niña idéntica. Una manera de imaginar cómo hubiera sido ella de haber vivido su infancia.
—Por ahora, lo importante es que sea sano.
El modo en que lo expresó la muchacha tenía latente una naciente preocupación, que decidió descartar con una leve sacudida.
—Tal vez me gana la ansiedad, pero ¿pensaron en nombres?
—No —respondió Steve, riendo.
—Sí —contradijo Aurora.
—¿Ah sí? —sonrió su esposo, con curiosidad.
Ella se sonrojó y se mordió el labio. Si estuvieran solos, Steve se lo hubiera devorado en ese momento.
—Bueno... se me ocurrió cuando veníamos en el coche. No deben ser esos nombres si no quieres.
—Escuchemos qué tienes en mente.
***
Retornaron a su hogar, aquel que había concebido la mágica vida, al anochecer. El único que estaba para recibirlos era Hunter, que ya los esperaba en la entrada antes de que pisaran adentro.
—Qué silencioso está todo.
—En unos meses, eso va a ser historia antigua.
—Me gusta eso —murmuró Aurora.
—A mí... también. —Capturó la mano de su esposa, encaminándose hacia el despacho—. Hunter, ve a tu cama. Y tú, mi niña, ven conmigo. El jodido día de los enamorados no terminó. Tengo algo para ti.
—Cierto... —Abrió enorme sus ojos—. ¡Acabo de darme cuenta del día que es hoy! Lo siento Steve. No te di ningún regalo.
Se frenó junto a su escritorio, volteándose hacia Aurora con un resplandor risueño que la deslumbró.
—Me diste el mejor regalo del mundo. Otra vez, mi niña.
Enmarcó su rostro entre sus palmas para darle un beso apasionado.
—Solamente tú tienes ese poder. Este día era una mierda. Un día más de esos que crean las publicidades. Siempre lo consideré ridículo. ¿Un día para celebrar el amor?
—Exacto. El amor se celebra cada día. Sin embargo, hay algo distinto... Creo que me gusta esta celebración.
—¿Por qué?
—Leí sobre este San Valentín. Una muerte injusta como tantas, pero su motivo me pareció... valiente y romántico. —Steve se sentó en su silla, atento a la historia, tomando por las caderas a la muchacha, que se paró entre sus fuertes piernas—. Celebraba matrimonios secretos, desafiando al emperador Claudio II, en Roma. Hacía valer el amor por encima de sus exigencias y prohibiciones. Hizo algo para luchar por la felicidad de otros y eso... me gusta. Porque sabemos, tú y yo, lo que hemos luchado por nuestro amor.
—Vaya... creo que a partir de ahora, tengo otro motivo para no odiarlo. Y aunque lo hiciera, sería una excusa para darte regalos. Uno romántico. Y aunque no necesito un día para ello, usaré cualquier excusa para darte regalos. Quiero darte el mundo Aurora. Hoy y siempre.
—Lo haces cariño. —Buscó la mano a su lado para trasladarla a su abdomen, junto a la suya—. Y ahora, los dos tenemos un nuevo mundo por el cual agradecer y proteger.
—Lo haré. Los protegeré con mi vida si es necesario. Pero mientras tanto... —Se estiró hacia la gaveta que abrió y sacó el sobre que esa mañana escondió—. Esto es para ti, amor mío.
Aurora lo abrió y al sacar el contenido, encontró varias hojas plegadas que enseguida leyó, quedando estupefacta con el contenido.
—¿Esto es real?
—Por supuesto. Harvey me ayudó. Hace tiempo le pedí que investigue opciones y recientemente me presentó esta y no lo dudé. Es perfecta para ti.
—¿Seré accionista de una editorial?
—Lo serás, mi amor.
La tomó en sus brazos, sentándola sobre su regazo, repartiendo besos por todo el rostro y el cuello, deteniéndose en sus labios con pasión. La lujuria los invadió como un maremoto que arrasaba con todo en su interior. Desde su asiento, sin desprenderse un milímetro, Steve despejó de un brusco movimiento de su brazo todo lo que había encima de la mesa, dejando caer al suelo cualquier estorbo.
La sentó en el escritorio y se cernió como animal hambriento, mordiendo carne, succionando piel y poseyendo cada centímetro del sensible cuello, mientras ella le desabotonaba la camisa y se la sacaba, dejándola caer al suelo. Con dedos ágiles, prosiguió con el pantalón, deteniéndose solamente cuando él tuvo que pasar el blanco jersey por su cabeza, dejando su torso desnudo.
La recostó con suave control de su palma entre los senos turgentes. Se relamió al confirmar que el tamaño de estos había aumentado ligeramente. Bajó lamiendo y besado hasta las cimas erizadas de los pezones, apretándolos entre sus dientes para regocijarse al recibir un gemido gutural que rebotó en su dura erección. Continuó con el trayecto a caricias de labios hasta el abdomen bajo, apartándose para admirarlo y recorrerlo con las yemas de los dedos con total devoción.
No podía creer que en ese firme cuerpo se estuviera gestando una vida. Una nueva vida de la que él era responsable. Esa vez, no quitaba. Estaba creando. Y era gracias a ella.
Subió al notar su mirada, llena de amor, que esperaba con paciencia a que retomara el juego erótico. No se hizo esperar y le quitó el pantalón, robándole las delicadas bragas blancas que llevaba.
Aurora se incorporó para tomar la cara de Steve entre sus manos y le lamió los labios. Siguió con besos profundos jugando con su lengua, recorriendo cada recoveco de su boca. Se preparó para él, abriéndose cuando lo sintió en su entrada.
La sujetó con fuerza al penetrarla hondo, atrayéndola hacia su pelvis. Se quedó enterrado en ella y lentamente, inició un vaivén enloquecedor. Un balanceo rítmico que tocaba cada punto sensible de Aurora, que se arqueaba debajo de él, perdida en la bruma de ese amor intenso, puro y conmovedor que la hizo vibrar cuando ambos llegaron al orgasmo, a su maravillosa explosión.
Ese viaje fantástico que los llevaba a las estrellas.
Cayó rendido en la silla del escritorio, recibiendo el cuerpo cariñoso de su esposa, en un estado de tierna fragilidad. Una de sus manos mimaba etéreamente la piel de su espalda, mientras ella se acurrucaba contra su pecho. Se quedaron contemplándose, con una sonrisa de unión perfecta.
—No puedo creer que tengamos un pequeño guisante hecho de nosotros dos.
—Hecho de nosotros dos... —meditó esas palabras y la visión aparecida en la casa de Richard la abofeteó, rompiendo su burbuja—. ¿Cómo será el bebé de una mutante?
Lo contempló con angustia.
—Un medio mutante —bromeó para animarla, aunque no logró su propósito.
—Definitivamente, las bromas no son lo tuyo.
—Descarada —la besó en consuelo—. Todo saldrá bien. Será maravilloso. Sólo deberemos tener cuidado.
—Sí, tienes razón. Y creo que sé quién nos podrá ayudar con la parte médica.
***
Al abrirse las puertas del elevador y aparecer la colosal estampa de Webb, los aplausos se hicieron notar, sorprendiéndolo.
Miró a su alrededor con las cejas alzadas sobre su frente, comprobando que todos sus compañeros estaban de pie, y cuando comprendió que él era el destino de los vítores, frunció el ceño.
—¡Bravo, jefe!
Escuchó desde un rincón.
—¡Saluden al próximo mandamás!
—¡Ave César!
—Imbéciles —masculló.
Avanzó entre los escritorios, fingiendo enfado al esquivar a los otros agentes que hacían reverencias exageradas al pasar frente a ellos.
Se despojó de su abrigo al llegar a su escritorio y se sentó en su silla, recibiendo enseguida a su grupo más cercano.
Robert, William y Lara sonreían con burla orgullosa.
—Qué rápido vuelan los rumores por aquí.
—Sí que lo hacen. Después de todo, somos el FBI.
—¡¿Cómo no enterarnos de que el viernes tuviste reunión con los superiores para confirmar tu ascenso?!
—Sin olvidar que el caso de Cross te elevó a la fama, mi estimado.
—Ustedes son parte de ese resultado. Gracias amigos. No lo hubiera logrado sin su ayuda.
Los pechos se inflaron y hubo resplandor en los tres pares de ojos. Los hombres carraspearon y con gesto de desmedida masculinidad, palmearon la espalda rocosa de Chris para volver a sus respectivos lugares. Solo Lara se quedó, recostando su trasero en el filo de la mesa.
—Tengo algo para ti.
Le entregó un paquete que sorprendió al agente.
—¿Te estás volviendo blanda y me das un regalo por la promoción?
—¡Jamás! Lo dejaron el viernes, pero estabas en la junta. —Habló en voz baja—. Me pidió nuestra amiga misteriosa que te lo entregara. Dijo algo al respecto de reponer un objeto valioso.
Le guiñó el ojo y se marchó.
Chris sentía su corazón latir con fuerza.
Con manos temblorosas y torpes quitó el elegante envoltorio encontrando dos objetos que colmaron su estómago de mariposas voladoras.
Un portarretratos con la fotografía que tanto amaba y que al regresar de Montana y descubrir su casa invadida, le había desconsolado ver que la habían destrozado con un agujero de bala. La sostuvo entre sus manos con la emoción a flor de piel.
El segundo objeto fue un golpe mayor. Dejó la foto y con cuidado, como si fuera un frágil cristal, tomó el reloj y lo colocó en la palma de su mano, usando la otra para acariciarlo. Era el mismo reloj de su padre. Exactamente el mismo. El que se había dañado en el agua helada.
No sería costoso. Ni siquiera era el más elegante. Pero le recordaba a su gran héroe, un enorme hombre, honesto, gran padre y esposo devoto, al que había admirado toda su vida. Ahora, sin embargo, ese insignificante reloj valía para él más que el oro de todo el mundo por el simple hecho de ser un regalo de Aurora.
Capturó la recatada tarjeta en el sobre correspondiente que acompañaba al regalo y la leyó en voz baja.
<<Feliz cumpleaños con atraso, Gigantón. Con cariño, Aurora>>.
Con ojos humedecidos, se ajustó el reloj en su ancha muñeca y lo miró por unos minutos.
—Maldición.
La amaba más que nunca.
Sus dedos hormiguearon con la necesidad de llamarla para agradecerle y tras unos minutos de indecisión, se lanzó a la acción.
Un par de timbres fueron suficiente para hallar del otro lado la melódica voz de su precioso ángel.
—¡Hola Chris! Imagino que me llamas porque te dieron mi regalo.
—Así es. No dudo de que mi hermana tuvo que ver con la fotografía, pero en cuanto el reloj... Joder. No sé cómo lo hiciste, pero gracias preciosa. Siempre me sorprendes.
Las alegres campanillas sonaron, para su disfrute.
—Me alegro. Nos ganaste de mano. Steve iba a llamarte en un rato.
—¿Ah, sí? ¿Para qué?
—Queremos contarte algo. ¿Podríamos vernos para almorzar los tres? Tú dinos dónde.
—Me encantaría. Veámonos en mi restaurante italiano favorito. Steve ya lo conoce. Yo también tengo novedades que contarles.
—¡Qué emoción! Ya quiero que nos veamos. Debo dejarte, estoy por entrar a clases. Adiós Chris.
—Adiós preciosa.
***
El matrimonio ya estaba sentado en la mesa indicada, esperando con bebidas que la joven Bianca les había alcanzado —incluyendo la correspondiente para el tercer comensal—, cuando Chris apareció por la puerta y saludó al propietario del establecimiento en italiano, acompañando sus palabras levantando la mano.
En cuanto ubicó a sus amigos, se dirigió hacia ellos con pasos seguros. Mientras se acercaba a la mesa, su corazón se aceleraba. Cada vez que veía a Aurora, una parte de él se iluminaba de felicidad y otra sufría por no poder abrazarla. En esa oportunidad, la veía más brillante de lo habitual, con su hermosa sonrisa y sus ojos dorados.
Se quitó el abrigo, que dobló y apoyó sobre el respaldo de una cuarta silla, y se sentó en frente de la joven.
—Qué agradable sorpresa —saludó mirando a uno y a otro.
—Hola Chris —respondieron los dos al mismo tiempo.
El agente notó cierto nerviosismo en sus compañeros de mesa, que se miraban y sonreían como si esperaran o quisieran ponerse de acuerdo en algo.
—¿Qué pasa? Me están poniendo nervioso.
Aurora fue la que tomó la palabra. Lo miraba de tal forma que, si estuvieran solos y él no fuera un buen hombre, la besaría sin dudarlo.
—Chris, queremos darte una noticia que nos hace muy felices y esperamos que puedas compartir esa felicidad con nosotros. Por nosotros —miró una vez más a Steve, que afirmó con la cabeza, sonriendo—. Estamos embarazados.
Allí estaba.
Lo que en algún momento había temido hecho realidad.
Aurora estaba embarazada.
Iba a ser mamá y finalmente, su mundo se hacía añicos.
Enseguida sancionó su pensamiento. Se estaba comportando como un idiota egoísta en lugar de alegrarse por ellos. Se recriminó pensar en sí mismo cuando la mujer que amaba, su mejor amiga, irradiaba pura felicidad y amor. Esa misma felicidad que querían compartir con él.
Su amigo.
Ella aguardaba su reacción, y en respuesta, se puso de pie y se acercó a Aurora que también se levantó de la silla.
—¡Felicitaciones!
La abrazó con fuerza, escondiendo su delgado cuerpo en el suyo. Sintió sus largos brazos rodear su musculatura y se sintió feliz por ella. Por ambos. Luego, abrazó a Steve que también se había puesto de pie.
Este último no esperaba esa muestra de afecto, pero la recibió con agrado, considerando que era la única persona a la que podía titular de amigo.
—Tenemos que pedirte dos favores. Nos preguntaste si revelaríamos mi origen a tus amigas. —Chris asintió y supo hacia dónde se dirigía la petición—. Creemos que la doctora Dumas es la única persona a la que le podríamos confiar el embarazo y el nacimiento de nuestro Guisante.
—¿Guisante? —se rio—. Dejando de lado que es una médico forense, sé que estará dispuesta a ayudarles. Después de todo, Lara vive por ti, Aurora. ¿Y el segundo?
—Ese es más importante —dijo la mujer. Se dirigió a Steve—. ¿Por qué no se lo pides tú?
Él aceptó conforme. Chris, que seguía de pie entre ellos, los observaba con curiosidad.
—¿Quisieras ser el padrino?
Steve sorprendentemente, había hablado con calidez y alegría. Si Aurora había conquistado y derretido a Steve Sharpe, el futuro bebé terminó por doblegarlo.
<<Padrino>>.
Querían que fuera el padrino. La emoción que le embargó fue tal que se sentó en la silla de Aurora. Ella le apoyó la mano en el hombro, con preocupación.
—¿Te sientes bien? ¿No quieres ser el padrino?
Levantó la cabeza y ella pudo ver que tenía los ojos llenos de lágrimas. Sonreía. Se puso de pie otra vez.
—Sí, claro que sí. Seré el padrino.
Los abrazó a ambos al mismo tiempo.
Vio por fin, frente a él, la oportunidad de avanzar. De superar —o intentar—, el enamoramiento por Aurora de una vez por todas.
N/A:
En este caso, uso el término padrino en referencia a ser tutor en caso de la pérdida de ambos padres. No tiene ninguna connotación religiosa y es registrado legalmente.
Espero que algunas dudas se hayan podido aclarar un poco en relación a Aurora y sus habilidades. Es difícil conocernos, conocer nuestros límites y posibilidades. Y ella sigue descubriéndose.
Este capítulo (que tuvo muchas modificaciones con respecto al orginal escrito hace como un año, jaja), lo adoré. Me llenó de felicidad que Steve, Chris y Aurora puedan comenzar una nueva aventura, de la que leeremos más en la tercera entrega.
Alguien más desearía que pequeño Guisante sea una mini Aurora?
Nos queda el epílogo y nos despedimos de Alpha!
Gracias por leer, Demonios!
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