102. Primer San Valentín con consecuencias inesperadas
102. Primer San Valentín con consecuencias inesperadas.
FEBRERO
Steve había odiado ese día desde su adultez.
Lo sentía tan comercial y artificial que siempre lo había rechazado. Se hastiaba de los innumerables corazones, rosas y absurdos bebés alados con el culo al aire en pleno febrero, enarbolando su arco y flecha para joderle la vida a cualquiera que se le cruzara en la línea de tiro.
Aunque tal vez, en retrospectiva, le añadía un exceso de repulsión por su aversión a enamorarse. Lo que pertenecía a su oscuro y deprimente pasado.
Porque en ese mismo instante, reconocía en el centro de su pecho un extraño cosquilleo que creaba una sonrisa en sus labios al recorrer con sus dedos el sobre rojo que escondía debajo de su servilleta.
Se acomodó la ridícula corbata de pequeños corazones que Chris le había obsequiado en navidad y que en ese día supondría un motivo más para recibir una de las sonrisas preciosas de su esposa.
Esas sonrisas que calentaban su corazón y lo hechizaban por completo.
Pero Aurora tardaba en bajar a desayunar en la mansión de Los Hamptons, donde se habían ido a escapar, aprovechando que ese catorce había caído en sábado.
Volteó ansioso hacia las escaleras cuando escuchó el repiqueteo de las patas de Hunter, señal inequívoca de que Aurora llegaba.
Theresa y Josephine también recibieron con sonrisas en los ojos a la dulce joven, listas para el banquete mañanero.
—Mi niña, ya me estaba preocupando. Iba a subir a buscarte.
—Perdona mi amor. Otra vez no podía levantarme de la cama —bostezó, tapándose la boca—. Estoy tan cansada.
—Lo sé, cariño. Creo que todavía no te recuperas de todo lo que pasó —frunció el ceño, asombrado al calcular que ya habían pasado más de dos semanas—. Has sufrido... hemos sufrido —se corrigió—, mucho. Especialmente desde lo emocional.
Dejó un suave beso en la boca que le exigía la caricia y se sentó en su lugar.
Miró su plato a rebosar y cuando estaba por atacar el contenido, tuvo la repetida y desagradable sensación en el estómago. El revoltijo que la asqueaba. Sin embargo, esa vez parecía escalar un siguiente nivel desconocido para ella.
De golpe, necesitó ponerse de pie y salir corriendo al cuarto de baño, ante la sorprendida mirada de Steve y Theresa. El pobre perro no llegó a acompañar a su dueña y se quedó sentado detrás de la puerta que Aurora había cerrado con prisa, gimiendo.
Se abalanzó sobre el retrete y vio fluir por primera vez el contenido inexistente de su estómago. El golpe desde adentro la ahogaba en cada sacudida, haciendo que sus ojos llorasen y el sudor frío empapara su piel y pegara su ropa sobre ella.
Nunca había vomitado y la sensación era de absoluto horror.
Vació lo que no sabía que contenía y tras algunas arcadas más, cayó débil y vencida sobre el suelo, abrazada al excusado que la reconfortaba con la frescura de su superficie, esperando a recuperarse.
Cuando sintió que podía mantenerse de pie, caminó hasta el lavabo para enjuagarse y lavarse la cara. No entendía qué le ocurría. Ella no podía enfermarse y la comida no le caía mal. De hecho, no había llegado a probarla cuando sintió ese rechazo a los huevos a partir del olor, que la había descompuesto.
En otras oportunidades, había pensado que su malestar se debía a tantos cambios en su vida y a la reciente pérdida de su querido Andrew.
Pero el desconcierto crecía cada vez más.
Se quedó mirando su reflejo en el espejo, lívido y ojeroso. Hasta que escuchó que unos suaves golpes la llamaban del otro lado de la puerta. Se acercó a sacar el cerrojo y abrió un poco para responder al llamado, apoyándose en el marco. Era Steve, que la miraba preocupado. Abrió del todo y manteniéndose recostada, lo tranquilizó.
—Estoy bien, cariño. No sé qué me pasó. —Estiró la mano para acariciar el suave y varonil rostro—. Te ves peor que yo.
—Me preocupaste. No creí que pudieras enfermarte.
—Yo tampoco. Será el estrés. Aunque haya pasado tiempo, puede que mi cuerpo esté reaccionando ahora.
Steve la abrazó con cuidado y besó su cabeza.
—¿Por qué no te quedas en la cama hoy?
—No hace falta. Ya estoy mejor, en serio. Sólo iré a cambiarme.
Fue al dormitorio, custodiada por Hunter, que no se despegaba de ella. Se quitó la ropa húmeda por la transpiración y buscó algo cómodo y holgado que no le ajustara, porque todavía tenía el estómago revuelto y hasta los pechos los sentía sensibles. Se puso un pantalón ancho de mezclilla y un jersey suave y blanco con cuello alto. Cuando estaba saliendo de la habitación, se frenó.
Otra vez sentía que iba a devolver. Giró sobre sus talones y corrió al cuarto de baño del dormitorio, dejando la puerta abierta. En ese caso, la que presenció el malestar de Aurora fue Theresa que acudía con sábanas limpias para hacer el cambio de ropa de cama. Dejó las telas apoyadas en el colchón y asistió raudamente a la muchacha con el cariño de una madre, sosteniéndole la frente y acariciando su espalda.
—Pobrecita. Déjeme que le traiga un ginger ale. Eso siempre ayuda a las náuseas matutinas.
Aurora agradeció el cuidado de Theresa, sin comprender a qué se refería.
La menuda mujer se encaminó a la cocina en busca de la bebida. Iba con paso ligero y alegre, pensando en lo que significaba el estado de la señora Sharpe para todos ellos.
En el camino de regreso, Steve la siguió, con el desconcierto y la angustia marcando su rostro.
Llegó unos segundos después que la mujer dejara el vaso en la mesa, donde estaba sentada Aurora, acariciando la cabeza del golden que tenía apoyada sobre su regazo, como si tratara de darle su apoyo.
Cuando Theresa vio que su jefe se hacía presente, no pudo evitar curvar sus labios al máximo, con un brillo intenso en su mirar cuando se acercó a Steve antes de retirarse, dándole palabras de ánimo.
—No se preocupe, señor. Es normal. Pasará en unas semanas y volverá a ser la alegre señora Aurora.
Prosiguió su camino, dejando a Steve más confundido que antes. Caminó hasta su mujer, que estaba bebiendo despacio la gaseosa y se sentó frente a ella.
—¿Qué es lo que pasa?
—No lo sé... Theresa dijo que esto me aliviaría las náuseas matutinas. Pero no sé qué quiso decir con eso.
El hombre sintió que le caía un balde de agua helada. El oxígeno escaseó y tuvo que aflojar su corbata.
—Aurora... —habló con un hilo de voz, sintiendo un nudo en la garganta—. Theresa cree que estás embarazada.
Repitió en su mente la absurda sentencia que Steve había soltado.
<<Embarazada>>.
Ella se le quedó mirando, como si nunca hubiera escuchado qué era eso.
—Es imposible. No creo que pudiera llegar a gestar sin que mi organismo destruyera lo que consideraría un cuerpo extraño. —Y agregó—. Además, tú te hiciste una vasectomía y yo soy estéril. —Dudó un momento—. Al menos, eso creo.
—¿Qué quieres decir? ¿No estás segura?
—Bueno... No es como si el Dr. T me lo hubiera dicho. Es sólo que nunca tuve un período. Así que asumí... —No terminó de explicarse.
Ambos pensaron lo mismo.
—¿Y si el doctor no es que te hubiera hecho estéril sino, simplemente que no tuvieras inconvenientes menstruales? Al fin y al cabo, una soldado que esté pendiente de su período puede que le sea una enorme incomodidad en el frente.
—Había pensado en eso. Pero aun así, tú no puedes tener hijos.
—Yo no. —Cerró los ojos. No quería imaginar lo que estaba por decir—. Pero Chris sí.
El recuerdo de lo ocurrido en la cueva la azotó, agitando su mente. Cuidarse de Chris no lo creyó necesario. No cuando creía que no podía concebir.
No tardó en comprender lo que aquello significaba.
Lo que implicaba para los tres.
No sabía cómo reaccionar.
De inmediato se agolparon demasiadas ideas en su cabeza. Recuerdos del padre de Steve cuando habló de jugar con sus nietos en la playa y en la melancolía que le dio a ella saber que nunca podría cumplirle ese deseo. La imagen de Chris, quien no tenía idea de lo que había tenido que hacer para salvar su vida. Llevó su mano instintivamente a la piedra que colgaba del extremo de su collar, regalo que él le había obsequiado y que mantenía siempre con ella.
Y a continuación observó a su esposo.
Alzó sus ojos empañados hacia la oscura y triste cara de Steve.
Tendría un hijo con otro hombre. Aunque sabían que no había habido intención de infidelidad, sino que las circunstancias la habían llevado a usar el único recurso que le quedaba para salvar a su amigo.
—Lo siento Steve. No tenía otra opción.
—No hace falta que sigamos con eso.
Su voz sonó fría y dura. Había hablado con dolor. Pero cambió el tono cuando se dio cuenta que no era su culpa. Él sabía que había actuado para salvarlo. Si no lo hubiera hecho y Chris moría, ella no se lo hubiera perdonado a sí misma.
—Sé que hiciste lo correcto, Aurora. Pero no se hace fácil.
—¿Qué haremos ahora?
—Primero, confirmemos que estés embarazada.
Se puso de pie y caminó hasta la puerta.
—¿Y si lo estoy?
—Veremos cuál será el siguiente paso, que deberá incluir a Chris.
—¿A dónde vas?
—A comprar una prueba de embarazo.
Steve salió de la habitación dejando a Aurora acompañada por su fiel guardián y bajó hasta la entrada. Necesitaba salir al aire frío de la mañana para despejarse, y usó la compra de la pequeña prueba como excusa.
Tomó su abrigo y las llaves del Audi que tenía aparcado al frente de la casa, mientras se quitadaba del todo la corbata que dejó en el asiento del acompañante una vez adentro.
No le demoró mucho. En la tienda había varias personas, pero aun así fue rápido. Tomó la primera caja de cartón que encontró, sin prestar atención a la variedad y características de las pruebas y pagó en efectivo, manteniendo la cabeza gacha oculta bajo la gorra que se había colocado.
La empleada le sonrió, aunque él no la vio.
Fue el tono que usó lo que lo hizo reaccionar. Uno alegre y emocionado.
—¡Feliz día de San Valentín!
Miró de reojo y la cursi decoración del lugar lo hizo gruñir.
<<Mierda>>.
<<El jodido San Valentín>>.
Definitivamente, odiaba ese día.
Salió apresurado con el paquete en una mano, rumiando por el significado de un resultado positivo. Lo que lo afectaría.
A todos ellos.
Al llegar a su vehículo se detuvo, descubriéndose nuevamente como un egoísta. Se dio cuenta que sólo había pensado en cómo se sentiría él y no en Aurora. Lo difícil que sería para ella si estuviera embaraza de Chris. Criar el hijo de otro con el hombre que amaba.
Ese bebé no cambiaría lo que sentía por ella. No lo dudaba. Pensó también en su padre, que quería tener nietos. ¿Cómo explicarle la situación sin comprometer a Aurora? Era mucho para procesar en ese momento.
La espera lo tenía impaciente y sus pies lo habían llevado a su despacho, donde encontró el intento de su primer regalo por el día de los enamorados. Resopló decepcionado y lo guardó en una gaveta.
Con paso lento, como si cada escalón fuera una montaña, regresó a la habitación, topándose con la puerta cerrada del cuarto de baño.
El temor a una verdad que no sabía si podría soportar se anudó en su garganta.
Cuando escuchó que Aurora salía, Steve la miró ansioso, con sus ojos sobre el objeto en la mano de la joven. Subió hacia el delicado rostro, notando la humedad de las fuentes de oro.
—¿Y? —Se puso de pie.
—Lo siento —lloró—. Es positivo.
Apretó con fuerza su labio inferior, conteniendo el llanto. Había descubierto desde hacía meses que anhelaba tener un bebé con Steve. Pero ese retazo de ambos no existiría. Se había hecho a la idea de que no cargaría con un embarazo.
Y la vida se burlaba de ella dándole un irónico milagro.
Lo que debería haber sido un acontecimiento de felicidad, era ahora un motivo de miedo.
Steve se quedó de pie, con los brazos al costado.
—Steve, por favor, di algo.
—Será un recordatorio de que mi esposa se acostó con alguien más.
En el momento en que lo dijo, se arrepintió de inmediato al ver cómo sus palabras se clavaban en Aurora.
—No me acosté con alguien porque lo deseara por encima de ti. Para dañarte. —Sus iris oscilantes se lo gritaban. Aunque su voz fuera contenida—. Lo hice para salvarlo. Porque es el poder que corre por mi ADN. Es quien soy. Que me lo reclames duele, Steve.
—Aurora... yo, lo siento. No qui-
—Sé que no es fácil. Imagínate para mí. Otro hombre, otro cuerpo estuvo encima de mí. Dentro de mí.
—No sigas... —rogó, quebrado.
No podía, no quería tener esa imagen otra vez en su mente.
Rastrilló sus dedos entres sus cabellos hacia atrás.
—Dime qué quieres que haga, Steve.
Silencio.
Uno pesado, triste y solitario. Porque cada uno parecía estar en extremos opuestos de un océano, y no en la misma habitación, aquella testigo de innumerables caricias y palabras de amor.
Las lágrimas de Aurora no se detenían, y lentamente sus sollozos se hicieron más intensos.
—Dime, Steve... ¿qué haremos? ¿Quieres... acaso que no lo tenga?
Más silencio. El espacio entre ellos se hizo eterno. Infinito.
Los pozos azules descendieron al suelo.
Su cerebro bullía con fuerza tormentosa, en busca de una respuesta en medio del huracán de su dolor y orgullo herido.
Su falta de reacción se convirtió en una señal para la dorada muchacha, cuyo corazón se comprimía en su pecho. Dio media vuelta, dispuesta a aumentar la distancia, cuando la poderosa mano de Steve cubrió la suya sobre el pomo de la puerta al alcanzarla en un movimiento desesperado por salvar lo que más valía en su vida.
La tomó entre sus brazos sin dejar de conectar sus zafiros resplandecientes con las enormes y llorosas piedras ambarinas.
—Formaremos nuestra familia. Eso haremos, amor mío.
Alzó su mirada y halló la firmeza en cada gesto del hombre que amaba con todo lo que tenía.
—¿Estás seguro? ¿Lo soportarás? Steve... no quiero que calles tus verdaderos sentimientos, porque estos caerán más pesados sobre nosotros en el futuro. Tus resentimientos se irán haciendo más grandes si no eres sincero con lo que llevas en tu alma.
—No dejaré que mi mezquindad me separe de ti, o que dañe nuestro amor. Somos más fuertes que eso, Aurora. Soy fuerte por ti. Y ahora comprendo que debí apoyarte. Lo lamento. Sólo me concentré en mi pesar y no reflexioné en el impacto que esto es para ti.
—Entonces... ¿Lo haremos? Creí que no querías tener hijos y ahora criarás el de otro hombre.
Steve intentó esgrimir una sonrisa. Prefirió que fuera su cuerpo el que respondiera. Se cerró contra el de Aurora, tomándola por la nuca y besándola con fiereza, para terminar con un ligero beso que la dejó desestabilizada.
Ella era su mujer. Punto.
—No es otro hombre. Cualquier hombre. Es nuestro amigo. Quien vive por tu sacrificio. —Deslizó su gran palma hasta el vientre plano—. También tuyo. Es tu hijo Aurora. Un pedazo de ti que amaré por completo. Se nos ha dado este milagro por algo. Y será mío. Nuestro. De los tres, si Chris así lo quiere. Solo te pido un poco de paciencia conmigo...
Cayó de rodillas, abrazando la cintura de Aurora. Aferrándose a ella con fuerza.
—Creí que nunca podría darte un hijo. Y lo quise. Quise que fuéramos uno más. Un resultado de nosotros dos.
Steve se lo decía con una mueca desoladora que intentó ocultar. Una parte de él añoraba la posibilidad de ser el creador de aquella nueva vida.
Enterró su rostro en el abdomen de Aurora, suplicando internamente perdón por su necedad. Dejó un tierno beso en la zona y volvió sobre sus pies, esbozando una sonrisa suave hacia su adorada Aurora.
—Steve... pensé...
—Ya te dije que era otro Steve, con otra vida, creyendo que mi final sería diferente.
—¿Por qué no me dijiste cómo te sentías?
Las nuevas lágrimas caían rebosantes de alegría.
—Porque tú creías que eras la otra cara de nuestra imposibilidad. Me dijiste que eras infértil y si te hablaba de ello temía que te culparas. Aurora, soy un bruto, pero contigo, quiero hacer siempre las cosas bien. Que seas feliz y no empañar tus hermosos ojos con lágrimas ni causar dolor en tu corazón.
Sus pulgares barrieron las gotas rodantes y besó sus párpados antes de inclinarse y unir sus miradas con determinación.
—Así que... seremos tres.
—Cuatro con Chris, al parecer.
—Sí... bueno... tampoco es algo que me haga inmensamente feliz, pero déjame que me acostumbre a esa parte. Lo importante es que agrandaremos nuestra familia. Pero primero, tendremos que confirmar que todo esté bien. Que sea verdadero. Y recién después...
—Se lo diremos a Chris.
N/A:
Bueeeenoooo.... ¿Sorpresa? No tanto... aunque todavía hay cosas por cerrar... 😉
No puedo ni imaginar lo que debe ser aceptar la situación de ellos. ¿Cómo se lo tomará Chris? Yo lo imagino saltando de felicidad. ¿Será así?
No fue el San Valentín romántico que Steve esperaba... pero ya tendrá otros.
Quiero dedicar este capítulo a @MetalyLetras por su cumpleaños. Felicidades! Sospechas confirmadas, jajaja.
Gracias por leer, Demonios!
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