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1. Volver

1. Volver.

OCTUBRE

Era noche cerrada, sin luna y estaban en una zona de depósitos abandonados, muy aislado. 

Los hombres estaban aguardando a que el camión terminara de entrar al galpón para poder cerrar las grandes persianas metálicas. Esperaban la nueva mercancía que después distribuirían a diferentes puntos del país. 

Se sentían nerviosos a pesar de que habían tomado todos los recaudos necesarios para no ser descubiertos a partir de las noticias de varias redadas del FBI a la competencia. Si bien había significado un riesgo mantener el negocio con la situación tan candente, el jefe había visto la oportunidad para encarecer su producto y maximizar sus ganancias. 

Él estaba seguro de que la caída de sus adversarios se debía a Belmont Durand. Aunque nunca antes le hubiera tildado de soplón, desde su arresto dos meses atrás, las capturas habían sido constantes y fulminantes. 

Agradecía mentalmente que nunca hubieran sido socios. Eso lo descartaba como posible blanco de los federales, pues el francés no tenía idea de sus movimientos.

Igualmente, su paranoia le había hecho tomar las precauciones necesarias en caso de que la información en realidad proviniera de soplones dentro de sus propias organizaciones, que colaboraban con la ley. Por su lado, se había asegurado de que sus empleados se mantuvieran alejados de cualquier agente, recurriendo para ello a métodos muy convincentes, basados en demostraciones sanguinarias de lo que podría ocurrir si alguno hablaba.


—Es hora señor.

La voz de su acompañante dentro del vehículo interrumpió sus pensamientos, haciendo que ambos llevaran su atención a la puerta trasera del vehículo de carga que se abría. La tenue luz del lugar permitió vislumbrar el contorno de las frágiles figuras femeninas. Los hombres a cargo del control de las chicas comenzaron a gritar órdenes para que descendieran y se pusieran de pie entre temblores y llantos, una al lado de la otra, para su siguiente inspección.

El líder de la organización en persona bajó de su gran vehículo negro blindado para corroborar y evaluar el valioso envío e indicar cómo se dividiría.

—Momento de la revisión.

Era uno de sus momentos favoritos. Como un niño recibiendo sus regalos el día de su cumpleaños.

—Por lo que los muchachos me informaron, hay un artículo que captará su atención al punto que la querrá para los clientes más especiales. O posiblemente, deseará conservarla para usted mismo.

—No sería la primera vez —sonrió con perversión, haciendo destellar su blanca dentadura—. Ya veremos. Aunque debo reconocer que estoy muy intrigado.

Ambos avanzaron hasta quedar de frente a las asustadizas jóvenes, rodeadas de sus captores.

—Señor —lo llamó uno de sus hombres armados—. Déjeme que le señale la muchacha que...

—No —cortó—. Quiero descubrirla por mi cuenta. Será divertido —canturreó.

Tras revisar las dos primeras con poco interés, sus ojos escudriñaron con asombro y lascivia a la tercera cautiva. De inmediato se sintió atraído por su perfecto cuerpo, de un metro setenta aproximadamente y largas y torneadas piernas. Tenía cabello rosado y corto a la mitad de su largo cuello con una pequeña trenza a un lado, decorada con un dije metálico. Vestía un pantaloncillo negro y un pequeño top del mismo color, que dejaba al descubierto un abdomen firme y sensual; y su escote enseñaba unos senos generosos, redondos y elevados. No parecía escuálida como las otras. Había algo en ella que excitaba con solo verla.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?

Se acercó al joven cuerpo y comenzó a delinear la parte interna de sus muslos, rozando su sexo para seguir subiendo sus dedos por el vientre duro y llegar a tomar en sus manos uno de sus pechos, magreándolo con fiereza. Su cabeza rosada caía sobre el mentón en una actitud de desamparo y derrota.

—Serás una perfecta esclava. Estoy seguro de que podría sacarte mucho provecho una vez limpia y vestida para trabajar de acompañante para mis clientes exclusivos.

Varios gimoteos desesperados regocijaron sus oídos. Aunque la que tenía entre sus manos no parecía responder a su tacto. Estaba ida.

Después de jugar con el pezón a través de la ropa, subió hasta el mentón y la obligó a levantar la cara, para admirar su rostro.

Si su figura lo había atraído, sus rasgos lo habían impresionado. Iba más allá de la perfección. Su boca, pómulos y nariz eran de una escultura. Pero lo que más lo impactó, fueron sus ojos lobunos, de un color dorado que en ese instante brillaban con gran intensidad.

—Mierda —farfulló—. Creo que no querré compartirte, muchacha. —Deslizó su nariz por el suave rostro. Era un lobo hambriento olfateando a su presa. Su boca se posó en su oído y sonrió contra este—. Serás mi propia atracción. —Sacó su lengua y la pasó por el largo del delicado cuello—. Ya me estoy relamiendo pensando en todo lo que le haré a esa dulce carne joven.

La imaginaba en cientos de posiciones en su cama, haciéndola gritar y estremecerse entre arremetidas violentas, derramándose en el coño que suponía delicioso y tentador. Comenzaba a sentir su erección apretarse en sus pantalones.

Pero entonces escucharon las sirenas y todos los hombres armados se sobresaltaron para rápidamente buscar refugio o escapar del lugar.

—¡Señor! ¡Debemos irnos de inmediato!

—¿Cómo carajo nos encontraron? —gritó.

—Yo soy la responsable —soltó con retintín la muchacha de ojos dorados, con una sonrisa sobre sus carnosos labios.

Antes que el sorprendido hombre pudiera reaccionar, lo tomó el brazo y se lo retorció, quebrándoselo. De una patada, lo lanzó al suelo.

—¡Maldita perra! —vociferó entre el dolor y la rabia—. Voy a matarte.

—Suerte con eso. Primero me tienen que atrapar —se burló.

—¡Captúrenla!

Varios de los secuaces intentaron golpear con la culata del arma a la mujer, pero ella los esquivó con agilidad y contraatacó a cada uno, a tal velocidad que ninguno llegó a darse cuenta por dónde venía el ataque. Sólo veían la luminosidad encendidas de su dorada mirada, deslizándose como dos luceros en la penumbra.

A uno de ellos lo buscó por abajo, rompiéndole una rodilla de una patada y al caer, lo golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente. Al siguiente, que apuntó hacia ella, no llegó a disparar cuando saltó hacia él, encaramándose para tomarlo del cuello entre sus fuertes y torneadas piernas y girando para colocarse atrás del hombre y golpearlo en la nuca desde una altura superior.

El resto del grupo de jovencitas raptadas se tiraron al suelo, buscando protegerse de lo que estaba ocurriendo. El sonido de las sirenas, cada vez más próximo les estaba dando esperanzas y sabían que sólo debían resistir un poco más. Ninguna de ellas se animaba a levantar la vista del suelo, por lo que no alcanzaron a ver que la veloz silueta seguía moviéndose por todo el lugar, defendiéndose de los ataques de los hombres que la veían como una amenaza.

Saltaba de un lado a otro, subiéndose a los vehículos y volviendo a caer sobre los cuerpos masculinos que entraban en pánico ante esa sombra que aparecía y desaparecía, se trepaba a ellos y les quebraba alguna articulación dejándolos dando alaridos o inconscientes.


Las sirenas federales ya estaban casi en el lugar. Ella sabía que no podía quedarse más tiempo, por lo que corrió hasta la estructura metálica de los andamios que rodeaba las paredes altas del depósito y ascendió por ella con agilidad felina, pretendiendo alcanzar una de las ventanas superiores del edificio. 

De repente, escuchó un disparo que atravesó el cristal y observó el orificio dejado. Miró por encima de su hombro para descubrir que uno de los raptores estaba caído en el suelo, con una herida de bala en el hombro y volvió a mirar a través de la ventana, sonriendo a su ángel guardián. 

Ella podría regenerarse casi al momento, pero si la herían en una zona vital, como la cabeza y la muerte era instantánea, no habría milagro que la salvara. 

Continuó subiendo rápido y rompió el resto del vidrio, para luego saltar los metros que la separaban del suelo desde el lado exterior, y rodar sobre la superficie dura, poniéndose de pie de forma grácil.

Los coches ya estaban en el lugar.

—¡Rayos! Esta vez han sido muy rápidos.

Tendría que esquivarlos si quería evitar ser descubierta.

En su carrera, uno de los vehículos federales casi la atropella. Sus reflejos evitaron el impacto, saltando sobre el capó negro, apoyando sus rodillas y fijando su vista en el sorprendido conductor. Sonrió al agente de cabellos castaños y mirada celeste como el cielo y le guiñó uno de sus ojos encendidos al reconocerlo. Luego observó a la acompañante de rasgos orientales y un segundo después ya había desaparecido de la vista de ambos, siendo engullida por las sombras de los otros almacenes del lugar. 

Ninguno de los agentes llegó a ver la dirección que había tomado.

Siguió corriendo en la oscuridad como si viera igual que a la luz del día. Sabía hacia dónde debía dirigirse gracias al disparo hecho para protegerla. 

Aunque los agentes federales quisieran seguirla, no podrían alcanzarla nunca. Tampoco creía que les interesara, después de todo, perfectamente podrían creer que era una de las víctimas que escapaba asustada de sus captores. Sólo había uno de los agentes que sabía quién era ella realmente, y nunca la delataría. De hecho, gracias a ella y a su ángel guardián, los federales supieron dónde debían ir para apresar a la banda de traficantes de muchachas. 

Al igual que habían hecho con todas las otras bandas en el último mes.

***

Una sombra sobre el techo de uno de los galpones, a cuatrocientos metros de donde había ingresado el camión, observaba cada movimiento a través de las altas ventanas del tinglado. Esperaba que en cualquier momento llegaran los federales después que había enviado un mensaje desde un móvil imposible de rastrear a uno de ellos. Al mismo que había estado informando durante las últimas semanas. Sabía que en cuanto aparecieran y se escuchasen las sirenas, ella comenzaría el ataque, neutralizando a los delincuentes y permitiendo de esa forma que fueran apresados con toda la evidencia necesaria para una condena.

Entonces, los escuchó y concentró su vista en el teleobjetivo del rifle, listo para disparar de ser necesario. A pesar de toda la frialdad que tenía gracias a su experiencia, no podía evitar pensar en cómo odiaba esa parte. Cualquier error, y ella podría resultar gravemente herida. 

Y él perdería lo más preciado que tenía en la vida. 

Aceptaba hacer lo que hacían, porque su mujer tenía la firme creencia que ese era su objetivo en la vida. Defender a los que no podían defenderse.

Seguía cada movimiento de la ágil muchacha, o al menos lo intentaba, para asegurarse que todo saliera bien. Percibía las luces azules y rojas con su visión periférica, sin desatender su objetivo principal. Esas luces que brillaban en los vehículos que se acercaban a gran velocidad marcaban cuánto tiempo disponían para terminar con el trabajo. Necesitaban irse lo antes posible. 

Entonces sus músculos se tensaron. La joven estaba saliendo y se fijó que uno de los delincuentes estaba por dispararle en la espalda.

—Mierda. No le harás nada, puto cabrón.

Apuntó, y sin dudar, haló del gatillo y dio en el blanco. El hombro del hombre. El tirador le había prometido a la muchacha que ahora saltaba hacia el suelo, afuera de la estructura, que no mataría. El objetivo era que cada traficante fuera apresado. 

Observó por su mira cuando ella le sonrió. Aún en esas circunstancias su sonrisa derretía cualquier témpano. Y él, correspondió con el mismo gesto confirmando esa teoría. 

Una vez la vio afuera, se irguió y comenzó a desarmar y recoger el arma para guardarla en el estuche y se la colgó de la espalda, para salir corriendo escaleras abajo, donde esperaba encontrarse con ella.

***

En cuanto el agente había recibido el habitual mensaje horas atrás, llamó a su compañera y junto a otros agentes condujeron al punto donde su informante le había dicho que llegaba un nuevo grupo de chicas raptadas para el tráfico sexual. 

Había estado trabajando desde que había iniciado en el FBI con casos de asesinato en su mayoría, pero en los últimos dos meses se había visto envuelto en los casos de trata de blanca. Al menos, en estos casos, estaba evitando ver cadáveres de jovencitas, asesinadas por proxenetas, traficantes o abusadores. Estaban logrando apresar a los delincuentes y salvando a la víctimas, que en su mayoría, volvían a sus hogares con su familias desesperadas por sus desapariciones. 

En cada una de las aprehensiones, las niñas secuestradas mencionaban a una hermosísima joven de ojos color ámbar que desaparecía después de que los federales llegaban al lugar del hecho.

Por fortuna, el orgullo masculino de los criminales y su machismo, hacía que las declaraciones de los traficantes fueran contradictorias ya que no siempre reconocían la presencia femenina como la responsable. Solían dar números irrisorios de atacantes. Hombres encapuchados, armados, gigantes y con conocimiento táctico.

Unos pocos eran los que reconocían que una sola mujer los había dominado. Para ellos, era un demonio.

Para las muchachas, un ángel que las protegió.

El agente sabía que no podría mantener por mucho tiempo más la excusa del informante. Su compañera estaba insistiendo en que fuera sincero con ella sobre lo que ocurría —ya que sospechaba—, el agente masculino no desconocía del todo la identidad de la fantástica protectora de jovencitas.


—¡Mierda! ¡Quiero seguir viva después de hoy!

El piloto le gruñó algo a su compañera, que se sacudía en el asiento del copiloto con cada curva que daba, conduciendo con maestría a máxima velocidad hasta los depósitos. Sin detenerse por las cercas alambradas, las atravesaron con el paragolpes de los vehículos. 

—Hay como diez almacenes. ¿A cuál nos dirigimos? —preguntó la mujer a su lado.

No hizo falta responder cuando vieron caer casi desde el techo de uno de los edificios al extraño personaje que imaginaban sería la vigilante de ojos dorados. Sus sospechas fueron confirmadas cuando, frenando para evitar embestir a la joven, ella los esquivó saltando sobre el capó de la camioneta. 

Sus ojos se conectaron y aunque duró un segundo, el conductor sintió que se perdía en esa mirada hechizante por una eternidad, desapareciendo todo lo que lo rodeaba. Un breve encuentro que paralizaba su respiración y hacía saltar su corazón. 

Su ensoñación se rompió cuando la causante se esfumó en el aire. 

No pudieron seguirla, pero tampoco era el objetivo. 

Bajaron rápido del vehículo y entraron con las armas en alto e identificándose como agentes del FBI al depósito, hallando que los que no estaban con las manos en alto en un gesto de rendición, se encontraban inconscientes en el suelo. Uno sólo tenía una herida de bala, que el hombre de la agencia federal no dudó sobre quién sería el responsable. 

Miró por la ventana que carecía de cristales después que saltó la mágica y hermosa mujer, como habían visto. Calculó desde dónde había disparado el francotirador e imaginó que ya se habrían ido. No tenía caso ir por ellos. Aunque no fueran delincuentes, lo que hacían no era de su agrado. Pero comprendía perfectamente el motivo por el que lo hacían y era por ella que él aceptaba ser su cómplice.

—¡Chris! —gritó su compañera, la agente Lara Yang—. Aquí están las muchachas.

El agente Chris Webb dejó sus divagues y comenzó a dar las indicaciones pertinentes a todos los demás federales, apresando a los criminales y asistiendo a las angustiadas y traumatizadas jovencitas. Algunas de ellas, apenas de quince años.

***

Aurora corrió hasta el punto en el que imaginaba su amado Steve la esperaba. Dobló en la esquina y ahí estaba él, de pie con su gran cuerpo atlético. Ella llegó a detenerse justo a tiempo para evitar chocarlo de frente, siendo atrapada por sus hombros.

Enfocó en primera instancia aquel ancho y fuerte pecho que se había convertido en su hogar, al cual siempre, siempre, regresaría a como diera lugar.

—¡Steve!

En un arrebato desesperado, se colgó de su cuello, capturando los labios carnosos del hombre con una voracidad apremiante, que fue respondido con la misma necesidad. Sus lenguas danzaron cuando un gemido abrió el juego de la invasión. Sus cuerpos se presionaron. Los brazos largos y musculosos rodearon a Aurora como si fueran tentáculos, elevándola del suelo. Una de sus manos la tomó por la nuca dominando aquel encuentro. 

Sus besos decían tanto que las palabras sobraban. El diálogo de cada mordida, roce, lamida expresaba la angustia superada. El miedo sufrido por no tenerse más. La felicidad por recuperarse mutuamente. El anhelo por sus cuerpos.

Steve atrapaba cada gemido, sintiendo como aquellos sonidos lo elevaban al cielo al mismo tiempo que lo lanzaban al infierno donde quería ser quemado follando a su mujer como un demonio.

<<Carajo, realmente la había extrañado>>.

Necesitados de aire, se deprendieron lentamente. Mordió con deseo el labio inferior de Aurora antes de depositarla nuevamente en el suelo y abrieron los ojos que habían cerrado durante su beso.

Ambos sonreían.

Se inspeccionaron mutuamente, comprobando con el corazón desbocado que estaban otra vez juntos. Steve tenía su cabello cubierto por un gorro de lana negro y la barba rubia oscura de tres días pintando levemente parte de su rostro. 

La suave y necesitada mano de su mujer ascendió por el cuello y acarició la mejilla sintiendo aquel vestigio rasposo que nunca antes había visto lucir a su esposo, y que la piel de su cara también había percibido segundos atrás durante su beso.

Los ojos de Aurora siguieron el camino en busca de las joyas oscuras que se habían adueñado de su corazón y las halló con el brillo que aparecía cuando ambos enlazaban sus miradas. En esa breve burbuja, el mundo se detuvo y ellos se volvieron los únicos habitantes.

Él todavía la sostenía con sus fuertes manos. Por fin la tenía junto a él, lo que le permitía respirar con normalidad.

—Estuviste muy cerca Aurora —reprendió, haciéndolos regresar a la realidad. Se giró, dándole la espalda a su mujer, dejándole la mochila negra cerca de ella—. Toma la ropa y vayámonos pronto de aquí.

Ella abrió el morral y tomó un mono negro, que se colocó encima de lo que llevaba puesto, mientras respondía a la reprimenda de su esposo.

—Eran muchos y el espacio más grande que en los otros, por lo que debía moverme mucho más para alcanzarlos y evitar que me dieran. —Una vez vestida, Steve se deshizo de la mochila para que fuera ella la encargada de transportarla. Aurora tomó al hombre por la espalda y lo volteó hacia ella—. Por cierto, excelente tiro, campeón —lo besó en los labios velozmente.

—Vámonos —indicó Steve con una sonrisa embobada. 

Le dio un casco y él se colocó el suyo.

Él había seguido a Aurora en motocicleta durante todo su secuestro gracias al dije metálico que colocaron en su trenza, que en realidad era un rastreador. Ahora, ambos subidos a la Kawasaki Ninja partieron del lugar. Ya no interesaba que los escucharan. Estarían concentrados en la tarea de aprehensión y rescate de la jornada. Y ellos, irían a su penthouse en la ciudad de Nueva York, ya que la mansión de Los Hamptons todavía estaba en reconstrucción, al menos, por unos meses más.


Aurora se sujetaba del musculoso cuerpo de Steve, pasando sus manos al frente sobre el duro abdomen, disfrutando se su contacto, mientras aceleraba y superaba otros vehículos en la ruta de vuelta. Deseaba estar por fin otra vez en brazos de su esposo, que durante tres días, habían estados separados para ejecutar el rescate de las jovencitas. Sabía que lo que acaban de hacer cambiaría la vida de ellas, y eso valía la pena el sacrificio, pero cada experiencia la devolvía al buque de Yoshida. Al recuerdo de los peores meses de su vida. Le daba fuerzas saber que aquellas víctimas rescatadas no deberían pasar por lo que ella y Nomi, y tantas otras sufrieron. 

Aurora no dejaría que eso ocurriera. 

Shiroi Akuma, no lo permitiría.

***

Chris y Lara trataban de recolectar toda la información de las declaraciones, teniendo además que tranquilizar a las traumatizadas jovencitas, que no podían dejar de llorar.

Mientras esperaban por los vehículos que transportasen a víctimas y criminales —por separado—, vieron llegar para su pesar otra camioneta del buró. Enseguida se apearon los tres agentes que Chris más detestaba.

—¡Pero qué carajos Webb! ¿Por qué no se me informó de la redada? Sabes que soy el agente senior.

Le divertía a Chris ver la furia ascender en el rostro de Phil, siempre vestido como si fuera a dar una declaración a la prensa, o fuera a ser presentado al presidente. Se acercaba con paso acelerado, imprimiendo en el suelo toda su frustración para darle más énfasis a sus palabras.

—Oh, lo siento Harrison, creí que Lara te había dado el mensaje —con cara de inocente, miró a su compañera.

—Uy, yo creí que tú lo habías llamado. Mi error —levantó la mano a modo de disculpa, asegurándose que su sonrisa ladeada fuera notoria.

—Váyanse a la mierda los dos —pasó entre ellos, golpeándolos con sus hombros. 

A Chris, apenas pudo moverlo de su lugar, gracias a su anatomía de músculos tensos y siendo una cabeza más alta que el agente mayor. 

Tras él, lo seguían sus dos sombras. Frank Cross, el mismo que había estado con él en el caso de Yoshida y una nueva agente que se había incorporado una semana atrás. Una hermosa mujer de cabellos rojos oscuros que sonrió al castaño cuando pasó por su lado.

Webb y Yang giraron sobre sus talones, y se sumaron a Harrison y los demás.

—¿Y bien? —continuó Phil—. ¿Qué tenemos?

—Lo mismo de siempre —comenzó Chris—. Los de allí... —señaló a un grupo de delincuentes que estaban arrodillados con las manos esposadas tras sus espaldas, esperando el traslado—, dicen que fueron diez hombres profesionales.

—Del otro lado —tomó el relevo su compañera—, dicen que fueron veinte soldados entrenados.

—O sea, estamos a la deriva.

—No para las muchachas rescatadas. Que es lo importante.

—Quiero un informe detallado de todo. —Ignorando a Chris y Lara, Phil se volteó a sus subordinados—. Agente Cross, trabajará con la agente Yang en cuanto a la reubicación de las jóvenes. Moore y Webb, encárguense de las declaraciones.

—¿Y tú qué harás? ¿Sonreír a la cámaras? Mira que no hay ninguna a esta hora. —El gruñido sin disimular de Harrison era música para Chris—. Lara es mi compañera, ¿por qué tengo que trabajar con la novata?

—Porque quiero tenerte controlado, Webb.

—Vete al carajo, Harrison.

—Y para responder a tu pregunta, yo me focalizaré en asegurarme que los delincuentes terminen en el agujero que corresponde.

Dicho esto, dio inicio a gritos con órdenes cuando las camionetas llegaron para llevarse a los apresados.

—Lo siento agente Webb.

La agente especial Hannah Moore se acercó al hombre, llamando su atención y haciéndole bajar la vista hasta mirarla a sus ojos negros. Ella sonrió con complicidad.

—No quiero que haya problemas entre nosotros. Sólo deseo hacer mi trabajo y ayudar a las chicas a que puedan regresar a sus vidas.

Chris pasó su mano por su nuca, sobándosela para recuperar algo de calma sin mucho éxito.

—No habrá ningún problema si no me obstaculizas ni me haces perder mi tiempo. —Sintiéndose repentinamente culpable por juzgar a la mujer trató de moderar su tono agresivo—. Lo siento Moore. Tienes razón que las chicas son lo que importa. Intentemos hacer nuestro trabajo de la mejor forma.

—Compañeros —estiró su mano delante de Chris.

Él la contempló por unos segundos antes de estrecharla.

—Compañeros momentáneos. Lara Yang es mi verdadera compañera.

—¡Auch! —Su boca carnosa se volvió en un puchero que hizo sonreír a Webb—. No me hagas sentir celosa, Webb —avanzó más hacia el musculoso y atlético cuerpo para susurrarle—. Sé que podremos muy llevarnos bien.

El agente parpadeó sorprendido ante el tono insinuante y un ligero rubor calentó sus mejillas.

Odiaba cuando eso le pasaba.

***

Llegaron a la propiedad y al abrir la puerta una bola peluda los recibió moviendo su rabo con entusiasmo. Aurora se arrodilló para recibir el cariño húmero de su lengua.

—¡Hunter! Mi cachorro precioso —miró hacia arriba y añadió otro saludo sonriente—. Hola Andrew.

Atrás del cachorro apareció la gran figura del susodicho. 

En los dos meses pasados se había dejado crecer la barba, que mantenía recortada a la perfección y su cabello estaba casi al ras, habiendo eliminado sus menudas rastas que tanto habían encantado a Aurora.

A la muchacha no se le había escapado que desde que ella y Steve habían vuelto anticipadamente de Europa, un colgante de plata se perdía debajo de las prendas del hombre. Algo que hacía picar su curiosidad.

Además, su cuerpo parecía más musculoso. 

Se debía a que al no poder seguir a su jefe, descargaba su ansiedad entre pesas y discos.


Esos días, muy a su pesar, Andrew se había tenido que quedar en el piso cuidando al perro en lugar de asistir a los Sharpe en su aventura. No le gustaba no poder ayudar y proteger a su jefe y a la adorable Aurora, pero no podía contradecir sus órdenes.

—Hola, señora Sharpe. Señor Sharpe.

Steve acarició al peludo integrante de la familia y saludó a su empleado.

—¿Todo en orden Andrew?

—Sí señor. Todo estuvo tranquilo. Es bueno volver a verlos sanos y salvos.

Sentía que le quitaban un peso de encima. 

Andrew no conocía la verdadera identidad de la joven esposa de su jefe, salvo su capacidad para regenerarse, que él mismo había averiguado y compartido tiempo atrás al joven multimillonario. Pero al parecer, el señor Sharpe confiaba en ella para hacer nuevos trabajos. Trabajos que ya no requerían averiguaciones de blancos de asesinato como habían hecho el hombre negro y el frío Steve durante años. Sus objetivos habían cambiado para salvar víctimas sexuales, lo que alegraba a su asistente, que no dudaba que era por la misteriosa muchacha. 

Sin embargo, no era Andrew el que lo acompañaba ahora en cada oportunidad, y eso lo dejaba nervioso hasta que el matrimonio volvía a casa.


Andrew se retiró y Hunter se quedó descansando después de su eufórica recepción. 


Aprovechando la soledad de su hogar, Steve y Aurora recuperaron el tiempo perdido. Subieron hasta su alcoba, donde el hombre se quitó su Chopard, el que usaba en cada trabajo. Luego, se desnudaron mutuamente con gestos de desespero, donde los únicos sonidos eran los gemidos que se perdían en la boca del otro, sin despegar sus labios, dándose mordidas y besos con vehemencia, hasta que llegaron a la ducha, donde se metieron. La tintura rosada del cabello caía sobre la espalda de la mujer, bajando por el desagüe en un pequeño torbellino, para recuperar así su color dorado.

Steve comenzó a enjabonar el cuerpo firme y elegante de la muchacha y cuando la enjuagaba la puso de espaldas a él. 

Se arrodilló detrás de ella y comenzó a recorrer sus piernas con sus labios, acompañado por sus manos, subiendo hasta sus nalgas. Aurora comenzaba a gemir de placer, apoyándose en la pared de la ducha. Cuando Steve se puso de pie la empujó sobre la misma pared sobre la que se sostenía, presionando su alto cuerpo sobre el de ella. Tomó sus manos y las elevó por encima de su cabeza, al tiempo que mordía su cuello y hombro. Después cambió el destino de sus grandes manos y las bajó hasta sus perfectos pechos. Esos que lo tenían caliente como adolescente.

Ella mantuvo las suyas en el mismo lugar que él las había dejado. 

Su cuerpo respondía inmediatamente a cada gesto. Sus pezones erguidos eran receptores de descargas eléctricas cada vez que eran apretados entre los dedos de Steve. Estiraba sus cimas con delicada crueldad, estimulándola hasta su centro más sensible. Refregaba su culo contra el empalme del rubio, ansiosa porque la llenara. Quería que su interior lo envolviera sin demora.

Y no la defraudó.

Cuando sintió que la penetraba sin más juego previo, de una seca y dura embestida, se arqueó hacia atrás y sujetó la cabeza de Steve con una de sus manos, buscando aumentar el contacto corporal entre ambos, manteniéndose sincronizados en un ritmo que cada vez era más frenético.

Las arremetidas la llevaban al límite, sintiendo cómo un torbellino iniciaba su formación en su vientre. El sonido de cada estocada, los gruñidos que se hacían más audibles y guturales los encendía como un intenso fuego que ni el agua de la regadera extinguía. Eran un volcán a punto de hacer erupción. Sus venas eran la lava que los hacía hervir por debajo de la dermis.

Aurora pedía más. Quería más. Siempre más. 

Todo de él.

Una mano se coló por delante de su pelvis, frotándose contra su pubis y rozando con sus expertos dedos su clítoris, provocando que sus rodillas flaquearan. Rodaba sus ojos hacia atrás y sus gritos llenaron el cuarto de baño.

—Así, mi niña. Me encanta esa sinfonía. Esos gritos son todos míos.

Esa voz sensual y profunda hacía estragos en ella. No podía emitir palabra. Sólo jadeos y más gritos y exclamaciones suplicantes.

—Mierda Aurora, me pones a mil —sus ojos se enfocaron en lo que tenía justo delante de su pelvis—. Este culo me está matando. Creo que después voy a tener que follártelo también.

—Steve... puedes hacerme lo que quieras —jadeaba con la garganta seca—. Soy tuya, mi amor.

—Y yo tuyo, mi niña. Nunca lo olvides.

Sus grandes manos se concentraron sobre la cadera de Aurora. Necesitaba sujetarla con fuerza ante su violento ataque. Ataque que enceguecía a los dos. Su cabeza cayó en el hueco del hombro de su esposa y su boca mordió su delicada piel, para luego lamer la misma zona humedecida por el agua que corría sobre ellos. 

Disfrutaba marcarla, indicando que ella era suya. Sólo lamentaba que esas huellas desaparecieran en segundos y no pudieran atestiguar delante de otros sus perversiones. 

Cuando el ritmo se volvió descontrolado y los gritos de ambos rebotaban en el cuarto de baño como un concierto de rock, se vieron a punto de enloquecerse. Ella, su cuerpo, su sexo lo estaba exprimiendo y supo que estaban por llegar juntos.

Unas embestidas más, largas y profundas, y los dos se detuvieron, arqueándose en completa tensión al llegar al clímax. Ese delicioso orgasmo explosivo, que tensionaba todos sus músculos para enseguida debilitarse y disfrutar de un estado de relajación total. 

Sus corazones y respiraciones aceleradas se sentían en la piel del otro. Compartieron suaves risas cómplices como dos niños traviesos.

Y así se sentía Aurora, quien quería más. Se volteó hacia la alta figura masculina y con una significativa mirada cargada de deseo lo rodeó por la cintura con sus manos y lo atrajo hacia ella, levantando una de sus piernas para sujetar su pelvis. Steve no se hizo rogar y enseguida reinició el juego erótico. 

Su miembro voluntarioso se endureció otra vez. Llevó su mano a la pierna elevada de ella y la sujetó de la nuca con la otra mano. La boca de cereza pedía ansiosa el contacto de los labios del hombre, que correspondió a su pedido, besando con pasión esa boca deliciosa. Mordía su labio inferior, ese labio que era objeto de fascinación de él. Luego atacaba toda la cavidad y bailaba con su lengua buscando la de ella. 

Tres días era demasiado para ellos, que estaban acostumbrados a perderse en la piel del otro todos los días, varias veces en una misma jornada. Eran adictos el uno al otro.


Después de la ducha, cubiertos con las batas de baño, decidieron ir a la cocina a buscar qué cenar, seguros de que Josephine habría dejado listo, en caso de que ellos volvieran esa noche. Estaban famélicos. 

Steve fue primero para comenzar a preparar algo. 

Aurora se demoró un poco. Necesitaba antes tomar sus objetos más valiosos del cajón de la mesa de noche. Sus sortijas —de compromiso y casamiento—, y su collar de guijarro amarillo y fuego, regalo de su amigo Chris Webb. Se colocó aquellas promesas en su dedo, pero el colgante lo depositó como una serpiente dormida enroscada sobre la superficie del mueble esperando a ser despertada al día siguiente, pues nunca lo usaba para dormir.

Se dirigió a la cocina, a unirse a su esposo. Hunter, que se despertó con los pasos por la casa, se sentó al lado de Aurora, esperando recibir algún mimo, tanto de la delicada mano, como del plato. La mujer, interpretando ambas solicitudes, las cumplía con ternura.

Ella estaba sentada con una pierna arriba de la butaca de la isla de la cocina. La rodilla elevada, sobresalía desnuda del grueso albornoz. Steve, del otro lado, comía de pie, siguiendo cada movimiento de su magnífica esposa. Aunque sufría con el peligro en el que se embargaban, temiendo por la integridad física de ella, cuando todo salía bien se sentía satisfecho con tener una compañera valiente e intrépida como Aurora. 

Podía ser una guerrera amazona cuando se la necesitaba, salvando a los indefensos, y volverse la criatura más inocente un instante después. La adoraba. Y lo volvía loco con su sensualidad. Los ojos ámbar estaban fijos sobre los azules profundo de él. Con su suave sonrisa, Steve preguntó.

—¿Estás lista para mañana?

No tuvo que meditar su respuesta. Esta fue instantánea y contundente.

—No —suspiró.

Su esposo rio ante la reacción y sacudió su cabeza.

—Acabas de enfrentarte a asesinos y mafiosos sin que eso te eleve el pulso ¿y te pone nerviosa un grupo de personas normales y corrientes?

—No es cualquier grupo. Son tus empleados. Que te conocen por años. Y me escudriñarán. Sabes que no me gusta ser el centro de atención. Sólo quiero desaparecer.

Al decir eso, su cuerpo hacía eco de sus palabras, pareciendo que se escondía en la bata de baño y su rostro se había ruborizado.

—Mi adorada Aurora. Sí, mañana todos los ojos estarán sobre ti. Será la primera vez que irás a mi empresa. Nuestra empresa. Tú eres también la propietaria y deben conocerte. Saber quién es mi increíble mujer —rodeó la gran isla y al llegar junto a su esposa, la estrechó con fuerza entre sus brazos, besando su frente con cariño. Otra vez pensó en su cambio de guerrera a niña—. Sé que has pasado tu vida, tu corta vida aislada del mundo. De la gente, teniendo como referencia del trato entre las personas sólo la crueldad. Pero hay mucho más. Tú, mi diosa, sólo debes mirarlos y esgrimir tu mágica sonrisa y los tendrás rendidos a tus pies. Además, me tendrás a tu lado.

Aurora no se convencía del todo, sin embargo, la simple cercanía de Steve le devolvía la fuerza que perdía al dejar de ser Shiroi Akuma. Y en ese momento, su abrazo la envolvía de tal forma que el mundo entero se borraba de un plumazo. 

Sólo quería seguir en ese gesto. El mañana estaba todavía muy lejos.

Con una de sus manos, buscó acariciar la piel del hombre debajo de la bata y jugó con sus dedos por los relieves de su abdomen esculpido y pectorales firmes. Jugaba con los vellos debajo del obligo y que guiaban hacia su gran atributo. Sonrió al sentir cómo contenía el aliento ante sus caricias. 

Cerró sus ojos y respiró profundo. Asimilaba el perfume natural de su esposo y se concentraba en los latidos de su corazón. Con un ágil movimiento de la mano que había estado recorriendo cada rincón del torso desató el cinto de la bata, excitándose al escucharlo gruñir como un animal en celo. Levantó su cabeza hacia la de Steve y ambos se miraron con ansiedad. 

Realmente, aún faltaba mucho para alcanzar el mañana y todavía tenían más para disfrutar.

***

Volver a dormir junto a Aurora era el mayor placer que podía tener. La tenía entre sus brazos, con su cabeza apoyada en su pecho. Ella dormía con profundidad después de que habían hecho el amor. Varias veces más, comenzando en la cocina y finalizando en su enorme cama. 

Que descansara de esa manera era un indicio de que en los tres días pasados ella no había dormido en lo absoluto pendiente de las chicas y de su propia seguridad. También cabía la posibilidad de que los recuerdos de la tortura sufrida en el buque Paradise hubieran estado presente durante toda la tarea. Eso agotaría a cualquiera. 

Incluso a una mujer de habilidades superiores a los humanos.

Desvió su mirada hacia Hunter, quien dormía en un rincón de la habitación. Tenía devoción por la dueña de la casa. Pensándolo bien, todos lo tenían, pero el cachorro tenía una conexión con ella. Aun con cuatro meses, cualquier gesto o señal de Aurora era cumplido por la mascota, lo que era conveniente cada vez que Steve deseaba hacer el amor con su esposa. Quería al perro, pero le incomodaba que los observara en su estado primitivo.


N/A: 

Me gustó iniciar mostrando a una Aurora que acepta sus habilidades y no huye de ellas. Me encanta que patee traseros.

Pero eso es fácil para ella. Descubrirá otro tipo de desafíos y tendrá que aprender a lidiar con ellos.

Si te gustó el capítulo, no te olvides de darnos tu estrellita!

Gracias por leer, Mis Demonios!

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