—Ab oculis caesiis—

Era el presagio de todos los malos lo que se avecinaba a su cansado cuerpo. Agotado, no era capaz de combatir contra aquellas fuerzas que le envolvían deliciosamente y obligan a sumirse en la ignorancia, en los recuerdos. Todo dolía, era tan insoportable que simplemente se dejaba arrastrar por la empalagosa sensación. A través del negro cristal distinguía apenas siluetas, borrosas. No sabía si era su vista fallándole, o era el efecto de aquel color. El líquido que le sostenía no le ahogaba, pero lo perdía. Ocultaba a cada segundo mejor quién era él. Soy Bill Cipher. Intentaba mantenerse consciente ya de forma vana. Aquello quería llevarlo a su reino. Estaban arrastrándole al sueño.

«Lo malo del sueño profundo... Es que se parece a la muerte.» Temía entonces esa similitud, pero era demasiado tarde. Estaba dentro de su propia consciencia, a la que incluso temía, pero ahí estaba, mirándose, mirándolo... mirándolos. Distinguía perfectamente a las personas que actuaban el escenario que él bien conocía. Su alma negra estaba cegándose. Era tarde, para él. Deseó gritar, pero su voz se ahogó. No había sonido que él pudiese emitir, solo las voces, esos diálogos que el tenía grabados a sangre en la memoria, nunca se olvidaría, porque era lo que él dijo.

Atrapado. Era la correcta palabra para describir su situación. Ahora estaba atrapado dentro de sus memorias, siendo obligado a revivirlas. Es imposible escapar. Lo sabía, eso era lo que más le hacía temblar, que estaba perfectamente consciente de que debía revivir esa secuencia hasta el final, pero que en el trayecto el perdería su esencia, se perdería... a sí mismo.

Inevitable. 

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Consideren esto solo una introducción para la segunda parte, ¡así que desde aquí, conoceremos la primera vida de Bill!