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Capítulo 28; {Entrega}


¿Dipper? Lo primero que le sorprendió fue el apodo usado por el cuarteto de amenazantes cazadores que sonreían de una forma desagradable, curvando sus envejecidos y partidos labios en una curva que no acompañaba la vacía expresión de sus ojos. Se mantuvo tras Pines obedeciendo su no audible orden de contenerse, sumada a la petición amable de callarse. Tenía interés en saber qué era lo que sucedía, quiénes eran y qué querían. Uno de entre los cuatro hombres se aproximó un poco más, tomando del brazo al castaño. Este se zafó del agarre apartándole de un golpe, mientras el otro, sorprendido, cambió ligeramente su maliciosa expresión. Ahora no pretendía mentir, la visita, por supuesto, no era amistosa.

El hombre, con sus grises ojos, posó su mano derecha sobre la escopeta que le colgaba del cinturón. —Bien, Dipper —suspiró, mientras los otros tres en su espalda parecían burlarse de los otros dos. —Me dijeron que ese engendro estaba contigo. —pasó sus manos por los cebados cabellos negros que tenía, revelando su intención.

Mi cabeza. No era que le hiciera sentir orgulloso, pero durante más de diez años, con tal de sobrevivir, hizo todo, incluso acostarse con mujeres casadas con tal de obtener algún dinero o comida por el día. Nunca le interesaron las consecuencias de eso, reconocía haberse metido en grandísimos problemas con gente problemática, pero al vivir como nómada eso no tenía importancia, su rastro estaba muy por delante de lo que ellos llegarían a saber. Recién con ese análisis consideró lo que podría hacerle a Mason estando con él.

—Esta es una petición pacífica, pero no tendría problemas en llevármelo de cualquier forma. —aseguró, encogiéndose de hombros —Entrégamelo, quizá te de una parte de la recompensa

Bill por un instante dudó de todo, ¿qué pasaba si Mason Pines le entregaba? ¿Si le amarraban para llevarle con cualquiera de los que hubiera robado antes? Sabía que iban a matarle dónde sea que le llevaran, pero no quería morir, llevaba mucho tiempo arriesgando su existencia para tener algunos días más en la tierra. —No. —respondió el castaño, con esa sonrisa maliciosa que se mostró tan enferma como la que los otros le entregaban. Reflejaba superioridad e hipocresía. —Lo repetiré una vez más, este no es tu lugar en el bosque. —Antes de que Cipher reaccionara a sus palabras o acciones, el chico había tomado el arma entre sus manos, apuntándole en la cabeza al azabache hombre que tenía delante. —Así que lárgate de aquí, no me hacen falta excusas para hacerte un hoyo en medio del cráneo.

El otro rezongó —Lo vendré a buscar, Dipper. —farfulló mientras retrocedía ante la mirada del castaño. Poco tiempo le tomó desaparecer entre los árboles, junto a su grupo.

El rubio acabó su estado cuando el de azulados ojos se volteó abrazándole. No se esperó la repentina acción, pero aceptó de buena gana el gesto desconsolado del más bajo. Teniéndolo entre sus brazos, le sentó mal pensar que pudo haberle entregado, este chico lo único que le demostró desde el primer día es que podía confiar en él.

—Tendrás que aprender a cazar más rápido. —habló Mason, aferrándose a su ropa. —Hay muchas ratas que merodean nuestro bosque.

Supo de inmediato que esa expresión sanguinaria era una firma, la que le aseguraba el término de la paz de sus días con el chico. De alguna manera, hasta ahora había sido un paraíso, no entendió porque se decepcionó si siempre resultó para él de esta forma. Siempre, a la mínima señal de peligro por parte de sus perseguidores él huía, quizá lo mejor era hacerlo ahora también, eso al menos calmaría a los imbéciles contra su amado.

Aunque, el vacío instalado en su interior por la falta que le haría Mason no le gustó en lo más mínimo. Estaba decidido, iba a salvarle.



La noche había caído. La lectura del castaño cesó cuando se dio cuenta del precioso paisaje que le pintaba el firmamento como todas las noches, admirándose del recorrido blanquizco que marcaba un camino de estrellas y ganándose la atención del rubio. Él no tenía interés en nada por el cielo, pero la expresión de Mason admirándose era magnífica a sus ojos. Se aproximó a las velas que iluminaban la estancia, apagando con sus dedos la llama de ellas, luego, en silencio, con la misma técnica habituada que observó todos los días del pino, avanzó un par de pasos en total silencio, de forma que sus besos sobre el cuello del castaño le sorprendieron, porque no le sintió a sus espaldas. Se dejó seducir por las caricias de Bill, encantándose cuando las caricias fueron afirmadas con rudeza contra la pelvis de su amante y es que esto era una rutina, pero no dejaba de arder cada parte de su piel cada vez que se entregaba al moreno. Arqueó su cabeza, buscando apoyar su cabeza contra el hombro del otro, insistiendo en tomar sus labios.

Cipher recorrió con sus manos la piel nívea, tocando cada parte erógena de aquellas que se conocía muy bien a estas alturas, luego, sus manos se apresuraron a atravesar el pantalón para internarse en sus muslos. Le encantaba la dureza de aquellas piernas, y como el redondo trasero buscaba sus manos cálidas. Sus dedos recorrieron la división de su trasero, para buscar aquella parte. Su miembro ya reaccionaba a la cercanía, incomodándole la sensación de aprestarse contra las telas de su ropa. Mason sonrió por ello, para caminar con él hasta la cama, donde dejó caer a Bill subiéndose sobre él.

—No te creí capaz —se burló Cipher, dándose cuenta de cómo el chico descubría su erección, y bajaba lentamente la tela de su propio pantalón.

—Hay muchas cosas que te faltan por conocer. —sonrió devuelta, acomodándose sobre el pene del moreno.

Oh. Lo único que pensó Cipher cuando sintió las paredes interiores de Dipper apretándolo. Le sujetó de las caderas, pero no hacía ninguna falta algún movimiento de su parte, porque ya se encargó el castaño de todo lo que su mente podía desear. Dios, como amaba a ese chico.

. . .

Antes del amanecer, abrió los ojos. Su decisión había sido tomada, aunque iba a extrañar al pequeño y cada parte de su cuerpo. Se levantó procurando silencio, cobijándole como correspondía para evitar que su desnudez se viera descubierta, si le veía aunque fuera un poco más, iba a ceder a ese erótico cuerpo. Tomó sus ropas, vistiéndose. No quería tomar nada de aquella casa, porque con nada llegó, así que nada le arrebataría a ese precioso chico con aroma a pino.

Estando listo, incluso con el frío del exterior, dio un paso afuera. Iba a abandonarlo, porque por experiencia sabía que lo único que salvaba a la gente que más quería era dejarla ir, o todos acabarían como... como Will.

Atravesando el bosque, sintió el frío de la noche rozar sus mejillas, helándole el resto de su descubierto cuerpo. La verdad es que no tenía ni idea de a dónde ir, lo único que estaba en sus planes era tomar una dirección que no hubiera tomado antes.

Quizá había sido un poco más idiota, porque sus pasos no eran los únicos que podían oírse trizando las hojas secas.



Cuando el calor de su habitación lo asfixió lo suficiente como para despertarle, se dio cuenta de que ahí estaba solo. Se levantó, pensando tranquilamente en que aquel precioso moreno estaría preparando el desayuno, como siempre, pero no le encontró. Buscó por todas partes en la cabaña, pero no estaba allí. Acabando por vestirse, continuó al bosque, no entendía por qué, pero su corazón estaba realmente agitado y aterrorizado de que algo le sucediera al rubio.

Si bien sus rápidos pasos le restaban agudeza a su oído, fue perfectamente capaz de oír esos aullidos desesperados que brotaban del extremo contrario. Maldijo mentalmente, mientras retrocedía en su travesía para ir en el auxilio de aquella persona, rogando que no fuera Bill Cipher, aunque ya se hubiera convencido de ello.

A su llegada a ese pequeño espacio llano, desprovisto de raíces que entorpecieran el paso, vio el cuerpo del moreno lleno de moratones, magullones y sangre brotando por cualquier parte. Aquello le recordó al día en que le encontró, pero lo que sentía ahora no era curiosidad como en esa ocasión, sino una inmensa rabia y ganas de tomarle entre sus brazos.

—¡Bill...! —lo intentó, juraba haberlo hecho, guardarse ese grito asustado de verle, llamando la atención del grupo de matones que le rodeaban. Sabía que esto era un final, cuatro no se hacían demasiado para él, pero ahí había un grupo aún más grande que eso.

Dipper —bramó uno de ellos, sonriente. Odió el momento en que ese sobrenombre le fue dado por ellos, porque esa boca sucia llena de dientes corroídos que pronunciaba su nombre le causó náuseas. —Qué bueno que estás aquí...

Antes de dejarle continuar, su puño cerrado se había clavado en el espacio blando de su mejilla, haciéndole rotar la cara y alejándolo. No quería hablar, no venía por un intercambio de palabras. Venía por él, por ese moreno que sentía amar hallado en medio del suelo y herido. El hombre golpeado escupió sangre, y al menos dos más se unieron a su línea para atraparle. Algo en Mason sabía que no había vuelta atrás, y que por mucho que lo quisiera, no regresaría a la comodidad de su casa acompañado de Cipher.

—¿P-por qué? —le oyó murmurar débilmente en el momento en que él también fue azotado contra el suelo.

No pudo evitar sonreír. Bill le preguntó muchas veces el porqué de sus acciones. Todo comenzó por lástima, porque no vería a alguien morir delante de sus ojos, no como fue con su querida hermana Mabel y ahora... Ahora la respuesta era diferente. —Porque te amo...

Un grito de puro dolor se escapó de la boca de Mason cuando sintió el cuchillo ser incrustado en su espalda. La sensación le nubló la vista, pero no fuera la única que se clavó. Más continuaron a lo largo de su espalda y piernas, lo que acabó sintiéndose como un montón de agujas cuando su sistema nervioso intentó conciliarle del dolor que sentía. Pocas lágrimas descendían de sus azulados ojos, todo ante la mirada enardecida de Bill, el que sentía como su cuerpo ardía, no entendía si por la rabia o por cada herida que él mismo poseía.

La ropa de Mason se había hecho jirones, su piel inmaculada estaba llena de cardenales y heridas abiertas que mostraban su carne palpitante. El panorama causó en él un pequeño quejido, seguido de un llanto amargo, porque delante de él su amado moría y eso era lo que intentó evitar cuando se decidió a marcharse.

Maldición. No, no por favor. No otra vez.

—Ma-mason... —llamó, pero la voz dulce del castaño no le respondió. —Ma-mason, por favor... Despierta —rogó nuevamente, escuchando de fondo las voces risueñas de todos esos hombres que se burlaban de su desgracia.

Deja que el destino gane.

—No puedes irte... —comenzó a desesperarse, su voz se había transformado en un terrible alarido de dolor, pero no de uno físico. —¡No...! ¡NO PUEDES...!

Su voz se silenció cuando el dolor punzante atravesó su rostro, y su visión panorámica se redujo a la mitad. Elevó la cara solo para ver su dorado ojo clavado en un cuchillo en las manos del cazador que primero clavó ese mismo cuchillo en su amado. Reconoció que el líquido cálido que recorría sus mejillas no era llanto, era la sangre que salía desde la cuenca vacía derecha. La boca se le llenó de quejidos, todo dolía, cada músculo de su cuerpo era forzado para hacer cualquier movimiento, pero no podía más.

Ríndete. Entrégate.

Se arrastró como pudo hacia el cuerpo de Mason, su brazo menos herido intentó alcanzarle, pero no podía. No lograba llegar hasta él. Entre las risas y su infinita pena, poco a poco todo se tornaba negro. Todo se volvía absoluta oscuridad y solo conseguía oír el pitido que emitía su corazón. Cuando logró arrodillarse ante el cuerpo de Dipper, lo supo. Había perdido, apostó con destino y perdió miserablemente. Pensó que cuando había salido vivo del infierno de su infancia todo había terminado, que después de eso nada peor podía suceder, pero mientras miraba el cuerpo del chico castaño de esos bellos ojos azules que le enamoraron, supo que había sido ingenuo.

Su suave risa arrastró el último poco de humanidad que poseía. Ya lo sabía, esto era lo que le deparaba desde el principio. Su paso por la humanidad solo había sido un mártir para todo aquel que se involucró con él, y ahora Bill Cipher renunciaba a esos residuos de persona decente que quizá alguna vez tuvo. Nada podía importar más, pero el odio creciente en su negro interior hacía crecer las débiles llamas azules que comenzaron a rodearle.

Eres nuestro, por siempre.

La oscuridad que le rodeó dejó atónito al resto, mientras a Bill le tomaba del cuello y lo ahogaba, para que ningún poco de oxígeno pudiera atravesar sus vías, una sensación que no olvidaría en su eternidad. Quería tomar todo de él, acabarle, porque el que viviría después de eso no sería el mismo, y mientras se consumía y todo empezaba a mutar, pequeños trazos llenaron la piel de su espalda, marcando el inicio y el fin de todo, esa rueda de símbolos. Cuando la oscuridad transformó ese herido cuerpo en aquel chico moreno, más alto de lo que ya era, con su piel intacta, y con esa llama azul flameando desde la cuenca derecha, donde ahora brotaba un ojo de iris azul, los cazadores estaban muy seguros de llamarle demonio. Ese rostro aterrador y sonriente que les miraba con rencor no podía ni jamás volvería a ser un humano.

Vestía totalmente de negro, sonreía, sus ojos heterocromáticos mostraban odio y la llama azul de su ojo descendió lentamente por su brazo, hasta mostrar un elegante bastón. Ni siquiera pisaba el suelo, pero en el momento en que movió lentamente aquella fina pieza de madera en sus manos, arrazó a todo ser viviente alrededor, destrozándolos. No hubo oportunidad de una tortura, pero tampoco hizo falta, cada uno de ellos que tocó a su Mason murió con esos ojos aterrados y se encargaría de que sus almas nunca encontrasen la paz ni una nueva forma de vida más que la condena absoluta en algún infierno.

Eres nuestro Cipher. Un demonio.

Aquel lugar carbonizado, lleno de sangre y partes descuartizadas no era digno de dar sepultura a Mason Pines, así que tomó el cuerpo destrozado del amor de su vida y caminó, con paso tranquilo y consumido en la oscuridad, a través de aquel páramo. A medida que iba caminando y el dolor en su corazón creciendo, ese cuerpo volvía a tomar aquella forma de cuándo fue el más hermoso de todos los que se hubiese visto jamás. A cada lágrima negra que caía del único ojo que podía llorar, el cuerpo iba recuperándose lentamente.

Finalmente, le despertó.

Bill se aterró cuando el corazón de aquel hombre volvió a latir en sus manos, pero cuando sus bellísimos ojos azules estuvieron a punto de abrirse y revelarle la belleza que pensó que perdería, se dio cuenta con asco que la cuenca derecha del joven yacía vacía, derramando sangre a borbotones. Le cubrió el ojo con la manga de su ahora negra camisa, pero Dipper no parecía sentir dolor. Continuó mirándole, con atención, como si no fuera capaz de pensar en absolutamente nada.

—No eres Bill. —este dijo, repentinamente alejándose para bajarse de los brazos del moreno.

—Lo soy... —su voz era débil, movió la cabeza varias veces desesperado, negando. Su voz se había ahogado con su llanto.

—No, no lo eres. —dijo. Era claro y aunque su cuenca vacía derramase sangre, él no pareció inmutarse. Su camisón estaba desgarrado. —Bill no haría algo así... —tapó su único ojo, dejando solo la cuenca negra que poseía, cómo si esta pudiera haber a través de sus recuerdos, mostrándole las escenas de un pasado cercano. —Yo no podría escogerte a ti. Jamás.

"No eres mi Bill, no lo volverás a ser"

Qué horrible condena. Su presencia había descendido tanto que desde sus entrañas su corazón comenzaba a tratar de escaparse por su garganta. Dipper le miró sin remordimientos; tomando su bastón y propinándole un corte que atravesó su cuello. Su cabeza rodó sin llegar a tocar el suelo, mientras miró como su amado se alejaba de él consumido en la oscuridad, cómo él.

Todo se volvió negro y lo único que conservó fue aquel ojo azul que le fue robado a Mason para hacerle vivir. Un ojo a cambio de su vida.


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Hola)?)<3 Creo que no hay más que decir, ¡espero que lo disfrutarán! 

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