Capítulo 23; {Límite del Abismo}
Dipper Pines.
Sollozaba con fuerza mientras pegaba su espalda con desespero a la pared tras de él. Las cobijas de su cama se hallaban desperdigadas a su alrededor, en un desorden peculiar mientras él no vestía más que ropa interior. Su piel ardía, tanto que era enfermizo el extremo al que llegaba a dolerle y no había cura. No fármaco que reparase esa sensación, porque él sabía a la perfección el porqué de ese dolor. Eran aquellos malditos trazos que tanta repugnancia le traían. Incluso enterrarse la piel en mil astillas le era más placentero que el dolor producido, como quemaduras hechas al vivo.
Despotricaba lo que más podía internamente, mordiéndose los brazos con tanta fuerza que sabía que quedarían horrendas cicatrices decorándole más tarde, pero se negaba a gritar o pedir ayuda. No había a quién. Sus uñas también se enterraban en los costados contrarios de su brazo, en intentos vanos de reprimir los alaridos de dolor que provenían de él. Era demasiado insoportable. Más dolor de lo que él podía cargar. Su cabello castaño estaba opaco, con su frente llena de sudor nublándole incluso la vista, de forma asquerosa. Se sentía desfallecer a cada segundo, como si ya no fuera capaz de mantener su consciencia y en realidad, así era.
Entonces, se desperezó. Tomó el libro aquel con el símbolo del Pino, y comenzó a pasar sus páginas. Su garganta estaba seca, era incapaz de pasar saliva, pero continuó ojeándolo. Sus hojas contenían informaciones curiosas de todo tipo de criaturas mágicas, con algunas reseñas cortas antes de llegar a los sirvientes de los dioses, dónde se detuvo, mirando aquellas hojas de un todo dorado con especial interés.
. . .
Sus ánimos habían menguado y recostándose contra el colchón, no encontraba mejor qué hacer que dedicarse a sufrir simplemente el dolor que le otorgaba ese condenado tatuaje. Restregaba su espalda contra cualquier superficie, buscando olvidarse de la sensación, pero le era imposible. Temblaba, invadido por los escalofríos, con el libro a sus pies dejado con descuido. Había leído más de lo que necesitaba, aunque agradecía la especial atención que habían dedicado a especímenes como él.
Soltó entonces un quejido, acompañado de un profundo suspiro, mientras se acomodó mejor. Algo dentro de él seguía resquebrajándose a cada segundo que pasaba. —Me haces mal... Aun cuando sé que no debo. —acarició su cuello, lleno de confusión. No había parado de pensar en Bill Cipher, ni en su preciosa piel, o su encantador ojo dorado que escondía tanto detrás de ese velo misterioso.
Entonces, ¿por qué? Él estaba más que claro que no estaba destinado a estar con Bill Cipher, ¡dios, ni siquiera era humano! ¿pero había algo más para él? ¿O simplemente erró en su decisión? No creía posible que de verdad la vida le deparase el volverse demonio, o le destinase con Bill, era imposible ¿cierto?
Al menos eso pensaba.
Aferró su espalda, encorvándose sobre sí mismo. El mártir no desaparecía y no podría soportarlo más, trataba de no soltar lágrimas, pero sus labios estaban cansados de soportar los mordiscos, tan destrozados cómo el resto de su cuerpo. Lucía tan débil y delicado, demasiado vulnerable para los demás, pero era lo que le esperaba, no sabía cómo deshacerse de aquello, y era demasiado orgulloso como para volver con Neir y Bill a cuestionarles sobre aquello.
Maldita sea.
Llegó a su memoria el dulce aroma que desprendía la piel de Bill. Su forma elegante e hipócrita de ser, y no debería, es verdad, pero ahí estaba, deseándolo. Cerraba los párpados, encontrándose con la dulzura de ese hombre con aspecto de macho que a veces se le escapan las ternuras, con sus sonrisas llenas de vida, así como sus caretas llenas de cinismo. Ahí lo supo, causándole un gran dolor a su ya destrozado corazón.
Joder, lo amo.
Dolía más que cualquier otra cosa el reconocerlo, dañaba de una forma más irreparable; la psicológica. Necesidad de tenerle cerca, de sus caricias, de él. Se odiaba a sí mismo, era asquerosa aquella manera en que estaba volviéndose loco por un demonio, pero muy internamente no se arrepentía. Como si su corazón gritase que corriese a su lado, pero su mente negase toda posibilidad, pidiéndole racionalidad y cordura. Golpeó tres veces el colchón de su cama antes de caer rendido a las manos de los sueños.
A sus manos.
Neir.
¿Cuánto había pasado? Llevaba tiempo vagando por el área de Gravity Falls, buscándole, tratando de encontrar a aquel desgraciado ingrato que se había largado. Estaba clarísima de que no había ido lejos, al menos no era de aquella línea de tiempo, ni había regresado al mundo de abajo, porque su presencia no había desaparecido, pero ¿dónde estaba? Hacían dos semanas que no le encontraba, dos semanas desde que ese hombre se largó dejándola sola. Y algo hacía temblar su cuerpo de forma anormal. Un mal presagio que venía encarándola desde el momento en que comenzó a buscarle.
Quizá sí sabía dónde estaba Cipher, pero no era capaz de reconocerlo. No quería admitírselo a sí misma. Él ha pasado por tanto, y seguirá sufriendo. La bruja podía ver a través de las lagunas del destino, solo algunas de ellas, pero especialmente la del demonio quedaba bastante clara para ella. Le molestaba, porque sabía que no sería capaz de seguir enfrentándose a la realidad dolorosa, y porque Bill había comenzado a perder su esencia, el verdadero sí mismo.
—Neir... —la voz áspera de aquel individuo acabó con sus esperanzas, reafirmando sus temores. Su cuerpo casi desfalleció ante la presencia de aquel ser de tanta imponencia. Entonces, se echó a correr, aterrada, con las piernas amenazando con flaquearle.
No volvería. Jamás volvería a ese agujero negro.
Cuando avistó la cabaña, se mordió el labio inferior. ¿Por qué siempre tengo que hacer esto? Esa deidad iba a asesinarle, ella sabía que interferir con lo predestinado estaba prohibido y también lo que haría. Estaba cambiando el camino de Dipper por darle el favor a Bill, pero ese demonio ya había hecho mucho por ella, no pretendía quedarse de brazos cruzados, y aún si violaba toda ley existente, estaba dispuesta.
Golpeó con suavidad la puerta. Stan no dijo nada en cuanto la miró. Simplemente retrocedió, dándole el paso a las habitaciones superiores, donde el chico descansaba. Agradeció con la mirada, al menos, bajo esa piel de imbécil sociópata, Stanley si tenía corazón. Se ahogó con su saliva observándole. El chico se aterró también, pegándose más a la pared en cuanto apareció por el marco de la puerta, retrayéndose contra sí mismo.
—Dipper —comenzó, acercándose lentamente. Parecía que el chico fuera a quebrarse, debía ser cautelosa, pero el desespero asomaba en su rostro.
—¿Qué haces aquí? —tembló. No estaba aterrado de ella, aunque si reprendiese su aparición, lo que le dejaba aquellos ojos exorbitados era el dolor que sentía. Apenas la bruja de ojos turquesa se percató, no tardó en darle la vuelta, dejando la espalda del castaño expuesta a sus ojos.
—Maldita sea —la mujer ignoró totalmente su pregunta, mirando con excesiva atención los trazos. Los dedos fríos de ella se sentían como un alivio, pero uno momentáneo. —Está demasiado avanzado. —se quejó ella, palpando la superficie. Dipper ahogó un grito.
—¿Qué significa esto? ¿Por qué los tengo aún? —él preguntó. La mujer morena retrocedió, dubitativa. Mordió su uña, no sabiendo qué decirle. Estaba claro que a Bill no le haría gracia que se enterase, es más, él lo hizo ni siquiera para recriminárselo, sino por voluntad.
Él no está.
Claro que no estaba, porque una vez más renunciaba a su integridad por el bien de ese chico. Su voz seguía temblando, no le gustaba para nada de cualquier modo, pero lo haría. No había vuelta atrás. Involucraría al niño en éste viaje sin fin, pero no importaba ya. Haría a Dipper responsable de sus actos, no podía endulzarle el oído al niño cada vez que pudiera para hacerle sentir mejor. Cipher con todos sus errores a carga no se lo merecía. Mínimo le haría renunciar a esa unión. Era quizá lo único que pudiera hacer.
—Porque Bill te salvó la vida. —masculló. Sus ojos turquesas eran fríos de pronto, asustando esta vez al chico que no sabía que decir. Su mudez estaba acompañada de una palidez inusual. —Él te dio parte de sí mismo para dejarte vivir. Y está muriendo por ello.
Al chico le tembló la mandíbula. Se le había olvidado el dolor, pero ahora su pecho ardía, el peso de la consciencia estaba asfixiándolo, sentía tanta culpa dentro de su cuerpo que no era capaz de llevar todo ello, pero tampoco era capaz de llorar. Se sentía inútil y vacío, pero a duras penas logró formular esa pregunta que tanto ansío tenía de ser respondida.
—¿Dónde está Bill?
________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
I know, demasiado pronto><. Lo reconoceré, pretendía publicar esta parte en unos cuatro días más, pero finalmente viendo las fechas, sé que no andaré muy atenta y que probablemente lo descuidaré, especialmente por montonera de exámenes y blablah. Como ya estaba escrito y es bastante corto, me decidí por publicarlo en éste mismo momento, mientras aún tengo algo de tiempo. ¡Espero que lo disfruten! Solo queda un capítulo más para el comienzo del arco de Bill, que en su momento ya conocerán más detalles♥
Escuché mucho la canción de Paramore; Misery Business, y la de Panic! At The Disco, I write sins not tragidies. No sé porque lo digo, pero siento que quedó bastante dinámico y mucho más corto de lo que esperé, sin embargo, no me desgradó><. Espero les haya agrado este capítulo, ¡nos vemos en el próximo!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro