CAPÍTULO I
La suela de mis zapatos hacía un desagradable ruido al entrar en contacto con el fangoso asfalto de la carretera por la que caminaba.
A pesar de ser principios de setiembre, en esa remota carretera cerca de Etteridge hacia un frío terrible; tenía las extremidades entumecidas, y me dolía la garganta al respirar.
Seguí caminando, arrastrando mi desvencijada maleta, hasta que pude divisar en la oscuridad un pequeño banco de madera astillado, junto a un gran cartel que decía "Dornoch".
Me acerqué y me senté en el húmedo banco, ignorando el frío de la lluvia mojada que caló a través de mis pantalones, y observé ambos lados de la carretera, esperando que apareciera el bus que debía llegar en cinco minutos.
Pasaron tres minutos. Once. Veinticuatro. Cuarenta.
Ya eran casi las siete de la tarde, y prácticamente no podía discernir dónde estaba mi maleta. Estaba abriendo mi móvil para ver si tenía algún mensaje, cuando unas luces alumbraron la carretera, y pude ver a unos metros cómo se acercaba un bus grisáceo.
Me levanté, recogí mi maleta y cogí el ticket de mi bolsillo, y cuando se abrieron las puertas observé el interior; el pequeño bus estaba vacío, a excepción de una anciana que llevaba una gran bolsa de rafia y el conductor.
Me acerqué al hombre, de ojos cansados y descuidada barba, y le pregunté:
–Perdone, sabe cómo puedo llegar a la universidad Aberdeen desde Dornoch?.– el hombre levantó la mirada perezosamente del volante.
–Esa universidad está en una zona muy apartada. Normalmente a los estudiantes los llevan sus chóferes.–miró de manera inquisita mi desgastada chaqueta de cuero y mis húmedos pantalones de pana, como evaluando si realmente era una estudiante de Dornoch o una viajera interesada por la misteriosa universidad– sólo podrás llegar a Aberdeen caminando, aunque tardarás casi una hora. Recomiendo que te quedes en Dornoch hasta que amanezca. Normalmente no encontrarás a nadie fuera a estas horas, pero nunca sabes que puedes encontrar por aquí.
El hombre sintonizó la radio, le entregué el ticket y me senté en la parte delantera del bus. Dejé la maleta en el asiento de al lado, y con el traqueteo del bus me dormí en pocos minutos.
Noté como me sacudían ligeramente del hombro, y al abrir los ojos me encontré al conductor y a la anciana.
–Hemos llegado a Dornoch– dijo el conductor suavemente. La anciana abandonó el bus, y yo la seguí hasta afuera. Parecía ser que estabamos justo en las afueras del pequeño pueblo. Hacia la izquierda, por donde fué la señora, habían casas de piedra que se iban dispersando en la lejanía. De esa dirección se escuchaba el mar, de donde venía una brisa fría y salada.
Me acerqué hasta una farola, y dejé la maleta en el suelo. La abrí, y saqué un mapa de la zona y una linterna. Volví a cerrar la maleta y me senté encima de ella, de piernas cruzadas, dispuesta a analizar el mapa y encontrar cómo llegar hasta la universidad.
Mirando el mapa, encontré facilmente Dornoch. A un lado había el mar, que se extendía por la parte sur del mapa, y algo por encima de Dornoch, estaba la universidad Aberdeen. Miré hacia la derecha, por donde se extendían las montañas, y vi un río. Lo localizé en el mapa, y pude ver que si seguia el camino del río, me llevaría hasta un campo donde se encontraba la universidad, en las inmediaciones de un bosque que ocupaba toda la parte superior del mapa.
Me dispuse a seguir el camino del río, maleta y mapa en una mano, y linterna en la otra. El conductor del autobús me había recomendado pasar la noche en Dornoch, pero llevaba poco más de cuarenta libras, y no quería malgastarlas. Estaba acostumbrada a ir caminando a todos los sitios, siendo de un pueblo pequeño, y un camino de algo menos de una hora se me hacía fácilmente caminable.
La lintera no iluminaba a más de cinco metros de distancia, y constantmente me giraba para iluminar el camino que estaba siguiendo. Por alguna razón, sentía la presencia de algo o alguien cerca, una mirada posada en mi nuca que me provocaba escalofríos que recorrían mi espalda.
Intenté calmarme. Sabía que era imposible que hubiera alguien en ese camino, perdido en las tierras altas de Escocia, pero no podía quitarme la sensación de encima. Apresuré mi ritmo, queriendo llegar a la universidad lo antes posible. Habíamos acordado a través de carta que me estarían esperando en la recepción del edificio principal de la universidad a las ocho y media de la noche, pero ya eran casi las diez, y temía que llegara y encontrara las puertas cerradas.
Llevaba unos cuarenta minutos caminando, cuando llegué a el amplio campo donde debía encontrarse la universidad. Sólo debía caminar unos minutos más, hasta llegar a las afueras del bosque.
Escuché el ruido de una rama romperse delante mío, justo donde la linterna no llegaba a alumbrar. Intenté calmarme, pensando que seguramente sería algún pequeño animal, pero seguía teniendo una mala sensación. El ruido venía de delante mío, pero tenía que seguir por allí si quería llegar a la universidad.
Decidí que lo mejor era correr y así llegar de una vez. Corrí varios metros, y podía ver las luces encendidas de un gran edificio, cuando se me resvaló la linterna de la mano, apagándose cuando dejé de presionar el botón. Me agaché a recogerla, y seguí caminando, cuando el viento removió mi cabello, tapándome la cara. Ya sólo quedaban unos pocos metros para llegar. Estaba apartando el pelo de mi cara, cuando noté las puntas mojadas y algo viscosas.
Ya estaba delante de la universidad, y pude ver como las puntas de mi pálido pelo estaban teñidas de una sangre oscura y coagulada, que desprendía un fuerte olor metálico.
El miedo se apoderó de mí, y tiré el mapa y la linterna en el suelo y corrí hasta la puerta principal, que empecé a golpear con fuerza. Poco después la puerta se abrió, y me recibió una mujer de mediana edad, de contextura fuerte y mirada dura. Elcorazón me iba a mil y me costaba respirar.
–asumo que eres estudiante nueva ¿no?– asentí, aún demasiado agitada para poder decir nada- deberías haber llegado como mucho hace una hora.
–discúlpeme, tuve problemas para llegar. –respiré profundamente- creo que había algo muerto ahí fuera. Había sangre.
Esperaba que la mujer me mirara con preocupación, extrañada por lo que decía, pero en cambio una gran sonrisa alumbró su rostro.
–no debe asustarse. De noche, los animales salen y cazan. Es normal encontrarse por la mañana a algún conejo o zorro muerto. –sus palabras me calmaron un poco, pero algo en su expresión tan forzada me desconcertaba– entre, porfavor.
Me encontré con una gran sala, de suelo de mármol y altos techos de madera oscura, de donde colgaban lámparas de araña. La señora se acercó a una mesa que había al fondo de la sala, sentándose en una silla detrás, de donde cogió unos papeles.
–Acérquese, joven. Si me dice su nombre comprobaré donde está su habitación y le entregaré su horario.
Me acerqué hasta la mesa, y le dije:
–Me llamo Grace. Grace Linton.
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