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Capítulo 1

Me gustaría decir que el día ha trascurrido apacible. Que nada lo ha perturbado en absoluto y que todo marcha bien según lo que dictamina el magnífico e imperfecto destino.

Pero temo que no es así.

Me siento como la peor escoria de todas y siempre sucede cuando estas fechas se aproximan. He pasado el día entero con un nudo atorado en la garganta y un mar de lágrimas contenidas amenazan con salir de su escondite por milésima ocasión. No he dejado de repetirme hasta el cansancio que lo haré; que tendré el valor suficiente para llevar a cabo ese objetivo que ha limitado mis horas de sueño, funciones comunes y decisiones alrededor de estos últimos tres años. El sentimiento de culpa es tan desgarrador e inconmensurable que amenaza con carcomer sin piedad mis entrañas.

Es casi como si actuara de forma mecánica, como si estuviera programada para dar un eficaz funcionamiento que está mal en todos los sentidos. Me he movido por inercia del complejo habitacional para dejar caer mi persona fragmentada en pedazos en este desolado negocio ubicado a metros de donde actualmente vivo.

Un frasco a medio beber de Soju yace encima de la mesa color blanco del establecimiento y lo observo sumida en el más profundo de los trances porque no puedo permitirme distracciones, no quiero dejar que mi mente tome ese rumbo de jamás retorno. Sin embargo, es imposible escapar de ese familiar sufrimiento que me concede el ser una cobarde en toda la extensión de la palabra.

« Lo he abandonado. Tal y como lo hizo mi madre ». Pienso y, como si fuese el jodido karma, un torrente cálido y húmedo se desliza a lo largo de mis mejillas congeladas antes de siquiera procesarlo.

El nudo en mi garganta es lo suficientemente capaz de cortarme la respiración por unos segundos cuando recuerdo con claridad su expresión torturada, el cómo la calidez dibujada en su rostro resplandeciente desapareció por completo para ser reemplazada por un gesto torturado, rencoroso y hostil. Jamás podré borrar de mi memoria lo esporádico que resultó ser el momento, y las connotaciones negativas que él seguramente le otorgó a la inevitable situación hace aún más complicado el poder sacármelo de la cabeza.

Puedo sentir como la piel expuesta de mi anatomía arde debido a las salvajes ráfagas de viento, así que me abrazo a mí misma con la vaga esperanza de que la constante fricción de mis palmas contra el abrigo cree un calor adecuado para mantener a raya el frío, sin embargo, por más esfuerzo que ponga a disposición no conseguiré la temperatura que anhelo, mucho menos en esta época del año.

—Señorita. —la voz de alguien a mi costado logra sacarme de mis reflexivas cavilaciones, sin embargo, no me atrevo a mirar a aquella persona que ha optado por cruzar palabras conmigo, así que mantengo la vista fija en ese peculiar envase que contiene aquel líquido trasparente —. No debería ser de mi incumbencia, pero creo que es mejor que vaya a casa. —propone, y noto de reojo que un deje de preocupación lo invade al percatarse de que ignoro su propuesta olímpicamente —. Está...

—Sí, gracias. —mascullo antes de que tenga la oportunidad de replicar algo más.

El contrario decide que la mejor opción es mantener un silencio impenetrable, a pesar de la evidente tensión que se ha desplegado a nuestro alrededor. Puedo sentir como sus ojos estudian con escrutinio cada movimiento que hago, desde el segundo en que decido levantarme del asiento hasta cuando tomo entre mis fríos dedos aquella botella para echarme a andar de vuelta a la infernal habitación.

Me encantaría haberme comportado más cortés, después de todo aquel sujeto lo estaba siendo al demostrar un porcentaje prudente de aparente interés, pero para ser honesta no tengo deseos de fingir un buen estado de ánimo cuando lo único que anhelo en este preciso instante es hundirme en la cama, llorar y con suerte, perder la conciencia hasta el día siguiente.

Suena de lo más patético, aunque en lo que a mí respecta es el único panorama que puedo codiciar.

No me importa caminar por la desolada calle y el frío inclemente, al menos no por ahora. No esta noche en la que desbordo nostalgia y tristeza por cada poro de mi abatido cuerpo, no cuando lo único que ocupa mis pensamientos y memoria es el rostro de Taehyung.

Así que, abrumada por la oleada de emociones de carácter negativo que no puedo mantener al margen, le doy un largo sorbo a la abertura circular del envase, bebiendo hasta acabarme la última gota de Soju.

Cuando finalmente estoy por llegar a la entrada del edificio, algo -alguien- llama mi atención por lo que me obligo a detenerme. Mi vista se clava en la robusta planta postrada afuera de las puertas cristalizadas del recinto y me congelo de inmediato al verlo medio camuflado entre las frondosas hojas verdes de la misma.

¿Acaso espera a alguien?

Con rapidez y sin meditarlo demasiado, tengo que recurrir a dejar de manera disimulada el objeto que cargo al lado de un cesto de basura que se encuentra a disposición de todo transeúnte. No quiero que me vea y me bombardee con preguntas innecesariamente incómodas. Sabiendo la naturaleza curiosa que posee su persona podía hacerme una vaga idea de cómo no se detendrá hasta lograr sacarme información, y no planeo ser carnada fácil de un voraz adolescente metiche.

Avanzo a paso determinado los metros que me quedan de trayecto para terminar cruzándomelo de frente. Él eleva la cabeza, apartando sus ojos oscuros del teléfono de alta gama que hasta ahora lo ha mantenido distraído para cruzarlos con los míos durante breves segundos, y de pronto, luce avergonzado, sin embargo, me sostiene la mirada.

—Noona, buenas noches. —espeta, esbozando su peculiar sonrisa como de costumbre.

—Hola Jaeyoon. —respondo con una amabilidad artificial. Todavía sigo consternada y un tanto molesta por tener que topármelo ahora, justo cuando luzco tan deplorable.

Aunque resultaría ilógico trasmitirle mi fastidio, es decir, vive en el mismo piso que yo por lo que solo queda resignarse e intentar pensar en alguna excusa que me permita huir de esta conversación.

— ¿Cómo está? —cuestiona mientras se gira unos momentos para abrir la puerta del complejo e invitarme a ingresar, dándome la pasada con caballerosidad. Le agradezco con una sonrisa torcida y cuando yazco dentro, el chico de cabello castaño con mechas rubias me sigue los pasos por detrás mientras asciendo despacio cada peldaño de las escaleras.

—Agotada. —pronuncio, tratando de sonar serena y tranquila, pero no lo consigo y solo me queda esperar que él no se haya percatado del tono filoso de mi voz.

—Me imagino que debe ser difícil estudiar y trabajar al mismo tiempo. —comenta en tono amable, ganándose a un lado de mí y no puedo reprimir que un pesado suspiro se me escape debido a que mis sospechas han resultado ser correctas y pretende no abandonar la charla.

Paso por alto su afirmación y lo miro por una fracción de segundos antes de contestar —: Deberías estar durmiendo. —Jaeyoon vuelca su mirada hacia mí por acto de reflejo ante mi disimulada reprimenda. El muchacho, unos centímetros más alto que yo, parece avergonzado de un segundo a otro y solo se limita a reír, preso del nerviosismo.

—Es lo que iba a hacer, pero estuve esperándola. —espeta sin problemas e intento no indagar en las razones ocultas que tiene para tomarse la molestia de esperarme —. Me preocupé al no verla como de costumbre. —se justifica asertivamente mientras subimos los últimos escalones que nos quedan para llegar a nuestro nivel correspondiente. La conocida voz dentro de mi cabeza se queda en silencio de inmediato, acallando así todas las preguntas arremolinadas en ese vasto espacio invisible y matando toda deducción posible.

Sin embargo, no sé si terminar por creerle. Puedo distinguir lo dubitativo de sus palabras a kilómetros, y es que el tiempo que llevo conociéndolo me ha bastado para poder dilucidar lo predecible que resultar ser su comportamiento, y en este caso, sus palabras y actitud expresan lo contrario a lo que desea trasmitir —: Agradezco tu gesto Jae, pero no es necesario que se vuelva a repetir. —mi reclamo parece sacarlo de balance, pero aun así no dice nada —. Es peligroso para un niñito estar afuera tan tarde.

Ni bien termino de afirmar, él roda los ojos al cielo en un acto de total fastidio y lanza un bufido, adoptando un semblante para nada agradable —: No soy un jodido niño. —suelta con hostilidad y reprimo una sonrisa maliciosa. Sé que odia ese diminutivo y lo utilizo a mi favor para sacarlo de sus casillas, al menos por un rato.

—Lo que digas. —pronuncio en tono cantarín, introduciendo mi mano izquierda en el bolsillo de mi chaqueta en busca de las llaves que me permitirán abrir la puerta del cuarto. Al localizarlas, me precipito en dirección a mi destino con Jae pisándome los talones ni bien nota que lo dejo atrás.

—Noona, tengo diecisiete. —masculle en voz baja una vez paramos frente a dónde ambos residimos. Giro sobre mi eje para ofrecerle una mueca incrédula por la seguridad con la expresa esas palabras desbordantes en osadía —. Soy casi un adulto. Ya me independicé e incluso estoy pensando en trabajar con mi padre en su consulta. —dice con determinación, sin temor a reflejarla en una pequeña sonrisa satisfecha que se desliza por sus mullidos labios. Tal y como quien gana una batalla verbal o resulta vencedor en una apuesta donde está en juego un premio apetecible.

—Y eso está perfecto, pero no eres adulto todavía, así que puedo seguir llamándote niño. —sacudo su cabello juguetonamente y él no tarda en hacer un puchero, poniendo en orden su mata desordenada de pelo con ayuda de las manos.

Seguido de ello, me observa con una expresión de fingido dolor —: Usted es muy cruel.

—Nos vemos. —hablo con voz neutral cuando no me queda nada más que expresar y pretendo ingresar al espacio, pero me detengo en seco al sentir como una mano de considerable tamaño se apodera de mi antebrazo en un movimiento que me toma totalmente desprevenida.

— ¡Espere! —exclama de golpe. Entonces, le toma unos instantes percatarse de su valiente arrebato, ya que se apresura a deslizar fuera de mi cuerpo su firme agarre e intenta guardar la compostura con un notable sonrojo que cubre sus mejillas —. He dejado en el microondas algo de comida, ¿no gusta cenar conmigo?

—Te agradezco el detalle e invitación Jae, pero no. —mascullo, notando como su sonrisa ligera desaparece al instante en el que escucha mi esperado desplante, dando como resultado un silencio abrumador en compañía de un gesto de aflicción y aparente humillación que inundan sus facciones. Las entrañas se me revuelven y una bola de culpa no tarda en instalarse en la boca de mi estómago, poniéndome por enésima vez en aprietos.

Sé que trata de ser cordial a pesar de mi constante indiferencia y eso aumenta la carga de conciencia que me abruma cada vez que lo rechazo. Quiero pronunciar una disculpa o similar, así que espero que lo siguiente pueda enmendar mi anterior y desastroso enunciado —: ¿Y si desayunamos juntos mañana? —no estaba en mis planes pedirle esa invitación, pero fue lo primero que se me vino a la mente. Si bien es cierto que en ocasiones le dejo una porción considerable de desayuno en el microondas, es por el simple hecho de que me sobra y no estoy en condiciones de desperdiciar la comida.

Jae parece no esperar aquella respuesta, puesto que luce estupefacto en un principio, pero luego no duda en dar paso a esa característica sonrisa radiante que posee —: Eso sería genial. —sisea con satisfacción —. Que tenga dulces sueños.

Si tan sólo supieras.

—No te desveles. —advierto.

—No lo haré. —asiente como una energética auto confirmación, y yo no puedo hacer nada más que voltear en dirección a la puerta, introducir la llave pintada de rosa en el cerrojo de esta y abrirla de manera mecánica para escabullirme dentro de la oscura habitación.






Me remuevo en mi lugar y el dolor punzante me trae de vuelta a la realidad

Me remuevo en mi lugar y el dolor punzante me trae de vuelta a la realidad. Todos los músculos junto a mis articulaciones se sienten agarrotados y tensos a raíz de la endurecida colcha que funge como cama, pero no se siente como eso en absoluto.

La luz se filtra por la diminuta ventana frente a mí por lo que es la señal inequívoca que necesito para levantarme y enfrentar otro día.

El espacio es en extremo reducido. Siento que las paredes cubiertas por pintura desgastada me aprisionan y asfixian hasta el punto de querer huir lejos, sin posibilidad de retorno. Frente a mí, hay un escritorio caoba repleto de libros, documentos y ensayos desordenados en los que debo continuar trabajando, una cajonera que se ubica justo debajo del mueble anterior mencionado y en cuyo interior se guardan unos pocos cambios de ropa. Y nada más.

Todo este lugar está lejos del cualquier sinónimo la palabra "hogar", ya que no es acogedor, sino más bien aterrador. Es como una maldita prisión e inconscientemente siempre lo asocio a aquellos miserables días, con la única diferencia de que aquí puedo salir e ingresar a mi antojo, sin la necesidad de temer por mi vida.

Me levanto de la cama y hago una mueca al sentir un dolor que se extiende por toda mi anatomía. Abro la puerta aún en pijama y avanzo por el pasillo con la intención de llegar al baño de mujeres para mojarme el rostro, sin embargo, me detengo en seco justo en la entrada de la cocina, dónde visualizo la reconocida silueta de Jaeyoon haciendo maniobras con los utensilios para los alimentos de un lado a otro tan rápido como le permiten sus piernas.

Por lo general, a esta hora no suelen acudir muchos inquilinos por tratarse en la mayoría de personas mayores, quienes subsisten gracias a la jubilación que les otorga el gobierno, además de las visitas esporádicas que les hacen sus hijos o nietos para entregarles alimentos o sumas considerables de dinero en su defecto.

Me aclaro la garganta para hacer acto de presencia y él vuelca su atención hacia mí de inmediato. Luce aturdido por un instante, pero se relaja en cuanto le ofrezco una sonrisa —: Buenos días. —digo en voz baja, dando unos cuantos pasos dentro del espacio hasta posicionarme de tal forma que tomo asiento en una de las sillas frente a la mesa. Me lleva tan solo unos momentos acostumbrarme al encandilamiento que la nueva y mejorada iluminación de la instancia ofrece, pero me obligo a observarlo una vez superado ese obstáculo.

Él abre la boca para hablar, pero la cierra de golpe para pensar mejor que decir y después suelta —: Noona, me ha asustado. —río entre dientes sin quitarle la mirada de encima mientras coloca con cuidado dos vasos de jugo sobre el material de madera.

—Lo lamento. —balbuceo en un murmullo. Él castaño coloca una gran cantidad de arroz dentro de uno de los cuencos de porcelana pertenecientes al complejo habitacional, dividiendo lo preparado en dos raciones equitativas para poner lo finalizado sobre la mesa —. Te me adelantaste. —hago una acotación al trabajo que han forjado sus manos en tanto lo admiro esmerarse porque todo quede en orden.

—Ese era mi plan. —guiña uno de sus ojos, tomando asiento a mi lado una vez ha acabado con la tarea.

—Buena táctica y tengo que reconocer que me has impresionado. —no es broma. Ese simple vaso lleno de jugo, banchan, arroz y estofado de res resultan muy apetitosos a la vista.

—Gracias. —dice, llevándose los palillos a la boca, tomándose el tiempo de masticar el contenido antes de continuar — ¿Durmió bien?

—El volumen de un televisor sonó toda la noche. Me costó conciliar el sueño para ser honesta. —lanzo la indirecta al aire, y una vez es captada por los oídos ajenos el rubor no tarda en extenderse por las mejillas del castaño, quién trata de tragar con dificultad lo que se encuentra dentro de su cavidad bucal —. Dijiste que no te ibas a desvelar. —bebo un poco del líquido sabor manzana.

—Y-yo... —tartamudea, pero se detiene a medio camino para encontrar algo qué objetar —. Lo siento tanto Noona, en serio lamento haberla molestado. —hila palabras pasados unos segundos y puedo sentir el bochorno que irradia su cuerpo —. Me puse a estudiar física unas horas y después no pude evitar jugar videojuegos. —admite.

—Tranquilo, todos necesitamos despejar la mente con lo que nos gusta, no te culpo. —el alivio atraviesa su rostro al ser liberado de esa aparente presión.

El silencio reina en la instancia después de esa escena, pero ninguno de los dos parece estar dispuesto a romperla. Trato de acabarme todo, sin embargo, apenas puedo continuar a diferencia de Jae, que no deja migaja alguna.

Una vez terminamos, me dispongo a recoger los utensilios usados de la mesa para limpiar, y el muchacho me tiende una mano para lavar los trastes sucios. Al terminar, agradezco el desayuno y desaparezco por la puerta para retornar a mi cuarto, coger la ropa que me pondré este día junto a una toalla y trazo una ruta nueva con dirección al baño de mujeres.

Las baldosas del suelo se sienten heladas bajo mis pies descalzos y eso me provoca ligeros escalofríos. Dejo mi muda de ropa encima de la plataforma de cerámica que yace instalada al lado derecho del baño, y procedo a hacer mis necesidades básicas en el retrete, luego me lavo las manos y tomo mis herramientas de higiene personal para dar unos pasos más hasta encontrarme con las duchas en la parte trasera.

Giro la cabeza y no tardo en toparme con el gigantesco espejo que cubre la totalidad de la pared contigua. Mi garganta se aprisiona y trago ese amargo nudo que me impide respirar con calma, inhalo y reúno la fuerza necesaria para ingresar a uno de los cubículos, no sin antes colocar mi toalla desplegada en el barandal que mantiene elevada la cortina de ese reducido espacio. Me quito el pijama con los párpados cerrados y lo lanzo fuera de mi alcance, doy un par de vueltas a la llave que enciende la salida del agua y esta no tarda en empaparme con su tibieza.

Más temprano que tarde, tanteo las líneas burdas y escandalosas que cubren mi estómago y una pinza invisible atenaza mis órganos

Detesto tener la capacidad de sentirlas, de tocarlas siquiera; porque eso las convierte automáticamente en algo real, en algo de lo que nunca podré escapar del todo.

Me recrimino por no poseer la valentía de abandonar este dolor, me acobardo cuando los recuerdos de aquella época en la que se me arrebató toda dignidad posible para dejar solo un insignificante despojo se desbordan sin reparo de mi memoria a largo plazo.

La opresión en mi pecho aumenta un poco más y me hundo lentamente.

No puedo evitarlo. No puedo.

Un sollozo se construye en la parte posterior de mi garganta y rompo a llorar en silencio al no poder eliminar ese molesto peso sobre mis hombros. La desesperación es tan grande que antes de que pueda procesarlo siquiera rasguño las cicatrices que forman ese maldito nombre.

"Yoongi"

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