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Capítulo uno: Azul

Mientras caminaba, arrastraba los pies. Siempre consideró el entrar a una escuela de élite como un desperdicio de dinero, pero sobre todo, como una prueba infernal hacia su paciencia con respecto a soportar a una bola de niños mimados.

Estaba totalmente seguro que sería igual a encontrarse con una horda de zombies, todo un coñazo, pero al ser sus compañeros no podría molerlos a golpes sin recibir una estricta sanción. También, podría apostar que de ser el caso, a él le echarían toda la culpa.

— Si sigues a ese paso, jamás llegaremos al maldito colegio.

— Cállate fea.

— ¿¡Ah!? ¡Mocoso ingrato! ¡Atrévete a repetir eso!

— ¡Suéltame, maldita tetona!

Apenas una llave se cernió en su cuello, no dudó en removerse frenéticamente con tal de soltarse. Los reclamos de la joven prosiguieron por un par de instantes, antes de que ambos fueran bruscamente separados.

— Dejen sus jodidas peleas para después. Puede que tú ya no tengas de qué preocuparte, Shura, pero si este idiota o yo llegamos tarde, todo se acabó.

Los tres guardaron silencio con aquel comentario y reanudaron su recorrido. La única mujer del grupo simplemente chistó y pasó los brazos por detrás de su cabeza, cosa que irritó al mayor de los dos chicos.

— No entiendo porque te estresas tanto con eso, Shiro. Sólo te faltan unos cuantos meses y serás libre. Además, ¿No se supone que te habían dado el visto bueno para la beca a Rusia?

— Eso se suponía. Pero como era de esperarse, sabotearon todo.

— Ya me lo imaginaba, son unos putos bastar-... Ah. Lo siento, Rin.

— No importa.

Sólo el más joven se mantenía ajeno a la conversación de aquellos dos. No tenía motivo para entrometerse en la plática, pero sobre todo, la culpa no se lo permitía. Sabía, mejor que nadie, que Shura y Shiro habían quedado condenados por su culpa.

— Por cierto, ¿Qué vamos a cenar el día de hoy?

— Decide tú. Después de todo, tú eres el que cocina.

.

.

Los alumnos del primer semestre de la Preparatoria Verdadera Cruz se resistían a murmurar entre sí y distraerse durante la ceremonia de bienvenida. A muchos les costaba mantenerse quietos debido a los nervios de haber ingresado a la escuela más prestigiosa de Japón, otros estaban impacientes por hacer de las suyas en aquel internado.

Rin Okumura, uno de los estudiantes de nuevo ingreso de aquel colegio, no pudo sentirse más aburrido y desganado en su joven vida. No obstante, mientras desalojaban el auditorio, trató de recordarse que no podía meterse en problemas si quería evitar que Shiro y Shura pagaran las consecuencias.

— Creo que es mejor fingir que nos han mandado aquí porque genuinamente se preocupan por nosotros, Reiji.

El muchacho de ojos azules negó con la cabeza. Al parecer ya estaba tan hastiado y solo en aquel sitio que comenzaba a imaginarse las voces de sus amigos. Bufó al recordarlos, si tan sólo hubiese podido asistir a un colegio público posiblemente no habrían terminado separados.

— Sea como sea, Sei, les demostraré a mis padres que no era necesario haberme mandado a un internado. ¡Ni siquiera al más prestigioso del país y-...!

— ¿Ese no es Rin?

— ¿Qué? ¿¡En serio!? ¡Oye, Bakamura! 

Oír aquel apodo, sumado a aquella voz, logró un efecto inmediato en Rin.

— ¡Que no me digas Bakamura, Bakatori! ¿Eh? ¿¡Reiji!? ¿¡Sei!? ¿También a ustedes los recluyeron aquí?

— Oye, recluir es una palabra un poco dura. Pero... Sí, creo que tienes razón hasta cierto punto.

Sería un mentiroso si dijera que no le sorprendía el hecho de encontrárselos en ese sitio. Muchos pensaban que aquella academia era sólo accesible para los más influyentes o aquellos que lograran costear los gastos u obtener una beca. Sin embargo, realmente difería bastante de lo que se creía.

La Academia Verdadera Cruz, aquella ciudad con las mejores escuelas de élite de todo Japón, indirectamente era el lugar en el cual los padres depositaban la confianza y la seguridad de que sus hijos no los dejarían en vergüenza pública en un futuro. Por más que alguien fuese el primogénito y futuro heredero de una familia, si no sabía llevar las riendas, sólo era un estorbo.

Sin embargo, pese a que supiese perfectamente que no tendría que pasar por el martirio de seguir los pasos del despreciable ser humano que era su abuelo, Rin también era consciente del porqué de su estadía en aquel instituto. En definitiva, nadie era más rencoroso que un Egin. Por suerte, Rin tenía el consuelo de no compartir apellido con ellos.

— ¡Yukio-kun! ¡P-Por favor, acepta esto! Lo hice yo misma.

— ¿Hm? Gracias, pero... ¿Quién eres?

Aquella chica de primero se sintió la más afortunada cuando aquel joven castaño le sonrió tan amablemente y aceptó el bento que había preparado. Pese a que sentía que las piernas querían fallarle y el rostro le ardía en vergüenza, pudo decir su nombre sin tartamudear mucho.

— Pobre chica. Por lo menos ese idiota no la humilló en público.

— ¡Reiji!

— ¿Qué? ¡En serio es un imbécil! Ah... Sin ofender, Rin.

— No importa. Él hace mucho que dejó de ser mi hermano. Es un Egin después de todo.

Ver como el chico había botado fríamente aquel bentou al bote de basura, no sin antes haber puesto su mejor cara y despedirse de la joven prometiendo que lo comería, lo llenó de rabia. ¿Quién en su sano juicio desperdiciaba la comida de ese modo? En definitiva, no aceptaba que ese cretino fuese familiar suyo.

— ¿Realmente no te importa?

— No, y dudo que yo le importe a él a estas alturas.

Su hermano menor era Yukio Okumura, aquel llorón y miedoso que siempre dependía de él y con quien podía contar para cualquier cosa. Sin embargo, aunque le doliese, Rin era consciente de que su hermanito había muerto hace muchos años atrás. Jamás aceptaría a Yukio Egin, ese bastardo hipócrita y traicionero, como su gemelo.

— ¿A dónde irán después de que terminen las clases? Por lo menos, en fin de semana nos dejan salir.

— Reiji, apenas es la primera semana. Además, los de primer semestre no podemos salir hasta después de terminar el primer Parcial.

— ¿¡Qué!? ¡Eso es injusto!

— Sabía que dirías eso... ¿No prestaste ni un poco de atención en la ceremonia de bienvenida?

Reiji no se contuvo respecto a iniciar una serie de quejas por cada cosa injusta que, a su parecer, disfrazaban de reglas con el único fin de atormentarlos. Rin silenciosamente asentía, de acuerdo en algunas cosas con Reiji y en otras con Sei, o al menos así era hasta que se sintió observado.

No tardó en mirar a su alrededor, tratando de encontrar a la persona que lo miraba tan fijamente, pero en aquella zona del campus sólo se encontraban ellos. Su incomodidad fue notada por los otros dos chicos, quienes dejaron su pequeña discusión de lado.

— ¿Pasa algo, Rin?

— Me está viendo fijamente... No sé si quiera buscar pelea conmigo.

— ¿Quién?

— El chico de la ventana. Ahí, en la oficina del director.

Trataron de no ser muy obvios, pero intuían que aquel joven no les haría caso debido a la manera tan directa e indiscreta en la que Rin le devolvía la mirada. Aquel chico no hizo ningún gesto o señal, simplemente le vio unos instantes más con aquella mirada intimidante y se alejó de la ventana.

— ¿Lo conocen? Lleva el mismo uniforme que nosotros.

— No, no lo había visto en toda esta semana. ¿Y tú Reiji?

— Tampoco. Pero quizás sea uno de los estudiantes transferidos. Mi padre me contó algo un día antes de que me refundiera aquí, pero estaba tan molesto que lo mandé a la mierda y no le puse mucha atención.

— Debí imaginarlo viniendo de ti, Bakatori.

— ¡Cierra la boca, Bakamura!

La pinta de aquel tipo no le inspiraba confianza. Mientras terminaba de desempacar y acomodar su lado de la habitación, volvía siempre al mismo tema. ¿Qué haría si realmente aquel sujeto intentaba buscar pelea con él? Sin duda alguna, de acceder, el progreso que ya tenía se vendría cuesta abajo.

No pudo meditarlo mucho antes de que Shiro entrara a la habitación y se dejara caer en su cama. Fujimoto se veía totalmente exhausto, se preguntó si eran excesivamente pesados los últimos semestres de la Preparatoria. Sin embargo, antes de que dijera algo, el peli-gris desenterró la cara de la almohada y paseó la mirada por el cuarto.

— ¿Dónde está Kuro?

— ¿Eh? Cuando llegué no había nadie, pensé que ya habrías llegado y lo llevaste contigo.

— ¡Maldita sea, Rin! Ese mugre gato de seguro se salió por la ventana que seguramente tú no cerraste.

— ¿¡Ah!? ¡La ventana estaba y aún está cerrada! ¡Tú fuiste el último en salir del cuarto! ¡Seguramente no le pusiste seguro a la puerta y Kuro se escapó!

Ambos se miraron con reproche, no obstante, los dos comprendían la razón del que el contrario se encontrara tan molesto. Aquella escuela contaba con varios perros guardianes, si bien estos estaban bien adiestrados y no atacaban a los estudiantes, nadie les impedía lastimar a las mascotas traviesas que los alumnos trajeran con o sin autorización del colegio.

— ¿Qué hora es?

— Todavía las cinco. El toque de queda para los de primero es hasta las 8. Tenemos un par de horas antes de que tengas que regresar al dormitorio, Shura sale hasta las 9. Si no lo encontramos antes de eso, y espero que sí demos con él, haré que Shura me ayude a buscarlo. ¡Carajo! Olvidé que Kuro sabe abrir este tipo de puertas.

— En estos casos ya no me parece tan buena idea haberle enseñado cómo.

Shiro estaba lo suficientemente preocupado como para recordarle que él había sido el maestro de Kuro en lograr aquella acción tan problemática. Ante el inminente peligro de que el gato fuese encontrado primero por los perros guardianes que rondaban el campus, se terminaron separando para cubrir más terreno.

— ¡Kuro! ¡Oye, Kuro!

Por ello, Rin no supo si alegrarse o maldecir cuando, al ir avanzando, escuchó con claridad los insistentes ladridos de un par de perros y el maullido asustado del gato. Ambos canes tenían la mirada fija en la copa del árbol, hubiesen continuado ladrando de no ser porque Rin se acercó. 

No obstante, los caninos estaban dispuestos a ignorar al adolescente y continuar con su escándalo, de no ser porque les pidió a los guardias que alejaran a los perros con tal de bajar a Kuro del árbol. Era un alivio que aquel mendigo gato fuese una mascota autorizada en el internado.

— ¡Kuro! ¡Baja! ¡Kuro! ¡Oye!

Quizás el gato estaba demasiado asustado para bajar por su cuenta, o todavía no se confiaba de estar a salvo de las fauces de aquellos animales. Cuando creyó que no tendría más remedio que trepar al árbol para bajar a Kuro, y después avisarle a Shiro que lo había encontrado, se llevó una extraña sorpresa.

Kuro bajó del árbol, pero no lo hizo solo. El pequeño felino se encontraba tranquilamente en brazos de un joven, que acababa de descender de un salto del escondite en el cual tanto él como el gato habían estado refugiados.

Rin no se quedó mudo por la aparición del muchacho, sino al vislumbrar las múltiples vendas manchadas de sangre que cubrían la mayor parte de su cuerpo. Y justo cuando se disponía a acercarse a ellos, en un intento de agradecerle y decirle que esa era la mascota que buscaba, pasó.

Aquel desconocido miró a verle de reojo y, sin decir ni una sola palabra, dejó al gato en el suelo y se apresuró a huir del sitio. Pero aún así, Rin le reconoció. No era la primera vez en aquel día que veía aquella mirada intimidante de ojos azules.

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Y sigo de terco xD Sé que debería actualizar los otros fic, pero hay ocasiones en las que ciertas ideas no me dejan concentrarme hasta que las escriba ;-;

Sin más, espero que les guste esta historia y no me linchen :3


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