Prólogo: El incendio
Al pie de la fuente ubicada en medio de la pequeña aldea al sur de Old Haven, dos pequeñas, visiblemente diferentes, jugaban y charlaban. La primera, de cabellos y ojos castaños, hablaba y hacía miles de ademanes en el aire con un perceptible entusiasmo; la otra, de cabellos rubios, ojos azules y actitud tímida, escuchaba mientras alisaba el cabello de la muñeca de trapo que tenía en sus manos. El cariño que le profesaba se reflejaba en las delicadas caricias de sus pequeños dedos. Era una muñeca sencilla, pero hermosa, con cabello cobrizo, piel pálida, vestido azul y ojos de botón color verdes. Era su pequeño tesoro, y la amaba lo suficiente como para prestársela a Ivanna, su amiga, en pocas ocasiones.
El cielo azul complementaba el ambiente ligero que los habitantes disfrutaban cada día. La aldea era un refugio para ellos y para todos los que huían de las limitaciones de su especie. Habían trabajado muy duro para lograr esa libertad durante los últimos 4 años y, aunque eran conscientes de que no duraría para siempre, querían disfrutar de ella lo más que pudieran.
Lile bostezó, abrazando a su muñeca. El ambiente se había tornado cálido y le había dado sueño. Se giró para decirle a su amiga que fueran a casa, pero antes de que pudiera pronunciar alguna palabra, el ruido de una explosión interrumpió el discurso de la castaña. La pequeña castaña frunció el ceño, tomó la mano de su amiga y comenzó a alejarla del lugar con cautela, tal como su padre le había enseñado. Los demás habitantes detuvieron sus actividades y observaron a lo lejos, intentando comprender la causa del ruido.
Un grito desgarrador siguió a la explosión, y quienes habían estado observando a la distancia comenzaron a caminar y correr en todas direcciones.
Las niñas caminaron en dirección al oeste, esquivando a los demás. Necesitaban encontrar a sus padres.
A lo lejos se escuchaban gritos y ruidos de disturbios, pero ellas los ignoraban lo mejor que podían. Debían seguir avanzando, debían...
La castaña se detuvo de golpe, haciendo a Lile tropezar. Su casa estaba siendo devorada por el fuego, justo frente a sus ojos.
La pequeña rubia soltó su agarre y salió corriendo en dirección a su casa, pensando en su madre, que se había quedado ahí cuando ella salió a jugar. Había prometido hacer su comida favorita para almorzar juntas.
Corrió con todas sus fuerzas, ignorando la conmoción a su alrededor. Afortunadamente, su casa aún no había sido alcanzada por el fuego. Abrió la puerta bruscamente y se paralizó al ver a dos hombres, vestidos con lo que parecía un uniforme negro, acorralando a su madre. La mujer abrió los ojos, aterrada al verla. Los hombres voltearon en su dirección, con la mandíbula manchada de sangre, igual que sus manos.
—¡Corre, Lile! ¡Corre! — dijo su madre arrojándose sobre los hombres, pero ella no podía moverse. Estaba paralizada—. ¡CORRE! — pronunció una última vez antes de que le destrozaran el cuello frente a sus ojos.
Su cuerpo temblaba y lágrimas silenciosas caían por su rostro. Los hombres se levantaron del suelo, donde yacía el cuerpo inerte de su madre, y comenzaron a acercarse a ella. Por el miedo, soltó su muñeca en un acto distraído y salió corriendo sin mirar atrás. Sabía que la seguirían y la atraparían, después de todo, eran mucho más grandes y fuertes que ella. Pensó en correr hacia el bosque y ocultarse ahí, pero antes debía buscar a su amiga, su casa no estaba muy lejos.
Aceleró el paso lo más que pudo. No la veía a la castaña por ninguna parte y tenía miedo, sabía que estaban siguiéndola y solo debían esforzarse un poco para atraparla.
Sintió un jalón en el brazo y cayó justo en medio de dos casas que colindaban con el bosque.
—¡Tápate los ojos! — escuchó alguien ordenarle y, lo siguiente que vio, fue a su pequeña amiga de 5 años destrozando el cuello de sus perseguidores justo como ellos lo habían hecho con su madre. De alguna manera, había conseguido saltar en sus hombros y, con sus dientes filosos, de un aspecto que ella jamás había visto, los mató en un movimiento rápido. Ambos cuerpos cayeron al suelo mientras la pequeña lanzaba un gutural alarido al cielo. Ella cubrió sus ojos en ese momento.
La pequeña castaña limpió sus manos y boca ensangrentada lo mejor que pudo con su vestido, y se acercó a su amiga cambiando sus dientes a su forma usual.
—Ven, vamos— le dijo tomando su mano y caminando junto a ella hacia el bosque. Nadie intentó seguirlas, estaban muy ocupados con los disturbios de la aldea.
Giraron una última vez hacia atrás y vieron las llamas a través de los pocos árboles que ya habían pasado. No había forma de regresar.
Caminaron alrededor de dos horas sin estar muy seguras de a dónde ir o qué buscar. Tenían un amigo que solía visitarlas algunas veces. Decía que cruzaba el bosque cuando nadie lo veía para llegar ahí. Quizá podían llegar con él y esconderse mientras todo se calmaba, luego regresarían a buscar a sus padres y a los hermanos de la castaña.
Un ruido cerca de ellas alertó los nuevos instintos asesinos de la castaña, provocando que mostrara los dientes de manera feroz y adoptara una posición de ataque, casi como un animal. Su amiga intentó no asustarse con su recién descubierta forma.
—Tranquila. No les haremos daño. Vinimos a ayudar— dijo una mujer rubia vestida con un uniforme azul parecido al de los hombres que causaron el disturbio en la aldea. Mantenía ambas palmas en alto observando a la pequeña que podía atacarla en cualquier momento.
—Tranquila. No temas. El disturbio acabó, están a salvo— dijo un hombre de barba blanca vestido con un traje de etiqueta blanco mientras salía de las sombras. Irradiaba una calma que jamás habían experimentado.
La castaña se tranquilizó poco a poco, pero no bajó la guardia.
—Las llevaremos con nosotros— dijo la mujer acercándose con cuidado a ellas. Las pequeñas se tomaron de la mano y se vieron. Lile asintió, asegurándole a su amiga que estarían a salvo, y comenzaron a caminar esperando que los extraños de aspecto amable las guiaran.
Al cabo de unos minutos, llegaron a un campamento con más personas de uniforme azul, pero no lograron divisar a nadie de su aldea. Las limpiaron y vistieron con batas blancas con cinturones, de color dorado para la rubia y plateado para la castaña. Les ofrecieron alimento, pero lo rechazaron porque no tenían hambre. Sus pequeños estómagos estaban hechos nudo.
En una de las carpas blancas había aparatos extraños. Les pidieron que se recostaran en unas mesas de metal y uno de los aparatos las examinó de pies a cabeza. Después de eso, las llevaron a otra carpa donde había varias camas y ambas se acostaron juntas, abrazadas, esperando dormir y despertar en un mejor lugar.
—¿Qué porcentaje tienen? — preguntó un hombre castaño a la mujer rubia.
—La de ojos azules es 100% ángel. Es extraño. Ninguno con esa edad, en esa zona, tiene un porcentaje así. Como sea, no creo que tenga problemas para adaptarse. La que me preocupa es la castaña.
El hombre rió—. Es solo una niña.
—Lo sé, pero mira sus porcentajes— le tendió una tabla de registros. El hombre frunció el ceño.
—Debemos informarle...
—Ya lo sabe. Le dije en cuanto tuve los resultados. Dijo que debíamos protegerla. El único 50/50 que habíamos visto es tu hijo.
—Ethan no tiene genes de demonio— replicó el hombre inmediatamente—. Y dejó de ser humano en cuanto su madre subió.
—Lo sé, Jeremiah, pero es lo más cercano que habíamos visto a algo así... La pequeña pudo haber prevenido esa tonta guerra. Los demonios pudieron haber entendido que podía existir un balance.
—Claro que no. No estarían quietos hasta tener el poder absoluto y lo sabes— observó a las pequeñas dormidas con aire paternal—. ¿Ya les asignaron un hogar?
—No, aún no. Debemos llevarlas a La Oficina para que borren sus recuerdos. Espero que los demás sean comprensibles con ella. No la tendrá muy fácil, especialmente con él persiguiéndola.
La pequeña rubia sintió pánico al escuchar las palabras de aquella mujer. No quería olvidar a su madre, ni a su amiga, ni a Ethan y cómo jugaban cuando llegaba a visitarlas, o a Edward, el hermano menor de Ivanna, que tenía su edad y solía jugar con ellas algunas veces. Recordaba la vez en que su hermana lo convenció para vestirse como mujer y la cara de su padre cuando lo había visto bailando "sexy" mientras usaba la escoba como un tubo. No quería olvidar todo eso...
Pero tampoco quería recordar.
—Ivanna... — susurró a su amiga, que yacía dormida frente a ella—. Ivanna...
—Hmmm.
—¿Tú quisieras olvidar todo lo que pasó?
—Hmmm... No, porque no sabría cómo encontrar a Edward o a Elliot o a papá o a ti o a...— el sueño la tomó en sus manos otra vez.
Lile suspiró. Podía pedirle al señor de la barba que no la hiciera olvidar a su mamá ni a sus amigos, pero ¿y si era peligroso para Ivanna que recordaran? Habían dicho que debían protegerla. Ella tenía que protegerla también, era todo lo que le quedaba.
—Te quiero— le susurró y la abrazó, dejando que el sueño la atrapara.
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