1. "Heridas"
No puedo respirar. Mis oídos pitan, mis manos tiemblan, mi tráquea parece haberse cerrado por completo y lucho por llevar el aire a mis pulmones. El jadeo proveniente de mis labios reverbera en la acústica del reducido baño en el que me encuentro, y mi mirada se ha nublado por las lágrimas que invaden mis ojos.
Mis extremidades pesan, mis brazos se han entumecido y el frío recorre cada centímetro de mi espina dorsal; la humedad tibia de mi sangre moja el pantalón del pijama que traigo puesto, pero no puedo hacer absolutamente nada para detener el torrente caliente que proviene de mis muñecas. Mis párpados amenazan con cerrarse por completo, mi cuerpo apenas responde a las demandas de mi cabeza, y el pánico se arraiga en mi sistema. Voy a morir aquí y nadie va a notarlo.
Bailo en el limbo de la semiinconsciencia, y lucho para mantenerme a flote. El dolor en mi pecho es insoportable, la sensación de pesadez es cada vez más intensa...
"No quiero morir. No quiero morir. ¡Maldita sea!, ¡no quiero morir!"
Imágenes inconexas llenan mi entorno. Un familiar rostro aparece en mi campo de visión, y desaparece de inmediato. Siluetas luminosas se arremolinan a mí alrededor, pero no soy capaz de distinguir las facciones de quienes me rodean.
Alguien dice mi nombre con angustia y preocupación, pero no puedo responder. No puedo pronunciar palabra alguna. No puedo moverme...
Mi boca se abre para hablar, pero un ataque de tos me impide decir cualquier cosa. El dolor punzante en mis muñecas apenas me deja pensar con claridad. Todo mi cuerpo se estremece cuando el ardor quema en mis extremidades. Soy vagamente consciente de las palabras tranquilizadoras que son susurradas en mi oído, y de la presión en mis antebrazos que hace que mis manos hormigueen.
El escándalo que se ha apoderado del ambiente, se siente ajeno a mí. Se siente como si estuviera debajo del agua y no fuese capaz de distinguir nada debido a eso. El pánico momentáneo se esfuma con cada segundo que pasa; el dolor en mi pecho pasa a segundo plano, y cada vez me siento más y más desconectada de mi cuerpo.
No soy yo quien se encuentra tirada en el baño, muriendo a causa de un ataque de asma y una hemorragia. No soy yo quien lucha y patalea con desesperación mientras trata de recuperar el aliento. No soy yo quien llora del miedo y de la angustia.
"Déjalo ir..." susurra una voz dentro de mi cabeza. "Déjalo ir, Bess."
Entonces, me dejo ir...
~*~
El sonido agudo taladra en lo más profundo de mi cabeza. Un extraño zumbido invade mi audición, y todo se vuelve un poco más vívido e intenso.
Mis párpados bailan con el movimiento de mis globos oculares, y soy un poco más consciente de lo que sucede a mí alrededor. El olor a alcohol y antiséptico, hace que mi nariz pique; el dolor en mi pecho es sordo, un claro contraste con la insoportable agonía que sentí con anterioridad. El aire dentro de mis pulmones se siente como el mayor de los placeres, y la pesadez es bien recibida por mis músculos agarrotados.
Trato de abrir los ojos una vez más. Ésta vez, tengo éxito, pero vuelvo a cerrarlos en el momento en el que la luz cegadora me golpea de lleno. Entonces, trago duro y noto el ardor en mi garganta. Tengo sed. Estoy cansada. No sé dónde estoy, pero quiero ir a casa...
Intento abrir los ojos una vez más, pero el sonido suave de una voz familiar inunda mis oídos antes de que lo consiga—: No puedo más con esto, Nathan —es Dahlia -la hermana de mi madre-, quien habla. Suena alterada hasta la mierda—. ¡Se hizo agujeros en las malditas muñecas!
—Debes que tranquilizarte, cariño —susurra Nate, su prometido—. Bess ha pasado por muchas cosas horribles, ¿recuerdas?
— ¡Trató de suicidarse! —El susurro furioso de mi tía, hace que mi estómago se revuelva con violencia—, ¿cómo se supone que trate de ayudarla si ella hace éste tipo de cosas?
—Con todo el cariño y la paciencia que tienes, amor —sé que trata de sonar tranquilizador, pero hay un filo tenso en el tono con el que habla—. Bess necesita terapia y te lo dije hace mucho tiempo, ¿ahora comprendes el por qué?
—N-Ni siquiera sé con qué se hizo daño... —el temblor en su voz, me hace saber que está llorando—. No hay nada en casa que pueda hacer algo así. ¿Qué clase de objeto hace ese tipo de heridas?
— ¿Revisaste en su habitación?
— ¡Claro que lo hice, maldita sea! —Mi tía Dahlia suena más allá de lo indignada—. No encontré absolutamente nada ahí, Nathan. Creí que era una chica solitaria, pero esto va más allá de mis capacidades de comprensión... —se detiene un segundo—. No sé qué hacer. No estoy lista para jugar a ser la madre de una adolescente traumatizada. No estoy lista para lidiar con ésta mierda.
Los recuerdos vienen a mí como flashes rápidos e inconexos. La horrible pesadilla, el baño del apartamento de mi tía Dahlia, la sangre cubriendo el suelo; él pánico, el miedo, la incertidumbre, el ataque de asma... Trato de recordar ese lapso de tiempo perdido entre el recuerdo de mí, yéndome a la cama, y mi aparición repentina en el baño después de haber tenido un horroroso sueño.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal, y una sensación helada invade mi cuerpo. El miedo se arraiga en mis entrañas como el peor de los monstruos, y el nudo en la boca de mi estómago se retuerce una y otra vez con horror e incertidumbre.
"¿Qué pasó?, ¿qué demonios hice?..."
Mis ojos se abren, pero ésta vez son las lágrimas traicioneras las que me impiden ver con claridad. El nudo en mi garganta es tan intenso, que apenas puedo respirar. La habitación blanca a mí alrededor, sólo confirma eso que ya sé... Estoy en un hospital.
El zumbido de las máquinas amortigua un poco la discusión a susurros que mantienen las dos personas que han visto por mí durante los últimos meses; sin embargo, eso no disminuye el impacto que han tenido las palabras de la única persona que me ha tendido la mano en mucho tiempo. No disminuye la sensación enfermiza que me invade por completo.
Desde el accidente, mi vida ha sido un completo desastre. He tratado de mantenerme firme ante mi nueva realidad, pero últimamente se siente como si estuviese cayéndome a pedazos y nadie pudiese notarlo. A veces, lo único que quiero es cerrar los ojos y desaparecer. Dejar de existir y dejar de ser una carga para todos los que me rodean... Sin embargo, no puedo.
No puedo dejar de ser la chica que lo perdió todo en un abrir y cerrar de ojos, y que ahora se encuentra atascada en una odiosa realidad alterna a la que solía tener.
— ¿Bess? —La voz de Nate, me saca de mi ensimismamiento y me trae de vuelta a la realidad. Mi mirada se posa en la silueta familiar a mi lado, y me enferma notar las bolsas oscuras debajo de sus ojos claros. El agotamiento que surca sus facciones, hace que me sienta más culpable que nunca—, ¡Dios mío!, ¡gracias al cielo que estás bien!
No me atrevo a decir nada. Me limito a quedarme quieta en mi lugar.
Por el rabillo del ojo, noto a mi tía Dahlia, quien se encuentra congelada en la puerta. Su mirada y la mía se cruzan fugazmente, y es suficiente como para darme cuenta de que sabe que la escuché hablar. La culpa se ha arraigado en su expresión, y me siento miserable. Ella no dice nada, sin embargo. Se limita a acercarse y tomar mi mano con suavidad.
—Me asustaste hasta la mierda, Bess —las lágrimas en sus ojos, hacen que me sienta la peor de las personas, pero no puedo borrar el atisbo de resentimiento que ha nacido en mi pecho por lo que dijo hace unos instantes.
—Yo... —trato de formular una oración coherente, pero es imposible—. N-no sé qué pasó. No entiendo...
—Shh... —su mano libre aparta los mechones de cabello fuera de mi rostro—. Está bien, Bess. Todo está bien.
Quiero gritar de la frustración, pero me limito a apretar la mandíbula y asentir con la cabeza.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que Dahlia deba marcharse por petición del médico que me atiende. Tampoco sé cuánto tiempo paso rodeada de enfermeras desde que ella se va.
Se han encargado de revisar mis signos vitales y retirar la cánula respiratoria de mi nariz, para darme mi inhalador regular. También han revisado las heridas en mis muñecas un par de veces.
Un médico vino hace un rato a verificar cómo estaba y anunció que me retiraría los analgésicos. A partir de ese momento, el dolor en mis extremidades, se ha vuelto insoportable. Al parecer, hice unos agujeros en mi piel, casi hasta llegar al hueso. Sin embargo, no rompí ningún vaso sanguíneo importante; es por eso que voy a poder ir a casa ésta misma noche.
Hace una hora vino un psiquiatra a verme. Las preguntas sobre lo sucedido anoche no se hicieron esperar, y tuve que responderlas todas como pude, a pesar de que no recuerdo absolutamente nada.
El hombre me preguntó acerca del accidente y de cómo me siento ahora que enfrento al mundo por mi cuenta. No mentí cuando dije que me sentía sola y fuera de lugar. Tampoco fui capaz de mentir respecto a las pesadillas y los constantes miedos absurdos que me asaltan de vez en cuando. No hablé sobre el extraño delirio de persecución que me ha inundado últimamente, y tampoco me atreví a hablar sobre mis pocas horas de sueño; mucho menos le dije sobre los largos periodos en los que mi memoria se queda en blanco.
Sé que algo no va bien. Sé que debo hacer algo, pero no me atrevo a contarle a nadie que me la vivo atormentada sin razón alguna desde hace un par de semanas; que se siente como si algo horrible estuviese a punto de ocurrir, y que no hay absolutamente nada que pueda hacer para detenerlo.
El psiquiatra no trata de reprenderme. De hecho, no habla en lo absoluto cuando empiezo a relatarle mis extrañas pesadillas y el patrón que las caracteriza: en todas ellas, soy clavada por las muñecas y los tobillos.
Él me escucha con atención y mantiene su expresión en blanco mientras le cuento todo lo que recuerdo sobre la noche anterior, y cómo de asustada me siento por esa laguna en mi memoria.
Una vez terminada mi diatriba, hace un par de anotaciones en su libreta y me asegura que me recetará algo para que mis horas de sueño sean más provechosas. Entonces, se levanta y sale de la habitación.
Son casi las ocho de la noche cuando, finalmente, soy dada de alta del hospital. Dahlia y Nate no hablan de camino a casa.
Cuando llegamos al apartamento, me siguen hasta mi habitación, y anuncian que empezaré a tomar terapia psicológica. No me atrevo a decir una sola palabra. Sé que no tengo cara alguna para negarme a algo así. No después de haber hecho lo que creo que hice.
Una vez que dan por zanjado el tema, se marchan y me dejan sola.
Mi vista recorre la estancia y se detiene en la fotografía que hay sobre mi mesa de noche. Algo intenso y fuerte atenaza mi pecho cuando veo a mi familia en ella. No es una imagen reciente; sin embargo. En ella, Freya apenas tiene cinco años: Jodie nueve y yo doce; mamá luce más joven de lo que recuerdo, y papá no lleva puestos sus ridículos lentes.
Los recuerdos brutales del accidente invaden mi cabeza y lo único que soy capaz de hacer es tratar de empujar lejos de mi memoria los gritos aterrorizados de Freya, y los gemidos adoloridos de Jodie.
Papá fue el primero en morir; el impacto contra el tráiler lo mató de inmediato. Mamá fue la siguiente; ella murió cuando caímos por el barranco. Freya salió despedida al momento de la colisión contra el suelo, pero no murió hasta los dos días después. Jodie murió un día antes de que me encontraran; cuatro días después del accidente. Tuvo una barra metálica atascada en el estómago todo el tiempo... Estoy segura de que le dolía como el infierno.
Yo quedé atrapada de la cadera hacia abajo, dentro del coche. Estuve a punto de perder la pierna izquierda. Mi cadera quedó pulverizada y una de mis vértebras se fracturó. Nadie esperaba que fuese capaz de caminar por mi cuenta después de eso; sin embargo, aquí estoy, de pie en una solitaria habitación, andando por mis propios medios.
El mundo entero dice que soy un milagro. Que Dios fue bueno conmigo y me dio una segunda oportunidad... Yo más bien lo veo como una tortura. Me dejó aquí, aún sabiendo que iba a estar sola. Me dejó aquí, aún sabiendo que hubiese preferido morir en ese lugar con toda mi familia.
Trato de lanzar los pensamientos dolorosos fuera de mi cabeza, y me dejo caer sobre la cama sin siquiera molestarme en mover el edredón. Levanto los brazos y poso mi vista en los gruesos vendajes en mis manos.
El doctor preguntó una y mil veces con qué artefacto hice las heridas; sin embargo, no pude responder. Yo tampoco tengo idea de qué demonios fue lo que hice, o con qué lo hice. No puedo dejar de pensar en la pesadilla que me asecha siempre. No puedo evitar sentirme aterrorizada con las horribles similitudes que hay entre ese horrible sueño y lo que hice anoche...
"¿Qué demonios está pasando contigo, Bess?..."
~*~
El calor en mi espalda hace que me revuelva con incomodidad. Me acurruco en un ovillo, pero estoy casi despierta. Soy consciente del dolor punzante de mis muñecas y del calor que golpea mi espalda; de la sábana enredada en mi pierna derecha y, sobretodo, soy consciente del zumbido constante que resuena sobre la madera de mi mesa de noche.
Un gemido quejumbroso brota de mi garganta, pero estiro una mano hasta alcanzar el mueble. Comienzo a tantear en él antes de tomar mi teléfono y responder la llamada entrante sin siquiera me molestarme en mirar el identificador.
— ¿Diga? —Mi voz suena ronca y pastosa debido al sueño.
— ¿Sigues dormida?, ¿sabes qué hora es, Bess? —La voz de Emily termina por ahuyentar el sueño de mi sistema.
— ¿Qué hora es? —Escucho mi voz, pero suena extraña en mis oídos. Como si estuviera en un túnel a decenas de metros de distancia.
— ¡Son las doce del día!, ¿Dahlia no te dijo que llamé ayer para ver cómo estabas?, ¿qué accidente tuviste?, estaba muy preocupada por ti.
—No fue nada —miento—. Fue un pequeño corte con un cuchillo. Nada grave.
Cubro mi cara con un brazo, en un débil intento de aminorar el reflejo de la luz que se filtra entre mis párpados. No quiero contarle respecto a lo ocurrido. No quiero que ella sepa qué fue lo que pasó. No quiero que me mire del mismo modo en el que lo hacen Dahlia y Nate. No lo soportaría.
— ¡Dios!, ¿pero estás bien?..., de cualquier modo, ¡son las doce del día!; si mi mamá me encontrara dormida diez minutos después de la hora de levantarme, me gritaría hasta que saliera de casa —escucho el humor en su voz y no puedo evitar sonreír—. Levanta tu desnutrido trasero de esa cama y vamos a almorzar al centro.
— ¿Vas a pagar mi Big Mac? —Bromeo, mientras me incorporo.
— ¡Por supuesto que no! —Chilla con indignación.
— ¡Oh, vamos, Ems!, paga mi Big Mac.
— ¡Te he dicho que no! —Me corta de tajo—. Apresúrate, que llego a tu casa en quince minutos —entonces, cuelga.
El silencio ensordecedor se apodera del ambiente mientras miro hacia todos lados. Intento no pensar en lo ocurrido los últimos días, pero es imposible; sobre todo cuando el dolor insoportable de mis muñecas no deja de recordarme que hay algo malo en mí.
Me toma alrededor de diez minutos alistarme. Mi pantalón de pijama es reemplazado por unos vaqueros desgastados, y la sudadera con la que dormí, es sustituida por una blusa de mangas largas que cubre mis vendajes. Metódicamente, envuelvo mis muñecas con gasas nuevas y las cubro lo mejor que puedo debajo del material de mi camisa.
Tomo una goma para el cabello, mi chaqueta, mi cartera y mi teléfono, antes de salir a la sala de estar.
Dahlia y Nathan trabajan casi todo el día, así que no me sorprende encontrarme sola en el apartamento. Estoy a punto de salir cuando me percato de la nota que está sobre la mesa de centro de la sala que dice:
"Cenaremos juntos. Si sales, lleva tu teléfono."
Nunca hacemos nada juntos y no puedo evitar pensar que esto es un intento desesperado de Dahlia por traer normalidad a mi vida.
El intercomunicador del apartamento me saca de mis cavilaciones y me obligo a empujar esos extraños pensamientos lejos, para apresurarme a salir y tomar el elevador rumbo a la recepción del edificio.
—Deberían prohibirte salir de casa sin desenredar tu cabello —se burla Emily cuando me acomodo en el asiento del copiloto de su viejo auto.
Ignoro su comentario y me concento en la tarea de amarrar mi mata alborotada de hebras oscuras en un moño despeinado.
—Buenos días a ti también —le sonrío a desgana.
Conozco a Emily desde que puedo recordar. Solía vivir en el mismo barrio que ella, así que asistimos a las mismas escuelas hasta que el accidente ocurrió. A pesar de todos los cambios por los que pasamos, aún sigue siendo la misma chica noble que conocí en el jardín de niños.
—Thompson nos ha dejado un trabajo por equipos. Estás en el mío —dice mi amiga, sin despegar la vista del camino.
Una sonrisa suave se dibuja en mis labios. Introduzco ambas manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta y mi corazón da un vuelco cuando no soy capaz de sentir las llaves del apartamento.
—Gracias —mascullo, mientras rebusco en los de mis vaqueros. No recuerdo haberlas tomado.
—Nada de 'gracias'. Tendrás que hacer tú sola la mitad del trabajo por faltar a clases.
—De acuerdo —me encojo de hombros, y continúo con mi búsqueda.
—A veces siento que me das la razón sólo para mantenerme callada —se queja ella, en voz baja.
— ¿Te sientes bien, Ems? —Hablo, medio distraída. Entonces, masculla algo que no soy capaz de entender y frunzo mi ceño, en confusión—. ¿Qué dijiste? —Digo, porque realmente no he podido entender nada de lo que ha dicho.
— ¡Dije que el imbécil de Frank no me ha llamado! —Dice en un grito. No puedo evitar saltar en mi asiento.
Emily, toda intimidante como luce, es la persona más vulnerable que conozco. A pesar de su mirada dura, piel oscura, rasgos afroamericanos y carácter explosivo, Emily Smith es la chica más enamoradiza, vulnerable y sentimental que he conocido en mi vida.
—Si no te ha llamado, es porque es un imbécil —resuelvo, porque sé que esas son las palabras que va a utilizar para definir su situación al final del día.
— ¡Creí que era diferente!, ¡todo había salido de maravilla! —Su expresión es tensa y triste al mismo tiempo. Sus manos aprietan el volante con tanta fuerza, que sus nudillos se ponen blancos—. El idiota no se ha dignado a llamar para decir que ha terminado todo; ¿cuán injusto es eso?
Lo cierto es que conoció a Frank no hace más de una semana, en una fiesta de la fraternidad de su hermano mayor. Es muy dada a romancear con borrachos mayores que lo único que buscan es una noche de diversión. Ella cree que el amor de su vida va a presentarse a su puerta en el lugar más inesperado, y que va a vivir un romance apasionado e intenso.
—Es un imbécil —digo con desdén, y añado en voz baja—: ¿Qué podías esperar de un chico al que conociste ahogado en alcohol?
Un suspiro cansino brota de su garganta. El silencio nos invade, mientras que el auto flanquea por las calles más concurridas de Los Ángeles. El tráfico es bastante fluido a pesar de ser casi la hora del almuerzo.
Emily estaciona el coche a un par de calles de distancia del McDonald's de la calle South Hope, y nos encaminamos a pie entre el bullicio de la gente apresurada, que no presta atención a nadie ni a nada más que a sus propios asuntos.
Mi mirada viaja hacia los hombres y mujeres arriba de sus autos. Tocan frenéticamente la bocina, como si pudieran hacer que el tráfico cediera con sólo esa acción. La gente camina presurosa por la calle. Unas personas empujan contracorriente, otras caminan distraídas, dejándose llevar por el andar y el ritmo apresurado de los demás.
Ems habla y yo la oigo, pero no la escucho en realidad. Mi cabeza está en otro lugar muy lejos de aquí. Me pregunto qué hubiese ocurrido si Dahlia no se hubiese levantado hace un par de noches. Me pregunto qué hubiese ocurrido si hubiese estado lo suficientemente adormilada como para no sentir el dolor de mis muñecas.
Me pregunto, por milésima vez, qué está pasando conmigo. Y, por milésima vez, no tengo la respuesta.
Distintas tonalidades de piel pasan como un borrón a mi alrededor; distintos tipos de ojos, distintos colores de cabello, distintas formas de caminar, distintas formas de vestir...
Personas absortas en su mundo. Personas que parecen haber nacido con un teléfono celular pegado a la mano. Gente que es ajena a los problemas del resto.
¿Quién puede culparlos cuando hay tanto con qué lidiar en el mundo real?...
A veces, es más fácil sumergirse en la tecnología y olvidarse de todo. Vivimos en un mundo que nos ha enseñado que debemos valernos por nosotros mismos, porque sólo el más fuerte prevalece.
El fuerte somete al débil y el débil somete al que no puede defenderse... Y nadie quiere ser el débil. Nadie quiere ser quien cede o da la razón. Libramos pequeñas batallas con quienes nos rodean, para no ser devorados por la crueldad del prójimo; y es entonces cuando me pregunto si habrá alguien, entre toda esta gente, que se sienta de la misma forma en la que yo me siento...
Me pregunto si hay alguien que no sepa cómo ganar sus propias batallas porque no sabe a qué está enfrentándose realmente.
¿Cómo enfrentas a las pesadillas y los miedos irracionales?, ¿cómo peleas contra los lapsos perdidos de memoria?, ¿cómo luchas contra la sensación enfermiza que provoca la sola idea de pensar que estás volviéndote loca?; ¿cómo lidias con toda esa mierda?...
Mi vista se detiene una fracción de segundo; sólo una fracción de segundo en la cual, soy capaz de distinguir una silueta inmóvil en medio del caos. Mis ojos se clavan en la figura estática y me quedo sin aliento por unos segundos.
La gente ni siquiera parece notarlo. La gente ni siquiera lo toca... Es como si no estuviera ahí.
Entonces, su mirada viaja en mi dirección. El reconocimiento me golpea con brutalidad. Conozco esa mirada. Conozco ese par de ojos color gris claro. Conozco la intensidad de su ceño fruncido y lo conozco a él.
"Pero, ¿de dónde?..."
Todo en él es aterradoramente familiar. Sé que he visto a ése tipo antes, pero no logro conectar los puntos en mi cabeza.
Lo observo a detalle con la esperanza de encontrar el nombre que va relacionado a esa cara, pero nada viene a mi memoria.
Su figura es alta e imponente; su cabello, negro como la noche, parece haber sido asaltado por una ráfaga de viento; su piel pálida hace que el color claro de sus ojos resalte, y una fina capa de vello facial cubre su mandíbula.
Lo conozco. Sé que lo conozco, pero no logro averiguar de dónde.
Su mandíbula angulosa se aprieta y sus tupidas cejas se fruncen en un ceño profundo cuando me mira directo a los ojos.
— ¿Bess? —Vuelco mi atención hacia Emily, quien me mira como si me hubiese vuelto loca. Ella me sonríe, a pesar de eso—, ¿qué estás mirando?
Sus ojos buscan el punto en el que mi atención estaba fija; y me giro, dispuesta a indicarle a aquel chico que me parece tan familiar; sin embargo, ahí no hay nada. No hay nadie...
Rebusco el lugar con la mirada, pero no encuentro nada más que caos vial y personas apresuradas.
—Creí haber visto a alguien que conozco —digo, pero mi voz suena inestable y ronca—, supongo que lo imaginé.
Miro una vez más, pero no encuentro nada. Mi corazón se acelera y siento que me falta el aliento. Empiezo a dudar que hubiese alguien ahí realmente, y eso sólo hace que el pánico se arraigue en mi cuerpo.
"¡Tranquilízate, Bess!" Trato de mantener a raya el pánico, pero es imposible.
— ¿Entramos ya? —Emily habla, con impaciencia, y yo asiento porque no soy capaz de confiar en mi voz para hablar.
Entonces, me obligo a seguirla en dirección a la puerta del McDonald's.
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