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—¡Miriam! —gritó su mamá al irrumpir a su cuarto—. ¿¡Qué hacés!? —Había escuchado a Miriam gritar con mucha furia.

—¡La voy a matar! —amenazó mientras estrangulaba a la sombra—. ¡La voy a matar!

Miriam estaba como un demonio, decidida a extinguir a su enemigo y concluir con todo lo que éste le hizo sufrir. Era una fiera, y su fuerza se había tornado bestial. Ahora le tocaba a ella ser el demonio. No tenía miedo de matar, era su vida la que había perdido. Su corazón palpitaba alocado, la adrelina era tal que se sintió poderosa. La sombra no la vencería.

—¡Nooo! ¡ Dejalo! —La mamá se abalanzó sobre su hija e intentó separarlos pero Miriam la apartó de inmediato y en un abrir y cerrar de ojos, su mamá había caído al suelo. Fue tal la sorpresa que se llevó ante la gran fuerza física de su hija que no supo qué más hacer. ¿Debía llamar a la policía? No quería que su hija fuera arrestada y tampoco quería que su esposo muriera. Y más allá de todo lo que estaba pensando, la escena era mórbida.

—No te metás —advirtió. No permitiría que nadie en el mundo le impidiera pelear por su vida. Nadie le impediría acabar con la sombra.

—¡Noooo! ¡Ay, Dios mío! —chilló—¡Ahhh! ¡Hija! —La sombra sucumbía—. ¡Es tu papá! —Estaba consciente que Miriam estaba fuera de sí y que no estaba distinguiendo la realidad de su entorno. No reconocía a su papá. Ella se refería a la presencia que la acechaba, pero -en realidad- entre sus manos sujetaba el cuello de su padre, que empezaba a desvanecerse, sus ojos se llenaban de sangre, estaba a punto de encontrar la muerte—
¡Vas a matar a tu papá! —le gritó y Miriam reaccionó, miró a su madre palidecer en el suelo, sus lágrimas se resvalaban en su rostro horrorizado y volteó sus ojos dementes hacia su enemigo, y descubrió a su padre agonizando. Su expresión cambió de la cólera al horror, porque en este entonces se dio cuenta que algo estaba mal con ella.

Acto seguido, se dejó caer al suelo y observó que su mamá se acercaba a su papá. Lo último que recordaría sería el rostro de su madre despavorida y el de su padre impotente, llorando sin consuelo.

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