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Súbitamente, algo despertó a Miriam. Era la sombra que se acercaba desde el ropero. Al parecer salía de allí. Miriam estaba inmóvil y tampoco podía hablar. Estaba acostada boca-arriba y podía escuchar el impacto de la lluvia en el techo y algunos truenos se desdeñaban en el firmamento. Y a medida que la sombra se acercaba, sus ojos se explayaban pasmados. Entonces cerró sus ojos y luego advirtió que aquella figura estaba cerca, ya que sentía su imponente presencia en su cara. Después comenzó a luchar contra una fuerza intangible que le abría sus ojos. El espectro quería mostrarle algo que la horrorizaría, por lo que tenía que impedir darle el gusto. No se rendiría, no abriría sus ojos por nada del mundo.

No obstante, apenas percibió que posó su mano sobre su antebrazo, Miriam saltó de su cama y se lanzó encima de la sombra con el único fin de exterminarla. Ni ella misma esperaba tener esa reacción.

—¡Maldita! —gritó—. ¡Te mataré! ¡Te mataré! ¡No me asustás, pedazo de mierda! —vociferó asiduamente—. ¡Te voy a hacer mierda!

La sombra estaba abatida. Parecía que -en realidad- era un ser mortal, de carne y hueso, al que no dejaría escapar. Vengaría todo el sufrimiento y vida perdida. Había abandonado la universidad y sólo quería dormir. Había pasado un tiempazo desde la última vez que abrió un libro, y tampoco había contactado con sus amigos. Sólo quería dormir, pues había empezado a tener pensamientos suicidas. Todo esto se lo pagaría.

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