Capítulo VIII
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-¡Ahhh! -gritó Miriam y cayó de la silla. Se había tirado de ésta en un acto desesperado por escapar de aquella sombra. Se levantó velozmente y corrió hasta la habitación de sus padres, quienes saltaron de su lecho alertas y acudieron con su hija, que había subido a éste como si la protegería de todo mal, por el simple hecho de que pertenecía a sus padres.
-¡Hay algo en mi habitación! -chillaba-. ¡Hay algo! ¡Hay algo! ¡Hay algo! -El padre de la joven tomó una llave francesa de su caja de herramientas ubicada en su ropero y se encaminó furioso hacia el cuarto de su hija. Y mientras tanto ella seguía gimoteando-: Hay algo en mi habitación. -Sus lágrimas y mocos caían a chorros sobre el cubrecama y su mamá se hallaba a su lado sobando su espalda. No supo de qué otra forma reaccionar, ya que Miriam estaba sufriendo un desfallecimiento exorbitante y debido a esto estaba boca-abajo hecha bolita sobre la cama. Su llanto era lamentable, a un nivel en que su propia madre se estremecía y -a la vez- se compadecía de ella.
*
-¿¡Dónde estás, hijo de mil puta!? -preguntó enfurecido-. ¡Te voy a matar! ¡Te haré MIERDA! -Estaba al borde de una locura infernal y de furia, sería capaz de descuartizar al delincuente que se atrevió a entrar a su hogar.
Sin embargo, nunca lo encontraría. Buscó en cada rincón y al no localizarlo, continuó con la búsqueda en el resto de la casa. Mas no había ningún entrometido. Así que salió afuera para cersiorarse de que el maldito no estuviera escondido en los alrededores. No obstante, todo su esfuerzo sería en vano. De haberlo encontrado, lo habría matado. Miriam llevaba meses sufriendo y tratando de sobrellevar y superar su situación, y su padre -en este punto- haría lo que fuera para que Miriam volviere a ser la de siempre.
-¿Cómo está? -preguntó a su esposa mientras ingresaba. Miriam estaba un poco tranquila pero seguía llorando. Lo que le estaba pasando era -para ella- imposible. Ya no estaba segura de lo que le estaba sucediendo. La realidad era confusa. Incluso su mamá se sentía confundida.
-Tenemos que hacer algo, Miguel, -propuso- esto no es normal.
-Lo sé -asintió afligido.
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Amiguitos,
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