Al despertar a la mañana siguiente, Irene dio gracias que es sábado y se estira suavemente, se destapa y se coloca las pantuflas antes de salir de la cama. Camina hacia el baño para lavarse la cara y cepillar sus dientes. Escupe sobre la pileta del baño y se seca la cara con la toalla. Apaga la luz y camina despacio, sale de la habitación y se acerca hacia la habitación de su hija. La única luz que hay en aquel cuarto es la luz del día, sonríe al ver lo hermosa que es su hija mientras está inmersa en sus sueños. Con cuidado, se sienta sobre la cama y se quita las pantuflas antes de acostarse, se tapa y abraza suavemente a su hija, mientras está le da la espalda.

Corre con cuidado el cabello de la niña que esta sobre su rostro y besa su mejilla sin despertarla. Su Elena fue lo mejor que le paso en la vida, lo único que la hizo revivir en ese duro momento, la salvo de la desconfianza, del abuso. La sacó de la soledad y la perdida del hombre que amo con todas sus fuerzas, su desconfianza y su odio le atravesó el corazón, le destrozo el alma, pero Elena apareció en ese momento para salvarla. Sin embargo, el embarazo fue muy difícil para Irene, más cuando dudaba la paternidad de la criatura, la semana de la concepción fue donde ocurrió el abuso y eso la llevo a la desesperación, se sentía tan sucia, se sentía la peor mierda y quería morir, no obstante, dentro suyo le grito una y otra vez que su niña era fruto del gran amor que se tuvieron. Un gran amor que no pudo ser y lo comprobó cuando vio a su niña después de dar a luz.

Vio en Elena los ojos negros de Federico, son los mismos del hombre que amo y eso la hizo llorar de felicidad y emoción. Conocer al fin a su hija la lleno de tanto amor y esperanza. Elena es lo único que necesita para ser feliz.

Sonríe con melancolía mientras la abraza con fuerza, suspira suavemente y su mirada va a la nada, pensando en Federico. Nunca pudo decirle a Federico sobre Elena, nunca se atrevió, no quiere que su niña sufra el rechazo de su padre y más cuando nunca creería ser padre de Elena.

Elena cambio su vida para mejor y lo único que quiere es que su hija sea feliz a toda costa. Hizo todo lo posible para que Elena nunca necesite un padre, aunque lo único que desea es que Federico la acepte, sin embargo, sabe que eso no podrá ser.

Si nunca le creyó aquel día, menos le creerá ser padre de una personita maravillosa.

Sus pensamientos desaparecen al oír la voz dulce de su hija.

-Mami.

Sus ojos azules observan los de su hija y sonríe al verla despierta.

-Buenos días mi vida, ¿Cómo durmió la niña más linda?

Irene le hace cosquillas y Elena se ríe.

-Bien mami. -Feliz.

-Ahora vamos a cepillarte los dientes y te hare una rica chocolatada. -Acaricia su cabello.

Elena asiente y ambas se levantan de la cama, Irene toma la mano de su hija y caminan hasta el baño. Observa como ella se cepilla los dientes y luego se lava el rostro, una vez que ya termino, la lleva a la cocina y la niña se sienta en la silla alta. Irene se prepara un café y calienta la leche antes de echarle el polvo de cacao en el vaso.

Su hija espera a su madre mientras mira los dibujos animados y unos minutos después, coloca la taza de su hija con la chocolatada y se sienta con su taza de café al lado de ella.

- ¿Qué te gustaría hacer, mi amor? Podemos ir al cine, ir a la plaza.

Elena espera a tomar el sorbo de su chocolatada antes de contestarle.

-Al cine.

La mujer asiente y toma un trago de su café negro.

-Si eso es lo quiere mi chiquita, eso hare.

Elena sonríe feliz y abraza a su madre.

-Gracias mami. -Contenta.

Irene sonríe al ser abrazada por su hija y besa su cabeza.